HINCHA

A veces envidio el fanatismo que la mayoría de los hombres sienten por su cuadro de fútbol.

No por una simple cuestión cultural, sino por el gran número de emociones fuertes, primitivas y naturalmente sanas que un simple acontecimiento (una circunferencia de cuero inflada con aire traspasando una línea de cal más o menos recta pintada sobre el césped entre dos parantes de metal) desata en milésimas de segundos. Por ese apego irracional e inexplicable a ciertos colores absolutamente arbitrarios, que sicológicamente no deberían despertar la menor de las empatías. Por esa convicción ciega de pertenecer al selecto grupo de los seguidores del mejor equipo del mundo, sin importar los hechos, sin importar las razones, sin importar los resultados. Pero con la certeza íntimamente universal de que todos los otros están equivocados.

A veces también me gustaría que ese sentimiento sin el menor rasgo de actitud crítica que podemos definir como «ser hincha de», no se trasladara en nuestra sociedad hacia la política, religión, literatura, filosofía, economía y otros ámbitos mucho menos inofensivos que el balompié.