LA NEGRA MIRONA

Todo el tiempo se lo pasaba mirándome. Eso, por lo menos, me incomodaba. La verdad es que no me hubiese importado si hubiese estado vestido. Pero no, estaba desnudo como un gusano. Y ella se la pasaba mirándome. Todo lo que podía hacer era no pensar en eso. De cubrirme ni hablar. No podía.

Y ella se la pasaba mirándome. Si tan solo esos ojos no hubiesen estado ahí, clavados en mi entrepierna… No importaba dónde me pusiera, me seguía como un lince hambriento.

No pude más. No es que sea muy pudoroso ni nada por el estilo, pero la situación me obligaba a estar desnudo y ella estaba ahí.

Cerré la llave de la ducha, tomé una de las zapatillas que estaban sobre la tabla del inodoro y embadurné esa maldita araña mirona por toda la pared.