A mi hermosa mujer, que cree ser una extraña en mi paraíso.
Era una vez un hombre que vivía muy tranquilo en su solitaria isla en el medio del Pacífico. Único habitante de la pintoresca porción de tierra entre kilómetros de mar salado, el hombre no tenía ley, ni obligaciones, ni horarios, ni discusiones… Todo era paz y tranquilidad en su vida, y él recorría con su vista toda la extensión de su dominio y pensaba: «qué hermosa isla tengo».
Una fría noche de Julio, en el medio de la más perfecta oscuridad y el frío más hiriente, llegó una mujer y se instaló en la isla. Eran, entonces, un hombre y una mujer.
Y el hombre no pensó en que ahora vendrían las leyes, los horarios, las obligaciones y las discusiones, que por supuesto llegaron al poco tiempo. El hombre la vio por primera vez dormida en sus brazos y pensó: «Ya no estaré más solo…».
Catorce meses más tarde, la isla ya no es la misma. La vida del hombre ya no es la misma. Todo ha cambiado desde esa noche, salvo que él sigue mirándola mientras duerme y pensando: «Ya no estoy solo en mi paraíso…».