Ya para Reyes, Anita estaba advertida de las discrepancias entre lo pedido y lo recibido, por lo que decidió ser cauta. En la cartita pegó una figurita recortada de un folleto de hipermercado en donde una bicicleta roja brillaba flamante y tentadora.
Preparó sus zapatitos mejores, limpios y desodorizados. Juntó pasto de la vereda, una ración doble para coimear a los camellos; y agua fresca en un bowl transparente que su madre supo comprar en una reunión de Tupperware.
Esa noche Anita soñó que andaba en su bicicleta por el parque. Que el viento le despeinaba las chuletas y que las piedras del suelo crujían bajo las veloces ruedas. Pero también soñó que se caía y se lastimaba el codo, con sangre y todo… Abrió los ojos con angustia, ya era de madrugada.
Casi como sabiendo que estaría segura de golpes y raspaduras, Anita levantó el paquete verde y morado que la esperaba sobre sus zapatos. No se percató siquiera que el pasto no había sido comido y el agua no había sido bebida. Rompió el papel con cuidado, guardó el moño blanco y sonrió al ver su nueva mochila para la escuela.
Corriendo a su cuarto para llenarla de útiles, Anita dejó de ser niña demasiado pronto.