—¿Señor Jefe de Estado?
—¿Si?
—Soy el Ministro de Defensa, señor… anoche sentado en el inodoro se me ocurrió una idea sensacional, ¿quiere que se la cuente, señor?
—Si, si, si…
—Se me ocurrió que podíamos invadir algún país vecino, señor.
—Seguí, seguí…
—Eso permitiría que la gente se olvidara del impuestazo, señor. Y de las coimas, y de sus parientes en las secretarías, señor. Es más, levantaría su imagen positiva por lo menos quince puntos. ¿Quiere que le explique qué otros beneficios traería?
—Si, más, más…
—Pues nada, señor. Que podríamos tirar todas las bombas viejas que tenemos y comprar nuevecitas nuevecitas. Y por supuesto, esa fábrica yanki que usted sabe, las que hace aviones también, estaría tan contentos que algún regalito ligaríamos…
—Dale, seguí, no parés ahora…
—O mejor aún señor, les vendemos por izquierda las bombas viejas al país que vamos a invadir, así no puedan defenderse… Y si alguien sospecha, borramos las pruebas con algún accidente, a quién no se le cae una granada activada alguna vez en la vida…
—Ya casi, ya casi… seguí…
—Lo tengo todo planeado, fue una cagada de hora y media casi… ¿Quiere que lo hagamos, señor?
—Si, si, siiiiiiiiiiiiii
—Entendido señor, mañana mismo comenzamos el ataque. Hasta luego señor.
El Jefe de Estado cuelga el teléfono de su despacho. Su secretaria, limpiándose la boca con un pañuelo se incorpora y le pregunta:
—¿Quién era, papi?
—El ministro de defensa…
—¿Y qué quería?
—No tengo idea, no le presté mucha atención…