Quién podría culparme de haberme dejado estar cuando las vacas eran gordas y los cuentos llegaban a montones, abarrotando mis cajones con papeles impresos en courier.
Supongo que cualquiera que me conociera aunque más no sea un poco podría. Y tendría razón.
Ahora los cajones solo tienen recuerdos viejos y sueños lejanos, por futuros e improbables.