Nervioso como estaba, no se apuró por llegar a la cita. Es más, se aseguró de no parecer demasiado ansioso y recién tipo cuatro y tres minutos se dejó ver.
Le temblaban las manos. Le sudaban los pies. La boca pastosa. Los labios resecos. La sangre corría a borbotones en las venas.
Bastó una rápida mirada para reconocer a quién lo esperaba.
Como pudo caminó hasta la mesa. Como pudo le dio la mano. Como pudo se sentó. Era uno de los exámenes más difíciles de su vida, y no sabía nada. Tomó una buena bocanada de aire y como pudo saludó…
—Hola Andrés, ¿se acuerda de mí?