Giogi desenvainó el florete y se lanzó a la carga.
—¡Atrás! —gritó. La piedra de orientación brillaba en su mano izquierda con tanta intensidad que semejaba un rayo de sol. Los muertos vivientes retrocedieron ante la luz, en medio de gruñidos, y buscaron cobijo en la zona posterior de la cámara de audiencias.
Flattery giró sobre sus talones de repente.
—¿Qué es esto? —bramó, y arrojó a tía Dorath el objeto que acababa de entregarle. Pero la figura de la anciana ya fluctuaba y crecía, y la pieza de madera para zurcir rebotó contra sus escamas de wyvern y cayó al suelo sin haberle causado daño alguno.
Sin dudarlo un momento, Dorath golpeó con la cola al hechicero y el venenoso aguijón lo alcanzó en un hombro. Mientras Flattery se desplomaba en el suelo en medio de aullidos, Dorath aferró entre sus fauces la burbuja que guardaba a Amberlee y se dio media vuelta con rapidez.
—¡Corre, tía Dorath! —gritó Giogi.
El wyvern cruzó la estancia a grandes zancadas, tan deprisa como se lo permitían las dos patas, y se agachó para salvar los portones de la salida.
El noble vio a Cat en lo alto de la plataforma; la maga sacaba un rollo de pergamino que había escondido bajo el fajín de seda amarilla que ajustaba su vestido. Giogi corrió hacia el hechicero, pero uno de los muertos vivientes, una sombra tenebrosa a la que no asustaba la luz, se interpuso en su camino.
Giogi retrocedió. Todavía no recordaba todas las estrofas de la canción de los muertos vivientes, salvo la que decía: «el contacto del espectro absorbe la fuerza vital», que acudió a su mente como un fogonazo. Escuchó la salmodia de Cat al recitar el contenido del pergamino.
Flattery se incorporó tambaleante. Una mancha de sangre que crecía por momentos se marcaba en su túnica.
—¡Tras el wyvern! —aulló.
Un enjambre de espectros sobrevoló rozando el límite de la luz de la piedra de orientación y se dirigió a las puertas, pero todos fueron rechazados por una barrera invisible.
Satisfecho al comprobar que la huida de su tía estaba asegurada, el noble centró toda su atención en la sombra. Arremetió con su florete, pero no hizo más daño al ente que el que hubiera hecho al atravesar el aire. El espectro pasó a lo largo de la hoja de acero y se abalanzó sobre Giogi, con las fantasmagóricas manos extendidas.
En el instante en que el espectro llegaba a la guarda del arma, Giogi oyó a Cat pronunciar la palabra «ataúd», y la sombra se detuvo. El noble retrocedió y tiró del florete que atravesaba al espectral ser. La maga corrió al lado de Giogi. Flattery se volvió hacia ellos.
—Te enseñé cómo detener a los muertos vivientes, Cat. ¿Pero de dónde has sacado la barrera de fuerza? —preguntó el hechicero—. ¿De un pergamino? Con ello te cierras la vía de escape. ¿Por qué no la retiras y huyes?
—No —susurró Giogi a la maga—. Hemos de dar tiempo a tía Dorath para que llegue a Piedra Roja.
—Lo único que habéis conseguido es dar unas horas de respiro a tus miserables parientes —replicó el hechicero—. Les arrebataré el espolón una vez que haya acabado con vosotros. Tu tío Drone está muerto. La única capaz de utilizar el espolón es la vieja, pero está demasiado débil para enfrentarse conmigo, aun en el caso de que resistiera mis ataques mágicos. Si no entregan la reliquia, morirán todos.
«No sabe que tío Drone está vivo —comprendió Giogi—. Si consigo entretenerlo hasta que tía Dorath llegue a Piedra Roja, vendrá a ayudarnos».
—Veamos, Catling. Además de frenar a ese espectro —dijo Flattery señalando con un ademán a la sombra inmovilizada que casi había acabado con Giogi—, me has atacado con proyectiles, y me invocaste en varias ocasiones por medio de un pájaro de papel. Sin duda posees más poderes. Adelante, atácame con otro hechizo.
—¿Para qué? Es evidente que has levantado un escudo que te hace invulnerable —replicó la maga, indicando el fulgor rojizo que contorneaba su cuerpo—. Reservaré mis ataques para tus muertos vivientes, si es que queda alguno que se atreva a desafiar la luz de la gema de Giogi.
—Sospecho que no te queda ningún otro hechizo —la zahirió Flattery—. Lo que te convierte en una simple mujer.
El hechicero avanzó hacia ella con actitud amenazadora.
—Una mujer que está bajo mi protección —intervino Giogi, adelantando un paso a la vez que enarbolaba el florete ante Flattery. Con la misma mano en la que sostenía la piedra de orientación, el noble empujó a Cat de modo que quedara a sus espaldas. Se preguntó si, ahora que el hechicero no contaba con los muertos vivientes tras los que escudarse, podría llegar hasta él antes de que lanzara un conjuro.
Flattery resopló con desdén al ver el florete del noble.
—Así pues, los varones del clan todavía aprenden el manejo de esa ridícula arma —dijo, mientras daba un paso atrás y adoptaba la postura inicial para un combate de esgrima. Chasqueó los dedos y musitó—: Defensa. —Apareció un florete en su mano—. Bien, Giogi, ¿luchamos por el honor de la dama? Claro que, el término «dama» es el menos indicado en este caso.
Flattery hizo un saludo con su florete. Giogi lo devolvió con frialdad, dominando la ira.
—En guardia —anunció, situándose en posición.
A sus espaldas, oyó a Cat iniciar una nueva salmodia susurrante. La piedra de orientación continuaba reluciente en su mano izquierda.
En los primeros minutos, Flattery se limitó a parar los ataques del noble sin responder a ellos, con el propósito de juzgar el potencial de su oponente. Los movimientos defensivos del hechicero denotaban un estilo depurado, sin fisuras.
—Doy por sentado que, además de defender a esa zorra, tu intención es vengar las muertes de tu padre y tu tío —dijo Flattery.
—Por supuesto —replicó Giogi, golpeando el arma de su contrario y obligándolo a retroceder un paso.
—Sólo un necio lucharía por un viejo chocho, un padre que lo abandonó y una ramera sin memoria —manifestó Flattery, a la vez que amagaba un primer ataque al hombro de Giogi.
El noble alzó el florete para frenar el golpe, pero la finta del hechicero era una maniobra de distracción destinada a alcanzar a su oponente entre las costillas, por lo que tuvo que retroceder un paso.
Giogi dominó la cólera ardiente que las palabras de Flattery suscitaban en él. Al parecer, cabía la posibilidad de que lo superaran en habilidad en este combate. Debía conservar la calma y actuar con prudencia.
Cierto que tío Drone era un anciano torpe y vacilante en ocasiones; y, en su fuero interno, Giogi había abrigado un cierto resentimiento hacia Cole por morir y abandonarlo cuando no era más que un niño; en cuanto a Cat, era indiscutible que había cometido un gran error al aliarse con Flattery. Ninguna de estas razones, sin embargo, superaba en importancia al hecho de que amaba a aquellas personas. Eran su familia.
Giogi empezaba a comprender por qué los defendía a pesar de sus fallos. No serían una familia si no sabían convivir aceptando las faltas de los demás.
«El pobre Steele envidia la posición de Frefford y mi fortuna porque lo hacen sentirse un segundón —razonó—. Julia sólo quiere que la amen. El único propósito de tía Dorath es protegerme de sus propios miedos. En cuanto a los demás…».
—Mi tío fue víctima en una sucia trampa —declaró Giogi—. Mi padre murió defendiendo el honor de la familia. Y jamás tuviste el amor de Cat; sólo le inspiraste miedo. ¿Quién podría culparla por ello?
Flattery ensombreció el gesto y el arma tembló en su mano.
«No soporta que le den de su propia medicina», pensó Giogi.
—Me pregunto —continuó el noble, sintiéndose repentinamente más seguro de sí mismo y alternando fintas de ataque con las de defensa— qué clase de hombre es el que no respeta a las personas mayores, ni es leal con su familia, y prefiere la compañía de muertos vivientes a la de una bella mujer. ¿Sabes lo que creo, Flattery? Que no eres un ser humano.
El hechicero arremetió con un ataque directo carente de precisión, que Giogi frenó sin dificultad.
—He dado en el clavo, ¿verdad? —dijo el noble con un tono de frío desdén—. Sospecho que eres una especie de espectro que se vale de un conjuro para remedar los rasgos de un verdadero Wyvernspur.
Flattery trabó con su arma la hoja de su adversario, hizo una finta y arremetió. El florete atravesó el tabardo de Giogi y le produjo un pinchazo superficial en el pecho antes de que el noble tuviera ocasión de retroceder.
Giogi estuvo a punto de caer al chocar con Cat, que seguía pegada a su espalda recitando las palabras de un conjuro. Sobresaltada por el encontronazo, la maga interrumpió su salmodia un instante mientras retrocedía para evitar que el noble la tirara al suelo. Tras recobrar el equilibrio, reanudó el canto articulando las palabras con mayor rapidez.
—La gente opina que no eres más que un inútil botarate que presume de guerrero —bramó Flattery—. Ni siquiera sabes manejar bien el florete. Ya te he hecho derramar sangre.
—Ah, pero al menos por mis venas corre sangre. ¿Qué hay en las tuyas, Flattery? Si tengo suerte y te alcanzo con mi arma, ¿con qué se manchará la hoja? ¿Con pus o cualquier otro líquido repugnante?
El hechicero lanzó una estocada, pero Giogi la detuvo y contraatacó, obligándolo a retroceder un poco.
Los ataques de ambos contendientes se hicieron más reposados. En algún momento del pasado, Flattery había sido un experto espadachín, pero hacía mucho tiempo que no practicaba la esgrima. Estaba cansado. Por su parte, Giogi, que había ejercitado la equitación y había caminado con regularidad en el viaje de regreso a casa, estaba en unas condiciones físicas que lo ayudarían a resistir las acometidas de su oponente, siempre y cuando Flattery no lograra alcanzarlo con una estocada mortal.
Puesto que el propósito de Giogi era ganar tiempo hasta que su tío llegara, y no acabar ensartado en el florete del hechicero, también espació sus acometidas.
Todavía entonando la salmodia, Cat sacó del fajín el componente especial que requería el conjuro. Estaba envuelto en un trozo de papel y olía muy fuerte. Hundió los dedos en él.
Flattery imprimió de nuevo más velocidad a los ataques y Giogi reanudó sus pullas.
—¿Qué ha sido de tus zombis y necrófagos? ¿La niebla del ángel de Selune acabó con todos ellos? ¿Los cadáveres que tienes ahí apilados es lo que queda de tus ejércitos?
—Reclutar muertos es tarea sencilla —gruñó Flattery—. Cuando termine este combate te haré una demostración directa.
Giogi sintió a Cat muy cerca de él. Aunque comprendía que la mujer tenía que mantenerse dentro del círculo de luz arrojado por la piedra de orientación para que no la atacaran los espectros, hubiera preferido que estuviera un poco más apartada para mayor seguridad de los dos.
La maga cantaba prácticamente en su oído unas palabras que carecían por completo de sentido para él. Cat alargó las manos hacia la cabeza del noble y le rozó las mejillas con los dedos, impregnándolas con el componente del hechizo.
—Sé como la bestia —entonó por último.
Giogi encogió la nariz. El olor de los componentes mágicos que Cat había utilizado para inmovilizar al espectro, ajo y azufre, que quedaban todavía en sus dedos, se mezclaba con otro más fuerte y desagradable, semejante al del estiércol. La maga apartó las manos.
—Es el último hechizo que me quedaba —musitó al oído de Giogi—. Lo guardé para ti, amor mío. —A continuación se apartó del noble.
Flattery olisqueó el aire.
—Puedes darle la fuerza de un gólem, Catling, pero con ello no mejorarán sus fintas. Existe una diferencia abismal entre su destreza y la mía.
No obstante, los hechos demostraron que el hechicero estaba equivocado. Fortalecidos los músculos de los brazos merced al conjuro de la maga, Giogi tuvo la sensación de que su arma era mucho más ligera y la manejó con mayor velocidad y destreza. Aprovechó una finta de Flattery para romper sus defensas y la punta de su florete alcanzó al hechicero en el pecho.
—Uno a uno, Flattery —dijo el noble con acritud. Sabía que no podía permitirse el lujo de bravuconear. Echó una ojeada a la punta del florete mientras lo movía en círculos—. Mmmmm… Sangre. Los espectros no sangran. Voy a tener que revisar la conclusión que había sacado acerca de tu naturaleza. Veamos. ¿Qué puede ser algo que sangra y tiene apariencia de hombre sin serlo? O un gólem, o uno de esos pequeños engendros diabólicos. ¿Cuál es tu caso, Flattery?
El hechicero lanzó un gruñido, golpeó el acero de Giogi y dirigió una estocada a su corazón. El noble intentó hacer una finta doble de parada y ataque, pero sólo consiguió su propósito de manera parcial. Su florete atravesó la manga de la túnica de su oponente sin causarle daño, en tanto que el acero de Flattery lo alcanzaba de lleno en el hombro. El dolor le hizo apretar los dientes.
—Los gólem no se enfurecen, pero la verdad es que tu altura sobrepasa con creces a la de uno de esos diabólicos títeres —zahirió al hechicero.
Olive Ruskettle se deslizó en silencio por el primer corredor de la fortaleza de Flattery. Una vez que Dorath hubo regresado con Amber, Drone se transformó en un pegaso, y él y Olive volaron hasta la guarida del hechicero. La halfling había convencido a Drone para que aguardara en los portones exteriores mientras ella exploraba el terreno. Si Giogi seguía con vida, le entregaría el espolón para que se encargara de Flattery. Si llegaba tarde para eso, entonces Drone era su único medio de transporte para escapar del peñasco flotante, y no quería que al mago lo apresaran o lo mataran.
Llegó a la sala de audiencias justo a tiempo de presenciar el final del duelo entre el noble y el hechicero. Olive se quedó en las puertas y observó con interés el desarrollo de la liza. Era tan desmedida la ira de Flattery por las pullas lanzadas por Giogi que la halfling llegó a la conclusión de que debían de tener un fondo de verdad.
Olive quiso penetrar en la cámara pero se encontró con una barrera invisible que le cerraba el paso. Mientras recorría con las manos la suave superficie, el muro mágico se desmoronó en parte, como un castillo de arena reseca o un conjuro que hubiese llegado a los límites de su resistencia. Tras salvar el desaparecido obstáculo, el paso estaba franco hasta el lugar donde Giogi zahería al cada vez más enfurecido hechicero.
Por desgracia, aunque Flattery había bajado la guardia conforme crecía su enojo, no lo había hecho lo bastante para ofrecerle a Giogi la ocasión de derrotarlo.
—No eres un Wyvernspur —dijo el noble entonces—. Eres un títere que ha crecido más de lo planeado por su creador, el demonio de un hechicero que se ha escapado de su amo.
El hechicero, cegado por la ira, realizó una carga demasiado precipitada que carecía de toda precisión. El veloz ataque cogió a Giogi tan desprevenido que trastabilló y cayó de espaldas al suelo, perdiendo su arma y la piedra de orientación.
Flattery se abalanzó sobre Giogi, le puso un pie sobre el pecho y apoyó la punta del florete en la garganta del noble.
—Te diré lo que le dije a tu padre en la hora de su muerte, mientras nos precipitábamos al suelo. Mi padre era un Wyvernspur tan vil que los arperos borraron su nombre de la faz de los Reinos y lo desterraron a otro plano.
—¡Innominado! —gritó Olive con entusiasmo—. ¡No me equivoqué! ¡Te referías al Bardo Innominado!
Flattery giró velozmente sobre sus talones, con la misma expresión que tenía en el rostro la noche en que mató a Jade y Olive le había gritado. La halfling tragó saliva con esfuerzo, pero no retrocedió.
Giogi aprovechó el momento de distracción del hechicero para rodar sobre sí mismo e incorporarse.
—¡Tú! —gritó Flattery a la halfling—. ¡Tú lo liberaste de su encierro!
—¿Yo? —A Olive le falló la voz—. No.
—No mientas. Te he oído cantar sus canciones. Y eres una de los arperos. Sólo vosotros conocíais la localización de su prisión. Daré con él y, una vez que tenga el espolón en mi poder, lo destruiré. Y con él a toda su familia.
—Pero ¿por qué? —preguntó la bardo.
—¿Por qué? ¡Mira lo que hizo conmigo! —bramó Flattery.
Olive lo observó con atención.
—Tu aspecto está bien, en mi opinión. A decir verdad, es atractivo, casi perfecto.
—No hay nada de bueno en mi aspecto —gritó Flattery fuera de sí—. Soy exacto a él. Así me hizo. Y yo no quiero ser igual que él. No quiero tener sus rasgos. No quiero tener sus recuerdos. No quiero tener sus ideas. No quiero tener su voz, ni quiero cantar sus canciones. Nadie me hará pronunciar su nombre ni interpretar sus canciones. Lo mataré antes de que intente obligarme a cantarlas de nuevo.
—¡Por todos los dioses! —exclamó Olive. La súbita revelación de lo que era Flattery en realidad la hizo temblar de pies a cabeza—. No eres su hijo. Eres el primer ser que creó para que interpretara sus canciones, el causante de su enfrentamiento con los arperos.
Olive sabía que habían muerto algunos hechiceros a causa de los insólitos experimentos de Innominado para crear un ser sin voluntad propia en el que depositar todos sus conocimientos, un instrumento vivo de sus canciones.
—¿Qué quieres decir con el primer ser? —demandó Flattery.
—Bueno, llevó a cabo con éxito un segundo experimento. Creó una mujer muy hermosa, que canta como los propios ángeles —contestó Olive, manteniendo la atención del hechicero fija en ella mientras que, a sus espaldas, Cat recogía el florete de Giogi y se lo entregaba al noble. La halfling añadió, en un alarde de osadía—: A todo el mundo le entusiasman las canciones que interpreta. Las canciones que él escribió.
—¡Mientes! —exclamó Flattery, aproximándose a Olive—. Te mataré y lo mataré a él con el espolón. Su nombre no se volverá a pronunciar.
Con los ojos desorbitados por la furia, el hechicero alzó la mano adornada con un anillo y apuntó a Olive.
Giogi se arrojó sobre Flattery, interrumpiendo el hechizo que se disponía a lanzar sobre la halfling.
—Quédate detrás de mí, Olive —ordenó el joven mientras la bardo corría a su lado.
—Te traigo un pequeño regalo de parte de tu tía —susurró Olive, a la vez que metía el espolón en la bota de Giogi. El noble evocó los sueños. Amparada tras el cuerpo del joven, la halfling le lanzó otra pulla al hechicero—. Demasiado tarde, Flattery. El verdadero nombre de Innominado corre ya de boca en boca, ¿sabes? El mejor bardo de los Reinos: Mentor Wyvernspur.
Flattery saltó adelante para agarrar a Olive, pero se encontró frente a frente con un wyvern.
El hechicero retrocedió a la vez que lanzaba un alarido de rabia. El florete que manejaba poco podía hacer contra las duras escamas, y sus hechizos no surtirían efecto en el noble ahora transformado en wyvern. Flattery pudo haber huido, pero divisó a Cat que recogía la piedra de orientación caída en el suelo.
Retrocediendo otros cuantos pasos, el hechicero sacó algo de un bolsillo. Era un cristal tan negro como una noche sin luna, igual al que Jade le había robado, pensó Olive.
—¿Lo quieres, Catling? Ven a buscarlo —dijo Flattery, moviéndose en círculo para que la mujer siguiera entre él y el wyvern.
Cat contempló el cristal con expresión vacilante. Sus ojos brillaban de ansiedad. Adelantó un paso.
—¡Es un truco, Cat! —gritó Olive—. Él destruyó la gema verdadera. Lo que intenta es utilizarte para dejar indefenso a Giogi.
Flattery aventajaba a la halfling en ingenio y discurría mentiras con más rapidez que ella.
—Hice una segunda gema, Cat. Es una copia exacta de la primera, con todas sus características. Sólo tienes que acercarte y te la daré.
Cat se frenó en seco y retrocedió hasta situarse detrás de Giogi.
—Ya no me importa, Flattery —afirmó con orgullo—. Puedo inventar mis propios recuerdos, imaginar un pasado a mi gusto.
—Es hora de marcharse —intervino Olive, tomando a Cat de la mano y tirando de ella hacia la salida.
Giogi retrocedió despacio en la misma dirección, moviendo la cola sobre su cabeza en actitud amenazadora. Tenía que asegurarse de que Cat y la halfling estuvieran a salvo antes de acabar con Flattery.
Los tres salieron de la cámara a toda prisa. Algo explotó a sus espaldas. Se oyó el grito de Flattery y el alarido de los espectros.
—¡Corred! —gritó Olive.
La halfling y la maga salvaron la distancia del corredor a gran velocidad. Giogi continuó retrocediendo de espaldas tan deprisa como le era posible. Drone, en su forma humana, aguardaba en los portones exteriores.
—¿Y Giogi? —preguntó el anciano.
—Pisándonos los talones —jadeó Olive.
El wyvern pasó bajo las puertas de la fortaleza y recobró su forma humana.
—¿Sabes una cosa? Es condenadamente difícil caminar hacia atrás con el cuerpo de un wyvern —protestó irritado Giogi—. No veía lo que había a mis espaldas; me sentía más torpe que un pato mareado.
—¿Dónde están mis pergaminos, jovencita? —preguntó Drone agarrando a Cat por los hombros. La maga tragó saliva.
—Destruidos —respondió—. Flattery los cogió, y creo que ya ha abierto uno. Oímos la explosión mientras huíamos del castillo.
—¿Sabías que los conjuros que habías cogido estaban protegidos con runas explosivas? —inquirió Drone.
Cat esbozó una sonrisa maliciosa.
—Sí, salvo los pocos que utilicé yo —contestó.
—El que ha explotado habrá destruido el resto —espetó el anciano—. Para preparar una trampa explosiva con uno era suficiente.
—Si le hubiera entregado sólo un pergamino, habría despertado sus sospechas —explicó Cat—. Cuantos más llevara conmigo, menos desconfiaría de que había una trampa. Tuve que traer todos los que tenían runas explosivas para asegurarme de que el primero que cogiera estallaría, fuera el que fuese.
—Astuta. Es muy astuta, Giogi. Pero me debes veintisiete hechizos —gruñó Drone—. He gastado toda mi capacidad mágica diaria. Sin esos pergaminos, no te serviré de nada en la batalla. Puedo encargarme de transportar a las damas a tierra firme y ponerlas a salvo, Giogi, si tú consigues retrasar la persecución.
El joven asintió en silencio.
Un horrendo alarido brotó de la sala de audiencias y todos comprendieron que Flattery había reanudado el acoso con renovada furia.
—Aleja a Flattery de este peñasco flotante, tan lejos como te sea posible —instruyó Drone.
—Sí, señor.
El anciano extrajo un pequeño rollo de pergamino de su manga, musitó unas cuantas palabras, y un momento después lo envolvía un resplandor azul lechoso. Cuando el brillo se apagó, el viejo Wyvernspur se había transformado en un pegaso.
—Por favor, Giogi, échame una mano —le pidió Olive.
Giogioni subió a la halfling a lomos de su tío.
—Ten mucho cuidado —suplicó Cat.
Giogi la besó y la montó detrás de Olive.
—No os caigáis de este corcel —advirtió—. Hay un largo trecho hasta el suelo.
—¡Aguarda! —dijo Cat—. Los muertos vivientes. Si logran atravesar la barrera invisible, podrán darte caza, como hicieron con tu padre. —La maga se desató el fajín amarillo, metió entre los pliegues la piedra de orientación, y la ató, mientras ordenaba al joven—: Transfórmate en wyvern.
Giogi cambió de forma con rapidez.
—Inclina la cabeza. —Cat rodeó con el fajín el cuello del wyvern y lo sujetó con fuerza—. Ya está.
El resplandor de la piedra de orientación brillaba a través de la tela. Drone pateó el suelo con impaciencia y relinchó.
—Buena suerte —musitó Cat.
El pegaso remontó el vuelo y sobrepasó las altas murallas de la fortaleza. Giogi despegó y, una vez en el aire, empezó a girar en círculos sobre el castillo, cerca de los portones de hierro. La luna acababa de salir e iluminaba el recinto interior.
Flattery salió al exterior, tal y como lo había imaginado Giogi, bajo la forma de un enorme dragón azul. El hechicero no tenía mal aspecto a pesar de las heridas infligidas por los dardos que le había arrojado Cat en el cuarto de niños, y los daños que le hubieran causado los pergaminos explosivos de Drone. Muy por el contrario, tenía la apariencia de un dragón en el mejor momento de su vida, pletórico de fuerza y en plena forma.
Giogi plegó las alas y se zambulló en el aire en completo silencio, situado de manera que la luna proyectara su sombra a sus espaldas. Como una monstruosa avispa, propinó un aguijonazo a la cabeza de Flattery y acto seguido emprendió vuelo hacia el oeste.
Cuando volvió un momento la cabeza para mirar atrás, vio la silueta del dragón a la luz de la luna, mucho más próxima de lo que había imaginado. Unas nubes oscuras volaban junto al hechicero.
Olive oteó por el telescopio las pequeñas formas de Giogi, Flattery y los pocos espectros que le quedaban al hechicero, mientras se alejaban en el horizonte. Los entes sobrenaturales eran apenas unas motitas en la lente del telescopio.
Drone estaba encaramado al tejado guardando el equilibrio de manera precaria y entonaba algún hechizo poderoso que leía en un pergamino. Madre Lleddew se encontraba abajo, en el patio, recitando alguna poderosa plegaria escrita en otro rollo de pergamino. Las voces de ambos se mezclaban en una monótona salmodia mágica.
Olive alzó la vista hacia la inmensa fortaleza flotante suspendida sobre Piedra Roja. De repente, un temblor sacudió el gigantesco peñasco y acto seguido empezó a elevarse en el aire tan deprisa que semejaba estar disminuyendo de tamaño.
La halfling oyó a Drone dar brincos sobre el tejado.
—¡Mirad cómo se aleja! —gritó el hechicero, mientras Cat intentaba calmarlo para que no resbalara y se rompiera el cuello.
Drone gateó por la hiedra kudzu y se metió en el laboratorio, seguido de cerca por Cat. El anciano seguía riéndose por lo bajo.
—¿Lo viste? —preguntó Drone.
—Has hecho que vuele más alto, en efecto —contestó Olive.
—No, no, no. No entiendes cómo funciona la gravedad. He hecho que caiga hacia arriba.
—Nada cae hacia arriba —objetó Olive.
—Ji, ji, ji —rió el anciano—. Sin la ayuda de una magia poderosa, desde luego que no.
—¿Es que volverá a caer? —preguntó la halfling.
—Así lo espero.
—Pero, en ese caso, destruirá la ciudad —objetó Olive.
—Se incendiará conforme caiga. Será un meteorito muy espectacular.
—¿Un qué?
—No te quiebres la cabeza, Ruskettle.
En la ventana, Cat tamborileaba los dedos con nerviosismo en el alféizar. Madre Lleddew realizaba un conjuro visualizador a fin de que todos pudieran presenciar cómo discurría la batalla entre Giogi y Flattery. Cat no quería perderse ni el menor detalle y estaba ansiosa por bajar al patio.
—¿Hemos terminado ya aquí? —preguntó con impaciencia.
—No me quites la palabra, muchacha. Trátame con más respeto —la reprendió Drone—. Y no olvides que me debes veintisiete hechizos. Tendrás que trabajar para mí hasta que hayas repuesto del primero al último.
Cat bajó la vista al suelo.
—Deja de lloriquear. Detesto que las chicas guapas lloren. Sí, creo que hemos terminado aquí. Lleddew habrá dispuesto ya el conjuro visualizador. Vayamos a presenciar el espectáculo. No quiero perderme el momento en que Giogi le sacuda la badana a ese villano.
El anciano hablaba con un tono intrascendente, pero a Olive no le pasó inadvertida la preocupación que empañaba sus ojos, ni la gran tensión que le contraía los rasgos.
«Se me van a caer los brazos —pensó Giogi, aunque enseguida se corrigió—: Mejor dicho, las alas». El aire frío le rozaba las escamas y silbaba en sus oídos. Oía tras él las coriáceas alas del dragón que era Flattery batiendo con fuerza, y sabía que los espectros iban junto al hechicero. «Los espectros vuelan tan deprisa como los dragones, y más veloces que yo», comprendió.
«Creo que ya estamos bastante lejos del castillo», decidió el transformado Wyvernspur.
Giogi hizo un viraje hacia el sur y luego hacia el este, en dirección a Immersea y a sus perseguidores. Flattery ganó altitud, situándose para caer en picado sobre Giogi.
«Está volando contra la luz de la luna —pensó el wyvern—. No tiene el más mínimo instinto para esta clase de combate».
Giogi redujo velocidad conforme sus atacantes cubrían la distancia que los separaba.
El wyvern esperó hasta que el dragón y la nube de espectros estuvieron casi sobre él, y entonces ganó altura de manera que su pecho y la piedra de orientación anudada a su cuello quedaran de cara a sus perseguidores.
«Adelante, piedra de orientación… —pensó Giogi, con los ojos entrecerrados hasta convertirlos en meras rendijas—. Aleja a esos espectros de mí».
La gema emitió un resplandor tan brillante como la luz del día, y los espectros que volaban junto a Flattery se dispersaron en el cielo nocturno como una bandada de pichones aterrados. Flattery, momentáneamente cegado, ascendió en el aire.
Giogi realizó otro viraje. Seguía debajo del dragón, pero ahora estaba detrás. Incrementó su altitud mientras que Flattery se recuperaba de los efectos de la luz deslumbrante. El wyvern se situó encima del dragón cuidando de que su sombra no se proyectara sobre su presa.
Flattery intentó cobrar altitud también, pero Giogi ya se lanzaba en picado sobre él. El dragón trató de burlar el cuerpo con un brusco viraje, pero sus movimientos eran demasiado lentos para la velocidad del wyvern, que caía a plomo.
Las garras de Giogi se cerraron en la parte posterior del cuello del dragón y empezó a descargarle golpes con el aguijón en la garganta. El resultado fue el mismo que si hubiese golpeado el pilar de la cripta. Las escamas de Flattery eran tan duras como piedra. Giogi lo aguijoneó una y otra vez, sin saber si le estaba causando algún daño. El dragón no gritaba, por lo que sospechó que sus golpes no hacían mella en él.
Perdieron altitud hasta que una corriente ascendente hinchó las alas de ambos contendientes, y se elevaron enzarzados todavía en combate. Flattery echó hacia atrás una de las garras delanteras y abrió un tajo en las escamas del wyvern. El dolor recorrió el largo cuello de Giogi, que sintió el soplo abrasador del aire en la carne desgarrada. Encolerizado, el wyvern empezó a aguijonear el cuello del dragón con más rapidez hasta que se le agarrotaron los músculos de la cola.
El dragón disponía de cuatro garras, todas libres para utilizarlas, en tanto que las dos del wyvern estaban ocupadas en sujetar a su enemigo. Al parecer, su cola no podía penetrar ninguna de las escamas del dragón que estaban a su alcance. A pesar de que Flattery no estaba bien situado para hincarle las garras, se las había ingeniado para alcanzarlo. Giogi no podía permitirse el lujo de soltar su presa, y menos aún permitir que Flattery se colocara de cara a él. Los dragones exhalaban sustancias mortíferas, por no mencionar las dentelladas de sus poderosas fauces.
Flattery asestó un nuevo zarpazo al cuello de Giogi, y el wyvern sintió el flujo de algo caliente humedeciéndole la garganta. Estaba sangrando y sentía frío. Acuciado por el dolor y la ira, mordió el escamoso cuello del dragón.
Conmocionado por lo que estaba haciendo, Giogi dejó de apretar las mandíbulas. Se sentía incapaz de hincar los dientes en su enemigo.
Una de las garras traseras de Flattery alcanzó el ala del wyvern, y el dolor del desgarrón enloqueció a Giogi. Hundió los dientes en el cuello de Flattery y lo sacudió como hace un perro para abatir a un jabalí. Una de las escamas azules se ahuecó, y Giogi paladeó el sabor de la sangre. Alzó la cabeza y disparó la cola hacia el punto desprotegido. Repitió el aguijonazo.
Por fin Flattery lanzó un chillido de dolor. Fue entonces cuando Giogi reparó en que los dos caían a plomo. Batió las alas, pero el esfuerzo hizo que se ensanchara el desgarrón de la membrana.
Giogi encogió las alas y se convirtió en un peso muerto, con el aguijón todavía clavado en el cuello de Flattery.
El dragón no pudo soportar el peso extra del wyvern. Incapacitadas para volar unidas en aquel abrazo mortal, las dos gigantescas criaturas cayeron más y más deprisa. Flattery intentó zafarse de Giogi, apartarse de él, pero la presa de las garras del wyvern era firme, y el punzante aguijón seguía hincándose en su cuello. El suelo, cubierto por un espeso bosque, se acercaba a toda velocidad.
Flattery intentó dar una vuelta de campana para quitarse a Giogi de encima, y los dos reptiles empezaron a girar en un remolino mientras se precipitaban en una caída vertiginosa.
En el último instante, una de las gigantescas criaturas se apartó de la otra. Su forma oscura extendió las enormes alas e hizo un barrido bajo, que la llevó a ras de las copas de los árboles; después planeó velozmente en dirección norte.
La otra forma gigantesca se estrelló contra los árboles; la fuerza del impacto hizo que temblaran los cimientos de todas las granjas que había en kilómetros a la redonda. El bosque retumbó con el eco del golpe, y los animales se sumieron en un profundo silencio.
Después, poco a poco, con timidez, se reanudaron los trinos de los pájaros y el escandaloso piar de los pollos recién nacidos.