Cat salió sigilosa del laboratorio de Drone. Tenía permiso de Frefford para estar allí, pero, después de todo, no había necesidad de molestar a tía Dorath. La maga descendió los peldaños de la escalera exterior de la torre, con una bolsa llena de pergaminos sujeta firmemente entre sus manos.
Con la excitación causada por el salto al vacío dado por Steele desde lo alto de la torre, y el descubrimiento del espolón, Cat se había olvidado de los objetos mágicos que tan concienzudamente había reunido. Se acordó que había dejado el saco en el laboratorio después de que Giogi se hubiera marchado hacia la cripta, y decidió que tenía tiempo de ir a recogerlo y estar de vuelta antes de que el joven regresara.
Tenía que darse prisa, o Giogi se preocuparía si no la encontraba en casa. Apenas había tardado unos minutos en recoger la bolsa, pero el trayecto hasta Piedra Roja fue otro cantar. Pudo haber intentado cabalgar con Adormidera a campo traviesa, pero prefirió ir por las calzadas, y con la yegua al paso todo el camino. Tampoco tenía intención de volver a caballo a la casa de la ciudad; se sentía más segura a pie.
La escalera exterior de la torre la llevó hasta el segundo piso del castillo. Se detuvo en la galería desde la que arrancaban las dos grandes escalinatas curvas que conducían al vestíbulo principal. Dos largos pasillos, orientados al noreste y noroeste, llevaban a los alojamientos de la familia.
La amabilidad con que Gaylyn la había tratado aquella mañana acudió a la mente de Cat, y sintió la necesidad de saludar a la joven madre. Suponiendo que la esposa de Frefford se encontraría en la sala, la maga dio la espalda a las escalinatas y se encaminó por el corredor noreste.
Cat se encontraba a las puertas de la sala cuando se escuchó un grito procedente del vestíbulo principal, en el piso bajo. Llevada por la curiosidad, regresó corriendo a una de las escalinatas y se asomó. Giogi estaba en el amplio recibidor y llamaba a Frefford a voces. Alertado por los gritos del noble, un hombre alto y fornido, de pelo negro aunque canoso en las sienes, salió de una de las habitaciones de abajo.
—¡Sudacar! —jadeó Giogi, agarrando al gobernador por los hombros con gran nerviosismo—. ¡Gracias a Waukeen! La niña está en peligro. Va tras Amber Leona. ¿Dónde está?
—Imagino que en el cuarto de niños —contestó el gobernador.
Giogi y Sudacar remontaron a toda prisa la escalinata opuesta a la que se encontraba Cat. Ninguno de los dos hombres advirtió la presencia de la maga en la oscura galería. Sudacar condujo a Giogi por un pasillo hacia el otro extremo del edificio. Asaltada por una sensación inquietante, Cat fue en pos de ellos.
Sudacar abrió la puerta del cuarto de niños. El corazón le latía de un modo desaforado, pero al mirar al interior de la habitación, dejó escapar un suspiro de alivio. Dorath vigilaba a su biznieta como un dragón hace con su tesoro. Amber dormía plácidamente en la cuna; la anciana estaba sentada en una mecedora zurciendo calcetines. Dorath alzó la vista y miró a Sudacar con gesto desdeñoso; guardó precipitadamente la pieza de madera para zurcir y metió la prenda que remendaba en un cesto de labor que tenía a sus pies.
—¿En qué puedo ayudarte, Samtavan? —preguntó con altivez.
Giogi apartó a un lado a Sudacar, corrió hacia la cuna, y tomó a la pequeña en sus brazos.
—Giogioni Wyvernspur, ¿qué demonios haces, necio? —protestó Dorath—. La despertarás.
Como si sus palabras hubieran sido una señal, Amber rompió a llorar.
Cat se asomó por encima de los anchos hombros de Sudacar.
—Dame a la niña ahora mismo —exigió Dorath mientras se levantaba de la mecedora y se acercaba a Giogi.
El noble propinó un bofetón a la anciana que la lanzó rodando por el suelo. Cat dio un respingo. Giogi volvió la cabeza y divisó a la maga.
—Catling —dijo—. Qué oportuna tu presencia. Coge a esta mocosa y nos iremos todos a casa.
El llanto de Amber se hizo tan intenso que la diminuta cara se congestionó.
—No —susurró aterrorizada Cat—. Éste no es Giogi —dijo a Sudacar—. Es Flattery. Debes detenerlo.
El gobernador dirigió una mirada penetrante a la mujer que tenía a su lado. Su cara le resultaba familiar, pero ello no era razón suficiente para creerle; ni siquiera sabía quién era el tal Flattery. Sin embargo, el miedo reflejado en el rostro de la mujer, combinado con el despliegue de violencia que acababa de presenciar, hizo que el gobernador de Immersea se inclinara a confiar en la palabra de la desconocida.
—Suelta a la niña, seas quien seas —ordenó Sudacar, desenvainando la espada.
El supuesto Giogi resopló con desdén, dejó a Amber en la cuna, y se volvió hacia Sudacar con las manos extendidas.
—Dardos de fuego —dijo.
Cat se apartó del umbral un instante antes de que unas descargas ardientes salieran disparadas de los dedos del hechicero. Cogido por sorpresa, Sudacar recibió de lleno el impacto mágico; su rostro y sus manos se abrasaron por el calor, y su cabello y su camisa se prendieron fuego. El gobernador se desplomó a la vez que emitía un gemido.
Cat echó su capa sobre la cabeza y la espalda de Sudacar para sofocar las llamas. Conseguido su propósito, apartó la prenda para que el hombre pudiera respirar.
—¡Ven aquí, Catling! —gritó Flattery con la voz de Giogi.
Cat saltó a un lado de la puerta y se quedó acurrucada en el pasillo, reacia a obedecer, pero demasiado asustada para huir.
—Vamos, Catling, ven o haré daño a esta mocosa —amenazó el hechicero. Amber dio un grito agudo, como si la hubiesen pellizcado, o algo peor.
Cat se debatió contra el pánico que la dominaba. «Es la hijita de Gaylyn —se dijo—. No puedes permitir que haga daño al bebé de Gaylyn».
Cuando la maga apareció en el umbral, Flattery tenía otra vez a la pequeña en sus brazos. Amber sollozaba y daba hipidos. Flattery la miró con desprecio. Era espantoso ver el rostro de Giogi contraído con aquella expresión de profundo odio, pero Cat pasó por encima del cuerpo de Sudacar y caminó hacia su maestro, con los brazos tendidos para coger a la sollozante criatura.
Flattery dirigió a la maga una mirada llena de desconfianza.
—No. Quizá sea mejor que la lleve yo —dijo, apretando a la pequeña contra su pecho—. Coge el rollo de pergamino que llevo en el cinturón y ponlo en la cuna.
—¿Qué es? —preguntó Cat, mientras hacía lo que le ordenaba.
—Mis condiciones, zorra. Todo esto es culpa tuya. Si me hubieses traído el espolón, no tendría que estar ahora aquí perdiendo el tiempo.
En la esquina del cuarto, Dorath se esforzaba por incorporarse.
—¡Devuélveme a mi Amber! —gritó.
Con un resoplido de fastidio, Flattery se volvió hacia la anciana Wyvernspur. Cat apuntó con un dedo la espalda del hechicero.
—Dagas de espíritu —susurró.
Tres relucientes dagas de luz salieron disparadas de su mano y se hincaron en la espalda de Flattery.
El hechicero soltó un grito de dolor y asombro. Se revolvió velozmente, con un brillo de ardiente cólera en los ojos.
—¿Quieres pelea, mujer? ¡Pues la tendrás! —gritó, mientras sacaba un cono de cristal—. ¡Congelación! —aulló.
Una ráfaga de aire gélido cubrió a la maga de pies a cabeza. La piel le escoció como si estuviera ardiendo, un dolor lacerante la atravesó, y los pulmones y el corazón parecieron a punto de estallar. Incapaz de respirar, se desplomó en el suelo.
Flattery se acercó a ella y estrelló el pie en el estómago de la mujer.
—Debería matarte —bramó, a la vez que le propinaba otra patada.
—¡Ya basta! —gritó Dorath, estrellando un jarrón de porcelana en la cabeza del hechicero.
Flattery giró sobre sus talones para enfrentarse a su nueva agresora. El cuarto era demasiado reducido para realizar uno de sus conjuros ofensivos. Además, tenía las manos ocupadas sujetando con fuerza a la niña para evitar que la anciana se la arrebatara.
Frefford apareció en el umbral.
—¡Por los Nueve Infiernos! ¿Qué pasa aquí? —preguntó—. Giogi, ¿qué estás haciendo con Amber?
—¡Deténlo, Frefford! —chilló Dorath. Flattery agarró a la anciana por la muñeca—. Senda plateada, fortaleza —susurró.
Ante los atónitos ojos de Frefford, su primo, su tía abuela y su hija desaparecieron.
Giogi se apartó del ventanal de la sala.
—¡Tengo que llegar a Piedra Roja cuanto antes! —exclamó.
—Si es que no es ya demasiado tarde… —musitó Drone—. Thomas, avisa a la guardia —ordenó—. Giogi, cógete de mi mano, muchacho. Tú también, Ruskettle.
«Puede que ésta sea la mayor estupidez que he hecho en mi vida», pensó Olive, a la vez que asía la mano izquierda del mago, en tanto que Giogi le cogía la derecha.
—Senda plateada, torre del castillo —entonó de inmediato Drone.
Olive sintió un zumbido en los oídos y un hormigueo en la piel. Apretó los párpados de manera instintiva y, cuando volvió a abrir los ojos, ella, el mago y Giogi se encontraban en el laboratorio de Drone, en Piedra Roja. De unos pisos más abajo, llegó el chillido angustiado de una mujer.
—¡Gaylyn! —gritó Giogi. Corrió a la puerta de la escalera exterior y bajó como una flecha. Olive le iba pisando los talones.
Tres plantas más abajo, vieron la puerta del cuarto de niños abierta. Sudacar yacía inconsciente en el umbral. Su rostro y su torso presentaban unas espantosas quemaduras, y el pelo se le había achicharrado hasta la raíz. Julia estaba arrodillada a su lado, vertiendo una pócima curativa en sus labios, con toda clase de cuidados. Tenía los ojos anegados en lágrimas.
Dentro del cuarto, Gaylyn, sentada en la mecedora, sollozaba con histerismo. Frefford estaba arrodillado junto a ella rodeándole la cintura con los brazos, pero se hallaba demacrado y silencioso, sin la fuerza necesaria para consolar a su esposa.
Cat estaba tirada en el suelo, hecha un ovillo, junto a la cuna. Su piel tenía un tinte cadavérico, y los labios y las pestañas estaban cubiertos de escarcha. Sus manos, crispadas, sujetaban una bolsa contra el pecho.
Giogi pasó sobre el cuerpo de Sudacar y corrió al lado de la maga. La tomó de la mano y el frío lo hizo temblar. Se quitó la diadema de platino que llevaba en la frente y la sostuvo con la pulida superficie interior casi pegada a los labios de la mujer. Todavía frío por el reciente vuelo del noble, el metal se empañó con un mínimo rastro de vaho.
—¡Está viva! —gritó excitado.
Sudacar se removió en los brazos de Julia.
—Sam —susurró la joven—. Sam, ¿me oyes?
—Me tragué el anzuelo. La artimaña más vieja del mundo, y caí en la trampa —gruñó el gobernador entre los labios agrietados.
Julia destapó otro frasco de pociones.
—Bebe un poco más —ordenó con suavidad, pero Sudacar denegó con un gesto de la cabeza.
—La chica —jadeó.
—¿Qué? —preguntó Julia.
—Dáselo a la chica. Está peor que yo. La golpeó de firme.
—Dame —pidió Olive, tendiendo la mano—. Yo lo haré.
Julia miró indecisa el rostro abrasado de su amante.
—Es la última poción que nos queda —argumentó.
Sudacar le dio unas palmaditas en la mano para tranquilizarla. De mala gana la joven obedeció y entregó la redoma a la halfling.
Olive saltó sobre las piernas del gobernador y corrió al lado de Giogi. El noble abrazaba a la maga contra su pecho, arrebujándola con la capa para darle calor.
—Le vendrá bien un sorbo de esto —sugirió Olive, tendiendo a Giogi la poción.
El noble lo cogió con una sonrisa débil pero agradecida.
Olive se asomó a la cuna. La pequeña no estaba, pero había un rollo de pergamino. La halfling lo desenrolló y leyó en silencio lo escrito.
Drone apareció en la puerta.
—He reforzado las defensas del castillo —dijo.
—Demasiado tarde —contestó Olive.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió el mago.
—Flattery se ha llevado a la niña —explicó la halfling, alzando la vista del pergamino.
—¡Tío Drone! —gritó perpleja Julia—. ¡Estás vivo!
Frefford y Gaylyn levantaron la cabeza.
—¿Entonces, no eras tú aquel montón de ceniza? —preguntó Frefford cuando salió de su sorpresa.
—No. —Drone se agachó junto a Sudacar—. ¿Cómo entró? ¿Qué hechizos utilizó? —interrogó al delegado del rey.
—Se presentó como si fuera Giogi —explicó Sudacar—. Dijo que la criatura estaba en peligro. Lo conduje hasta aquí. ¡Bendita Selune, qué estúpido fui!
—¡Chist! No hables, Sam —pidió Julia—. Conserva las fuerzas.
Sudacar sacudió la cabeza.
—Drone tiene que saberlo. Dorath estaba aquí. Ese maldito cogió a la niña y Dorath trató de impedírselo. La golpeó. Saqué mi espada, y me frió como a un pollo. La chica le disparó algo mágico. Él la congeló con un rayo helado, y le dio dos patadas como propina. Dorath le estrelló algo en la cabeza. Se debatió como una leona. Perdí el sentido antes de que desaparecieran.
—Gaylyn, Julia y yo estábamos en la sala. Oímos los gritos de Dorath —agregó Frefford—. Cuando llegué, todavía se debatía con nuestra tía para llevarse a Amberlee. Creí que era Giogi, hasta que desapareció junto con la pequeña y tía Dorath en un abrir y cerrar de ojos.
Los ojos suplicantes y esperanzados de Gaylyn se alzaron al viejo mago.
—Oh, tío Drone. Me devolverás a mi pequeña, ¿verdad? —sollozó.
—No está en sus manos hacerlo —dijo Olive.
Sudacar y los Wyvernspur se volvieron hacia la bardo en espera de una explicación.
—Dejó una nota —continuó la halfling, tamborileando los dedos sobre el pergamino—. Es para Giogi. «La mocosa a cambio del espolón y de mi Cat» —leyó—. «No traigas a nadie más. Cat te conducirá a mi sala de audiencias. Si no me la entregas o intentas venir con alguna otra persona, habrás firmado la sentencia de muerte de la criatura».
Fortalecida por la poción curativa, Cat se removió en los brazos de Giogi.
—Lo siento, Giogi —musitó—. Traté de detenerlo. Lo hice, créeme. Me enfrenté a él.
—Está bien, no te preocupes —susurró el joven.
—Lo sorprendí —añadió la maga con un hilo de voz—. No se lo esperaba. No creía que tuviera valor para hacerlo.
Giogi alzó la vista hacia Frefford, incapaz de decir lo que estaba obligado a decir.
—Lo comprendo, Giogi —murmuró el joven caballero—. Nadie te exige que entregues una vida a cambio de otra.
Giogi besó con dulzura a Cat y se quitó la capa que los envolvía a los dos.
—Le llevaré el espolón —dijo mientras se ponía de pie—. Y me entregará a Amberlee, o… lo mataré. —El noble tembló al comprender que deseaba hacerlo.
Olive sacudió la cabeza. Pensaba que no podía dejarlo ir solo, cuando otra idea acudió a su mente.
—El saquillo de Jade —dijo, sacando la bolsa mágica que la muchacha le había entregado para que se la guardara—. Si logro meterme en el saquillo, no sabrá que estoy contigo. Puedo atacarlo por sorpresa, en caso de que quiera jugárnosla… Mejor dicho, cuando quiera jugárnosla. No ha cambiado desde el día en que mató a tu padre —señaló a Giogi.
—¿El saquillo de Jade? —preguntó Drone—. ¿La bolsa reductora que le di? Ni siquiera tú entrarías en ella, Ruskettle. Tiene un límite de veinte kilos. Aguarda. ¿No había en la bolsa una poción curativa?
Olive desató la lazada y sacó el frasquito que olía a menta.
—Cógelo, Giogi —ordenó Drone—. Puede que te haga falta.
—No —dijo Cat, a la vez que se apoderaba de la pócima. Destapó el frasco y se tragó de un sorbo el contenido.
Su piel adquirió un tinte más saludable, y se puso de pie sin ayuda de nadie, con la bolsa que no había soltado mientras estuvo inconsciente todavía aferrada en sus manos.
—Ya estoy mejor. Voy contigo —dijo a Giogi.
—¡Ni pensarlo! —se opuso el noble—. No permitiré que vuelvas a acercarte a ese demente.
—No tienes opción —replicó Cat—. Si no me llevas contigo, me trasladaré hasta allí por mis propios medios. No dejaré que te enfrentes con él a solas.
—Cat, no puedes ir —intervino Gaylyn—. Te matará. No lo permitiré. Ni siquiera por mi Amberlee. —La joven madre estalló en sollozos.
—¿No se te ha ocurrido la posibilidad de que sea yo quien lo mate a él? —dijo la maga con tajante decisión.
«Ahora actúa de un modo que me recuerda a Alias», pensó la halfling con gesto sombrío.
—Cat, no quiero que vengas —dijo Giogi con voz queda.
—Lo sé. Tampoco yo quiero que vayas. Pero no tenemos otra alternativa, ¿no te parece?
—Mejor será que cedas, Giogioni —intervino entonces Olive—. Por uno u otro medio, encontraría el modo de seguirte. Más vale que estéis juntos para protegeros mutuamente.
El noble se apartó de Cat, esforzándose por ocultar la ira que lo embargaba.
—Saldré al patio para transformarme —dijo, mientras abandonaba la habitación.
Cat recogió la capa del suelo y fue en pos del joven.
—Subamos a la torre para verlos desde allí —sugirió Drone.
Frefford, Gaylyn, Sudacar y Julia se quedaron en el cuarto de niños, pero Olive acompañó al viejo mago. El ocaso llegaba a su fin y los campos reflejaban los tonos azules oscuros del crepúsculo.
Cuando entraron en el laboratorio se encontraron con Steele, que revolvía entre los papeles y se dedicaba al saqueo.
—Steele Wyvernspur, ¿cuántas veces he de decirte que no metas tus zarpas en mis cosas? —gruñó Drone.
El joven noble levantó la cabeza como herido por un rayo.
—Tío Drone… Estás vivo… ¿Cómo?
—Sólo hay que respirar. Es fácil, primero se aspira y luego se echa el aire —espetó el mago—. Para variar, eres justo la persona que necesito. Ensilla dos caballos y ve a la Casa de la Señora. Trae a Madre Lleddew. La necesitamos para curar a Sudacar. Y, si nuestra suerte va de mal en peor, también nos hará falta para que rompa unas cuantas cabezas.
—¿Madre Lleddew? —protestó Steele—. ¡Pero si es una vieja! Por lo menos tiene sesenta años.
—Yo tengo sesenta años —bramó el mago—. Ella ha cumplido los ochenta y ocho. Tienes muchos prejuicios, chico; va siendo hora de que los corrijas. ¡Y ahora, largo, antes de que pierda la paciencia! Como sapo estarías horroroso.
Steele abrió la boca para replicar, pero lo pensó mejor. Abandonó el laboratorio a toda prisa y bajó corriendo la escalera exterior.
Olive abrió una de las ventanas y se asomó al patio.
—Ya están abajo —informó a Drone.
—No los pierdas de vista mientras busco unos pergaminos —ordenó el mago—. Necesito más poder del que poseo de manera habitual. —Empezó a revolver papeles y a tirarlos por el aire a tontas y a locas—. ¡Dioses! Esa chica ha elegido lo mejor de lo mejor. Tendré suerte si encuentro un solo conjuro que merezca la pena. ¡Ajá! Soy un tipo afortunado. ¿Se ha transformado ya Giogi?
—Aún no —contestó Olive, atisbando por uno de los telescopios con el que enfocaba al joven noble y a la maga.
Cat corrió para alcanzar a Giogi, que avanzaba a largas zancadas hacia el centro del patio. La maga le tocó el brazo, pero él no la miró.
—Te amo —dijo en un susurro Cat.
Giogi se volvió hacia la mujer con gesto furioso.
—Si me amaras, habrías hecho lo que te pedía y te quedarías aquí.
—¿Para qué? ¿Para morirme de pena como le ocurrió a tu madre?
—No digas eso —increpó el noble.
—No soy la clase de mujer que se queda sentada, esperando de brazos cruzados, Giogi. A menos que tú estés sentado a mi lado. Olive tiene razón, ¿sabes? Nos irá mejor si nos protegemos el uno al otro. ¿No es así como se supone que deben actuar los Wyvernspur?
La ira que enardecía el corazón del noble se disipó, dejando en su lugar una sensación de honda tristeza. El destino les había jugado una mala pasada al propiciar que se conocieran y se enamoraran, para a continuación enfrentarlos a una situación de la que tal vez ninguno de los dos saliera con vida.
—Deberíamos despedirnos ahora —dijo con voz queda—. Puede que no tengamos otra oportunidad.
De manera inesperada, Cat prorrumpió en carcajadas.
—Jamás te había visto tan circunspecto. Los aventureros nunca dicen adiós. Dicen: «Hasta la próxima temporada». Lo que deberíamos hacer es besarnos para darnos buena suerte.
—Entonces, hagámoslo ya —se mostró de acuerdo Giogi, sintiéndose un poco más animado.
Atrajo a Cat contra su pecho y ambos se fundieron en un abrazo.
—¿Se ha transformado ya? —preguntó otra vez Drone a Olive, con un dejo de impaciencia.
—No —contestó la halfling, a la vez que suspiraba y se apartaba del telescopio.
—¿A qué esperan? —El mago se asomó a la ventana—. Bueno, supongo que no se les puede negar un momento de intimidad —rezongó, mientras se guardaba un pergamino en la túnica.
—No quisiera forjarme falsas esperanzas, pero ¿has discurrido algún plan? —preguntó Olive.
—No, Ruskettle. Como muy bien dijiste, no está en mis manos la solución.
—¿Entonces para qué es ese pergamino?
—Si tienen mucha suerte, tal vez se me presente la ocasión de intervenir. En caso contrario… —Drone dejó la frase sin finalizar.
—En caso contrario… —repitió Olive, instándolo a continuar.
—No me quedará otro remedio que entrar en acción.
La halfling y el mago se asomaron a la ventana y miraron al patio. Cat estaba sola, con la piedra de orientación enarbolada a fin de que Giogi no tuviera que volar en plena oscuridad.
El noble había adoptado ya la forma de wyvern y se había remontado en el aire. Bajó planeando sobre la maga, la cogió con infinito cuidado entre sus garras, y se remontó en espiral batiendo las alas con fuerza. Una vez que hubo sobrepasado los torreones del castillo, puso rumbo hacia el gigantesco peñasco cernido sobre Piedra Roja, y se elevó volando en círculos hasta perderse de vista.
«Parece que nos hubiéramos precipitado por el borde del mundo y ahora intentáramos ascender otra vez a la cima», pensó Giogi mientras se elevaba en el frío aire primaveral para alcanzar la fortaleza de Flattery. A lo lejos, a varios cientos de metros por debajo del wyvern, se divisaba Immersea, y hacia el oeste, a cientos de kilómetros de distancia, se dibujaba en tonos purpúreos la silueta de los Picos de las Tormentas, perfilados contra el cielo crepuscular. La roca flotante ocupaba todo el campo de visión en dirección este.
Por fin llegó a lo alto del gigantesco peñasco. La luna no había salido todavía, pero la piedra de orientación lucía como un faro y alumbraba un vasto llano al frente. La arena pardorrojiza estaba jalonada de pedruscos igualmente rojos. Conforme se aproximaban a la explanada, Giogi divisó otras formas esparcidas en la arena: miles de cadáveres yacían colocados en ordenadas hileras. Un momento después, los muros de la fortaleza surgieron ante la luz de la piedra de orientación y Giogi se remontó para sobrevolarlos. Madre Lleddew no había exagerado: eran el doble de altos que las murallas de Suzail.
Una vez que hubo salvado el ciclópeo murallón, Giogi descendió en picado. Más cuerpos yacientes alfombraban el acuartelamiento interior, pero éstos no estaban colocados con la precisión de los de fuera, sino apilados en caóticos montones. A pesar del fresco aire nocturno, desprendían un espantoso hedor a descomposición. Giogi encontró un espacio despejado en la arena; descendió planeando, soltó a Cat, y se posó a unos cuantos metros de distancia.
La maga llegó junto a él cuando ya había recobrado su forma humana y le entregó la piedra de orientación.
—¿Por qué están aquí estos cuerpos? —preguntó Giogi en un susurro, levantando la gema a fin de tener una vista mejor del acuartelamiento interior.
—Para alimentar a los necrófagos y a los espectros —explicó Cat.
—¿Y los que están fuera?
—Almacenados en reserva para convertirlos en zombis a medida que los necesita.
Giogi se estremeció de pies a cabeza.
—Me pregunto dónde estarán los muertos vivientes —musitó la maga—. Es imposible que los utilizara a todos para atacarte en el templo de Selune. Muchos de ellos no pueden salir a la luz del día.
—Preferiría no encontrarme ni con unos ni con otros —dijo Giogi—. ¿Dónde nos espera Flattery?
—En el castillo.
El noble siguió a Cat y pasaron entre los montones de carroña. El castillo era una segunda fortaleza dentro de la primera. En cada esquina se alzaba un torreón, y el tejado estaba rematado con almenas. Giogi dedujo que el edificio tenía una altura de cuatro pisos, si bien no era fácil calcularlo con precisión ya que el castillo carecía de ventanas. A nivel del suelo existían unos portones dobles de hierro que en aquel momento estaban abiertos. Cat se cogió de su mano y la pareja penetró en el edificio.
Se encontraban en el extremo de un amplio y extenso corredor, vacío de cualquier clase de ornamentación. En las paredes se alineaban hacheros, pero las antorchas habían ardido hasta consumirse. Giogi alzó de nuevo la piedra de orientación sobre su cabeza. La gema emitió un haz luminoso que alumbró toda la extensión del corredor y alcanzó otros portones dobles de hierro.
—Qué sitio tan lúgubre —susurró Giogi mientras Cat y él se dirigían a las puertas metálicas—. Ni tapices, ni muebles…
—Sólo Flattery y sus muertos vivientes habitan aquí —explicó la maga—. Las criaturas de la noche no precisan adornos ni belleza.
—¿Y qué me dices de Flattery?
—Su único deleite es el poder.
—¿Viviste aquí?
Cat asintió con un leve cabeceo.
—¿Cómo pudiste soportarlo? —preguntó Giogi.
—Hasta que entré en tu casa, no conocía otra vida mejor —dijo la maga, a la vez que empujaba una de las puertas dobles.
La hoja metálica se abrió a una inmensa cámara cuyo techo alcanzaba la misma altura del castillo. En el extremo opuesto, el brillo rojizo de dos braseros titilaba al pie de una plataforma. Dorath estaba sentada junto a uno de los braseros; no la inmovilizaba cadena o cuerda. A juzgar por la expresión de su semblante, estaba muy asustada, y el cabello le había encanecido por completo.
En lo alto de la grada, en un trono hecho con huesos humanos, se hallaba sentado el hechicero; una aureola rojiza le envolvía el cuerpo. Amberlee yacía en un cojín, y a sus pies, dentro de una especie de globo o burbuja cuyo diámetro medía unos sesenta centímetros. A ambos lados de los braseros, en las sombras, unas siluetas informes bullían de acá para allá, y otras sombras, aún más oscuras, se agitaban con excitación.
Giogi soltó la mano de Cat y penetró en la cámara. Flattery apuntó con un dedo el globo que guardaba a Amberlee, con gesto amenazador.
—Alto —ordenó.
El noble se detuvo de inmediato.
—Giogioni Wyvernspur, fue una sabia decisión que vinieras —dijo el hechicero—. Y tú, Catling, pagarás cara tu traición. Como verás, Giogi, tus dos parientes siguen con vida. Mis servidores… —señaló con un ademán las sombras fluctuantes a ambos lados de la plataforma— las odian. En especial a la mocosa. Habrás notado que he tomado especiales precauciones para protegerla de su tacto mortal. Por desgracia, tu tía perdió los nervios y no tuve más remedio que dejar que uno de mis espectros se ocupara de ella. Pero, en justicia, no tienes derecho a protestar por su maltrecha condición, habida cuenta de lo mucho que te has aprovechado de mi esposa. Ven aquí, Catling.
—Ella no entra en el trato, Flattery —replicó Giogi, enfurecido—. Va a regresar conmigo. A cambio de la libertad de Amberlee, tía Dorath y Cat, te entregaré el espolón.
Flattery prorrumpió en carcajadas.
—Eres un necio, Giogioni. ¡Acércate, zorra! —gritó a la maga—. Dispones de tres segundos antes de que eche a esta criatura de carnaza a los trasgos. Y trae esa bolsa contigo, no la dejes atrás.
Cat recogió la bolsa con los pergaminos mágicos que había intentado ocultar detrás del noble.
—Las cosas te irán mejor sin mí —le dijo a Giogi mientras pasaba a su lado y corría junto a Flattery. El noble vio el brillo de las lágrimas en sus ojos.
—Cat, no… —llamó en un susurro.
—No malgastes tu aliento —espetó el hechicero—. Soy el único que puede darle lo que desea. ¿No es así, Catling? —preguntó, a la vez que la agarraba por el pelo y le propinaba un fuerte tirón.
—Sí —respondió en un susurro Cat, sin alzar los ojos.
Flattery tiró de la bolsa que llevaba.
—¿Es un regalo para mí, querida? ¿Un presente de desagravio, zorra? Imagino que lo saqueaste en el laboratorio de Drone, ¿verdad?
Cat se aferró a la bolsa un instante, pero enseguida la soltó. El hechicero rió burlón y ató la bolsa a su cinturón.
—Y ahora, Giogioni, me entregarás el espolón sin más demora —gruñó Flattery, mientras se incorporaba y alzaba en las manos la esfera que guardaba a Amberlee—. O echaré a esta mocosa a mis hambrientos esclavos. La seguirá tu tía. O quizá Catling. Si intentas transformarte, habrán muerto antes de que cruces la cámara.
Giogi sacó el espolón de la bota.
—Quiero asegurarme de que mi tía se encuentra bien. Que venga hasta aquí y le daré el espolón para que te lo entregue.
Flattery resopló con desprecio. Descendió de la plataforma y empujó a Dorath con el pie.
—Muévete —le ordenó.
La anciana se incorporó con lentitud y atravesó la cámara. Las arrugas de su rostro se habían multiplicado y parecía agotada. Se detuvo frente a Giogi y alzó la mano para acariciarle la cara.
—No seas necio —musitó, procurando adoptar un tono severo—. No es de fiar. Huye mientras estés a tiempo. Una vez que tenga en su poder el espolón, será inmune a cualquier conjuro. Ninguno de nosotros saldrá de aquí con vida.
—No puedo abandonarte —dijo Giogi, poniendo el espolón entre las crispadas manos de su tía.
—No se lo daré —espetó iracunda la anciana.
Giogi cogió la mano de su tía e hizo que se tocara la pierna.
—Llévaselo de este modo y, cuando llegues a su lado, recuerda los sueños —susurró el joven.
—No —balbuceó Dorath, con los ojos desorbitados por el terror.
—Sí. Haz lo que te he dicho —ordenó con los dientes apretados.
—No me convertiré en la bestia —murmuró tía Dorath.
—Deja de comportarte como una vieja estúpida. Sé valiente, como tu madre. Es nuestra única oportunidad. La única oportunidad para Amberlee.
—¡Basta de cuchicheos! —gritó Flattery—. ¡Trae aquí el espolón ahora mismo!
—No lo hagas esperar, tía Dorath. —Giogi la miró a los ojos—. Hazlo.
La anciana, con las mandíbulas apretadas en un gesto de testarudez, se dio media vuelta. Sus manos crispadas temblaban de miedo. Avanzó hacia Flattery, encorvada por la edad y el agotamiento.
Flattery soltó a Amberlee y dio unos pasos hacia Dorath, con la mano tendida en un gesto de impaciencia. Aterrado, Giogi vio cómo su tía alargaba la reliquia al mago. Flattery se apoderó con avidez del ansiado premio.
«Dulce Selune —pensó el noble—. No ha sido capaz de superar sus temores. Estamos perdidos».
Flattery dio la espalda a la anciana mientras musitaba con tono indiferente:
—Matadlos.
Los sombríos espectros y los horripilantes necrófagos empezaron de inmediato a ceñir su cerco mortal en torno a Dorath y Giogi.