2
La familia

Giogi rodeó el muro del castillo hasta la cancela principal, entró en el patio y llamó a la puerta del vestíbulo. Un lacayo al que no conocía abrió el portal apenas una rendija y escudriñó al melenudo joven vestido con unas calzas amarillas, una camisa de rayas rojas y blancas y un tabardo negro. El tabardo lucía el escudo de armas de los Wyvernspur, pero el hombre que lo llevaba más parecía un juglar ambulante que un noble de Immersea. El sirviente aguardó con gesto impaciente a que el recién llegado hablara.

Por su parte, Giogi, que no estaba acostumbrado a tener que anunciarse a las puertas del hogar ancestral de su propia familia, guardó también silencio esperando ser reconocido. Por fin fue el lacayo quien rompió el mutismo.

—¿Y bien? ¿Qué pasa? —preguntó con un timbre irritado.

—Quiero ver a mi tía Dorath.

El lacayo abrió otro par de centímetros la rendija de la puerta.

—¿Y vos sois…?

—Giogi. Giogioni Wyvernspur.

El gesto irritado del sirviente se suavizó un poco.

—Oh, bien —dijo sin entusiasmo, mientras abría la puerta para dar paso a Giogi al vestíbulo central, momento que aprovechó para echar una mirada de soslayo al joven noble.

—Unas botas estupendas, ¿verdad? Las compré en Westgate —comentó Giogi, a quien no le había pasado inadvertido el escrutinio del lacayo.

El sirviente mantuvo una expresión impasible y se abstuvo de hacer comentario alguno. Tendió el brazo para coger la capa de Giogi.

—Los caballeros están todavía en el comedor tomando brandy. Las damas se encuentran en la sala. Presumo que conocéis el camino.

—Sí —asintió Giogi, entregándole la capa.

Sin añadir una palabra más, el lacayo desapareció tras una puerta pequeña.

De nuevo a solas, Giogi se sintió asaltado otra vez por la inseguridad que le producía el regreso al seno familiar. Su decisión de trasladarse a vivir a la antigua casa de sus padres en la ciudad había tenido un motivo. Su familia lo consideraba un necio y tenía la costumbre de recordárselo cada dos por tres. Le habían colgado este sambenito de por vida sólo porque cuando era un chiquillo había dejado escapar un genio maligno que su tío Drone guardaba dentro de una botella en el laboratorio. Y porque una vez intentó volar desde el tejado del establo valiéndose de las plumas de un pichón. Y porque se había quedado encerrado en la cripta familiar; aunque quien tuvo la culpa de esto último fue su primo Steele.

Ojalá sus parientes olvidaran los fallos cometidos en su infancia y lo juzgaran por su comportamiento de adulto… Exceptuando, claro está, aquella ocasión en que perdió la mascota de tía Dorath, un erizo, en las carretas de aprovisionamiento de la séptima división de los Dragones Púrpuras de Su Majestad. Y la vez que se bañó en cueros en la laguna del Wyvern en plena Fiesta de Invierno. Después de todo, él ignoraba que los erizos comieran tanto; y nadie, aun estando tan borracho como estaba él aquella Fiesta de Invierno, habría desdeñado una apuesta tan lucrativa.

No había vuelto a hacer algo tan estúpido desde… Bueno, desde la pasada primavera, cuando imitó al rey Azoun y provocó un alboroto con aquella loca, Alias de Westgate, que estuvo a punto de mandar al traste la fiesta de recepción en los esponsales de su primo Frefford al desplomarse la lona de la tienda sobre los doscientos invitados. Él no quería hacer la imitación, pero su amiga Minda había insistido una y otra vez. Si su familia olvidara aquel incidente, y si no llegara a sus oídos ninguna historia de sus andanzas en Westgate, tal vez empezarían a tratarlo como a una persona normal. Que tal cosa ocurriera sería tener más suerte de lo que la diosa Tymora otorgaba por regla general a cualquier ser humano, cierto; pero tampoco había que perder la esperanza.

Con el ánimo más templado para iniciar una nueva etapa con su familia, Giogi consideró la alternativa de dirigirse directamente a la sala para presentar sus respetos a tía Dorath, o por el contrario unirse a los caballeros en el comedor y tomar una copa de brandy. Si entraba en la sala mientras las damas sostenían una conversación sobre «asuntos femeninos», tía Dorath se molestaría por su intromisión. Por otro lado, deseaba hablar con tío Drone, pero el viejo mago no estaría solo en el comedor. Sus primos segundos, Frefford y Steele, seguramente se encontrarían con él y, aun cuando Frefford quizá le tomaría el pelo por el jaleo de la recepción nupcial, las pullas de Steele serían lo más mezquinas y malintencionadas posible.

Giogi prefería contar con una habitación llena de gente que sirviera de parapeto entre Steele y él. Claro que Julia, hermana de Steele, estaría en la sala con las damas; no obstante, aunque la joven podía ser también muy mordaz, su comportamiento era más moderado cuando no estaba en compañía de su hermano. Giogi decidió que no era mala idea reunirse con las damas. De ese modo, tía Dorath no podría acusarlo de dar buena cuenta del brandy cada vez que le daba la espalda. Además, la reciente esposa de Frefford, Gaylyn, se encontraría sin duda en la sala, y era una de las jóvenes más alegres y divertidas que Giogi conocía.

Tomada la decisión, Giogi dio unos tímidos golpecitos con los nudillos en la puerta de la sala, en prevención de que las señoras estuvieron charlando sobre enaguas o cualquier otro asunto igualmente personal, y después entró en la estancia.

La sala de Piedra Roja no había cambiado desde la última visita de Giogi, hacía casi un año. La temperatura era más agradable que en el salón de su casa de la ciudad, y no se notaba tanto la humedad, pero el aspecto era bastante más destartalado. Las desconchadas paredes de piedra estaban cubiertas por unos tapices descoloridos que representaban antiguos eventos. El tapizado de los muebles tenía la fragilidad propia del desgaste de muchos años de uso. La dote aportada por la madre de Giogi había servido para renovar el mobiliario de la casa de la ciudad, pero la fortuna de los Wyvernspur menguaba día a día, y el servicio, los caballos y el vestuario tenían prioridad sobre la apariencia más o menos moderna de Piedra Roja. A no mucho tardar, los Wyvernspur necesitarían una nueva fuente de ingresos, si bien la decisión de reorganizar la economía familiar no tenía visos de tomarse en vida de tía Dorath.

Tía Dorath estaba sentada con la espalda muy erguida en su sillón junto a la chimenea. Levantó la vista de la labor de punto y estrechó los ojos para ver quién había entrado. Era una mujer robusta y alta, con los rasgos faciales característicos de los Wyvernspur: labios delgados, nariz aguileña y todo lo demás. Su cabello negro, que llevaba recogido en un severo moño bajo, aparecía surcado de mechones de un tono gris plateado. Tenía más canas desde la última vez que Giogi la había visto, y su estrabismo se había acentuado, pero, por lo demás, el tiempo no le había dejado muchas huellas. Sin duda, se dijo Giogi para sus adentros, porque ni siquiera el tiempo osaría despertar la ira de la mujer.

Gaylyn y Julia estaban enfrascadas en una partida de chaquete y no advirtieron la presencia del joven hasta que el respingo de tía Dorath las puso sobre aviso.

—¡Giogioni! ¡Bendita Selune! ¿Qué haces con esas ridículas botas puestas? —demandó tía Dorath con una voz retumbante como el estallido de la ira de un dios. En ese aspecto, Dorath no había cambiado lo más mínimo.

—¿Estas botas? Me las puse para andar cómodo —contestó Giogi con un timbre entrecortado por el nerviosismo.

—Opino que deberías deshacerte de ellas. ¿Y por qué viniste a pie? ¿Qué le ocurre a tu carruaje?

—Nada. Me apetecía caminar.

—¡Qué ocurrencia! Convoco una reunión porque, mientras tú perdías el tiempo vagabundeando por los Reinos, unas fuerzas siniestras han descargado un golpe trágico sobre la familia, y a ti no se te ocurre otra cosa que presentarte en casa dando un paseo como si no sucediera nada. Eres un necio —le echó en cara.

Giogi guardó silencio, temeroso de que cualquier cosa que dijera sirviera sólo para incrementar el enojo de su tía.

—Bueno, no te quedes ahí parado como un pasmarote. Acércate y toma asiento —ordenó Dorath.

Giogi saludó a Gaylyn y a Julia con una inclinación de cabeza y se sentó en una silla desde la que podría atender a tía Dorath así como a las jóvenes damas en caso de que se dirigieran a él.

Echó una mirada de soslayo a su prima Julia; un vestido de terciopelo de corte moderno cubría su figura alta y bien proporcionada; las joyas relucían en su sedoso cabello negro y en sus largos y esbeltos dedos brillaba el oro de varios anillos. También ella poseía los rasgos aristocráticos de los Wyvernspur, si bien en su rostro juvenil resultaban más notables que en el de tía Dorath. Por añadidura, ostentaba un pequeño lunar junto a la comisura derecha de la boca, herencia de la rama materna. En opinión de Giogi, no obstante, Julia era demasiado altanera para considerarla hermosa.

El joven noble prefería contemplar a Gaylyn, cuyo cabello dorado iluminaba la estancia; su tez sonrosada y tersa recordaba una rosa silvestre. Su vestimenta y aderezos eran tan notables como los de Julia, pero Giogi no reparó en ellos. Por el contrario, era imposible que le pasara inadvertido su vientre abultado. Según la información de Thomas, el primogénito de Freffie y Gaylyn nacería en cualquier momento. «Así pues —pensó Giogi—, habrá una nueva generación de Wyvernspur a pesar de la pérdida del espolón».

Gaylyn, ignorante de que el clan tenía por costumbre hacer caso omiso de Giogi, se volvió sonriente hacia él.

—¿Cómo fue tu viaje de regreso al hogar, primo? —preguntó.

—Sencillamente maravilloso. Muy emocionante… —respondió Giogi sonriéndole a su vez.

—Emocionante —repitió con retintín tía Dorath—. Viajar nunca es emocionante, sino más bien tedioso. Esperas, demoras, rufianes, forasteros y salteadores de caminos. Sólo un tonto como tú encontraría esparcimiento en una cosa así.

Giogi iba a preguntar a su tía qué quería decir exactamente con aquel comentario, a fin de sacar a colación el tema tratado con Sudacar referente a su padre, pero en ese mismo momento la puerta de la sala se abrió dando paso a los caballeros. Frefford se encaminó directamente hacia Gaylyn y tomó entre sus manos las de la joven a la vez que la miraba con solícita devoción. Tío Drone se puso a jugar con un enorme gato que estaba en el asiento bajo la ventana y después empezó a darle trocitos pringosos de venado que guardaba en una mano. Steele se quedó parado en el umbral, recostado contra la jamba, observando a Giogi con una mueca maliciosa.

Al igual que su hermana Julia, el rostro de Steele ostentaba un lunar al lado derecho de la boca. Alto y moreno, mucha gente lo habría considerado atractivo, pero a Giogi su sonrisa le recordaba a Mist, la hembra de dragón rojo; una impresión que se acentuaba por el hecho de que los azules ojos de Steele, al reflejar el resplandor de la lumbre, emitían destellos rojizos. Del mismo modo que le había ocurrido en presencia de Mist, Giogi se encogió sobre sí mismo cuando Steele habló sin quitarle la vista de encima.

—Así que el bufón exiliado de la familia está de regreso. Todo el mundo en Suzail comentó tu notoria representación en la boda la pasada temporada. Y, por supuesto, el «duelo» que siguió. Confío en que tengas preparado un nuevo espectáculo con el que recrearnos este año. Quizá puedas debutar en la ceremonia del bautizo del bebé de Gaylyn.

Giogi se encogió aún más. Al parecer, la familia no iba a olvidar tan pronto el incidente de la boda. Preguntándose si Gaylyn llegaría a perdonarlo, Giogi le echó una fugaz ojeada con expresión culpable. La joven tenía todo el derecho a sentirse ofendida.

Sin embargo, Gaylyn soltó una risa divertida.

—Creí que me moría cuando la tienda se desplomó sobre todos nosotros —dijo—. ¿Recuerdas cómo nos divertimos para salir a gatas de debajo de la lona? Fue un gran alivio contar con un pretexto para dejar aquel anticuado tenderete y reanudar la fiesta en el jardín.

Steele estrechó los ojos y miró enfadado a Gaylyn, y tía Dorath arqueó las cejas, en un gesto reprobatorio por la actitud frívola de la jovencita; pero Frefford, en un gesto osado, dirigió a su esposa una sonrisa de apoyo.

Un extraño habría podido tomar a Frefford y a Steele por hermanos en lugar de primos segundos, puesto que Frefford tenía también casi todos los rasgos de los Wyvernspur. No obstante, una agradable sonrisa suavizaba en todo momento las facciones del joven noble y en sus ojos predominaba un tono avellana sobre el azul. Se inclinó sobre su esposa y susurró algo a su oído que suscitó en ella unas risitas contenidas. Giogi sonrió a la pareja con gratitud. Tía Dorath soltó un suave resoplido desdeñoso.

—Puesto que ya estamos todos reunidos, ha llegado el momento de que tratemos el asunto que nos ocupa —anunció con tono imperativo—. Drone, deja de jugar con ese horrendo gato y únete a nosotros.

Resultaba difícil de creer, viendo a tío Drone acercarse arrastrando los pies, que el mago era ocho años más joven que su prima Dorath. Mientras que a ella el tiempo la había respetado, parecía que, como compensación a pasarla por alto, había doblado sus visitas al hechicero. El cabello y la barba de Drone, además de su aspecto desaliñado y excesivamente largo, estaban cuajados de canas. Sus ojos azules estaban cubiertos por una película acuosa, y sus rasgos se perdían bajo la trama de arrugas que le surcaba el semblante. Al parecer, la magia le había pasado factura por sus servicios.

Los años pasados en el laboratorio confeccionando pociones mágicas, influían también en el descuido de Drone por su apariencia. Olvidando que no llevaba puesto el delantal de trabajo, se limpió las manos en la pechera de la túnica y dejó manchas de grasa y sangre de venado en la seda amarilla de la prenda. Tendió la mano a Giogi.

—Bienvenido, muchacho —saludó—. He oído comentar que has sostenido torneos contra dragones rojos.

Giogi alargó la mano con nerviosismo, temeroso de recibir una nueva reprimenda. Parecía que esa noche una sombra de infortunio de la diosa Tymora se cerniera sobre su cabeza. Él no había tenido la culpa de que Mist, la hembra de dragón rojo, lo raptara. Entonces se fijó en el brillo divertido que asomaba a los ojos de su tío; aquello lo tranquilizó, por lo que respondió en tono de chanza:

—Bueno, a decir verdad, combatir en torneos con ellos es un tanto difícil, ¿sabes? Tienen la mala costumbre de comerse primero tu montura.

Dorath, Steele y Julia le dirigieron una mirada gélida por tratar el incidente tan a la ligera, pero Drone soltó una risita asmática mientras tomaba asiento junto a su prima.

Giogi utilizó su pañuelo para limpiarse la grasa y la sangre que le había dejado el apretón de manos de tío Drone.

—¿De verdad luchaste contra un dragón? —se interesó Gaylyn, con los ojos muy abiertos por la excitación.

—Bueno, de hecho, yo… —comenzó Giogi.

—Por supuesto que no —cortó tía Dorath—. Giogi tendría la misma habilidad para enfrentarse a un dragón como la que tiene para emparejar sus propios calcetines. Basta de necedades. Drone, es hora de que expliques lo ocurrido con el espolón.

El mago suspiró hondo, como si fuera un fuelle viejo. Cuando habló, su voz tenía un tono comedido y profesional, y un timbre seco como el crujido de los rollos de pergamino que guardaba en su laboratorio.

—Anoche —comenzó—, una hora antes del amanecer, alguien irrumpió en la cripta familiar, donde se ha guardado el espolón durante generaciones. Me despertó la alarma mágica e inmediatamente intenté visualizar la cripta, pero una oscuridad de enorme poder me nubló la visión. Acto seguido me teleporté al parque del cementerio y encontré cerradas tanto la puerta del mausoleo como la de la cripta. No tenían señales de que hubieran sido forzadas. Todos los conjuros de guardia que había creado para impedir que alguien manipulara las cerraduras seguían intactos. Sin embargo, el espolón había desaparecido y no había rastro del ladrón.

—¿Y por qué se guardaba el espolón en la cripta? —preguntó Gaylyn—. ¿No habría sido más sencillo vigilarlo dentro del castillo?

—El guardián mora en la cripta —explicó con suavidad Freffie a su esposa.

—¿Quién es el guardián? —inquirió la joven.

—El espíritu de un poderoso monstruo que mataría a cualquier persona que sin pertenecer al linaje de los Wyvernspur, ya sea por nacimiento o por matrimonio, entre en la cripta.

—En tal caso, tiene que haber sido un Wyvernspur quien lo ha robado —razonó Gaylyn.

—Un Wyvernspur, sí —se mostró de acuerdo tío Drone, que hizo una pausa a fin de que todos captaran la idea. Después prosiguió—: Aunque, probablemente, se trate de un pariente lejano, de alguna rama perdida de la familia. A pesar de haberlo intentado en varias ocasiones, nunca hemos localizado a ninguno, pero eso no quiere decir que no existan.

—¿Y por qué querría robar el espolón? ¿Para qué le serviría a nadie? —preguntó Giogi.

—Se dice que posee otros poderes además de perpetuar el linaje de la familia —contestó el mago.

—Nadie me había informado —protestó el joven—. ¿Qué clase de poderes?

Tío Drone se encogió de hombros.

—Lo ignoro. No se explica en ninguno de los libros de la historia familiar.

—¿Y qué te hace pensar que lo ha robado un pariente lejano? —se interesó Julia—. ¿Por qué no uno de nosotros?

—Lo primero que hice fue asegurarme a través de medios mágicos de que ninguna de las llaves confiadas al cuidado de Frefford, Steele y Giogi se utilizó para abrir la cripta —respondió Drone al tiempo que señalaba a los tres jóvenes mientras los nombraba.

—¿Y qué me dices de la tuya? —intervino tía Dorath—. ¿Estás seguro de no haberla perdido en alguna parte? —El énfasis de su voz implicaba las palabras «otra vez» aunque no las había pronunciado.

Por toda respuesta, Drone mostró una llave grande de plata que llevaba colgada de una cadena al cuello.

—Como sabemos todos los aquí presentes, salvo Gaylyn —continuó el mago—, aparte de la entrada del mausoleo, el único modo de acceder a las catacumbas es una puerta secreta y mágica situada en el exterior del parque del cementerio.

—Pero tú dijiste que esa puerta secreta se abría sólo cada cincuenta años, el día primero del mes de Tarsakh —espetó Steele malhumorado—. Y falta todavía una cabalgada para esa fecha.

—Doce días. Eso significa una cabalgada y dos días —corrigió Gaylyn.

Steele frunció el entrecejo ante la exactitud de la joven.

—Bien, pues parece que los cálculos estaban errados —dijo Drone—. Por lo visto, la puerta se abre en la fecha resultante de multiplicar trescientos sesenta y cinco días por cincuenta. En otras palabras, cada dieciocho mil doscientos cincuenta días. Las crónicas familiares carecían de precisión y redondeaban los cálculos en un intervalo de medio siglo.

—¿Cuál es la diferencia? —rezongó Steele.

—¡Shieldmeet! —exclamó con entusiasmo Gaylyn, como una chiquilla jugando a las adivinanzas.

—Exactamente —confirmó tío Drone—. Shieldmeet, mes al que cada cuatro años se le añade un día más. Después de cincuenta años, los días se han acumulado y la puerta se ha abierto antes de lo previsto.

—Doce días —agregó Gaylyn.

Giogi supuso que Gaylyn era una de esas jóvenes que tenían condiciones para las cifras.

—Por fortuna —continuó Drone—, se me ocurrió verificar esa puerta minutos después del robo y comprobé que, en efecto, estaba abierta. La sellé con un muro de piedra y dejé unos vigilantes mágicos para que me avisaran si alguien trataba de salir por allí o por el acceso de la cripta al mausoleo. Hasta ahora, nadie lo ha intentado. Quienquiera que sea el que ha sustraído el espolón, sigue atrapado en las catacumbas. Así que, como comprenderéis, ninguno de nosotros puede ser el ladrón, puesto que todos estamos presentes.

Giogi se preguntó inquiero si, en caso de no haber regresado a Immersea antes de la reunión de esta noche, su familia habría sospechado que él era el culpable.

—Como sólo puede penetrar en la cripta alguien perteneciente a la familia, nos toca a nosotros encargarnos de ese bribón Wyvernspur —dijo Dorath—. Nadie más tiene que enterarse de este notorio incidente. Sólo hay que registrar las catacumbas. Será lo primero que se haga mañana a primera hora —anunció.

—¿Y serás tú quien nos vaya a dirigir, tía Dorath? —preguntó Steele con sorna.

—No seas absurdo. Éste es un trabajo para jóvenes fuertes y sanos como tú y Frefford.

—Y Giogioni —agregó Drone—. No puedes dejarlo fuera.

—No importa, tío Drone —insistió Giogi—. Puedo ocuparme de vigilar la puerta de la cripta o algo parecido, en caso de que el ladrón consiga eludir a Steele y a Freffie.

—Tonterías —intervino Steele—. Te necesitamos, Giogi. Además, ¿no te apetece reanudar tu amistad con el guardián?

—Si he de serte sincero, no —replicó Giogi con voz tensa. Si las miradas matasen, la familia habría tenido que llamar a un clérigo para que presidiera los funerales de Steele.

Tía Dorath contempló con frialdad al joven.

—Giogioni, no permitiré que te desentiendas de tus obligaciones familiares. Puedes ayudar aunque sea llevando las cantimploras o cosa por el estilo.

—Sí, puedes ser nuestro oficial de aprovisionamiento —dijo Steele—. Pero esta vez no traigas ningún erizo. Y no olvides coger tu llave. Después de todo, eso es lo que hará que el guardián recuerde que eres un Wyvernspur.

Giogi notó que su respiración se volvía más agitada y tuvo la impresión de que la habitación daba vueltas. Steele perdía el tiempo zahiriéndolo, ya que estaba demasiado ocupado en combatir el creciente terror que lo embargaba. Frefford se acercó a su lado y le posó una mano en el hombro en un gesto de ánimo.

—Todo irá bien, Giogi; no te preocupes. Estaremos juntos allá abajo.

—No es posible que todavía te afecte el susto que recibiste cuando eras un niño —dijo tía Dorath.

El joven no respondió. Movió los labios, pero no consiguió pronunciar una sola palabra.

—Bien, entonces ya está decidido —declaró tía Dorath—. Sugiero que todos vosotros descanséis bien esta noche a fin de que os pongáis en marcha temprano. Eso te incluye a ti, Giogioni. No te pases el resto de la velada de juerga por la ciudad. Recuerda que tienes que estar en la cripta al amanecer. Ésta es una misión que ninguno de vosotros ha de tomarse a la ligera. Hasta que el espolón no esté otra vez en el lugar que le corresponde, ninguno de nosotros estará a salvo. Podéis burlaros cuanto queráis, pero sé positivamente que la maldición del espolón no es una mera superstición. Su falta nos traerá males sin cuento.

Giogi se estremeció al imaginar un nuevo encuentro con el guardián. Gaylyn se llevó una mano temblorosa al hinchado vientre. Frefford regresó junto a su esposa para confortarla. Julia observó a Steele, quien se movió con gesto nervioso e impaciente. Tío Drone contempló con fijeza las manchas grasientas de su túnica.

Durante unos minutos, todos guardaron silencio.

—Te acompañaré a la puerta, Giogi —dijo por fin Drone, tendiendo una mano para que lo ayudaran a levantarse de la silla.

De manera mecánica, Giogi se incorporó y ayudó al mago. Mantuvo abierta la puerta de la sala mientras el anciano la cruzaba arrastrando los pies, y salió en pos de su tío.

Cuando la puerta se cerró tras ellos, el viejo mago dio unas palmaditas en el brazo de Giogi.

—Sabes que Dory tiene razón —dijo con suavidad—. Ya es hora de que superes aquel susto que recibiste de pequeño.

—Tía Dorath no se quedó encerrada allá abajo —objetó el joven, mientras descendían por la escalera que conducía al vestíbulo de la entrada principal.

—Bueno, de hecho sí se quedó encerrada, pero eso ahora no viene al caso. Escúchame, muchacho. Tengo algo importante que decirte; algo que no podía revelarte en presencia de los otros.

Recordando de repente la conversación mantenida con Sudacar, Giogi desechó la inquietud que le producía la próxima expedición.

—Y yo tengo que hacerte una pregunta que tampoco podía plantearte delante de los demás. ¿Por qué no me dijiste nunca que mi padre fue un aventurero?

—Te has enterado, ¿eh? ¿Puedes decirme a quién se le fue la lengua?

—Eso no importa —replicó Giogi—. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Tu tía Dorath me obligó a jurar que guardaría silencio.

—¿Cómo pudiste aceptar algo así? —dijo Giogi—. Creí que mi padre te caía bien.

—No sólo eso. También lo quería —susurró Drone, molesto—. Tenía mis razones para guardar el secreto. Y ahora, cállate y escucha.

Cuando llegaron al pie de la escalera, el nuevo lacayo apareció por la puerta pequeña.

—¿Traigo la capa del amo Giogioni, señor? —preguntó.

—Sí, sí —contestó con impaciencia el mago, irritado por la interrupción. Siguió con la mirada al lacayo hasta que se perdió de vista; después volvió la cabeza en todas direcciones a fin de asegurarse de que Giogi y él estaban solos antes de volver a hablar—. ¿Dónde estaba? Ah, sí. Ni el espolón ni el ladrón están en las catacumbas.

—¿Qué? ¿Entonces por qué dijiste que…?

—¡Chist! Baja la voz. Tenía mis razones, pero Dory nunca lo comprendería. Tienes que ir a las catacumbas para seguir con la charada y decirme todo cuanto ocurra allá abajo.

—¡Drone! —se oyó la voz de tía Dorath en el pasillo del primer piso.

—Mira, te lo explicaré todo mañana por la noche, cuando hayas regresado. Mientras tanto…

El lacayo apareció con la capa de Giogi. Drone cogió la prenda y despachó al sirviente con un gesto impaciente de la mano. Mientras el viejo mago echaba la capa sobre los hombros de Giogi, susurró:

—Mientras tanto, ve con cuidado. Cabe la posibilidad, sólo la posibilidad, de que tu vida corra peligro. —Abrió la puerta principal y una bocanada de aire frío penetró en el vestíbulo.

—¿Quieres decir por causa del espolón? —preguntó Giogi.

—No, por el espolón, no… Bueno, tal vez a causa de él, pero no por lo que piensas…

—¡Drone! —llamó tía Dorath por segunda vez.

El mago empujó a Giogi para que saliera.

—Te lo explicaré mañana. Y recuerda: ve con cuidado —insistió.

El anciano cerró la puerta antes de que Giogi tuviera tiempo de hacer más preguntas.

«Es posible, sólo posible, que mi vida corra peligro», pensó el joven. Un escalofrío le recorrió la espalda, y no por causa de la desapacible temperatura. Un mago como Drone decía «sólo posible» cuando cualquier otra persona en los Reinos diría: «sin lugar a dudas».

Una ráfaga de aire puro rizó la superficie de la laguna del Wyvern, pasó ondeante por los muros del palacio y agitó la capa de Giogi. El joven tembló otra vez y deseó no haberse marchado de Westgate, donde todo cuanto tenía que hacer era habérselas con dragones, terremotos y contiendas entre poderes sobrehumanos. En verdad, todas aquellas cosas resultaban insignificantes comparándolas con una crisis familiar.