18
El relato de Madre Lleddew

Del diario de Giogioni Wyvernspur:

Día vigésimo primero del mes de Ches,

en el Año de las Sombras.

Aunque parezca que ocurrió hace un siglo, fue anteayer cuando robaron la reliquia de nuestra familia, y ayer cuando tío Drone murió, vilmente asesinado, sospecho, por el perverso hechicero Flattery. El espolón nos fue devuelto por la extraordinaria bardo y arpera, Olive Ruskettle, quien también ha sufrido la pérdida de su compañera, Jade More, a manos de Flattery.

La señorita Ruskettle no sabe con detalle lo ocurrido, pero cree que Jade sacó el espolón de la cripta familiar a requerimiento de mi tío Drone, quien estaba convencido de que mi destino era hacer uso de la reliquia. Según la señorita Ruskettle, Jade era una Wyvernspur, descendiente, al igual que la maga Cat, de una rama perdida de la familia; tío Drone, de algún modo, debía de conocer esta circunstancia, pues de otro modo no habría enviado a Jade a la cripta defendida por el guardián. Existía otro atributo en Jade que hacía de ella la persona perfecta para llevar a cabo la tarea; al parecer, no se la podía detectar por medios mágicos, con lo que el paradero del espolón permanecería en secreto mientras lo llevara consigo.

La señorita Ruskettle afirma que Cat posee también esa cualidad extraordinaria de ser mágicamente ilocalizable, razón por la que entregó a Cat el espolón esta mañana, simulado bajo la apariencia de un amuleto. Jade entregó la reliquia a la señorita Ruskettle momentos antes de ser asesinada, pero transcurrió un día hasta que la bardo descubrió que tenía en su poder el objeto más buscado de Immersea. Me ha pedido disculpas por no haberme confiado antes el paradero del espolón, pero temía que, una vez que supiera que la reliquia estaba a salvo, olvidara mi empeño en descubrir sus poderes y rehuyera la responsabilidad de usarlo. A fuer de ser sincero, no puedo asegurar que su temor fuera del todo infundado.

Pero, después de haberme enfrentado a los esbirros de Flattery para llegar hasta Madre Lleddew, sería absurdo que ahora me abstuviera de descubrir la verdad sobre el espolón. Tengo la inquietante sensación de que me será necesario conocer lo que madre Lleddew sabe sobre la reliquia, no sólo para garantizar la seguridad del espolón, sino también la seguridad de mi propia familia.

Giogi dejó la pluma en el escritorio y apoyó la cabeza en las manos. A pesar de que compartía la misma sed de justicia de Olive, y no tenía la menor intención de retractarse de su promesa de hacer cuanto estuviera en su mano para ayudarla, aún no estaba seguro de ser capaz de utilizar el espolón.

Si tía Dorath creía que la reliquia estaba maldita, era de suponer que algo malo había en ella. Lo que es más, el hecho de que un hechicero tan perverso como Flattery deseara obtener los poderes del espolón para sus propios fines, no decía mucho en favor de la naturaleza de ese poder. Quedaba la esperanza de que Madre Lleddew pudiera arrojar alguna luz sobre el misterio del espolón, y quizá del propio Flattery, tan pronto como mejorara lo bastante de las heridas para mantener una conversación.

Olive estaba sentada en el comedor de la casa de Giogi, a solas, dando buena cuenta de unos buñuelos con té. Giogi se encontraba en la sala, anotando algo en su diario. Cat había subido a cambiarse de ropa y aún no había regresado. Y Madre Lleddew, quien había perdido su forma de oso antes de llegar a la casa, seguía descansando en su cuarto.

La halfling se recostó en el respaldo y dio un hondo suspiro de satisfacción. Tras ayudar a llevar a Madre Lleddew a su habitación, Olive se las había ingeniado para ofrecer una brillante justificación a Giogi del motivo por el que tenía el espolón y se lo había entregado a Cat. Era una explicación que no sólo ocultaba su desconocimiento de la aparición de la reliquia, sino que además había persuadido a Giogi de la rectitud de sus intenciones. Cat no parecía muy satisfecha con la historia, pero al noble lo había convencido por completo.

La puerta que daba al vestíbulo se abrió, y Madre Lleddew apareció en el umbral. Con su constitución corpulenta, su espeso cabello negro, su firme musculatura y sus ojos sagaces, su apariencia humana guardaba una gran semejanza con la del oso. Vestía la misma túnica marrón y las sandalias de cuero, pero las prendas estaban limpias de barro; como una concesión a las normas sociales, se había sujetado el negro cabello con una cinta.

Pocas personas tenían, como esta mujer, la facultad de hacer que la casa de Giogi pareciese pequeña, se dijo Olive. La sacerdotisa penetró en el comedor caminando muy tiesa, sin la notable agilidad que había demostrado en la lucha. Era evidente que, a despecho de la fuerza que le proporcionaba su naturaleza dual, Madre Lleddew era muy anciana. Su rostro tenía un aspecto ajado y consumido a causa de las arrugas que lo surcaban y su cuerpo se contraía por los achaques y los tirones musculares. Tenía capacidad para sanar las heridas sufridas en el combate, pero nunca podría neutralizar los estragos del tiempo.

Alertado por el rumor de los pasos de la sacerdotisa, Thomas llegó presuroso de la cocina.

—Maese Giogioni os ruega que no lo esperéis, Ilustrísima —dijo el mayordomo mientras retiraba una silla para la sacerdotisa.

Madre Lleddew tomó asiento y apoyó las manos en el regazo mientras Thomas le servía el té. Endulzó la infusión con miel y la removió con cuidado, a la par que echaba una fugaz ojeada a Olive y volvía a mirar su té sin pronunciar una sola palabra.

Por último, tras la cuarta mirada de reojo a la halfling, rompió su mutismo.

—Me complace conocerte al fin, Olive Ruskettle —inició la conversación, en un tono tan quedo que apenas era audible—. Sudacar me ha comentado que cantas una balada dedicada a Selune.

—Eh…, sí —respondió sorprendida la halfling—. «Las lágrimas de Selune». La escribió un amigo mío.

—El ángel de Selune dice que ha transcurrido mucho tiempo desde que se cantó por última vez en los Reinos.

—¿Acaso se interpreta en otros lugares que no sean los Reinos? —preguntó Olive.

—Algunos ángeles la cantan para Selune.

—¿De veras? —Olive sintió que la cabeza le daba vueltas. Los arperos habían prohibido toda la música del Bardo Innominado durante centurias, y, sin embargo, los dioses la escuchaban, pensó con gran regocijo. A Innominado le complacería saberlo. Claro que, quizás aquello fuera más de lo que su vanidad era capaz de asimilar.

—Es posible que mi amigo escribiera la canción aquí, en Immersea —insinuó la halfling—. Era un Wyvernspur.

Madre Lleddew cogió la taza de té con las dos manos y bebió despacio, sin apartar los ojos de la infusión. De tanto en tanto miraba de soslayo a Olive, pero no hizo el menor comentario.

En principio, la halfling pensó que a la sacerdotisa no se le ocurría qué decir, y se preguntó si debería tomar la iniciativa y entablar una conversación. No obstante, transcurridos unos minutos, Olive llegó a la conclusión de que Madre Lleddew era en cierto modo como Dragonbait, el paladín saurio, quien no precisaba palabras para comunicarse, y podía juzgar igualmente a la gente por sus silencios. En consecuencia, Olive se limitó a sonreír y dar un mordisco a otro buñuelo cuando sorprendió a la sacerdotisa observándola otra vez.

Giogi entró al comedor con Cat cogida de su brazo. Iba de punta en blanco, con un jubón adornado con el escudo de armas familiar —un wyvern verde sobre campo amarillo— y la fina diadema de platino en torno a la frente. Cat lucía un vestido de seda verde que no se ajustaba del todo a su esbelta figura, por lo que la maga se había ceñido una banda amarilla a la cintura.

La coordinación de colores ostentada por la pareja no presagiaba nada bueno, en opinión de Olive. Pensó lo irónico que resultaba la insistencia del noble en que le gustaría saber todo lo que fuera importante de la mujer con la que mantuviera una relación sentimental.

La maga parecía sentirse feliz al lado del joven, pero cualquier mujer capaz de aguantar una de las bofetadas de Flattery sin pestañear, tenía por fuerza que ser una buena actriz. Olive se preguntó qué habría pesado más en el ánimo de Cat a la hora de devolver el espolón a Giogi: si la amabilidad y generosidad del noble, o el miedo a regresar con Flattery.

Giogi saludó a Madre Lleddew con una profunda reverencia.

—Me alegro de verte, Giogioni —dijo la sacerdotisa—. Hubo un tiempo en el que temí que no volvería a disfrutar de tu presencia.

—Siento no haber ido a visitaros antes —balbuceó el joven. Un ligero rubor le teñía las mejillas.

Madre Lleddew observó con curiosidad a Cat, con la cabeza ligeramente ladeada.

—Permitidme que os presente a la maga Cat de Ordulin, Ilustrísima —dijo el noble.

Cat hizo una profunda reverencia y alzó la mirada hacia la sacerdotisa, con los ojos muy abiertos en una expresión de temeroso respeto. Olive no pudo por menos que recordar a Alias, quien opinaba que todos los clérigos eran unos necios. ¿Era Cat de otro parecer, o representaba ese papel para Giogi?

La sacerdotisa indicó con un ademán a los dos jóvenes que se sentaran.

—¿Cómo está tu tía Dorath? —preguntó al noble.

—Eh…, bien —respondió Giogi con un ribete de sorpresa. Apartó una silla para Cat y después tomó asiento. Cuando volvió a mirar a Madre Lleddew, no se había borrado la expresión expectante del rostro de la sacerdotisa, por lo que agregó—: Parece muy satisfecha de haberse convertido en tía bisabuela. Al parecer, le gusta cuidar de la pequeña.

—Pobre Dorath —susurró Lleddew con un leve cabeceo. Posó de nuevo la mirada en su taza de té.

—Ignoraba que conocierais a mi tía.

—Hubo un tiempo en que estuvimos muy unidas. Su madre y yo compartimos viajes y aventuras —comentó la sacerdotisa.

—¿Mi bisabuela Eswip fue una aventurera? —Giogi estaba boquiabierto.

—Oh, sí. Quizá deba iniciar mi relato a partir de la mitad. El principio es tan interesante como triste, pero es la segunda parte y el final lo que Flattery no quiere que sepas, Giogioni. Casi ha agotado sus reservas de muertos vivientes para evitar que te reunieras conmigo. Ahora que hemos superado esos obstáculos, narraré mi relato sin más dilación.

—¿Sabéis algo sobre Flattery? —se interesó Giogi.

—No sólo sé algo sobre él, Giogioni. Lo conozco. Lo vi matar a tu padre.

El joven se puso pálido y apretó los puños. Cat estaba conmocionada.

«De algún modo, esa noticia no me sorprende lo más mínimo», pensó Olive, al recordar el retrato abrasado en la cochera y la exclamación de Flattery, «malditos sean», refiriéndose a los Wyvernspur.

Puesto que todos los presentes guardaban silencio, Madre Lleddew acometió la narración.

—Cuando tu padre supo por primera vez que podía utilizar el poder del espolón, me anunció que planeaba salir de aventuras con el propósito de reunir una fortuna con la que terminar la construcción del templo que su abuela y yo habíamos iniciado. Por aquel entonces, yo era ya demasiado vieja para andar pateando los caminos aplastando cabezas de monstruos; pero Cole estaba decidido a ir, lo acompañara o no, y, en memoria del amor que yo le había profesado a su abuela, acepté marchar con él. Pensé que lo mantendría alejado del peligro. —Lleddew soltó una risita suave ante lo irónico de su idea.

»Pero tu padre no quería eludir el riesgo —continuó, con un esbozo de sonrisa—. Con el poder del espolón, era casi indestructible. Pasamos el verano en el collado de Gnoll. Eso ocurrió mucho antes de que Su Majestad iniciara las obras del castillo de Crag para estacionar a los Dragones Púrpuras. Cuando por fin regresamos a Immersea, habíamos reunido suficientes riquezas como para tapizar con diamantes el techo de la Casa de la Señora.

—¿Pero cuál es el poder del espolón? —preguntó Giogi.

—Dorath ni siquiera permitió que Drone te dijera eso, ¿verdad?

—¿Decirme, qué? Hablad, por favor.

—En cada generación de tu familia, el guardián elige a un favorito —explicó Madre Lleddew—. Los elegidos utilizan el espolón para adoptar la forma de un wyvern. De un gigantesco wyvern.

—Un wyvern… Mi padre se transformaba en wyvern… ¿Queréis decir que combatía bajo la forma de esos…, de esos animales?

«Claro —se dijo Cat para sus adentros—. Los wyvern vuelan. Es el espolón de uno de ellos».

—¿Pero por qué se tomó Flattery tantas molestias para que no me enterara de eso? —inquirió desconcertado Giogi.

—Es el resto de la historia lo que Flattery no quiere que sepas —explicó la sacerdotisa.

—Oh, disculpadme. Proseguid, por favor.

—Tu padre salió otra vez la siguiente primavera, pero, habiendo presenciado cómo se desenvolvía al entrar en acción, no creí necesario acompañarlo. Podía cuidar de sí mismo. Se hizo famoso en todo Cormyr, aunque mantuvo en secreto su naturaleza de wyvern para la mayoría. Con el tiempo, habría ampliado el radio de sus viajes ganando más y más renombre, pero conoció a tu madre y se casó con ella a finales de la segunda campaña de verano, y no le gustaba dejarla sola mucho tiempo. Por ello, sólo abandonaba Immersea para llevar a cabo en Cormyr cuantas misiones le encomendaba la Corona.

»Entonces, un día de finales de otoño, hace catorce años, cuando tu padre acababa de regresar a casa de un viaje, una pequeña tribu de elfos pasó por Immersea. Eran refugiados de un asentamiento en el bosque Fronterizo. Un perverso hechicero había llegado del Gran Desierto de Anauroch y había robado sus riquezas, destruido su ciudad, y esclavizado a la mayoría de su pueblo.

»Cuando los elfos vieron a tu padre, se volvieron como locos y lo atacaron cegados por el odio. Lo confundieron con el hechicero, ¿comprendes? Ni que decir tiene que los compañeros de tu padre los contuvieron y lograron, tras largas discusiones, convencerlos de que no era el malvado hechicero.

»No obstante, Cole comprendió que el hechicero debía de ser un Wyvernspur perdido. En su opinión, el honor de la familia se había puesto en entredicho, y juró que haría justicia, vencería al hechicero, y devolvería a los elfos lo que se les había robado. Dos de los elfos aceptaron guiarlo a su tierra y conducirlo hasta la fortaleza del mago.

»Tu madre tuvo unas espantosas premoniciones. El viajar en otoño e invierno era ya de por sí bastante peligroso para él, pero que se dispusiera a atacar a un poderoso hechicero la tenía medio loca de preocupación. Cuando vio que ninguno de sus razonamientos lo disuadía, me suplicó que lo acompañara.

»Éramos nueve, incluidos tu padre y los elfos. Cubrimos la distancia hasta el desfiladero de las Sombras a buen paso, antes de que cayeran las primeras nevadas. Los habitantes de Daggerdale se mostraron muy poco hospitalarios, así que seguimos adelante para cruzar cuanto antes aquellas tierras. Por fin, llegamos al bosque Fronterizo y al asentamiento de los elfos.

»Nuestros guías elfos, y por supuesto todos nosotros, hubiésemos querido no ver jamás los despojos de la ciudad elfa. Flattery había convertido a todos los esclavos en zombis y los había dejado en la ciudad para que la defendieran como un puesto avanzado de su reino desértico.

»El parecido entre los miembros de la familia Wyvernspur fue nuestra mejor ventaja. Al confundir a Cole con su nuevo amo, los zombis nos dejaron pasar por la ciudad sin causarnos daño. De ese modo llegamos a la fortaleza de Flattery sin previo aviso.

»La fortificación no era muy grande; la mitad de Immersea, más o menos. En cambio, sus murallas eran el doble de altas que las de Suzail. Sólo Flattery habitaba en su interior, servido por los muertos vivientes. Cole engañó a los zombis de las puertas con la misma facilidad con que había embaucado a los de la ciudad elfa, de modo que penetramos en la plaza fuerte de Flattery y acabamos con muchos de sus secuaces antes de que su amo advirtiera nuestra presencia.

»Acorralamos al hechicero, y Cole exigió saber el nombre del padre de Flattery. Flattery prorrumpió en carcajadas y respondió que el nombre de su progenitor permanecería en el anonimato a menos que Cole aceptara entrar en combate con él, sin que interviniera nadie más. Cole accedió, adoptó la forma de wyvern merced al poder del espolón, y alzó el vuelo. Aún no había salido el sol, pero presenciamos la batalla a la mortecina luz del alba.

Olive aprovechó la momentánea pausa de la sacerdotisa para plantear una pregunta.

—Disculpad, Madre Lleddew. ¿Cuáles fueron las palabras exactas que utilizó Flattery? ¿Que el nombre de su padre permanecería en el anonimato?

—No. Dijo que su padre permanecería innominado. Me extrañó que eligiera unas palabras tan peculiares.

Giogi fue rápido en captar la idea de la halfling.

—Olive, ¿estás pensando en el Bardo Innominado, la persona a quien hiciste referencia cuando nos hablaste de Alias?

Olive asintió en silencio, pero hizo un ademán para contener cualquier otra pregunta del noble.

—Dejemos que Madre Lleddew prosiga con la historia. Siento la interrupción, Ilustrísima —dijo.

La sacerdotisa asintió con un movimiento de cabeza y acometió la descripción de la batalla entre Flattery y el padre de Giogi.

—El primer ataque de Flattery fue arrojar un rayo contra Cole, pero el disparo se perdió lejos de su diana. Después creó una muralla de fuego en el aire, pero tu padre la eludió con facilidad. El hechicero realizó un tercer conjuro mientras Cole se lanzaba en picado sobre él, pero no tuvo efecto alguno que fuera perceptible para quienes presenciábamos el combate. Verás, además de transformarlo en wyvern, el espolón hacía a Cole inmune a cualquier hechizo.

»Tu padre agarró al hechicero y, remontando el vuelo, le propinó dentelladas hasta que cesaron los forcejeos de Flattery. Parecía que Cole había vencido, pero entonces…

Madre Lleddew cerró los ojos como si no quisiera ver lo que había presenciado en el pasado.

—Mientras Cole volaba de regreso hacia donde lo aguardábamos, una nube negra flotó en su dirección desplazándose contra corriente. Cuando reparamos en lo extraño de su forma y movimiento, ya era demasiado tarde para Cole.

»La nube era una banda de quince o veinte espectros. Puede que actuaran por propia iniciativa, pero yo estoy convencida de que Flattery los había invocado, rompiendo así el acuerdo de sostener un combate individual. Sea como fuere, lo cierto es que los espectros se lanzaron sobre Cole como un solo cuerpo. Tu padre soltó un alarido al sentir su tacto gélido que le succionaba la vida, y dejó caer al hechicero.

»Invoqué a Selune para alejar a los espectros de tu padre. Se dieron a la fuga, si bien es más probable que los ahuyentara el sol naciente y no mi intervención.

»Cole estaba muy debilitado cuando aterrizó, pero acometió de inmediato la búsqueda del cuerpo de Flattery. Ninguno de nosotros había visto dónde había caído.

»Entonces, un dragón azul cernido en lo alto desafió a tu padre. Puesto que con su magia como ser humano no infería daño a Cole, Flattery había adoptado otra forma con la que sí podía hacerlo. Cole remontó el vuelo otra vez.

»A juzgar por la torpeza de los ataques de Flattery y las heridas sufridas en el primer combate, supusimos que no tenía oportunidad de vencer. Pero los espectros habían agotado a Cole más de lo que imaginábamos. Con todo, la liza discurrió nivelada hasta que intervino una nueva cuadrilla de sicarios de Flattery.

»Estos nuevos zombis, más poderosos que el resto, dispararon con ballestas sobre Cole. El mago que venía con nosotros arrojó una bola de fuego contra los muertos vivientes que acabó con ellos antes de que tuvieran oportunidad de lanzar una segunda andanada.

»Era difícil distinguir al dragón azul en contraste con el cielo. Cayó en picado sobre Cole y ambos se precipitaron al suelo mientras se destrozaban a zarpazos y mordiscos. Se separaron en el último momento, y Flattery, aunque malherido, consiguió remontar el vuelo, pero Cole se estrelló contra el suelo.

Madre Lleddew se enjugó las lágrimas. Giogi intentó deshacer el nudo que le oprimía la garganta. La sacerdotisa finalizó el relato.

—Flattery no regresó a su ciudad, ni tampoco encontramos su cuerpo. No obstante, estábamos seguros de que, si no había muerto, sufría unas heridas tan graves que se vería forzado a huir para salvar la vida.

»Cole había muerto. Yo misma hubiera llevado a cuestas sus restos de vuelta al hogar, pero no había recuperado su forma humana al morir, como es habitual en los seres de doble naturaleza. No sabíamos cómo realizar la transformación y resultaba una tarea imposible transportar el cadáver de un wyvern. Tuvimos que llamar a Drone. Aguardamos diez días con sus noches hasta que tu tío llegó.

—¿Qué hizo tío Drone? —preguntó Giogi.

—Algo tan sencillo que me llamé estúpida por no haberlo pensado —contestó la sacerdotisa, sacudiendo la cabeza—. Aunque también era algo horrible.

—¿Qué? —insistió el noble.

—Cortó el espolón derecho del wyvern. El apéndice se transformó en la reliquia momificada y Cole recobró su forma humana.

Giogi tuvo que contener una náusea. Compadeció a tío Drone por verse obligado a realizar una tarea tan macabra. Sólo él había sido lo bastante sagaz para ocurrírsele la idea.

—No estoy seguro de querer saberlo, pero supongo que no tengo opción —dijo el noble mientras miraba de soslayo a Olive—. ¿Cómo conseguía mi padre que funcionara el espolón?

—No lo sé con certeza. Lo guardaba en la bota y, cada vez que necesitaba transformarse, imagino que sólo tenía que concentrarse en ello.

—Disculpad, señor —intervino Thomas—. Supongo que no tendréis el espolón guardado en vuestra bota, ¿verdad?

—Pues, sí. Aquí está, justo al lado de la piedra de orientación —contestó Giogi, palmeándose la pantorrilla derecha—. ¿Por qué lo preguntas?

—Perdonad que me atreva a sugeriros que evitéis pensar en los wyvern hasta que salgáis de la casa. Quizá, para mayor seguridad, convendría que dejarais el espolón sobre la mesa mientras dure esta charla. Una transformación dentro de la casa podría resultar un poco incómoda.

Giogi sacó la reliquia de la bota y la colocó junto a su plato.

—Bien pensado, Thomas —dijo—. Sería como soltar a un elefante en el laboratorio de un alquimista, ¿verdad?

—Más o menos, señor.

El noble cubrió el espolón con la servilleta. La sola idea de transformarse en otro ser, incluso en el exterior, donde había sitio de sobra, lo atemorizaba. Debía de ser espantoso tener alas, en lugar de brazos, y una horrible cola restallante, cargada de veneno, y escamas por todo el cuerpo. ¿Cómo había tenido Cole valor para hacerlo?

—Disculpad, Madre Lleddew —intervino Olive—. Al principio dijisteis que habíais viajado con la bisabuela de Giogi. ¿Acaso ella utilizó también el espolón?

—Sí, en efecto. Ése es el principio de la historia. El padre de Eswip era el caballero Gould III. Él mismo usó el espolón, pero no tenía un hijo varón y Eswip resultó ser la favorita elegida por el guardián. Contrajo matrimonio con su primo, Bender Wyvernspur, que heredó el título familiar de su tío Gould. Tuvieron dos hijos varones, Grever y Fortney; y una hija, Dorath. El guardián no se interesó por los muchachos, y escogió a Dorath como la elegida de su generación.

—Si no me equivoco, no existía reciprocidad en esa deferencia por parte de Dorath —comentó Olive.

—No —dijo la sacerdotisa, sacudiendo la cabeza—. Eswip murió en combate cuando Dorath no era más que una niña, y su pérdida despertó en ella un resentimiento que jamás superó. Años más tarde, en la temporada en que Dorath fue presentada en la Corte, unos necios petimetres se mofaron de ella llamándola la hija de la bestia. Cuando Su Majestad se enteró de lo ocurrido, desterró a aquellos idiotas; Rhigaerd se mostró siempre muy sensible a las lágrimas de una hermosa jovencita. Mas el daño ya estaba hecho. No importó que doce generaciones de Wyvernspur antes que ella se hubieran ganado la gratitud de la Corona defendiendo Cormyr bajo la forma de wyvern. Para Dorath, el poder del espolón era algo vulgar y depravado, y, por supuesto, la causa de que su madre hubiera muerto.

—Por ello no quería que nadie supiera los atributos de la reliquia —dijo Giogi—. Y deseaba que se olvidara la historia del espolón en la familia Wyvernspur.

—Más aún: fue la razón por la que no se casó —repuso la sacerdotisa—. Luchó durante años para resistir la llamada del guardián de que usara el espolón. No resultó fácil. Estaba convencida de que la «maldición», como ella lo llamaba, caería sobre uno de sus hijos, como ocurre con la licantropía, y, en consecuencia, juró no tener descendencia. Fui incapaz de convencerla de que estaba en un error. Discutimos, y dejó de visitar la Casa de la Señora. Dijo que mi asesoramiento estaba influido por la lacra que significaba mi naturaleza dual. Debió de ser un golpe tremendo para ella descubrir que el guardián había escogido a su sobrino Cole como el siguiente elegido de la familia. Culpó al guardián de la muerte de Cole, y a Drone por apoyarlo. —Madre Lleddew se levantó de su silla—. Os he contado todo cuanto sabía. Ahora he de regresar al templo.

—¿Sola? ¿No será peligroso? —objetó Giogi.

—A estas horas, el ángel de Selune habrá despejado el camino de todos los muertos vivientes —respondió la sacerdotisa.

—Flattery podría regresar y arrojar más zombis desde la nube —apuntó Giogi. Lleddew sacudió la cabeza.

—Flattery no desperdiciará más energía conmigo. Es a ti a quien teme. Tienes el espolón y conoces cómo utilizar su poder. Además, te he revelado que mató a tu padre; sabes ya que Cole lo habría destruido si él no hubiese roto las normas del combate valiéndose de argucias.

—Por lo tanto, Giogi tiene oportunidad de derrotarlo —comentó Olive. Madre Lleddew asintió con un movimiento de cabeza.

—Sin embargo, no olvides que tu padre era un luchador avezado bajo la forma de wyvern. No creo recomendable plantear un desafío sin prácticas previas.

Giogioni no hizo comentario alguno sobre luchar con Flattery bajo la apariencia de wyvern. La idea lo había dejado anonadado.

—He de marcharme, Giogioni —insistió Madre Lleddew—. Aún tengo que hacer los preparativos para el funeral de tu tío. Que la gracia de Selune esté contigo.

El noble se obligó a salir de su estupor y se puso de pie. Cogió el espolón de encima de la mesa y escoltó a la sacerdotisa fuera del comedor. Thomas fue en pos de ellos.

—Bien, bien —murmuró la halfling cuando la puerta se cerró a sus espaldas.

—Olive, hay ciertas cosas que todavía no entiendo —dijo Cat con un ribete de desafío en la voz.

—Intentaré explicártelas lo mejor que sepa —se ofreció con tono obsequioso, rogando a Tymora en su fuero interno ser capaz de hacerlo.

—Sabía que podía contar contigo —repuso la hechicera con un ligero retintín—. En primer lugar, si tu protegida Jade tenía el espolón, ¿por qué corrió el riesgo de hurgar en los bolsillos de Flattery para buscarlo?

—Evidentemente, para no despertar mis sospechas —respondió la halfling—. Me había insinuado que tenía algo que decirme, pero que había dado su palabra a alguien de mantenerlo en secreto hasta que todo hubiera terminado. Imagino que esa otra persona era Drone. Ojalá me hubiera confiado su pequeña intriga familiar. Puede que aún estuviera viva.

Cat tamborileó los dedos en la mesa con gesto impaciente. Intuía que la halfling le ocultaba algo. Deseosa de cogerla en un renuncio, planteó una nueva pregunta:

—Si soy inmune a la detección mágica, ¿por qué el augurio condujo a Steele directamente a mi bolsillo?

—Oh, pero las cosas no sucedieron así —explicó Olive—. La predicción se realizó ayer y vaticinó que el espolón se encontraba en el bolsillo del pequeño asno. Lo sé porque tenía también bajo vigilancia a Steele. La reliquia no estaba ayer en tu poder.

—No, aún la tenías tú —recordó la hechicera, que seguía desconfiando de cualquier respuesta dada por la halfling.

—En efecto. El augurio le reveló a Steele que el espolón estaba en mi bolsillo. —Olive hizo que su cerebro trabajara a marchas forzadas. Cat no debía sospechar que ella era Pajarita, de modo que tenía que justificar que el adivino la llamara pequeño asno—. Verás, ése era…, mejor dicho, es el nombre clave por el que se me conoce entre los arperos: Pequeño Asno —prosiguió Olive con un tono más firme—. Por fortuna, Steele no había oído hablar de mí ni de mi apodo. Presumo que Waukeen prefirió no revelarle el paradero del espolón, y, en consecuencia, el augurio fue lo más ambiguo posible.

—Dime, ¿cuál era el nombre clave de tu protegida, Jade? ¿Dragón Dorado? —inquirió Cat con evidente sarcasmo.

—No. Era Cuchara de Plata —replicó Olive con aspereza, alzando la vista de su taza de té. Rebuscó de nuevo en el mágico saquillo reductor de Jade, sacó la cucharilla de plata que había visto por la mañana entre los demás trastos, y la puso sobre la mesa—. Su marca con sus iniciales —dijo. Cat cogió la cucharilla.

—Jota, uve doble. Jade… ¿qué más? —preguntó.

—Wyvernspur, naturalmente. Como ya dije, era una Wyvernspur, como tú, aunque se hacía llamar Jade More. Quería mantener en secreto su verdadera identidad. —Olive hablaba con seguridad, pero, para sus adentros, se preguntó cómo demonios había llegado a poder de Jade una cucharilla de plata con sus iniciales grabadas. ¿Se la habría regalado Drone?

La maga bajó la vista a la mesa, sin estar ya tan segura de que la halfling mintiera.

—Olive, con respecto a esa gema que Jade sustrajo a Flattery…, la que describiste como un cristal tan negro como una noche sin luna, ¿estás segura de que fue destruida? Espero que no lo dijeras para convencerme de que no volviera con él, ¿verdad?

La halfling estudió con atención el semblante de Cat, en el que se reflejaba una gran ansiedad. La maga deseaba esa gema más que nada en el mundo. Le había preguntado a Flattery por ella, y la había llamado la gema de la memoria.

—Entiendo. Eso es lo que te prometió Flattery a cambio de ayudarlo a robar el espolón, ¿no es así? —inquirió.

Cat asintió en silencio.

—Déjame que adivine lo ocurrido. Apuesto a que te dijo que con esa gema recobrarías la memoria —conjeturó Olive. Cat dio un respingo.

—¿Cómo lo sabes? Es imposible que te enteraras por ningún conducto —replicó la hechicera con un dejo colérico.

Olive se preguntó si sería aconsejable revelarle la verdad, que no tenía un pasado que recordar, que su vida había comenzado un año atrás.

«Con ello dejaría de depender de Flattery… siempre y cuando me creyera —razonó la halfling—. No —decidió por último—. No es el momento más oportuno para revelar la verdad; resulta demasiado inverosímil».

—¡Respóndeme, maldita sea! —exigió Cat.

Olive alzó la vista hacia la hechicera con expresión fatigada.

—Jade perdió también la memoria, lo mismo que Alias. Verás, es algo que se transmite en la rama de tu familia —explicó—. No se me ocurría ningún otro motivo por el que estuvieras lo bastante desesperada como para comprometerte con alguien como Flattery.

—¿Es verdad que la gema se destruyó? —insistió Cat.

—Sí.

La maga bajó la mirada a su regazo, asaltada por una profunda agitación.

—Sé que no te va a gustar este consejo… —dijo Olive—, pero creo que serías mucho más feliz si renunciaras a remover tu pasado y pensaras sólo en tu futuro.

Cat se incorporó con brusquedad. Unas lágrimas ardientes brillaban en sus ojos.

—¿Y qué te hace pensar que merece la pena que ponga mis esperanzas en el futuro que me aguarda? —gritó descompuesta.

Antes de que Olive tuviera oportunidad de responder, la maga había salido del comedor cerrando la puerta a sus espaldas con un golpe seco. La halfling suspiró. Era todo cuando podía hacer por Cat.

Olive alargó la mano para coger otro buñuelo, pero la bandeja de dulces estaba vacía. No había derecho. Después de la tensión que había soportado durante los últimos días, lo menos que merecía a cambio era comerse otro buñuelo. Se bajó de un salto de la silla y se dirigió a la cocina.

Thomas estaba sentado a la mesa, de espaldas a la puerta. Iba a preguntarle si no tenía en el horno algunas pastas cuando reparó en lo que hacía el mayordomo.

Preparaba una bandeja con un servicio de té, como la que le había visto llevar con todo lo necesario para un desayuno. ¿Para quién era?, se preguntó Olive. ¿Habría algún criado enfermo en el ático? Imposible. Con un cuerpo de servicio tan reducido, ya se habría hecho algún comentario. ¿Acaso Thomas tendría algún pariente acogido en secreto? Los parientes fugitivos no eran un caso infrecuente en la familia de Olive.

Decidió echar una ojeada y siguió a hurtadillas al ayuda de cámara de Giogi cuando abandonó la cocina y se dirigió a la escalera.

Giogi se encontraba en el jardín trasero viendo a Madre Lleddew alejarse en el carruaje alquilado, de regreso a la Casa de la Señora.

«Parece muy amable —pensó—. Fue una buena amiga de mis padres. Con todo, ha sido un poco chocante descubrir su doble naturaleza».

Pero no tanto como la historia acerca de su padre.

Sacó el espolón que guardaba en la bota y le dio varias vueltas entre sus manos. «Tía Dorath debe de estar tirándose de los pelos en este momento, por miedo a que haga uso de esto. O tirándole de los pelos a Frefford por permitir que Cat me lo entregara».

Sostuvo el espolón frente a sí.

«Wyvern —pensó—, quiero ser un wyvern».

No sintió nada extraño. No se operaba cambio alguno en su cuerpo.

«No funciona —se dijo—. El espolón debe de saber que no deseo de verdad convertirme en un wyvern. Los wyvern son bestias; y yo no quiero ser una bestia.

»Escúchame —increpó a la reliquia—. Soy igual que tía Dorath. Jamás seré un aventurero, como mi padre. No está en mi naturaleza».

Se encaminó a la puerta de la cocina para entrar en la casa, pero la idea de internarse en el ambiente cerrado y sofocante de sus muros le resultaba insoportable. El temor a enfrentarse a Cat y a Olive, y confesar que no quería ser un wyvern, era aún peor.

«Tengo que poner pienso a Margarita Primorosa», pensó.

Siempre que se sentía deprimido o inseguro, ocuparse de los caballos lo ayudaba a superar el mal momento. Se encaminó hacia la cochera y entró en ella.

Pasaba suficiente luz por las ventanas para que no fuera necesario prender la linterna. Sin embargo, tuvieron que transcurrir unos segundos hasta que sus ojos se acostumbraron del resplandor exterior al sombrío interior. En primer lugar examinó el calesín. El eje delantero descansaba sobre un caballete para facilitar la reparación de la rueda rota. El retrato que tanto había asustado a Pajarita estaba recostado contra la pared del establo de la yegua. Giogi le había pedido a Thomas que lo dejara allí hasta que decidiera si se restauraba el marco o encargaba uno nuevo.

El noble buscaba el balde de los cepillos de Margarita Primorosa cuando escuchó un sollozo ahogado procedente de algún rincón del desván.

«Caramba —pensó—. ¿Quién llora a escondidas en el sobrado de mi cochera?».

Mientras Giogi trepaba por la escalera de mano, algo se arrastró sobre la paja. Al llegar arriba alcanzó a ver una figura que retrocedía buscando el abrigo de las sombras. Atisbó un fugaz brillo cobrizo y el amarillo de una seda, y supo de inmediato quién era.

—Cat… —llamó con un susurro.

Se oyó un corto hipido, pero la figura no salió de las sombras. Giogi subió al sobrado y se acercó a la maga.

—¿Qué te ocurre? —preguntó con voz queda.

—Nada —replicó la mujer, sin volver el rostro hacia el joven.

Giogi se sentó a su lado en la paja, la agarró por los hombros, y la hizo volverse hacia él sin brusquedad. Tenía el rostro húmedo de lágrimas y los ojos hinchados y enrojecidos.

—Por favor, dime qué te ocurre —insistió.

—Nada —repitió la maga—. Nada por lo que valga la pena llorar. Lo que pasa es que soy una estúpida. Una estúpida que desea las cosas más absurdas. Pero ya pasó. No era mi intención llorar. No sé qué me ha ocurrido. Nunca lloro.

—Eso no es del todo cierto. Lloraste anoche, cuando estabas asustada —le recordó Giogi.

Cat bajó la mirada hasta sus manos.

—Lo había olvidado. Pensarás que soy una idiota que sólo sabe llorar.

—Desde luego que no. ¡Qué cosas se te ocurren! Todo el mundo llora. Es como esa poesía: «Los soldados tienen su miedo a la batalla…», no sé qué otra cosa…, «y las damas el privilegio de las lágrimas».

Cat prorrumpió de nuevo en sollozos. Giogi la atrajo hacia sí y la acunó con ternura.

—Vamos, vamos, mi dulce gatita —la consoló con voz queda.

Por fin la mujer se tranquilizó.

—¿Qué es lo que te hizo sentirte tan triste? —preguntó Giogi.

—Eres tan bueno… —balbuceó Cat entre hipidos.

—Si quieres, intentaré ser un malvado, si ello te hace feliz —se chanceó el noble.

—No, no podrías —contestó Cat, alzando la mirada hacia Giogi—. No sabrías ni por dónde empezar.

—Puede que no —admitió el joven—. ¿Llorarás otra vez si hago algo agradable? —inquirió.

—¿Cómo qué? —inquirió a su vez Cat.

Giogi se inclinó sobre el rostro de la maga y la besó en los labios con dulzura. Puesto que su beso no la hizo llorar, la besó de nuevo, esta vez con más intensidad.

—Ahí tienes. Esto no te ha causado mucha tristeza, ¿verdad?

—No —admitió la maga—. Y tampoco ha sido una tontería.

—Si te ha gustado, no.

—Y puedo llorar si me apetece, ¿verdad?

—Desde luego. Pero prefiero verte sonreír. —Giogi quiso besarla otra vez, pero ella volvió el rostro y empezó a sollozar—. Cat, ¿qué te ocurre? Confía en mí, cariño.

—Flattery me dijo que llorar es una idiotez —respondió la maga entre sollozo y sollozo—. Y también besarse. Y… Y… también otras cosas que yo deseaba. Durante mucho, mucho tiempo, creí que tenía razón, pero mentía, ¿verdad?

—Flattery es un monstruo, un ser despreciable —dijo Giogi, dominado por la furia—. Y cuanto antes te olvides de él, mejor. Ni siquiera tienes que volver a verlo.

—Pero no lo entiendes. Es mi maestro…

—Simplezas. No necesitas maestro. Yo puedo protegerte.

Cat se apartó del noble.

—No, Giogi, no puedes. Deja que acabe de explicártelo. Tengo que decírtelo todo. Es mi maestro, y le temo tanto que he hecho cuanto me ha pedido. —Cat vaciló, asustada de confesarle lo que creía que el noble debía saber. Giogi sintió un escalofrío de miedo y tuvo que tragar saliva para deshacer el nudo que le apretaba la garganta.

—¿Qué hiciste, Cat? —preguntó.

—Me casé con él.

Giogi se quedó inmóvil, estupefacto. Una sensación de inmenso alivio se mezcló con otra de profundo dolor. No sabía cuál de los dos sentimientos analizar en primer lugar.

—Ignoraba que hubiera asesinado a tanta gente… —agregó Cat.

Giogi cerró los párpados y respiró hondo.

—¿Lo amabas? —preguntó al cabo.

—No.

El noble soltó la respiración contenida.

—Pero eso no importa. Lo que cuenta es que consentí en desposarme con él —añadió la mujer.

—Claro que importa. Además, un voto arrancado bajo amenaza no es válido.

—Es que no me amenazó, Giogi. Era yo quien tenía miedo.

—¿De qué tenías miedo?

—De que me revendiera como esclava al ejército de Zhentil, o de que me convirtiera en uno de sus zombis, o de que me echara de carnaza a sus trasgos —respondió la maga, encogiéndose de hombros.

—Ya veo. ¿Por eso lo temías? —Giogi adoptó un tono tranquilo, aunque en su interior estaba perplejo ante el horror en el que la mujer debía de haber vivido bajo el dominio del hechicero.

—Sí. No quería morir. No me asusta que me golpeen, pero me aterroriza la muerte.

—¿Es que te pegaba? —gritó el noble, incorporándose de un brinco.

Entonces Cat se encogió sobre sí misma, asustada por el arranque colérico del joven.

Giogi dio un puñetazo en una de las vigas del techo bajo. La maldad del hechicero no conocía límites. Alguien tenía que pararle los pies.

—Lo siento —susurró Cat.

Giogi bajó la mirada hacia la acobardada mujer y se sintió avergonzado de haberla asustado. Tomó las manos de Cat entre las suyas y la ayudó a levantarse.

—No digas tonterías —musitó. La besó en la frente con ternura—. Ven. Regresemos a la casa.

Cat dejó que el noble la condujera fuera de la cochera. Cruzaron el jardín y él mantuvo abierta la puerta principal para que entrara en el vestíbulo. La pareja se dirigió con paso vivo a la sala, donde el ambiente era caldeado. Pasó algún tiempo antes de que repararan en la ausencia de Olive y se preguntaran dónde se habría metido.

«Esta casa es ideal para curiosear de un lado a otro sin que nadie advierta tu presencia —pensó Olive mientras seguía a hurtadillas a Thomas por el pasillo del primer piso—. Tendría que promulgarse una ley: toda casa acaudalada debe tener alfombras gruesas». Ojalá Jade hubiera estado allí para compartir con ella aquel chiste.

Olive aguardó frente a la puerta del ático, escuchando las pisadas de Thomas que subían otra escalera. Tomó nota de que los peldaños tercero y quinto crujían un poco.

Abrió la puerta una rendija y, al comprobar que no había nadie a la vista, se dirigió a la escalera y subió los dos primeros peldaños; en el tercero pisó por el extremo, donde la madera era más firme; llegó al cuarto, y se quedó inmóvil como una estatua, escuchando con atención.

Se oía la voz de Thomas, amortiguada, pero clara.

—Ya lo ha encontrado.

Olive no escuchó respuesta alguna.

—¿Hay tiempo todavía? —preguntó Thomas.

Nada. Olive no conseguía oír la otra voz. «¡Habla más alto, maldita sea!», rezongó la halfling.

—Pero quizás use el espolón —dijo el mayordomo con un tono de alarma.

Olive remontó otros dos peldaños.

—¿Creéis que eso es prudente, señor? —inquirió Thomas.

«No es un pariente con quien está hablando», comprendió Olive.

Algo suave rozó las piernas de la halfling, que estuvo a punto de caer rodando escaleras abajo. Un gato negro alzó la vista hacia ella y lanzó un sonoro maullido. «Cuando no es una cosa, es otra», se quejó para sus adentros Olive. Gesticuló con las manos para alejar al animal y se escabulló escaleras arriba.

Pasaron varios segundos sin que Thomas volviera a hablar, y el nerviosismo se apoderó de la halfling. Un sexto sentido le advertía que había llegado el momento de largarse sin hacer ruido. Bajó la escalera en completo silencio. Justo cuando llevaba la mano al pestillo de la puerta, se oyó en lo alto una voz que no era la del mayordomo.

—Atrancar.

Olive giró el pestillo, pero la puerta no se abrió.

Unas pisadas cruzaron el piso del ático en dirección a la escalera. Olive giró sobre sus talones y alzó la mirada. En lo alto se encontraba una figura ya muy familiar para la halfling, vestida con la túnica de mago.

—Olive Ruskettle, no pensarás dejarnos tan pronto, ¿verdad? Estaba deseando conocerte.

La halfling se volvió hacia la puerta y empezó a propinarle patadas y puñetazos.

—¡Giogi! —chilló—. ¡Es Flattery! ¡Socorro! ¡Giogi!

—Estática —siseó el hechicero, apuntando con un clavo de hierro a la halfling.

Olive sintió que sus músculos se agarrotaban de golpe. Se quedó paralizada, con el rostro y los puños apoyados contra la hoja de madera.

—Tráela aquí, Thomas —ordenó el mago—. Yo me ocuparé de ella. —El hechicero soltó una risita suave—. Tan astuta, pero tan conflictiva. Igual que la otra mujer de mi vida.