17
El espolón

Manteniendo abierto el diario de Drone con los codos, Cat se inclinó sobre él y apoyó la cabeza en las manos. A despecho de la cristalera rota y la puerta destrozada, la temperatura del cuarto era agradable, siempre y cuando no se despojara de la capa de pieles echada sobre los hombros. Aislado de las demás habitaciones ocupadas por la familia, el laboratorio gozaba de una calma maravillosa, pero la maga era incapaz de concentrarse. La apretada escritura del anciano hechicero se emborronaba ante sus ojos, y su mirada vagaba por la habitación sin enfocarse en nada concreto.

Sacó el amuleto del bolsillo con gesto nervioso. Envueltos en la seda se advertían cinco bultos de tamaño y forma diferentes. Sintió el aguijonazo de la curiosidad por ver aunque sólo fuera uno de los bultos, pero lo dominó con un esfuerzo de voluntad y volvió a guardar el amuleto. Pasar por alto la advertencia de Olive Ruskettle sería tanto como pedir a Tymora que le deparara más mala suerte. Y ya había sufrido infortunios de sobra, pensó Cat.

Su mirada se perdió en el vacío y dejó que su mente se zafara de la tarea que tenía entre manos para rememorar los acontecimientos ocurridos en el transcurso de los últimos meses. Todo le había salido mal desde mediados del año pasado. Se había despertado en plena Fiesta de Verano, en un callejón de la fortaleza de Zhentil, sin recordar cómo había llegado allí, o cualquier otro detalle que no fuera su nombre y lugar de nacimiento. El resto de su historia se había borrado de su mente dejando en su lugar un vacío irritante y una sensación de insatisfacción e inseguridad.

Sin saber adónde ir, deambuló por las calles después del anochecer y se dio de bruces con una de las patrullas de leva que recorría Zhentil. Tras una breve lucha, la hicieron prisionera. Cometió la estupidez de jactarse de sus poderes mágicos con la esperanza de coaccionar o amedrentar a la ronda reclutadora para que la dejara marchar. En lugar de ello, se encontró destacada en las filas de una unidad del ejército que se dirigía a Yulash.

Un viejo hechicero zhentarim, que se parecía más a una fea y arrugada araña que a un ser humano, le hizo una prueba de sus poderes mágicos y le proporcionó un libro tan escaso de páginas como él de carnes, que contenía la clase de conjuros que sólo se encomendaban a los magos esclavos. A juzgar por el reducido tamaño del libro y las manchas de sangre de sus cubiertas, era obvio que sus maestros no confiaban en que sobreviviera, y mucho menos que destacara en la batalla.

Tras cinco días de marcha forzada, su unidad entró en combate por vez primera contra una columna de los Plumas Rojas de Hillsfar. La batalla fue una carnicería para ambos bandos, en la que sólo sobrevivieron los oficiales que marchaban en los flancos. Cat gastó pronto toda su capacidad mágica y el enemigo rebasó su posición. Carente de poder, y exhausta, se tiró al suelo con la esperanza de pasar por uno de los muertos y huir cuando hubiera oscurecido. Entonces fue cuando Flattery la rescató.

Quizá rescatar no era la palabra adecuada, pensó Cat. Recoger sería un término más preciso, decidió.

Tan pronto como los oficiales dieron por finalizada la jornada para retirarse a sus tiendas y llenar los estómagos, los zombis de Flattery se dispersaron por el campo de batalla y empezaron a recoger cuerpos destinados a los experimentos de Flattery… y para alimento de algunos de sus secuaces más repulsivos. Un zombi particularmente obtuso, incapaz de diferenciar los muertos de los desvanecidos (ya que Cat se había quedado dormida), la recogió y la llevó al castillo de su maestro.

Cat recordaba lo impresionada que había quedado la primera vez que vio a Flattery encaramado a un parapeto desde el que se dominaba el panorama de los campos tendidos a sus pies. Pensó que las facciones aguileñas del hechicero y su sonrisa lobuna eran muy atractivas. Y su inteligencia y destreza en el arte eran igualmente seductoras.

Pero Flattery guardaba con gran celo sus poderes y secretos. No tenía aprendices, ni familia, ni compañeros, y se rodeaba de sus sirvientes zombis. Se aislaba del mundo exterior y de la vida diaria, utilizando a sus esbirros para que recogieran cuanto necesitaba para trabajar y vivir. El hechicero tenía un temperamento violento e imprevisible, lo que quizás explicaba por qué prefería trabajar con esclavos que lo obedecían ciegamente. Por otro lado, el vivir rodeado de semejantes esclavos podía haber contribuido a que su carácter fuera tan retorcido.

El hechicero pudo haber convertido a Cat en un zombi, o entregársela a sus trasgos para que la devoraran, o cobrar su rescate a los zhentarim. Pero no lo hizo. Por el contrario, tomándola bajo su tutela, la instaló en un entorno agradable, le enseñó nuevos conjuros y trató de realizar un hechizo que le hiciera recobrar la memoria. Cat no tenía nada que objetar a recibir alojamiento y enseñanzas, pero lo que más ansiaba era recuperar la memoria.

El deseo de llenar el vacío de su mente creció día a día, royéndole las entrañas. Rememorar su pasado olvidado era cuanto le importaba y todo esfuerzo le parecía poco: soportar el temperamento violento de Flattery, vivir rodeada de los sirvientes zombis, acomodarse al aislamiento del castillo del hechicero. Después de todo, se decía a sí misma, la esclavitud con los zhentarim habría sido mucho peor.

Por fin, una noche, muchos meses más tarde, Flattery concluyó el hechizo creando la joya negra que guardaba su pasado perdido. Se la presentó a Cat junto con una proposición de matrimonio. La muchacha había mirado la gema, anhelando tenerla en sus manos. Temerosa de la reacción de Flattery si lo rechazaba, aceptó casarse con él. Se había engañado a sí misma convenciéndose de que el hechicero había llegado a preferir su compañía a la de los muertos vivientes, que la encontraba hermosa y que quería cuidar de ella. Al fin y al cabo, se dijo, era un hombre atractivo, inteligente y muy poderoso… ¿Qué más podía desear?

Tras la precipitada ceremonia en la que el único asistente fue un balbuceante y desasosegado clérigo de Mystra, diosa de la magia, Flattery tuvo un estallido de cólera irracional ante la petición de la joven de que le entregara la gema. Exigió que demostrara ser merecedora de ella antes de devolverle la memoria, y le asignó la misión de entrar a hurtadillas en las catacumbas de Immersea para apoderarse del espolón del wyvern que se guardaba en la cripta de la familia Wyvernspur.

Deseosa de tener en su poder algo que Flattery ansiaba de verdad, algo con lo que negociar un trueque por su memoria, Cat no paró mientes en cruzar la puerta mágica para entrar en las catacumbas. Era un cambio agradable alejarse de los muertos vivientes y de la irritante presencia de Flattery. Incluso llegó a disfrutar con los encuentros que tuvo con algunos de los monstruos que deambulaban por las catacumbas. Eran espantosos, pero al menos estaban vivos; se podía hablar con ellos y abrirse camino por medio de negociaciones o engaños.

Descubrir que el espolón había desaparecido fue un golpe brutal que echó por tierra todas sus esperanzas. Estaba tan aturdida que apenas le importó encontrar sellada la salida de las catacumbas. Atrapada en aquellos horribles túneles, sin tener siquiera el consuelo de haberse apoderado del espolón, deambuló sin rumbo fijo como uno más de los monstruos que allí habitaban. Mientras vagaba por la catacumbas, Cat hizo un repaso evaluativo de los últimos meses; llegó a la conclusión de que pesaban más en la balanza las cosas negativas que las positivas.

Entonces se cruzó en su camino el sobrino de Drone, Giogi. La oferta del joven noble de tomarla bajo su protección le resultó muy divertida. Incluso si Giogi encontraba el espolón, no tenía la menor oportunidad frente a Flattery. Sin embargo, sabía que el tío del joven, Drone, podría ser un aliado poderoso. Flattery se había tomado la molestia de advertirle sobre lo astuto que era el anciano hechicero y lo ingenioso de las medidas adoptadas para proteger la cripta contra cualquier irrupción mágica o visualización.

Después de hablar con Giogi, Cat trazó un plan: a cambio de información sobre Flattery y su maquinación para robar la reliquia familiar, esperaba contar con la ayuda de Drone para sustraer la gema que guardaba su memoria.

La muerte de Drone había sido para ella un golpe casi tan abrumador como descubrir la desaparición del espolón en la cripta. En su opinión, Giogi no tenía muchas posibilidades de encontrar la reliquia, pero era su única esperanza. Si Flattery descubría el paradero del espolón antes, no tendría nada que ofrecerle a cambio de la gema de la memoria… hasta que el hechicero hallara algún otro modo, posiblemente más peligroso y desagradable, para que demostrara ser digna de poseerla.

Entonces alguien había intentado asfixiarla mientras dormía. A la luz de la luna parecía Flattery. Frefford y Steele Wyvernspur guardaban una gran semejanza con el hechicero, pero ninguno de los dos tenía motivo para asesinarla, y dudaba que ni el uno ni el otro fueran capaces de caminar a través de las paredes.

Cabía la posibilidad de que Flattery hubiese querido divertirse con un jueguecito estúpido que pusiera a prueba su lealtad. O quizás, en un arranque de furia o celos, hubiera decidido convertirse en viudo y después había cambiado de opinión.

Y como colofón al susto de la noche anterior, había llegado Olive Ruskettle acusando a Flattery de haber asesinado a esa tal Jade. Por lo visto, Giogi confiaba plenamente en Olive. Cuando Thomas mencionó el nombre de la halfling anunciando su llegada, el noble había bajado la escalera a todo correr llevado por una evidente excitación. Nadie había puesto en tela de juicio la pretensión de Olive de ser un bardo, aunque Cat estaba segura de que la escuela de bardos no admitía a los halfling; claro que también era la primera noticia que tenía de que los arperos aceptaran en su organización a los halfling.

Más tarde, al enfrentarse a la acusación de ser el responsable de la muerte de Drone, Flattery no sólo no lo había negado, sino que además había hecho mofa de ello. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Cat comprendió que había sido una estúpida por confiar en él.

Encontrar el espolón ya no era suficiente. Tenía que hallar el medio para protegerse del poder y los engaños de Flattery. El amuleto de Olive Ruskettle había sido su primer golpe de suerte. El que la halfling convenciera a Giogi de que los acompañara al laboratorio de Drone había sido el segundo.

Aun en el caso de que el diario de Drone no revelara ninguna pista sobre el paradero del espolón, Cat extraería de él suficientes recursos mágicos que garantizarían su supervivencia.

Y, además, si Giogi se enteraba a tiempo de lo que fuera que Madre Lleddew supiera y que Flattery no quería que Giogi descubriera, y después compartía con ella esa información, quizás entonces tuviera algo con lo que ejercer presión sobre Flattery, se dijo esperanzada la hechicera.

No obstante, Cat no quería engañarse a sí misma acerca de las probabilidades de éxito de Giogi. Eran muy, muy escasas.

«Es tan vulnerable y tan ridículamente romántico —pensó—. ¡Por todos los demonios! ¡Si recibe un golpe en la cabeza y ya piensa que lo ha besado una diosa! Incluso con la poción de heroísmo que le he dado, no sería rival para las hordas de muertos vivientes de Flattery. Sea como sea, he seguido la sugerencia de Flattery de utilizarlo para conseguir mi propósito. Y, ahora, veamos si soy capaz de concentrarme en la tarea que me he impuesto».

Pero no le fue posible. El rostro de aquel estúpido pisaverde acudía a su mente una y otra vez, luciendo el pendiente y las cuentas que le sujetaban el cabello, y la costosísima diadema. Oía continuamente su voz ofreciéndole protección y diciéndole que todo saldría bien, y que por favor no se muriera.

Estaba interesado en ella. Que Cat supiera, el joven noble era la única persona de los Reinos a quien le interesaba su persona.

También seguía escuchando su voz describiéndole sus sueños: el grito agónico de la presa, el sabor de la sangre caliente y el crujido de los huesos. Aunque no sabía por qué razón, lo cierto es que aquellas palabras la entusiasmaban. En sus propios sueños, se encontraba a sí misma en sombríos paisajes desolados, empeñada en una búsqueda infructuosa de algo que ignoraba. Los sueños le dejaban una sensación de ansiedad e infelicidad. Flattery afirmaba no tener sueños. Aducía que estaban reservados para los que se sentían culpables. ¿Cómo era posible que alguien tan simple y pusilánime como Giogi tuviera unos sueños tan interesantes?

Cat bajó la vista de nuevo al diario de Drone, pero los codos tapaban la escritura.

—¡Maldita sea! —rezongó. Se habían pasado los efectos del sorbo de la pócima de invisibilidad, lo que significaba que se había quedado mirando a las musarañas demasiado rato.

Al oír el traqueteo de un carruaje en el exterior de la torre, corrió hacia una ventana y se asomó. Finalizada la comida, Giogi y Ruskettle se marchaban. Los sirvientes habían cargado en el coche los paquetes para el funeral de Drone, y la halfling y el noble se dirigían al templo de Selune.

«Me he quedado ensimismada mucho tiempo. Demasiado», repitió para sus adentros Cat, con el entrecejo fruncido.

Hojeó unas páginas del diario. El contenido no era nada fuera de lo normal. No había conjuros, ni fórmulas para pócimas mágicas garabateadas en los márgenes, ni mapas de tesoros escondidos entre sus páginas. Hoja tras hoja se reflejaban disputas familiares, nuevas compras, comidas y rumores de la Corte. El último apunte estaba fechado el día vigésimo de Ches, es decir, el día anterior, justo antes de que Drone fuera asesinado. La anotación decía:

Giogi llegó a la reunión de anoche con veinte minutos de anticipación, cosa que dejó perpleja a Dorath. El muchacho tiene buen aspecto. Viajar parece sentarle bien. No tuve oportunidad de hablar con él a solas.

Thomas fue a reunirse con su chica, pero ella no acudió a la cita.

Le he enseñado a Tizón un nuevo truco.

Gaylyn pasó toda la noche de parto. Frefford estaba hecho polvo. Dorath en su salsa. Al amanecer nació el bebé, una niña sana a la que se le han impuesto los nombres de ambas abuelas: Amber Leona.

El desayuno se ha quemado.

«Nada», pensó Cat con un suspiro. La reseña de un día corriente en un castillo corriente. Llegadas, despedidas, nacimientos, muertes, líos amorosos de sirvientes, comidas estropeadas: una vida aburrida.

Una vida tranquila, argumentó la otra mitad de la hechicera.

Cat cerró el diario con brusquedad y, llena de impaciencia, recorrió con la mirada el laboratorio. ¿Dónde estaban sus libros de hechizos?, se preguntó. ¿Acaso se habían destruido junto a su dueño? Entre los muertos vivientes subyugados por Flattery, ¿cuál poseía capacidad para realizar un conjuro de desintegración?

Cat cogió el inventario de Gaylyn. ¿Qué clase de hechicero permitía que se catalogaran sus posesiones en un libro rosa con flores prensadas en la portada?, pensó con desdén.

Con todo, mientras contemplaba las flores aplastadas bajo la placa de cristal sujeta a la cubierta del inventario y pensaba en Gaylyn, Cat se dio cuenta de que envidiaba la vida que llevaban los Wyvernspur. Por fuerza, tenían que ser felices… En tanto que ella tenía que conformarse con sobrevivir y, si Tymora le daba suerte, recobrar la memoria.

Cat empleó media hora en clasificar los montones de papeles, separando los pergaminos de pociones y conjuros más poderosos que encontró. El polvo flotaba en el aire al mover las pilas de documentos, pero el montón de pliegos mágicos crecía a un ritmo constante.

Entonces llegó a un montón en el que faltaba un pergamino; un pergamino que contenía un conjuro desintegrador. Repasó dos veces la lista anotada en el libro rosa, pero no faltaba nada más.

—Qué extraño —murmuró.

—No te muevas —susurró en su oído la voz seca de un hombre. La punta de una daga colocada contra su yugular hizo que la maga obedeciera sin rechistar. El que empujaba el arma estaba a su espalda—. Una palabra, un movimiento… —continuó—, y serás carnada de dragón, ¿has entendido? Y, ahora, entrégame el espolón.

Cat permaneció en silencio e inmóvil. El agresor la sacudió por el hombro.

—¿No me has oído, bruja? He dicho que me lo entregues.

—También dijiste que no me moviera ni hablara, de modo que estoy un poco confusa —replicó Cat con un dejo irónico.

—Estarás un poco muerta si sigues haciéndote la lista, pequeña burra —dijo el hombre. Con la daga todavía apretada contra la garganta de la maga, se movió para ponerse frente a ella.

Al ver al hombre cara a cara, Cat se estremeció: era el rostro de Flattery. Un momento después, comprendió que no se trataba del hechicero. Este hombre era demasiado joven, demasiado nervioso y tenía una marca de nacimiento junto a la boca. Era Steele, el torturador de los kobolds.

—Vamos, dame el espolón y no intentes ninguna treta. Mi tío era hechicero, así que conozco bien todos vuestros estúpidos trucos.

—Yo no lo tengo —protestó Cat.

—No me mientas. Estaba en la puerta de la escalera interior. Esa grotesca halfling echó la llave, pero los de su raza no son los únicos que saben forzar cerraduras o espiar tras las puertas. Estuve escuchando. Oí a Giogi llamarte tonta y tú respondiste que eras una burra. Y tenías razón. Sólo una estúpida arriesgaría su vida por salvar a ese imbécil. El augurio decía que el espolón estaba en el bolsillo del pequeño asno. Así que, mete muy despacio la mano en tu bolsillo y entrégamelo.

—Me temo que estás equivocado, Steele. No tengo el espolón. Quizás el augurio se refería a la burrita que Giogi tenía ayer. Un burro es un pequeño asno, ¿sabes? Aunque, por desgracia, también se ha perdido, como el espolón.

—¡Los asnos no tienen bolsillos! —chilló furioso Steele—. Vamos, dame todo lo que guardas en los tuyos.

—Primero tendré que soltar estos pergaminos y estos libros para usar las manos, ¿no?

Llevado por la cólera, Steele tiró de un manotazo los libros y los pergaminos que Cat sostenía en los brazos.

—Empieza por ése —ordenó el noble, señalando el bolsillo derecho de la falda.

Cat sacó uno a uno tres frascos con pociones que había cogido del estante de Drone. Steele los arrojó al suelo, donde se hicieron añicos. Cat se mordió los labios con ira, pero no articuló protesta alguna.

—Quiero que lo vuelvas del revés para comprobar que está vacío —dijo Steele.

—Aún queda otra cosa —contestó la maga.

—Dámela.

—Muy bien. —Cat sacó el último objeto y lo sostuvo en alto para que Steele lo inspeccionara.

—¿Qué es eso? —gruñó el noble.

—Algo inflexible, Steele —respondió, dibujando un círculo en el aire con el pequeño clavo que sostenía. Al pronunciar la palabra «inflexible», la punta metálica centelleó y desapareció.

Steele se dispuso a abalanzarse sobre ella, pero el hechizo de la maga lo había paralizado. Se quedó quieto como una estatua, con una mano tendida hacia el desaparecido clavo mágico, y con la otra sujetando la daga. Cat se apartó con cuidado del arma. Steele permaneció inmóvil. La muchacha recogió a toda prisa los pergaminos que había tirado al suelo y los metió en una bolsa. Limpió los fragmentos de cristal de las redomas rotas y el líquido derramado en la cubierta del inventario de Gaylyn y dejó el libro en el escritorio de Drone.

Acto seguido recogió el manguito de pieles y se encaminó a la escalera exterior.

—Al parecer, éste era un truco que no aprendiste de tu tío, ¿verdad, Steele? Los magos lo llamamos «persona paralizada», y el componente del hechizo es un trozo recto de hierro.

Cat se echó a reír, y se volvía hacia la puerta cuando algo pesado la golpeó en la sien. El impacto le hizo sentir como si le hubiera estallado una bola de fuego dentro del cráneo y las llamas le abrasaran el cerebro. La maga se desplomó sobre las rodillas.

—En contrapartida —dijo la voz de una mujer—, nosotros conocemos el truco «maga paralizada», y el componente es un trozo de madera sólida. Esta aguja está impregnada de veneno —continuó. Cat sintió la punta afilada en el cuello—. Si te atraviesa la piel, morirás —advirtió la voz de mujer, que ordenó a continuación—: Deja libre a Steele.

A despecho del espantoso dolor de cabeza, la hechicera se las arregló para recordar la palabra mágica que deshacía el conjuro.

—Sauce —musitó.

Steele recobró la movilidad lanzándose hacia adelante y apuñalando el aire con la daga. Recuperó el equilibrio y se volvió hacia las mujeres.

—Buen trabajo, Julia —dijo—. Veo que te las has ingeniado para librarte un rato de tu rústico amante —agregó con sorna—. Has llegado justo a tiempo.

«Julia, la hermana de Steele —recordó Cat—. Tiene que estar tan loca como él».

Julia apartó la aguja envenenada de la garganta de Cat, pero la maga continuó postrada de rodillas. El fuego que le abrasaba el cráneo convertía en una tortura cualquier movimiento, y la luz de la habitación era demasiado fuerte para atreverse a abrir los ojos.

—Tía Dorath te ha estado buscando por todas partes —advirtió Julia con un dejo de ansiedad—. No tardará mucho en subir aquí y te vas a ver en los Nueve Infiernos si te encuentra en el laboratorio. Ya sabes que tiene prohibido el paso a este cuarto.

—Dentro de un momento, nada me estará prohibido —repuso Steele. Señaló a la maga—. Regístrale los bolsillos. Ella es el pequeño asno de Giogi. Tiene el espolón.

—¿De qué demonios hablas? —preguntó, desconcertada, Julia.

—Haz lo que te he dicho —ordenó su hermano.

Valiéndose del bastón que había utilizado para golpear a Cat, Julia se agachó torpemente sobre una rodilla y, sin apartar la aguja envenenada de la maga, metió la mano en los bolsillos de la túnica de Cat hasta que encontró un objeto. Sacó un envoltorio de seda roja en el que se advertían unos bultos desiguales: el amuleto de protección contra la detección y visualización.

—Mi amuleto —gruñó Cat con los dientes apretados.

Julia guardó la aguja envenenada en el corpiño del vestido, se puso de pie y desenvolvió el paquete.

—¡Puag! —exclamó encogiendo la nariz al ver el contenido del envoltorio. De los cinco pedazos de tasajo entresacó el más grande. Tenía el tamaño de un pepino, y un aspecto más repugnante que una salchicha cocida hacía tres semanas.

—¡Steele, aquí está! ¡Es el espolón! —exclamó Julia con nerviosismo.

Steele dio un paso adelante, pero Julia retrocedió mientras sacaba la aguja envenenada y la enarbolaba con gesto amenazador.

—A mí no me engañas, querida hermanita. Sé que la aguja no tiene veneno. Eres demasiado pusilánime.

—Pero sí lleva la sustancia adormecedora que me diste y su efecto también sirve para mis propósitos. Te he ayudado, Steele. Recuerda lo que me prometiste —exigió.

—Sí, sí. De acuerdo. Y ahora, dame el espolón.

—Júralo por tu honor de Wyvernspur.

Steele soltó un resoplido de fastidio.

—Juro por mi honor de Wyvernspur que tienes mi permiso para casarte con el gañán que elijas. Por lo que a mí respecta, puedes unirte a un mercader de Calimshan, si ése es tu gusto. Vamos, entrégame el espolón.

Cat se obligó a abrir los ojos a pesar de la luz. Lo hizo justo a tiempo de ver la reliquia, que cruzaba la habitación por el aire al echársela Julia a su hermano. Parecía un pedazo de carne seca que alguien hubiera tenido guardado en el saco de provisiones durante años. Steele la agarró en el aire. Su risa resonó idéntica a la de Flattery.

Frefford irrumpió en el laboratorio en aquel momento.

—¿Qué ocurre aquí? —siseó—. Tía Dorath dice que oyó cristales rotos.

Gaylyn llegó pisándole los talones a su esposo.

—Julia, no debiste subir tantos escalones con tu tobillo dislocado. Podría empeorar… —La frase burlona de Gaylyn murió en sus labios y su semblante se tornó pálido al divisar a Cat arrodillada en el suelo. Frefford dirigió la mirada hacia lo que había causado el malestar de su esposa.

—¡Cat! ¿Te encuentras bien? —preguntó, mientras se arrodillaba junto a la maga—. ¿Qué ha ocurrido?

—Un golpe en la cabeza —balbuceó Cat. Los zumbidos del cráneo eran demasiado dolorosos para decir más, pero se incorporó temblorosa con la ayuda del caballero Wyvernspur.

Gaylyn, sin salir de su asombro, contemplaba la aguja que Julia sostenía en la mano.

—¿Qué has hecho, Julia? —preguntó atónita.

—Steele ha encontrado el espolón —respondió la joven señalando a su hermano, como si el descubrimiento fuera la explicación de todo.

—Y ahora su poder será mío —declaró Steele.

—Steele, no funciona de esa manera —intervino Gaylyn, tratando de mantener un tono sereno y firme—. Tío Drone me lo explicó la noche antes de que muriera. Sólo el elegido por el guardián puede utilizarlo sin correr peligro. Suéltalo, por favor.

Cat miró el espolón. Tenía un aspecto desagradable, pero su poder era ya evidente. Unas chispas luminosas, de color azul, brotaban de su superficie entre los dedos de Steele.

—Ni hablar. No me trago esa estúpida historia, querida Gaylyn. El guardián es un mito familiar en el que sólo alguien tan necio como Giogi creería. No permitiré que ese idiota ponga las manos en el espolón. No me importa que Drone quisiera dárselo a él. Yo lo he encontrado y es mío. —Steele sostuvo la reliquia con ambas manos y la alzó sobre su cabeza—. Ya estoy sintiendo su poder —manifestó el noble.

Las chispas luminosas se habían convertido en relámpagos azulados que zigzagueaban en torno a los brazos de Steele.

Tía Dorath irrumpió en el laboratorio y apartó de un empellón a Frefford y a su esposa. Como una madre que encuentra a su hijito jugando con una daga, la anciana clavó en Steele una mirada severa.

—Steele Wyvernspur, suelta ese artefacto ahora mismo —ordenó iracunda.

Por toda respuesta, el joven se echó a reír. Sus brazos empezaron a emitir un resplandor azul, y los relámpagos se propagaron por su torso.

—Funciona. El poder es mío. Puedo hacer cualquier cosa. —Steele se subió de un salto al antepecho de la ventana rota.

—¡Steele, no! —chilló Julia.

—Observa, querida hermana —dijo con voz jovial. Abrió el marco de la ventana rota y extendió los brazos.

—Plumón —musitó Cat en el momento que el joven Wyvernspur saltaba al vacío. Tía Dorath y Frefford corrieron a asomarse a la ventana.

—¡Desciende flotando! —exclamó, boquiabierto, Frefford.

—¿Qué? —chilló Julia—. ¿Entonces funciona? ¿El espolón funciona?

Cat corrió a la puerta y bajó la escalera exterior a toda carrera. A sus espaldas oyó gritar a Dorath:

—¡Ve tras Steele, Frefford! ¡Quítale esa maldita cosa!

Cat estaba mareada y tenía el estómago revuelto, pero no estaba dispuesta a permitir que un demente torturador de kobold le arrebatara su recompensa. Merced a su conjuro, Steele caía con el peso de una pluma y, por consiguiente, tardaría un minuto en llegar al suelo.

La maga salió de la mansión y corrió hacia la esquina de la torre. Llegó a la base del torreón al mismo tiempo que Steele estaba a punto de alcanzar tierra firme. El noble seguía parloteando sobre el poder del espolón y batiendo los brazos, sin reparar en el hecho de que estaba cayendo, no volando.

Cuando sus pies tocaron el suelo y quedó libre del conjuro de caída de pluma, se giró para enfrentarse a la maga, con un brillo de furia demencial en sus ojos.

—¡Muere! —aulló, tendiendo hacia ella una mano crispada como una garra, a pesar de no encontrarse lo bastante cerca para alcanzarla.

Cat roció con arena un bebé imaginario que simulaba acunar en sus brazos.

—Rorro, Steele.

El joven Wyvernspur se desplomó en tierra, dormido. Cat se arrojó sobre él y le arrebató el espolón de la mano.

«Todo este tiempo he esperado una brillante pieza de metal —pensó—. Algo que se sujetara a una bota para utilizarlo como una especie de aguijón. ¿Y qué ha resultado ser el espolón? Un asqueroso apéndice arrugado, momificado… puag… que alguien cortó del talón de un wyvern».

Una sombra se proyectó sobre la maga y el dormido Steele. Frefford se encontraba junto a Cat y le ofrecía una mano para ayudarla a incorporarse.

—Voy a llevarle esto a Giogi —murmuró la maga, apartándose de Frefford a gatas.

—En fin, sería estúpido por mi parte discutir con una hechicera tan poderosa y avezada en la lucha, ¿verdad? —dijo el noble, mientras sonreía y la miraba de arriba abajo.

Cat comprendió de repente el espectáculo tan ridículo que debía de ofrecer agazapada en el suelo, con la túnica chamuscada por el fuego y embarrada, y un chichón en la frente del tamaño de un huevo. A despecho de sí misma, prorrumpió en carcajadas. Alargó la mano y aceptó que Frefford la ayudara a levantarse.

—Tengo un caballo ensillado y esperando en el establo —dijo el noble—. Bronder —llamó a un sirviente que pasaba—, di a Sash que traiga a Adormidera. Vamos, aprisa.

El sirviente corrió hacia los establos. Cat contempló a Frefford sin salir de su asombro.

—No tienes el menor interés en apoderarte del espolón, ¿verdad? —preguntó la joven.

—Ya oíste lo que dijo Gaylyn: Giogi es el único que puede utilizarlo. Tía Dorath no quiere que lo haga, pero ésa es una decisión que debe tomar el propio Giogi, ¿no crees?

Cat sintió un ligero mareo y se acarició el chichón de la frente. En lo alto, se oyó gritar a Dorath:

—¿Lo tienes, Frefford?

—¿Qué tal la cabeza? —preguntó el noble, haciendo caso omiso de su tía.

—Si fuera un caballo, le daría algo para que se durmiera y no volviera a despertar —se quejó Cat. Luego explicó con gesto pensativo—: No sabía que tenía el espolón. Alguien me lo dio. Creía que era otra cosa…

—¿Estás segura de que puedes cabalgar?

—Sí. ¿Por qué actúas de un modo tan comprensivo y amable? —preguntó la maga.

Frefford esbozó una sonrisa maliciosa.

—Es posible que algún día resultes ser un pariente. Nosotros, los Wyvernspur, cerramos filas cuando llega el momento.

—¿Cómo sabías que…? —Cat se mordió los labios. El noble no sabía que ella era una Wyvernspur. Se refería a una posible relación con Giogi. El rubor le tiñó las mejillas.

—¿Seguro que estás en condiciones de cabalgar? Tienes un aspecto algo sofocado —apuntó Frefford con sorna.

—No lo entiendes —dijo la maga—. Todo este asunto es muy serio. Hay un hechicero, Flattery. Él mató a tu tío Drone. Y matará a Giogi para arrebatarle el espolón. Ni siquiera quería que tu primo acudiera al templo de Selune para que no averiguara nada sobre él.

—Una vez que Giogi tenga en su poder el espolón, dudo que nadie sea capaz de arrebatárselo —repuso Frefford con calma—. Será una tarea sencilla para él llevar a ese tal Flattery ante la justicia. En cuanto al templo de Selune…, Giogi ya debe de estar allí. Podrías reunirte con él. Madre Lleddew sirve un té maravilloso al aire libre. —Señaló hacia el noroeste—. El templo está en la colina del Manantial, aquel cerro alto que se divisa. Existe un atajo al oeste de la ciudad al que se llega por el sendero de la ladera norte de este collado, en lugar de ir por la calzada de Immersea. El camino del templo está en un desvío anterior al del cementerio.

Un mozo de cuadras que conducía de las riendas a una yegua castaña, se acercó a Frefford. El noble ayudó a la maga a alcanzar el estribo y le entregó las riendas.

—Hace un día estupendo para cabalgar, pero más vale que te apresures antes de que tía Dorath baje aquí —dijo, propinando una palmada en la grupa de la yegua, que salió al trote.

Cat cruzó la cancela del parque del castillo. Sentía una ligera náusea. No recordaba la última vez que había montado a caballo. Antes de ser raptada en la fortaleza de Zhentil, dedujo. ¿Le produciría antes la misma inseguridad montar a caballo?, se preguntó.

Dejando atrás el castillo, Cat siguió el sendero recomendado por Frefford. Desde la falda del collado divisaba la mayor parte de las tierras propiedad de los Wyvernspur. Una nube gris se cernía sobre la colina del Manantial y unas aves inmensas trazaban círculos de muerte bajo la sombra que proyectaba.

Buitres al acecho de víctimas, pensó Cat, sintiendo una punzada en el estómago.

Temiendo llegar demasiado tarde, la maga espoleó a su montura para que acelerara el galope, pero la sensación de falta de equilibrio, conforme el animal descendía la ladera, le resultó desagradable en extremo. En consecuencia, refrenó a la yegua hasta ponerla a un trote corto. El corazón le latía desbocado. Aún no sabía lo que iba a hacer.

«Ruskettle me mintió acerca del amuleto de protección. Cabe la posibilidad de que Flattery esté vigilándome en este mismo momento. Podría llevarle el espolón, pero, si es verdad que Ruskettle vio que su protegida robaba una gema negra a Flattery, entonces no tiene nada que darme a cambio… a no ser mi miserable vida —razonó la maga—. Si le entrego el espolón a Giogi, ¿será realmente capaz de utilizarlo para vencer a Flattery? O, si no es así, ¿podrá al menos debilitarlo lo bastante para darme la oportunidad de buscar la gema de la memoria, en caso de que aún la tenga en su poder?».

Un lamento espeluznante se extendió por los campos. Cat alzó la vista hacia la colina del Manantial. En la cumbre resplandecía una luz blanca. Un instante después, una bruma brillante descendía por la ladera del cerro. Cat no apartó los ojos de la cima, sin detener el trote lento de su montura. Sin embargo, cuando vio salir disparada hacia lo alto una descarga semejante a una lanza luminosa, su temor por la seguridad de Giogi superó su miedo de caerse de la yegua. Azuzó con los talones en los ijares del animal, que se lanzó a galope tendido.

Olive tiró del freno lo suficiente para que el carruaje no traspasara el banco de niebla brillante a fin de aprovechar la ventaja que su protección ofrecía. A ambos lados del camino yacían inmóviles los cuerpos de muertos vivientes. La bruma terminaba al pie de la colina.

El carruaje chapoteó en el lodo del camino. Olive divisó un gran oso marrón dando zarpazos a algo que ocultaba la crecida hierba, pero la halfling no sentía el menor interés en acercarse más para investigar. Sin duda era uno de los compañeros de Madre Lleddew que daba buena cuenta de los zombis que habían logrado escapar de la niebla.

Olive dirigió una mirada preocupada a Giogi. El joven estaba recostado en el asiento, con los párpados cerrados. Tenía el semblante desencajado, lleno de moretones y heridas.

—No tienes buen aspecto —comentó la halfling. Ató las riendas de modo que el tiro continuara al paso camino abajo, y se volvió hacia el noble para examinar las heridas.

—Creo que no estoy hecho para ser un aventurero —murmuró Giogi—. Me duele mucho.

Olive se echó a reír mientras rasgaba una tira del borde de su capa, la doblaba y apretaba con ella un corte que el joven tenía en el cuello.

—¡Qué dices! ¡Pero si estuviste estupendo! —lo animó—. Aprieta la tela para que deje de sangrar ese rasguño —ordenó.

Giogi hizo lo que le pedía, pero mostró su desacuerdo con el comentario de Olive.

—Por mi culpa Madre Lleddew estuvo a punto de morir.

—Se repondrá. Los seres medio humanos medio osos se recuperan con rapidez, y son más resistentes que cualquier persona normal. ¿Sabías que tenía esa naturaleza mutante? —preguntó Olive.

—No, claro que no. ¿Cómo es posible que una criatura mutante sea sacerdotisa?

—Es habitual que las personas en cuya naturaleza concurre cualquier tipo de licantropía adoren a la luna —dijo Olive encogiéndose de hombros—. Hasta una sacerdotisa está en su derecho a tener aficiones.

Alertada por el galope de un caballo, Olive escudriñó en la distancia.

—Creo que es Cat —dijo, señalando a un jinete que se mantenía en precario equilibrio sobre la montura. Giogi abrió los ojos.

—Sí, es ella. Monta a Adormidera. —El noble cogió las riendas y tiró de ellas hasta frenar el tiro de caballos.

Cat llegó a todo galope. Tiró demasiado fuerte del bocado de Adormidera y la yegua se encabritó. La maga resbaló de la silla y cayó al suelo embarrado. Giogi saltó del carruaje y corrió al lado de la mujer.

—Es evidente que no le duele tanto como pensaba —rezongó Olive en voz baja.

La halfling descendió del pescante y se asomó al interior del vehículo para comprobar cómo se encontraba su otro pasajero. Madre Lleddew seguía bajo su forma de oso. Olive sabía que aquello era una buena señal, ya que los licántropos recobraban su forma humana cuando morían. El oso se frotó el hocico con una pata. «Está aletargando el dolor», dedujo la halfling.

—Estoy bien —dijo Cat con voz quejumbrosa al arrodillarse Giogi junto a ella—. Lo que pasa es que olvidé que no sé montar a caballo, eso es todo —comentó, mientras el joven la ayudaba a incorporarse.

Giogi esbozó una sonrisa divertida que se desvaneció al fijarse en la contusión que tenía la maga en la frente.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Quién te hirió? —demandó enfurecido.

—Tu estúpida prima Julia al tratar de rescatar a su estúpido hermano, Steele. Debí dejar que se estrellara al pie de la torre; pero, como tú siempre dices, los Wyvernspur nos ayudamos unos a otros. Giogi, no te enfades. Era un bastón pequeño. —Cat tendió algo al noble—. Toma, esto es para ti.

—¡Lo encontraste! —gritó Giogi—. Qué mujercita más lista.

El joven cogió a la maga por la cintura, la alzó en vilo y empezó a dar vueltas. Luego la dejó en el suelo y le dio un beso en la mejilla.

—Hazme el favor de guardarlo cuanto antes —pidió Cat—. ¿Por qué no me dijiste que era tan horroroso?

Giogi estalló en carcajadas y cogió el espolón que le ofrecía la hechicera.

—Es feo, ¿verdad que sí? —se mostró de acuerdo mientras alzaba el espolón para mirarlo—. ¿Dónde estaba?

—Mejor será que le preguntes a Olive —sugirió Cat.

Giogi se volvió hacia la halfling, cuyo rostro denotaba un profundo desconcierto. Había imaginado, como le ocurrió a Cat, que la reliquia sería una especie de pieza metálica puntiaguda que se sujetaba a la bota a fin de espolear a un wyvern para que remontara el vuelo, o cosa parecida. Tuvieron que pasar unos segundos antes de que reconociera el apéndice momificado como uno de los trozos de carne seca que había atado en el envoltorio que entregó a Cat.

La halfling comprendió que tenía que dar alguna explicación, pero necesitaba un poco de tiempo para decidir por dónde empezar y qué decir exactamente. Alzó la vista al cielo azul.

—¿Qué tal si guardas eso ahora y cuando nos encontremos a salvo tras unos muros sólidos hablamos sobre todo este asunto? —propuso—. Flattery puede llegar volando en cualquier momento en la forma de un cuervo o cualquier otro pájaro.

Giogi echó una ojeada inquieta a lo alto, pero no había nada en el cielo. La nube negra que había ensombrecido la cima de la colina del Manantial, había desaparecido, y tampoco había a la vista ningún tipo de ave. Con todo, le pareció buena la sugerencia de la halfling.

—Ataré a Adormidera al carruaje y así podrás venir con nosotros en el pescante —dijo a Cat.

—Creo que será mejor que yo vaya atrás con Madre Lleddew. No se encuentra bien —decidió Olive.

—¿Madre Lleddew? ¿Qué le ha ocurrido? —preguntó Cat con un dejo de ansiedad. Se asomó por la ventanilla del carruaje y retrocedió con un respingo—. Giogi, ahí dentro hay un oso —susurró.

—No debes preocuparte, querida —la tranquilizó la halfling—. Está dormida. No llego al picaporte, así que, si eres tan amable de abrirme la puerta, nos pondremos en marcha cuanto antes.

Una vez que estuvieron todos instalados en el carruaje —Giogi y Cat en el pescante, Olive dentro con Madre Lleddew, y la yegua Adormidera atada a la parte trasera—, se pusieron en camino.

Olive empezó a estrujarse el cerebro sopesando hasta dónde era conveniente llegar en la explicación que daría a los dos humanos. Ello no le impidió estar alerta a la conversación que mantenían el noble y la maga.

—Creía que era una especie de espuela metálica, semejante a las que se utilizan con los caballos —decía Cat—. Pero es un verdadero espolón cortado de la pata de un wyvern, ¿verdad?

—Sí. Fue un regalo que le hizo a Paton una hembra de wyvern, en agradecimiento por haber rescatado a sus crías. Se lo cortó al macho, su compañero muerto —explicó Giogi.

«¡Qué asco!», pensó Olive.

—¡Puag! —exclamó Cat—. Qué horror.

—Eh… sí, es cierto. Y, ya que hablamos de cosas horribles, ese chichón tiene muy mal aspecto. ¿Seguro que te encuentras bien?

—Mira quién fue a hablar —se rió la maga—. Tu cara tiene unos colores que no son naturales —dijo, señalando los moretones—. Además estás sangrando. ¿Qué sucedió?

—Nos encontramos con unos cuantos zombis —respondió el joven, encogiéndose de hombros—. Nada a lo que no pudiéramos hacer frente. Aunque he de admitir que tus pócimas fueron una gran ayuda.

«Un ejército de muertos vivientes al que vencimos merced a la ayuda de una mujer-oso y un poderoso ángel al servicio de la diosa —enmendó para sus adentros Olive—. Y las pociones funcionaban siempre y cuando nos enfrentáramos al tipo indicado de muerto viviente».

—¿Y a ti, cómo te fue? —preguntó Giogi a la maga.

Cat relató con minuciosidad los sucesos acaecidos en Piedra Roja. Su historia dejó perplejo al joven, que, para aliviar la tensión, adoptó una cómica actitud de aburrimiento.

—¿Y eso es todo? —preguntó, queriendo tomarle el pelo.

—¿Que si es todo? —repitió Cat, enfadada, aunque enseguida comprendió que el noble le gastaba una broma—. Pues no, no es todo. Hay una cosa más.

—¿Qué es?

—Te eché de menos —admitió la maga.

—¿De veras? —preguntó Giogi sintiendo los alocados latidos de su corazón.

Olive rebulló incómoda en el asiento trasero. A pesar de que la maga había actuado con lealtad al entregar el espolón a Giogi, la halfling no acababa de fiarse de ella. No le había confesado que era la esposa de Flattery; muy por el contrario, seguía coqueteando con él. Olive tenía una amplia experiencia en traicionar a la gente y, en consecuencia, era incapaz de desechar la idea de que Cat aún tenía en mente algún propósito para el que precisaba la cooperación de Giogi.