15
El laboratorio de Drone

Giogi condujo el vehículo por el centro de la ciudad y, ya en campo abierto, giró hacia el sur. Puesto que era imposible entablar conversación con el noble, ya que iba sentado en el exterior del carruaje, y Cat miraba por la ventana, absorta en sus propias reflexiones, Olive se echó un sueñecito durante los casi treinta minutos que duró el trayecto. Cat le dio un suave codazo para despertarla en el momento en que cruzaban la puerta de la verja del castillo Piedra Roja.

La mansión ancestral de los Wyvernspur era un edificio imponente, pero Olive siempre había opinado que todos los castillos resultaban ostentosos, y el tono rojizo de la mampostería de éste le recordó el óxido de algo viejo y decrépito. Ahora entendía que Giogi prefiriera vivir en la casa paterna de Immersea. Incluso Cat se estremeció al mirar la mansión.

Un lacayo los condujo a la sala de estar; allí encontraron a Gaylyn sentada en un cómodo sillón y haciendo punto.

—Giogi, veo que traes compañía. Cuánto me alegro —dijo la joven, mientras observaba con atención a Cat y a Olive—. Vaya, ¿qué te parece? Si es Olive Ruskettle, la bardo, ¿verdad? Qué agradable sorpresa. Todo el mundo quedó encantado con tu actuación en la recepción de la boda. Nos sentimos muy contrariados de que tuvieras que marcharte tan pronto. ¿No eres tú Alias? —preguntó a Cat.

—No, es… eh… pariente de ella —explicó, confuso, Giogi—. Gaylyn, permíteme que te presente a Cat de Ordulin, una maga. Señorita Cat, ésta es la esposa de mi primo Frefford, Gaylyn.

Cat hizo una breve reverencia y musitó un saludo.

—Espero que sabréis disculparme si no me levanto a recibiros —dijo Gaylyn.

—Desde luego —respondió Olive—. Sabemos la buena nueva. ¿Cómo está la recién nacida, señora?

—Si la vuelvo a ver, te lo diré. —Gaylyn se echó a reír—. La tía abuela de Amberlee, Dorath, se apropió de ella desde el momento en que nació, y desde entonces no ha hecho otra cosa que cuidarla y malcriarla. Si hubieseis llegado unos minutos antes la habríais conocido. Tía Dorath la bajó a la sala para darle el desayuno, pero cuando Amberlee terminó de comer, se la llevó para que durmiera en el cuarto de los niños, y así puedo atender a las visitas sin despertarla —explicó la joven madre.

»Sentaos, por favor —invitó Gaylyn—. Debéis de estar ateridos tras el viaje. Ahí tenéis té —dijo, señalando una tetera de plata que necesitaba un pulido con urgencia—. Giogi, ya que las damas te superamos en número, encárgate de hacer los honores.

El joven sirvió el té y les fue entregando las tazas. Gaylyn ofreció una bandeja con pastas.

—Es una suerte que hayas venido, primo. Freffie ha estado muy ocupado buscando a alguien que pueda ser un miembro desaparecido de la familia. Pasó toda la noche recorriendo posadas y preguntando a toda clase de gente: mercaderes, mercenarios, aventureros, granjeros, pescadores… Y ahora tiene que ocuparse de enviar algunas cosas para el funeral de tío Drone que se celebrará esta noche. Está en la torre.

La joven posó en Giogi aquellos ojos verdes que habían cautivado el corazón de su primo.

—¿Te importaría llevar esos paquetes al templo de Selune en su lugar, por favor? Así podría disfrutar un rato de su compañía —pidió.

—Desde luego —aceptó Giogi—. Iba a ir allí más tarde, de todos modos. Pero creía que era Julia la que se ocupaba de los preparativos para el funeral.

—Oh, sí. Pero anoche resbaló en el hielo y se torció un tobillo, de modo que ya no puede encargarse de ello. Tía Dorath estuvo a su lado lamentándose de que la maldición se hubiera cobrado otra víctima.

—Debe de estar de muy mal humor. Julia, me refiero —comentó Giogi. Gaylyn se echó a reír.

—No seas tonto. Es el mejor golpe de suerte que ha tenido en un año. No hay nada mejor que un esguince. Nadie puede decir que finges dolor o exageras tu malestar, porque el tobillo tiene un feo aspecto inflamado. Pero puedes ocultarlo bajo las enaguas sin perder un ápice de hermosura a los ojos de tus pretendientes, que atienden complacidos hasta el menor de tus deseos.

—¿Tiene Julia pretendientes? —preguntó Giogi algo sorprendido.

—Bueno, sólo uno, pero es el que colma sus deseos. Ahora mismo está en la gloria, flotando sobre las nubes. Salvo que hubiera tenido que rescatarla de las garras de un dragón, Sudacar no habría encontrado mejor oportunidad que ésta para demostrarle su interés y mimarla como a una niña.

—¿Samtavan Sudacar es el pretendiente de Julia? —Giogi estaba perplejo.

—¿Quién si no? Es un hombre firme, dominante… Claro que Steele no está de acuerdo, porque Sudacar no viene de una familia que pertenezca a la nobleza desde hace cuarenta generaciones, y no es acaudalado. Que quede entre nosotros… Sé que no debería decir esto ante extraños —confió en un susurro a Olive y a Cat—, pero Steele se está comportando como un viejo quisquilloso. Lo único que quiere es seguir teniendo a Julia en un puño, porque jamás conquistará una chica bonita que cumpla todos sus deseos a menos que cambie de actitud y no sea tan desabrido.

«Le ha tomado bien la medida», pensó Olive.

Giogi trató de imaginar a Sudacar haciéndole la corte a Julia, y a su prima complacida con ello. Sacudió la cabeza con gesto desconcertado. Había que tener mucha imaginación.

—Gaylyn, me temo que el principal motivo de nuestra visita es tratar ciertos asuntos —dijo el joven.

—Lo sé. —Gaylyn suspiró—. Sólo estaba disimulando. Comprendo que es espantoso lo de tío Drone y el espolón, pero me es difícil sentirme entristecida, con el nacimiento de Amberlee y todo eso. A tío Drone no le importaría. ¿Sabes? Soñé con su espíritu mientras dormía con la pequeña acurrucada a mi lado. En el sueño, tío Drone aparecía junto a la cama y se inclinaba sobre Amberlee. Le acariciaba la barbilla y le hacía guiños y gestos cómicos. Luego desapareció. Sé que era su espíritu porque ya había fallecido para entonces; pero ni siquiera la muerte le impidió jugar con su nueva sobrinita.

Olive sonrió ante la desbordante fantasía de la joven madre.

—Sí, así se comportaría el espíritu de tío Drone —se mostró de acuerdo Giogi—. Gaylyn, tenemos que buscar algo en su laboratorio. Tengo la esperanza de que tío Drone escribiera en su diario cualquier cosa acerca del robo del espolón. También examinaremos sus objetos mágicos por si acaso nos sirve alguno.

—Oh, qué contrariedad. La idea es excelente, pero tía Dorath se ha opuesto. Steele quería hacer eso mismo ayer. Le dijo que era muy peligroso y lo mandó fuera a ocuparse de otros asuntos. Probablemente tenga razón, ¿sabes?

—Sí. Y por ello he traído conmigo a la señorita Cat y a la señorita Olive para que me asesoren.

—Bien, en tal caso… —Gaylyn hizo una breve pausa e inclinó la cabeza hacia un lado, con gesto pícaro; parecía una niña que planea una travesura—. Quizá deberíais escabulliros por la escalera posterior sin hacer ruido y así no molestaríais a tía Dorath, que está en el cuarto de los niños. Ayudé a Drone a llevar un libro de registro. Es un bonito volumen rosa, con flores prensadas en la portada. Está sobre el escritorio.

—¿Hicisteis un inventario de sus objetos mágicos? —preguntó Cat—. ¿Acaso has estudiado el arte?

—Oh, no —rió Gaylyn, divertida—. Sin embargo, mi padre es un sabio, y le hacía inventarios de toda clase de cosas. Cuando ayudé a tío Drone, él estuvo a mi lado en todo momento a fin de mantenerme apartada de cualquier riesgo fortuito. Tendrás mucho cuidado, ¿verdad, señorita Cat?

La hechicera asintió en silencio.

—¿Sabes una cosa? Eres mucho más bonita que tu pariente, Alias —agasajó Gaylyn a la maga—. Me gusta el estilo de tu peinado.

Cat se ruborizó y agachó la cabeza.

—Deberíamos ponernos en marcha —rezongó Giogi. Era evidente que le molestaba la admiración que su prima sentía por la hechicera.

«Al parecer —comprendió Olive—, va a pasar mucho tiempo antes de que la perdone por sugerir que la abandonaría a su suerte».

Se despidieron de Gaylyn y abandonaron la sala. Giogi las condujo a través de un laberinto de pasillos y escaleras. Caminaron en todas direcciones, incluidas arriba y abajo.

—¿Estás seguro de que no nos hemos perdido? —preguntó Olive.

—Oh, no. Después de morir mi madre viví en Piedra Roja varios años —explicó Giogi—. Hay otras rutas más sencillas, pero pensé que, puestos a no molestar a tía Dorath, podríamos también evitarle molestias a Steele.

—¿Por qué te trasladaste a la casa de la ciudad? —inquirió la halfling.

—Bueno, una población es siempre más interesante que el campo. Las posadas, las tabernas, los aventureros yendo y viniendo, y…

—Y, sin necesidad de molestar a tía Dorath —insinuó Cat con una sonrisa.

—Tampoco es tan mala —replicó el joven con brusquedad.

Olive gimió para sus adentros. «Ser leal con la familia está muy bien, Giogi, muchacho —pensó—. Pero no es conveniente mostrarse puntilloso con nuestra hechicera justo cuando vas a entrar en contacto con la magia de tu tío».

Deseosa de arrancar de cuajo cualquier brote de hostilidad, y recordando algo que Giogi había dicho a su burra, Pajarita, acerca de la costumbre que tenía su familia de entrometerse en su vida, Olive hizo una observación:

—Yo quería a mi madre, bien lo saben los dioses. Pero nunca entendió que optara por la música en lugar de dedicarme al comercio, así que abandoné mi casa y me eché a los caminos. A cualquier extraño le cuesta menos aceptarnos como somos que a las personas que más nos aman.

—Eso es cierto —se mostró de acuerdo Giogi, mientras abría una puerta herrumbrosa.

Olive advirtió que, a pesar del óxido, los goznes estaban bien engrasados. Al otro lado los esperaba una fría y profunda oscuridad.

Giogi sacó la piedra de orientación de su bota y la alzó ante sí. La gema alumbró un túnel largo, de techo bajo. Tanto el joven como la hechicera se vieron forzados a recorrerlo agachados, pero Olive no tuvo el menor problema para caminar erguida. El pasadizo desembocaba en una estancia circular de apenas tres metros de diámetro, pero con una altura de varios pisos; parecía más una chimenea que una habitación. En el mismo centro del cuarto trepaba una angosta escalera de caracol que se perdía en las tinieblas.

«¡Por los lacayos de Loviatar! —gimió Olive para sus adentros—. ¿Qué clase de locura se apodera de los humanos para que construyan semejantes artilugios de tortura?».

—Adelantaos vosotros. Luego os alcanzaré —dijo la halfling.

—No puedo dejarte atrás —objetó Giogi—. Está demasiado oscuro.

—Para mí, no. Veo muy bien en la oscuridad —aclaró Olive mientras se frotaba una pantorrilla.

—¿De veras? Asombroso —comentó el joven—. ¿Seguro que estarás bien?

—Sí, perfectamente.

—De acuerdo. El laboratorio está al final de la escalera.

Las larguiruchas piernas de Giogi salvaron los peldaños de hierro de dos en dos. Sus pasos resonaban en la escalera como el toque de un gong. Cat lo siguió, remontando los escalones de uno en uno, pero sus pies se movían lo bastante rápidos para marchar al ritmo marcado por el noble. Los pasos de la hechicera hacían un ruido sordo, semejante al martilleo de un zapatero remendón.

Olive aguardó hasta que los dos jóvenes estuvieron demasiado arriba para mirar atrás y presenciar los métodos tan poco dignos a los que tenía que recurrir una halfling para trepar por una escalera humana. Con un suspiro de fastidio, recogió los vuelos de la falda sobre un brazo y empezó a escalar los peldaños de la torre a gatas.

Olive subió durante varios minutos y miró a lo alto. La luz de la piedra de orientación había desaparecido. Era de suponer que Giogi y Cat habían llegado arriba y habían torcido en alguna esquina. Sin embargo, la halfling notaba todavía en las palmas de las manos la vibración de la escalera con los pasos de alguien. Olive miró hacia abajo.

Una lámpara brillaba en la distancia, debajo de ella. La halfling se preguntó quién podría ser. Su visión en la oscuridad no había sido nunca tan precisa como la de algunos de sus congéneres, así que no le era posible captar tan de lejos los detalles, no ya de un rostro, sino de vestimentas. Excluyó la posibilidad de que fueran Gaylyn o Julia. Tampoco parecía lógico que se tratara de Dorath. Tenían que ser un criado o Steele o Frefford, decidió. A menos que los Wyvernspur tuvieran también otro guardián monstruoso en aquel lugar. Olive reanudó la escalada con mucha más rapidez.

Al final de la escalera había otra puerta oxidada que Giogi había dejado abierta. Olive cruzó el umbral y penetró en el laboratorio de Drone. Cerró la puerta tras de sí sin hacer ruido; la cerradura tenía llave, así que la halfling la hizo girar. De ese modo, pensó, quienquiera que fuera el que estaba allá abajo, tendría que llamar si quería unirse al grupo.

Olive había visto los laboratorios de muchos magos poderosos durante sus correrías, y todos tenían una cosa en común: un desorden de proporciones colosales. Había telescopios y astrolabios junto a todas las ventanas, a pesar de que la visibilidad en cada una de ellas estaba obstruida por tarros de hierbas en la parte interior, y enredaderas kudzu en el exterior. Sobre una mesa de trabajo, un completo equipo alquímico destilaba la sabia vital que extraía de un montón de estiércol ennegrecido. Al otro extremo del alambique no había un cuenco para recoger el producto final, y un líquido seroso de color verde goteaba en el granito de la superficie de la mesa, donde había horadado un agujero de dos centímetros de diámetro. Libros de apuntes, repletos de croquis de anatomías internas de ardillas, conejos, ratones, ratas, pájaros y peces, tapaban vasijas que contenían los modelos en los que estaban basadas las investigaciones; a todos les faltaba la cabeza. Cestos con rocas aparecían apilados junto a un horno. Frascos llenos de ranas y serpientes muertas, y orugas, hormigas y grillos vivos, así como redomas de pociones, abarrotaban una estantería en su totalidad. Y quién sabe qué habría en los distintos armarios cerrados. Junto al escritorio se amontonaban platillos con agua, huesos, queso reseco y leche cuajada. El toque final que completaba aquel revoltijo era, por supuesto, el papel; papel que abarrotaba hasta el último centímetro de superficie plana disponible. Pilas de tomos, y notas, y cartas, yacían sobre el escritorio y las mesas improvisadas con tablones colocados sobre caballetes y cajas viejas. Figuras de animales hechas con pliegos doblados asomaban entre las montañas de papel. Bosquejos pegados con engrudo en las paredes, cubrían en parte más bosquejos pegados a las paredes. Al final, el espacio para almacenaje había llegado a su límite, y los montones de papeles se habían apoderado del suelo y se esparcían bajo las mesas y junto a las paredes. Para sorpresa de Olive, el techo había escapado a la invasión del desorden.

El laboratorio de Drone era más espacioso que la mayoría, unos doce metros de diámetro, y a la halfling le llevó casi un minuto abrirse paso entre el laberinto de equipos y trastos antes de encontrar a sus compañeros. Giogi y Cat se encontraban junto a un escritorio, hablando con Frefford Wyvernspur. El primo de Giogi sostenía en las manos una urna de plata, una hoja de papel y una escoba.

—Creo que tienes razón —decía Freffie—. Hay evidencia de que no era algo que invocara él. El cristal de una ventana estaba roto. No es que haya nada de extraordinario en ello, habida cuenta de lo descuidado que era Drone, pero toda la enredadera kudzu estaba estropeada y marchita desde el tejado hasta la ventana. Esos montones de papeles apilados junto al escritorio, estaban esparcidos por el suelo.

—¿Alguna otra señal de lucha? —preguntó Cat.

Frefford se encogió de hombros.

—Con semejante desorden, ¿quién sabe? —dijo—. En fin, mejor será que me ponga en marcha. Tía Dorath me espera al pie de la escalera principal. Si me retraso, es capaz de enviar una división de Dragones Púrpuras en mi busca. —Frefford se volvió hacia Cat—. Fuiste muy amable al ofrecer tu ayuda a Giogi para sacar a Steele del mausoleo —declaró, inclinándose sobre la mano de la hechicera.

—No tiene importancia —musitó Cat.

—Espero que le hayas demostrado tu agradecimiento, Giogi —dijo Frefford sin apartar los ojos de la hermosa hechicera.

—Sí —respondió lacónico su primo.

—Estupendo. —Frefford no advirtió el ceño de Giogi—. Me encargaré de que pongan en tu carruaje las cosas que hay que llevar al templo antes de que os marchéis. Tened cuidado mientras estéis aquí.

Frefford giró sobre sus talones y abandonó el laboratorio por otra puerta que conducía a una escalera más amplia y con ventanas que descendía por el lado exterior de la torre.

Olive salió de detrás de un gran gong de bronce.

—Imagino que tu primo vino aquí con el propósito de recoger los restos de tu tío —dijo.

—Sí. Aunque no era mucho lo que quedaba —respondió Giogi.

—Lo sé. Tampoco quedó mucho de Jade —comentó Olive—. Regresé al lugar de los hechos para recoger sus cenizas, pero la lluvia las había arrastrado.

Cat no hizo comentario alguno y se limitó a abrir un libro que estaba sobre el escritorio. Era el inventario que Gaylyn había hecho para Drone. En sus páginas había línea tras línea de escritura clara y elegante. Cat cogió unos cuantos rollos de pergaminos y manuscritos de un montón apilado bajo el escritorio y los comparó uno a uno con la lista del libro.

—La esposa de tu primo ha hecho un trabajo admirable. Hay cierto orden en todo este caos. Sin embargo, sólo una pequeña minoría de estos papeles son mágicos. Llevará algún tiempo separar el grano de la paja.

—¿Por qué no realizas un conjuro para detectar los objetos mágicos que sean de utilidad? —sugirió la halfling.

Una sonrisa distendió la faz de Cat.

—Bien pensado. Haré el conjuro y lo mantendré operativo mientras tú recoges cualquier cosa que brille. Aguza la vista para que no se te pase por alto nada importante —recomendó la hechicera.

—Estoy preparada —anunció la halfling.

Cat se dirigió hacia la puerta y allí se volvió para enfocar toda la habitación. Con las manos enlazadas a la espalda, cerró los ojos y empezó a susurrar un cántico.

Olive estaba tensa de excitación, con los ojos abiertos como platos.

Un fulgor azul llameó a su alrededor. La luz era tan cegadora que la halfling alzó las manos en un gesto instintivo para taparse los ojos. Entreabrió los dedos e intentó escudriñar algo. Era tanto el resplandor que inundaba el laboratorio, que parecía estar sumergido bajo el agua.

—¿Recogiste ya todo, Olive? —La voz de la maga sonó en medio del fulgor azulado con cierto retintín burlón.

—Muy graciosa —replicó de inmediato la halfling con gesto estirado—. Ya te has divertido, así que, si no te importa…

La luz perdió intensidad y se desvaneció.

—Creí oírte decir que sólo unas cuantas cosas eran mágicas —dijo, malhumorado, Giogi mientras se frotaba los ojos cegados con puntitos luminosos.

Cat sacudió la cabeza.

—No. Dije que sólo una minoría de los papeles eran mágicos. Quedan todavía muchos pergaminos y libros. Y la propia habitación está sometida a encantamientos, al igual que muchos objetos.

—Ya veo. Entonces será mejor que empieces a utilizar tu magia para clasificarlos. Para eso te trajimos… —contestó Giogi con sequedad.

Olive vio a Cat bajar la mirada al suelo como cuando Flattery le daba una bofetada. La hechicera desanduvo sus pasos hasta el escritorio de Drone.

—Señorita Ruskettle, nosotros dos buscaremos las pistas que tío Drone pudo dejar sobre la identidad del ladrón —sugirió Giogi con un tono más animado.

Olive asintió sin decir palabra. Le habría gustado zarandear al noble y hacerle comprender que era imperativo que se ganara la lealtad de la hechicera, algo que no conseguiría tratándola como a un felpudo. Tras soltar un suspiro, la halfling empezó a examinar los papeles apilados en el suelo.

Giogi llegó junto a la mesa de piedra sobre la que estaba el alambique y olfateó el aire. Recordó los ratos que había pasado en aquella habitación cuando era niño, suplicando a su tío que le enseñara magia. El hechicero le respondía siempre que debía concentrar sus esfuerzos en desarrollar sus otras aptitudes, pero Giogi no llegó a descubrir nunca cuáles eran esas otras habilidades.

Olive encontró una carta fechada unos treinta años atrás. Iba firmada por Rhigaerd II, padre del actual monarca, Azoun. La cera con el sello real impreso seguía adherida al papel. La halfling alzó la vista hacia Giogi y Cat. El joven examinaba unos papeles sobre la mesa de piedra, y la maga estaba con la nariz pegada al inventario de Gaylyn. Olive deslizó el documento en el bolsillo de su camisola con un movimiento furtivo.

—Aquí está el diario de tío Drone —anunció Giogi—. Encajado como una cuña bajo este quemador de alcohol.

Olive, que tenía los ojos fijos en Cat, vio a la hechicera alzar la cabeza bruscamente, con un gesto de alarma, cuando oyó el roce de la cubierta del diario sobre la piedra de la mesa. Giró sobre sus talones al mismo tiempo que Giogi decía:

—¡Puag! ¿Qué es este polvo amarillo?

—¡Giogi! ¡No! —gritó Cat, mientras se lanzaba sobre el noble justo cuando éste abría la cubierta del libro.

Actuando de modo instintivo, Olive se arrojó en dirección opuesta. El laboratorio tembló con la fuerza de una explosión, que aplastó a la halfling contra el suelo. Los papeles saltaron por el aire y luego cayeron flotando. Los alambiques de cristal y las redomas se estrellaron contra el muro opuesto y los añicos sembraron el suelo, mientras los contenidos resbalaban por la pared en churretones viscosos.

—¡Giogi! —susurró Olive en medio de la nube de polvo.

—¿Eso lo he hecho yo? —musitó el joven por toda respuesta.

La halfling se levantó del suelo y se acercó tambaleante al noble, que estaba despatarrado bajo el cuerpo de la maga.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

—Creo que sí. Cat…

La mujer yacía inconsciente sobre él. La parte trasera de su túnica estaba chamuscada. Giogi le dio la vuelta con cuidado. Estaba muy pálida.

«¡Maldición!», rezongó la halfling para sus adentros.

—¡Cat! —insistió Giogi con voz queda—. Di algo, por favor.

La maga continuó silenciosa e inmóvil.

—Olive, ve a buscar a Freffie —ordenó Giogi—. Está en la habitación de dos pisos más abajo. Dile que traiga una poción curativa. ¡Y que se apresure!

Olive bajó la escalera exterior como alma que lleva el diablo. «Tal vez no sea nada —quiso convencerse a sí misma—. Cat no está tan mal como parece. No puede morir. La necesitamos. ¡Maldito estúpido!».

Giogi colocó la cabeza de Cat sobre su regazo. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

—Cat —suplicó—, no te mueras. Por favor, no te mueras. Siento lo ocurrido.

—Giogi, eres un necio —musitó la hechicera.

—¡Cat! ¡Estás bien! —gritó el joven.

La mujer tragó saliva con esfuerzo.

—Pudiste haberte matado, idiota.

—Lo siento. De verdad, lo siento. No lo volveré a hacer. Nunca. Dime que te encuentras bien.

—Duele mucho.

—Olive ha ido en busca de ayuda. Te daremos una poción curativa. Te pondrás bien. —Giogi se inclinó y besó a la maga en la frente—. Me diste un susto de muerte. ¡Cuánto me alegra que estés bien!

—Creí que me odiabas —susurró Cat.

Giogi sintió que el corazón le latía con fuerza.

—Eres tonta. Jamás podría odiarte. Estoy loco por ti. Fui un mentecato por enfadarme contigo y actuar de un modo tan mezquino. Lo siento.

—No soy tonta —musitó la hechicera.

—Sí que lo eres. Te echaste sobre un libro que explotaba para salvarme la vida.

—Precisamente por eso —rezongó, aunque esbozaba una débil sonrisa—. Lo que soy es una burra.

Giogi se echó a reír y volvió a besar la frente de la hechicera.

Una Olive jadeante irrumpió en el laboratorio con Frefford pegado a sus talones, y tan alterado como ella.

El joven tendió a su primo un frasquito de cristal. Giogi lo destapó y lo llevó a los labios de Cat.

—Bebe esto —urgió, mientras la ayudaba a incorporarse un poco para que se tragara el líquido. Cat apuró el bebedizo y se pasó la lengua por los labios.

—Es bueno. Ya me siento mejor —murmuró. Luego cerró los ojos como si se hubiera quedado dormida. Giogi tomó la mano izquierda de la joven y se la besó. De repente, Cat abrió los ojos de par en par y se sentó—. Creo que viviré —dijo, no sin cierta sorpresa.

Giogi dejó escapar un suspiro de alivio.

—Pero sólo porque te hace falta alguien a tu lado para que te recuerde de vez en cuando que no hagas otra tontería como la de antes —añadió Cat con un tono de enojo, mientras se incorporaba con ayuda del joven.

Olive estudió a la pareja con interés. Era un alivio ver que Giogi había olvidado su resentimiento. Sin embargo, lo más sorprendente era ver actuar de nuevo a Cat como la hechicera que habían conocido en las catacumbas: diciendo lo que pensaba. En fin, que aquello era tal vez una buena señal, decidió la halfling.

—Giogi —intervino Frefford—. No me dijiste que la señorita Ruskettle estaba también aquí. Encantado de volver a verte.

—Gracias, señoría —contestó Olive.

De la parte baja de la escalera llegó el sonido de una voz irritada.

—¡Giogioni Wyvernspur! ¿Qué haces ahí arriba? ¿Es que quieres hacernos volar hasta el séptimo cielo, grandísimo estúpido? Sal de ese laboratorio ahora mismo, ¿me oyes?

—¡Tía Dorath! —susurró Giogi, incorporándose de un brinco—. Ha descubierto que estoy aquí.

La halfling corrió a la puerta y la cerró.

—La cerradura está rota por este lado —anunció en un susurro.

—Tuve que romperla ayer para entrar —le recordó Frefford a su primo.

Todos oyeron las sonoras pisadas de Dorath escaleras arriba. El eco de sus pasos resonaba en la torre. Por fortuna, Dorath tenía que remontar varios tramos de peldaños. Cat dirigió a la puerta una mirada enojada.

—Séllate —ordenó.

Olive sintió temblar la hoja de madera bajo su hombro.

—Eso nos dará unos minutos de ventaja —comentó la hechicera.

—¿Para qué? —preguntó Frefford.

Cat se volvió hacia Giogi y posó las manos en sus brazos.

—Giogi, todavía tenemos que registrar este cuarto y buscar pistas del espolón y cualquier objeto mágico que nos sea útil. Debes marcharte con tu primo y con Olive. Tu tía no sabe que estoy aquí. Aléjala del laboratorio y así seguiré examinando la habitación. Ve al templo. Es preciso que hables con Madre Lleddew. Me reuniré contigo en tu casa de la ciudad cuando haya terminado aquí.

La desconfianza de Olive sobre las intenciones de la hechicera se reavivó repentinamente.

—Quizá debería quedarme para ayudarte —sugirió.

—Me las arreglaré yo sola —insistió Cat. Cruzó el cuarto hacia una pequeña estantería con pociones. Examinó las redomas un instante y comprobó algo en el inventario. Luego seleccionó dos pociones, una de color gris pizarra y la otra dorada.

—¿Para qué son? —preguntó Giogi, que la había seguido.

—Para ti y para Olive. —Cat puso en la mano del joven la poción dorada—. Si se presenta cualquier otro problema, como lacedones, osos, o lo que sea…, bébetelo —le indicó.

—¿Qué efecto tiene?

—Te dotará de una gran fuerza. Y ahora, hazme un favor: lleva el diario al escritorio de tu tío para que así pueda examinarlo.

—¿Ya no es peligroso tocarlo?

Cat movió la cabeza como una madre que anima a su hijo a montar en un poni. Giogi trasladó el pesado volumen, cuyas pastas eran de madera, desde la mesa de trabajo hasta el escritorio. Entretanto, Cat se reunía con Olive, que seguía cerca de la puerta.

La hechicera se arrodilló junto a la halfling y habló en un tono tan bajo que resultó inaudible para los dos hombres.

—Por favor, Olive. Gracias a ti y a tu amuleto, sigo con vida. Ve con Giogioni. Necesita tu protección más que yo. Flattery tiene bajo su poder a muchos muertos vivientes. Esta poción te ayudará si os ataca alguno.

Entregó a Olive el bebedizo de color gris pizarra. La halfling lo cogió vacilante, sin saber cómo interpretar la actitud de Cat.

«Ha animado a Giogi a hacer lo que Flattery prohibió expresamente, pero no viene con nosotros. Por consiguiente, sigue evitando un enfrentamiento directo con el hechicero; un enfrentamiento que revelaría de qué lado está su lealtad —reflexionó Olive—. ¿Me arrepentiré de dejarle el camino libre en el laboratorio de Drone? Puede que encuentre alguna pista del paradero del espolón, o incluso el propio espolón, y se lo entregue directamente a Flattery».

—Por favor, cuida de él —suplicó Cat con voz queda.

Olive hubiera querido responder: «¿Quién, yo? No soy una heroína, mujer. Sólo una halfling que sabe más de lo que nos conviene a ti y a mí». Sin embargo, se guardó el frasco en un bolsillo y asintió con gesto grave.

—No te preocupes —dijo.

El picaporte de la puerta tembló con unas enérgicas sacudidas, al mismo tiempo que alguien golpeaba la hoja de madera.

—Giogi —llamó con un susurro Frefford—. No estoy seguro de que esto sea una buena idea.

—Calma, Freffie, todo irá bien —respondió el joven con otro susurro—. Hazme el favor de dejarle un caballo a Cat cuando se marche. Thomas te lo devolverá enseguida.

—Giogi, ella no estará en tu casa, ¿o sí?

—Bueno, es más complicado que eso —trató de explicarse el joven.

—Así que vive allí. Eres un pillo. —Frefford hizo un guiño.

—No es lo que piensas, Freffie.

—¿No? Sabes que te va a caer la misma bronca tanto si eres inocente como si eres culpable cuando tía Dorath se entere.

Los golpes en la puerta cesaron y una voz capaz de levantar a los muertos de sus tumbas retumbó al otro lado:

—Giogioni Wyvernspur, ¡abre esta puerta ahora mismo!

—Un momento, tía Dorath. Estoy… eh… atrapado bajo un…, un gong —respondió el joven, mientras propinaba unos golpes al gong de bronce que había junto al escritorio.

Cat se alejó en silencio de la puerta y llegó junto a Giogi.

—Tengo que esconderme ahora —dijo—. Buena suerte. Y ten cuidado.

Cogió otro frasquito de pociones de la estantería y lo destapó. Tras tomar un pequeño sorbo, volvió a taparlo y se guardó el resto de la poción en un bolsillo. Un instante después, desaparecía ante los asombrados ojos de la halfling y los dos hombres.

—Frefford, ¿estás ahí dentro con tu primo? —inquirió la voz al otro lado de la puerta.

—Sí, tía Dorath.

—Abre esta puerta inmediatamente.

Frefford fue hacia la hoja de madera y tiró del picaporte.

—Al parecer está atascado, tía Dorath. Sin duda deformé algún gozne cuando la forcé ayer.

—Sigue tirando —exigió la anciana—. Giogi, sal de debajo de ese gong y echa una mano a tu primo.

—Sí, tía Dorath —respondió el joven, a la vez que propinaba otro golpe al gong. Sintió que algo le rozaba los labios—. ¿Cat? —susurró. La invisible maga lo besó de nuevo, esta vez en la oreja.

—Pórtate bien —la reprendió en un murmullo.

—Eso estoy haciendo —fue la susurrante respuesta de la maga.

—No lo parece —replicó el noble, si bien era incapaz de disimular la sonrisa.

El conjuro lanzado por Cat para clausurar la puerta se disipó de manera repentina, casi con un chasquido tangible. Cogido por sorpresa, Frefford se golpeó con la hoja de madera en la cabeza y tía Dorath entró dando trompicones en el laboratorio y se fue de bruces al suelo.

Giogi corrió hacia la anciana para ayudarla a levantarse, pero Dorath se incorporó por sus propios medios y apartó a su sobrino con un gesto de disgusto.

—Gaylyn me dijo que estabas aquí. Le has dado un susto de muerte. ¡Exijo saber qué estabas haciendo!

—Subí a echar una ojeada al diario de tío Drone —explicó el joven—. Pensé que quizás había anotado algo relativo al espolón, pero el libro estaba protegido con…

—Un conjuro explosivo, ¡grandísimo necio! —lo interrumpió Dorath—. ¿Cuántas veces te advirtió tu tío que no tocaras nada del laboratorio? Estuviste a punto de no celebrar tu décimo cumpleaños por culpa de aquel incidente con el genio embotellado, ¿o acaso lo has olvidado?

—No, tía Dorath, no lo he olvidado. Pero creí que valía la pena correr el riesgo si ello nos ayudaba a encontrar el espolón.

—Si tu tío hubiera sabido algo, me lo habría dicho, ¿no te parece? —espetó la anciana. Giogi tuvo que morderse la lengua para no responder—. Ese diario y esta habitación te están prohibidos por tu propio bien. ¿No es suficiente que uno de esos malditos conjuros haya matado a tu tío?

—Pero, pensé que… —empezó Giogi, mas, al ver a Frefford, que estaba a espaldas de la anciana, sacudir la cabeza en un gesto de negación, se tragó las palabras. Al parecer, su primo no había querido preocupar más a la anciana con la teoría de que algo o alguien había irrumpido en el laboratorio.

—Lo siento, tía Dorath —se limitó a decir—. No lo volveré a hacer.

—¿Quién es esta… señora? —preguntó la anciana, dándose por fin cuenta de la presencia de Olive, que había permanecido muy callada en un rincón.

Frefford se adelantó un paso.

—Sin duda, tía Dorath, te acordarás de Olive Ruskettle… La bardo que cantó en la recepción de mi boda.

—Eres la compañera de aquella loca que intentó matar a Giogi —dijo la anciana, mirando de arriba abajo a la halfling.

—Eh…, sí —admitió Olive—. Pero recordaréis que la detuvimos a tiempo.

—Oh, lo recuerdo, sí. Aunque no sé por qué os molestasteis. Mi sobrino está empeñado en no llegar a cumplir el cuarto de siglo. ¿Cómo te has visto involucrada en esta estupidez?

—He venido como asesora —contestó Olive, midiendo las palabras—. Tengo cierta experiencia con la magia. Por desgracia, no fui lo bastante rápida para advertir a vuestro sobrino de la trampa explosiva. Siento haberos alarmado. Creo que quizá tengáis razón. Este cuarto está más allá de mi experiencia, así como también de la de vuestro sobrino. Deberíamos marcharnos todos de inmediato.

El que la halfling se mostrara de acuerdo con su opinión aplacó algo a la anciana, que adoptó una actitud más sosegada.

—Tal vez, ya que estáis aquí, queráis acompañarnos, tú y mi sobrino, a la mesa. A Gaylyn le encantaría tener compañía. Este encierro obligado ha sido muy tedioso para ella. Es una joven tan activa, tan animada… Y, tú, Giogi, imagino que no tendrás inconveniente en hacer una pausa para replantearte el proyecto de hacer volar el castillo por los aires, ¿verdad?

—¿Qué tenéis de almuerzo? —preguntó el joven.

Dorath lanzó una mirada colérica a su sobrino.

—Nos encantará quedarnos —se apresuró a rectificar Giogi.

—Después de comer puedes llevar algunos paquetes a la Casa de la Señora, para el funeral de esta noche. De ese modo, Frefford tendrá ocasión de dedicar un rato a su esposa.

—Lo haré con mucho gusto.

—Es muy propio de tu tío Drone dejar una nota con el último deseo de que se celebrara su funeral en el templo de Selune —comentó Dorath mientras descendía por la escalera—. Sabía que me molesta viajar hasta lo alto de ese cerro.

Olive y los caballeros fueron en pos de la anciana. Olive echó una fugaz ojeada al laboratorio, pero, como era de esperar, no vio a nadie; sólo el gigantesco desorden.

Con la excitación de los últimos minutos, sumada al conflicto interno de dudas e indecisión con respecto a Cat, y, desde luego, la halagüeña perspectiva de comer, Olive olvidó por completo la irreconocible figura que los había seguido por la escalera interior de la torre.