Thomas llamó a la puerta y entró en la sala de estar.
—El desayuno está preparado, señor. ¿Pongo otro servicio para la señorita Ruskettle?
—¿Querrás hacernos el honor de acompañarnos a la mesa? —preguntó Giogi, volviéndose hacia la halfling.
—Sería conveniente. Tenemos mucho que discutir —respondió Olive. Desayunar otra vez no le haría ningún mal, decidió. «Para variar, comeré algo distinto, y no tanta avena y grano, que es con lo que me ha estado alimentando», se dijo para sus adentros.
—Sí, Thomas. Seremos tres a desayunar —respondió Giogi al mayordomo.
El noble se puso de pie y ofreció su mano a Cat. Sin embargo, una vez que la hechicera se hubo incorporado, Giogi le indicó con un gesto que se adelantara y esperó que Olive se levantara del escabel. Difícilmente hubiera podido ofrecerle su brazo, ya que la halfling apenas le llegaba a la cadera, pero caminó a su lado hasta el comedor.
Mientras Olive y Giogi seguían a Cat por el vestíbulo, la halfling advirtió el enojo de la hechicera. De nuevo le recordaba a la bruja Cassana, que nunca había soportado tener una competidora, por pequeña que fuera.
Thomas colocó una silla alta para Olive a la derecha de su amo, dejando una silla normal para Cat, a la izquierda del anfitrión. Al mayordomo lo animó comprobar que la halfling, de talante tan insólitamente circunspecto, tenía un apetito equiparable a cualquier otro miembro de su raza. Por el contrario, sus temas de conversación eran de lo más inquietante.
Giogi escuchaba a su nueva invitada con su habitual cortesía. Thomas tenía la impresión de que su amo se sentía también perturbado, aunque no sólo a causa de las palabras de la halfling. Al sirviente no le pasó inadvertido que la actitud de Giogi hacia la hechicera se había hecho más distante y fría.
A Thomas le hubiera gustado tener oportunidad de pegar la oreja a la puerta de la sala un rato antes para enterarse de lo que había ocurrido entre ellos.
—Necesitaremos la ayuda de otras personas con ingenio y poder —explicó Olive mientras cogía dos bollos y los untaba generosamente con mantequilla—. Dejaré a tu decisión la elección de aquéllos que a tu juicio se les pueda confiar la existencia de Flattery. —Olive se comió de un bocado la mitad de un bollo.
Giogi reflexionó un instante.
—Voy a visitar a Madre Lleddew hoy. No estoy muy seguro de cómo seré recibido, pero sé que puedo confiarle cualquier secreto de familia. Hubo un tiempo en que fue compañera de aventuras de mi padre.
—Madre Lleddew —musitó la halfling con la boca llena. Masticó deprisa y tragó—. Madre Lleddew —repitió—. Sacerdotisa de Selune, ¿verdad? Tiene renombre. Si estás dispuesto a otorgarle tu confianza, no me cabe duda de que nos será de gran utilidad. —La halfling se limpió la mantequilla que le escurría por la barbilla—. Hay otra cosa que deberás tener en cuenta, maese Giogioni. Tal vez parezca impropio sacarlo a colación cuando ha pasado tan poco tiempo desde el fallecimiento de tu tío, pero ¿poseía Drone algún artefacto mágico que sirva a nuestros propósitos?
—Lo ignoro —admitió el joven—. Había pensado ir al laboratorio esta mañana para buscar su diario, pero no sabría distinguir un objeto mágico de otro que no lo es.
—Estoy segura de que la señorita Cat podrá ayudarte en ese particular —sugirió Olive, mientras se servía cinco terrones de azúcar en el té.
—Mi intención era que Cat no saliera de la casa para evitar que Flattery la viera —argumentó Giogi, sin mirar a la hechicera.
—Puede que ya sea demasiado tarde para eso —intervino Cat, que había guardado silencio hasta el momento. Bajó la mirada para eludir los ojos de su protector.
Olive la observó con sorpresa. «¿Acaso vamos a oír una confesión?», se preguntó, pensando que Cat estaba a punto de admitir que se había puesto en contacto con Flattery el día anterior.
—Ah, sí. Lo había olvidado —dijo Giogi con el entrecejo fruncido.
—¿Olvidado, qué? —preguntó la halfling.
—Anoche, de madrugada, alguien irrumpió en la casa y atacó a la señorita Cat. Por fortuna, se las arregló para dar la alarma y su agresor huyó.
—Pensé que era mi maestro, Flattery —explicó la hechicera, sin alzar la vista—. A la luz de la luna guardaba un gran parecido con él, pero dudo que Flattery hubiese intentado asfixiarme mientras dormía.
—No. No me imagino al hechicero que desintegró a Jade con tanta facilidad, recurriendo a un simple almohadón —se mostró de acuerdo Olive.
Al otro extremo de la mesa se oyó el ruido metálico de plata al chocar contra el tablero de roble. Los tres comensales volvieron la cabeza sobresaltados. El mayordomo miraba a la halfling, sin percatarse del alboroto que había ocasionado al dejar caer unas bandejas sobre la mesa.
—Thomas, ¿ocurre algo? —preguntó Giogi.
—Disculpe, señorita Ruskettle, pero ¿acabáis de decir que alguien ha muerto… desintegrado… a manos de ese tal Flattery? —El mayordomo estaba pálido y conmocionado.
Olive se quedó en suspenso, con el tenedor repleto de jamón a mitad de camino de la boca.
—Sí, Thomas —respondió—. Mi protegida, Jade More. Hace dos noches. ¿Por qué?
—Disculpad mi intromisión, señor —dijo el mayordomo, dirigiéndose a Giogi—. Pero… eh…, por lo que me contó la servidumbre de Piedra Roja, no se encontraron más restos de vuestro tío que un montón de cenizas, la túnica y el sombrero.
Giogi se dio una palmada en la cabeza.
—¡Dulce Selune! —exclamó—. Tienes razón. Todo apunta a Flattery como autor de la muerte de tío Drone. Bien pensado, Thomas.
Pero el mayordomo no oyó el cumplido. Había salido corriendo hacia la cocina.
—¿Por qué iba Flattery a matar a tu tío? —preguntó Cat.
—Creo que es obvio —le respondió Olive—. Flattery te envió a robar el espolón. Pero tú tardabas en regresar. Debió de suponer que estabas en apuros. Recuerda que, aquella misma tarde a última hora, cuando te confundió con mi protegida, dijo: «Primero escapas, y ahora intentas robar lo que aún no te has ganado». Debió de imaginar que Drone te había capturado…
—Puede ser —admitió Cat en voz baja—. Flattery me advirtió que no podría seguirme los pasos con su bola de cristal porque la cripta y las catacumbas estaban protegidas contra cualquier escrutinio mágico.
—Tío Drone las escudó con barreras que sólo él podía salvar —añadió Giogi—. Incluso él mismo tuvo problemas para visualizar la cripta después de cometido el robo.
Ninguno de los dos hechiceros habría podido localizar a Cat, pensó Olive para sus adentros. Al igual que Alias y Jade, Cat debía de ser inmune a la detección mágica. Parecía, no obstante, que Flattery no se lo había dicho a la mujer. Y era comprensible. No quería que Cat supiera que podía ocultarse de él.
—Señorita Ruskettle, ¿qué decías cuando nos interrumpió Thomas? —La voz de Giogi sacó a Olive de sus reflexiones.
—Sea como sea —continuó la halfling—, cuando Flattery vio a Jade aquella noche, supuso que habías escapado y, creyendo que le estabas robando algo del bolsillo, dio por hecho que lo habías traicionado y asesinó a mi protegida, confundiéndola contigo. Al igual que el testigo de su crimen, yo, Drone era otro cabo suelto. Cabía la posibilidad de que te hubiera interrogado, averiguando todo lo concerniente a él. Además, Flattery no renunciaría a apoderarse del espolón. No era del todo inverosímil que Drone te hubiera arrebatado la reliquia y la tuviera guardada en su laboratorio, donde podría introducirse sin excesivas dificultades para recuperarla. Y, si el espolón estaba todavía en la cripta, tendría la oportunidad de arrebatarle la llave a Drone antes de acabar con él.
—Pero yo nunca tuve el espolón en mi poder. Ni siquiera lo vi. Ya no estaba en la cripta cuando entré —protestó Cat, cuya voz había recobrado parte de su anterior seguridad—. Algún otro lo había robado.
—Ah, pero Flattery no podía visualizar la cripta, y por lo tanto, no lo sabía, a menos que entrara a comprobarlo por sí mismo. Más tarde, ese mismo día, después de haber matado a Drone, Flattery se enteró de que alguien había llevado a cabo el robo con éxito.
—Sí —dijo Giogi con expresión culpable—. Se corrió la voz de lo ocurrido.
Olive vio que Cat se removía inquieta en la silla. También se sentía culpable, y con razón, ya que era la traidora que había informado del robo al hechicero.
—Y, de algún modo, Flattery descubrió también que seguías viva y en libertad —dijo la halfling, señalando a Cat con la cuchara rebosante de huevo.
—Ya os he dicho que posee una bola de cristal —comentó Cat.
—No tiene sentido. Creía que habías muerto. ¿Por qué te iba a buscar con ese artilugio? —argumentó Olive. Quería que la hechicera se diera cuenta de que, si no hubiese sido tan estúpida de ponerse en contacto con el hechicero la tarde anterior, ahora estaría mucho más a cubierto. Lástima que no hubiera sabido que Flattery no tenía posibilidad alguna de detectarla con medios mágicos. Al menos, era una circunstancia que podían utilizar en su favor, pensó Olive.
—En cualquier caso, Flattery se enteró de que seguías con vida y que te habías refugiado aquí —prosiguió la halfling—. Quizá sospechó que tenías el espolón y que estabas negociando con maese Giogioni su devolución. Por consiguiente, envió a algún sicario tras de ti. Imagino que tiene servidores, ¿no? —preguntó Olive.
La hechicera asintió en silencio. Parecía aturdida, y Olive comprendió que había plantado la semilla de la duda en su cerebro.
—Maese Giogioni, opino que la señorita Cat estaría mucho más segura si nos acompañara en todo momento, vayamos donde vayamos —concluyó la halfling—. Además, no cabe duda de que nos será de provecho su experiencia.
—Ayer me pediste que te dejara acompañarme —dijo Giogi a Cat—. Al parecer, vas a tener ocasión de hacerlo. ¡Thomas! —llamó el joven noble, mientras hacía sonar una campanilla de plata que había junto a su taza.
El mayordomo, con el semblante todavía descompuesto, apareció por la puerta que daba al «territorio de la servidumbre».
—¿Sí, señor?
—Después del desayuno, las señoras y yo iremos a Piedra Roja y más tarde al templo de Selune. Te ruego que enganches a Margarita Primorosa al calesín.
—Muy bien, señor. —El mayordomo salió en silencio.
Olive dio cumplida cuenta del desayuno, salvo las gachas de avena. Se sentía incapaz de ingerir un solo bocado más. Por el contrario, los dos humanos movían la comida de un lado a otro de sus platos sin apenas probarla y sumidos en un tenso mutismo. La halfling entendía que Cat no tuviera mucho apetito. Al fin y al cabo, acababa de perder su lugar bajo el sol. Pero la inapetencia de Giogi la preocupó. Lo necesitaba alerta y pletórico de fuerzas.
Olive terminaba su tercera taza de té cuando Thomas regresó al comedor; su semblante, que seguía demacrado, denotaba ahora un gran desasosiego.
—Al parecer, la cochera ha sido víctima del vandalismo, señor —informó a Giogi con voz tensa y contenida.
—¡Maldición! —exclamó el noble mientras se incorporaba alarmado—. No les habrá ocurrido nada a los animales, ¿verdad?
—Margarita Primorosa parece estar en perfectas condiciones. Sin embargo, el calesín está muy dañado, señor. Y da la impresión de que alguien haya iniciado un incendio, pero lo apagó antes de que se propagara por las cuadras.
—¿Y qué me dices de Pajarita? —inquirió Giogi.
—¿Cómo dice, señor?
—La burra. Le puse ese nombre. ¿O acaso ya le habías dado otro?
—Eh… —Thomas tenía la misma expresión del hombre al que han sacado de la rutina de una vida ordenada para trasladarlo a otro plano—. ¿A qué burra os referís, señor? —preguntó, desconcertado.
—A la que llevé a las catacumbas ayer.
—Ah, sí. Ahora recuerdo que mencionasteis a uno de esos animales. ¿Lo alquilasteis en un establo, señor?
—¿Que si yo la alquilé…? —Giogi enmudeció, sin salir de su asombro—. Creía que tú la habías traído, Thomas.
—¿Yo, señor? No, señor. ¿Para qué iba a compraros un burro, señor?
—Vamos a ver, Thomas. Si tú no compraste la burra, ¿qué hacía ese animal en mi jardín anteanoche comiéndose las rosas? —demandó Giogioni.
—Estamos en el mes de Ches, señor. Acaba de empezar la primavera y las rosas aún no han florecido —apuntó el mayordomo.
—Lo de comerse las rosas lo decía en sentido figurado, Thomas —aclaró el noble con acritud. Luego suspiró—. Por favor, ve a los establos de Dzulas para alquilar un carruaje y el tiro mientras yo busco a la burra. Sugiero que las damas esperen en la sala hasta que se solucione este inesperado desbarajuste —dijo Giogi, dirigiéndose a las dos mujeres.
Él y Thomas abandonaron el comedor.
—Pobre Pajarita —musitó el noble mientras seguía al mayordomo—. Estará muerta de miedo.
Cat se levantó de la silla.
—Si me disculpas, señorita Ruskettle, aprovecharé la demora para estudiar más a fondo mis conjuros —anunció—. Si nos dirigimos al feudo de un mago, quiero estar prepa…
—Vuelve a tu asiento, por favor —la interrumpió Olive—. Tengo que hablar contigo.
Cat vaciló un instante, pero debió de pensar que era mejor no ofender a la extraña halfling por la que Giogioni mostraba tanta deferencia, y regresó a la silla.
—Por lo que sé sobre las bolas de cristal visualizadoras, la distancia entre el observador y su objetivo no representa obstáculo alguno, ¿correcto? —inquirió Olive.
—Esencialmente —asintió Cat.
—Pero el conocimiento que el observador tenga sobre el sujeto, marca una gran diferencia, ¿no es así?
—En efecto.
—De hecho, las personas desconocidas resultan difíciles de localizar, y el tiempo de observación es bastante reducido, ¿verdad?
Cat asintió con un breve cabeceo.
—Pareces estar bien versada en este tema, señorita Ruskettle. Creo que no necesitas de mis consejos en este terreno.
—No, es cierto. Pero quería asegurarme de que tú también estabas bien versada en la materia. Basándonos en las premisas que acabamos de establecer, ¿quién de nosotros corre mayor peligro de ser detectado por tu maestro? —preguntó la halfling. Cat inhaló hondo.
—Yo —dijo al cabo.
—Exactamente. Por lo tanto, eres quien necesita mayor protección. Si no logra visualizarte, tendrá pocas posibilidades de seguirnos los pasos a maese Giogioni y a mí. Quiero darte algo.
Olive buscó en el bolsillo de la camisola y sacó el saquillo mágico de Jade. Desanudó los lazos y metió la mano rebuscando en su interior el «amuleto». Al cabo de un momento, lo extraía con gesto solemne. Dejó el objeto, todavía envuelto en la bufanda de seda púrpura, sobre el tablero de la mesa, entre ella y la hechicera, como si presentara un vetusto artilugio.
—¿Qué es? —preguntó Cat, a la vez que tendía la mano hacía ello.
—Un amuleto que protege contra la detección y visualización. Un talismán de poder extremado.
Cat empezó a desatar los nudos de la bufanda.
—¡No! ¡No lo desenvuelvas! —advirtió Olive—. Su magia es tan fuerte que debe permanecer tapado. La última persona que intentó mirarlo quedó cegada y perdió la razón. Limítate a llevarlo contigo en todo momento.
—Un gesto muy generoso de tu parte, señorita Ruskettle —dijo Cat sorprendida, guardándose el amuleto en un bolsillo.
—Bueno, sólo es un préstamo hasta que llevemos a buen término esta misión. Procura no perderlo. Elminster jamás me lo perdonaría.
—¿Quién es Elminster? —preguntó la hechicera.
Las cejas de Olive se arquearon.
—¿Quién va a ser? El renombrado Elminster. El sabio. No imaginaba que las gentes de Ordulin estuvieran tan aisladas del resto del mundo. Elminster es… Bueno, cualquiera puede decirte quién es. Ahora he de hacerte otra pregunta. Tú buscabas el espolón por encargo de Flattery. ¿Qué prometió darte a cambio de la reliquia?
—Nada —contestó Cat con excesiva precipitación, en opinión de la halfling.
—Antes de matar a Jade, le dijo: «Ahora intentas robar lo que aún no te has ganado». ¿Te pagaba por hacer ese trabajo?
—Claro que no. Era mi maestro. Hice lo que me pedía sin esperar recompensa alguna. Es la pauta acostumbrada entre maestro y discípulo.
—Eres un poco mayor para ser una aprendiza. ¿Por qué otra razón trabajaría un mago para otro? ¿Te prometió enseñarte algunos conjuros especiales, o te ofreció algún objeto mágico en particular?
—¿Y eso qué importa ya, puesto que lo he abandonado? —preguntó a su vez la hechicera, eludiendo dar una respuesta.
—Bueno, cuando lo hayamos derrotado, sus posesiones estarán al alcance de la mano del primero que llegue, por decirlo de algún modo. Si entre ellas hubiera algo en particular que te interesara, por lo que a mí respecta, podría ser tuyo. Siempre y cuando el objeto en cuestión siga en poder de Flattery, se entiende.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Cat, desconcertada.
—Hablo de ese cristal al que antes hice referencia. El que era tan grande como mi puño y negro como un carbón. El que Jade le sacó del bolsillo a Flattery. Me temo que tendrás que olvidarte de ese objeto —dijo la halfling—. Jade lo sostenía en la mano cuando tu maestro la desintegró. Fuera lo que fuese, gema o cristal mágico, quedó destruido. Claro que tampoco podrá utilizarlo contra nosotros, desde luego.
—Todo eso es muy interesante, señorita Ruskettle —dijo Cat procurando adoptar un aire reservado—. Pero mi maestro… Quiero decir, Flattery, posee infinidad de objetos poco comunes. Uno más o menos, no haría mella en su poder. —La mujer tamborileó con los dedos en el tablero de la mesa en un gesto de nerviosismo.
—Salvo el espolón —contraatacó Olive—. De otro modo, no estaría tan deseoso de conseguirlo. Sin embargo, no era a su poder a lo que me refería. El punto que discutíamos era por qué te convertiste en su sirviente. Pensé que tal vez ese cristal negro tendría algo que ver, ya que, cuando confundió a Jade contigo y la mató, Flattery la acusó de intentar apoderarse de algo que aún no se había ganado.
—No sé a qué se referiría Flattery. Lo siento. Pero ahora, si me disculpas, he de ir a estudiar mis conjuros —declaró la hechicera, mientras se levantaba de la mesa—. Di a Thomas que me avise cuando llegue el carruaje, por favor.
Olive suspiró y Cat se encaminó con premura hacia la puerta. «Otros en mi lugar te habrían dado cuerda de sobra para que te ahorcaras tú misma, muchacha —pensó la halfling—. Yo sólo trato de acortarla en tu beneficio… y así evitar que Giogi y yo quedemos atrapados en el mismo lazo corredizo».
Thomas entró en el comedor con una bandeja para retirar los servicios de la mesa.
—Disculpad, señora. Creí que habíais terminado el desayuno.
—Y así es, Thomas. No te preocupes por mí. Haz lo que tengas que hacer —dijo Olive, señalando con un ademán la mesa para indicarle que podía proseguir con sus tareas—. ¿Pediste el carruaje, Thomas? —preguntó.
—Sí, señora.
—¿Cuánto crees que tardará en venir?
—Depende de la hora que el señor Dzulas considere conveniente para alquilar sus carruajes —explicó el mayordomo, al tiempo que limpiaba los restos de comida del mantel—. Las calzadas están muy resbaladizas hoy y el señor Dzulas siente un gran apego por sus animales y equipos. Esperará hasta que el sol haya caldeado más el ambiente. Alrededor de una hora, calculo.
Olive asintió con un gesto de la cabeza. El mayordomo apiló los platos sobre las fuentes.
—¿Sabes, Thomas, si anoche el atacante de la señorita Cat entró directamente en su cuarto, o irrumpió por algún otro sitio y tuvo que buscarla?
—La única que vio al supuesto agresor fue la señorita Cat —contestó el sirviente haciendo hincapié en la palabra «supuesto», de manera que ponía una sombra de duda acerca de la existencia del atacante.
—¿Crees que lo inventó? —inquirió Olive esbozando una sonrisa de complicidad destinada a animar al sirviente para que siguiera hablando. No obstante, a Thomas no se le sonsacaba nada con tanta facilidad.
—No me atrevería a sugerir algo así, señora. Lo que quise decir es que la… dama pudo equivocarse.
—O sea, que lo imaginó —insistió Olive.
—Quizá tuviera una pesadilla —sugirió el mayordomo—. O, tal vez, el gato la molestó mientras dormía y se despertó sobresaltada, sin saber bien quién o qué había en el cuarto.
—Mmmm… Parece ser una persona nerviosa —comentó la halfling. «Otro punto a mi favor», reflexionó para sí—. Hay que ir con mucho tiento si se intenta convencer a alguien así de que haga lo que es correcto, ¿sabes?
Para sorpresa de Olive, este último comentario provocó algo más que una respuesta por parte de Thomas.
—Eso mismo pensé yo esta madrugada, señora —se mostró de acuerdo el sirviente—. Cuanto más te afanas en prevenir a ciertas personas, tanto más tozudas se muestran. Hay quienes son capaces de hacer a propósito lo que otros les prohíben, aunque sea algo que jamás se les habría ocurrido hacer en cualquier otro momento.
—El consabido «probar la fruta prohibida» —comentó Olive.
—Precisamente, señora.
—Estaré en la sala, Thomas —dijo la halfling, a la vez que se bajaba con esfuerzo de la silla alta.
—Muy bien, señora.
Olive salió del comedor por las puertas que daban al vestíbulo principal y las cerró tras ella. Cruzó hacia la sala, abrió la puerta y la volvió a cerrar con un golpe sonoro, pero permaneció en el vestíbulo.
Acto seguido, se recogió los vuelos de la falda y se lanzó escaleras arriba.
Seis puertas cerradas daban al pasillo superior. Tras espiar a través de cinco cerraduras, la halfling descubrió cuál era el cuarto de la hechicera. Era un dormitorio amplio y confortable, decorado en diversos tonos lavanda.
Una de las ventanas estaba abierta, y, mientras Olive observaba a través del ojo de la cerradura, un cuervo, grande y familiar, entró volando en el cuarto. «Otra llegada rápida —pensó la halfling—. ¿Dónde se esconde este hombre cuando no está aterrorizando a la gente?».
Cat se encontraba en medio de la habitación, con la cabeza inclinada, si bien era evidente la tensión de su cuerpo, aguardando a que finalizara la transformación de su maestro.
—¿Y bien, Catling? —preguntó Flattery.
—Alguien trató de matarme anoche —comenzó la hechicera con un tono de enojo. Alzó la vista hacia Flattery.
—¿De veras? ¿Y qué? —preguntó el hechicero sin asomo de preocupación.
—Creí que eras tú —dijo la mujer mirando con fijeza a su maestro.
Flattery se sentó en la cama y apoyó las botas húmedas en la colcha.
—No estarías viva si hubiese sido yo.
—A menos que tu intención fuera hacerme una advertencia.
—¿Acaso la necesitas, Catling?
—Hago cuanto puedo —protestó la mujer—. Quiero el cristal de la memoria.
—Lo tendrás tan pronto como el espolón esté en mi poder —contestó Flattery con tono indiferente, a la vez que contenía un bostezo.
—Quiero verlo —insistió Cat.
—No lo traigo conmigo —replicó el hechicero, que estrechó los párpados hasta convertirlos en meras rendijas, en una actitud amenazadora.
—¿Estás seguro de que todavía lo tienes? —preguntó Cat.
Flattery se incorporó de la cama con brusquedad, saltó sobre la mujer y le rodeó la garganta con una mano. La cólera le ensombrecía el semblante.
—No emplees ese tono conmigo, mujer.
—¿Asesinaste a Drone Wyvernspur? —preguntó Cat con voz estrangulada, esforzándose por mantener una expresión impasible.
—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó a su vez el hechicero, con el entrecejo fruncido en un gesto de curiosidad.
—Giogi cree que fuiste tú —contestó Cat, apenas sin aliento.
—Pero ¿de quién ha sido la idea? —interrogó Flattery mientras sacudía a la hechicera por el cuello.
—De su mayordomo, Thomas —jadeó Cat.
El hechicero soltó a la mujer. Cat retrocedió a trompicones y se llevó una mano a la garganta.
—Un sirviente. ¿Cómo se enteraría? —musitó Flattery.
—Entonces, tú mataste a Drone —manifestó Cat.
—No exactamente —se mofó Flattery, esbozando una sonrisa retorcida—. Algo con una apariencia bastante menos atractiva que la mía y, desde luego, con mucha menos vida, lo hizo. Por desgracia, ese emisario no regresó para informar si había llevado a buen fin mi encargo, ni si había hallado algo en el feudo del hechicero. Los muertos vivientes son poco fiables.
—¿A cuántos más has matado? —preguntó Cat, horrorizada. El semblante del hechicero se ensombreció de nuevo.
—¡Sigue haciendo preguntas estúpidas y pronto seré viudo!
—Lo veo difícil, ya que aún no has llegado a ser esposo —espetó la mujer—. Ni siquiera me has besado.
—¿Todavía te molesta eso, Catling? Ven aquí.
Flattery atrajo a la mujer hacia sí con rudeza. Su abrazo habría partido en dos las vértebras de Cat de haberla ceñido un poco más. Su boca se aplastó contra la de ella.
Al no poder correr el riesgo de gritar, Cat se debatió en silencio para soltarse, pero Flattery le hincó las uñas en la espalda. Los forcejeos de la mujer cesaron y su cuerpo quedó fláccido. El hechicero la apartó de un empellón y la mantuvo a cierta distancia, con las manos cerradas como cepos sobre sus hombros.
—Te gustan las cosas más estúpidas —barbotó, fastidiado de que ella no hubiera seguido luchando—. Consígueme el espolón, y tendrás tu premio. Ahora dime, ¿qué progresos ha hecho Giogi?
—Ninguno —contestó Cat, apartando la vista.
—¡Ninguno! —bramó Flattery. Acto seguido abofeteó a la joven—. Sabía que estabas perdiendo el tiempo y me lo estabas haciendo perder a mí.
—Aún creo que Giogi será quien lo encuentre, a pesar de ser el que menos interés demuestra. Según palabras de su tío Drone, el espolón es su destino.
—¿Qué? —Flattery parecía sorprendido.
—Es lo que decía en su último mensaje. El padre de Giogi utilizaba la reliquia a menudo, y él es el único con quien habla el guardián. Esta tarde va al templo de Selune para hablar con una sacerdotisa que conocía a su padre.
—Lleddew —musitó el hechicero con un ribete de fastidio.
—Sí. Intentó verla anoche, pero no estaba… —Cat contuvo el aliento cuando la comprensión se abrió paso en su mente—. Tú enviaste a esos lacedones tras él —lo acusó—. ¿Por qué? No encontrará el espolón si muere —recriminó con un deje exasperado.
—Lleddew no puede ayudarlo a encontrar la reliquia —manifestó Flattery—. No tiene necesidad de verla. Convéncelo de que no vaya.
—¿Acaso temes a esa tal Madre Lleddew? —inquirió Cat haciendo gala de un coraje inhabitual.
El semblante de Flattery perdió color. Sus manos se dispararon y lanzaron a la mujer al suelo de un empellón.
—No me asusta ninguna mujer. Por tu propio bien, no lo olvides. Si valoras en algo que ese noble tenga la oportunidad de encontrar el espolón, lo mantendrás alejado de Lleddew y del templo de Selune. Prefiero verlo muerto antes que verlo con ella.
—Pero iba a pedirle que realizara un augurio —protestó la hechicera sin mucha convicción.
—Su primo Steele se ha encargado ya de eso en el templo de Waukeen. El mensaje era un galimatías sin sentido. Los dioses no están más enterados del paradero del espolón o de quien lo robó, que mis fuentes de información en el Abismo.
—¿Cómo sabes lo que dijo el adivino de Waukeen a Steele? —preguntó Cat, levantándose del suelo.
—Los clérigos de Waukeen están más interesados en recibir cuantiosos donativos que en guardar en secreto las confidencias de sus fieles. He descartado a Steele y a su hermana como sospechosos de lo ocurrido. Drone era el mejor candidato en la desaparición original del espolón, puesto que era el principal responsable de su salvaguardia. Si Drone deseaba que Giogi se quedara con la reliquia, debió de proporcionarle el medio de encontrarlo. Sólo que el muy estúpido no lo ha entendido todavía.
—Supón que fue otro miembro de la familia quien lo robó.
—Si Frefford lo tuviera, habría hecho uso de él a estas alturas.
—Pero Dorath lo habría escondido.
—Dorath no tiene llave de la cripta, y es demasiado vieja y débil para recorrer las catacumbas.
—¿Y qué me dices de las otras ramas de la familia? —preguntó la hechicera.
—No hay más ramas que la de Gerrin Wyvernspur y la de mi padre —manifestó Flattery.
—¿Quién era tu padre? ¿Estás seguro de ser hijo único?
Flattery soltó una risa desabrida.
—Un hijo como yo era todo cuanto su egocentrismo era capaz de soportar y más de lo que los Reinos podían tolerar.
—Giogi cree que debo de pertenecer a una rama perdida, ya que pasé ante el guardián —dijo en voz baja Cat. El hechicero resopló con desprecio.
—El guardián te dejó pasar porque eres una Wyvernspur por matrimonio, no por nacimiento. Haz que la atención de Giogi se centre en Drone y en el lugar donde el viejo pudo esconder la reliquia, y que se deje de esas fantasías de algún pariente imaginario —ordenó.
—Iremos al laboratorio de Drone para buscar su diario tan pronto como traigan un carruaje —informó Cat.
—Bien. Drone no era un estúpido, recuérdalo. Asegúrate de comprobar si hay trampas mágicas o corrientes antes de tocar nada. Arréglatelas para que sea Giogi quien coja las cosas primero.
—Es decir, que lo utilice, como tú me utilizas a mí —replicó Cat con un tono sarcástico que Flattery pasó por alto.
—Exactamente. Vas aprendiendo, después de todo. ¿No se te ha ocurrido pensar que quizás él te esté utilizando también?
—No es de esa clase de personas.
—¿No? Tal vez tenga ya en su poder el espolón y esté intentando descubrir cómo usarlo.
—Me lo habría dicho —afirmó Cat con seguridad.
—No, si desconfía de ti.
—Si no se fiara de mí, ¿por qué iba a dejar que me quedara aquí? —bramó la hechicera.
Flattery se encogió de hombros y sonrió.
—Aunque eres una perra desleal, puedes parecer muy complaciente a primera vista. Sin duda ya te ha hecho una oferta —insinuó con una mueca desagradable.
Cat alzó la mano dispuesta a abofetear al hechicero, pero Flattery le aferró la muñeca sin esfuerzo y le retorció el brazo tras la espalda.
—Lo ha hecho, ¿verdad? Supongo que ello significa que habré de vengar la afrenta que ha hecho a mi honor ese petimetre —dijo el hechicero, medio serio, medio en broma—. Una vez que haya encontrado el espolón, claro está —agregó con una mueca.
Olive oyó pasos en la escalera. Se apartó del ojo de la cerradura y se ocultó tras un baúl. Asomó la cabeza por la esquina del mueble y vio a Thomas en el último rellano; llevaba en las manos una bandeja con platos tapados. Giró por el lado opuesto del pasillo con pasos nerviosos y apresurados. Entró en un cuarto situado al final del pasillo y cerró la puerta a sus espaldas. Olive lo oyó subir más escaleras.
La halfling se debatió entre el deseo de seguir al mayordomo y escuchar la última parte de la conversación de Flattery y Cat. No tuvo ocasión de hacer ni lo uno ni lo otro, pues de nuevo se oyeron pasos en la escalera principal, esta vez acompañados de un silbido. El silbido carente de ritmo de Giogi.
Olive se aplastó contra la pared. Giogi avanzaba por el pasillo, camino del cuarto de Cat. Traía en las manos una capa y unas botas forradas con pieles, y un manguito también de piel. Se detuvo ante la puerta de la hechicera y llamó con los nudillos.
—Adelante —invitó Cat.
Giogi abrió la hoja de madera.
—Hace frío aquí —dijo al entrar. Su voz tenía un tono severo y reservado.
—No lo he notado. ¿Encontraste a Pajarita?
—No —contestó, lacónico.
—Quizá regrese al atardecer. Le diste un buen trato —dijo con suavidad la mujer.
Giogi se encogió de hombros sin hacer comentario alguno y dejó las prendas que llevaba sobre la cama.
—La temperatura es más baja que ayer, así que te he traído esto para que te lo pongas. Te dejo para que sigas estudiando. —Sin decir una sola palabra más, salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Su actitud había sido tan fría como el ambiente del cuarto que acababa de abandonar.
«Así que el bondadoso y tierno Wyvernspur sabe también tratar con aspereza a la gente cuando hieren su orgullo», pensó Olive.
Giogi se dirigió al cuarto que había a continuación del de Cat. Entró en él y dejó la puerta abierta. Olive lo vio rebuscar en un arcón situado a los pies de la cama.
La halfling comprendió que se encontraría en una situación comprometida si la descubrían allí. Había llegado el momento de regresar a la sala.
Olive cruzó sigilosa ante la puerta abierta y bajó la escalera a toda prisa, aunque de mala gana.
«Tendría que haber echado una ojeada y ver para quién es esa comida que Thomas sube al ático —pensó mientras entraba en la sala y cerraba la puerta con suavidad—. He perdido el aplomo que me caracterizaba».
Paseó de un lado a otro de la estancia.
«En otros tiempos, habría registrado hasta la última habitación de la casa y me habría apoderado de varios objetos valiosos antes de la hora del desayuno —se reprendió—. Poseer fortuna acaba con la sal de la vida. Ahora no hago más que escuchar tras las puertas y preocuparme de que me descubran. Es lo malo que tiene gozar de buena fama: la constante preocupación de perderla. Los paladines deben de tener los nervios destrozados», concluyó, resoplando con sorna.
Un cuenco con frutos secos atrajo su atención. Comida. Eso la ayudaría a tranquilizarse. Olive cogió el cuenco de la mesita auxiliar y se lo llevó, junto con el escabel, frente a la chimenea. Cascó varias nueces y separó en dos montones las cáscaras y los frutos, que representaban lo bueno y lo malo, conforme sopesaba las últimas actuaciones de Cat.
Se había puesto de nuevo en contacto con Flattery, lo que era malo, decidió la halfling, poniendo una cáscara a su izquierda. Lo que, probablemente, había sido también una tontería, añadió para sus adentros, empezando otro montón con pasas que representarían las estupideces cometidas por la hechicera.
Colocó una nuez pelada en el montón de la derecha mientras razonaba: «Esta vez ha demostrado más coraje y le ha sacado información, lo que estuvo bien. Le ha dado nuestro itinerario de hoy, lo que está mal. (Una cáscara de nuez en el montón de la izquierda). No dijo una sola palabra acerca de Jade y de mí. Eso es positivo, a menos que esté jugando con dos barajas».
Olive puso otra pasa en el montón de las estupideces.
«Tal vez me considera como un as guardado en la manga. Puede que sea supersticiosa en cuanto a “la buena suerte del halfling”».
Olive inició un montón más con higos secos, destinados a encarnar las iniciativas perspicaces de Cat.
«No le dijo a Flattery que planeamos echarle el guante. Decisión buena y perspicaz. ¿Confía en que lo matemos y así librarse de él? ¿Planea echarnos una mano cuando llegue el momento? ¿A la corta, va a seguir las instrucciones de Flattery y utilizará a Giogi para descubrir trampas en el laboratorio de Drone? ¿Intentará convencernos de que no vayamos al templo de Selune?».
Olive contempló los montones que tenía frente a sí y llegó a la conclusión de que la maga estaba hecha un lío. Arrojó las cáscaras a la lumbre y miró cómo ardían mientras daba buena cuenta de los figurados actos buenos, perspicaces y estúpidos.
Sonó un toque en la puerta y Thomas entró en la sala con la capa y los guantes de la halfling.
—El carruaje ha llegado, señora —anunció.
Olive apartó a un lado el cuenco de frutos secos y aceptó la ayuda del mayordomo para ponerse la capa, tras lo cual se reunió con Giogi y Cat en el vestíbulo. La puerta principal estaba abierta. Los arbustos y árboles brillaban a la luz del sol; la escarcha se desprendía de las ramas y goteaba en la tierra. Un carruaje blanco, tirado por cuatro caballos igualmente albos, aguardaba al otro lado de la verja.
Giogi escoltó a las dos mujeres hacia el exterior y las ayudó a subir al vehículo. Mientras el noble comprobaba los arreos del tiro, Olive se acomodó junto a Cat.
—¿Lo llevas contigo? —susurró la halfling.
Sin decir una palabra, la hechicera sacó a medias el amuleto que llevaba en un bolsillo y al punto lo volvió a guardar.
—Chica lista. Toma, coge un higo —ofreció Olive.
—¿Estáis preparadas? —preguntó Giogi, encaramado en el asiento del conductor.
«Puede que nunca lo estemos», pensó la halfling, aunque en voz alta dijo que sí.
El joven chasqueó la lengua para azuzar a los caballos y el carruaje se puso en movimiento. Ninguno de los tres se fijó que, en el ático, alguien limpiaba el vaho de la ventana con la manga de una túnica, y tampoco advirtieron los penetrantes ojos azules que los observaron vigilantes mientras cruzaban el jardín y salían a la calle.