13
Las investigaciones de Olive

Giogi saltó de la cama, salió del dormitorio como una exhalación, y corrió por el oscuro pasillo hacia la puerta del cuarto lila. Antes de alcanzar su meta, el grito había cesado. Irrumpir bruscamente en el dormitorio de una dama podría resultar embarazoso, pero el profundo silencio que reinaba ahora tras la puerta le parecía aún más ominoso. La abrió de un empellón, sin llamar.

Cat había encendido la chimenea, pero la lumbre se había consumido y sólo quedaban los rescoldos. Giogi, vestido únicamente con el camisón, se estremeció de frío. La luz de la luna que se colaba por las ventanas iluminaba el interior del cuarto. La hechicera, temblorosa y pálida, estaba sentada en el lecho.

—¿Te encuentras bien? ¿Ocurre algo? —preguntó Giogi.

—¡Había alguien aquí! —jadeó Cat—. ¡Trató de asfixiarme con un almohadón!

—¿Adónde se fue?

—¡Atravesó la pared! —gritó Cat, señalando un punto cercano a la chimenea—. ¡Como un fantasma!

El habitual talante analítico y frío de la mujer se había venido abajo. Estaba dominada por el pánico, conmocionada. Giogi subió el pabilo del quinqué y lo encendió con una astilla de la chimenea. Descorrió las colgaduras de seda que cubrían la pared, pero tras ellas no había más que el muro. Le dio unos golpes. Sonaba a sólido.

—Que yo sepa, nunca ha habido fantasmas en este dormitorio. ¿Qué aspecto tenía? —preguntó el joven noble.

—Se parecía a Flattery —dijo Cat con un sollozo—. Pero eso es imposible.

—¿Por qué? —inquirió Giogi con incertidumbre.

—Si Flattery hubiera intentado matarme, no habría dejado el trabajo a medias —aseguró la hechicera—. Además, no habría necesitado un almohadón.

Giogi se situó prudentemente a los pies del lecho. La mujer llevaba uno de los camisones de su madre, y, a pesar de ser una recatada prenda de franela, al fin y al cabo era un camisón.

—¿Te encuentras bien? —preguntó.

Cat asintió en silencio e inclinó la cabeza. El cabello, largo y suelto, le ocultaba la cara, pero, a juzgar por el modo en que se sacudían sus hombros, Giogi comprendió que estaba llorando.

«¡Al diablo con los convencionalismos!», pensó el noble mientras corría a su lado.

—Tranquilízate —dijo con suavidad, a la vez que la estrechaba entre sus brazos—. Ya pasó todo.

Cat recostó la cabeza en el pecho de Giogi y se apretó contra él. Transcurrió más de un minuto antes de que cesaran sus sollozos. Luego lo empujó con suavidad, rompiendo el cerco de sus brazos.

—Lamento mi cobarde comportamiento, pero había agotado mi capacidad mágica diaria. Estoy indefensa hasta que haya descansado y estudiado de nuevo los conjuros. —Su voz temblaba, y Giogi temió que la joven perdiera otra vez el control.

—Cualquiera que hubiera pasado por lo que tú, estaría trastornado. —El noble se puso de pie—. No te muevas de aquí —instruyó.

—¿Adónde vas? —inquirió Cat, alarmada. Hizo intención de agarrarlo del brazo, pero se contuvo en el último momento.

—A decirle a Thomas que registre toda la casa —explicó Giogi. Encendió otro quinqué y salió al pasillo. A mitad de la escalera, se topó con el mayordomo que subía a todo correr en medio de la oscuridad.

—¡Señor! ¡Creí oír un grito! ¿Ocurre algo? —preguntó el sirviente.

—Sí, Thomas. Alguien atacó a la señorita Cat en su cuarto. Quizá tenemos un ladrón en la casa, o algo peor.

—¿En el cuarto rojo, señor? ¿Estáis seguro? —preguntó con insistencia el mayordomo.

—No. En el cuarto lila. Como había supuesto, a la señorita Cat le gustó más que el rojo, y la invité a que se trasladara a él. Alguien intentó asfixiarla, pero se dio a la fuga cuando ella gritó. Dice que su atacante pasó a través de la pared, pero no sé si es que ella estaba aturdida o el asaltante es alguien con dotes mágicas. En cualquier caso, tenemos que registrar la casa.

Thomas asintió en silencio y subió las escaleras en pos de Giogi.

—Quizá debamos comenzar por el dormitorio de la dama —sugirió.

—Ya he estado allí, Thomas. Te dije que el atacante huyó cuando la señorita Cat gritó.

—Puede que haya dejado… eh… huellas, o alguna otra evidencia, señor —apuntó Thomas.

—Mmmm… Sí, tienes razón —aceptó Giogi.

El noble dio media vuelta y se encaminó hacia el cuarto lila, con Thomas pisándole los talones. La puerta estaba abierta. Cat se había levantado de la cama y se había envuelto en una bata. Se hallaba de pie junto a la ventana, observando el jardín.

Giogi tocó con los nudillos en la jamba para anunciar su presencia. La hechicera se volvió con rapidez, con una pequeña daga de cristal empuñada en la mano.

—Soy yo, con Thomas —la tranquilizó el noble.

Cat dejó escapar un suspiro de alivio y, cruzando la habitación, llegó junto a Giogi y se apoyó en él. Thomas saludó a la joven con una respetuosa inclinación de cabeza antes de internarse en el cuarto.

—¿Me permitís coger vuestro quinqué, señor? —solicitó.

Giogi se lo entregó y permaneció junto a Cat mientras el mayordomo revisaba las ventanas. Algo le pasó rozando entre las piernas y el noble dio un brinco mientras soltaba un grito.

Un enorme gato negro y blanco levantó los ojos hacia él y maulló enfadado.

—¡Tizón! ¡Thomas, es Tizón! —dijo Giogi, cogiendo al felino y acariciándole la peluda cabeza. Tizón empezó a ronronear de inmediato.

—¿Es posible, señorita Cat, que Tizón se os tumbara sobre el rostro y lo confundierais con un almohadón? —preguntó el mayordomo con exagerada paciencia—. Al oíros gritar, se asustaría y se apartó de un salto. A la luz de la luna, su sombra pudo parecer una forma de mayor tamaño. Una vez en el suelo, se perdería de vista y tal vez se escondió bajo algún mueble.

—No era un gato lo que vi —insistió Cat.

—Alguien tuvo que entrar a hurtadillas en la casa de un modo u otro, Thomas —dijo Giogi.

—Revisaré todas las puertas y ventanas, señor, aunque, en cualquier caso, si entraron con medios mágicos, no cabe duda de que habrán escapado del mismo modo.

—Bien, Thomas. De todos modos, echaremos una ojeada, por si acaso.

Amo y sirviente registraron la casa de arriba abajo, pero no encontraron señales de que ninguna puerta o ventana hubiera sido forzada, ni rastro alguno del asaltante. Giogi dio permiso a Thomas para retirarse y regresó al cuarto lila.

—Nada de nada —informó a Cat—. ¿Crees posible que Flattery enviara a otro en su lugar para que hiciera el trabajo sucio, alguien menos competente que él mismo?

Cat se puso pálida.

—No lo sé —musitó—. Tal vez.

—Para más seguridad, creo que será mejor que duermas en mi cama. Yo me quedaré aquí.

Cat asintió con un gesto. Giogi la acompañó a su dormitorio y miró detrás de todas las cortinas y colgaduras, así como debajo de la cama.

—Todo en orden —dijo.

—No sé si podré dormir —susurró Cat.

—Debes intentarlo. Si me necesitas, estoy en la habitación de al lado. —Sintiéndose más seguro, Giogi se inclinó y besó a Cat en la frente antes de abandonar el dormitorio.

De regreso en el cuarto lila, el noble se sentó en el borde de la cama, preguntándose si Thomas estaría acertado al suponer que Cat había confundido a Tizón con un atacante. Giogi confiaba en que fuera así, por bien de la dama. Pero ¿y si Thomas se había equivocado? ¿Quién, además de Flattery, querría hacer daño a la hechicera? Cat parecía estar muy segura de que su maestro no habría fracasado si hubiese querido matarla. Por otro lado, cabía la posibilidad de que la intención de Flattery fuera valerse de aquel ataque como una simple advertencia. O quizá pretendía atemorizar a Cat para que regresara a su lado.

«He de hallar la forma de protegerla de él», pensó Giogi con decisión. Yació despierto en el lecho, planteándose si sería conveniente hablar con Sudacar acerca de Flattery y Cat. Sin embargo, antes de tomar una decisión, se quedó dormido. En contra de sus temores, ninguna otra pesadilla ni grito perturbaron aquella noche su descanso.

La fonda de Maela, donde Olive había alquilado una habitación para la temporada de invierno, acogía a una clientela muy específica. Aun cuando el establecimiento era limpio y confortable, y sus tarifas razonables, no todo el mundo se planteaba la posibilidad de cruzar el umbral. Maela era una halfling, y su local, situado en el mismo centro de Immersea, estaba construido acorde con el tamaño de su raza.

Olive podría haberse albergado en Los Cinco Peces. La posada se encontraba en pleno corazón de la vida nocturna de la ciudad, y Jade había preferido instalarse allí. Sin embargo, los alicientes de Los Cinco Peces no podían rivalizar con la comodidad de vivir en casa de Maela. Allí, un halfling no se veía obligado a trepar para sentarse en una silla, o ayudarse con las manos para remontar las escaleras, o ponerse de puntillas para asomarse a las ventanas, o encaramarse a un taburete para correr el cerrojo de una puerta. Los techos tenían la altura justa para que Olive se sintiera protegida y cómoda. Sin olvidar el mayor atractivo de la fonda: la bien surtida despensa, que Maela nunca cerraba con llave.

La noche anterior, a su regreso, lo primero que hizo Olive fue una visita a dicha alacena. Los restos del saqueo nocturno estaban en un plato sobre la cómoda del cuarto de la halfling. Olive se metió en la boca un trocito de jamón y se chupó los dedos antes de volver frente al espejo del tocador.

Antes de acostarse, se había bañado y se estuvo frotando manos y pies durante casi media hora hasta que se aseguró de que no quedaba en ellos la menor traza del polvo de las catacumbas. Por la mañana, después de despertarse, repasó con minuciosidad su mejor vestido, cosió un desgarrón del lazo, y limpió una mancha de mostaza que tenía en la pechera antes de metérselo por la cabeza. A continuación se cepilló el rojizo cabello hasta dejarlo brillante y sin una brizna de paja.

Con la nariz encogida en un gesto de repugnancia, la halfling rebuscó entre el montón de ropa sucia y maloliente que estaba tirado al pie de la cama y cogió el jubón acolchado. Lo puso sobre su regazo, dio la vuelta a un bolsillo interior, y desabrochó la aguja de plata, prendida allí para mayor seguridad.

El prendedor, un arpa en miniatura engastada en una luna creciente, era regalo del Bardo Innominado; es decir, de Mentor Wyvernspur, se corrigió Olive. Arrojó a un lado el jubón y cogió el tarro de pulimento de plata que había tomado prestado de la alacena. Lustró a fondo la joya hasta dejarla reluciente. Tras respirar hondo, Olive la prendió en su vestido, justo encima del corazón.

A decir verdad, hasta ahora no había hecho ostentación del emblema de los arperos, cosa que habría extrañado a algunas personas, habida cuenta del potencial de ventajas y prerrogativas que le brindaba el prendedor. Aunque no se sabía mucho sobre los arperos, los rumores de sus poderes y buen hacer se habían propagado lo bastante para que el símbolo de la cofradía inspirara el inmediato respeto de cualquiera por la persona que lo lucía, si bien no garantizaba, necesariamente, su seguridad personal.

No obstante, Olive comprendía que la sola posesión del emblema no hacía de ella un arpero, aun cuando lo hubiera recibido de manos de uno de ellos, Innominado. Al fin y al cabo, el bardo era un renegado. Olive era lo bastante sagaz para darse cuenta de que otro arpero podría tomar a mal que alguien se hiciera pasar por un miembro de la cofradía sin serlo. Además, cuanto más al norte llegaba en sus viajes, mayor posibilidad había de que tropezara con un verdadero arpero. En consecuencia, a pesar de que el emblema prestaba credibilidad a su pretensión de pertenecer a la cofradía, ya que la mayoría de los arperos eran bardos o guerreros, el sentido común se había impuesto a su egocentrismo, y la halfling había optado por llevar oculto siempre el prendedor. Hasta ahora.

«Es una emergencia —pensó Olive—. Y ningún arpero presumido y santurrón impedirá que se haga justicia. Además, me dispongo a hacer únicamente lo que haría cualquiera de ellos: eliminar una amenaza».

Los años de trato con los humanos y sus prejuicios habían despertado en Olive una gran desconfianza en las leyes, y no estaba ni poco ni mucho dispuesta a dejar en manos de las autoridades el cumplimiento de la justicia. Dudaba que ninguno de ellos, incluidos los arperos, se hubieran preocupado alguna vez por la suerte de personas como Jade o ella. No tenía la menor esperanza de que creyeran su historia sobre Flattery y tomaran alguna medida contra él.

Más Giogi Wyvernspur era diferente. Se ganaría su confianza. «Quedará impresionado si cree que soy arpero y no se le ocurrirá pedirme credenciales —caviló—. Que él sepa, soy un bardo de cierto renombre. Por otro lado, Cat se ha encargado ya de prevenirlo en contra de Flattery. No me costará mucho trabajo convencerlo de mi sinceridad».

Además, ¿cómo iba negar su ayuda a la persona que restituía el espolón a su familia?, pensó Olive, mientras se ahuecaba el cabello y admiraba su brillo ante el espejo. La halfling no pudo evitar la idea de que, una vez que Flattery hubiera recibido su merecido, sería muy provechoso contar con la gratitud de un miembro de la nobleza cormyta, incluso de alguien tan poco influyente como Giogi.

«Desde luego, no es preciso que le cuente todos los detalles de cómo recuperé la reliquia familiar. Llegará a la conclusión de que soy extraordinariamente inteligente, lo que no dista mucho de la verdad».

—Llegó el momento de armarse para la batalla —musitó Olive.

Uno por uno, la halfling sacó todos los objetos que guardaba en los bolsillos de la ropa que llevaba puesta la noche anterior y los fue echando sobre la cama. Tenía bolsillos en los pantalones, en la túnica, en el jubón, en la capa, incluso en el cinturón. Muy pronto había apilado sobre la colcha un montón de trastos.

«Una tarea que debí realizar hace mucho tiempo», pensó, espantada por el desorden que encontró. Parte de las cosas estaban organizadas, como por ejemplo el dinero y el equipo básico, pero la mayoría era simple chatarra de la que había sido incapaz de desprenderse por estar convencida de que, más tarde o más temprano, le sería de utilidad.

Su bolsa estaba rebosante de monedas: diez coronas triples de platino, treinta y dos leones de oro, dieciséis halcones de plata, más diversas monedas de cobre. Un pequeño saquillo contenía veinte rubíes falsos para emergencias, y cuatro rubíes reales para casos de verdadera emergencia. Bajo el entarimado de la habitación alquilada yacía oculto un capital mucho más abultado. La halfling apartó a un lado de la cama tanto la bolsa como el saquillo.

Sus ganzúas y alambres estaban pulcramente recogidos y clasificados en su correspondiente estuche de cuero, aunque en una esquina del estuche, envueltos en trapos, había unos veinte ganchos mezclados sin orden ni concierto, algunos de los cuales había encontrado en sus viajes mientras que otros eran simples herramientas rotas que había apartado con intención de sustituirlas a la primera oportunidad. Del aro de un llavero de hierro colgaban más de cincuenta llaves de tamaño dispar. Unas pocas servían para abrir casi cualquier clase de candado; otras carecían de valor al haberse destruido o estar demasiado lejos los candados que abrían en su momento. Un ovillo de cordel fuerte, un cortaplumas y un chisquero completaban lo que llamaba su equipo «indispensable».

Olive hizo un montón aparte con otros cuatro ovillos de cuerda, dos corchos, un anzuelo con su plomo correspondiente, cintas y pasadores de pelo, un peine, tiza, tres frascos de cristal vacíos (a uno de los cuales le faltaba el tapón), seis botones desparejados, una bolsita de pasas, dos pañuelos sucios, un cabo de vela, un trozo de carbón, monturas de gafas sin cristales, una púa para tocar la yarting que llevaba buscando una semana, la lista de compras de la semana anterior, cáscaras de nueces, guisantes secos y una cantidad de migas de bizcocho suficiente para hacer las delicias de una paloma durante varios días. La mayoría de aquellas cosas no servían para nada y las tiraría… antes o después.

—Y por último, pero no por su importancia, el espolón del wyvern —dijo Olive, sacando de su jubón el saquillo de Jade y desatando el cordón de cierre. Volcó el contenido de la mágica bolsa reductora sobre la cama.

—Es tan desordenada como yo —comentó la halfling, perpleja ante la variedad y el número de objetos que salieron del saquillo de cuero: dos puñados de monedas, la mayoría de cobre y plata; una bufanda de seda púrpura, un vaso de latón, un frasco de cristal con una pócima que olía a menta, un collar de perlas muy bonito, seis llaves, una cuchara de plata, un par de guantes, un rollo de cuerda, un abotonador, unos dados corrientes, unos dados trucados, un metro de cinta, una manzana, unos trozos de tasajo y varios caramelos a los que se había pegado un montón de hilachas.

—¡Puag! —rezongó Olive. Sacudió el saquillo, pero no cayó nada más—. ¡Maldita sea! ¿Dónde está? —exclamó.

La halfling se sentó en la cama y revolvió el montón de desperdicios.

—Tiene que estar aquí —insistió—. Soy la única burra que hay en Immersea. Es lo que dijo Steele.

«Admítelo, Olive —se dijo, intentando superar la desilusión de no encontrar el espolón—. Steele debió de equivocarse, como siempre».

Sin embargo, la idea de que fuera Jade el ladrón tenía sentido. La joven habría podido penetrar en la cripta si el guardián la había tomado por hija de Mentor, el Bardo Innominado. Flattery le había dicho a Cat que su magia había fracasado en dos ocasiones en la localización del espolón. Y Jade, al igual que Alias, era inmune a la detección y escrutinio por medios mágicos. Jade habría obstaculizado las tentativas de Flattery para ubicar la reliquia.

De pronto, le vino a la mente otra posibilidad poco tranquilizadora. ¿Y si Jade había robado el espolón y lo llevaba consigo cuando Flattery la desintegró? ¡Qué ironía!

Pero, en ese caso, el augurio no habría revelado a Steele que el espolón estaba en el bolsillo del pequeño asno. ¿Habría engañado el dios al noble? ¿O es que había otro asno que Steele había pasado por alto? A Giogi se lo podía considerar un poco burro, pero distaba mucho de ser pequeño; era más alto que Jade. También Cat era una burra por estar ligada a Flattery, pero, de haberse apoderado del espolón, se lo habría entregado al malvado hechicero. Puede que hubiera otros Wyvernspur estúpidos, o, siguiendo el razonamiento, uno de ellos podría haberse casado en secreto con algún idiota para que llevara a cabo el robo, como era el caso de Flattery.

Olive se preguntó si el hechicero se habría casado con Cat con el único propósito de convertirla en una Wyvernspur, o sólo quería tenerla atada a él. Aun en el caso de que Flattery ignorara que Cat era una Wyvernspur antes del matrimonio, no tenía necesidad de casarse con ella para pasar ante el guardián. Él mismo habría podido penetrar en la cripta. ¿Por qué no lo hizo? ¿De qué tenía miedo?

Olive deseó que Mentor se encontrara presente. Si Flattery lo odiaba, era más que probable que el bardo conociera al hechicero, de modo que podría revelarle algo sobre él que le sirviera de ayuda. Más Mentor se encontraba lejos, en la ciudad del Valle de las Sombras. En esta época del año, llevaría más de un mes hacer un viaje de ida y vuelta a aquella ciudad. Ahora Olive y Giogi se necesitaban mutuamente. Aunque no tuvieran el espolón, todavía disponían de un comodín para utilizar en contra del hechicero: Cat.

El problema radicaba en cómo convencer a Cat de que su maestro no podría tomar represalias en su contra, y que tampoco tenía nada que ofrecerle. La primera parte no era difícil, pensó la halfling. Sólo había que recurrir al consabido truco del amuleto de protección.

Olive repasó el montón de trastos esparcidos sobre la cama. «Veamos qué hay aquí que sea más feo que una pata de mono —reflexionó. Eligió los trozos de tasajo y los ató con la bufanda de seda—. Esto servirá por ahora —decidió, metiendo todas las cosas de Jade, junto con el “amuleto de protección”, en el saquillo mágico».

La halfling suspiró. El sol había salido. Había llegado el momento de aunar fuerzas con Giogioni Wyvernspur… Después de un ligero desayuno, desde luego.

Alrededor de una hora después de que Olive bajara a desayunar en la fonda de Maela, en la casa de Giogi el joven noble tocaba con los nudillos en la puerta de su dormitorio.

—Adelante —respondió Cat con voz adormilada.

Giogi asomó la cabeza por la rendija.

—Vengo a coger algo de ropa —dijo.

—Está bien —murmuró Cat arropándose con el grueso edredón y dándose media vuelta.

Giogi cruzó la estancia y extrajo un atuendo completo del armario de ropa de invierno. Buscaba unas medias a juego cuando sonó una llamada suave en la puerta. Giogi volvió la cabeza y vio entrar a Thomas con un servicio de té. El mayordomo llegó hasta el lecho y dejó la bandeja sobre la mesilla de noche, como había hecho todas las mañanas durante años. Giogi reanudó su búsqueda en los cajones.

—Por cierto, Thomas —comenzó el noble, mientras examinaba un agujero en el desgastado talón de una media—. Me hacen falta más calcetines y medias de invierno. Y ésta necesita un zurcido. —Giogi sostuvo en alto la media para mostrársela al mayordomo, con la cabeza metida todavía en el armario ropero. Al transcurrir varios segundos sin que el sirviente recogiera la media que le tendía, Giogi volvió la vista hacia él—. Thomas, he dicho que… —empezó, pero Thomas no estaba presente. Desde la cama se oyó la risita de Cat.

—Al verme, salió corriendo —explicó la mujer, a la vez que se sentaba en el lecho y se apartaba el cabello de la cara.

—¿Y por qué iba a hacer…? ¡Oh, vaya! No habrá imaginado… Caray, será mejor que vaya a hablar con él.

—¿Por qué? —preguntó Cat, sonriendo ahora de oreja a oreja.

—Para poner a salvo tu honor, desde luego —respondió Giogi, sorprendido de que ella no lo entendiera. La hechicera rompió a reír.

—¿Y qué me dices del tuyo? —inquirió.

—Bueno, mmmm… —Giogi enrojeció—. No tardaré en volver —dijo, mientras salía corriendo en pos de su mayordomo.

El joven tuyo que hacer todo el recorrido hasta la cocina. El sirviente estaba sacando brillo a la cubertería con tales bríos que parecía que un demonio infecto hubiera utilizado los cubiertos para cenar.

—Oye, Thomas —comenzó Giogi—. Me parece que deberíamos mantener una charla.

—No lo creo necesario, señor —fue la rápida y remilgada respuesta del mayordomo—. Si ya no requiere mis servicios como ayuda de cámara, dos semanas de plazo serán suficientes para que encuentre un nuevo empleo. Maese Cormaeril me ha hecho alguna insinuación de que le vendría bien contratar los servicios de alguien como yo.

—¿Qué Shaver Cormaeril está intentando birlarme a mi servidumbre? ¡Menudo amigo! Lo despellejaré vivo. Y ahora, óyeme, Thomas. La señorita Cat pasó la noche en mi cuarto —explicó Giogi, que se apresuró a añadir—: y yo la pasé en el suyo. Quiero decir que me quedé en el cuarto lila, en previsión de que volviera su atacante, quienquiera que fuese.

—Comprendo, señor —respondió Thomas. Su tono ya no era ceremonioso, aunque distaba mucho de sonar a disculpa. No obstante, dejó de pulir la cubertería y miró a su amo.

—La relación entre la señorita Cat y yo es estrictamente profesional —agregó el noble.

—Sí, señor.

—Naturalmente, no me ha pasado por alto el hecho de que es una mujer extraordinariamente hermosa, pero mis intenciones en todo lo concerniente a ella son por completo intachables. —Giogi había empezado a pasear por la cocina conforme hablaba.

—Desde luego, señor —dijo Thomas, aunque sospechaba que las intenciones de Cat no eran tan irreprochables como las de su amo.

—Así pues, no se hable más de esa tontería del despido ni de ese miserable tipejo, Shaver Cormaeril.

—No, señor.

—¿Sabes, Thomas? Me parece que la señorita Cat siente una cierta atracción por mí —dijo, en tono confidente.

—Dudo, sin embargo, que vuestra tía Dorath lo aprobara, señor.

—¡Maldita sea, Thomas! —replicó Giogi, exaltado—. No voy a pasarme el resto de mi vida tratando de complacerla, ¿o sí?

Sin añadir una palabra más, el noble giró sobre sus talones y salió de la cocina.

Thomas tragó saliva. De repente se había dado cuenta de que la cosa era más seria de lo que pensaba.

La noche anterior, ya tarde, después del desagradable incidente en el cuarto lila, Thomas había consultado con su asesor el asunto de la relación «profesional» de Giogi con la hechicera. El mayordomo había dado rienda suelta a sus temores, pero su confidente le había asegurado que no había por qué preocuparse. Thomas se preguntó qué habría opinado su asesor si hubiese oído la última manifestación de Giogi.

Un golpe en la puerta principal obligó a Thomas a dirigir de nuevo su atención a otros menesteres más convencionales. Se quitó el delantal, corrió hacia el vestíbulo y, recobrando la compostura, abrió la puerta.

Un menudo personaje, envuelto en una capa bordeada de pieles, estaba en el pórtico exterior. Thomas vio que no era un niño, sino una halfling adulta.

—He de hablar con Giogioni Wyvernspur —anunció la halfling, que pasó bajo las piernas del mayordomo y cruzó el umbral.

—Maese Giogioni no se ha vestido ni ha desayunado todavía —argumentó Thomas, con la puerta abierta todavía de par en par, esperando que aquella pequeña criatura captara la indirecta y se marchara.

—Aguardaré —decidió Olive—. Tú eres Thomas, ¿no? —preguntó, mientras se quitaba los guantes.

—Sí —admitió el sirviente.

—¿Sigue aquí la hechicera llamada Cat? —interrogó la halfling.

—Eh…, sí —repuso Thomas, cerrando la puerta, sorprendido. Era desconcertante hallarse ante alguien que parecía conocer todas las interioridades domésticas.

—El tiempo puede ser de importancia capital. ¿Tendrías la amabilidad de anunciar a tu amo que Olive Ruskettle solicita una entrevista con él? —indicó Olive, quitándose la capa y tendiéndosela, junto con los guantes, al mayordomo.

—Desde luego —respondió Thomas, cogiendo las prendas que le entregaba la halfling. En un intento de recuperar el control de la situación, al menos en parte, sugirió—: ¿Seríais tan amable de aguardar en la sala?

—Estaré encantada —aseguró Olive.

Thomas condujo a la halfling a la habitación adyacente, y Olive tomó asiento en un pequeño escabel. Su apostura, tan rígida e impasible, se semejaba tanto a la de Dorath, y su tono y actitud eran tan solemnes que la preocupación hizo presa del mayordomo; a decir verdad, estaba asustado.

Esta tal Olive Ruskettle no se parecía a ninguno de los halfling que conocía. ¿Qué clase de asunto desagradable e importante vendría a tratar?, se preguntó el mayordomo, mientras salía a toda prisa de la sala de estar.

Desde su asiento, Olive examinó la lujosa estancia. Desde luego, el chico tenía dinero, pensó. Y buen gusto, agregó, al fijarse en la estatuilla de mármol de Selune. A su entender, era un original de Cledwyll. Dotada de opulentas formas y escasamente vestida. Sí, definitivamente, era de Cledwyll. Qué extraordinario.

Olive se miró el vestido. El prendedor continuaba en su sitio, destacando sobre la tela, como era su intención. Tenía que meterse de lleno es su papel, pensó. ¿Cómo se personificaba a un arpero? ¿Debería comportarse con seriedad y firmeza, como el arquetipo de los remilgados paladines que había conocido en su infancia, o por el contrario tomar por ejemplo al paladín saurio, Dragonbait, protector de Alias, agregando ese toque de modestia que lo hacía parecer un ser anodino?

¿Qué haría Dragonbait en su lugar?, se preguntó. Probablemente seguirle la pista a Flattery y atravesarlo con una espada, se respondió con aspereza.

«De acuerdo, pero ¿cómo actuaría si fuera yo? —se planteó—. No hablaría mucho —pensó, esbozando una sonrisa. Dragonbait era mudo, y en ello radicaba parte de su encanto y misterio—. Él no le daba a la lengua, Olive. Así que procura contener la tuya —se exhortó—. Ve directa al grano.

»Por otro lado, quizá sea contraproducente soltárselo a Giogi de un sopetón. Podría asustarlo —reflexionó—. Primero romperé el fuego con una conversación cortés, como por ejemplo: “Hola, siento lo ocurrido con el bueno de Drone. ¿Qué tal el resto de la familia?”. Y luego lo pondré al corriente de que su invitada está casada con un perro asesino que da la casualidad de ser un pariente».

Giogi no la hizo esperar mucho, y la sincera sonrisa que exhibía al entrar en la sala afianzó la seguridad en sí misma de la halfling.

—¡Qué gran honor, señorita Ruskettle! Oí decir que estabas en Immersea —dijo el joven.

—Me halaga que te acuerdes de mí, maese Giogioni. Nuestro último encuentro, con ocasión de la boda de tu primo, fue muy breve —respondió Olive, ofreciéndole la mano.

Giogi tomó los menudos dedos entre los suyos y se inclinó sobre la mano de la halfling. Luego la soltó y retrocedió un paso.

—¿Cómo olvidar a una cantante con tu talento? Además, el día fue… eh… memorable por otras razones.

—Oh, sí —admitió Olive—. Tuvo lugar aquel desafortunado atentado contra tu vida.

—Bueno, Dimswart explicó que tu amiga, Alias, estaba sometida a una maldición. Por eso no la culpo de lo ocurrido.

—Una actitud caballerosa y encomiable, maese Giogioni. Me complace decir que hallamos el remedio para librar a Alias de la maldición.

—Oh, eso es maravilloso —afirmó el joven, tomando asiento frente a la halfling bardo—. Y dime, ¿está ella también en Immersea? —preguntó, poniendo a prueba su teoría de que Alias era la autora del robo.

Olive negó con un gesto de la cabeza.

—No, se encuentra en el Valle de las Sombras, pasando el invierno.

—¡Ah! —Giogi frunció el entrecejo, pero enseguida superó su decepción. Olive cambió de tema.

—Me he enterado de que el primo de tu abuelo, Drone Wyvernspur, ha fallecido. Acepta mis condolencias. Creo que estabas muy unido a él.

—Gracias. —Giogi apartó los ojos de Olive y contempló con fijeza las llamas del hogar. La halfling advirtió que sus ojos se habían humedecido. Tras unos segundos, el noble volvió a mirar a su huésped—. Fue un golpe doloroso e inesperado. Tío Drone era para mí más que un pariente lejano. Él y tía Dorath me tomaron a su cargo a la muerte de mis padres. Le tenía un gran aprecio. Era un poco despistado, pero muy amable y afectuoso.

—Por lo que sé, tu familia vive otra tragedia —comentó Olive.

—Se ha perdido una reliquia que, conforme a la leyenda, asegura la continuidad de nuestro linaje. Todos estamos algo tensos, con unas cosas y otras. Es una extraordinaria casualidad que hayas venido a verme, señorita Ruskettle. Verás, tenía pensado buscarte para charlar contigo acerca del espolón.

Olive se las ingenió para disimular su sorpresa. Había tiempo de sobra para descubrir qué creía Giogi que sabía ella sobre la reliquia.

—Quizá mi visita no sea tan casual como piensas —dijo la halfling con una sonrisa intencionada. Se llevó la mano derecha al emblema de los arperos y jugueteó con él como si su gesto no fuera premeditado. Luego posó de nuevo la mano en su regazo—. Puede que ya estés enterado, maese Giogioni, de que un hechicero poderoso y temible está interesado en el espolón del wyvern.

Giogi tragó saliva con esfuerzo.

—¿Te refieres a Flattery? —preguntó con voz quebrada.

—Precisamente —respondió Olive, echándose hacia adelante. Giogi se adelantó a su vez, en un acto reflejo.

—Quizás ha llegado el momento de que vaya al grano, maese Giogioni. Ese tal Flattery asesinó a mi protegida, y mi cofradía no consentirá que este crimen quede impune.

—Tu cofradía… Disculpa, pero no he podido evitar fijarme que el prendedor que llevas es el emblema de los arperos, ¿verdad?

—Lo es, maese Giogioni.

—No me había dado cuenta… No lo llevabas en la boda de Freffie la pasada primavera.

Olive suspiró y esbozó una sonrisa.

—Aquéllos eran tiempos mejores, no tan funestos como los actuales.

Se abrió la puerta y Cat penetró en la sala. Llevaba un vestido de color crema cuajado de florecillas rosas de satén y hojas realizadas con abalorios blancos. Se había peinado el cabello cobrizo con una trenza al estilo sembiano que le llegaba hasta la mitad de la espalda.

Se colocó a espaldas de Giogi y sostuvo en alto la coleta del joven noble. A juzgar por su actitud, no había reparado en la visitante halfling ni en el escabel situado frente a la silla de Giogi. Sacó tres pequeños abalorios verdes.

—Los encontré en mi cama —dijo con una sonrisa, y a continuación los ató en la trenza del joven.

Un visible rubor tiñó las mejillas de Giogi. Se puso de pie y giró a Cat de manera que quedara frente a Olive.

—Tenemos visita, querida. Señorita Ruskettle, tengo el gusto de presentarte a…

—Cat, maga y discípula del hechicero Flattery —terminó Olive por él, con extremada frialdad.

Cat estaba desconcertada no sólo porque su coqueteo tuviese un espectador, sino también porque aquella persona supiera tanto sobre ella. Entrelazó su mano con la de Giogi con nerviosismo.

—Eh…, bueno…, va a abandonarlo —informó Giogi—. Ahora está bajo mi protección.

—Sabia decisión, señorita Cat —dijo la halfling, asintiendo con gesto aprobatorio—. Y tomada justo en el momento oportuno —agregó.

Antes de finalizar la frase, Olive se había dado cuenta de que tendría que arreglar cuentas con Cat sin esperar colaboración por parte de Giogi. Por lo que acababa de decir la hechicera, era obvio que el noble le había ofrecido algo más que su protección.

«Tengo la impresión de que no tomaría a bien la menor sugerencia de que esa mujer piensa traicionarlo, —reflexionó Olive—. Los varones humanos son muy quisquillosos en ese aspecto. Es una pena que no pueda revelarle que estoy segura de su deslealtad porque la espié en la cochera».

—Cat —retomó la palabra Giogi, finalizando las presentaciones con voz suave—. Ésta es Olive Ruskettle, la bardo. Hablábamos sobre Flattery cuando entraste.

La hechicera hizo una reverencia a la halfling, sin que se le pasara por alto el hecho de que Giogi hubiese elegido presentarla a ella en primer lugar.

—Al parecer, ese tal Flattery asesinó a la protegida de la señorita Ruskettle —explicó Giogi, tragando saliva. Cat no se mostró sorprendida en absoluto. Se limitó a parpadear una vez.

—¿Por qué? —preguntó.

Una idea inspirada acudió a la mente de Olive, que sonrió con expresión sagaz.

—Interesante pregunta, señorita Cat —comenzó—. Una incógnita a la que, de pronto he comprendido, podrías responder mejor que yo.

—¿Qué? —Cat estaba pálida y descompuesta.

—Sí. La historia es algo complicada —dijo la halfling—. ¿Por qué no tomáis asiento, por favor?

Giogi se acomodó en el sofá e hizo que Cat se sentara a su lado, con la mano de la hechicera todavía entre la suya. La mujer parecía necesitar de su apoyo.

«Quizás esto logre hacerte recobrar la sensatez, Cat —pensó Olive—. Tal vez logremos que te asuste más la idea de volver con Flattery que abandonarlo».

—Sin duda te habrás dado cuenta, maese Giogioni —comenzó la halfling—, del gran parecido de la señorita Cat con Alias de Westgate.

—Bueno, sí, lo he notado. Pero Cat dice que…

—… que no conoce a Alias —interrumpió Olive—. Que procede de Ordulin. La señorita Cat pertenece a una rama de la familia de Alias separada por… los malos tiempos. Aun así, todos los miembros de su familia guardan un parecido extraordinario entre sí, como ocurre con los Wyvernspur. Además, todas las mujeres del clan de Alias heredan una marca familiar en el brazo derecho. Surge de la noche a la mañana sin motivo aparente y no desaparece por medios mágicos.

Cat posó la mano izquierda sobre su brazo derecho. Giogi le dirigió una mirada interrogante y la hechicera hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Olive continuó.

—Mi protegida, Jade, era también un miembro de su familia. Asimismo, se parecía a Alias de Westgate. En fin, hace dos noches nos encontramos con Flattery en una calle de Immersea. Lo seguimos, ya que estábamos convencidas de que los motivos que lo habían traído a la ciudad eran poco escrupulosos.

»Jade había sido entrenada específicamente para escamotear bolsas… con vistas a cumplir con su deber, se entiende —explicó la halfling—. Sospechábamos que Flattery había robado el espolón del wyvern y, en consecuencia, Jade se aproximó a él para inspeccionar sus bolsillos. No tardó en apoderarse de un curioso objeto: un cristal tan grande como mi puño y tan negro como una noche sin luna. Lo sé porque me lo mostró antes de continuar tras los pasos de Flattery. —Olive respiró hondo—. Jade estaba a punto de registrar otro bolsillo del hechicero cuando éste se dio media vuelta.

»En principio pareció confundir a Jade con alguien a quien conocía. Si la memoria no me falla, gritó: “¡Perra traidora! ¡Primero escapas y ahora intentas robar lo que aún no te has ganado!”. Acto seguido… asesinó a mi protegida. La desintegró por medio de un espantoso hechizo.

Olive hizo una pausa. No tuvo que fingir dolor y cólera, pues ambos sentimientos afloraron de manera espontánea. Giogi estaba ensimismado con el relato de la halfling. Tenía la boca entreabierta y los ojos como platos. La fría y racional Cat apretaba con fuerza la mano del noble y su mirada parecía taladrar a Olive.

Transcurrieron varios segundos antes de que la halfling se sintiera capaz de finalizar la historia, y, cuando lo hizo, su voz había perdido algo de su firmeza.

—Sospecho que Flattery confundió a mi protegida contigo, Cat —explicó—. Y la pregunta que quiero hacerte es la siguiente: ¿tu antiguo maestro sería capaz de matarte si pensara que intentabas robarle algo?

La palidez de la mujer se acrecentó. Asintió en silencio. Olive aprobó con un gesto la admisión de Cat.

—Siento decir que perdí la cabeza al presenciar el asesinato de Jade —continuó la halfling—. Grité, y Flattery me descubrió y me vio con absoluta claridad. Fue en mi persecución, pero me las ingenié para darle esquinazo gracias a ciertos recursos mágicos que poseo. Sin embargo, era testigo de su crimen; y tampoco siente un gran aprecio por los arperos. —Olive dejó escapar un suspiro tembloroso—. Si nos encontráramos un poco más al norte, dispondría de más recursos para lograr llevarlo ante la justicia… Cofrades que actúan con gran discreción. Más, tal como se presentan las cosas, estoy sola y lejos de los míos. Me vendría bien tu ayuda.

—Me complace que hayas acudido a mí, señorita Ruskettle —dijo Giogi, cogido por sorpresa—. Haré cuanto esté en mi mano para ayudarte. Pero ¿por qué pensaste en mí? Sin duda, en una ciudad como Immersea, podrías encontrar aliados más poderosos que yo.

—Pero no tan discretos, me temo. Además, pensé que te gustaría que este asunto quedara en familia. Desde luego, podría haberme dirigido a tu primo Frefford, pero él tiene esposa y una hija recién nacida, y esta misión no está exenta de peligro. En cuanto a tu primo Steele, no es, me temo, la persona adecuada.

—Lo siento, pero no comprendo qué quieres decir con «guardar este asunto en familia» —se excusó Giogi.

—Puesto que Flattery es pariente tuyo, pensé que preferirías ser tú quien lo llevara ante la justicia y de ese modo evitar el escándalo.

—¿Que Flattery es…? —Giogi se atragantó—. ¿Insinúas que es un Wyvernspur?

—¿No lo sabías? Supuse que la señorita Cat te habría puesto ya al corriente —dijo Olive, aunque, por supuesto, no lo había pensado y la habría sorprendido enterarse que Cat le había revelado al noble algún dato importante sobre su maestro.

Giogi se volvió hacia la mujer sentada a su lado y aguardó en silencio una negativa, una explicación, una excusa: cualquier cosa. Cat bajó los ojos.

—No estaba segura. Empecé a sospechar algo ayer. Se parece a tus primos, Steele y Frefford. Temí que, si descubrías que era tu pariente, no te pusieras de mi parte y contra ellos, y me retiraras tu protección.

«No te cuesta mucho urdir mentiras, ¿verdad?», pensó Olive.

—¿Cómo se te ocurrió pensar eso ni por un momento? —preguntó Giogi con aire dolido.

—No dejas de decir lo importante que es la familia para ti —susurró Cat—. «Los Wyvernspur nos protegemos mutuamente». Ésas fueron tus palabras.

—Pero tú también perteneces a la familia —protestó Giogi.

—Supón que no fuera así —planteó Cat.

—No hay duda —insistió el noble—. El guardián te dejó pasar, así que tienes que ser uno de nosotros.

—¿Y en caso contrario? —insistió la hechicera.

—No supondría ninguna diferencia —replicó el noble con frialdad, ofendido de que Cat no tuviera mejor opinión de su honor de caballero—. No soy la clase de hombre que abandona a jovencitas en manos de criminales hechiceros.

Cat bajó la mirada a su regazo, incapaz de explicar su inquietud. Giogi le había soltado la mano y había adoptado una postura tensa.

«Has dado un paso en falso, mujer —azuzó mentalmente Olive a Cat—. Sabías que no podías confesar a Giogi que está enamorado de la esposa de otro hombre. Quizás hubiera aceptado que no confiases en él, pero sugerir que podría abandonarte a tu suerte ha herido su amor propio».

No sospechaba de ella, pero al menos se había puesto a la defensiva, pensó satisfecha Olive.

—En cualquier caso, eres un miembro de mi familia —repitió Giogi, como recordándose que tenía todavía una obligación para con ella—. Flattery, al ser un Wyvernspur, debe de tener un informe sobre las ramas perdidas del árbol genealógico. Así es como supo que no correrías peligro al entrar en la cripta.

Olive asintió con un gesto de la cabeza, pero al punto se contuvo. Se suponía que ella no sabía que Cat había estado en las catacumbas.

—¿Quieres decir que Flattery envió a la señorita Cat a robar el espolón? —preguntó, simulando sorpresa.

Giogi enrojeció al darse cuenta de que había descubierto a Cat.

—Bueno, sí y no.

—Mi antiguo maestro me mandó en busca del espolón, pero la reliquia había desaparecido cuando llegué allí —se apresuró a explicar la hechicera—. Verás, la cripta familiar cuenta con una puerta secreta, que se abre…

—Cada cincuenta años —concluyó Olive, mientras hacía un ademán desdeñoso—. Sí, también estamos enterados de eso. Lo que no alcanzo a comprender es por qué Flattery te envió a ti.

El interrogante que había obsesionado a Olive se abrió paso en la mente de Giogi con la velocidad del rayo.

—¡Es cierto! Si Flattery es un Wyvernspur, ¿por qué no fue él mismo en busca del espolón? —inquirió el joven.

—Si supiéramos la respuesta a esa pregunta, maese Giogioni, habríamos dado con la clave para derrotar a Flattery —anunció Olive.