Del diario de Giogioni Wyvernspur:
Día vigésimo del mes de Ches,
en el Año de las Sombras
Tío Drone falleció esta mañana, al parecer víctima de su propia magia. Nadie lamentará su muerte más hondamente que yo. Con todo, no puedo evitar sentirme enojado con él. A juzgar por las apariencias, estaba involucrado de algún modo con el robo del espolón del wyvern. No obstante, ya que en su último mensaje me instaba a que buscara al ladrón, he de suponer que no participó de manera directa en ello.
Sin embargo, a tío Drone no le habría sido difícil anular las alarmas mágicas que denuncian la presencia de un intruso en la cripta, dando así a su cómplice la oportunidad de entrar a hurtadillas.
El robo habría pasado inadvertido durante algún tiempo de no ser por la presencia de un segundo ladrón, que hizo funcionar una de las alarmas.
Puesto que tío Drone estaba lo bastante desesperado como para realizar un hechizo peligroso con tal de encontrar el espolón, la deducción lógica es que su cómplice lo había traicionado. Es una idea inquietante, ya que el ladrón tuvo que ser un Wyvernspur.
Aparte del problema de descubrir al ladrón, también me preocupa el hecho de que mi vida siga «posiblemente» en peligro, según me dijo anoche tío Drone. Quizás haya pasado el peligro, ahora que he regresado de la cripta a salvo, pero albergo serias dudas al respecto. He tomado bajo mi protección a Cat, una joven cuyo antiguo maestro, un tal Flattery, es, según palabras de la propia Cat, «un mago poderoso de temperamento violento».
Flattery también quiere apoderarse del espolón.
Estoy convencido de que, si quiero hallar la reliquia familiar, habré de descubrir antes cuáles son sus supuestos poderes. El espíritu del guardián que mora en la cripta tal vez lo sepa, aunque no me seduce la idea de preguntárselo a ella. Tía Dorath quizá también lo sepa. Pero preguntárselo a mi tía es una alternativa tan poco apetecible como la anterior.
Giogi se recostó en el respaldo de la silla e hizo girar la plumilla entre sus dedos con actitud ausente. Tras instalar a su invitada en el cuarto rojo, había regresado a la sala a fin de hacer unos rápidos apuntes en su diario antes de dirigirse a Piedra Roja.
Como solía suceder cada vez que escribía algo en el diario, hubo cosas que a su juicio más valía no mencionar. Además de mantener en secreto el incalificable comportamiento de su prima Julia en el cementerio, también se sintió incapaz de revelar que Cat era el segundo ladrón. Al fin y al cabo, no había robado nada, y al parecer había decidido cortar su relación con Flattery y la mala influencia que ejercía sobre ella.
Giogi comprendió que tampoco debía mencionar que sabía que Cat era una Wyvernspur, puesto que tal circunstancia la convertía en sospechosa de llevar a cabo el robo. Lo cual significaba que tampoco podía reflejar por escrito la conclusión que había sacado referente a la identidad del ladrón.
Cuando empezó a escribir en su diario, se le ocurrió que era una coincidencia muy peculiar el hecho de que tanto Flattery como tío Drone hubiesen encontrado a un Wyvernspur desconocido para que entrara en la cripta en su nombre. Ello le recordó lo extraordinaria que resultaba la casualidad de que se hubieran cruzado en su camino dos mujeres idénticas: Cat y Alias de Westgate. Fue entonces cuando la idea se abrió paso en su cabeza como un fogonazo: quizás Alias era también una Wyvernspur.
Si sus sospechas eran acertadas, la espadachina podría ser el ladrón. La noche anterior, Sudacar le había comentado que Alias estaba en la ciudad del Valle de las Sombras trabajando para Elminster, el sabio, pero cabía la posibilidad de que Sudacar estuviera equivocado. Había una persona que lo debía saber con certeza: la amiga y antigua patrona de Alias, Olive Ruskettle, que por casualidad se encontraba en la ciudad.
Giogi soltó la pluma en el escritorio. En primer lugar iría a conocer a la hija recién nacida de Frefford, decidió, y después hablaría con tía Dorath sobre el espolón. Comprendió que era una pérdida de tiempo intentar ponerse en contacto con la señorita Ruskettle antes del anochecer. Todos los artistas dormían hasta bien entrado el día. Después de la cena, se pasaría por Los Cinco Peces para ver si la famosa bardo se encontraba en la posada.
La señorita Ruskettle, la afamada bardo, se removió intranquila en su sueño. La acosaba una pesadilla de Cassana, la maligna bruja que había creado e intentado esclavizar a Alias. En este sueño, Cassana no era destruida, sino que se transformaba en un lich, el cadáver viviente de un hechicero. Cassana vestía, como lo había hecho en vida, unos ropajes costosísimos y ricas joyas. Toda aquella ostentación no lograba encubrir su figura enflaquecida y demacrada, ni desviar la mirada de Olive de su rostro esquelético que antaño guardaba gran semejanza con el de Alias.
En la pesadilla de Olive, el muerto viviente que era Cassana había capturado a Jade, pero Olive, en su forma de halfling, estaba demasiado aterrada para intentar rescatar a su amiga y, en lugar de eso, se daba a la fuga. No obstante, como ocurre tan a menudo en los sueños, por más que corría Olive, parecía que no avanzaba ni un centímetro. Oyó un relincho. «Si encuentro al caballo y me monto en él —pensaba Olive—, podré cabalgar hasta ponerme a salvo».
El caballo relinchó otra vez. Olive se despertó sobresaltada. Estaba de vuelta en Immersea, en la cochera de Giogi, y seguía siendo una burra.
—Estúpida yegua. Toma, aquí tienes un poco de pienso —dijo una voz familiar.
Olive atisbó por una rendija en la pared de tablones de su cuadra. Cat se encontraba frente al establo de Margarita Primorosa, con una mano extendida hacia la yegua. La hechicera se las había ingeniado muy bien para controlar al animal y evitar que alertara a alguien con sus relinchos engatusándola con un puñado de avena endulzada. La bestia olisqueó interesada, acercó el hocico al regalo, y perdió la desconfianza que le inspiraba la humana.
La cellisca repiqueteaba todavía en el tejado, pero ahora penetraba una luz grisácea por la ventana de la cochera, por lo que Olive dedujo que la tarde estaba ya avanzada.
«¿Qué hace aquí? —se preguntó la halfling—. Quizás haya decidido abandonar a Giogi, después de todo, y haya venido a robar a Margarita Primorosa para escapar».
De nuevo le vino a la mente la idea de que tío Drone se había equivocado al pensar que Giogi no encontraría en las catacumbas al verdadero ladrón del espolón. Cat podía haber tenido en su poder la reliquia desde antes de que toparan con ella y haberse limitado a aguardar el momento oportuno para huir con su botín.
Sin embargo, en lugar de ensillar la yegua, Cat sacó un pedazo de papel blanco de un bolsillo de su mugrienta túnica. Luego empezó a doblar el papel una y otra vez, estirando y plegando los picos hasta que adquirió la apariencia de un pájaro de grandes alas.
A continuación la hechicera sostuvo la peculiar ave frente a su rostro y la miró con aire enfadado. Con un movimiento brusco, estrujó la figura de papel y la arrojó a la cuadra de Olive.
La halfling vio que Cat se dirigía a la puerta de salida, pero la hechicera vaciló, con la mano sobre el picaporte, y volvió sobre sus pasos hasta el establo de la burra.
Tras desatrancar la puerta, Cat pasó junto al animal y revolvió la paja del suelo hasta dar con la bola de papel arrugado. Alisó el pliego contra su muslo y volvió a darle la misma forma. Después arrimó la figura a sus labios y susurró:
—Maestro Flattery, vuestra Cat tiene información sobre el espolón. Os suplica que os reunáis con ella cuanto antes. Os aguarda en la cochera de Giogioni Wyvernspur.
La hechicera salió del establo de la burra tan preocupada con su pájaro de papel que olvidó cerrar la puerta tras ella. Se dirigió de nuevo a la puerta de salida y posó la arrugada figura sobre la palma de su mano. Entonces el pájaro se retorció y empezó a batir las alas.
—Vuela al trono de mi maestro —instruyó Cat.
El ave de papel salió presurosa de la cochera y desapareció tras la cellisca.
Cat dejó la mitad superior de la puerta abierta, se subió al calesín y se acomodó en el mullido asiento. Lanzó un suspiro y se quedó muy quieta, sentada con las manos enlazadas sobre el regazo. Cerró los ojos aunque no del todo y, a juzgar por su postura, Olive comprendió que la mujer estaba alerta y a la expectativa.
La ira hizo temblar a Olive. La traidora bruja no perdía el tiempo, se dijo encolerizada. Con el mayor sigilo posible, la burra salió de la cuadra y se escabulló hasta la parte posterior de la cochera que estaba envuelta en sombras. Se preguntó cuánto tiempo tardaría el maestro de Cat en llegar a la cochera desde su trono. Cassana y el viejo Zrie Prakis se sentaban en sendos solios. «Olive —se dijo para sus adentros—, los magos que se sientan en tronos siempre ocasionan problemas, muchacha. Tienen demasiados aires de grandeza».
O el pájaro de papel de Cat volaba más rápido que un dragón, o el trono de su maestro estaba sólo al otro lado de la ciudad. Fuera como fuese, lo cierto es que la humana no tuvo que esperar mucho. En menos tiempo de lo que se tarda en cocer un huevo duro, algo llegó a la cochera.
Un inmenso cuervo negro se coló por la parte superior de la puerta abierta y se posó en la barra de la linterna del calesín. El ave sacudió su plumaje mojado y voló hasta el asiento junto a Cat. En principio, Olive pensó que el cuervo era alguna especie de mensajero mágico, quizás el demonio familiar al servicio de Flattery. Entonces el cuervo creció de una manera monstruosa; sus plumas se transformaron en tejido y pelo, sus alas se convirtieron en brazos, y las garras en piernas. Cat permaneció inmóvil y en silencio durante la metamorfosis.
Por fin el cuervo acabó transfigurándose en un hombre que se cubría con una enorme capa negra. El pelo, sedoso y negro, más brillante que las mismas plumas del cuervo, le caía sobre los hombros. Desde su posición, Olive no le veía el rostro, pero escuchó sin ninguna dificultad sus palabras; había algo inquietantemente familiar en su profunda voz de bajo.
—¿Y bien, Catling? —demandó.
Cat se estremeció e inclinó la cabeza. Cuando habló, su tono era tan apagado que Olive tuvo que esforzarse para oírla.
—Perdóname, maestro. He fracasado en la misión que me encomendaste.
Sin decir una palabra, Flattery le cruzó la cara con un bofetón. El chasquido de su mano contra la mejilla de Cat espantó a Margarita Primorosa, que dio una coz en la pared del establo y relinchó con nerviosismo. Olive retrocedió, en previsión de la cruenta lucha que suponía iba a tener lugar. No hacía ni un mes que había visto a Jade cercenar el dedo de un estúpido mercenario que le había dado un pellizco; por no mencionar la circunstancia de que todos cuantos habían intentado esclavizar a Alias estaban muertos, a manos de la propia espadachina o a las de sus amigos. Olive temió por un instante que la cochera no fuera lo bastante grande para contener el despliegue mágico de la mordaz hechicera, hermana tanto de Jade como de Alias.
Cat se mantuvo inmóvil, sin emitir la menor protesta, y con la cabeza todavía inclinada.
—Desde que te encargué esta sencilla misión, el espolón ha desafiado en dos ocasiones mi poder para detectarlo. Tu fracaso puede significar que lo haya perdido para siempre —gruñó Flattery.
—El espolón no estaba donde dijiste que estaría.
—¿Estás insinuando que he cometido un error? —inquirió Flattery.
—No, maestro. Lo que quiero decir es que algún otro lo robó antes de que yo entrara en la cripta.
—¿Quién? —demandó el mago.
—Lo ignoro —respondió Cat, que se apresuró a añadir—: Pero es posible que tenga ocasión de obtener esa información. —Hizo una pausa, como si esperara alguna muestra de complacencia o interés por parte de su maestro, pero aguardó en vano.
—Continúa —ordenó fríamente el mago.
—No vi a nadie más en las catacumbas esa tarde —explicó la joven—. Salvo los monstruos que las habitan. Después de buscar la localización de la cripta y descubrir que el espolón había desaparecido, intenté salir por la puerta secreta, pero estaba sellada por fuera. Regresé a la cripta, pero el acceso a la escalera del mausoleo estaba cerrado con llave. Estaba atrapada allí dentro. —La voz de Cat tembló al evocar el terror que le había producido quedar encerrada bajo tierra.
Flattery no se mostró tan compasivo como Giogi con su apurada situación. De hecho, el mago no demostraba compasión alguna.
—Debiste quedarte allí y evitarme la molestia de escuchar tus lastimeras disculpas —gruñó.
Cat empezó a temblar. Olive creyó que la mujer estaba llorando, pero, como no podía verle la cara, no estaba segura.
—Prosigue —indicó con brusquedad el mago.
Cat sorbió una vez y obedeció la orden.
—Giogioni Wyvernspur me encontró en las catacumbas —susurró—. Le dije lo que te he dicho a ti, que yo no había robado el espolón porque alguien se me había adelantado, y él me creyó. Su tío, Drone Wyvernspur, le había advertido que no encontraría la reliquia en la cripta, y tomó las palabras del viejo como si fueran una profecía.
»Al caer en la cuenta de que Drone tenía que saber algo más acerca del ladrón, me las ingenié para regresar con Giogioni, a fin de entrevistarme con su tío y sonsacarle la información. Sin embargo, Drone murió esta mañana; al parecer, perdió el control sobre el hechizo que estaba realizando.
—Los heraldos de la ciudad anunciaron su fallecimiento —intervino Flattery. Por primera vez, se mostraba complacido—. Tampoco es que fuera un suceso inesperado, ¿verdad? —Soltó una risita.
—No entiendo —dijo, desconcertada, Cat—. Su familia parecía muy conmocionada por lo ocurrido.
Flattery resopló con desdén.
—A veces llegas a ser realmente necia. Presumo que tendrás una disculpa para no haber regresado conmigo tan pronto como te enteraste de la muerte de Drone Wyvernspur —dijo con tono imperioso.
—Drone dejó un mensaje para Giogioni instándolo a que encontrara al ladrón —explicó Cat con nerviosismo—. Si me quedo junto a Giogioni y tiene éxito, obtendré la información que quieres.
—Por lo que sé, el tal Giogioni es un idiota y un petimetre. ¿Cómo iba a tener éxito en lo que yo he fracasado? Estás perdiendo tanto tu tiempo como el mío —rezongó el mago.
—Aun así, Drone Wyvernspur confiaba en él y dejó en sus manos la búsqueda. ¿No dijiste que Drone era muy astuto?
—Sí —admitió de mala gana Flattery. Durante unos segundos, permaneció sentado en silencio, sumido en hondas reflexiones. Por fin preguntó a Cat—: ¿Con qué pretexto te quedarás junto a ese Giogioni?
—Le dije que tenía miedo de volver con mi maestro sin haber obtenido el espolón. Se ofreció a protegerme de ti.
Flattery prorrumpió en carcajadas. El sonido retumbó de un modo desagradable en las vigas de la cochera e hizo que la espesa capa de pelo que cubría a Olive se pusiera de punta. El mago descendió del carruaje, aferró la rueda trasera entre sus manos, y la partió en dos. Al desplomarse el eje al suelo, Cat perdió el equilibrio. Flattery la cogió en sus brazos y empezó a dar vueltas como un loco. A los ojos de Olive, su modo de tratar a la mujer no era el que un bailarín da a su pareja; más bien parecía un perro perverso sacudiendo una muñeca de trapo.
Cuando dio por concluido su demencial juego, Flattery se dejó caer contra el establo de Margarita Primorosa. Todavía con Cat entre los brazos, susurró con aspereza:
—No ha nacido el Wyvernspur capaz de protegerte de mí si descubro que me has traicionado. ¡No lo olvides!
Un mortecino rayo de luz iluminó su rostro y puso de manifiesto el horrendo rictus de sus labios. A Olive le dio un vuelco el corazón y la halfling se olvidó de respirar unos segundos mientras contemplaba aterrada el semblante de Flattery. Tenía unos crueles ojos azules, nariz aguileña, labios finos y mandíbulas angulosas… Todos los rasgos de los Wyvernspur en un rostro más joven que el de Innominado y mayor que los de Steele y Frefford. El rostro del asesino de Jade.
—Tu recomendación huelga. No está dentro de mis posibilidades el traicionarte —comentó Cat.
Los ojos de Flattery centellearon.
—No me provoques, necia. ¿Por qué estás enfadada?
—No me hablaste del guardián de la cripta.
Flattery se encogió de hombros y soltó a la mujer.
—¿A qué viene eso ahora?
—El guardián mata a cualquiera que entre en la cripta si no es un Wyvernspur. No me lo dijiste. Ni tampoco que eras un Wyvernspur.
—Así que te has dado cuenta, ¿eh? —El mago se echó a reír—. ¿Acaso cambia en algo las cosas? Me ocupé de que estuvieras protegida. Te di mi nombre.
—¿Es ésa la única razón por la que me pediste que me casara contigo? —inquirió Cat. Su tono era sumiso, aunque llevaba un ribete de esperanza.
Flattery se echó a reír otra vez.
—¿Te sientes herida en tu amor propio, Cat?
—¿Es la única razón? —insistió la mujer con más firmeza.
El mago recobró la seriedad.
—Es algo que aún no tengo decidido —replicó con frialdad.
—¿Y si el guardián no me hubiera reconocido como un miembro de la familia por el matrimonio? Eres un Wyvernspur. ¿Por qué no fuiste tú mismo en busca del espolón? ¿Por qué me enviaste a mí en tu lugar?
La mano de Flattery se disparó con la velocidad de una víbora, aferró a Cat por la pechera de la túnica, y tiró hacia sí de modo que el rostro de la mujer quedó bajo el suyo.
—Todavía no has hecho nada que demuestre que sirves para algo, perra holgazana —siseó entre dientes el mago.
Flattery la cogió por la cintura, la levantó del suelo, y la arrojó lejos de sí, pero Cat, haciendo honor a su nombre[4], se revolvió con agilidad en el aire y cayó sobre sus pies. El mago la agarró por el largo cabello, la hizo dar media vuelta y, tirándole del brazo, la atrajo de nuevo hacia él.
—Has jurado obedecerme —le recordó.
La actitud de Cat se tornó sumisa de inmediato. Sus hombros se hundieron e inclinó la cabeza otra vez. Su espíritu combativo, o lo poco que quedaba de él, había desaparecido por completo.
—Sí, maestro —susurró.
Flattery esbozó una sonrisa.
—Espero verte mañana —dijo.
—Como ordenes, maestro.
—Estimula a ese Giogioni, Catling. Tú sabes cómo hacerlo.
—Sí, maestro.
Flattery se apartó del establo de Margarita Primorosa y se dirigió al calesín. Giró sobre sus talones para tener a la vista a Cat, como si esperara que la mujer saltara sobre él en el momento que le diera la espalda, pero ella continuó inmóvil. Por su parte, Olive no movió ni un músculo por temor a revelar su presencia.
Hastiado del mutismo y la sumisión de Cat, Flattery miró más allá de la mujer. Sus ojos se posaron en el retrato del Bardo Innominado colgado en la cuadra de Olive. El mago gruñó como una alimaña salvaje.
—Lanzas de fuego —dijo, a la par que gesticulaba con las manos hacia el establo. De sus dedos saltaron chorros de llamas que envolvieron el retrato suspendido sobre el balde de avena de Olive. La pintura se desplomó en el suelo y el fuego se propagó por la paja. En la cuadra adyacente, Margarita Primorosa lanzó un relincho aterrado.
—¿Qué haces, maestro? —gritó Cat, asustada.
—¿A ti qué te importa? Maldito sea. Malditos sean todos. Ojalá se incendien sus casas mientras duermen.
—Este sitio es muy discreto para entrevistarnos en privado —argumentó la mujer mientras corría hacia el fuego, olvidada su pasividad.
—Entonces, sálvalo de la destrucción —espetó Flattery.
El mago alzó los brazos y articuló una salmodia de palabras arcanas. Su voz se tornó áspera y afilada, su figura se redujo y se cubrió de plumas. Transformado ya en cuervo, lanzó un bronco graznido, salió volando por la ventana abierta y se perdió en la mortecina luz del atardecer.
Soltando maldiciones, Cat cogió el balde de avena y lo utilizó para sacar agua del abrevadero y echarla al fuego. Cuando por fin hubo apagado hasta el último rescoldo, la hechicera estaba tan empapada como la paja que la rodeaba.
Cat levantó del suelo el retrato, pero la pintura estaba tan ennegrecida que le fue imposible descubrir qué era lo que había enfurecido de ese modo a Flattery. Dejó el maltrecho retrato recostado contra la pared y se volvió hacia el siguiente establo para tranquilizar a Margarita Primorosa. La yegua aceptó sus caricias y sus palabras apaciguadoras y fue incapaz de rechazar el puñado de grano que le ofrecía Cat.
«Estúpido animal», rezongó para sí Olive.
Fue entonces cuando la hechicera se dio cuenta de que la burra no estaba en su cuadra.
—¿Pajarita? —llamó con un susurro—. ¿Pequeña?
Olive se quedó quieta como una estatua.
—Pajarita, sé que estás aquí. Sal de una vez, borrica idiota.
Olive contuvo el aliento. Cat removió la avena del balde.
—¿Quieres un poco, Pajarita? Está muy bueno.
Olive notó que el hocico se le encogía por el olor a humo.
—Como quieras —dijo Cat desde la oscuridad—. Me trae sin cuidado si Giogioni piensa que eres la responsable de este desastre.
Tras dar a la yegua una última palmada en la grupa, la hechicera fue a la puerta de la cochera, ajustó la mitad superior con la inferior, salió al exterior y cerró a sus espaldas.
Olive permaneció inmóvil, oculta en las sombras de la cochera, hasta mucho después de que los sigilosos pasos de Cat se perdieran en la distancia.
Luego se encaminó despacio hacia su ennegrecido establo, ojo avizor a cualquier rescoldo que Cat hubiese pasado por alto. Pero la hechicera había hecho un buen trabajo evitando la destrucción de la cochera. Qué lástima que no mostrara igual desvelo por la seguridad de Giogi, pensó la halfling.
Aun en el caso de que a Cat le preocupara el joven Wyvernspur, Olive no se imaginaba a la hechicera oponiéndose a Flattery si éste decidía destruir a Giogi del mismo modo que había asesinado a Jade.
Escapaba a la comprensión de Olive el que Cat pudiera cambiar tanto como para pasar de ser la hechicera sagaz y segura de sí misma, capaz de manipular a un estúpido joven para que la llevara a su casa, a la esclava aterrada y sumisa que permaneció en silencio mientras alguien rompía carruajes y prendía fuego a los establos. ¿Qué clase de poder ejercía Flattery sobre ella para poder intimidarla como si fuera una criatura indefensa e incluso coaccionarla para que se casara con él?
Olive comprendió que, fuera como fuese, tenía que evitar que Cat traicionara a Giogi. La halfling resopló con desdén hacia sí misma. «Tengo tantas posibilidades de conseguirlo como de convencer a Cat de que me ayude a destruir a Flattery para vengar la muerte de Jade —se dijo con desánimo—. Y, sin embargo, sería la persona más adecuada. Flattery confía en ella todo cuanto es capaz de confiar su mente retorcida. Sería justo que lo destruyera alguien con las mismas facciones de la mujer a quien asesinó».
Olive le dio vueltas a esta idea mientras masticaba avena en el chamuscado establo.
Giogi acarició la minúscula mano de su nueva prima. Los delicados deditos se abrieron al sentir su roce, como una margarita al contacto del sol.
—Es perfecta, Freffie —susurró—. Tan bonita como su madre.
—Bueno, también he contribuido en algo a su belleza, ¿no crees? —preguntó Frefford.
Giogi alzó la vista hacia su primo y después volvió a mirar a la criatura plácidamente dormida en su cuna de madera de arce. De nuevo dirigió los ojos hacia Frefford y de vuelta al bebé.
—Espero por su bien que no —comentó con una sonrisa maliciosa.
Frefford soltó una risita contenida.
—Es tan emocionante, Freffie… —dijo el joven—. Ahora eres padre, y yo tío. Aguarda. No lo soy realmente, ¿verdad? Sólo un tío muy lejano.
—Si quieres puedes ser su tío, Giogi —respondió Frefford, que, mirando a su hija, susurró—: Señorita Amber Leona Wyvernspur, te presento a tu acaudalado tío Yoyo. Aprende a decir su nombre y te comprará cuantos ponis desees.
Giogi sonrió.
—Voy a ver si Gaylyn continúa despierta —dijo Frefford—. Quédate aquí si quieres.
—Saluda a Gaylyn de mi parte —pidió el joven.
—Lo haré —prometió Frefford en un susurro.
Salió de puntillas del cuarto en el que habían instalado a la pequeña para que la conocieran quienes venían a dar la enhorabuena, mientras que su esposa descansaba en la habitación de al lado sin que la molestaran.
Ahora Giogi tenía al bebé para él solo, ya que las visitas habían sido muy pocas hasta el momento. Algunos, sin duda, se habían desanimado ante la perspectiva de tener que dar a la vez la enhorabuena y el pésame. Y la mayoría, razonó Giogi, lo habían pospuesto a causa del mal tiempo.
La cellisca había cubierto todo con una gruesa capa de hielo e Immersea parecía estar revestida de cristal. Reacio a llevar a Margarita Primorosa por las resbaladizas calzadas, Giogi había vuelto a recorrer a pie el sendero que conducía a Piedra Roja. Había sido una dura caminata, pero los campos y los marjales resultaron un terreno más seguro para caminar que los adoquines de las calles. Aquel último esfuerzo, combinado con haberse levantado al amanecer tras una larga velada bebiendo, y la posterior caminata de kilómetros a través de las catacumbas, había dejado exhausto al joven noble.
Giogi arrimó una mecedora a la cuna y se dejó caer con pesadez en el asiento.
—No me apetece hacer otra cosa que quedarme aquí sentado a tu lado, Amber —susurró al bebé—. Este sitio respira tanta paz y es tan acogedor, que casi me hace olvidar todas las cosas espantosas que han ocurrido.
Giogi cerró los ojos y recostó la cabeza en el respaldo. Su respiración se hizo más pausada y rítmica. Notó que empezaba a remontar el vuelo. Estaba soñando otra vez. Abrió los ojos en el sueño y se encontró con que el terreno que sobrevolaba estaba cubierto de hielo, como los campos que rodeaban Immersea. Divisó un pequeño burro corriendo al trote.
Giogi dio un respingo. «¡Pajarita, no!», pensó. Incapaz de hablar en el sueño, el noble apremió mentalmente al animal: «¡Corre, Pajarita!». La burra no necesitaba que la azuzara. Empezó a galopar colina abajo, pero sus pezuñas se escurrieron en el hielo y acabó en el suelo con las patas delanteras dobladas y las traseras despatarradas. Giogi se zambulló en picado. Pajarita lanzó un rebuzno lastimero.
—¡Giogioni Wyvernspur! ¿Qué crees que estás haciendo aquí? —aulló una voz de mujer.
Giogi se despertó sobresaltado. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba dormido, pero, si tía Dorath lo sorprendía echando una cabezada, tan malo era que hubiese durado un minuto como una hora. Tía Dorath era de la opinión que una persona joven y sana no necesitaba dormir durante el día, y a Giogi no le haría ningún favor justificar su cansancio con la excusa de haber estado levantado hasta muy tarde tomándose unas copas con Samtavan Sudacar. El joven noble se puso de pie de un brinco.
—Buenas tardes, tía Dorath. Sólo he venido a echar una ojeada a Amber. Freffie me dijo que podía quedarme unos minutos con ella.
—Eso dijo, ¿eh? —rezongó tía Dorath con tono altanero—. ¿Te dio también permiso para que te zafaras de tus obligaciones? ¿O acaso has olvidado que esta familia está atravesando una crisis de proporciones inimaginables? La maldición del espolón del wyvern se ha cobrado ya la vida de mi primo Drone y casi se llevó también a Steele. Y, a pesar de todo eso, te encuentro dando una cabezada.
Giogi quiso señalar a su tía que Steele se había buscado acabar herido con su comportamiento deleznable, y que, tal y como se habían desarrollado los acontecimientos, él, Giogi, tenía mucho que ver en el rescate llevado a cabo para arrancar a Steele de las garras de la muerte. Pero no tuvo oportunidad de articular una sola palabra. Ni siquiera la magia habría podido contener la avalancha de la arenga que le dedicó tía Dorath.
—Por el contrario, y a despecho de haber estado tan cerca de la muerte, Steele salió inmediatamente después de comer en busca de un discreto clérigo o mago que pueda ayudarnos a localizar el espolón. Claro que tú —prosiguió— has conseguido que no sea necesaria la discreción, ¿verdad? Me acabo de enterar que la tragedia de nuestra familia fue anoche la comidilla de todas las tabernas de Immersea. No es de extrañar que te quedes dormido. Estuviste toda la noche de jarana, bebiendo y hablando de asuntos familiares, cosas ambas que te prohibí expresamente.
—Pero no tuve intención de… —empezó Giogi.
—No admitiré tus excesos con la bebida como excusa para divulgar los problemas que sólo atañen a la familia, ni por quedarte dormido cuando deberías estar llevando a cabo alguna gestión que nos ayudara a encontrar el espolón. La única persona que tiene una justificación para descansar hoy es Gaylyn. Y Amber, por supuesto. Incluso Frefford se ha asignado una tarea. Está investigando a cualquier forastero en la ciudad que pueda ser algún pariente al que no conocemos o el culpable del robo.
El cansancio hizo que a Giogi lo traicionaran los nervios.
—¿Y qué me dices de Julia? ¿Pero qué no le encargas que espíe tras la puerta del gremio de ladrones? —inquirió con sarcasmo.
Tía Dorath frunció el entrecejo, enojada. Su reacción hizo comprender a su sobrino nieto que ya había llegado a sus oídos la costumbre de Julia de escuchar a escondidas. No obstante, la anciana recobró al momento el control de la situación.
—Julia se ocupa de los preparativos para el funeral de mi primo Drone —contestó con frialdad—. Y ahora, dime, ¿cómo vas a aprovechar las horas que quedan del día?
«Muy bien, allá va», pensó Giogi mientras se incorporaba.
—Me propongo descubrir los poderes secretos del espolón —anunció.
—El espolón no tiene poder secreto alguno —replicó con brusquedad tía Dorath.
—Oh, ya lo creo que sí —insistió el joven—. Mi padre se valía de ellos cada vez que emprendía una aventura.
La anciana dio un respingo y después se dejó caer en la mecedora.
—¿Quién te lo dijo? —preguntó—. Fue Drone, ¿no es cierto? Debí darme cuenta de que no podía confiar en su palabra.
—No me lo dijo él, tía Dorath —repuso el joven noble. Furioso con la anciana por haberle ocultado las andanzas de su padre, Giogi se sintió dominado por el rencor—. De hecho, es del dominio público, la comidilla en todas las tabernas de Immersea —comentó con ánimo de zaherirla.
Tía Dorath se adelantó en la mecedora y golpeó a Giogi en las costillas con el índice.
—No es algo que debas tomarte a broma —lo reprendió.
—No —admitió el joven, incómodo consigo mismo por tratar de escandalizarla. Se inclinó y puso las manos sobre los hombros de la anciana—. Pero sí es un asunto familiar. Tengo derecho a saber cómo era mi padre. Debiste decírmelo —agregó con vehemencia.
Su tía lo miró a los ojos.
—Muy bien —contestó acalorada—. Cole acostumbraba recorrer los caminos en compañía de rufianes y delincuentes, y cada vez que salía de viaje cogía el espolón de la cripta. No es que culpe a Cole. Tu tío Drone, para su eterno remordimiento, lo ayudaba, y Cole no tenía fuerza de voluntad para resistirse al espíritu de esa bestia. Se valió de esos malditos sueños para engatusarlo y apartarlo de su familia.
—¿La bestia? —preguntó Giogi—. ¿Te refieres al guardián?
—Por supuesto que me refiero a ella —replicó, con un timbre agudo—. ¿Qué otra bestia oculta hay en la familia?
Giogi tuvo que morderse los labios para reprimir el acuciante impulso de dar cumplida respuesta a aquella pregunta.
—¿Quién otro barbotea sin cesar tonterías acerca del grito agónico de la presa, del sabor de la sangre caliente, o del crujir de los huesos? —inquirió tía Dorath.
—¿También te ha hablado a ti? —inquirió Giogi con un timbre chillón por la sorpresa.
—Claro que me ha hablado, estúpido —contestó la anciana—. No supondrás que después de quince generaciones has sido el único chiquillo que se ha quedado atrapado en la cripta por accidente, ¿verdad?
Amber se removió en su cuna y emitió unos ruiditos semejantes a gorgoteos. Tía Dorath se levantó y dio unas suaves palmaditas a la pequeña para tranquilizarla. Enseguida, la hija de Frefford se calló. Por un instante, dio la impresión de que algún recuerdo pavoroso alteraba la habitual compostura de tía Dorath, pero la anciana sacudió la cabeza una vez, como hace un caballo para espantar a un tábano molesto, y su rostro se tornó sereno de nuevo.
—Hubo un tiempo en que tuve esos sueños —admitió en voz baja. Luego agregó con más severidad—: Pero hice caso omiso de ellos, como lo haría cualquier joven bien educada.
—Pero no desaparecieron —susurró Giogi.
Dorath dio la espalda a la cuna y posó las manos en los hombros de su sobrino.
—Tienes que seguir rechazándolos —insistió, al tiempo que lo sacudía—. Eres un Wyvernspur. Tu puesto está en Immersea, con tu familia. Tanto vagabundeo por los Reinos con el espolón fue lo que llevó a tu padre a la muerte.
—No murió de manera accidental al caerse de un caballo como me dijiste, ¿verdad? —acusó Giogi a la anciana—. ¿Cómo halló la muerte?
—¿Cómo mueren todos los aventureros? Caen víctimas de algún monstruo. O a manos de violentos asesinos. O algún hechicero perverso los reduce a polvo. De un modo u otro, el resultado es el mismo. Cole había muerto. Demasiado joven y demasiado lejos de su hogar. Tu tío Drone trajo de vuelta sus restos. Nunca hablamos sobre el modo en que falleció. Mi única preocupación era que no volviera a suceder algo semejante.
—He de saber cuál es el poder del espolón —dijo Giogi—. Podría ser la clave para identificar al ladrón.
—No, no lo es —contestó Dorath—. Y, aunque lo fuera, no te lo revelaría.
Giogi suspiró irritado.
—Tía Dorath. No quiero utilizar el espolón —repitió—. Sólo quiero saber lo que hace.
La anciana sacudió la cabeza en un gesto de negativa.
—Hago esto por tu propio bien, Giogi. No quiero ver a otro miembro de la familia destruido por esa maldita reliquia. —Giró de nuevo hacia la cuna y ajustó las mantas en torno al bebé.
—Si tú no me lo dices, tía Dorath, tendré que enterarme a través de algún otro —amenazó el joven.
—No lo sabe nadie más —aseguró la anciana, mientras acariciaba la manita de Amber.
Giogi se estrujó el cerebro para discurrir qué otra persona podría informarle acerca del espolón.
—Soy el último miembro de la familia que lo sabe —susurró tía Dorath al bebé.
—En ese caso, me veré obligado a preguntarle a un extraño —dijo Giogi.
De repente se le ocurrió: había alguien que había conocido a su padre, alguien que le había prometido contarle más cosas sobre él. Alguien que a tía Dorath le resultaría insoportable la idea de que le revelara los secretos de familia.
—Se lo preguntaré a Sudacar —comunicó el joven.
Tía Dorath se giró con violencia y miró a Giogi de hito en hito.
—¿A ese advenedizo? —Adoptó un gesto altanero—. ¿Qué puede saber él? Ni siquiera respira sin que lo aconseje antes su subalterno.
—Conoció a mi padre en la Corte. Está al tanto de todas sus aventuras —respondió Giogi, esperando estar en lo cierto.
Tía Dorath entrecerró los ojos hasta convertirlos en estrechas rendijas. Giogi se dio cuenta de que conjeturaba hasta dónde alcanzaban los conocimientos de Sudacar. No tardó en coger el renuncio de su sobrino.
—Adelante —dijo—. Pregunta a Samtavan Sudacar. Pero perderás el tiempo.
—Lo haré —replicó Giogi—. Ahora mismo. —Se inclinó sobre la cuna y acarició la diminuta oreja de Amber antes de dar media vuelta y salir a toda prisa del cuarto—. Buenas tardes, tía Dorath —susurró antes de marchar.