Tercera planta
Sam se volvió hacia Pete.
—No podemos enfrentarnos a ellos en esta escalera. Hemos de sabotear la que conduce desde aquí hasta el cuarto piso, y hacernos fuertes allí. Está sujeta al perfil doble T de acero mediante tornillos, seis, me parece, pero compruébalo. Antes de que hagas nada, consigue una soga y átala a algo sólido de allí arriba, y después tráela aquí.
—Comprendido.
Se encontraban en la tercera planta, donde estaban las habitaciones de Pete y de Wendy. Pete corrió hacia su dormitorio, después fue a la cocina, recogió herramientas y equipo, y luego subió la escalera.
Remi pasó al lado de Sam y él la sujetó por el brazo.
—¿Dónde está Zoltán?
—Lo encerré en el dormitorio de arriba. Abajo lo habrían matado. No comprende las retiradas estratégicas. Arriba, cree que está custodiando algo importante.
—Y es cierto. —Sam se volvió hacia Selma—. Vamos a ver si lo del agua en ebullición funciona otra vez. Ponla a hervir en la cocina del cuarto piso. Wendy, sube y trae más municiones. Vuelve a cargar todos los cargadores vacíos. Y haz lo mismo con estas escopetas.
Remi estaba al lado de Sam, y ambos contemplaron el gran aparador que bloqueaba la escalera, a la espera de que se moviera.
—¿Qué están haciendo? —susurró ella.
—Les hemos hecho mucha pupa en la última escalera. Creo que están atendiendo a los que se han quemado y a los heridos de bala. Es probable que los estén evacuando.
—¿Cuál es nuestra nueva estrategia?
—Ganar tiempo. No podemos llamar a la policía ni enviar correos electrónicos a nadie, pero alguien tendrá que darse cuenta de que este estruendo no se debe solo a los fuegos artificiales. Es probable que las casas más cercanas también se hayan quedado sin teléfono, pero las más alejadas no.
Remi cogió uno de los rifles 308 y se acercó a las ventanas del lado sur. Miró el hotel Valencia, asentado sobre la ladera de la colina. Ajustó la retícula táctica Mil-Dot a mil metros, ajustó la desviación causada por el viento a una brisa de unos ocho kilómetros por hora que soplara de izquierda a derecha, alzó el pestillo de la ventana y la abrió unos cuantos centímetros. Apoyó el rifle en el hombro y lo apuntó al gran rectángulo iluminado de la ventana del comedor del Valencia. Esperó, comprobó que no había gente detrás y apretó el gatillo. ¡Pum!
No se movió, y se limitó a mirar la ventana a través del poderoso visor. Dos comensales ocultos por la ventana de la izquierda corrieron hacia la puerta. Vio que la boca de la mujer se abría en un chillido silencioso. Un camarero y una señora con vestido de fiesta aparecieron, miraron la ventana rota con suma preocupación y desaparecieron de la vista de Remi.
—¿Qué mirabas? —preguntó Sam.
—El Valencia. Estoy convencida de que están llamando a la policía para denunciarnos tan deprisa como puedan pulsar los números.
—Tendría que haber pensado en eso.
—No podíamos ver los hoteles desde las ventanas de los pisos de abajo. Los árboles los tapaban. Ahora ya no.
Eligió un restaurante que estaba un poco más cerca, pero muy bien iluminado. Al cabo de unos segundos, volvió a disparar.
—Que sean dos llamadas. Así será más creíble.
—Remi —susurró Sam—, oigo movimientos.
Ella se volvió y vio que su marido estaba mirando el gran aparador que bloqueaba la escalera, con el rifle apoyado en el hombro. Remi se acercó y eligió un punto al que apuntar.
—¿No deberíamos disparar a su través?
Sam negó con la cabeza.
—Estamos ganando tiempo, de modo que cualquier retraso nos servirá de ayuda. Además, no tenemos suficientes municiones para disparar a esa gente solo porque se lo merece.
—Por si no ganamos bastante tiempo, espero haberme acordado de darte las gracias cuando me rescataste en Rusia.
—Lo hiciste. Tus muestras de agradecimiento fueron más que adecuadas.
—Y por Zoltán.
—Por él también. En cualquier caso, te me has adelantado. Gracias por cualquier cosa que olvidé agradecerte. He estado un poco preocupado por la gente que intenta matarnos.
—Muy comprensible. Creo que lo de Rusia fue muy romántico, y si morimos esta noche, no quiero haberme mostrado desdeñosa al respecto. Deberías saber que fue de lo más excitante.
—Si morimos, no te lo tendré en cuenta. Rescatarte fue muy agradable también.
—Gracias.
—Por supuesto, no pienso morir esta noche.
—Ni yo.
Remi se acercó a Sam y lo besó.
Wendy y Selma bajaron la escalera con cargadores para las pistolas y los dos rifles.
—Vosotros no perdáis de vista a la gente que no os gusta —dijo Selma—. Y por cierto, todo está cargado, pero las municiones se han agotado.
Pete bajó la escalera, agarrado a la barandilla.
—Si hemos de retroceder al cuarto piso, id con cuidado y sujetad la soga. Está casi preparado. Solo un giro por tornillo. —Wendy le entregó una escopeta cargada y un cargador para la pistola—. Gracias.
—Utilízala con prudencia. Es lo único que nos queda.
Selma se acercó a la pared de ventanas del lado sur de la casa.
—¿Oís algo? —Escuchó—. Parecen coches. —Se asomó y retiró la cabeza al instante—. Oh, no. Traen esos trastos para subir que utiliza la compañía eléctrica.
—¿Qué? —preguntó Wendy.
Sam se volvió hacia Selma. En ese momento, se oyó un estrépito de fuegos artificiales que iluminaron el cielo y lo tiñeron de colores.
—Algo se acerca —dijo—. Recordad: utilizad las balas con prudencia.
No cabía duda de que habían lanzado los cohetes para disimular el nuevo ataque. El aparador empezó a levantarse, y Sam disparó contra el hueco que los hombres habían abierto al alzarlo. El aparador cayó con un golpe sordo.
Dos segundos después, Selma disparó tres veces con la pistola a algo que había ante la ventana abierta.
Wendy y Peter corrieron hacia ella cuando se arrojó al suelo, y dos ventanas estallaron hacia dentro debido al fuego de armas automáticas. Pete se acuclilló detrás de la escalera y levantó la escopeta.
Frente a la ventana, un tirador se hallaba de pie en el cangilón situado en el extremo del brazo hidráulico de una plataforma elevadora. Pete disparó, el tirador se derrumbó y tiró su arma, y alguien tomó los controles de la plataforma y la bajó.
Pete recargó la escopeta y corrió hacia la ventana. Apuntó al patio y disparó, y volvió a recargar el arma. Se refugió dentro y se agachó. Una ráfaga de pistola automática roció el techo sobre su cabeza.
Selma estaba corriendo al otro lado de la casa. Miró fuera.
—¡Tienen otra!
Wendy y ella abrieron las ventanas del lado norte y dispararon las pistolas contra el hombre que subía en la plataforma elevadora hasta el tercer piso. No vieron si lo habían alcanzado, pero el brazo hidráulico descendió a toda prisa.
En la escalera, los intrusos estaban ensayando una nueva táctica. Uno de ellos disparó una andanada de balas a través de la parte posterior del aparador de madera con el fin de abrir un hueco, y otro pasó una pistola Škorpion a través del agujero y disparó frenéticas ráfagas al nivel del suelo con la esperanza de alcanzar a cualquiera que se encontrara junto a la escalera. Sam, que se hallaba muy cerca, golpeó la mano con la culata del rifle; esta se retiró enseguida, dejando la pistola sobre el aparador. Otra Škorpion apareció a cierta distancia, y Sam le propinó una patada con fuerza suficiente para que la pistola saliera volando al otro lado de la habitación. Después se apartó del aparador justo cuando una docena de balas atravesaban el mueble de abajo arriba.
La tercera vez, Sam y Remi estaban preparados. Tres Škorpion aparecieron juntas. Los Fargo estaban bastante separados, los dos echados en el suelo, apuntando sus rifes desde detrás de columnas de acero. Cada uno disparó a una mano, y después Remi alcanzó a la última.
—Recoge las Škorpion y ve arriba —dijo Sam a Remi. Disparó una bala contra el aparador, y luego una más hacia un punto donde sospechaba que había hombres al acecho.
Se volvió para mirar a Selma y a Wendy, y vio que otro individuo aparecía ante una ventana montado en la plataforma elevadora. Disparó y comprobó que el hombre se derrumbaba en el suelo de la plataforma.
—¡Selma, Wendy! Arriba, de una en una. Recordad que los peldaños están sueltos.
Corrieron hacia la escalera, y primero Selma y después Wendy asieron la soga y subieron al cuarto piso sobre los peldaños inseguros.
Sam continuaba dirigiendo disparos ocasionales a través del aparador para mantener alejados a los hombres agazapados detrás, y entonces oyó que Pete disparaba de nuevo la escopeta. Sam se volvió hacia él y vio que disparaba por la ventana.
—¡Pete! Sube y prepárate para dejar caer la escalera.
Intuyó movimiento y se volvió hacia la escalera de la planta de abajo. El borde principal del aparador se alzó y dos manos se extendieron bajo el mueble, armadas con Škorpion que empezaron a disparar frenéticas ráfagas contra el tercer piso.
Sam se puso en pie de un salto, corrió y saltó sobre el aparador. El repentino impacto de su peso logró que el gran mueble cayera sobre los dos brazos, de forma que las manos no pudieron sujetar las pistolas. Sam utilizó su impulso para efectuar un segundo salto hacia el extremo más alejado del aparador, disparó tres veces al azar, recogió las dos armas automáticas por la correa y subió la escalera.
Notó que esta temblaba y se tambaleaba a cada paso que daba, y supo que los tornillos estarían saliéndose de las tuercas que los sujetaban al perfil doble T, pero también sabía que debía continuar disparando con el fin de repeler a los asaltantes e impedir que atacaran.
Cuando llegó a lo alto, Remi se arrodilló junto a él y disparó una vez, dos veces, para mantener a raya a los hombres de abajo. Sam dejó el rifle a un lado en el suelo y sacó la pistola.
—¡Pete!
El joven, tendido en el cuarto piso, pasó por debajo de la estrecha escalera una llave de tubo y empezó a aflojar tornillos. A medida que salían iba tirándolos, y después pasaba al siguiente. Sam, desde el otro lado, empezó también a desenroscar tornillos con la mano.
El aparador se alzó de repente y se deslizó a un costado. Salieron hombres de debajo y corrieron a ambos lados para que no los vieran desde arriba. Justo cuando uno de ellos apoyó el pie en el primer peldaño de la cuarta planta, Pete soltó el tornillo final y la escalera cayó con gran estruendo. La tercera planta había caído en poder del enemigo.