La Piedra de Orientación teletransportó a los ocho aventureros al extremo del Valle Perdido donde se abría la Gruta Sonora y los depositó a unos seis metros de la entrada. La luz del sol caía a chorros sobre la alfombra de musgo, y los helechos que crecían ante la misma boca de la cueva y las paredes de piedra brillaban con las gotas de humedad condensada. Pequeñas lagartijas de rayas rojas y amarillas se movían por el suelo, las paredes y el techo, y numerosas golondrinas de color naranja salían y entraban volando con insectos para los polluelos, que piaban sin cesar en los nidos escondidos en los agujeros y recovecos del fondo.
Olive se soltó de Alias y Dragonbait, asombrada de que, por primera vez, el viaje mágico no la hubiera agotado. «Seguro que me estoy acostumbrando», se dijo mientras se acercaba a la entrada de la gruta, que quedaba frente a la empinada vertiente sur de un monte. Echó una ojeada a la ladera y abrió los ojos desmesuradamente.
—¡Qué destrozo! —comentó.
Enseguida se acercaron los demás. Abajo, a lo lejos, un valle de unos ocho kilómetros de anchura descendía desde las montañas hacia el este y se extendía hasta el pie de las colinas que rodeaban el desierto de Anauroch, situado al oeste. Las partes más empinadas del valle estaban cubiertas de prados moteados de flores silvestres y de bosques alfombrados de helechos, superpoblados por una gran variedad de especies arbóreas. La mayoría de los árboles estaban cargados de frutas y ramas en flor. Desde las montañas llegaban arroyos azules que atravesaban prados y bosques.
Por el contrario, la vegetación de las colinas más suaves y de los bajíos había sido devastada por completo. Prácticamente una cuarta parte de las plantas habían sido arrancadas de raíz; aún quedaban algunos árboles de mayor tamaño tendidos en el suelo, moribundos, pero casi toda la vegetación había sido arrasada y el suelo marrón rojizo se exponía desnudo a las inclemencias del tiempo. Los riachuelos que regaban el valle adquirían allí una tonalidad terrosa.
—He visto el daño que causa una plaga de dragones, y no es tan asolador como esto… —comentó Breck Orcsbane con un silbido. Señaló hacia una especie de montículo enorme y verde, de unos trescientos metros de diámetro que se elevaba a gran altura desde el fondo del valle—. Esos puntos que se mueven alrededor del cerro deben de ser los saurios esclavizados —conjeturó el leñador—. Con tanta actividad alrededor de ese sitio, supongo que el cuerpo de Moander debe de estar escondido en alguna cueva ahí mismo.
Alias, Akabar, Dragonbait y Olive intercambiaron miradas de inquietud.
—¿Quién se lo dice? —preguntó Olive.
—Ese cerro —anunció Akabar al tiempo que le ponía una mano sobre el hombro— es el cuerpo de Moander —anunció despacio.
—¿Cómo? —exclamó, incrédulo.
—Los esclavos de Moander lo han erigido con toda la vegetación del valle, árboles incluidos —explicó Alias—. El Oscurantista se sustenta de podredumbre. Cuando lo liberé de su prisión en Yulash el año pasado, se tiró a un vertedero de basura y lo engulló por completo, además de unos cuantos cadáveres de soldados, y después se dirigió al Bosque de los Elfos para comerse unas cuantas hectáreas de árboles.
—Este cuerpo no es tan grande como el que tenía en el Bosque de los Elfos —apuntó Olive.
—¡No lo dices en serio! —exclamó Breck.
—Llevo meses observando a mi pueblo con escrutinios y he visto cómo levantaban este cuerpo, pero no tenía idea de las verdaderas proporciones —comentó Grypht—. Nunca intenté verlo entero; no me imaginaba que hubieran construido algo tan inmenso.
El olor a jamón que despedía el saurio advirtió a Alias el grado extremo de preocupación del gran saurio.
—Tampoco Grypht conocía el tamaño real —explicó a los demás, que no comprendían la lengua sáurica.
—Si el cuerpo anterior de Moander era mayor que éste, ¿cómo lograsteis destruirlo? —preguntó Breck sin acabar de creerlo.
—Lo quemamos… con la ayuda de un dragón rojo —repuso Akabar.
—Por eso los servidores lo han protegido del fuego con numerosos encantamientos —acotó Grypht tristemente.
—Grypht dice que éste está protegido contra el fuego —tradujo Alias. El gesto de sorpresa de Akabar le reveló que el turmita no había pensado en esa posibilidad.
—Bueno, entonces ¿qué vamos a hacer? —inquirió Breck; su voz comenzaba a teñirse de miedo y decepción.
—Grypht podría desintegrarlo —sugirió Olive.
—Quizá —susurró el gran saurio—, si dispusiéramos de mil años.
—Es demasiado grande —replicó Akabar—. Necesitaríamos centenares de magos trabajando durante varios años seguidos.
—¿Y enviarlo a otra dimensión? —sugirió Olive.
—Si contáramos con un poder divino para crear una puerta de tamañas proporciones —contestó Akabar.
—Mientras no tenga la semilla, el cuerpo carece de importancia, ¿cierto? —apuntó Zhara—. Sin los esclavos, Moander no puede hacer nada. Tenemos que liberarlos de sus cadenas como sea.
—¿Sería posible? —preguntó Alias.
—Existen remedios para los que no han estado mucho tiempo bajo su dominio —respondió Grypht—, pero los primeros que cayeron, al mismo tiempo que Kyre, han reproducido ya innumerables sarmientos y, aunque consiguiéramos librarlos de ellos, su cuerpo está tan corrompido que morirían de todas formas. Por fortuna hay pocos en esas condiciones y la mayoría de nuestro pueblo se salvaría con un sortilegio curativo que destruyera los zarcillos de posesión. Si no conseguimos acercarnos a ellos lo suficiente, les lanzaremos hechizos de congelación, que también destruyen los sarmientos.
Mentor tradujo las palabras de Grypht a la lengua común de los Reinos.
—Pero los hechizos de congelación matarían a los saurios al mismo tiempo —opinó Akabar.
—No —replicó Dragonbait—. A los saurios no nos afecta el frío tanto como a vosotros, los humanos. ¿Recuerdas lo que me pasó en el Valle de las Sombras durante el invierno, un día que te miraba mientras patinabas en el lago de los patos? —le preguntó a Alias.
—Te quedaste dormido y no pudimos despertarte hasta que te llevamos otra vez al interior de la posada —recordó Alias.
—El frío no nos hace tanto daño como a vosotros, que os astilla los músculos, os seca los pulmones y os roba todo el calor hasta la muerte. A nosotros, en cambio, nos protegen las escamas. Caemos en una especie de letargo que rebaja nuestras funciones vitales y, al respirar menos aire frío y dejar de movernos, el calor se conserva mejor. Cuanto mayor sea el saurio, menos lo afecta la baja temperatura, pero no podemos controlarlo. Hasta El Supremo —informó Dragonbait señalando a Grypht— sucumbiría al sueño del frío si permaneciera al raso en el Valle de las Sombras más de una hora en un día de invierno.
Alias tradujo a Akabar todo el mensaje del paladín.
—En fin, tal vez nos acompañe la suerte y una helada temprana caiga sobre el valle —terció Olive.
—Ahí abajo hay más de cien saurios —continuó Grypht—. Necesitamos el concurso de muchos guerreros para atraparlos sin hacerles daño, y varios sacerdotes con dotes curativas, y magos que conozcan hechizos de congelación.
Alias tradujo una vez más.
—Si Mentor me teletransporta al Valle de las Sombras —intervino Breck—, reuniré un contingente de guerreros y encantadores.
—Puedo llevarte a la torre de Elminster —ofreció el bardo—, pero no me quedaré a esperarte porque si Morala descubre que he regresado querrá que vuelva a prisión, y me opongo a dejar a mi hija sola contra Moander, sin mí.
Breck asintió, consciente de que Mentor tenía razón; Morala podía ser tozuda hasta la incomprensión y tal vez se negara a entrar en razón y entender cuánto necesitaban la colaboración de Mentor.
—Si mañana a mediodía no has encontrado a nadie que sepa teletransportarte aquí otra vez, volveré yo a buscarte, a ti y tus fuerzas.
—Que vaya Zhara con él —opinó Akabar—. Mientras esté con ella en el Valle de las Sombras, Moander no podrá localizarlo. Así no sabrá que está reuniendo gente para el combate.
—No quiero separarme de ti, esposo —protestó la sacerdotisa.
—Será sólo un día —la tranquilizó Akabar.
Durante unos instantes pareció que la turmita iba a seguir discutiendo, pero finalmente se dirigió a Alias y le dijo:
—¿Cuidarás de mi Akabar en mi ausencia?
—No te preocupes por él —respondió la espadachina, muy sorprendida de que la sacerdotisa le encargara a ella la custodia de su esposo.
—No es eso lo que te pido —replicó la sacerdotisa.
Alias miró a Akabar por el rabillo del ojo y vio que éste parecía turbado por la petición de Zhara. La turmita se acercó a la barda y le susurró al oído:
—Por favor. No es cierto lo que dices de que a él no le importas nada. En una ocasión luchó con Moander para salvarte a ti, y sé que a ti también te importa él.
Alias dejó escapar un suspiro. No le gustaba la forma en que Akabar compartía su amor con tantas mujeres y tampoco creía que su matrimonio con Zhara fuera ajeno del todo a lo mucho que la sacerdotisa se parecía a ella, pero no podía negar la veracidad de aquellas palabras; Akabar había arriesgado la vida por ella en nombre de la amistad, y ella aún lo apreciaba profundamente.
—Sí…, lo cuidaré —prometió. Notó la intensa mirada de expectación de Dragonbait; no necesitaba que le comunicara explícitamente lo que estaba pensando—. Lamento haber peleado contra ti, así como las cosas horribles que te dije —se disculpó—. Estoy segura de que no eres tan despreciable, por lo que se refiere al sacerdocio.
—Ni tú tampoco, por lo que se refiere a los bárbaros del norte que huelen a lana húmeda —contestó con una sonrisa sincera.
Alias lanzó una carcajada y extendió los brazos con las muñecas hacia arriba. Zhara le puso las manos encima y cada una asió el antebrazo de la otra al estilo de los aventureros. El tatuaje mágico de Alias cosquilleó exactamente igual que cuando Dragonbait lo acariciaba, y la muchacha comprendió que Zhara debía de tener la misma sensación a causa de la señal que Phalse le había impreso.
—Hasta la próxima temporada, hermana —susurró Alias.
—Que la suerte de Tymora sea contigo —repuso Zhara.
Akabar se acercó a su esposa, y Alias retrocedió y desvió la mirada hacia otra parte mientras el mago abrazaba y besaba a la mujer.
—Si Breck y Zhara tienen que volver mañana, deben partir antes de que llegue el nuevo día —les recordó con sorna Mentor.
Akabar asintió y se separó de su esposa. Zhara tomó de la mano a Mentor y a Breck, y el bardo cantó una nota. No hacía ni un minuto que habían desaparecido los tres, cuando Mentor regresó solo de nuevo.
—Lhaeo dice que Elminster aún no ha vuelto —les informó.
—Morala vio que estaba bien cuando le hizo el escrutinio. ¿Es posible que Moander le impida volver a su casa? —preguntó Alias.
—El Oscurantista ejerce grandes poderes en nuestro mundo —explicó Grypht—, pero no pudo evitar que yo saliera de allí.
—Tal vez te dejara marchar a propósito —apuntó Alias—, y cuando Elminster llegó en tu lugar decidió que era mejor retenerlo allí para que no interfiriera en sus planes; sabe que pediríamos ayuda al sabio.
—También podríamos ayudarnos con algo de comer —sugirió Olive.
—Tiene razón —apoyó Dragonbait—. No nos queda gran cosa de las provisiones. Voy a ver qué recojo por ahí.
—No vayas solo —dijo Alias—. Llévate a Olive.
Dragonbait asintió e hizo una seña a Olive para que lo acompañara. El paladín y la halfling salieron de la gruta y bajaron por la pendiente.
Grypht sacó del bolsillo una caja de plata alargada y delgada y abrió la tapadera; dentro había una varita mágica de hueso.
—Es una vara para congelar. Durante estos últimos meses la he utilizado con frecuencia de modo que no le queda mucho poder, pero quiero que Akabar la utilice para lanzar conos de frío sobre los servidores de Moander. Yo puedo hacerlo sin necesidad de ella.
Alias actuó de intérprete otra vez, y Akabar hizo una inclinación de cabeza en señal de aceptación.
—¿Y la Piedra de Orientación? —preguntó el turmita a Mentor—. Podrías liberar el fragmento de hielo paraelemental y así congelarías de una vez un área muy grande.
—Si lo liberara —repuso el bardo—, pero es que no pienso hacerlo porque destrozaría la piedra para siempre.
—A cambio, los saurios quedarían libres e impedirías el regreso de Moander —arguyó Akabar.
—Tardé una década en construir esta gema, y otra década más en mejorarla a riesgo de perder la vida —contestó fríamente—. Esta piedra contiene más magia poderosa de la que un sabio reuniría en toda una vida, y además reproduce cualquiera de mis canciones con sólo darle la orden.
—¡Alias también —replicó Akabar de mal humor—, y sin embargo estás dispuesto a que arriesgue la vida!
—No es cierto —gruñó Mentor—. Le dije que no viniera, pero ella se negó. Ha preferido exponerse al peligro, y, si ella muriera, sólo la piedra contendría mis creaciones musicales.
—Su postura es totalmente generosa al ofrecerse para ayudar al pueblo de su amigo —arguyó Akabar levantando la voz en tono y volumen—. ¡Tu codicia no conoce límites! ¡Prefieres salvar ese absurdo artilugio mágico a salvarle la vida a ella!
—¡Akabar! —intervino Alias cortante—. ¡Cálmate y no me incluyas en tus argumentos! Mentor tiene razón: lo que hago lo hago porque quiero. En cuanto a la piedra, pertenece a Mentor y puede utilizarla como prefiera. —Grypht sacudió a Akabar de la manga—. Grypht dice que hagas un sortilegio para comunicarte con él; quiere enseñarte el manejo de la varita mágica.
Akabar fulminó a Mentor con una mirada pero se fue con Grypht. Se sentaron los dos cerca de la entrada de la gruta, y Akabar sacó un libro de magia para estudiar el sortilegio de lenguas.
—Ahora no podemos hacer nada más que esperar —dijo Alias con un suspiro—, ¿no es cierto, Mentor?
—Cantemos —propuso el bardo—, para pasar el tiempo.
—Huele a rosas —comentó Olive mientras inspeccionaba una manzana dorada y la echaba al saco. Dragonbait cavaba la tierra y ella recogía la fruta caída bajo un retorcido y viejo manzano. El paladín había descubierto el frutal rastreando el avinagrado olor de la fruta que se pudría en el suelo—. Es ya un poco tarde para las rosas; seguro que es por la temperatura mágica del valle.
Olive levantó el saco con un quejido. Estaba lleno, y Dragonbait la ayudó a cargarlo a la espalda y le añadió unas cuantas zanahorias y cebollas silvestres que había encontrado.
—¿Es que tú no piensas llevar nada? —preguntó Olive con un bufido.
Voy a cazar, respondió. Vuelve a la gruta.
—A Alias no le parecería bien que te dejara solo —protestó la halfling.
No me pasará nada. No te preocupes.
Olive se plantó con las piernas separadas en actitud firme y lo miró ceñuda y reprobadoramente.
¿No te apetece pato, o jabalí?, preguntó el saurio.
—Haces exactamente lo mismo que Mentor —lo acusó—: burlarte de mi buen juicio con tentaciones. La última vez que le permití salirse con la suya, caímos en manos de los orcos. Me parece increíble que tú hagas lo mismo; tú, precisamente, de entre todos.
Lo siento, se disculpó con la cabeza gacha.
—Disculpa aceptada. Ahora vámonos. Podemos abstenernos de carne por una vez.
Voy a hacer una batida por el valle.
—¿Cómo? ¿Te has vuelto loco? —exclamó Olive sin aire—. ¡Es muy peligroso!
Tengo que hacerlo, insistió el paladín.
—Bien —suspiró la halfling—. Adelante. —Agitó un dedo ante el pecho del lagarto—. Pero, si no vuelves, no te dirigiré la palabra nunca más.
Volveré, prometió con un gesto de las manos. Dile a Alias que no se preocupe.
—De acuerdo, pero no va a servir de nada.
Se dio la vuelta y se dirigió enfurecida hacia la Gruta Sonora. Dragonbait se quedó mirándola hasta que desapareció en un recodo, sin dejar de olisquear el aroma de rosas que provenía de una zona de arbustos situada en la profundidad del valle. Olive había olvidado que el aroma con que los saurios expresaban sufrimiento era muy parecido al de las rosas, y, por supuesto, ni el aguzado oído de una halfling podía percibir el sonido del llanto de un saurio.
El paladín se adentró en los matorrales unos quince metros siguiendo el rastro aromático y, al divisar el origen de los gemidos, se quedó clavado en el sitio. Unos seis metros más allá se encontraba un saurio, una hembra, muy parecida en talla y formas al paladín pero con escamas blancas como perlas. Llevaba una blusa andrajosa y negra y una especie de guirnalda de trébol marchito colgando de la aleta de la cabeza; no tenía más adornos ni armas. Recogía manzanas de otro manzano y las dejaba caer en un saco. No obstante, el trabajo no le impedía seguir llorando.
Un aroma jubiloso de limón brotó desbordante del cuerpo de Dragonbait.
—Coral —susurró.
La sauria blanca se volvió hacia él, abrió los ojos desmesuradamente por la sorpresa y el aroma de violetas del miedo inundó el aire.
—¡Champion! —exclamó sin aire—. ¡Retrocede!
—No temas, Coral —respondió, a la vez que se acercaba—, no voy a hacerte ningún daño.
—¡Insensato! —lo increpó—. ¿Acaso crees que yo no puedo hacértelo a ti? Estoy corrompida; ahora me posee el poder de Moander.
—Te curaré —ofreció el paladín y se acercó un poco más.
—Sí, me acuerdo. Sabes curar enfermedades por imposición de manos. —Un aroma de limón comenzó a emanar de su cuerpo a medida que la esperanza renacía en ella.
—No me harías daño jamás —aseguró Dragonbait, y apresuró el paso hacia Coral—. Sé que no me harías daño nunca.
El olor de madreselva se mezclaba con el de humo de madera mientras oraba para obtener el poder de destruir la plaga de sarmientos que controlaba a Coral. Sus manos se iluminaron con un tono azulado cuando las apoyó sobre los níveos hombros de la hembra. Notó que el poder fluía desde su alma hasta el cuerpo de ella. Coral se quedó sin respiración y se apoyó en él.
—¡Lo has conseguido! —exclamó—. ¡Has destruido los sarmientos que me ataban a Moander! ¡Soy libre otra vez! —Pese a sus palabras, se apoyaba en él con todo su peso como si estuviera herida.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él.
—Siento debilidad.
—Apóyate en mí.
Coral estiró los brazos y rodeó a Dragonbait por el cuello; el paladín la envolvió por la cintura y se le acercó.
—Siento mucho todo lo que dije y lo que hice; lamento haberte dejado —susurró entre vaharadas del perfume a violetas del remordimiento.
—Ahora ya ha pasado todo —repuso Coral. Su garganta despedía aroma de canela.
Dragonbait recorrió las glándulas del cuello de Coral con la punta del hocico aspirando la confirmación aromática de su amor.
—Insulté a tu diosa y a tus amigos e intenté apartarte de ellos; te maldije y te abandoné. ¿Cómo puedes perdonarme tantas maldades? —inquirió, pesaroso.
—Dijiste que lo lamentabas y sé que eres sincero —le respondió ella mirándolo a los ojos. Le acarició la garganta y el aroma de canela brotó del cuerpo del paladín tan intensamente que tapó por completo el de las manzanas caídas. Quería retenerla más tiempo entre los brazos, pero ella se separó—. No puedes quedarte aquí, corres peligro.
—Tenemos un escondrijo. Te llevaré con los demás y sorprenderemos a El Supremo.
—¡El Supremo! —exclamó Coral sin aire en la garganta—. ¿Ha venido Grypht? ¿Dónde está?
—Te llevaré allí, ven —dijo, tomándola del brazo.
—No…, no puedo… —contestó sin moverse de su sitio.
—Es necesario —insistió Dragonbait—. Ahora que te he curado, no debes exponerte otra vez a caer bajo el poder del Oscurantista.
—Tengo que volver porque si no Sus Señorías irán a buscarme a la cabaña y descubrirán el huevo.
—¿Qué huevo? —preguntó Dragonbait sorprendido.
—El de mi hermana Lily; murió la semana pasada. Su compañero era uno de los jefes y sólo quedo yo para cuidar de su vástago y esconderlo. Los jóvenes no pueden trabajar, de modo que Sus Señorías no nos permiten incubar; rompen los huevos y los tiran para que se fundan con el Oscurantista. —El paladín emanó un fuerte olor a pan reciente y se estremeció de ira—. Champion, espera aquí. Voy a buscarlo y regreso enseguida.
—Te acompaño.
—Un momento; para que Sus Señorías no se percaten de tu presencia tienes que parecer un esclavo más infestado de sarmientos.
La sacerdotisa arrancó una rama de hiedra del suelo, le dio forma de guirnalda y se la colocó en la aleta de la cabeza.
—¿Tengo que hacer algo más para parecer un poseso?
—Guarda aquí el arma —indicó Coral al tiempo que abría su saco.
Dragonbait se quitó la espada y la funda del cinto y las dejó entre las manzanas. Coral lo abrazó otra vez.
—Me alegro tanto de que hayas llegado a nosotros… —le dijo.
El paladín le pasó la palma por el borde de la cresta.
—Y yo también —respondió—. De todos modos, tenemos que darnos prisa porque El Supremo y el resto de mis compañeros se inquietarán si no vuelvo pronto.
Coral asintió; soltó al paladín y le indicó que la siguiera por un camino que torcía hacia la vaguada. Mientras caminaban por el claro del fondo del valle, Dragonbait recordó la última estrofa de la canción que Alias había cantado en la posada del Valle de las Sombras:
Talamos los árboles, despedazamos las vides,
quemamos las semillas y pisoteamos las raíces.
Después vuelve la lluvia y arrastra el suelo fértil,
y deja en su lugar roca desnuda y barro estéril.
Vestimos verdes cadenas hasta quedar podridos,
los cadáveres se mueven con mentes sin sentido.
Los Reinos serán devorados por la gran oscuridad,
la muerte es el poder que los arrasará.
La letra describía con exactitud lo que veía en esos momentos. Unos pocos miembros de la tribu, magos y clérigos como Coral, llevaban solamente una rama o una flor en la cabeza; pero la mayoría de los saurios, los que no sabían pronunciar sortilegios, tenían las piernas, la cintura o la garganta cubiertas por frondosos tallos verdes y pegajosos que nacían de la espalda. Dragonbait tuvo que sobreponerse con grandes esfuerzos para mantener una máscara de impasibilidad.
Miró de reojo la enorme montaña de vegetación putrefacta que los esclavos pensaban convertir en la encarnación de Moander. Alrededor había numerosos hechiceros y miembros del clero entonando letanías y realizando sortilegios, mientras que los obreros iban y venían constantemente del bosque al montículo en construcción con más árboles y arbustos. En torno al conjunto había una serie de pequeñas cabañas dispuestas en círculos concéntricos.
—Aquí es —susurró Coral, parada ante la entrada de una de las cabañas del círculo más interior—. El huevo está escondido debajo de la manta. Yo vigilaré la puerta.
Dragonbait separó una cortina y se deslizó dentro. El habitáculo era tan reducido que tenía que agachar la cabeza para no darse contra el techo; la manta, extendida junto a la pared del fondo, estaba a un paso de distancia. No había ventanas, y la luz se filtraba escasamente a través del entramado de agujas de pino del techo y las paredes. Levantó la manta y utilizó su visión detectora de calor para localizar el emplazamiento exacto del huevo, pero no percibió nada cálido bajo el suelo. Comenzó a levantar la tierra con las garras con el temor de que el huevo se hubiera enfriado enterrado en un lugar tan oscuro.
Oyó a Coral entonar una letanía fuera. Un olor a madera quemada se colaba entre los intersticios de la urdimbre del alojamiento, y supuso que estaría haciendo un ensalmo para protegerse o para pasar inadvertida entre los enemigos que los rodeaban. Coral era sacerdotisa de la diosa Fortuna, y aportaría una valiosa contribución al ataque planeado por El Supremo. Se dijo que tenía que llevarla a la Gruta Sonora, y siguió cavando con mayor ahínco.
Tras varios minutos, cuando ya había levantado casi la mitad del suelo sin encontrar nada, dedujo que el huevo no estaba. Seguramente los servidores de alto rango habrían dado con él mientras Coral recogía manzanas. Pensó con tristeza en el disgusto que le causaría cuando le comunicara la mala noticia.
Se acercó a la cortina de la puerta y, al rozarla, una potente corriente eléctrica le atravesó el brazo y lo obligó a retroceder al interior. Alguien levantó la tela desde el exterior, y, al mirar hacia afuera, Dragonbait vio a varios magos y sacerdotes que lo escrutaban a él; buscó a Coral con la mirada ansiosamente, preguntándose si la habrían sorprendido o habría logrado escapar.
Entonces apareció ella en el umbral, y el corazón del paladín le dio un vuelco en el pecho. La sauria se había puesto una túnica blanca y limpia con un ojo rojo pintado en el centro y rodeado por una boca llena de colmillos: el símbolo de gran sacerdotisa de Moander.
—Bien, Champion —le dijo—. Querías que abandonara el culto de mi diosa y me dedicara a un dios. ¿Qué opinas del que he escogido?
Dragonbait, demasiado aturdido como para responder, sólo logró articular una especie de balbuceo:
—Pero… si te curé…
—¡Loco! —rió Coral—. Tu magro poder no tiene influencia sobre la Voz de Moander. La raíz del Oscurantista me fue transplantada hace muchos meses y se ha desarrollado con vigor en cada uno de mis miembros, en la cola e incluso en el cerebro. Te vuelves descuidado, paladín. Hubo un tiempo en el que jamás te acercabas a nadie, conocido o extraño, sin sondearlo antes con tu visión shen. Siempre vigilabas las almas y nos juzgabas constantemente. Y, sin embargo, ¡con cuánta seguridad te acercaste hoy a mí, a pesar de que te advertí! Sabía que no harías caso de mis consejos.
—Te amaba —declaró Dragonbait—. Coral, lamento profundamente que te haya sucedido esto.
—Sí —replicó con el entrecejo fruncido—. Laméntalo, paladín, porque ahora soy tu sino. Mientras te distraías buscando el huevo de Lily, que por cierto fue arrojado al montón junto con el cadáver de mi hermana, yo trazaba un jeroglífico de guardia alrededor de esta cabaña. No tienes escapatoria; la raíz de Moander no podría prosperar jamás en algo tan puro como tú, pero le servirás de otra forma. Donde tú te halles se halla la sierva; vendrá a rescatarte, la capturaremos y después te sacrificaremos para doblegar su voluntad a la de Moander.
—No podréis atarla a Moander mientras él no esté en los Reinos —arguyó Dragonbait.
—Moander tomará posesión de su nuevo cuerpo antes de que se ponga la luna esta noche —anunció Coral.
Dragonbait se estremeció. Los servidores debían de haber recuperado la semilla. No podía creer que las cosas estuvieran tomando un cariz tan fatal, ni la forma tan simple en que se había dejado engañar.
—No comprendo, Coral. Te mostraste muy distinta en el valle. ¿Por qué llorabas?
—Para llamarte la atención, naturalmente —repuso con desprecio—. Un volador te descubrió desde el aire. Yo me trasladé a un lugar cercano y derramé lágrimas hasta que llegaste a mí. Me resultó increíblemente fácil engañarte.
—Olí tu desdicha, tu esperanza, tu amor… Todo era cierto.
—Te has equivocado: no sentía nada de eso —le espetó—. La única verdad que te dije fue que me alegraba de tenerte entre nosotros, pues ahora te asesinaré en el nombre del Oscurantista. ¡Tuya será la primera sangre que beba la reencarnación de Moander!