14
El Rescate

Alias levantó la Piedra de Orientación con el brazo estirado y se concentró otra vez en Innominado; la piedra dejó escapar un rayo de luz hacia el sudoeste.

—Tú conoces esas tierras —dijo Akabar a Breck Orcsbane—. ¿Qué lugares hay en esa dirección donde pueda haberse ocultado el bardo?

Breck silbó suavemente.

—Podría estar prácticamente en cualquier sitio… En el bosque Nido de Arañas, en el desfiladero de las Sombras, en el collado de Gnoll, en Cormyr… Todos esos enclaves están en dirección sudoeste. Si Grypht o tú pidierais teletransportarnos a otro lugar, localizaríamos al bardo otra vez y delimitaríamos una zona triangular.

—Todavía no tengo poder para un sortilegio de semejantes proporciones —dijo Akabar—, y Grypht no conoce bien este mundo; sólo podría teletransportarnos al Valle de las Sombras. Pero desde allí no sería posible trazar el triángulo, pues no está a suficiente distancia de aquí.

Alias se balanceaba sobre los pies, impaciente por encontrar una forma rápida de llegar hasta Innominado. Ahora que era consciente de que el cántico espiritual la vinculaba a los saurios que Moander había esclavizado, no podía negar el regreso del dios a los Reinos. También sabía con absoluta certeza que el bardo estaba bajo la amenaza del dios y que toda la atención de la maligna deidad se centraba en él. No disponían de tiempo material para registrar todo el país siguiendo el rayo orientador de la piedra. Cuanto más contemplaba el artefacto, más detalles recordaba sobre la forma de utilizarlo. Contenía toda clase de sortilegios personales que Innominado le había impreso en la memoria, incluidos los de huida en situaciones de amenaza extrema por medio del teletransporte.

La espadachina levantó la vista de la piedra con una expresión de esperanza en el rostro.

—Aquí se encierra un sortilegio que puede teletransportarnos al bosque Nido de Arañas —anunció—. Voy a ponerlo en marcha.

—Alias, no podemos perder el tiempo recorriendo los Reinos de un extremo a otro —opinó Akabar—. Tenemos que pensarlo bien.

—No hay tiempo —dijo Alias—. Yo me voy.

—¿Puede teletransportarnos a todos? —inquirió Breck.

—Eso creo —repuso la aventurera—. Esta piedra es muy poderosa; sólo hace falta darse la mano —explicó al tiempo que tendía la izquierda a Dragonbait.

El paladín explicó el plan a Grypht y le ofreció su mano; Akabar tomó la del gran saurio y la de Zhara, y ésta la de Breck Orcsbane. Alias levantó la gema en la derecha y entonó con claridad una nota musical. Al momento, un resplandor amarillo la envolvió, fue resbalando por su brazo hasta Dragonbait y recorrió toda la cadena pasando por Grypht, Akabar, Zhara y Breck. En unos pocos instantes la luz se hizo tan intensa que Alias sólo veía el color amarillo; de pronto desapareció, y se encontraron todos en una colina cuajada de hierba.

Alias se tambaleó, ligeramente mareada, y miró la Piedra de Orientación con renovado respeto. Nunca se había parado a pensar sobre el genio que debía requerir construir un ser como ella, pero, ahora que había realizado un hechizo mágico tan poderoso con otra creación de Innominado, la sabiduría del bardo la impresionaba mucho más que antes.

Grypht fue el primero en recobrarse de los efectos desorientadores del teletransporte y miró alrededor con interés. Hizo una seña a la espadachina para que volviera la vista a su espalda. Sobre la cumbre de la colina se encontraban las ruinas de una mansión de piedra. Grypht se acercó, subió los escalones de la entrada y pasó el umbral sin puertas. Alias lo alcanzó rápidamente con la piedra en la mano y pensando en Innominado. Una luz salió despedida hacia la parte de atrás de la casa y la siguió hasta llegar a una puerta y a una escalera oscura que se hundía bajo tierra.

Los demás aventureros corrieron a reunirse con ella y Breck lanzó un silbido grave.

—Innominado está aquí realmente —dijo asombrado—. ¡Qué buena suerte!

Grypht emanó un olor de alquitrán caliente al ver sus expectativas de éxito superadas por la realidad.

—Es posible que lo encontremos antes que Moander.

Alias ya se había lanzado escaleras abajo acompañada por Dragonbait; Akabar y Zhara los siguieron, y Grypht y Breck cerraron la marcha. Aún no habían descendido ni veinte escalones cuando encontraron el paso cerrado por un derrumbe del techo. La Piedra de Orientación señaló hacia un túnel abierto entre los cascotes por donde podían arrastrarse todos excepto Grypht. En cuanto Dragonbait llegó al otro lado, silbó la distancia a Grypht y éste creó una puerta dimensional para pasar y reunirse con los demás; el gran saurio se raspó la cresta contra el techo pero no le dio importancia y les indicó que continuaran.

La Piedra de Orientación y el báculo de Grypht brillaban como antorchas y alumbraban la oscuridad que los envolvía, y el cuarzo mágico enviaba además el rayo orientador en dirección a Innominado. De esa forma llegaron a otros dos derrumbes y, en ambos casos, Grypht tuvo que superar el obstáculo del tamaño por medio de una puerta dimensional, lo cual lo libró de llenarse de barro como todos los demás; por fin llegaron a la verja de hierro.

—En estos momentos, Olive nos sería de gran ayuda —comentó Alias a Akabar mientras sacudía la puerta para probar su resistencia.

Grypht indicó que se separaran todos de la verja, se levantó las ropas como una gran dama al cruzar un charco y dio un fuerte empellón en la cerradura; la puerta se abrió con estruendo.

—¡Vaya! Ese truco no se lo he visto hacer a Elminster —comentó Breck jocosamente, y se fue tras los demás.

El rayo del cuarzo mágico cambió de dirección repentinamente y se coló por un hueco en la pared del pasadizo tras el cual se abría una galería natural. Dragonbait olió el aire e hizo un gesto de duda.

—¿Qué hay? —inquirió Alias.

—Orcos —repuso el paladín en su lengua.

—Dragonbait ha percibido…

—Orcos —completó Breck.

—¿Cómo lo sabes?

—Los he olido muchas veces —repuso el leñador—. ¿Por qué crees que me llaman Orcsbane[2]?

El leñador se adelantó a la cabeza de la partida con la espada en ristre; le brillaban los ojos por la emoción de lo que se aproximaba, pero Alias lo retuvo.

—Deja que Dragonbait mire con su visión shen primero —le dijo.

—¿Su visión qué? —preguntó Breck.

—Visión shen —repitió Alias—. Percibe el mal como cualquier paladín de los Reinos, pero además determina qué clase de mal es.

Dragonbait se concentró en la galería que se abría ante ellos.

—Hay otra entidad además de los orcos —anunció tras unos momentos— y es peor que ellos.

Alias tradujo sus palabras a los demás.

—Seguro que se trata de un jefe de otra raza —opinó Breck al tiempo que se adentraba en el túnel—. Un ogro, probablemente.

—No es un ogro —dijo Dragonbait en saurio—, sino otro ser mucho más maligno.

Alias vio la silueta del leñador que se perdía con rapidez entre las sombras.

—Entonces démonos prisa para encontrar a Innominado antes que esa cosa —dijo, lanzándose tras los pasos del guardabosque. Akabar y Zhara la siguieron, mientras los dos saurios se quedaban rezagados un momento.

—¿Qué es, Champion? —preguntó Grypht acercándose al saurio menor.

—Creo que… —Dudó un instante. Grypht esperó pacientemente mientras el paladín alargaba su visión para determinar la naturaleza de la criatura que percibía—. Está muy lejos y no lo veo con claridad, pero es tan tenebroso y poderoso que creo que debe de ser un servidor de Moander —dijo al fin.

—No me sorprende. Esperemos que no se trate del bardo.

Dragonbait asintió; prefería no pensar en lo terrible que sería convencer a Alias de que Innominado ya no era de fiar, de que tal vez tendrían que destruirlo.

El paladín avanzó por la hendidura de las rocas y el mago pasó tras él con esfuerzo; se apresuraron a reunirse con los demás.

El hedor de la guarida de los orcos se hizo tan intenso que hasta Alias, Akabar y Zhara lo percibían; avanzaban con mayor cautela e incluso Breck, que podría haber seguido con la nariz el camino hasta el cubil, permanecía pegado a la luz de la Piedra de Orientación.

—Odian la luz del sol —les recordó el leñador—, a veces se asustan y huyen ante un resplandor mágico.

—¿Como el de una piedra luminosa? —preguntó Zhara, sacando una del bolsillo de la túnica. La humedad de las paredes brilló bajo los rayos del guijarro de luz.

—Sí —confirmó Breck—. Pero de momento escóndela y sácala inesperadamente cuando aparezcan. La sorpresa aumentará su temor.

Zhara volvió el guijarro al bolsillo. Por fin alcanzaron la entrada de una caverna que apestaba a carne chamuscada y a humo. Unos diminutos puntos rojos señalaban las ascuas que aún ardían en la estancia que se abría ante ellos, y Alias levantó la piedra para penetrar las tinieblas.

Al parecer, el centro del techo se había derrumbado recientemente, porque se veían orcos atrapados bajo los escombros y otros que habían sucumbido víctimas de algún efecto mágico que no dejaba señales. También había cadáveres de animales consumiéndose lentamente sobre las hogueras mortecinas.

—Esto es obra del Bardo Innominado —dedujo el leñador—. ¡Qué impresionante!

Alias no dijo nada. Ella había causado la muerte de muchos seres, pero, de todas formas, entre aquellos cadáveres se contaban numerosos ejemplares extremadamente jóvenes. Si semejante destrucción era la única forma de librarse de un peligro inminente podía entenderlo, mas no lograba comprender qué locura habría poseído al bardo para acercarse tanto a una madriguera orca.

Breck se agachó y arrancó un collar de cuero del cuello de uno de ellos para mostrárselo a la espadachina. Tenía una oreja en un extremo, una oreja élfica.

—Es la tribu de la Oreja Lacerada —le explicó—. Hace ya veinte años que se dedican a asaltar caravanas pequeñas en las rutas de los Valles. Los habitantes intentan engañarlos con grupos de aventureros disfrazados de mercaderes, pero la Oreja Lacerada siempre sabe cuándo se trata de una caravana auténtica y cuándo de un fraude. En cuanto cortan las orejas a sus víctimas, se apoderan sólo de los objetos más valiosos y dejan el resto junto a los cadáveres para que los cuervos terminen con todo. Son verdaderos expertos en cubrir huellas, por lo que nadie ha sido capaz de seguirlos hasta su guarida, y durante esta temporada han atacado el triple de caravanas que los años anteriores. Lord Mourngrym ha enviado dos partidas de hombres en busca de su cuartel general pero ninguna de ellas ha regresado. —Dejó el collar con la oreja élfica sobre el pecho del orco caído—. Bueno, ahora vamos en busca de tu Bardo Innominado. Tengo ganas de conocerlo.

El rayo orientador los condujo a un lado del techo derrumbado y tuvieron que agacharse para atravesar por los laterales donde la techumbre se conservaba intacta. Grypht se quedó atrás y esperó a que Dragonbait regresara para comunicarle la distancia que lo separaba del siguiente lugar espacioso donde trasladarse sin problemas.

Llegaron a otro túnel de unos cuatro metros de anchura que se alejaba de la cámara central de la guarida orca. A través del pasadizo les llegaron voces, pero el hecho de saber que se dirigían hacia el peligro no los arredró; la piedra indicaba aquella dirección y no había forma de evitarlo.

En el tramo siguiente el techo era más alto y Dragonbait regresó para informar a Grypht, mientras Breck se paseaba impaciente hasta que por fin el paladín volvió.

—Bueno, ¿dónde está ese amigo tuyo tan pesado? —le preguntó en un susurro. Un dedo gigantesco lo tocó en la cabeza; Grypht había aparecido a través de la puerta dimensional justo a la espalda del leñador y se le había acercado sigilosamente en la oscuridad—. ¡Ah…! Vámonos —dijo tímidamente.

Grypht lo inmovilizó por el collar de la armadura de cuero mientras cruzaba unas palabras con la aventurera. Alias hizo una mueca de desagrado, pero tradujo las palabras del mago con fidelidad.

—Grypht opina que debemos detenernos un momento para que Zhara nos procure las bendiciones de Tymora.

Breck y los demás se quedaron quietos mientras la sacerdotisa sacaba un frasco de agua bendita y entonaba una letanía a la diosa Fortuna para rogarle sus favores. Alias lanzó un suspiro cuando Zhara dejó caer unas gotas de agua en el suelo. Había visto al clero curar a la gente o librarla de maleficios, pero, en lo referente a bendiciones, nunca había constatado su efectividad de forma tangible. No obstante, tal como Dragonbait le repetía continuamente, conceder a las bendiciones clericales el beneficio de la duda no le reportaría ningún mal.

Grypht se volvió de nuevo hacia Alias y, en esta ocasión, la mercenaria aprobó plenamente la sugerencia.

—¡Colócate detrás de Grypht! —le indicó a Zhara, repitiendo el mensaje del gran saurio.

—¡No! —se negó Zhara con la mirada clavada en Alias—. Lucharé al lado de mi marido. No necesito mayor protección que los demás. Recuerda que llevo tu cota vieja bajo la ropa —arguyó.

—Manejas un buen mallo —contestó Alias—, pero vamos a necesitar de tus dotes curativas después de la batalla; por otra parte, Grypht es vulnerable cuando realiza hechizos y necesita que alguien le cubra la espalda, y tú eres la designada.

Akabar le dijo a su esposa unas palabras en turmita, y la joven asintió con un suspiro.

Breck y Alias tomaron la delantera por el pasadizo, y Dragonbait y Akabar los siguieron de cerca. Grypht se quedó en la retaguardia, decidido a reservar sus energías mágicas para enfrentarse al maligno servidor de Moander que gobernaba aquel lugar; escondió a Zhara a su espalda con la esperanza de evitarle cualquier ataque por sorpresa que pudiera llegar hasta ellos.

Unos treinta metros más adelante, Alias y Breck se detuvieron. Ante ellos, a unos diez metros, había una docena de orcos de gran tamaño despejando el paso de cascotes y pedruscos. Al parecer, el techo se había derrumbado allí igual que en la caverna grande. Mientras observaban, un par de piernas de orco desapareció por el agujero abierto ya bajo los cascotes y un ejemplar más se preparaba para seguirlo.

—Tras ese muro se halla un ser mucho más terrible —le recordó Dragonbait en voz baja a Alias.

—También Innominado se encuentra allí —replicó en saurio al tiempo que le mostraba la dirección del rayo, que apuntaba sobre la pila de pedruscos.

—¿A qué esperamos? —preguntó Breck, ajeno a la conversación de los otros dos—. ¡Oreja Lacerada! ¡Preparaos para morir! —gritó.

El grupo de orcos que trabajaba delante de ellos se giró en masa blandiendo hachas de guerra y ballestas cargadas. Breck dio un salto hacia adelante con la espada en una mano y el puñal en la otra. De un solo mandoble decapitó a un enemigo e hizo recular a otro con un rápido golpe de puñal.

Dos dardos le silbaron a escasos milímetros de la cabeza, pero el tercero se le hundió en el pecho. Tres orcos con hachas lo rodearon y comenzaron a repartir golpes. Alias rebanó a uno que, imprudentemente, se había situado de espaldas a la espadachina para colocarse detrás del leñador, y enseguida Dragonbait y ella tomaron posiciones a ambos lados de Breck. Con la línea defensiva restablecida, el saurio y la mercenaria procuraron cubrir toda la anchura del túnel para que ningún enemigo se colara e interrumpiera el hechizo que Akabar preparaba.

Alias oyó a su espalda la voz del sureño que se elevaba en una letanía turmita y, al instante, dos pares de proyectiles mágicos le pasaron por encima de los hombros y fueron a enterrarse en el pecho de otros tantos orcos ballesteros. Los dardos salieron disparados hacia el techo, y los seres cayeron muertos al suelo.

Otro orco hizo frente a Alias, la miró impúdicamente y apuntó el hacha hacia la sección de esternón que la cota de malla no cubría. El campo mágico que rodeaba la armadura desvió el filo del arma antes de que llegara a abrirle el pecho. Sorprendido por la forma en que la hoja se desviaba sobre el cuerpo de la mujer, el ser perdió el equilibrio y cayó hacia su oponente. Con un revés, la espadachina lo traspasó por el centro del tronco y apenas tardó unos segundos en recuperar la espada; ya la tenía lista cuando otro orco, deseoso de acabar con la guerrera, se adelantó pisando a su compatriota caído.

—¡Flamígera! —gritó Dragonbait en saurio, y su espada comenzó a brillar hasta estallar en llamas.

Los dos orcos que tenía delante chillaron de pavor; uno soltó el hacha y cayó de espaldas, pero el otro se mantuvo firme en su posición, sólo para perder un brazo y ver que se le incendiaba la ropa al contacto del arma del lagarto.

A Breck lo alcanzaron dos dardos más; uno se le clavó en el hombro y el otro en la pierna. Los orcos debían de temerlo más que a los demás porque era el más alto y el único varón humano, pero los intentos de la Oreja Lacerada por terminar con él en primer lugar se resolvieron en el fracaso. El leñador hizo caso omiso del dolor de las heridas y decapitó a otro oponente.

Zhara contemplaba con horror el derramamiento de sangre desde la retaguardia. Era la primera batalla que presenciaba en su vida y supo desde el primer momento que no deseaba ver ninguna más. A pesar de todo, le costó un gran esfuerzo apartar los ojos de las cruentas escenas y fijar la atención en el túnel oscuro que tenía a la espalda. Por fortuna, lo consiguió justo a tiempo para sorprender cuatro pares de ojillos rojos que brillaban en las sombras; eran orcos que se acercaban sigilosamente a Grypht y a ella.

Sacó el guijarro luminoso del bolsillo y lo alzó con un grito; los orcos retrocedieron espantados, tal como le había dicho Breck. Zhara se estremeció y se acercó más a Grypht. El gran saurio mago recogió una piedra del suelo y la lanzó contra los seres que se batían en retirada. Dio a uno en la cabeza y lo dejó tendido en tierra, silencioso e inmóvil; los otros tres dieron media vuelta y huyeron en desbandada al percibir el tamaño de la bestia que había abatido a su compañero.

Mientras tanto, la batalla que se desarrollaba unos metros más adentro estaba en pleno apogeo. El segundo que se enfrentó con Alias lanzó un hachazo al cuello de la muchacha; ella lo evitó y paró el segundo golpe con la espada. Un dardo le rozó la cabeza, ocasión que el orco aprovechó para asestarle un golpe en el brazo con que se escudaba; la Piedra de Orientación cayó al suelo y se fue rebotando hasta los pies de los orcos. La guerrera retrocedió un paso y, antes de que el oponente reaccionara, se lanzó sobre él con una profunda estocada que atravesó la armadura de cuero entre las costillas y entró directa al corazón.

Mientras Breck y Dragonbait entretenían a los que quedaban, Alias se deslizó sobre los cadáveres en busca de la preciosa gema mágica. En el momento en que la alcanzaba, un sarmiento grueso y verde le obligó a retirar la mano; al final de la rama había una gran boca dentada que deglutió la mitad de la piedra y la apartó. Alias se quedó mirando sin respiración.

Una criatura de pesadilla flotaba en el aire: un argos gigantesco provisto de sarmientos que salían de tres tentáculos rotos y de la cuenca vacía del ojo central. Agitaba los pegajosos apéndices vegetales, que terminaban en fauces, como si fueran brazos articulados. Una de las ramas la alcanzó y comenzó a lacerarle la garganta, pero la espadachina la cercenó con la espada.

El argos se giró ligeramente y enfocó hacia ella uno de sus ojos mortíferos.

—Sierva —susurró—, acércate.

La aventurera sintió de pronto cierta calidez hacia aquella abominación, como si Dragonbait, Akabar o Mentor fueran incapaces de ofrecerle toda la amistad que necesitara. La Piedra de Orientación brillaba intensamente en las fauces del sarmiento y el ser se vio obligado a cerrar el ojo de los encantamientos, con lo que el hechizo se rompió antes de embrutecer a la espadachina por completo.

Akabar terminaba de disparar dos proyectiles mágicos a un enemigo que huía por el agujero del montón de cascotes y se percató de la presencia del argos sarmentoso, que había aparecido en escena apartando a un orco para emerger por el hueco. El mago sureño se fue rápidamente a alertar a Grypht y a Zhara, que aún observaban la retirada de los atacantes sigilosos; tiró al saurio de la manga y señaló hacia el argos.

Grypht emitió un siseo al ver al monstruo y después observó con satisfacción que la cuenca del ojo central estaba vacía, excepto por el mango de una daga que sobresalía en el medio. «He aquí a un tirano de múltiples ojos que va aprender a respetar el poder de los magos», se dijo Grypht. Se acercó un poco a la línea de batalla al tiempo que sacaba del bolsillo un cristal transparente de forma cónica; en cuanto se situó de manera que el encantamiento no alcanzara a Breck ni a Dragonbait, se detuvo, pronunció en saurio las palabras «Congelación mortal» y lanzó el hechizo.

El argos, cegado por la luz de la Piedra de Orientación, no vio el encantamiento que se le aproximaba. Una corriente de aire helado lo congeló al instante, y los sarmientos se desprendieron de su cuerpo como carámbanos de hielo. La Piedra de Orientación cayó al suelo envuelta todavía en la boca de la rama y su luz se suavizó otra vez, pero la abominable criatura ya había recibido bastante y optó por desaparecer por el agujero practicado en la montaña de cascotes.

Alias rajó la boca que envolvía el cristal amarillo de Innominado y lo tomó en la mano de nuevo. Pensó en el bardo y la gema volvió a señalar hacia los cascotes, de modo que la aventurera se acercó al lugar por donde había desaparecido el argos y se fue en su busca.

Grypht contempló aterrorizado cómo la hermana espiritual de Champion partía en pos del monstruo sin pensar un momento en lo que podía encontrar al otro lado. «Es igual que el paladín: tozuda y temeraria», pensó. Dragonbait y Breck todavía estaban enzarzados con los últimos orcos, de mayor tamaño y mejores guerreros que los anteriores, posiblemente un cacique y sus tres guardaespaldas. «No hay más vuelta de hoja, tengo que ir tras ella», se dijo Grypht.

Dejó a Zhara al lado de Akabar y se acercó más a los luchadores con un trocito de tela de gasa en la mano. Escudriñó el suelo con impaciencia buscando el combustible que le faltaba para realizar el sortilegio. Al fin vio un orco que Dragonbait había vencido con la espada flamígera y, arrancando un jirón de las vestiduras ardientes de la criatura muerta, sopló hasta que un hilo de humo se desprendió de la tela; entonces sostuvo la gasa sobre el humo mientras pronunciaba en su lengua: «Cuerpo astral».

Akabar y Zhara se quedaron mirando cómo el gran saurio se desvanecía por completo hasta convertirse en un mero jirón gaseoso que la corriente de aire se llevó. El cuerpo etéreo del saurio navegó hacia el interior del agujero en busca de Alias y del argos.

Al otro lado, la luz del sol entraba a chorros por el brocal del pozo. Alias parpadeó deslumbrada y, sin darle tiempo a recuperar la visión o ponerse en guardia, varios pares de manos fuertes y peludas la redujeron. Pensó con rapidez y dejó caer la Piedra de Orientación, que rodó hasta el agujero sin que nadie se percatara. Los orcos la hicieron salir de un tirón, la echaron en el suelo y la sujetaron por los brazos y las piernas.

—Escucha tú, el sin nombre: tengo a tu cantante, —anunció una voz rasposa y aguda—. Se convertirá en sierva de Moander, pero podrás compartirla con él. No obstante, si no te presentas ahora mismo, estos tres orcos que están conmigo le cortarán la lengua en lonchas. Moander no necesita su voz; sólo sus habilidades asesinas.

Uno de los orcos dio una patada a Alias en las costillas y ella lanzó un grito que hubiera preferido evitar. Mentor se puso en tensión en el escondite que había cavado la noche anterior, y Olive se mordió el labio. «¿Será Alias de verdad? ¿Cómo se las habrá arreglado para llegar hasta aquí, por los Nueve Infiernos? ¿Por qué se ha dejado capturar, en el nombre de Tymora? —pensaba la halfling—. Esa chica sólo causa problemas, y ahora Mentor revelará el escondite y terminaremos de abono para los sarmientos de Moander», se decía irritada.

A pesar de todo, Mentor guardó silencio; sacó la trompa del cinto y la dejó caer al suelo. Xaran y los orcos se giraron al oír el impacto del metal contra las rocas. Uno de los orcos soltó a Alias y se acercó a recoger el instrumento; en el instante en que la criatura se puso a tiro, Mentor se arrojó sobre él, lo derrumbó y le abrió la garganta con la espada de Olive.

Sus compañeros aullaron, dispuestos a vengar al camarada, pero Xaran gritó una orden:

—¡No soltéis a la mujer! —y los súbditos obedecieron, lo cual le dio a Mentor tiempo para ponerse en pie—. ¡Tú, el sin nombre! ¡No des más pasos en falso! —le advirtió—. Recuerda que aún debes pensar en la lengua de tu cantante. Tira las armas.

Mentor dejó caer la espada de Olive y se quedó quieto. Entonces vio que realmente los orcos tenían a Alias inmovilizada en el suelo.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

—Más o menos —gruñó la espadachina—. ¿Cómo demonios te las apañas para meternos en semejantes líos, por los Nueve Infiernos?

—¡Silencio! —ordenó Xaran acercándose al bardo por el aire. Se había magullado tres ojos en el derrumbamiento, pero de cada uno de ellos salían sarmientos terminados en bocas dentadas. Las quijadas repletas de colmillos bailoteaban en la cara de Mentor y silbaban como serpientes—. No sé cómo te has librado de las semillas de posesión, pero esta vez no lo lograrás. Si no fuera por el interés que el maestro tiene en ti, estarías muerto, bardo. Pese a ello, no hay motivo para que no sufras como he sufrido yo.

El bardo contuvo el aliento cuando el argos fijó en su mano la mirada del ojo que causaba heridas y, al instante, una fea hendidura le abrió el dorso de la mano y el dedo pulgar hasta el mismo hueso, y comenzó a sangrar. El dolor era tan intenso que se extendió por el brazo como las llamas en la hojarasca seca, pero el arpero apretó los dientes y, sin proferir una palabra, se envolvió la mano en el bajo de la capa.

—Tienes resistencia al dolor —subrayó Xaran—. ¿De qué otra forma podría hacerte sufrir, bardo? ¿Eh? Veamos si la cantante es tan valiente como tú. —Se giró ligeramente y miró a Alias con el ojo de herir; al momento, una gran herida se abrió sobre el esternón de la espadachina y la sangre tiñó la cota de malla. La joven respiró hondo pero no emitió ningún sonido más.

—¡Déjala en paz, pervertido! —gritó Mentor—. Haré… lo que quieras.

—Eso me gusta más. Ahora dile a la halfling que baje —ordenó.

—No servirá de nada. Tiene una forma de pensar muy particular y no me obedece.

«Eso sí que es cierto», se dijo Olive con vehemencia.

—En ese caso, iré a cogerla yo ahí arriba —anunció el argos—. Quiero que también ella pruebe el dolor.

Olive aferró el puñal con toda su energía. En el momento en que vio aparecer a Xaran flotando por debajo del agujero, bajó hasta situarse sobre su cabeza y se sujetó a uno de los tentáculos para mantener el equilibrio en la masa central del monstruo. Xaran hundió las dentadas bocas de sus sarmientos en el brazo con que Olive lo agarraba.

La halfling lanzó un gemido, cortó de cuajo una de las ramas y la quijada que había en el extremo la soltó y cayó al suelo; clavó el puñal en el ojo del tentáculo al que se sujetaba, y Xaran aulló con su propia boca y con las otras que aún conservaban su presa.

Uno de los orcos, alarmado por el griterío del amo, dejó a Alias y apuntó la ballesta hacia Olive. Con la pierna libre, la mercenaria lanzó una patada salvaje a la cara del orco y lo tiró de espaldas; hizo palanca con la otra pierna, dio una voltereta hacia atrás y se soltó las muñecas.

Al mismo tiempo, Mentor recogió la espada de Olive del suelo y se abalanzó en ayuda de Alias; cayó sobre uno de los orcos y lo apuñaló furiosamente mientras la espadachina lidiaba con los otros dos.

Xaran, cargado con el peso de la halfling, comenzó a descender; contrajo las quijadas que se aferraban a su presa y la miró con el ojo que hacía levitar. Olive empezó a flotar hacia el techo poco a poco, pero seguía aferrada al tentáculo ocular de la bestia.

—¡No pienso soltarte, Xaran! —le advirtió.

—Suéltame o te mataré de una mirada —la amenazó el argos.

—Apuesto a que te quedaste sin ese ojo en el derrumbamiento, porque si no ya lo habrías utilizado.

—Aún me queda otro recurso contigo, halfling —silbó. Sacó la lengua de la boca y le lanzó un erizo de castaña que fue a clavársele en la capa.

Olive gritó, dejó caer la daga y soltó el tentáculo para llevarse las manos inmediatamente a las ataduras de la capa. Xaran volvió a fijarle el ojo levitador y la hizo subir hasta que se estrelló contra el techo. Desde allí, la halfling lanzó la capa sobre la cabeza del argos y le tapó todos los ojos, incluido el levitador; entonces comenzó a gritar al comprobar que caía rápidamente, pero, ante su sorpresa, alguien la recogió en pleno vuelo, antes de chocar contra el suelo. Miró hacia arriba y encontró los ojos azules y el hocico verde del amigo saurio de Dragonbait.

—¡Grypht! —exclamó—. ¡Qué alegría verte!

Entre Alias y Mentor despacharon rápidamente a los tres orcos que habían reducido a la espadachina; ella recuperó la espada que le habían arrebatado y se volvió hacia el argos.

—¡Déjaselo a Grypht! —le aconsejó Mentor al tiempo que la sujetaba por la capa—. ¡Cuánto me alegro de verte! —le dijo con un guiño—. ¿Qué tal te van las cosas?

Alias lo miró atónita por el aplomo que mostraba.

—¡Que qué tal me van las cosas! ¡He estado preocupada por ti hasta el agobio! ¿Qué haces en este lugar aborrecible? —le preguntó con una mirada en derredor.

Mientras Mentor hacía una pausa para pensar en la respuesta que iba a darle a la aventurera, Grypht se inclinó a depositar a la halfling en el suelo con suavidad y le acarició la cabeza. Después, se irguió de nuevo y se concentró en el servidor de Moander. Olive percibió el aroma de heno fresco y Mentor y Alias le oyeron pronunciar en saurio las palabras «Lenguas de fuego».

Un abanico de llamas salió de los dedos del saurio mago y quemó la capa de Olive, que aún cubría la cabeza del argos. Xaran se sacudió y rodó hacia un lado de forma que el paño ardiente cayó al suelo, pero ya se había chamuscado horriblemente y caía sin remedio.

Olive corrió hacia él para recuperar el puñal y, arrojándosele encima, se lo clavó repetidas veces, retorciéndolo con saña antes de sacarlo otra vez. El argos quedó tendido inmóvil en el suelo.

En ese mismo momento, Breck apareció por el agujero del montón de cascotes voceando un grito de guerra y descendió velozmente, espada en ristre. Paró en seco justo delante del monstruo muerto y se quedó atónito con los ojos clavados en los sarmientos pegajosos que supuraban en el ojo herido de la abominación.

Momentos después, Dragonbait, Akabar y Zhara llegaron arrastrándose bajo las rocas y se reunieron con los demás en el túnel sin salida.

—Os habéis perdido lo mejor —saludó Olive alegremente—. Acabo de vencer al argos.