Dragonbait se precipitó hacia Grypht mientras Alias se daba la vuelta. Breck se hallaba a la entrada del campamento con una segunda saeta ya preparada en el arco. La espadachina comprendió que debía de haber encontrado las huellas otra vez y que las habría seguido hasta allí. Dragonbait estaba arrodillado junto al saurio y se maldecía a sí mismo por haber olvidado un momento la sed de venganza del leñador.
—¡No lo toques! —gritó Breck.
Haciendo caso omiso de la orden, el paladín puso las manos sobre el amplio pecho de su congénere y comenzó a rogar por el poder de sanar.
—¡Breck! ¡Eres idiota! —lo interpeló Alias—. Pero ¿a qué estás jugando?
—Creí que os estaba salvando la vida —dijo al tiempo que se aproximaba—. Esa criatura os habría liquidado en un instante. Y Dragonbait ¿qué hace ahí tan cerca?
—Lo está curando —explicó la mercenaria.
—¡No! —exclamó el leñador, y apartó al paladín de un manotazo—. ¿Has perdido el juicio? ¡Ese monstruo mató a Kyre!
—¡No es cierto! —replicó Alias—. Grypht es saurio, igual que Dragonbait, y son amigos. Es imposible que haya matado a Kyre.
—Bueno —intervino Akabar—, en realidad sí la mató él.
—¿Lo ves? ¡Te lo dije! —exclamó Breck agitando un dedo ante la cara de Alias.
Alias miró decepcionada a Akabar. Si el turmita no quería mentir, podría haber tenido al menos el sentido común de cerrar el pico.
—Sin embargo, no tenía otra alternativa —prosiguió Akabar—. Kyre era servidora de Moander y nos habría entregado a los dos como esclavos si Grypht no hubiera acabado con ella.
—¿Cómo te atreves a proferir semejantes mentiras? —gritó Breck—. Kyre era maestra arpera. ¿Cómo osas calumniarla así? ¡Y con una historia que hace aguas por todas partes! ¡Moander está muerto! —Apuntó el arco hacia el turmita—. ¡Mientes! ¡Reconócelo! —exigió.
Alias apartó el arco de Breck a un lado. A pesar de estar tan furiosa con Akabar, Zhara y Dragonbait, no podía permitir que el leñador los cosiera a flechazos.
—Lord Mourngrym dijo que capturásemos a Grypht si podíamos y que lleváramos a Akabar vivo —le recordó secamente—. Si no hacemos algo por el saurio de inmediato, morirá. Y si no dejas de apuntar a Akabar con ese arco, se te van a resbalar los dedos y tampoco podremos llevarlo vivo a él.
—De acuerdo —convino el guardabosque—. Cúralo, pero antes átalo.
—¿Con qué? —inquirió Alias—. Breck, es muy grande para llevarlo atado; además, no creo que vaya a escaparse. —En ese momento, Dragonbait le hizo una seña—. Dragonbait dice que él responde personalmente de su buena conducta.
—¿Piensa hacerse responsable de la conducta de un asesino? —preguntó Breck con sarcasmo.
—Lo hizo en defensa propia —insistió Akabar.
—Kyre era incapaz de hacerle daño a nadie —replicó el leñador.
—Estaba poseída por Moander. Es cierto que Moander había muerto —prosiguió el mago sureño—, pero el espíritu maligno del dios está intentando regresar a los Reinos, y tiene poder para entrar en las criaturas buenas lo mismo que en las malas.
—Como en el caso de los treants —señaló Alias.
Cambió su posición ligeramente para taparle al leñador la vista de Zhara, que se agachaba junto Grypht para curarlo.
—Entonces, ¿los habéis visto? —inquirió Akabar—. Estaban bajo el dominio de Moander, igual que Kyre —explicó el mago mercader al tiempo que movía las manos para que Breck no viera a su esposa—. Seguro que jamás quiso aliarse con él, pero estaba corrompida por una especie de zarcillos parecidos a los de los treants, y no tuvimos más remedio que destrozarlos. Primero intentaron secuestrarme, y después estuvieron a punto de matar a Grypht. ¿Por qué crees, si no, que ha sucumbido con tanta facilidad a una sola flecha? Lo hirieron tanto que quedó inconsciente en el lugar donde nos escondimos y durmió muchas horas seguidas. —Puso una mano sobre el hombro del leñador—. Lamento la pérdida de tu colega arpera —manifestó—. Me pareció una mujer muy bella e inteligente, rasgos que Moander jamás habría podido imprimirle si no los hubiera poseído ella previamente. Comprendo tu angustia y la comparto de corazón.
Breck respiró a fondo y después expulsó el aire poco a poco; devolvió la saeta al carcaj, se colgó el arco al hombro e hizo un respetuoso gesto de asentimiento dirigido a Akabar.
—Gracias —le dijo—, aunque supongo que comprenderás también que no acepte tu versión sin pruebas. No quedaba nada del cuerpo de Kyre. Por lo tanto, debéis acompañarnos al Valle de las Sombras para que lord Mourngrym y Morala juzguen si dices la verdad o no.
A espaldas del leñador, Zhara concluía sus oraciones curativas. Akabar miraba hacia los árboles lleno de dudas; no deseaba aceptar la propuesta del leñador, pero tampoco quería darle una negativa. Dirigió una ojeada ansiosa a Grypht, que ya comenzaba a ponerse en pie lentamente.
—No tiene tiempo de regresar al Valle de las Sombras —declaró el gran saurio en la lengua común de los Reinos.
Breck se dio media vuelta y descubrió a Grypht erguido en toda su estatura. Echó mano a la espada rápidamente pero el saurio lo asió por las muñecas. A pesar de su notable corpulencia, el leñador no era contrincante para doscientos cincuenta kilogramos de reptil saurio.
—Has derramado mi sangre dos veces en otros tantos días —le dijo—, y la verdad es que estoy empezando a cansarme. Ahora vas a escucharme tú, y con las manos quietas.
—Te escucho, monstruo —repuso el leñador con los brazos caídos, sin dejar de mirarlo.
—Bien —contestó Grypht, pero no soltó al leñador—. En nuestro mundo todavía hay seres dementes que adoran al Oscurantista y dan poder a sus seguidores para que vivan entre nosotros. Kyre llegó a visitar nuestro pueblo para estudiar nuestra música, y la acogimos pacíficamente, pero, durante su estancia, los servidores de Moander atacaron la tribu. Kyre nos ayudó heroicamente en la defensa pero cayó en manos del enemigo. Entonces el Oscurantista la convirtió en servidora suya y poseyó su cuerpo con sarmientos. Como era nativa de los Reinos y circulaba entre vosotros sin levantar sospechas, la envió aquí de nuevo para preparar su regreso. Mi tribu ha resistido durante meses los ataques de sus esclavos, pero ahora sólo quedamos tres pupilos míos y yo, y Champion, a quien conocéis con el nombre de Dragonbait; todos los demás han sido esclavizados o aniquilados. Después, obligó a mi pueblo a atravesar el Tártaro para llegar a las fronteras de vuestro mundo y ahora lo utiliza para que le cree un cuerpo donde reencarnarse en los Reinos.
»Acudí aquí en busca de la ayuda de Champion y, desafortunadamente, aparecí en presencia de Kyre. Ella aprovechó vuestra ignorancia y os convenció de que debíais atacarme. Cuando me arrinconó en la celda de Innominado me encerró en una jaula de almas, de la que fui liberado por Akabar, y tuve que terminar con ella antes de que nos atrapara de nuevo a los dos. No la habría matado si hubiera quedado la mínima posibilidad de liberarla de la influencia de Moander, pero el interior de su cuerpo estaba ya totalmente consumido.
—¡Secuestraste a Elminster y a Innominado y todavía esperas que te crea! —exclamó Breck al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás en un gesto altanero.
—No secuestré a ninguno de los dos. Con Elminster utilicé un sortilegio de transferencia…
—¡Coincide con la opinión de Lhaeo! —interrumpió Alias—. Ese lugar tan extraño donde Morala localizó a Elminster mediante el conjuro debe de ser el mundo de donde proceden Grypht y Dragonbait.
—Pero ¿por qué no ha regresado el sabio Elminster? —inquirió Breck.
—Supongo que el Oscurantista ha debido impedirlo de alguna forma —repuso Grypht.
—¿Qué has hecho con Innominado? —volvió a preguntar Breck.
—Nada. Como ya le he explicado a Alias, el bardo y Olive debieron de escapar de Kyre después de que me atrapó en la gema enjauladora. Yo seguía el rastro de Olive con la piedra mágica del bardo, pero dejé de hacerlo cuando Akabar me dijo que Champion se encontraba en el Valle de las Sombras.
El leñador dejó de mostrarse tan inflexible como al principio por falta de pruebas que refutaran la versión del saurio, pero aún mantenía cierta reserva.
—Necesito más explicaciones —insistió—. ¿Dónde está ahora la Piedra de Orientación?
Grypht soltó al leñador y sacó de sus ropas el trofeo que había rescatado de entre las cenizas de Kyre.
—De acuerdo. Piensa en algún miembro de tu tribu que Moander haya esclavizado y enviado a los Reinos —le ordenó al mago.
Grypht sostuvo el cuarzo en las manos y se concentró en un saurio que aún debía conservar la vida, a pesar de las privaciones a que Moander sometía a sus esclavos. La piedra envió un rayo de noroeste a oeste, en dirección a los picos de la cordillera de la Boca de los Desiertos.
—Dásela a Alias —exigió el leñador. Grypht se la pasó a la espadachina—. Piensa en Innominado, Alias.
Alias obedeció. El rayo anterior se desvaneció y apareció otro en dirección al sudoeste, lo cual tranquilizó a la muchacha porque, estuviera donde estuviese, se encontraba lejos de los esclavos de Moander. Breck se quedó pensativo.
—Innominado realizó un conjuro de lenguas con la piedra para comunicarse con Grypht —explicó Akabar—. Anoche intenté repetirlo pero no funcionó; parece que yo sólo puedo utilizarla como brújula.
—Estoy seguro de que Alias también sabe cómo hacerlo.
—¿Yo? Yo no sé nada de magia —arguyó la espadachina—. ¿Cómo quieres que haga funcionar una piedra mágica?
—Eres la heredera forzosa del bardo, por decirlo de alguna manera —opinó Breck—. Mira a ver si puedes utilizarla para algo más que localizar personas —sugirió.
Alias se asomó a las entrañas del cristal y recordó la expresión críptica de Elminster la noche en que se la había entregado hacía un año. Seguro que él también creía que ella tendría poder para utilizarla. En aquel momento, cuando ni siquiera sabía quién era Innominado, el objeto mágico le había parecido una simple piedra de luz. Pero, ahora que sabía que era obra del bardo, una serie de recuerdos le llegaron a la mente, sin duda recuerdos que Innominado había implantado en su cerebro antes de «nacer» y que se referían a la forma de utilizar el artefacto.
—Innominado la hizo funcionar con… —comenzó Grypht a explicar.
—… música —lo interrumpió Alias, y Grypht asintió.
—El bardo la dotó del sortilegio de lenguas, y, ya que el mío va a terminarse enseguida, sería muy práctico poder hablar contigo en mi idioma. El bardo entonó ocho notas. Intentaré tararearlas…
Alias hizo una seña al mago para que callara y cerró los ojos.
—Sé lo que tengo que hacer —anunció; casi parecía que Innominado estuviera allí dándole las instrucciones precisas: «Para hacer el conjuro de lenguas, canta una escala de la menor…».
Alias cantó la escala al tiempo que se concentraba en la extraña lengua de los saurios. La piedra despedía una luz amarilla en su mano; después, el brillo se extendió por los brazos y le envolvió todo el cuerpo. Alias percibió de pronto una miríada de olores procedentes de Grypht y Dragonbait, pero no sólo los percibía a través del olfato, sino a través del gusto también, y el aire se cargó repentinamente de sonidos extraños, silbidos agudos y chasquidos secos que complementaban los olores.
—Creo que funciona, dime si es cierto —le dijo Grypht en saurio. Exhaló un aroma de caldo de pollo que la mercenaria interpretó como expresión de impaciencia.
—No sólo te huelo, ¡te oigo también! —exclamó Alias en saurio.
—Los olores sólo indican emociones, énfasis y entonación —comenzó a explicarle.
—¡Pero las palabras son silbidos y chasquidos! —terminó Alias—. ¿Cómo es que antes no los oía? —preguntó asombrada.
—Generalmente, vuestro sentido del oído no recoge un espectro sonoro tan completo como el nuestro —repuso Grypht con un encogimiento de hombros.
Dragonbait se acercó a Grypht y lo tocó en un hombro.
—Supremo —lo llamó, y Alias comprendió que el nombre «Grypht» era el equivalente más aproximado en lengua humana a «El Supremo», aunque no sabía si se trataba del nombre propio del mago o de un título—. Deseo hablar con mi hermana —prosiguió, al tiempo que exudaba un aroma de albahaca que Alias identificó con el deseo de intimidad.
—Champion, sencillamente no tenemos tiempo —replicó Grypht—. Tenemos que discutir muchas cosas antes de que el conjuro de Alias se termine.
—El efecto de este sortilegio es perenne —intervino Alias.
Grypht la miró con incredulidad.
—Seguro que te equivocas. No comprendes la magia, pero te aseguro que un sortilegio permanente requiere una dosis enorme de poder —le dijo el mago.
—Es cierto —replicó Alias—, no sé nada de magia, pero sí sé que este encantamiento es permanente.
Grypht accedió a la petición de Dragonbait a pesar de que dudaba todavía de las palabras de Alias.
—Habla, pues —le dijo—, pero sé breve.
El gran saurio se dio la vuelta y se alejó con Zhara, Akabar y Breck. Alias y Dragonbait se quedaron solos; la espadachina bajó la vista al suelo y se apoyó en la otra pierna en un gesto nervioso. Ahora ya no podía hacer caso omiso de él dándole la espalda para no ver los movimientos de sus dedos, y el recuerdo de las veces que lo había hecho la abochornaba.
—Hermana: ¿aceptas mis disculpas ahora que te las ofrezco en mi propio idioma?
Alias percibía la tristeza y la ternura del saurio. Olía además un matiz de menta, emoción que jamás había notado en él; era el remordimiento. Lo sentía de verdad y no podía negarse a la evidencia.
«Ayer —recordó la mercenaria— le aseguré a Morala que seguiría queriendo a Innominado a pesar del secreto tremendo que debía contarme, y, sin embargo, he estado a punto de abandonar a Dragonbait sin darle la menor oportunidad de hablar. ¿Cómo he podido ser tan cruel y despiadada?». La muchacha apoyó las manos sobre el pecho del paladín y comenzó a llorar.
—Tienes razón al acusarme de haberte tratado como a una niña —manifestó el saurio mientras le acariciaba el tatuaje del antebrazo derecho—. Te protejo en exceso y pretendo dominarte. Temía que te enfadaras y por eso no te dije nada de Zhara, aunque sabía desde el primer momento que era hermana tuya gracias al olfato. Después lo empeoré todo ayudándola a venir tras nosotros sin avisarte, porque no deseaba discutir contigo. Actué como creí que debía hacerlo. Tomé tus cosas y se las presté sin tu consentimiento. No soy mejor que un vulgar ladrón.
—No; eres mucho peor —respondió Alias mirándolo a los ojos—, porque a un buen ladrón nunca lo pillan.
Dragonbait se quedó muy sorprendido; después captó el olor de la malicia y comprendió que Alias le estaba tomando el pelo. Sonrió y le apartó las lágrimas de la cara.
—Siento haber peleado con Zhara.
—Como te dije antes, si ofendes a Zhara, es a ella a quien debes pedir disculpas —le recordó.
—De acuerdo, aunque todavía no me fío de ella.
—Alias —la recriminó el saurio con un aroma terroso de decepción—, es tu hermana.
—Por eso no me fío. Dragonbait, el maleficio que los servidores de Moander me lanzaron el año pasado me obligó a liberar a su amo sin que yo me diera cuenta siquiera. Phalse me hechizó además con una orden de persecución para acosar al dios hasta el Abismo, y casi dejo la vida al tratar de resistirme. La única forma de superar el maleficio fue matar a Phalse. Zhara cree que lucha contra Moander, pero es posible que siga instrucciones del Maligno.
—Destruir a Moander no es meta ignominiosa sólo porque también lo desee un ser maligno —respondió el paladín—. Además, ahora hay muchas más cosas en juego, ¿o has olvidado ya lo que Grypht acaba de decir? El Oscurantista tiene a mi pueblo bajo el yugo de la esclavitud y mi deber es acompañar a Grypht para amenazar a Moander. Akabar y yo ya lo destruimos en una ocasión y tengo la esperanza de volver a hacerlo ahora.
—¡Pero entonces te acompañaba Mist! —manifestó Alias, refiriéndose a la hembra de dragón rojo que había ayudado a su compañero y al mago sureño en la batalla contra el Oscurantista.
—Y ahora está Grypht —le recordó Dragonbait—. Sus discípulos suelen llamarlo «vieja bestia de las cavernas» —añadió con una sonrisa—, tal como denominamos a la especie de Mist en nuestro mundo.
Olía la ansiedad y el miedo de Alias y comprendía el terror que le inspiraba la deidad del mal. De todos los maestros que habían intentado esclavizarla, Moander era el único cuyas órdenes no había podido resistir, el único que la había capturado sin ayuda, el único en cuya derrota no había tomado parte.
—Sería mejor que fueras a buscar a Innominado y te apartaras de esto con él.
Alias bajó la cabeza avergonzada de su cobardía y esforzándose por superarla.
—No; quiero ayudarte —declaró, pero comenzó a temblar bajo los cálidos rayos del sol y los ojos se le pusieron vidriosos.
Dragonbait le sujetó los hombros, alarmado por la expresión de su compañera, y pensando que iba a desmayarse. En lugar de eso, Alias se hundió en una especie de trance y comenzó a repetir una y otra vez los mismos versos de la noche anterior: «Estamos preparados para la semilla. ¿Dónde está la semilla? Encontrad la semilla. Traed la semilla». Pero, en esta ocasión, un millar de olores fluía de su cuerpo para acompañar los versos, una plétora de emociones en conflicto: excitación y miedo, alegría y angustia, impaciencia y terror, determinación y resignación, orgullo y remordimiento. Dragonbait reconoció al instante todas las características de un cántico saurio.
—¡Supremo! —gritó—. ¡Ven enseguida!
—¿Qué sucede? —preguntó Grypht mientras se acercaba a toda prisa.
—Escúchala —le dijo Dragonbait con énfasis.
Grypht miró fijamente a la trovadora y frunció el entrecejo, confuso por el trance y las palabras de la muchacha.
—¿De qué semilla habla? ¿De qué trata la canción?
—Sss, todavía falta un verso —le indicó el paladín.
—Encontramos a Innominado —prosiguió Alias en saurio—. Innominado tiene que unirse a nosotros. Innominado encontrará la semilla. Innominado traerá la semilla.
—¡Ah! ¿Sí? Innominado traerá la semilla —murmuró Grypht.
Los olores que emanaban de Alias hacían estremecer a Dragonbait y le producían un pavor mucho más profundo que las canciones de Innominado que la barda había deformado.
Alias cesó el canto de pronto y, exactamente igual que había hecho la noche anterior, con el dedo índice de la mano derecha trazó un círculo paralelo al suelo.
—El símbolo saurio de la muerte —susurró Grypht.
—¡No! ¡No! ¡No! —exclamó Alias en la lengua común de los Reinos.
A los gritos de la espadachina, Breck, que estaba tostando pan junto al fuego con Akabar y Zhara, se levantó de un salto y atravesó el claro corriendo hasta llegar junto a ella, con la espada apuntada hacia el centro del cuerpo de Grypht.
—¿Qué sucede aquí? —inquirió furioso—. Alias, ¿te encuentras bien? ¿Qué le has hecho? —preguntó al gran saurio.
Akabar y Zhara llegaron detrás del leñador igualmente preocupados por la mercenaria, aunque sin pretensiones de acusar a Grypht. El sureño se situó entre el mago y la espada de Breck mientras Alias despertaba del trance con un gemido ahogado y una mirada de confusión.
—Alias, ¿qué te pasa? —inquirió Akabar—. ¿Qué te ocurre?
—Acabo de tener una…, una pesadilla. Era sobre Innominado. —Hizo una pausa para concentrarse bien pero no consiguió recordar nada más.
—Primero caminas en sueños y ahora sueñas en plena vigilia —gruñó Breck—. ¿Qué maldición te persigue?
—Yo no ando en sueños —respondió la joven.
—Anoche sí, y, si no me crees, pregunta a Dragonbait.
La aventurera miró a su compañero y éste asintió.
—Creo que cantabas un cántico espiritual saurio —le dijo Grypht—. Pero no comprendo cómo ha podido suceder. ¿Tú qué opinas? —preguntó a Dragonbait—. Ella no es de nuestra raza.
—¿Qué es un cántico espiritual? —quiso saber Alias.
—Está unida a mí mágicamente en espíritu y alma, Supremo —explicó el paladín.
—Pero tú no has recibido el don del cántico espiritual —objetó Grypht, confuso.
—Mi madre sí, Supremo —le recordó.
—Cierto…, ella sí —asintió.
—Por favor, ¿queréis explicarme qué es un cántico espiritual? —insistió Alias.
Grypht unió las manos y se balanceó sobre los talones.
—Es maravilloso…, superior incluso a la piedra mágica. Si Alias puede cantar lo que sabe nuestro pueblo, será nuestros oídos y nuestros ojos en el campo enemigo.
—¿De qué están hablando? —preguntó Breck a Alias. A pesar de que no comprendía la lengua de los saurios, captaba perfectamente la excitación de Grypht.
Alias pidió al leñador que se mantuviera en silencio y gritó en saurio:
—¿Qué es un cántico espiritual?
—Es la expresión del estado vital de nuestro pueblo —explicó Grypht calmosamente—. Cuando una cantora espiritual entona su inspiración, su mente se abre a la esencia del espíritu de la tribu e interpreta lo que siente. A veces sueña los sueños generales mientras duerme, y despierta con el cántico, cuyo mensaje es cambiante porque varía a medida que las condiciones del pueblo se transforman, y expresa júbilo o conformidad, los cuales aceptamos de buen grado, o bien sufrimientos que aprendemos a sobrellevar. Sin embargo, si nos habla del mal, debemos ponernos en acción y luchar venga de donde venga, tanto si es de dentro como si es de fuera, y no cejar hasta que el mensaje vuelva a ser positivo. Ahora, como mi pueblo está controlado por Moander, vive en la angustia, pero también conoce los planes del Oscurantista y lo que acabas de interpretar será seguramente lo que se propone hacer. Espero que lo repitas más veces; tu mente se ha abierto a la esencia de nuestro pueblo y has empezado a cantar. ¿Por qué se ha abierto? ¿En qué estabas pensando en el instante anterior al trance?
—No…, no recuerdo —respondió con el entrecejo fruncido.
—¿En el pavor que te inspira Moander? —sugirió Dragonbait.
Alias bajó la vista con abatimiento y de pronto se le ocurrió que tal vez ese trance que había sufrido tenía algo que ver con el otro problema que la acosaba.
—Esa debe de ser la razón de que cambie las canciones de Innominado: porque las transformo en cantos espirituales.
—Posiblemente —asintió Dragonbait.
—Dragonbait, si sabías cuál era el problema, ¿por qué no me lo explicaste? —preguntó Alias.
—No lo sospeché hasta anoche, cuanto empezaste a cantar en saurio, o mejor dicho, lo intentaste; pero desgranabas las palabras desnudas de sentimiento porque no tenías el poder de emanar olores. En cambio ahora he podido reconocer sin duda alguna que se trataba de un cántico espiritual.
—¿Seríais tan amables de explicarnos lo que ocurre? —exigió Breck, harto ya de no entender nada de lo que la aventurera hablaba con los lagartos.
Alias lo puso al corriente de todo lo que le acababan de comunicar los saurios.
—De modo que —concluyó con la mirada clavada en Akabar y en Zhara—, al fin y al cabo yo no estaba equivocada. Sabía que si tergiversaba las canciones no era por intervención divina.
—Por cierto, Alias —puntualizó Dragonbait—, los nuestros creen que el don del cántico espiritual es concedido por los dioses.
Alias no se molestó en traducir la corrección del paladín.
—Dijiste que la letra se refería a los planes de Moander. ¿Cuál era el mensaje? Se me ha olvidado por completo.
—«Estamos preparados para la semilla. ¿Dónde está la semilla? Encontrad la semilla. Traed la semilla» —acotó Grypht.
—¿Qué semilla es ésa?
—No lo sabemos —repuso el gran saurio—, aunque es evidente que Moander la necesita por encima de todo y cree que Innominado se la va a proporcionar. La segunda estofa dice: «Encontramos a Innominado. Innominado tiene que unirse a nosotros. Innominado encontrará la semilla. Innominado traerá la semilla».
—Cuando llegaste a ese punto te pusiste a gritar —completó Dragonbait.
—¡Sí! —exclamó Alias de pronto, al recordar lo que le había producido tanto miedo—. ¡Innominado está en peligro mortal! ¡Tenemos que encontrarlo antes de que sea tarde! ¡Moander quiere convertirlo en servidor suyo!
Olive se movía de una postura incómoda a otra igual de desagradable durante el sueño. En lo alto, en alguna parte, las aves comenzaron a piar con fuerza. Ya semi-despierta recordó de pronto que prefería seguir dormida, de modo que cerró los ojos y, sin hacer caso de la algarabía de los pájaros, se tapó la cara con la capucha, pero el estómago comenzó a protestar.
—¡Maldición! —gruñó.
Miró furiosa hacia la boca del pozo que se elevaba tentadora e inaccesible. Si al menos hubiera estado más cerca de una pared, tal vez habrían podido escapar, pues ella era una experta en escalada de paredes. Por desgracia, no sabía colgarse del techo y el pozo salía a la superficie por el mismo centro del túnel. Se sentó y se quitó de los ojos las últimas telarañas de sueño.
—¡Pozo inútil! —musitó.
Se puso a rebuscar en el morral pero no quedaba nada de fruta; la habían terminado entre los dos la noche anterior. En el fondo de la bolsa encontró tres bollos dulces rancios envueltos en papel. Dejó dos para el bardo y se comió el tercero a pequeños mordiscos, mientras estudiaba la excavación que Mentor había comenzado la noche anterior.
El bardo había escalado hasta arriba la pared del pasadizo y había comenzado a quitar tierra y a picar la roca con la pala rota de Olive hasta crear una segunda boca en el techo, pero, al final, había bajado otra vez cansado y decepcionado. A la luz del día, le pareció que el pozo debía de tener unos quince metros de profundidad y calculó que un hombre y una halfling tardarían una semana en cavar esa distancia hacia arriba. Mentor intentaba formar un ángulo entre el brocal del pozo y su excavación para conectarlos y salir al final por el central, y, como sólo estaban separados por unos seis metros, sólo sería cuestión de días…, días sin comida y sin agua.
Se arrastró hasta el rincón donde dormía Mentor. Descansaba como los muertos, inmóvil y pesado, y así, sin el poder de su voz ni la expresión de su rostro, parecía mucho más viejo. En algún tiempo había sido señor de la ruinosa casa solariega que debía de estar en alguna parte por encima de sus cabezas, respetado por sus pares y adorado por sus pupilos. Ahora, en cambio, yacía encogido sobre sí mismo como un cadáver, enterrado vivo por el poder de la trompa mágica.
Estudió detenidamente sus manos y su cara. No había rastros de vegetación que creciera desde dentro en las orejas ni en las muñecas, ni señales de color verde en la tez. Tal vez no se había equivocado al pensar que la ropa lo había protegido del polvo del erizo.
De pronto oyó un ruido en el pasadizo que había detrás y se giró al instante con la daga en ristre. Unos cuantos guijarros se desprendieron del montón de cascotes que se había formado cuando ella provocó la caída del techo; algo o alguien intentaba abrirse camino por allí. Se arrodilló junto al bardo y lo sacudió por los hombros frenéticamente.
—¡Mentor! —gimió.
—¡Largo! —gruñó el bardo mirándola con ojos dormidos.
—¡Mentor! ¡Quieren entrar y están cavando un agujero hacia aquí! —susurró impaciente.
El hombre se sentó y buscó a tientas la espada de Olive, que había usado como puñal.
Una roca grande se desprendió de la pila y una rama tan gruesa como el brazo de la halfling y llena de inmundicia se deslizó por el hueco. Se levantó como una serpiente iracunda y vieron la boca que se abría en su extremo: unas fauces sin labios con numerosas filas de colmillos afilados. Olive había visto una aberración como aquélla en el cuerpo de Moander en los Reinos.
—Innominado —pronunció la boca; hablaba con el mismo tono agudo y rasposo de Xaran.
Mentor se levantó y se acercó al sarmiento con precaución.
—¿Eres tú, Xaran? —preguntó, detenido a unos centímetros de las quijadas. La rama se retorció y las mandíbulas se encararon al bardo.
—Cumplirás la orden de Moander tanto si quieres como si no. Es sólo cuestión de tiempo —anunció el vegetal.
—Te equivocas —repuso Mentor con ardor—. Moander intentó pervertir a mi cantante. Jamás haré tratos con el Oscurantista.
—Al final le entregarás incluso a tu estimada cantante.
—¡Vete al infierno! —exclamó y, rebanó la boca del sarmiento con la espada, pero aquél se le enroscó en el brazo. Cuando trató de quitárselo con la otra mano, la rama lanzó zarcillos que le inmovilizaron ambas muñecas.
Olive se adelantó con su puñal y lo hundió en el brazo vegetal cerca del punto en el que asomaba por los cascotes. El muñón se retiró por fin y los restos que maniataban a Mentor quedaron inertes, aunque la halfling tuvo que ayudarlo a deshacerse de ellos.
—¡Caramba! ¡Qué alentador! —exclamó el bardo.
—¿Qué es alentador? —preguntó Olive sin saber a qué atenerse—. ¿Que Xaran esté vivo todavía y te aceche constantemente para convertirte en planta?
—No; me refiero al hecho de que haya necesitado entrar con un sarmiento en vez de desintegrar el montón de cascotes cómodamente. Seguro que ha sufrido daños irreparables en el ojo desintegrador.
—Genial. Como le has cegado el ojo central, ahora sólo le quedan nueve para atacarnos.
—Ocho; el que encanta a las bestias no puede nada contra nosotros —le recordó—. Y supongo que los dos tenemos voluntad suficiente como para resistir al ojo que duerme.
—¡Oh! ¡Qué alivio!… —exclamó Olive sarcásticamente—. Sólo le quedan siete formas posibles de capturarme o acabar conmigo.
—Xaran no tiene manos para excavar y salir de aquí, pero nosotros sí.
—Pero puede enviar otra rama y estrangularnos mientras dormimos —arguyó la halfling.
—Bueno, pues haremos turnos de vigilancia.
Olive oyó un grito que parecía venir de muy lejos. Indicó al bardo que se callara con una señal y escuchó atentamente. A los pocos segundos oyó otro grito.
—¡Orcos! —anunció, presa de pánico—. ¡Todavía quedan orcos vivos ahí fuera! ¡Sacarán a Xaran del atolladero y volverán a buscarnos!, y entonces ¿qué?
—Una buena pregunta —musitó el bardo—, una pregunta buena de verdad.
La Voz de Moander estudiaba el agua del sortilegio de escrutinio lanzado sobre el Bardo Innominado y su compañera halfling; volverían a ser capturados enseguida pero Moander no quería que apartara los ojos de ellos. La noche anterior, la suma sacerdotisa había experimentado unos raros instantes de júbilo y esperanza cuando la daga del bardo atravesó el rayo desintegrador de Xaran y se le clavó en el ojo central. Además, había osado mofarse del contratiempo sufrido por su amo cuando el bardo burló a los orcos y destruyó su guarida con el instrumento mágico. Ahora, el dios maligno la obligaba a seguir los pasos de Innominado mientras paladeaba la desesperación de la sauria.
Coral deseaba desesperadamente hallarse en la boca del pozo con una cuerda para ayudarlos a escapar. No había logrado localizar a Akabar por la mañana, debido con toda seguridad a que se había reunido de nuevo con Alias, y Moander pretendía dar con él otra vez a través de Innominado. Sin la ayuda del bardo arpero, la búsqueda de Akabar podía demorarse mucho, con lo cual aumentaría el riesgo de que localizaran el escondite de la reencarnación e incluso liberaran a los saurios subyugados por medio de un gran poder.
Moander obligó a Coral a pronunciar las mismas palabras con que la escarnecía.
—Aunque el bardo lograra huir de esa trampa, ahora ya no puede escapar al Oscurantista. Las semillas de la posesión crecen en su interior —declaró la boca de Coral.
—¡No! —se opuso la misma voz—. Las esporas de Xaran se abrieron hace muchas horas y el bardo no da muestras de estar bajo tu poder; ha sabido resistirse a tus semillas corruptoras.
—No es cierto —habló Moander por boca de Coral una vez más—. Las semillas tardan más en desarrollarse simplemente porque es un ser humano y de gran tamaño.
—¡Mientes! —protestó Coral iracunda—. ¡Mientes para torturarme!
—¿En serio? Ya lo veremos —amenazó Moander a través de la Voz, y Coral comenzó a reír con agudas y desagradables carcajadas de demente.