18

Los colores del bosque resplandecían bajo el brillante sol de la tarde mientras los tres jinetes se acercaban a la puerta de la Academia de Armas de Aguas Profundas, el prestigioso centro de entrenamiento de guerreros situado a varios kilómetros al oeste de las murallas de la ciudad. Arilyn, que se había mantenido extrañamente tranquila durante la cabalgata, desmontó y se encaminó a la torre de entrada. Los dos estudiantes que montaban guardia observaron a la semielfa con interés e imitaron lo mejor que pudieron a dos avezados luchadores.

—¿Qué deseas? —gruñó uno de los muchachos con insegura voz de barítono.

Al darse cuenta de que Arilyn se disponía a responder con la punta de la espada, Danilo se adelantó y tomó las riendas de la conversación.

—Somos tres agentes Arpistas. Estamos buscando a uno de vuestros instructores.

Los estudiantes consultaron entre sí con susurros, tras lo cual el futuro barítono los saludó con respeto y los dejó pasar. El otro llamó a un mozo para que se ocupara de los caballos y se ofreció para escoltarlos al despacho del director. Danilo aceptó agradecido.

—¿Tres Arpistas? —musitó Arilyn a Danilo—. ¿Tres?

El noble se encogió de hombros.

—Hemos entrado, ¿no?

Arilyn respondió con una mirada comedida y guardó silencio. El estudiante condujo al insólito trío que se confesaba de agentes Arpistas a través de un laberinto de pasillos hasta llegar al despacho del director de la academia.

El director Quentin era un clérigo fornido de cabello entrecano, que llevaba una túnica marrón con la cabeza de martillo que simbolizaba a Tempus, dios de la Guerra. Pese a que ya había pasado de la mediana edad seguía siendo ancho de espaldas y desmañado, y daba la impresión de que se hubiera encontrado más a gusto en el campo de batalla que en un despacho. En esos momentos estaba sentado tras varias pilas de pergaminos, realizando de mala gana su sedentaria tarea. Alzó la vista cuando el trío llamó a su puerta, y su rostro se iluminó ante la posibilidad de tomarse un descanso.

—Hermano Quentin, hay tres Arpistas que desean hablar con vos —dijo el estudiante.

—Sí, sí. Ya me ocupo —replicó Quentin, que se levantó de detrás del escritorio y fue a saludarlos. Con un gesto impaciente despidió al estudiante—. Hacía mucho tiempo que el Cuervo no volaba por estas partes —dijo efusivamente, y él y Bran se saludaron cogiéndose por los antebrazos.

Arilyn alzó bruscamente la cabeza para mirar a Bran Skorlsun, y una peculiar expresión pasó por su cara.

—¿Qué te trae aquí, Bran? —preguntó Quentin. El director dio al Arpista una palmada en la espalda con la familiaridad de un viejo camarada—. ¿Podrás quedarte para compartir nuestra cena y beber juntos unas cuantas cervezas?

—En otra ocasión me encantará —contestó Bran—. Mis compañeros y yo estamos buscando a uno de tus instructores: Kymil Nimesin. ¿Está aquí?

—No. —La frente del director se arrugó—. Ha pedido la excedencia. ¿Por qué?

—¿Dijo adónde iba? —inquirió Arilyn.

—Pues de hecho sí —recordó Quentin—. Creo que a Evereska.

—Evereska… —repitió Arilyn suavemente, totalmente perpleja—. ¿Hubo algo fuera de lo corriente en su petición de excedencia?

Quentin reflexionó.

—Bueno, Kymil se llevó a algunos de nuestros mejores estudiantes con él.

—¿Qué puede decirme de ellos?

El director cogió una de las pilas de pergaminos de sobre la mesa, una pila verdaderamente grande, y empezó a hojear los pergaminos. Arilyn esperó rebullendo, impaciente.

—Ah, aquí está —exclamó Quentin alegremente, agitando una hoja de pergamino—. Es la petición de excedencia de Kymil. Se ha llevado a Moor Canterlea, Filauria Ni’Tessine, Caer-Abett Fen, Kizzit Varolmo y Kermel Cantastrellas.

—Algunos son nombres elfos —comentó Danilo.

—Todos son elfos —lo corrigió Quentin—. Y, ahora que lo pienso, todos dorados. Todos fueron reclutados y entrenados personalmente por Kymil Nimesin. Debo decir que forman un grupo magnífico.

—Supongo que tendrá una ficha personal de cada alumno. ¿Podría ver la de uno de ellos? —pidió Arilyn.

—Por supuesto. ¿De cuál?

—Ni’Tessine, Filauria.

—Ah, sí —dijo Quentin—. Una espléndida estudiante. Creo que un hermano suyo estuvo en la academia hace algunos años, pero eso fue antes de que yo llegara.

—Fue hace unos veinticinco años —dijo Arilyn suavemente, al tiempo que cogía la hoja de pergamino que el director le tendía—. Éramos compañeros de clase.

—¿De veras? ¿Cómo dijiste que te llamabas? —inquirió Quentin con cordial interés. Arilyn se lo dijo, y el clérigo enarcó sus pobladas cejas—. Qué raro. Kymil dejó una nota para ti. —El hombre sacó un pequeño rollo que entregó a la semielfa.

Arilyn la leyó rápidamente y, sin hacer ningún comentario, se la metió en el bolsillo de la capa y volvió a estudiar la ficha de Filauria Ni’Tessine. Como Arilyn había previsto, la elfa dorada había seguido la costumbre de anotar la historia de su familia de manera bastante detallada. Entre sus hermanos estaba Tintagel Ni’Tessine, ex alumno de la Academia de Armas y miembro de la guardia de Aguas Profundas. Su padre se llamaba Fenian Ni’Tessine y había fallecido el segundo día del mes de Ches del año 1321 según el cómputo de Los Valles. «Interesante —pensó Arilyn—. Fenian murió el mismo día que el rey Zaor de Siempre Unidos fue asesinado».

Bruscamente devolvió el pergamino al director, dándole las gracias.

—Siempre estoy dispuesto a ayudar a la causa de los Arpistas —dijo Quentin efusivamente—. ¿Podrías explicarme qué está pasando?

—Lo haría con gusto, pero ahora debemos irnos —replicó Bran.

—Sólo dime una cosa —insistió el director—, ¿corre Kymil algún peligro?

—Puede apostar por ello —contestó la semielfa en tono sombrío.

Sin demasiada gentileza empujó a Bran y a Danilo fuera del despacho. Al llegar al patio de la academia se volvió hacia el Arpista y le espetó:

—¿Por qué el director te ha llamado Cuervo?

El Arpista retrocedió un paso, sorprendido por la intensidad de la pregunta.

—Mi nombre de pila, Bran, significa «cuervo» en un antiguo idioma de las islas Moonshaes. ¿Por qué lo preguntas?

—Al oírlo me ha venido a la mente algo que casi había olvidado —contestó Arilyn lentamente—. Yo estudié en la academia junto con el hermano de Filauria, Tintagel Ni’Tessine. Él siempre llevaba con él el astil roto de una flecha como si fuera un talismán. En la madera del astil había grabada una diminuta marca: un cuervo. Tintagel decía que la llevaba para no olvidar cuál era su objetivo en la vida. Uno de sus amigos me contó que el padre de Tintagel, Fenian Ni’Tessine, fue muerto por esa flecha. —Arilyn lanzó la mirada hacia el Arpista con expresión cautelosa—. ¿Era tuya esa flecha?

—No lo sé. El nombre de Fenian Ni’Tessine no me resulta familiar —respondió Bran en tono quedo. Entonces cogió una flecha de su aljaba y se la mostró a Arilyn—. ¿Es ésta la marca?

La semielfa la examinó y asintió.

—¿Te refrescará la memoria saber que Fenian Ni’Tessine murió el segundo día del mes de Ches del año 1321? El año antes de que yo naciera. —Esto último lo dijo en voz apenas audible.

—No. Lo siento.

—Quizás esto te ayudará a recordar: el rey Zaor fue asesinado ese mismo día por un elfo dorado quien, a su vez, resultó abatido por una flecha que disparó el amante humano de mi madre. —Arilyn levantó sus cautelosos ojos hacia los del Arpista—. Los ópalos no son gemas que suelan llevar los humanos, y la que tú llevabas encaja a la perfección en mi hoja de luna. ¿Me equivoco al suponer que fuiste tú quien mató a Fenian Ni’Tessine?

—No sé cómo se llamaba el elfo dorado al que disparé, pero sí, tienes razón —admitió Bran. Arilyn no tuvo que preguntar más; las líneas de dolor y pesar que surcaban el semblante del Arpista eran respuesta suficiente. Sus miradas se encontraron un momento y se reconocieron en silencio. Entonces devolvió a Bran su flecha y se dio media vuelta, profundamente afectada.

Danilo, que había seguido la conversación en silencio, soltó un silbido largo y silencioso.

—Esto significa que Bran Skorlsun es…

—El padre de Arilyn —dijo el Arpista en tono quedo—. Te lo hubiera dicho, a su debido tiempo —añadió, dirigiéndose a la semielfa.

—Pues te lo has tomado con mucha calma —comentó Arilyn en voz baja. Entonces, endureció el gesto y añadió—: Al menos, me dirás por qué tenías tú el ópalo.

—No, no puedo —admitió Bran.

—¿Más secretos de los Arpistas? —inquirió Danilo con un toque de sarcasmo.

—No, al menos por mi parte —respondió el Arpista—. Un tribunal formado por elfos de Siempre Unidos y Maestros Arpistas decretó que yo debía custodiar la piedra hasta el día de mi muerte, pero nunca me dijeron la razón.

—Entonces tendremos que volver a la torre de Báculo Oscuro y averiguarlo —repuso Arilyn cansinamente. Con estas palabras giró sobre sus talones y se encaminó a los establos de la academia.

—Tu hija es una mujer de acción —comentó Danilo a Bran, y ambos hombres la siguieron. El Arpista asintió con aire distraído.

«Una familia muy habladora», pensó Danilo con ironía. Una leve sonrisa iluminó la faz del joven al recordar la mirada asesina que había visto en los ojos de la semielfa. El tío Khelben no sabía lo que se le venía encima.

Regresaron a la ciudad casi en silencio.

—Esperad aquí —ordenó Danilo a Arilyn y a Bran al llegar al muro que rodeaba la torre de Báculo Oscuro—. Ya ha anochecido, y tío Khelben hace horas que nos espera. Seguramente nadie ha hecho esperar al archimago desde hace mucho tiempo, y estará frenético. Dadme un momento para calmarlo. —El joven aristócrata atravesó el patio y desapareció en el muro sólido de granito de la torre.

A los pocos momentos Arilyn se dispuso a seguirlo, pero Bran la detuvo poniéndole una mano en el brazo.

—Espera —le dijo—. No es nada fácil atravesar puertas invisibles sin la ayuda de un mago.

—Yo percibo débilmente el contorno —replicó Arilyn desasiéndose—. Para los elfos no hay puertas secretas.

—Tú eres semielfa —la corrigió el Arpista suavemente pero de forma harto significativa.

El propósito de sus palabras era provocar un enfrentamiento. Arilyn se puso tensa. Aún no estaba preparada para aceptar el parentesco y tenía que hacer esfuerzos para dominar la rabia que sentía.

—Mi madre lloró por ti durante toda su vida —dijo finalmente—. Yo nunca tuve un padre y ahora no lo necesito, pero ¿cómo pudiste abandonar a Z’beryl? ¿Cómo puede alguien hacer algo así?

—No tuvo elección.

Sobresaltados, Arilyn y Bran alzaron los ojos. Ante ellos tenían a Khelben Arunsun con Danilo a su espalda.

—Bueno, parece que el Arpista trotamundos ha regresado —observó el archimago con frialdad—. Y, como siempre, trae problemas.

Bran devolvió la gélida mirada de Khelben con otra firme y serena.

—Han pasado muchos años —dijo—. No podemos volver atrás y cambiar lo que hicimos en nuestra juventud, pero ¿por qué rechazar a los amigos con la que la compartimos? Laeral y yo hemos hecho las paces. ¿No podemos hacer lo mismo nosotros dos?

El rostro del mago se ensombreció al oír el nombre de su amada.

—¿Qué tiene que ver Laeral con esto?

—No lo suficiente, según parece —respondió Bran con tristeza—. Nuestros caminos se cruzaron poco antes de que yo tuviera que abandonar las Moonshaes. Ella se dirigía a Siempre Unidos. —De pronto, el Arpista frunció el entrecejo y miró a Arilyn—. Laeral es mi amiga, pero no me parece justo que los elfos la acepten a ella y al mismo tiempo repudien a sus familiares medio elfos.

—Tu preocupación me conmueve, pero llega un poco tarde —observó Arilyn con frío desdén.

—Basta de recriminarlo, Arilyn Hojaluna —espetó Khelben, irritado—. Si Bran no te gusta, estás en tu perfecto derecho (Mystra sabe que tampoco es santo de mi devoción) pero no lo juzgues mal. Como ya he dicho, no tuvo otra opción que dejar a tu madre. Ella tomó la decisión por él. En esos momentos él ni siquiera sabía de tu existencia.

—Es cierto —confirmó Bran tristemente.

—¿Lo entiendes? —preguntó Khelben a Arilyn, que había escuchado la explicación sin dejarse conmover.

—No.

El mago cerró los ojos, exasperado por la tozudez de la joven, e hizo señas a todos para que entraran en la torre.

En el vestíbulo Arilyn se encaró con el archimago.

—Tú lo sabías desde el principio.

—Tenía mis sospechas, sí —admitió Khelben—, pero no podía comunicártelas. Según Dan, sabes quién es el asesino. ¿Quién es?

—Responderé a su debido tiempo —replicó Arilyn con gravedad—. Primero quiero saber por qué mi… por qué Bran Skorlsun llevaba el ópalo de mi espada.

—Fue decretado por los elfos de Siempre Unidos.

—¿Por qué?

El archimago miró alternativamente a Arilyn y al maduro Arpista.

—¿Ya habéis hablado? —preguntó.

—Lo sabe —contestó Bran.

—También sabe que su madre era la princesa Amnestria —añadió Danilo.

Khelben asintió en dirección a Arilyn.

—Mejor, porque no podría explicarlo de otro modo. Amnestria se casó con un humano y quedó embarazada. Esto no es lo que los elfos esperan de sus princesas. —El mago lanzó un hondo suspiro—. En un inocente intento por tender un puente entre ambos mundos, la princesa añadió un poder potencialmente peligroso a su hoja de luna. Pero el ópalo fue retirado antes de que pudiera absorber por completo ese poder.

—Supongo que era la puerta elfa —interpoló Arilyn. Al ver que Khelben fulminaba a Danilo con la mirada, la semielfa enarcó las cejas y añadió—: Tu sobrino no descubrió el pastel. La puerta elfa es una puerta dimensional entre Siempre Unidos y Aguas Profundas. ¿Cómo, si no, el elfo que mató al rey Zaor podría haber sido hallado muerto en Aguas Profundas ese mismo día? Hubiese sido una proeza imposible.

—Impresionante. Tú sola has reunido todas las piezas del rompecabezas —la alabó el archimago.

—No —objetó Arilyn—. Todavía no entiendo por qué el ópalo fue entregado a Bran.

—Fue un castigo —repuso Khelben—. Amnestria fue desterrada y tuvo que jurar que protegería la puerta elfa. Ella sabía que mientras Bran llevara la piedra nunca podrían estar juntos de nuevo.

—¿Por qué no se me dijo nada de esto? —inquirió el Arpista.

—Porque, de haberlo sabido, habrías tenido en tus manos la llave de la puerta elfa —explicó Khelben—. Los elfos de Siempre Unidos no confiaban en ti y, como pensaban que una semielfa no podría heredar la espada, no previeron la posibilidad de un reencuentro entre padre e hija.

—Kymil se aseguró de que eso pasara —afirmó Arilyn amargamente. Ante la perplejidad de los tres hombres, la semielfa preguntó a Bran—: ¿Quién te contrató para seguirme?

—Unos Arpistas de Cormyr se pusieron en contacto conmigo.

—¿Lycon de Sune? ¿Nadasha? —preguntó Arilyn lacónicamente. Bran asintió—. Me lo imaginaba. Kymil trabajaba a menudo con ellos, pero nunca llegaron a confiar plenamente en mí. Supongo que a Kymil le resultó muy fácil convencerlos de que yo era la asesina de Arpistas y que debían ponerte a ti tras mi pista.

—Así que Kymil Nimesin planeó el asesinato de los Arpistas para atraer a Bran hacia ti, con la esperanza de que el ópalo y la hoja de luna se reunieran —musitó Khelben—. ¿Pero para qué quiere la puerta elfa?

Arilyn esbozó una sonrisa capaz de helar los huesos.

—Me aseguraré de averiguarlo antes de matarlo.

—No puedes ir tras Kymil —se opuso el mago—. Ahora que el ópalo vuelve a estar incrustado en la espada, la hoja de luna podría ayudar a cualquiera (especialmente a un elfo) a localizar y usar el portal oculto.

—Podría encontrar a Kymil antes de que éste dé con el portal —sugirió Danilo.

—Demasiado tarde. Él ya está allí —dijo Arilyn—. Me dejó un mensaje donde me decía dónde encontrarlo.

—¿Dónde? Oh, sí. Evereska —recordó Danilo—. Dejó un mensaje diciendo que iba a Evereska. Pues le seguiremos.

—No seas estúpido, Dan —espetó Khelben—. La hoja de luna no debe acercarse a Evereska. Supongo que ya habrás deducido que la puerta elfa se trasladó allí —dijo a Arilyn.

—Sí. Tal vez la hoja de luna no puede ir a Evereska, pero yo sí. —Con estas palabras la semielfa se desciñó la espada y la ofreció a Khelben—. Toma. En tu cripta estará segura.

Pero el mago sacudió la cabeza.

—No puedes ir a Evereska sin la espada, Arilyn. Ahora que el ópalo vuelve a estar en la empuñadura, estás indisolublemente unida a la hoja de luna. Ningún poseedor de una hoja de luna activa y completa puede sobrevivir si se separa de ella cierto tiempo.

Arilyn contempló un momento la espada que tenía entre las manos y luego la arrojó al otro lado de la habitación. El arma aterrizó en el suelo ruidosamente.

—Que así sea. Me contento con vivir lo suficiente para encontrar y vencer a Kymil Nimesin.

—¿Por qué? —quiso saber Danilo. El joven la cogió por los hombros y la zarandeó—. ¿Por qué quieres malgastar tu vida?

—Mi vida nunca me ha pertenecido del todo, de modo que no soy yo quien puede decidir si vivo o renuncio a la vida —repuso ella, mirándolo desafiante—. Debo enmendar el mal uso que se ha hecho de la espada. —La voz de Arilyn era firme y totalmente desprovista de autocompasión—. Y lo haré a mi propia manera. Es posible que sea sólo medio elfa y medio Arpista, pero me niego rotundamente a ser sólo medio persona. Me niego a seguir siendo la sombra de la hoja de luna.

—Nunca ha sido así. Tú controlas la hoja de luna, no al revés —le dijo Bran.

—Si eso fuera cierto, entonces podría decidir dejarla atrás —replicó ella tercamente.

—Supongo que será inútil tratar de disuadirte —intervino entonces Khelben.

—Sí.

—Entonces te guardaré la hoja de luna. Tienes razón al decir que debe estar aquí. Y tú también, si se me permite opinar.

—Gracias, Khelben. Querría pedirte una cosa más. ¿Puedes proporcionarme un medio de transporte hasta Evereska? ¿Tal vez un grifón con un hechizo de velocidad? —pidió Arilyn.

—Claro —repuso el mago—. Si insistes en ir a Evereska, te ayudaré a llegar. Pero con una condición, Danilo irá contigo.

—No. —El tono de la semielfa no admitía discusión—. Iré sola.

Khelben lanzó una enojada mirada a Bran, como si él tuviera la culpa.

—No hay duda de que es hija tuya. —Entonces se volvió hacia Arilyn—. Muy bien, te proporcionaré transporte. Supongo que un grifo hechizado es tan bueno como cualquier otro.

—Bien. ¿Dónde lo recojo? —preguntó Arilyn.

—Los establos están situados en lo alto del monte de Aguas Profundas. —El mago se dirigió a su escritorio y garabateó algo en un pedazo de pergamino. Luego apretó el sello de su anillo en la nota, y su runa se grabó mágicamente en el papel—. Da esto al maestro de grifones —dijo, tendiéndole la nota a la semielfa—. Él te dará todo lo que necesites.

—Gracias —repuso ella, y se encaminó a la salida de la torre.

—Arilyn. —La semielfa se detuvo al oír la voz de Danilo, pero no se volvió—. Necesitarás una nueva espada. —El joven titubeó—. Permíteme que te preste la mía.

Arilyn asintió y cogió la espada que Danilo le ofrecía. Acto seguido desapareció por la puerta mágica. Mientras contemplaba cómo se marchaba, el noble mascullaba maldiciones.

—¿Os esperabais esto alguno de los dos? —preguntó a los otros.

—Yo debí haberlo imaginado —contestó el Arpista—. A su edad, yo habría hecho lo mismo.

Antes de que el archimago pudiera responder, su atención se vio atraída por un golpe fuerte que parecía provenir del centro de la habitación.

—Piergeiron es tan inoportuno como siempre —rezongó Khelben, al tiempo que se encaminaba a la puerta que conducía al sótano y al túnel secreto que unía la torre y el palacio del Señor de Aguas Profundas—. Vosotros esperad aquí.

Danilo se puso a pasear de un lado a otro frente a la puerta, murmurando furiosas imprecaciones contra los Señores de Aguas Profundas y su obsesión con el protocolo. Danilo no tenía paciencia con los procesos de la ley y el orden. Él prefería trabajar de manera independiente y con una tapadera, lo que le permitía saltarse las sagradas convenciones que regían todos los aspectos de la vida en la ciudad. Daba igual que Kymil Nimesin estuviera libre, que la seguridad del reino elfo peligrara, que Arilyn se metiera voluntariamente en una trampa; seguramente los Señores de Aguas Profundas estarían consultando a Khelben Báculo Oscuro sobre un nuevo monumento o alguna otra tontería parecida.

Al impaciente joven le pareció que la conversación entre susurros que mantenía el mago con el mensajero duraba una eternidad. Finalmente, Báculo Oscuro volvió con un pergamino de aspecto oficial. Parecía profundamente atribulado.

—Es un mensaje de los Señores de Aguas Profundas —dijo Khelben, a quien no le gustaba andarse por las ramas—. Se ha identificado a la asesina de Arpistas: Arilyn Hojaluna, una aventurera al servicio de los zhentarim.

—¡¿Qué?! —explotó Bran—. ¿Quién la acusa? Era yo quien debía decidir su inocencia o culpabilidad.

Khelben alzó una mano para pedirle silencio y continuó:

—Piergeiron afirma que las pruebas son abrumadoras. Alguien anónimo envió unos documentos al castillo de Aguas Profundas en los que queda demostrado que en cada asesinato Arilyn se encontraba cerca. Además, se incluía una factura dirigida a los zhentarim por los asesinatos. Las fechas coinciden con los asesinatos de los Arpistas.

—Elaith Craulnober la ha vendido —dijo Danilo con ojos de hielo—. Morirá por ello.

Khelben se mostró preocupado.

—Arilyn ha hecho negocios con ese bellaco, ¿verdad? Por Mystra que esto causará muy mala impresión en el juicio.

—¿Juicio? —Danilo se desplomó sobre una silla—. ¿Se llegará a un juicio? ¿Tú no puedes hacer nada?

—Puedo hablar en su favor.

—Es una acusación falsa —protestó Danilo, pero entonces se estremeció e hizo una corrección—: Al menos, casi todo es falso.

—Hace mucho tiempo aprendí que la verdad raras veces hace cambiar de opinión a los demás. Al parecer, los Arpistas nunca confiaron plenamente en Arilyn y cualquier sospecha de que mantenía alguna relación con los zhentarim los reafirmará en esa opinión. Debes admitir que, con su pasado de asesina, es una sospechosa creíble.

Incluso Danilo tuvo que admitir que parecía lógico.

—Pero cuando se sepa toda la historia… —objetó.

—Nunca podrá contarse toda la historia —afirmó Khelben en tono inflexible—. Si se propagara la noticia de la existencia de la puerta elfa, Siempre Unidos estaría en peligro. El secreto debe protegerse.

—¿Incluso a costa de la vida de Arilyn? —preguntó Danilo, furioso, levantándose y encarándose con el mago.

Sus miradas chocaron y se quedaron prendidas como las astas de dos ciervos; la de Danilo, acusadora, y la de Khelben, la de alguien resuelto a cumplir con su deber ante todo. El joven aristócrata fue el primero en desviarla.

—Voy tras de Arilyn —anunció Danilo de repente.

—Sé razonable, Dan —gruñó Khelben—. ¿Cómo vas a encontrarla? ¿Te reveló la situación de la puerta elfa?

—Está en Evereska. No sé más. —Danilo entornó los ojos—. Espera un segundo. ¿Es que tú no lo sabes?

—Evereska es una ciudad muy grande —se defendió el mago—. Y no fui yo el encargado de trasladar la puerta.

—Muy bien, muy bien. —El joven sacudió la cabeza, asqueado—. ¿Quién lo sabe? ¿O no puedes renunciar a tus votos de guardar secreto ni el tiempo suficiente para darme esa información?

—Cuidado con lo que dices. Laeral ideó el hechizo que trasladó la puerta elfa. Sólo hay otras dos personas que conocen su situación exacta: la reina Amlaruil y Erlan Duirsar, Señor elfo de las colinas del Manto Gris. Quizás ahora también lo sepa el consejo elfo de Evereska. Por Mystra, este lío nos hará retroceder uno o dos siglos en nuestras relaciones de amistad con los elfos —murmuró Báculo Oscuro.

—La política es lo tuyo, tío. Si no puedes ayudarme, iré a Evereska solo.

—Espera, yo te acompaño —replicó Bran Skorlsun suavemente, pero con una voz tan inflexible como el acero templado.

—Tú y tu hija sois tal para cual —le recriminó Khelben—. ¿Qué te hace creer que los elfos permitirán que te acerques a Evereska, Bran? Los elfos no olvidan fácilmente y no tienen demasiado cariño por los humanos que echan a perder a sus princesas.

—¿Conoces a otro capaz de seguir el rastro de Arilyn hasta la puerta elfa? —repuso el Arpista, sosteniéndole la mirada a Khelben.

—¡Ni hablar! ¡No irás!

Danilo se echó a reír sin ni pizca de alegría.

—Oh, vamos, tío. ¿No tienes ni un poco de curiosidad por saber dónde está la puerta? Ahora que el zorro ya está en el gallinero, por así decirlo, supongo que, más pronto o más tarde, se tendrá que cambiar la puerta de sitio. —Khelben abrió mucho los ojos.

—Hay otra cosa —intervino Bran—. Para ayudar a Arilyn tenemos que entregar a Kymil Nimesin a las autoridades. En su actual estado de ánimo me temo que Arilyn lo matará.

—Que lo haga —replicó Danilo—. No seré yo quien vierta lágrimas por la muerte de Kymil Nimesin.

—Por mucho que me duela debo darle la razón a Bran —dijo el archimago—. Arilyn es una antigua asesina y Kymil Nimesin un maestro de armas muy respetado. Kymil tiene que ser entregado a las autoridades e interrogado mágicamente. Sin esta prueba en el juicio, sin la presencia de Kymil en él, Arilyn dará la impresión de que es la asesina de Arpistas. Si mata a Kymil sus posibilidades de ser absuelta serán mucho menores.

—Así pues, ¿estás de acuerdo en que debemos ir, tío Khelben?

—Teniendo en cuenta todas las opciones, sí —respondió el mago, y dijo a Bran—: Si nos perdonas, tengo que hablar un momento con mi sobrino antes de que os vayáis. Ven conmigo arriba, Danilo.

Tío y sobrino ascendieron por la escalera de la torre hasta el cuarto en el que Khelben guardaba los suministros mágicos. Después de cerrar y sellar la puerta, el archimago fue directo al grano.

—Tienes razón. Es preciso cambiar la puerta elfa de sitio.

—¡Pues qué bien! Con Laeral pasándoselo en grande con los elfos de Siempre Unidos, ¿se puede saber quién va a realizar tal milagro?

Khelben miró a su sobrino de hito en hito. Danilo sacudió la cabeza y susurró:

—No va en serio, ¿no?

—Va muy en serio.

El mago se acercó con paso majestuoso a una gran estantería que cubría todo un muro, y en la que guardaba en orden sus rollos mágicos, cientos de ellos. La estantería contaba con multitud de casilleros redondos y muy pequeños que le daban un aspecto de panal descomunal o, al menos, de un impresionante botellero.

Como andaba escaso de tiempo Khelben musitó un hechizo. Instantáneamente uno de los casilleros relució con luz verde. Khelben retiró el rollo que contenía, limpió el polvo que cubría el pergamino soplando sobre él y quitó las protecciones mágicas que lo sellaban.

—Aquí está el conjuro, Dan. —Khelben desplegó el rollo encima de una mesa y miró fijamente al joven—. Yo juré que no lo lanzaría nunca, así que tendrás que hacerlo tú. —Danilo palideció—. Puedes hacerlo. He trabajado contigo desde que tenías doce años, después de que tu último tutor arrojara la toalla, desesperado. Posees la capacidad. ¿Crees que pondría tu vida en peligro animándote a lanzar un conjuro que no pudieras controlar?

—Bueno, no te importa sacrificar a Arilyn —replicó Danilo.

—Ándate con cuidado, muchacho —advirtió Khelben—. En la vida pocas cosas son tan simples como tú crees. Cuando hayas soportado las mismas cargas y responsabilidades que yo, entonces podrás juzgarme. ¿Quieres o no lanzar el conjuro?

Danilo asintió y se inclinó sobre el rollo. Le bastó echar un vistazo a los arcanos símbolos que formaban el poderoso hechizo para darse cuenta de que la tarea pondría a prueba toda su capacidad de mago. Pocos magos osarían lanzar aquel conjuro. El hecho de que Khelben esperara algo así de él indicaba la fe que tenía en él, o de su desesperación.

Mientras el joven mago se esforzaba por leer el conjuro sentía punzadas de dolor por toda la cabeza semejantes a relámpagos, y los arcanos símbolos bailaban en el pergamino. Danilo hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para concentrarse en las palabras del conjuro y, al cabo de unos minutos, los símbolos dejaron de bailar. Mientras se disponían en palabras y líneas, él empezó a comprender su significado y a aprender de memoria los complejos gestos y las extrañas palabras.

Tras apenas uno o dos minutos cerró los ojos y vio en su mente las runas del conjuro estampadas en oro sobre un fondo negro. Siempre que aprendía un hechizo podía visualizar los símbolos en su mente. Entonces abrió los ojos y asintió.

—Lo tengo —anunció.

—¿Tan pronto? ¿Estás seguro?

El noble esbozó una amplia sonrisa dirigida a su tío.

—Me temo que lanzar el conjuro va a ser la parte más fácil.

—No seas tan gallito, muchacho.

—¡Es verdad! Será fácil comparado con impedir que Arilyn convierta a Kymil en pedacitos de elfo dorado.

Khelben sonrió de mala gana.

—Quizá tengas razón. Incluso sin la hoja de luna Arilyn es una luchadora formidable.

A Danilo las palabras de su tío le sonaron faltas de convicción.

—Tú crees que no puede ganar, ¿verdad?

—Lo siento, Dan. Sin la hoja de luna tendrá suerte si sigue viva mañana al atardecer.

—Entonces será mejor que Bran y yo nos pongamos enseguida en camino.

Khelben se quitó un anillo plateado de un dedo y se lo tendió a Danilo.

—Es un anillo de transporte. Con el grifón hechizado Arilyn podría llegar a Evereska mañana por la tarde.

—Gracias —dijo Danilo, al tiempo que aceptaba el anillo. El noble tuvo que quitarse una gran esmeralda cuadrada para hacerle sitio. Khelben enrolló el pergamino que contenía el conjuro y se lo dio a su sobrino, el cual se lo metió en su bolsa mágica. Mientras lo hacía un audaz plan floreció en su mente, y él se quedó mirando fijamente la bolsa unos momentos, reflexionando—. Supongo que estoy listo —dijo al fin.

—No veo que tengas otra opción.

Khelben y Danilo bajaron la escalera para reunirse con Bran, que esperaba impaciente en el comedor.

—¿Estás listo? —preguntó al noble.

—Se me acaba de ocurrir algo —repuso Danilo parpadeando—. Puesto que Arilyn vuela a Evereska en un grifón, tendrá que aterrizar fuera de la ciudad y buscar otro medio de transporte. ¿Tío Khelben, podrías ponerte en contacto con el grifón Eyrie? Quizás Arilyn dijo a los cuidadores adónde se dirigía.

—Buena idea, Dan. Ahora mismo vuelvo. —Khelben Arunsun regresó al cuarto de los hechizos para hacer indagaciones a través de la bola de cristal.

Danilo sacó un par de guantes de su bolsa mágica y escuchó atentamente hasta que oyó el sonido de una puerta al cerrarse. Entonces se dirigió a una esquina del comedor. La hoja de luna de Arilyn seguía donde la semielfa la había arrojado. El joven vaciló un brevísimo instante, pero entonces, dispuesto a aceptar el dolor, cogió la espada envainada. Como ya esperaba, una corriente de energía mágica le subió por el brazo, y la habitación se llenó con el olor acre de carne quemada. Rápidamente el joven dejó caer la espada dentro de la bolsa mágica y se enfundó un guante en la mano quemada. Acto seguido ejecutó a toda prisa los gestos y salmodió las palabras de un encantamiento que crearía una ilusión. Cuando acabó, se hubiera podido jurar que la hoja de luna seguía donde Arilyn la había abandonado.

—Arilyn necesita la hoja de luna, y yo voy a llevársela —dijo en voz baja a Bran Skorlsun—. Si dices algo de esto eres hombre muerto.

Una leve sonrisa curvó los labios del Arpista, que puso una mano sobre el hombro de Danilo.

—Me gusta tu manera de pensar, joven —le dijo.

Khelben Arunsun arrugó la nariz, asqueado, cuando entró de nuevo en el comedor.

—¡Por el amor de Mystra! Qué mal huele aquí.

—Sin duda al cocinero se le habrán quemado las lentejas —dijo Danilo—. ¿Has averiguado adónde se dirige?

—Sí. A la posada A Medio Camino, situada justo a las puertas de Evereska.

Esto era justamente lo que Danilo había esperado oír.

—Bien. Pues vámonos.

El noble y el Arpista salieron de la torre de Báculo Oscuro a toda velocidad. Sonriendo pícaramente como dos colegiales que saborean una travesura, ambos hombres atravesaron el patio y se internaron en la oscuridad de la calle.

—Hola, Bran —saludó una voz musical en tono ligeramente divertido.

El Arpista se paró en seco. A la sombra de una sombrerería se veía a Elaith Craulnober. El elfo se acercó al cerco de luz que proyectaba una farola.

—Ya me empezaba a preguntar si Khelben Báculo Oscuro os había invitado a instalaros en la torre. Veo que te acompaña su sobrino. ¿Debo suponer, entonces, que Arilyn anda por aquí?

Danilo entrecerró los ojos e hizo ademán de empuñar la espada, pero entonces recordó que se la había dado a Arilyn. El elfo de la luna se echó a reír.

—Esa funda está tan vacía como tu cabeza. No te preocupes, querido muchacho. No tienes nada que temer de mí.

—¿De veras? Creí que querías verme muerto.

—No te apures por eso.

—Para ti es muy fácil decirlo —replicó el noble.

El elfo enarcó las cejas, muy divertido.

—¿Te tranquilizaría saber que ya se produjo el intento de asesinarte?

—La Casa del Buen Libar —dijo Danilo, que de pronto lo vio claro—. Tú sabías desde el principio quién había tras los asesinatos —afirmó con ojos entornados.

—Si eso fuera cierto, no me habría gastado una fortuna en sobornos a los zhentarim. No les importa traicionar a los suyos, pero el precio de la amistad es muy alto —dijo Elaith sosteniendo en alto los documentos que había mostrado a la semielfa dos días antes—. ¿Dónde está Arilyn? Tengo que hablar con ella sobre estos papeles.

—Alguien envió copias de esos documentos al castillo de Aguas Profundas. Yo creo que fuiste tú —dijo Danilo tratando de mantener la calma.

—Por todos los dioses, no. Fue Kymil Nimesin. Él fue quien mandó la factura a los zhentarim. Trabajando para ambos bandos ha amasado una bonita suma. —El elfo de la luna meneó la cabeza, y una expresión sombría reemplazó su habitual fachada de cordial diversión—. Me encantaría saber qué piensa hacer con todo ese oro. A estas alturas debe de ser un elfo muy acaudalado, y su último engaño es servir a Arilyn en bandeja de plata como la asesina de Arpistas.

Danilo miró a Bran con cara de preocupación.

—Sería un bonito modo para Kymil de justificar la muerte de Arilyn, ¿no crees? Él íntegro maestro de armas mata a la asesina semielfa. —Bran se limitó a asentir sin apartar la mirada del rostro de Elaith.

—Razón de más para que Arilyn se ocupe enseguida de Kymil —convino con él el elfo de la luna—. Por favor —dijo, tendiendo a Danilo los documentos—, dale esto.

El noble lanzó una rápida mirada a los documentos.

—No lo entiendo.

—Siempre es prudente tener un plan alternativo. Con esta carta Arilyn puede poner a los zhentarim en contra de Kymil. Sería un divertido fin para ese villano, ¿no te parece?

—¡Arilyn jamás trabajaría con la Red Negra! —vociferó Bran.

—Mi querido Cuervo, trata de ser práctico por una vez en la vida. —Elaith cogió la factura desglosada que sostenía Danilo—. En esta lista constan los nombres de algunas personas que ya no son de ninguna utilidad para el zhentarim.

—Ya. ¿Y qué?

—Bueno, supongamos que hubiera más nombres, entre ellos los de personas realmente importantes para los jefes del zhentarim.

Bran se mostró escandalizado, pero en los labios de Danilo asomó una pequeña sonrisa de comprensión.

—Ya veo. Has «rellenado» un poco la factura, ¿verdad? —inquirió el joven aristócrata.

—He escogido los nombres adecuados para levantar algunas ampollas —admitió Elaith suavemente—. Lo he preparado bien. Como es normal, últimamente han ocurrido varias muertes inexplicables de miembros de la Red Negra. Si, de pronto, surgiera una explicación…

—Muy listo —admitió Danilo—, pero dudo que Arilyn permita que el zhentarim haga su trabajo por ella. Quítate esa idea de la cabeza. Preferirá ocuparse ella solita de Kymil Nimesin.

—Probablemente tienes razón. —Elaith agachó la cabeza.

—No es éste el comportamiento que uno esperaría de la famosa Serpiente —comentó Bran observando al elfo con recelo.

Elaith soltó una cascada de cínicas carcajadas.

—No cometas el error de creerme noble, porque no lo soy.

—¿Qué quieres de Arilyn? —quiso saber Bran.

—Caray, te tomas tus deberes de padre demasiado a pecho, ¿no crees? —se mofó el elfo. Súbitamente, su sonrisa se desvaneció y sus ambarinos ojos mostraron un aspecto apagado y vacío—. No te inquietes, Arpista. Soy consciente de que la noble hija de Amnestria está fuera de mi alcance. Sería muy distinto si Arilyn fuese realmente la taimada asesina que yo creía que era.

—¿Entonces por qué la ayudas? —preguntó Bran, perplejo.

—A diferencia de la etrielle, yo no tengo ningún reparo en dejar que otros hagan mi trabajo por mí. —De pronto la voz de Elaith Craulnober se endureció y clavó sus ojos de ámbar en los de Danilo—. Kymil Nimesin me ha insultado demasiadas veces. Quiero verlo muerto y, a menos que esté muy equivocado, cosa que no creo, Arilyn va a matarlo. Es así de simple. Aunque ella y yo seamos muy diferentes, en lo que se refiere a Kymil Nimesin ambos queremos lo mismo.

Danilo sostuvo la intensa mirada del elfo durante un largo instante y luego asintió.

—Venganza —dijo en voz baja.

—Por fin nos entendemos —repuso el elfo de la luna con una extraña sonrisa. Entonces se fundió en las sombras y desapareció.

—¡Que Mystra nos ayude! —musitó Danilo—. Me temo que mantener a Kymil Nimesin con vida será mucho más difícil de lo que creía.