Los ojos de la semielfa se inflamaron de furia ante la revelación que Danilo había hecho con total tranquilidad.
—¿Por qué no me habías dicho que eres sobrino de Khelben?
—No se me ocurrió —contestó el noble encogiéndose de hombros—. Tú tampoco me dijiste que estabas emparentada con la nobleza elfa. El tema de nuestras respectivas familias nunca había surgido hasta ahora.
Tras soltar un resoplido exasperado, la semielfa se sumió en el silencio. Ambos treparon por la pendiente de regreso al campamento, donde encontraron a las yeguas pastando tranquilamente. Arilyn ensilló su caballo sin decir ni media palabra. Danilo la imitó, y una vez estaban ambos sobre las respectivas sillas, le tendió una mano y le dijo:
—Dame la mano.
—¿Para qué?
—Voy a teletransportarnos a los dos a la torre de Báculo Oscuro. Así ahorraremos tiempo.
—¡No!
Fue el turno de Danilo de sentirse exasperado.
—Por todos los dioses, mujer, sé razonable por una vez. —Inclinándose hacia ella le cogió la mano.
Inmediatamente los rodeó una luz blanca y lechosa. No tenían sensación de movimiento, ni de nada sólido a su alrededor, ni debajo de ellos. A Arilyn le pareció que estaban suspendidos en la nada, que era un estado que escapaba a su comprensión y a su control. Pero antes de que pudiera sentir pánico o la sensación de náusea que esperaba, la luz se apagó y las paredes de granito oscuro de la torre de Báculo Oscuro se materializaron ante ellos.
—¿Qué? ¿Ha sido tan terrible? —preguntó Danilo.
—No —respondió Arilyn, bastante sorprendida—. Es extraño. Normalmente los viajes dimensionales me sientan fatal. Desde la primera vez que lo probé con Kymil Nimesin y… —La semielfa se interrumpió.
Danilo no reparó en su distracción. El noble llamó a la puerta, y le respondió enseguida la voz incorpórea de un sirviente.
—Arilyn Hojaluna desea ver a Báculo Oscuro —anunció Danilo.
Pocos segundos después la puerta se abrió y Khelben Arunsun en persona salió a recibirlos.
—Adelante, Arilyn. Siempre es un placer verte. —Entonces su mirada se posó en su compañero—. Oh, eres tú, Danilo.
—¡Hola, tío Khel! Arilyn necesita un lanzador de hechizos, y yo pensé en ti.
Khelben Arunsun frunció el entrecejo y se volvió hacia la semielfa.
—¿Y tú has hecho caso a mi frívolo sobrino? Espero que sea importante.
—Podría serlo. —Arilyn se desciñó la espada y tendió la hoja de luna envainada a Khelben—. Te doy permiso para tocarla —dijo, y por su voz pareció que realizaba un ritual—. Pero no la saques nunca de la funda.
El archimago aceptó la antigua espada y la examinó con interés.
—Un arma fascinante. ¿Qué deseas de mí?
—Tengo que averiguar todo lo que pueda acerca de su historia y sus poderes. ¿Puedes ayudarme?
—Yo no soy ningún sabio, pero un hechizo de leyendas y tradiciones podría darnos alguna respuesta —contestó Khelben, colocándose la hoja de luna bajo la axila—. Por favor, sígueme.
El archimago los condujo al patio. Al llegar a la torre les hizo una seña de que lo siguieran y desapareció en el muro. Al ver que Arilyn vacilaba, Danilo la empujó sin ninguna ceremonia a través de la puerta oculta. La semielfa le lanzó una iracunda mirada por encima del hombro.
—No es la primera vez que lo hago, ¿sabes? —le espetó.
—¿De veras? Nadie lo diría.
—Bah. —Arilyn se puso derecha y entró muy dignamente en el vestíbulo de la torre.
—Vamos arriba —dijo Khelben—. En mi cuarto de los hechizos podremos examinar mejor la espada.
Arilyn y Danilo subieron tras el archimago la empinada escalera de caracol que se elevaba por el centro de la torre. En el segundo y último piso entraron en un estudio de grandes dimensiones con las paredes cubiertas de libros. Khelben los hizo pasar por el estudio y abrió una puerta de madera de roble que conducía a otra habitación, más pequeña. Sólo había una ventana bajo la cual se veía una mesa, y en el centro de la habitación una bola de cristal colocada sobre un pedestal de mármol. En la habitación no había nada más que pudiera distraer al mago cuando lanzaba sus hechizos.
—Esperad aquí —les dijo Khelben. El mago dejó la hoja de luna encima de la mesa y desapareció por una puerta.
—Ingredientes del conjuro —le explicó Danilo a Arilyn—. Guarda sus suministros mágicos en otro cuarto. Es muy organizado.
Khelben reapareció con diversos objetos de pequeño tamaño.
—Id al otro extremo de la habitación —ordenó a sus visitantes—. Y por el amor de Mystra, Danilo, trata de mantener la boca cerrada. Este encantamiento requiere bastante concentración.
El archimago fue hacia la mesa sobre la que descansaba la hoja de luna y desplegó los ingredientes del conjuro. Arilyn vislumbró un pequeño frasco blanco con el símbolo de Khelben.
La semielfa se mordió un labio, súbitamente consciente de su atrevimiento. Sabía que algunos encantamientos requerían el sacrificio de un objeto valioso y, por primera vez, se le antojó extraño que un archimago de la talla de Khelben Arunsun estuviera dispuesto a lanzar uno por ella, una simple conocida.
El mago pronunció las palabras del encantamiento con una voz timbrada de poder, al tiempo que ejecutaba los gestos precisos con seguridad. Finalmente destapó un segundo frasco y el denso aroma del incienso llenó el cuarto. El archimago inclinó el frasco y lo vació sobre la hoja de luna. Instantáneamente, los ingredientes del hechizo desaparecieron en un fogonazo de luz.
Arilyn sintió más que vio que Khelben cruzaba el cuarto y se unía a ellos. Toda la atención de la semielfa se centraba en la hoja de luna y en la neblina fantasmagórica que emanaba de ella. La neblina empezó a girar rápidamente hasta formar una espiral, fue descendiendo hacia el suelo y dio lugar a la imagen de un bardo elfo que llevaba una pequeña arpa e iba vestido a la moda antigua. Sin reparar en la presencia del trío, el fantasma elfo habló:
—Escuchad todos los presentes la balada de la sombra elfa. —El bardo tocó las cuerdas del arpa y empezó a entonar una balada de ritmo resonante:
Sobre las alas de los siete vientos,
sobre las olas de todos los mares,
Zoastria, la viajera,
busca a la elfa viva de la sombra.
Gemela nació, y desde la cuna
hermanas de carne y espíritu,
Zoastria y Somalee
unidas estaban por los lazos del destino.
La mayor heredó una espada elfa,
la joven partió a lejanas costas
para casarse, como era su deber.
Pero su barco no llegó a puerto.
Ahora Zoastria camina sola,
y sus lágrimas el mar hacen crecer.
Tanto echa de menos a su hermana
que renace en una sombra de piedra y acero.
Invocada a través de piedra y acero;
gobiernas la imagen de ti mismo
pero cuidado con el espíritu que
mora en la sombra elfa.
El bardo elfo tocó un último acorde y luego la imagen y la música se esfumaron.
—La letra no está mal —comentó Danilo rompiendo el tenso silencio que flotaba en el cuarto de los hechizos—, pero la música se podría mejorar.
Khelben se volvió hacia la semielfa, que estaba pálida y muy quieta.
—¿Tiene algún sentido para ti? —Arilyn vaciló, y luego negó con la cabeza—. ¿Y tú, Dan? ¿Alguna idea?
—¿Me preguntas a mí? —El dandi parecía atónito.
Estas palabras sacaron a Arilyn del trance. Con una leve sonrisa, le pinchó:
—¿Por qué no? La magia es tu especialidad, ¿no?
—Dan me enseñó todo lo que sé —dijo Khelben, haciéndose eco del cáustico humor de la elfa—. Vayamos todos al comedor y lo hablamos.
Arilyn recogió la hoja de luna y bajó tras Khelben la escalera de caracol hasta un gran comedor amueblado con cómodas sillas y decorado con ejemplos del talento artístico de Khelben. Arilyn se dejó caer en una silla y colocó la espada, cruzada, en su regazo, pero Danilo prefirió pasearse por la habitación y examinar con aire indolente los retratos colgados en las paredes y colocados en caballetes en los rincones.
—¿Podrías lanzar de nuevo ese hechizo? —preguntó Arilyn al archimago.
—Hoy no —contestó éste, tomando asiento cerca de la semielfa—. ¿Por qué?
—Tengo que averiguar todo lo que haya que saber de la hoja de luna —respondió Arilyn lacónicamente—. Si tú ya no puedes hacer más, ¿adónde puedo ir?
Khelben se frotó el mentón, pensativo.
—Probablemente en el alcázar de la Candela es donde hay más información. Posee una magnífica biblioteca sobre objetos mágicos elfos.
—Eso es como si me dijeras Rashemen —dijo Arilyn muy desanimada—. El viaje hasta el alcázar de la Candela duraría meses por tierra, y por mar podría costarme varias semanas, o más, ahora que se avecinan las tormentas de invierno.
—Da la casualidad de que eso no es problema. Yo hago muchas investigaciones allí, por lo que he acabado por instalar una puerta dimensional entre mi biblioteca y el alcázar. —Al ver que Arilyn dudaba, añadió—: Llévate a Danilo contigo. El chico podrá ayudarte en la investigación. Me ha acompañado varias veces al alcázar de la Candela y conoce sus métodos. ¿Qué te parece, Dan?
Arilyn y Khelben se volvieron hacia el joven, que estaba enfrascado examinando uno de los retratos de Khelben. Danilo asintió con entusiasmo.
—Me parece de perlas. En Aguas Profundas hay un elfo bribón que quiere matarme. Será mejor que desaparezca hasta que cambie de idea. —Las negras cejas de Khelben se alzaron súbitamente, pero Danilo le quitó importancia al asunto encogiéndose de hombros despreocupadamente—. Por cierto —añadió—: ¿qué es una sombra elfa?
—No lo sé —confesó el mago—. Normalmente las respuestas que se obtienen con un hechizo de leyendas y tradiciones son crípticas.
De pronto, Arilyn recordó que el mago Coril había logrado interpretar con sus hechizos dos de las runas grabadas en la hoja de luna: puerta elfa y sombra elfa. En ese momento le pareció extraño que Kymil Nimesin no hubiera sido capaz de ello y ahora se preguntaba por qué Kymil no había tratado de lanzar un hechizo de leyendas y tradiciones.
—¿El encantamiento que has lanzado es muy difícil? —preguntó al archimago.
—Eso es relativo —contestó Khelben extendiendo las manos—. Pero supongo que sí. Los ingredientes son caros y no hay muchas personas que lo conozcan. Está al alcance de muy pocos.
—De mí no, por ejemplo —intervino Danilo, como si sintiera que debía reforzar las palabras del mago.
—Ya veo —murmuró Arilyn con aire ausente—. ¿Es posible que la espada esté protegida contra la magia elfa?
—Lo dudo. ¿Por qué?
—No, por nada. —La semielfa se irguió y, afirmándose en su resolución, miró a Danilo—. Si debemos ir al alcázar de la Candela será mejor que nos pongamos enseguida en camino.
—Necesitaréis una carta de presentación —dijo Khelben. El archimago se puso en pie y se encaminó hacia un pequeño escritorio, se sentó y garabateó unas runas en una hoja de pergamino. Después lo enrolló y lo selló con su símbolo. A continuación escribió rápidamente una nota en un trozo de pergamino y entregó ambos mensajes a su sobrino.
Danilo echó un vistazo a la nota, se la guardó en el bolsillo del pecho y el rollo en su bolsa mágica.
—¿Tío Khel, podría hablar contigo en privado? Es un asunto familiar, me temo, algo personal.
—Éste no es el momento más oportuno. ¿Es importante?
—Creo que sí. Aunque quizás a ti no te lo parezca.
El archimago frunció el entrecejo, pero acabó por ceder.
—Muy bien. Subamos a mi estudio. ¿Nos disculpas? —dijo, dirigiéndose a Arilyn. Ésta asintió con aire ausente, y los dos hombres desaparecieron por la escalera.
Apenas Khelben había cerrado la puerta del estudio cuando Danilo dijo, sin rodeos:
—Un grupo de Arpistas ha hecho seguir a Arilyn. Al parecer, creen que ella es la asesina. ¿Lo sabías?
—No, no tenía ni idea. —El archimago estaba realmente sorprendido—. ¿Cómo te has enterado?
—Alguien sigue a Arilyn desde que nos conocimos en Evereska, de eso estoy seguro. Al principio creí que se trataba del asesino de Arpistas, luego un elfo rufián llamado Elaith Craulnober nos dijo que un explorador Arpista seguía la pista a Arilyn. Cómo se enteró él no lo sé, pero parecía saber muchas cosas de ella.
—Elaith Craulnober, ¿eh? La última vez me dijiste que sospechabas que había un elfo implicado. Desde luego él es un candidato muy probable.
—No —repuso Danilo con firmeza. Khelben parecía curioso, pero el joven se limitó a sacudir la cabeza, sin dar explicaciones—. ¿Puedes averiguar algo de los Arpistas?
Khelben asintió y posó una mano sobre la bola de cristal. La esfera empezó a relucir, y el semblante del archimago adoptó una expresión cada vez más distante a medida que volcaba sus pensamientos hacia su interior y éstos viajaban a lugares remotos.
El noble esperaba con impaciencia. Cuando Khelben se volvió hacia él parecía más alterado de lo que Danilo lo había visto nunca.
—Ha surgido una complicación —afirmó el mago.
—Oh, qué bien —dijo Danilo, cruzándose de brazos—. Hasta ahora la misión ha sido demasiado fácil.
Khelben hizo caso omiso del sarcasmo de su sobrino.
—Elaith Craulnober tenía razón. Un pequeño grupo de Arpistas en Cormyr cree que Arilyn es la asesina. Se proponen demostrar su culpabilidad y llevarla a juicio.
—Continúa —le pidió Danilo, pálido el rostro.
—Han encargado a Bran Skorlsun que la siga. —El tono empleado por Khelben indicaba que se trataba de algo muy grave.
—¿Quién es?
Muy agitado, Khelben empezó a pasear por el estudio.
—Bran Skorlsun es un Maestro Arpista y uno de los mejores exploradores y rastreadores con los que cuenta la organización —admitió de mala gana—. El hecho de que la de los Arpistas sea una organización secreta hace posible que algunos bribones usen el nombre para estafar a los demás. Desde hace unos cuarenta años, Bran Skorlsun se dedica a seguir la pista a Arpistas falsos o renegados, sobre todo en las islas Moonshaes, pero ocasionalmente en otras áreas remotas. Su vida está consagrada a mantener la pureza en las filas de los Arpistas.
—¿Cuarenta años, dices? Pues debe de ser ya bastante mayor —observó Danilo. Su tono despreocupado enmascaraba una inquietud creciente, pues no era propio de su tío irse tanto por las ramas.
—Bran Skorlsun pertenece a una familia muy longeva —replicó Khelben.
—Ya entiendo.
—Y también es el padre de Arilyn —añadió el mago, tensa la mandíbula.
Danilo se apoyó en la pared y se pasó ambas manos por el pelo.
—Pobre chica —murmuró.
—¿Pobre chica? —repitió Khelben—. No pierdas de vista de qué estamos hablando, Dan. ¿Has olvidado que el padre de Arilyn lleva el ópalo? La última cosa que necesitamos es que el ópalo y la espada se reúnan.
—Sí, lo sé —repuso Danilo, y su expresión se endureció al preguntar—: ¿Cómo ha podido ocurrir algo así?
—Los Arpistas son una organización secreta —respondió Khelben, irritado.
—Ya, ya. No paráis de repetirme todos lo mismo. ¿Significa eso que la mano derecha no sabe lo que hace la izquierda?
—Exactamente. En este caso en particular se consideró más prudente que nadie conociera todos los detalles acerca de la puerta dimensional, o puerta elfa, como se dio en llamar.
—Teniendo en cuenta todo lo que ha pasado, ¿aún crees que fue una medida prudente? A mí me parece que ya es hora de compartir información. Tú tienes una idea bastante aproximada de qué quiere el asesino, y es posible que Arilyn sepa quién es y por qué.
De pronto Khelben pareció muy interesado.
—¿Conoce la identidad del asesino?
—No estoy seguro. Creo que no.
—Bueno, pues tendremos que esperar hasta que lo sepamos. Debemos averiguar si los asesinatos están relacionados con la puerta elfa.
—Esta torre está protegida de la observación mágica. ¿Por qué no le cuentas a Arilyn toda la historia, aquí y ahora? —Khelben se quedó en silencio, y la expresión del joven se fue haciendo más tensa—. Un momento. No confías en ella, ¿verdad?
—La cuestión no es si confío o no en Arilyn. Cuando Arpistas y elfos trabajaron juntos para soslayar el peligro de la puerta elfa, tuve que hacer algunas promesas. —El archimago hizo una pausa—. Prometí que no se lo contaría a nadie, con la sola excepción de mi probable sucesor.
Danilo agachó la cabeza, sintiéndose pasmado por lo que implicaban las palabras del archimago.
—No puedes estar refiriéndote a mí —murmuró.
—Quizás éste no es el mejor momento para hablar de esto —replicó Khelben muy serio—, pero jamás se me ocurriría sugerirte algo así a la ligera. Y tampoco rompería la promesa que hice hace casi cuarenta años.
—Comprendo tu posición —dijo Danilo—, pero Arilyn está tratando de desvelar el secreto de la espada. ¿Qué ocurrirá si el asesino decide que se está acercando demasiado? —Su tío no dijo nada, pero el silencio que se abrió entre ambos contenía la respuesta—. Si la causa es lo suficientemente noble el sacrificio está justificado. ¿Estoy en lo cierto?
—En general, sí —contestó Khelben con rostro sombrío.
El joven se encaminó lentamente a la puerta del estudio. Con el pomo en la mano, se detuvo y dijo al archimago, dándole la espalda:
—Con todos los respetos, tío Báculo Oscuro, no estoy seguro de que desee ser tu probable sucesor.
Entonces salió, cerrando firmemente la puerta tras él.
—Vámonos —dijo Danilo a Arilyn mientras bajaba la escalera. La semielfa se levantó y se ciñó la hoja de luna.
—Espera un momento, muchacho —gritó Khelben desde el piso de arriba—. Debéis marcharos por la biblioteca, ¿recuerdas? Por la puerta dimensional.
Danilo se detuvo al pie de la escalera, y su estúpida sonrisita vaciló.
—Oh. Es verdad —dijo.
—¿Vinisteis a caballo? Entonces tendréis que dejarlos aquí. Saldré con vosotros y os ayudaré a traerlos —dijo Khelben con firmeza.
Al llegar a la calle, añadió:
—Por cierto, Dan, la puerta dimensional desde el alcázar de la Candela no os traerá directamente a mi torre. Saldréis en un lugar llamado plaza del Bufón, donde se cruzan la calle de Selduth y la calle de las Sedas. La puerta es de sentido único, invisible y está situada entre dos robles gemelos negros en el lado norte del jardín.
—Lo recordaré.
—Quiero que os presentéis a mí mañana antes del amanecer. ¿Está claro?
—Como el agua —replicó Danilo frívolamente. Sin más charla, él y Arilyn condujeron a los caballos a los establos, situados en la parte de atrás de la torre de Báculo Oscuro, y después regresaron con el mago al primer piso. Khelben deslizó hacia un lado una estantería, dejando a la vista un estrecho portal negro donde debía haber estado la pared.
—Antes de partir al alcázar de la Candela tengo una pregunta más —dijo Arilyn al archimago. La buena disposición de Khelben a ayudarla había levantado sus sospechas. ¿Acaso el archimago sabía algo de la hoja de luna, algo que le ocultaba? Decidió comprobarlo de una manera muy sencilla: si un mago de poca monta como Coril era capaz de descifrar algunas de las runas de la funda, el archimago debería ser también capaz. Arilyn desenvainó la espada y recorrió las runas con un dedo.
»¿Puedes leerlas? —le preguntó.
Khelben se inclinó hacia el arma y estudió las arcanas marcas durante unos momentos.
—No. Lo siento.
—Pero sabes qué dicen —afirmó la semielfa en tono de pregunta.
El rostro del archimago era inescrutable.
—¿Cómo podría saberlo? Buena suerte en el viaje —añadió señalando hacia el portal.
—Gracias por tus buenos deseos —replicó Arilyn con voz dulce—. Dado que viajaremos a oscuras la necesitaremos.
Khelben fulminó con la mirada a la irrespetuosa semielfa, demasiado astuta para su gusto. Arilyn simplemente enarcó las cejas, cogió a Danilo por el brazo y desapareció en la aterciopelada negrura de la puerta dimensional.
El archimago sonrió débilmente. «Arilyn es muy perspicaz», se dijo mientras descendía hasta el comedor. Algo verde le llamó la atención; Danilo había tapado con un pañuelo de seda verde un pequeño retrato que descansaba en un diminuto caballete. Pero cuando Khelben hizo ademán de coger el pañuelo, éste se evaporó.
—Una ilusión —murmuró suavemente—. El chico está aprendiendo demasiado. —Instantáneamente se dio cuenta de por qué Danilo había cubierto el retrato. Era un apunte de cuatro amigos que había dibujado de memoria muchos años antes. El archimago lo cogió para mirarlo más de cerca, y su propia cara lo miró a su vez desde el pasado. Entonces era un joven mago, aún sin entradas. El hombre que había a su lado también tenía el pelo oscuro, rizado y espeso, y tanto la mandíbula como la mirada reflejaban una implacable obstinación. Ante los hombres se veía a Laeral, la maga, y a la princesa Amnestria de Siempre Unidos.
Khelben aferró con fuerza el retrato. Laeral estaba sentada y ella y su amiga Amnestria se daban la mano. El archimago comprendió por qué Danilo no había querido que Arilyn viera el dibujo a lápiz; excepto por la diferencia de colorido, Amnestria y Arilyn se parecían tanto que, sin duda, la semielfa hubiera reconocido a su madre. Si hubiera visto el dibujo le hubiera hecho preguntas que Khelben no estaba preparado para responder.
Laeral. La mirada del mago se posó de nuevo en el rostro sonriente y de nariz respingona de la joven aventurera. Hacía tiempo que no veía a su amada. Laeral regresaba a Aguas Profundas de vez en cuando, y en el último piso de la torre aún tenía una habitación. Pero Laeral se había aficionado a viajar y continuaba con su vida de aventurera, mientras que Khelben cada vez más a menudo se encontraba atrapado en Aguas Profundas, inmerso en cuestiones políticas y diplomáticas. Ambos se habían convertido en poderosos magos, ambos trabajaban para los Arpistas y entre ellos no había rencillas. ¿Cómo era posible, entonces, que se estuvieran alejando?
El archimago se encontró reflexionando acerca de las airadas palabras de Danilo. ¿Cuánto había sacrificado por una causa noble? Incluso para alguien que se esforzaba por conocerse a sí mismo, aquél era un pensamiento perturbador.
En su villa, cerca de la torre de Báculo Oscuro, Kymil Nimesin se apartó un poco de su bola de cristal. Su faz angulosa expresaba una profunda preocupación. Quizá debería haber hecho caso a la advertencia de Elaith Craulnober sobre Danilo Thann.
Incluso en el caso de que fuera el tonto que aparentaba ser, había conducido a Arilyn hasta Khelben Arunsun. De todas las personas relacionadas con los Arpistas, Báculo Oscuro era quien tenía más posibilidades de conocer los secretos de la hoja de luna. Pero, dado que le era imposible observar mágicamente a la semielfa dentro de la torre, no tenía ni idea de qué le habría dicho el archimago. Por suerte Khelben había sido lo suficientemente estúpido para mencionar fuera de la torre adónde se dirigían Arilyn y Danilo: al alcázar de la Candela. Kymil lanzó una maldición; allí tampoco podría espiarlos. Si quería que su plan tuviera éxito tenía que moverse ya. Kymil se volvió hacia su ayudante.
—Filauria, haz pasar al grupo de mercenarios.
La encantadora etrielle obedeció al instante. A los pocos minutos regresó con un grupo de aventureros humanos que se habían entretenido bebiendo cerveza y jugando a dados mientras esperaban a que Kymil los llamara.
El elfo dorado contempló largamente a los hombres que Elaith Craulnober le había recomendado para aquella tarea. El jefe era Harvid Beornigarth, un zafio gorila de un solo ojo; el desafortunado resultado de un ataque bárbaro. Harvid debía su enorme tamaño a su padre, y el parche que le cubría la cuenca de un ojo a Arilyn Hojaluna. El guerrero tenía unos formidables brazos musculosos y era conocido por su maestría en el manejo de la maza tachonada de púas. Los otros cuatro hombres del equipo eran igualmente fuertes y presentaban el mismo aspecto descuidado. A todas luces formaban una fuerza realmente formidable. Eran precisamente lo que necesitaba Kymil.
—Bueno, Harvid, parece que finalmente tendrás la oportunidad de vengarte por el ojo que perdiste —dijo Kymil a modo de saludo, juntando las yemas de los dedos en gesto de satisfacción.
—¿Dónde está la gris? —gruñó el gigantón, alzando su maza.
—Espero que tu habilidad sea tan grande como tu entusiasmo —replicó Kymil secamente—. Tendrás tu oportunidad antes de que el sol vuelva a salir. Mira.
Kymil agitó los dedos sobre la bola de cristal, en la que apareció la imagen de una plaza ajardinada. Unas cuantas personas paseaban por ella disfrutando de la soleada mañana otoñal.
—Es la plaza del Bufón. ¿La conoces? Bien. La semielfa y su compañero, Danilo Thann, llegarán allí antes del alba. Sólo hay dos formas de salir de la plaza. —Kymil señaló un gran espacio vacío entre dos edificios—. Seguramente intentarán salir por aquí. Vosotros se lo impediréis a cualquier precio. Los acecharéis desde aquí, desde este callejón.
»Y los mataréis a los dos —añadió, alzando su adusto rostro hacia los mercenarios. La elfa, que lo veía y escuchaba todo con atención de pie detrás de la silla del maestro de armas, ahogó una exclamación de sorpresa.
Harvid Beornigarth tenía sus dudas. Hizo una mueca y se rascó el parche con un dedo enorme y mugriento.
—¿Algún problema? —inquirió Kymil con calma.
—Bueno, sí —admitió Harvid—. Resulta que conozco al joven lord Thann.
—Ya. ¿Y?
—Que no quiero matarlo.
—Caramba, no te creía tan sentimental —lo reprendió el elfo.
—No es nada personal. Pero no me gusta meterme con la nobleza. Su familia es poderosa.
—No te apures por eso —resopló Kymil—. Créeme, la muerte de Danilo no será una gran pérdida para la familia Thann. Es el sexto hijo, un holgazán y un estúpido. —La voz del elfo se endureció—. Matarás a Danilo Thann. Es el precio que exijo por darte la vida de Arilyn Hojaluna.
El ojo bueno de Harvid Beornigarth recuperó el brillo.
—¿Me darás el oro que me prometiste cuando te traiga su espada?
—Pues claro —le aseguró Kymil—. Ahora ve.
—He visto a la semielfa luchar —dijo Filauria cuando los mercenarios se marcharon pisando con fuerza—. Tus mercenarios son hombres muertos.
—Por supuesto, querida mía —replicó Kymil dándole unos golpecitos en la palma de la mano—. Pero son totalmente prescindibles.
—Si Harvid Beornigarth y sus hombres no pueden matar a la semielfa, ¿por qué los envías? —inquirió la etrielle, perpleja.
—No quiero a Arilyn muerta. Lo único que quiero es devolver a la espada todo su potencial —respondió Kymil con voz serena—. Harvid Beornigarth es el medio para lograr ese fin. A primera vista parece peligroso, y él y sus hombres deberían ser capaces de poner en apuros a Arilyn. Estoy seguro de que Bran Skorlsun saldrá de las sombras si cree que la vida de su hija corre peligro. Y él lleva el ópalo.
La primera cosa que Arilyn notó del alcázar de la Candela fue que el aire era bastante más cálido que en Aguas Profundas. «No es de extrañar —pensó, aún aturdida—, nos hemos materializado a centenares de kilómetros al sur de la Ciudad de los Prodigios».
Frente a ellos se alzaba la biblioteca, una enorme Ciudadela de piedra gris pálido rodeada por murallas, encaramada en lo alto de una rocosa costa. Pese a lo austero del escenario, el aire de finales de otoño era agradable y cálido gracias a la fuerte brisa que soplaba del mar de las Espadas.
—¿Qué queréis? —tronó una poderosa voz. Entonces Arilyn se fijó en la pequeña torre situada en la entrada de la muralla que protegía el alcázar. De ella salió un hombrecillo arrugado.
El custodio de la puerta era un hombre delgado y encorvado, con una piel tan reseca y amarillenta como pergamino antiguo. No obstante, lo envolvía tal aura de poder que Arilyn dudó que alguien osara desafiarlo.
—Solicitamos el acceso a las bibliotecas. El archimago Khelben Arunsun de Aguas Profundas nos ha enviado para buscar información sobre un arma elfa mágica. —Danilo entregó el rollo al custodio. El anciano echó una mirada al símbolo y asintió.
—¿Quiénes sois?
—Soy el aprendiz de Báculo Oscuro —respondió Danilo con una mezcla de orgullo y apropiada modestia, al tiempo que se erguía—. Danilo Thann, y me acompaña una agente de los Arpistas.
—Buena tapadera —murmuró la semielfa, inclinándose hacia el noble—. Recuérdame que nunca juegue a cartas contigo. —Danilo esbozó una sonrisa de complicidad.
El custodio, sin reparar en el intercambio de palabras, rompió el sello y leyó rápidamente la carta de introducción de Khelben.
—Podéis entrar —dijo. Inmediatamente la puerta se abrió y por ella salió un hombre ataviado con una túnica, que inclinó la cabeza hacia el custodio.
—Hojas de luna —se limitó a decir el anciano, y el recién llegado volvió a inclinar la cabeza.
—Me llamo Schoonlar —se presentó. Era un hombre de estatura mediana y esbelto, con facciones corrientes y cabello que no llamaba la atención. A esto se le añadía una ropa del color del polvo—. Yo os ayudaré en vuestra investigación. Si sois tan amables de seguirme…
El hombre los guió al interior de la torre y después por una escalera de caracol. Los tres pasaron por un piso tras otro llenos de rollos y tomos, donde copistas e iluminadores copiaban laboriosamente libros raros, y los estudiosos se empapaban de la sabiduría acumulada durante siglos. Situada a medio camino de dos de las mayores ciudades costeras —Aguas Profundas y Calimport—, y justo al este de las islas Moonshaes del sur, los muros del alcázar de la Candela custodiaban los conocimientos de las tres regiones: el norte, las tierras desérticas del sur y las antiguas culturas de las islas.
Finalmente llegaron a un piso casi en la parte superior de la torre. Schoonlar sacó un gran libro y lo colocó sobre un atril.
—Este libro os servirá para comenzar vuestra investigación. Contiene una colección de relatos acerca de elfos que han esgrimido hojas de luna. Puesto que son pocos los dueños de tales armas que pregonan los poderes de sus espadas, en general dependemos de lo que han escrito observadores.
Schoonlar abrió el libro las primeras páginas, que comprendían un índice.
—Que vosotros sepáis, ¿cuál fue el primer poseedor de la hoja de luna en cuestión? —preguntó.
—Amnestria —contestó Arilyn.
—Lo siento. No consta —dijo Schoonlar, después de recorrer con el dedo la lista de nombres.
—Prueba con Zoastria —sugirió Danilo.
El rostro del estudioso se iluminó.
—El nombre me suena. —Rápidamente encontró el pasaje que buscaba y fue disparado a buscar más información. Danilo empezó a leer en voz alta:
—«En el año 867, según el cómputo de Los Valles, yo, Ventish de Somlar conocí a la aventurera elfa Zoastria. Ésta buscaba información acerca de su hermana gemela Somalee, la cual había desaparecido durante una travesía marítima entre Kadish y la Isla Verde».
»Kadish era una ciudad elfa situada, creo, en una de las islas Moonshaes —le explicó Danilo levantando la vista del libro—. Hace mucho tiempo que desapareció. Y a Siempre Unidos se la conocía en el pasado como Isla Verde.
—Continúa —le pidió Arilyn.
—«A veces, Zoastria era vista en compañía de una elfa tan igual a ella como su reflejo en un espejo. En una ocasión Zoastria confesó que poseía la facultad de llamar a la otra elfa y darle órdenes, algo que hizo con menos frecuencia durante el tiempo que la conocí». —Danilo hizo una pausa y señaló una nota escrita con letra pequeña debajo del pasaje—. Esta nota fue añadida por los copistas que compilaron este volumen: «Zoastria murió sin descendencia, y la hoja de luna pasó al primogénito de su hermano menor. El nombre del heredero era Xenophor».
Danilo buscó en el índice, encontró una entrada con ese nombre y fue al pasaje en cuestión. Tras leerlo rápidamente, sonrió de oreja a oreja.
—¿Qué dice? —preguntó Arilyn, impaciente.
—Al parecer, Xenophor tuvo una pequeña diferencia de opinión con un dragón rojo, y la bestia trató de incinerarlo. El cronista cuenta que Xenophor salió indemne y que, por tanto, era inmune al fuego. —Regocijado, el noble propinó un codazo a la semielfa en las costillas, al tiempo que le recordaba—: ¿No te lo dije?
—Sigue leyendo.
—Aquí hay algo que quizás os interese —interrumpió Schoonlar, y entregó a Danilo un antiguo pergamino agrietado—. Es el linaje de la espada de Zoastria.
Danilo cogió el rollo y lo estiró cuidadosamente. Sobrecogida, Arilyn miró la elegante caligrafía. Tenía ante sus ojos los nombres de sus antepasados, elfos que también habían llevado la espada que ahora pendía de su cinto. La semielfa había crecido sin saber nada de su familia, y ahora el pergamino le ofrecía la herencia elfa que le había sido negada. Reverentemente acarició las runas con un dedo, recorriendo suavemente las finas líneas que conectaban a los elfos. Danilo le concedió un momento antes de proseguir.
—Aquí hay algo. Dice que Dar-Hadan, el padre de Zoastria, tenía más de mago que de guerrero, por lo que imbuyó a la espada con el fuego azul para advertir del peligro físico.
—Eso ya lo sabemos. Continúa.
Trabajaron todo el día y hasta bien entrada la noche, ayudados por el servicial Schoonlar. Así, poco a poco fue emergiendo una imagen fascinante; una saga de héroes elfos y cómo la espada mágica había ido adquiriendo nuevos poderes. Fueron siguiendo el ovillo hasta llegar a Thasitalia, una aventurera solitaria. Con ella la espada desarrolló la capacidad de advertir mediante sueños, de modo que la elfa podía dormir sola en el camino sin miedo a ser sorprendida. Basándose en la fecha del fallecimiento de Thasitalia, dedujeron que ella había sido la tía abuela que había pasado la espada a Amnestria. Pero en ningún libro se mencionaba a esta última.
—Pronto va a amanecer —gruñó Arilyn—, y no hemos averiguado nada que nos acerque al asesino de Arpistas. Ha sido una pérdida de tiempo.
—No del todo —repuso Danilo, estirándose lánguidamente—. Sabemos qué poder imbuyó a tu espada cada uno de los dueños que ha tenido, con la excepción de ti y de tu madre.
—Yo nunca podré añadir un nuevo poder mágico a la hoja de luna, porque falta el ópalo. Toda la magia se origina en él, y la espada la va absorbiendo gradualmente. No estoy segura de si mi madre añadió un poder… —La semielfa se interrumpió.
—¿Qué pasa? —inquirió un Danilo súbitamente alerta.
—La puerta elfa —dijo Arilyn en voz baja—. Tiene que ser eso.
—¿Cómo? —El noble parecía perplejo.
La semielfa desenvainó la espada y señaló la runa situada más cerca de la punta.
—En El Dragón Borrachín el mago Coril descifró esta runa: dice «puerta elfa». —El rostro de Arilyn se fue animando mientras daba golpecitos al antiguo pergamino desplegado ante ellos—. Aquí se detalla la historia de la hoja de luna desde que fue forjada hasta que llegó a manos de mi madre. Ha tenido siete dueños y conocemos siete poderes mágicos de la espada: es muy rápida, brilla para avisar que se aproxima peligro, avisa silenciosamente de un peligro ya presente, envía sueños de advertencia, protege del fuego, crea ilusiones en torno al poseedor y la sombra elfa. —Mientras enumeraba las diferentes capacidades, las marcaba con los dedos.
—Continúa —la apremió Danilo, contagiándose de su excitación.
—Mira la espada —dijo la semielfa en tono triunfante—. Hay ocho runas. La última, la puerta elfa, tiene que ser el poder que mi madre imbuyó a la espada. ¡Tiene que ser éste! —Arilyn se volvió hacia Schoonlar y le preguntó—: ¿Puedes comprobar si tenéis alguna información sobre algo llamado «puerta elfa»?
El ayudante hizo una inclinación de cabeza y se retiró. Regresó casi al instante profundamente turbado.
—Los archivos están precintados —anunció.
Arilyn y Danilo intercambiaron una mirada de preocupación.
—Bueno, ¿y quién puede desprecintarlos? —preguntó Danilo. Schoonlar vaciló, por lo que el noble añadió con voz persuasiva—: Seguro que no hará ningún mal que nos digas los nombres.
—No, supongo que no —admitió el hombre—. Las únicas personas que pueden abrir los archivos son la reina Amlaruil de Siempre Unidos, lord Erlan Duirsar de Evereska, Laeral la maga y Khelben Arunsun de Aguas Profundas.
El semblante de Arilyn se ensombreció.
—Lo sabía —dijo—. Khelben ya tiene todas las respuestas, ¿verdad?
—No me sorprendería que ya tuviera bastantes —admitió Danilo.
—¿Por qué nos mandó aquí?
—Como todas las personas aliadas con los Arpistas, a Khelben le gusta guardar secretos —explicó el noble—. Y también le gusta coleccionarlos. Si le falta alguna pieza del rompecabezas seguramente pensó que nosotros la encontraríamos.
—¿Cómo por ejemplo?
—Pues quién se esconde tras los asesinatos, supongo.
—Eso ya lo sé —afirmó Arilyn con tristeza.
—¿Ah sí? —Danilo se incorporó de repente.
—Estoy casi del todo segura. Pero no sé qué es la puerta elfa ni qué relación tiene con los asesinatos.
De pronto Danilo se quedó muy quieto.
—Bran Skorlsun —dijo al fin con voz queda—. Por todos los dioses, él tiene que ser la conexión. —El noble se levantó bruscamente—. Vamos. Tenemos que regresar a la torre de Báculo Oscuro. Inmediatamente.