15

En contra de la opinión de Danilo, él y Arilyn abandonaron Aguas Profundas y cabalgaron en la noche. La brillante luna de otoño iluminaba su camino mientras se dirigían al sur por los acantilados que bordeaban el Espolón, una península de rocas y arena que se internaba en el mar y protegía la zona meridional del puerto de Aguas Profundas. A la brillante luz distinguían la rocosa línea de la costa situada abajo, y la muralla de la ciudad, al norte, que prometía seguridad. Pero, teniendo en cuenta los acontecimientos de los últimos tres días, era una promesa vacía, se dijo Danilo.

Durante su huida de Aguas Profundas había tenido mucho tiempo para pensar en tales cosas. Arilyn apenas había dicho nada mientras cabalgaban y, por una vez, Danilo la dejó en paz. Le había dado toda la distancia y soledad que necesitaba, lo que le permitiría pillarla con la guardia baja en el momento preciso. Esa noche forzaría un enfrentamiento.

No era algo que el noble tuviera ganas de hacer, pero si Arilyn y él pretendían encontrar al asesino de Arpistas deberían buscar en otra parte. La conversación con Elaith Craulnober había convencido a Danilo de que su tío Khelben tenía razón: la hoja de luna era la clave para descubrir al asesino. Ojalá pudiera revelar a Arilyn lo que sabía acerca de la historia de la espada, pero eso echaría abajo su fachada.

Puesto que la semielfa parecía muy distraída, Danilo se impuso la tarea de mantener los ojos y los oídos bien abiertos para advertir el peligro. Pese a que Aguas Profundas era llamada justamente la Ciudad de los Prodigios, había sido levantada en una tierra agreste y peligrosa. Algunos sureños maliciosos llamaban a aquella área «El Salvaje Norte» y no sin razón. Al norte y al oeste de Aguas Profundas se extendían feudos propiedad de nobles y ricas tierras de labranza, pero el camino hacia el sur conducía a territorio virgen. Cuando empezaron a encontrar la maleza y los pinos que marcaban el inicio del bosque de Ardeep, Arilyn frenó a su yegua.

—Acamparemos aquí. Yo cazaré y tú te ocupas de los caballos. —Sin esperar respuesta la semielfa desmontó de un salto y, armada con un pequeño arco y una aljaba, se internó en el bosque.

Mientras preparaba el campamento, Danilo trató de dar con el modo de sacar a colación el tema de la hoja de luna. Mientras almohazaba y ataba a los caballos, iba descartando una idea tras otra. Después de ocuparse de los caballos reunió unas piedras y las dispuso en círculo. Luego apiló leña dentro del círculo, cortó dos palos ahorquillados para que tuvieran la misma longitud y los clavó en el suelo, uno a cada lado del fuego; servirían para asar lo que Arilyn abatiera con las flechas.

Tuvo una idea. Había reunido diversas informaciones acerca de Arilyn como piezas de un rompecabezas, y la perspectiva de encender un fuego le proporcionó la última y crucial pieza que le faltaba. Entonces se sentó cerca del círculo de piedras a esperar el regreso de la semielfa.

Cuando Arilyn volvió al campamento con un par de perdices, Danilo se levantó y continuó haciendo su parte del trabajo. Lanzó unas ramas dentro del círculo y sacó de su bolsa un pedazo de pedernal. Con movimientos lentos y exagerados se inclinó y apuntó el pedernal al círculo de piedras. Por el rabillo del ojo vio que la semielfa, que se disponía a cortar una rama de un matorral, se quedaba quieta y extendía una mano como si quisiera detenerlo.

Haciendo deliberadamente caso omiso, Danilo murmuró las palabras «aliento de dragón». El pedernal que sostenía desapareció y de la leña surgieron brillantes llamas que lanzaron una lluvia de chispas doradas al cielo nocturno. Tras el estallido inicial, el fuego mágico se apaciguó inmediatamente y se convirtió en una pequeña y agradable fogata que chisporroteaba.

—¿No te había dicho que no hicieras eso?

Danilo se levantó y se dio media vuelta, con las manos en los bolsillos, para encararse con la furiosa semielfa.

—Es posible —contestó en tono afectado—. Pero no comprendo por qué.

—No me gusta el fuego mágico, eso es todo. —Arilyn se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y empezó a preparar un asador; arrancó las hojas de una rama verde y se puso a sacar punta a un extremo.

—¿Puedo ayudar en algo?

La semielfa le lanzó las perdices a Danilo, indicándole así que las desplumara. El noble se puso manos a la obra de inmediato. Una vez listo el asador, Arilyn alzó los ojos y preguntó en tono brusco:

—¿Aún no has acabado con esos pájaros?

Danilo le tendió la primera perdiz. La semielfa la ensartó en el asador y, con bastante cautela, la puso sobre el fuego.

A Danilo le pareció una manera de empezar tan buena como cualquier otra.

—La verdad, querida —dijo, afanado en desplumar la segunda perdiz—, ¿no crees que tu aversión al fuego mágico es un poco estúpida?

—¡Estúpida! —Los ojos de Arilyn centellearon. Se sentó y se abrazó con fuerza las piernas dobladas contra el pecho—. Tú no eres el más indicado para usar tales palabras. Para ti todo es un juego: la magia es para hacer trucos de salón y el asesino de Arpistas tema para una de tus pésimas canciones.

—Tal vez no debería haber dicho «estúpido» —reconoció Danilo.

Al ver que la segunda perdiz ya estaba lista, la semielfa se la arrebató de las manos. A continuación retiró el asador del fuego y ensartó la otra ave. Una vez hecho esto, se volvió de nuevo hacia Danilo. Ahora se la veía más tranquila, pero en sus ojos aún ardían la rabia y los recuerdos dolorosos.

—Durante la Época de Tumultos el fuego mágico se volvió loco. Muchos murieron, muchas personas buenas… —La semielfa no pudo continuar.

—¿Algún conocido tuyo? —preguntó Danilo suavemente.

Arilyn asintió.

—En esa época yo viajaba con un grupo de aventureros llamado Los Siete del Martillo. Uno de ellos era mago y quiso lanzar una bola de fuego mágico contra un ogro. Las llamas consumieron a todo el grupo, menos a mí, obviamente —relató en tono amargo.

—Me pregunto por qué tú no.

—Supongo que tú nunca has visto usar el fuego mágico en batalla —prosiguió Arilyn, haciendo caso omiso de las palabras del noble—. La devastación que crean los magos guerreros va más allá de lo imaginable. Deberías haber visto qué hicieron los Magos Rojos de Thay en algunas zonas de Rashemen, o lo que los magos de la Alianza hicieron a los tuigan durante la cruzada del rey Azoun contra los bárbaros. Aunque, desde luego ningún miembro de la nobleza de Aguas Profundas creyó que aquella cruzada fuese lo suficientemente importante… —Arilyn se interrumpió y arrojó una ramita al fuego—. Estáis tan consentidos, tan protegidos y vivís tan cómodamente… Es imposible que puedas entenderme, así que no te atrevas a juzgarme y a acusarme de ser estúpida por temer lo que tú ni siquiera imaginas.

Durante unos segundos los únicos sonidos que se oyeron fueron el chisporroteo del fuego y el grito de una lechuza que cazaba.

—Quizá tienes razón —admitió Danilo—. Yo apenas sé nada sobre la vida de una aventurera, pero soy algo así como una autoridad en mujeres.

El comentario provocó un resoplido de exasperación de Arilyn.

—No lo dudo. Pero conmigo eso no te vale; te recuerdo que no soy humana sino elfa.

—Medio elfa. Con eso me vale.

—¿De veras? ¿Por qué no compartes conmigo tu profunda sabiduría sobre las mujeres? —El sarcasmo que expresaba la voz de la aventurera era tan cortante como el filo de una daga.

—Como quieras —replicó Danilo con toda tranquilidad y añadió señalando la hoja de luna—: Cojamos esa espada, por ejemplo. Te intimida un poco, ¿verdad?

Arilyn se irguió, tan ultrajada como Danilo había previsto.

—¡Claro que no! —exclamó—. ¿Cómo se te ocurre algo así?

—He estado pensando sobre algunas de las cosas que dijo Elaith Craulnober. Es extraño que sepas tan poco acerca de tu propia espada. A decir de todos, posee grandes poderes mágicos, y tú no has hecho más que poner la espita al barril.

—Sólo piensas en cerveza —comentó Arilyn, ridiculizándolo.

—No cambies de tema, querida. La magia, incluido el fuego mágico, es un hecho de la vida, es una herramienta fiable y poderosa.

—¿Fiable? ¡Ja! —El semblante de Arilyn aparecía tirante por la furia—. Si hubieras visto a tus amigos morir por el fuego mágico durante la Época de Tumultos no dirías lo mismo.

—Tampoco Aguas Profundas se libró de sufrir ese desafortunado período —le recordó Danilo con voz gentil—. Por lo que se cuenta, fue terrible. En las calles de la ciudad se libraron batallas campales contra moradores del mundo subterráneo, uno o dos dioses fueron destruidos y una buena parte de la ciudad quedó reducida a polvo.

—¿Por lo que se cuenta? ¿Dónde estabas tú mientras eso sucedía?

Danilo enarcó las cejas, sorprendido.

—En el sótano de la mansión familiar, bebiendo. —Arilyn lo fulminó con la mirada, ante lo cual el noble trató de defenderse—: Me pareció que era lo más sensato que podía hacer en aquellos momentos.

La semielfa resopló y se quedó en silencio. Al cabo de unos segundos miró a su irritante compañero. Danilo holgazaneaba junto al fuego, contemplándola. La expresión de su rostro era de compasión, pero en sus ojos grises brillaba una mirada inusualmente perspicaz.

—Puesto que no estás de acuerdo con mis observaciones, permite que te demuestre que mi intuición no se equivoca.

—Adelante —dijo ella.

—Retira el asador y camina por encima del fuego.

La semielfa ahogó una exclamación.

—¿Es que te has vuelto loco?

—No —contestó Danilo pensativamente—. Creo que no. Estoy absolutamente convencido de que puedes hacerlo sin resultar herida o no te lo propondría. De hecho, estoy tan convencido que te propongo un trato. Ya hace días que estás tratando de librarte de mí, ¿verdad?

—Qué perspicaz.

Danilo alzó las manos.

—Si me equivoco me marcharé. Esta misma noche.

Arilyn lo miró de hito en hito. El noble parecía hablar en serio. Así pues, la semielfa asintió y se puso en pie. Unas botas chamuscadas serían un precio muy bajo por quitarse de encima a Danilo Thann.

Retiró el asador y se lo tendió al noble junto con la carne ensartada, tras lo cual atravesó el fuego por el centro. Las ardientes ramas crujían bajo sus botas y lanzaban chispas que revoloteaban alrededor de la aventurera. Unas brasas y un poco de ceniza aterrizaron en la manga de la camisa que llevaba. Rápidamente Arilyn se las sacudió, pero otras chispas se le adherían a las perneras como diminutas estrellas. La semielfa se dio cuenta de que la tela ni siquiera se chamuscaba.

Arilyn se dejó caer de rodillas al lado del fuego, acercó una mano a las llamas y la mantuvo allí. Tuvo una sensación de calor, pero no sintió ningún dolor. Entonces se sentó sobre los talones y miró a Danilo.

—El fuego está encantado —le dijo.

En respuesta el dandi sacó un par de guantes de su bolsa mágica. Se puso uno y acercó la mano al fuego. El aire se llenó del olor a piel de cabritilla quemada. Danilo se quitó el guante chamuscado y lo arrojó al regazo de Arilyn, al tiempo que le decía sin dar importancia a la cosa:

—Me debes un par nuevo.

Arilyn se quedó mirando fijamente el guante medio quemado.

—¿Te importaría decirme de qué va todo esto? —preguntó.

—¿No es evidente? La magia te protege del fuego. La tragedia de Los Siete del Martillo y, sobre todo, tu paseo sobre las llamas, lo demuestra. La verdad, querida, normalmente no eres tan dura de mollera.

—Tiene gracia que tú digas eso —se rió Arilyn, pero era una risa forzada.

—Voy a decírtelo de otro modo: ¿te atreverías a repetirlo, pero esta vez sin la hoja de luna? —El noble se cruzó de brazos y enarcó una ceja.

Tras un breve silencio la semielfa levantó una mano, imitando el gesto de un esgrimista de tocado. Danilo insistió:

—Tu aversión hacia la magia es tu punto flaco. Es evidente que la espada posee una habilidad que tú no aprovechas. ¿No crees que puede tener otras?

—Es posible.

—Pues vamos a averiguar cuáles son, ¿te parece?

Arilyn colocó de nuevo las perdices ensartadas sobre el fuego con el aire de alguien decidido a ir a lo práctico.

—Tengo obligaciones más urgentes —se excusó.

—Como descubrir al asesino.

—Sí.

—¿Y qué hacemos aquí? —inquirió Danilo, paseando significativamente la mirada por el solitario campamento.

Arilyn hundió los hombros.

—Haga lo que haga, el asesino me sigue. Su intención no es matarme (ha tenido una docena de oportunidades para hacerlo) sino usarme de peón en un macabro juego. No sé qué motivos tiene, pero hasta que lo averigüe no quiero ser responsable de que mueran más Arpistas. —Arrojó otra ramita al fuego y añadió—: Aquí no hay Arpistas a los que pueda asesinar.

—¿No es posible que el asesino te persiga por los poderes de tu espada? —sugirió Danilo con cautela.

—Claro que es posible —repuso la semielfa amargamente—. La hoja de luna y yo somos inseparables.

—Razón de más para investigar qué magia posee. Cuando sepas qué es capaz de hacer, tal vez descubras cuál es el objetivo que persigue el asesino, y una vez sepas eso tendrás una oportunidad de descubrir la identidad de ese villano.

Arilyn clavó la mirada en Danilo, muy asombrada. Había verdad en sus palabras, amén de una considerable sabiduría.

—¿Cómo lo haremos? —preguntó.

—Será muy fácil —le aseguró Danilo, presuntuosamente—; la magia es mi especialidad. —El noble se echó hacia atrás con aire melodramático—. Hazme caso, querida. Si tú quisieras aconsejarme sobre cómo matar a alguien, yo aceptaría tu consejo de experta. Espero que tú muestres la misma cortesía.

El noble se puso en pie y, con aire irritado, fue a sentarse en un tronco al otro lado del fuego. Arilyn no pudo evitar sonreír ante su imagen de dignidad ofendida. Normalmente la estupidez no le hacía sonreír, pero Danilo la había convertido en una forma de arte y la había elevado a un nivel que merecía respeto.

—¿Qué es tan divertido? —preguntó enfadado Danilo al fijarse en la sonrisa de la semielfa. Ésta pestañeó. La perspicacia del noble le había llevado a suponer, momentáneamente, que su estupidez era fingida. Pero ahora, al mirarlo, ya no estaba tan segura.

—No sé —repuso, poniendo cara seria—. Muy bien, Danilo, tú ganas. Voy a averiguar todo lo que pueda sobre la hoja de luna. Vámonos —dijo, poniéndose de pie.

—¿Ahora? —protestó el noble lanzando una mirada de pesar a las perdices asadas.

—Me gusta estar siempre ocupada.

Y durante la hora siguiente ambos estuvieron muy ocupados. Tras apagar el fuego Danilo colocó sencillas protecciones mágicas alrededor del campamento para que los caballos no fueran atacados por depredadores nocturnos. Después, él y Arilyn descendieron cuidadosamente la rocosa pendiente hacia el mar y luego se dirigieron al norte a lo largo de la costa de la península del Espolón. Aunque la brillante luz de la luna los guiaba, tenían que avanzar con mucho cuidado por la ribera cuajada de rocas melladas.

En la punta del Espolón había una formación natural de rocas negras, cuya parte inferior se sumergía en el mar. Los pequeños crustáceos se adherían a la base de la roca, y varias puntas irregulares se alzaban hacia el cielo como pequeños torreones. A Danilo se le antojó el intento de un mago borracho por conjurar un castillo en miniatura.

Arilyn avanzó hasta una cavidad en la formación rocosa y sacó una pequeña bolsa de piel. De ella retiró una zampoña plateada. Bajo la fascinada mirada de Danilo, la semielfa se llevó el instrumento a los labios y tocó notas. Los cristalinos sonidos flotaron sobre las aguas, cabrilleando como la luz de la luna.

—Bonita tonada —observó Danilo—. ¿Y ahora qué hacemos?

—Esperar —respondió y señaló a Danilo una pila de rocas situada unos pocos centenares de metros de distancia. Obedientemente, el noble se retiró y se sentó a esperar, mientras Arilyn se sentaba en la misma punta del Espolón de Aguas Profundas y se dedicaba a observar el agua con paciencia elfa.

El noble no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban con la vista fija en el mar cuando percibió que, hacia el sur, una onda agitaba la superficie aún plateada del agua. Suponiendo que la espera tocaba a su fin, se levantó y se sacudió la arena y el liquen de los fondillos del pantalón. Inmediatamente Arilyn alzó una mano para detenerlo, y luego le indicó por gestos que se quedara quieto. Danilo obedeció.

La onda volvió a aparecer dos veces más, cada vez más cerca, hasta que una brillante cabeza negra hendió la superficie del agua. Totalmente perplejo, Danilo observó cómo una gran criatura semejante a una foca emergía del mar. Cuando trepó a la rocosa playa donde esperaba Arilyn, el noble se fijó en que su cuerpo no acababa en las aletas de una foca, sino en dos piernas. Una mirada de inteligencia brillaba en los ojos negros de la criatura, y Arilyn y ella se saludaron cogiéndose por el antebrazo, como dos aventureros. A la luz de la luna Danilo vio que la criatura tenía manos humanas, aunque palmeadas y cubiertas por un pelaje oscuro.

—Un hombre foca —murmuró el noble. Había oído hablar de aquellas insólitas criaturas, pero jamás había esperado ver una. Su asombro aumentó aún mucho más cuando el hombre foca se apartó unos pasos de Arilyn y, en un abrir y cerrar de ojos, se transformó en un hombre completamente humano.

Danilo nunca había visto a un varón tan perfecto. El hombre foca transformado no medía más que Arilyn, pero su pálido cuerpo era fuerte y estaba perfectamente formado. El pelo lacio y castaño oscuro que le caía sobre los hombros enmarcaba un semblante barbilampiño pero demasiado masculino para decir que fuera hermoso.

—Hola, Gestar —lo saludó Arilyn afectuosamente. La semielfa no parecía desconcertada ni por la transformación ni por la desnudez del hombre foca.

—Saludos, Arilyn. Qué alegría me da verte, incluso a esta hora tan avanzada. —El hombre foca lanzó una recelosa mirada a Danilo, y éste alcanzó a ver unos ojos de un intenso color azul topacio.

—Ése hombre de ahí es un amigo e inofensivo —le aseguró Arilyn—. ¿Puedes enviar una petición a través del Relevo? Necesito una información de Siempre Unidos. Mañana, si es posible.

—Cualquier cosa para la elfa que salvó la vida de mi amada.

Arilyn le dio las gracias con una sonrisa y le dijo qué quería:

—Busco información sobre una hoja de luna. Pertenecía a una elfa llamada Amnestria que abandonó Siempre Unidos hace unos cuarenta años. Me temo que eso es todo lo que sé.

—Debería bastar. Enviaré tu petición de inmediato y recibirás la respuesta por la mañana. Puesto que no puedo volver a transformarme en humano tan pronto vendrá Perla Negra.

—Será un placer volver a verla. Gracias, Gestar.

La semielfa y el hombre foca se abrazaron con toda naturalidad, tras lo cual la criatura marina dio media vuelta y se zambulló. Danilo no pudo contenerse por más tiempo.

—¡Era un hombre foca!

—Un viejo amigo —replicó Arilyn—. Aguardaremos aquí la respuesta. Si tienes frío enciende fuego.

El noble asintió. Aunque tenía muchas preguntas, la noche era fría. Así pues, empezó a recoger leña, consciente de que Arilyn lo contemplaba con una sonrisa divertida.

—Vamos, dispara —lo animó—. Veo perfectamente que te mueres de ganas de preguntar.

Danilo sonrió de oreja a oreja, y disparó:

—¿Qué es eso del Relevo? ¿Cómo puede enviar un mensaje a Siempre Unidos y transmitir la respuesta en una sola noche? ¿Es algo mágico?

—No, no es mágico. El Relevo es una red formada por hombres y mujeres foca, elfos marinos y criaturas del mar muy parecidas a ballenas de pequeño tamaño. Todos ellos se desplazan a una velocidad increíble, y recuerda que en el agua el sonido viaja tres veces más deprisa que en el aire. Bajo el agua los mensajes se transmiten muy rápidamente.

—¿Pero hasta Siempre Unidos y de vuelta?

—Es muy posible que no sea necesario llegar tan lejos. Los servidores del Relevo están obligados a guardar silencio sobre los contenidos de los mensajes pero ya puedes imaginarte que los miembros de la red acumulan una cantidad de información impresionante.

—Oh. ¿Y quién es esa Perla Negra?

—Una semielfa marina.

—¿Es eso posible? Dudo que yo pudiera aguantar la respiración el tiempo suficiente para realizar tal hazaña —se admiró Danilo.

Arilyn estalló en risas de asombro.

—Los elfos marinos pueden salir del agua.

—Un nombre interesante, Perla Negra.

—Lo comprenderás cuando la veas. Su madre humana procedía de un remoto país del sudeste. El barco en el que viajaba se hundió ante la costa de Calimport, y ella fue rescatada por los elfos marinos. No obstante, hay muy pocos semielfos marinos y Perla Negra pasa la mayoría del tiempo con los hombres y mujeres foca.

—Supongo que ellos comprenden mejor que otras criaturas su naturaleza dual —reflexionó Danilo en voz alta.

La inteligente observación sobresaltó a Arilyn, quien siempre se había sentido especialmente a gusto con los hombres y mujeres foca.

—Es cierto —dijo, y se apresuró a cambiar de tema—. ¿Más preguntas?

—Sí. Has dicho que la espada pertenecía a una elfa llamada Amnestria. ¿Quién es?

—Mi madre —respondió con voz inexpresiva tras una larga pausa.

—¿No habló Elaith de alguien llamado Z’beryl? Creí que tu madre se llamaba así.

—Yo también.

—Oh.

Entre ellos se hizo el silencio.

—Oye, ¿por qué no te echas un poco? —le preguntó al fin Arilyn.

La pregunta sorprendió a Danilo en medio de un bostezo.

—Buena idea. —La abrumada mirada que se reflejaba en los ojos de Arilyn sumada a su propio cansancio fueron suficientes argumentos.

Cuando despertó, el cielo mostraba una tonalidad plateada que anunciaba el alba. Arilyn estaba en plena conversación con Perla Negra. Con sólo echarle un vistazo Danilo supo que no podía ser otra. La herencia oriental de la semielfa se ponía de manifiesto en la forma almendrada de sus ojos oscuros y en el cabello que le llegaba hasta las caderas como una cortina de húmedo satén negro. Tenía orejas puntiagudas —aunque un poco más redondeadas que las de Arilyn—, manos y pies palmeados y una piel blanca muy distinta de los moteados verde o azul que solían presentar la mayoría de los elfos marinos. A la luz del amanecer su cuerpo desnudo relucía con el brillo translúcido de una rara perla.

—Tras la muerte del rey Zaor —contaba Perla Negra— la reina Amlaruil pasó a gobernar Siempre Unidos. Su hija, Amnestria, se marchó al exilio en secreto a causa de una desgracia privada.

—Apuesto a que se trataba de mí —dijo Arilyn en voz baja—. ¿Cuándo murió exactamente el rey Zaor?

—Al final del año cuatrocientos treinta y dos de su reinado. Su muerte tuvo un gran impacto en la comunidad de elfos marinos, y yo lo recuerdo perfectamente aunque era aún pequeña. Fue en primavera, durante el festival de la Marea Alta. —La semielfa se mordió un labio y calculó—. En el cómputo de Los Valles el año 1321. Y también recuerdo el día: el segundo día del mes de Ches.

—¿Se cogió al asesino?

—No, El amante humano de Amnestria disparó una flecha e hirió al asesino, aunque éste desapareció sin dejar rastro.

—¿A qué raza pertenecía el asesino? —quiso saber Arilyn.

La semielfa marina bajó la mirada, como si se sintiera avergonzada.

—Era elfo —admitió.

—¿Pero de qué raza? —insistió Arilyn.

—Un elfo dorado. ¿Es eso importante?

—Podría serlo —murmuró Arilyn en tono distraído. De pronto miró a Perla Negra—. ¿Qué puedes decirme de la hoja de luna?

—Se sabe muy poco de sus poderes, me temo. Parece que Amnestria la heredó, poco antes de marcharse al exilio, de una tía abuela que apenas puso el pie en Siempre Unidos. Averiguarás más sobre su historia en las sagas del continente. —La exótica semielfa hizo una pausa antes de añadir—: Lo siento, no te he podido traer las respuestas que necesitas.

—Has contestado a muchas de mis preguntas. —Arilyn extendió la mano con la palma hacia arriba—. Gracias por tu ayuda, Perla Negra. —La semielfa marina sonrió y cubrió la mano extendida con otra palmeada, tras lo cual se zambulló graciosamente en las aguas.

Arilyn se quedó mirando el mar con aire ausente. Cuando se dio media vuelta, pareció sorprenderse de encontrar a Danilo despierto.

—Supongo que lo has oído —fue su saludo matutino.

—Sí.

—Será mejor que sueltes ahora mismo lo que quieras preguntar.

—Por fin empiezas a entenderme —comentó el noble en tono de aprobación. Entonces se puso en pie y se estiró—. Primero, ¿es que ninguna criatura marina lleva ropa?

—¿De todo lo que hemos dicho sólo te ha llamado la atención eso? —Arilyn enarcó las cejas.

—Bueno, era difícil no fijarse en que Perla Negra iba desnuda, princesa Arilyn —replicó Danilo con una amplia sonrisa—. Por cierto, alteza, ¿debo arrodillarme ante vos o bastará con una simple reverencia?

—Los elfos de sangre noble eran familia de Amnestria no mía —repuso la semielfa cortante—. Yo no tengo ninguna pretensión de ser princesa. —Bruscamente dio la espalda a Danilo y añadió—: Por favor, desayuna y ocúpate de tu vestuario lo más rápidamente posible. Regresamos a Aguas Profundas esta misma mañana.

—Oh, espléndido. —Inmediatamente Danilo empezó a sacar diversas prendas de su bolsa mágica y a decidir cuál se pondría—. ¿Vamos a algún sitio en particular?

—Sí.

Danilo levantó la vista de la pila de las sedas con una mirada afligida y un suspiro paciente.

—¿Podrías ser un poquitín más concreta? Odio no llevar la ropa adecuada.

—Vamos a la torre de Báculo Oscuro. —Danilo puso cara rara. Arilyn, temiéndose que sacara de la bolsa una túnica de mago, agregó—: Vístete como un mago y no vivirás lo suficiente para lanzar tu próximo hechizo.

Danilo se apresuró a coger una camisa de seda de color amarillo pálido de la pila de prendas que había desechado.

—Ésta será ideal —comentó. Pocos minutos después estaba listo para la marcha. El sol del amanecer coloreaba el cielo mientras ambos regresaban por la rocosa costa, Arilyn avanzando a largas zancadas y Danilo trotando fácilmente a su lado.

—¿Por qué a la torre de Báculo Oscuro? —preguntó Danilo.

—Tengo que averiguar todo lo que sea posible sobre la espada y supongo que llamar a la puerta de un archimago es un buen comienzo.

—Sí, pero en Aguas Profundas hay otros magos. Magos que disponen de más tiempo.

—No conozco a ninguno de ellos, pero sí conozco a Khelben.

—¿De veras? ¿A Khelben Arunsun? Puede ser bastante desagradable cuando quiere.

—Sí, lo sé —replicó Arilyn—. Pero si debo confiar mi espada a las manos de un lanzador de hechizos… ¿por qué no él? Al menos, él sabrá dónde está la punta y dónde la empuñadura.

Danilo sonrió burlonamente.

—Me pregunto si al gran mago le gustaría oírse llamar «lanzador de hechizos». —Sonrió de nuevo y alargó una mano—. ¡Espera! Tengo una idea maravillosa. No hay necesidad de que los dos vayamos a la torre de Báculo Oscuro. Iré yo solo.

Arilyn se detuvo tan de repente que Danilo, al tratar de imitarla, tropezó con una roca. La semielfa lo observó atentamente mientras él se doblaba y se frotaba la espinilla.

—¿Y por qué lo harías?

—Por caballerosidad —afirmó, aún resintiéndose del golpe—. Después de todo lo que has pasado últimamente, lo menos que puedo hacer es ahorrarte la visita a ese viejo cascarrabias.

—Tu interés por mí es conmovedor.

—¿Verdad que sí? —dijo Danilo absolutamente radiante. Entonces se irguió y posó una mano en el hombro de la semielfa—. Tú espera en la ciudad, descansa y arréglate el pelo para el festival, o haz lo que quieras. Mientras, yo iré y volveré de la torre de Báculo Oscuro antes de que te des cuenta.

Arilyn se zafó de la mano, exasperada.

—A mí Khelben Arunsun me conoce. ¿Qué te hace pensar que a ti te recibirá? —Al ver que Danilo vacilaba insistió—: Vamos, responde.

—Porque es mi tío; el hermano de mi madre, para ser más preciso. Créeme, por muy archimago que sea, si Báculo Oscuro hace un feo a su pequeño, mi mamá lo desplumará, lo destripará y lo asará vivo. Es una mujer formidable. —Dirigiendo a Arilyn una sonrisa encantadora, añadió—: Ahora que lo pienso, creo que mi madre te gustaría.