11

Ya era de mañana en la avenida de Aguas Profundas. Del tejado de un alto edificio desde el que se divisaba la mansión de la aventurera Loene se elevaba una voluta de humo del fuego del desayuno. A la sombra de la chimenea había una solitaria figura agazapada.

Desde esa posición privilegiada en el tejado, Bran Skorlsun veía perfectamente todos los ángulos de la pequeña fortaleza blanca situada allí abajo. El hombre se arrebujó en su capa y cambió el peso de pierna para que la sangre le circulara por el pie que se le había quedado dormido. La mañana era fría, y él se sentía agotado. El viaje desde el valle del fuerte Tenebroso había sido muy largo, y la misión de seguir a Arilyn Hojaluna y decidir si ella era la culpable de la muerte de sus compañeros Arpistas estaba resultando mucho más difícil de lo que creyó en un principio.

Bajo la atenta mirada del Arpista, la puerta de la casa de Loene se abrió de golpe y el compañero humano de la semielfa salió hecho un furia, maldiciendo por lo bajo. Bran se levantó con la intención de seguir al joven por los tejados de las casas pegadas unas a otras.

—Caramba, pero si es «el Cuervo». ¿Cómo estás, Bran?

Sobresaltado, el Arpista giró sobre sus talones y se encontró cara a cara con una hermosa mujer a la que conocía muy bien. Era Loene, apoyada con toda tranquilidad en la chimenea y con los brazos cruzados sobre una túnica de pálida seda dorada. El hombre no sabía si sentir placer por ver a su vieja amiga o disgusto por haberse dejado sorprender con tanta facilidad.

Los ojos color avellana de la aventurera sonreían, y alzó la mano derecha para mostrarle un sencillo anillo de plata.

—Antes de que preguntes: he venido volando. Es muy práctico tener un anillo acumulador de hechizos —comentó despreocupadamente—. Fue un regalo de Báculo Oscuro, por supuesto. Supongo que ya habrás visto a nuestro viejo amigo.

—No.

—Bueno, pues ¿por qué no te pasas por su torre? Estará encantado de recibir tu visita.

—Lo dudo.

Loene soltó una risita.

—¡Lo que daría por saber por qué reñisteis hace tantos años!

—Otro día, Loene, ahora me tengo que ir.

—Quédate —ronroneó la aventurera, arrimándose a él y cogiéndolo del brazo—. No te preocupes por perder el rastro de Danilo Thann. Yo puedo decirte adónde se dirige. Por los dioses, Bran —añadió sinceramente—, qué alegría verte después de tantos años. Es casi como en los viejos tiempos. Me han llegado relatos de algunas de tus aventuras, pero ya había perdido la esperanza de volverte a ver en Aguas Profundas. Supongo que tu repentina reaparición se debe a ese asesino de Arpistas.

—Sí, me han encomendado la misión de encontrar al asesino —replicó el hombre, mirándola con dureza—. ¿Qué puedes decirme?

—Muchas cosas —contestó Loene, dándose importancia y sonriendo coqueta—. ¿Intercambiamos historias? —Bajo la firme mirada del hombre, la sonrisa de la aventurera desapareció.

—¿Adónde iba ese joven? —preguntó Bran severamente.

Loene suspiró.

—Se dirige al distrito de los Muelles, a una taberna situada en la calle de la Víbora. Dime una cosa —le pidió, agarrándole del brazo para impedir que se marchara—, ¿cómo has averiguado que Arilyn es el verdadero objetivo del asesino?

—¿Objetivo?

Loene soltó el brazo del hombre y retrocedió.

—¿Y qué si no? —De pronto comprendió—. ¿No me digas que crees que Arilyn es la asesina? —La mujer sacudió la cabeza, incrédula—. Se nota que no la conoces.

—No, no la conozco —convino Bran, y una expresión de dolor cruzó por su rostro.

—Es evidente. ¿Quién te ha enviado tras ella?

—Los Arpistas —respondió Bran tras un momento de vacilación.

Loene se rió irónicamente.

—Los Arpistas deberíais hablar entre vosotros más a menudo. ¿Sabías que Danilo Thann es sobrino de Báculo Oscuro? Su querido tío Khelben le ha encargado que ayude a Arilyn a encontrar al asesino.

—¿Ese joven estúpido?

—En realidad no lo es, ¿sabes? El mes pasado Báculo Oscuro me confesó que hace años que entrena en secreto a un joven mago. Pero nuestro querido archimago no quiere seguir manteniendo el secreto; su vanidad lo impulsa a presentar a su protegido al mundo con bombo y platillos. Según Báculo Oscuro, es su estudiante más prometedor y posee el potencial para convertirse en un verdadero mago. —Loene se inspeccionó las uñas decoradas con alheña y añadió—: Por lo que he averiguado esta mañana, apostaría un arcón lleno de zafiros a que Báculo Oscuro estaba hablando del joven lord Thann.

—Tenía entendido que ya no jugabas, Loene.

—No hay ningún riesgo. —Los ojos color avellana de la mujer se veían muy serios—. «Normalmente» Arilyn juzga correctamente a las personas, y creo que tiene cariño a ese joven.

—Si Thann es como crees que es, ¿por qué dices «normalmente» de ese modo?

—No pensaba en Danilo —repuso Loene tristemente—. Será mejor que lo sepas: Arilyn ha ido a hablar con Elaith Craulnober.

Cuando Arilyn dobló la esquina de la calle de la Víbora, el lugar bullía de actividad. El distrito de los Muelles era el barrio más Concurrido y poblado de Aguas Profundas, en el que se cerraban tratos —tanto legales como ilegales— a todas horas. La semielfa recorrió la calle de arriba abajo dos veces sin encontrar ni rastro del establecimiento que Loene había mencionado.

Finalmente, detuvo a un transeúnte y le preguntó por El Hipocampo Encabritado. El hombre la miró como si la semielfa acabara de golpearlo.

»Estaba justo allí —dijo señalando un gran edificio de madera. Arilyn miró en esa dirección.

—Ah, aquí estáis —dijo el hombre en tono desanimado, dirigiéndose a dos sirvientes que transportaban un letrero de madera. En él Arilyn vio escrito el nombre de la posada que buscaba, así como el tosco dibujo de un hipocampo grabado. El hombre suspiró, lanzó una última mirada nostálgica al edificio y se alejó. Sus sirvientes lo siguieron acarreando el extraño cartel.

Desconcertada, Arilyn se encaminó al edificio y echó un vistazo dentro a través de la puerta abierta. Las sillas estaban colocadas encima de las mesas, y un pequeño ejército de trabajadores se afanaba fregando y puliendo la taberna del suelo al techo. Los comerciantes entraban y salían con alimentos y bebidas. Y en medio del barullo, dirigiéndolo todo con discretas órdenes, estaba Elaith Craulnober.

—La calle de la Víbora. Nuestro buen elfo no podría haber elegido una dirección más apropiada, ¿no te parece?

Arilyn dio un brinco y se volvió hacia la fuente de esa voz familiar que hablaba afectadamente. Al ver a Danilo Thann se quedó atónita.

—Hola —la saludó el noble con toda tranquilidad como si nunca se hubieran separado. Entonces examinó atentamente el disfraz de la semielfa, apenas ocultando su desagrado—. Debo decir que prefería, con mucho, el disfraz de cortesana sembiana. Sin embargo, resultas convincente. Por un momento te confundí con mi mozo de cuadras. Él tiene una gorra como la tuya, aunque creo que la suya es marrón.

Arilyn cerró la boca y lo fulminó con la mirada.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Humm… Visitando a unos amigos.

—¿Pero tú tienes amigos?

—Vaya, vaya. —Danilo enarcó las cejas en un gesto de displicente sorpresa—. ¿Así es como me recibes después de lo mucho que me ha costado encontrarte?

—¿Por qué te has molestado? —inquirió Arilyn, desdeñosa.

—Yo también me lo empiezo a preguntar —murmuró el noble—. No pareces muy contenta de verme.

De hecho, Arilyn hubiera querido no alegrarse tanto de volver a ver al dandi.

—¿Cómo me has encontrado? —inquirió, recelosa—. Debes de ser más bueno como rastreador que como mago o bardo.

—Vamos, vamos, querida, deberías reservarte la opinión hasta escuchar mi última canción. Es de verdad…

—¡Ya basta! —explotó Arilyn—. Por una vez ten la bondad de contestarme directamente. ¿Cómo me has encontrado? ¿Loene?

—Bueno…

—Loene —confirmó Arilyn sombríamente—. Ésta me la paga. Dime, ¿por qué me has seguido? ¡La verdad!

Danilo se encogió de hombros.

—Vale, pero es posible que no te guste.

—Prueba.

—Parece que una de tus sombras se me ha pegado, querida —le informó el noble—. He venido a devolvértela.

—No comprendo —repuso Arilyn, retrocediendo.

—Vaya, hombre, Me temía que dirías justamente eso —dijo Danilo con un suspiro—. Bueno, deja que te lo aclare, si puedo. Como sabes, anoche me marché de casa de Loene. Hace muchos días que estaba ausente de Aguas Profundas y debía ocuparme de un asunto personal de importancia.

—¿En la Casa de Placer y Salud de la Madre Tathlorn?

Danilo se limitó a encogerse de hombros, sin decir ni sí ni no.

—Pero desde esa pequeña escapada algo me ha estado siguiendo. Y fíjate —dijo recalcando las palabras— que digo «algo». Por el rabillo del ojo veo una sombra pero cuando me doy la vuelta no hay nadie. Es verdaderamente desconcertante —añadió en tono remilgado.

La descripción le sonaba familiar. Arilyn había tenido esa misma sensación muchas veces, aunque, y ahora caía en la cuenta, no se había repetido desde que abandonaran La Casa del Buen Libar la noche antes. Asintió lentamente.

—Imagino que reconoces mi descripción de esa particular sombra —dijo Danilo, y Arilyn asintió otra vez—. Perfecto —añadió irónicamente—. Ahora llegamos a alguna parte. Déjame que te diga que no tengo la más mínima intención de solucionar esto yo solito. Tal como yo lo veo, si te sigo por ahí un tiempo más quizás esa sombra regrese a su dueña, a ti, y yo podré seguir mi camino sin estorbos. ¿Te parece justo?

—Supongo que sí —accedió ella de mala gana—. Vamos, y mantén la boca cerrada, si puedes.

—Tú primero.

Arilyn iba a cruzar la puerta abierta de la taberna cuando chocó contra una pared de músculo macizo. La semielfa retrocedió un paso, alzó la vista y se encontró con la cara de pocos amigos del hombre más grande que había visto en su vida. Era cuadrado como un armario y literalmente ocupaba toda la entrada.

—Está cerrado —gruñó a través de una espesa barba crespa del color del hierro oxidado.

—Venimos a ver a Elaith Craulnober —dijo Arilyn.

—Si él quisiera verte, zagal, ya te buscaría —comentó el gigante con una desagradable sonrisa—. Largo o tendré que darte unos azotes en el trasero.

—Me temo que debo insistir —dijo suavemente Arilyn al tiempo que desenvainaba la hoja de luna.

El hombretón inclinó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas. Su risa atrajo a otros hombres de aspecto igualmente duro.

—Este mocoso dice que «insiste» —dijo a uno de ellos, señalando con el pulgar al delgado «muchacho» parado en la entrada. Sus compañeros sonrieron con suficiencia.

—Dice que insiste —murmuró Danilo, hundiendo la cara en las manos.

—Bonita espada, chico. La tienda de antigüedades está un poco más abajo —se burló uno de los matones—. Para lo que va a servirte te aconsejo que la vendas.

—Apartaos o desenvainad las armas —dijo Arilyn con firmeza—. Yo no lucho contra hombres desarmados.

—Nos ha salido caballeroso, el niño —saltó otro, y sus palabras fueron acogidas con risotadas.

—Bueno, si eso es lo que quiere… —dijo una grave voz de bajo desde el otro lado de la mole humana que taponaba la puerta.

—Sí. Mostradle las armas, chicos. —Quien había hablado tenía la piel curtida por el sol y llevaba las elegantes prendas de un pirata de Ruathym. El pirata esbozó una maligna sonrisa que dejó al descubierto varios dientes de oro, mientras se sacaba un cuchillo muy largo de un brillante fajín amarillo.

Con una expresión de apenada resignación, Danilo desenvainó su espada y se puso junto a Arilyn. Los matones examinaron al lechuguino desde la pluma del sombrero hasta la punta de las lustradas botas y les sobrevino otro ataque de hilaridad.

El elfo dueño de la taberna, alertado por el jaleo, alzó la vista. Al ver que se acercaba grácilmente a la puerta, Arilyn guardó la espada y se quitó la gorra que le cubría el pelo y las orejas. Los ojos de Elaith Craulnober se iluminaron al reconocerla.

—Está bien, Durwoon —dijo el quessir al gorila—. Tu diligencia es encomiable pero no debemos ahuyentar a los clientes.

Fue una reprimenda muy suave, pero el hombretón palideció y se esfumó en las sombras seguido por sus compinches.

—Qué sorpresa tan agradable —murmuró Elaith, dejando bien claro que sólo se dirigía a Arilyn—. Bienvenida a mi nuevo establecimiento. —El elfo hizo un gesto para señalar la frenética actividad y explicó—: Lo adquirí hace sólo dos noches. El anterior propietario bebió demasiado, me temo, y me desafió a una partida de dardos. Tenemos previsto reabrir esta noche, que será la primera del festival. —Súbitamente se interrumpió, tomó la enguantada mano de Arilyn y se inclinó sobre ella—. Disculpa. No creo que hayas venido aquí para oírme hablar de mi última aventura empresarial. ¿En qué puedo servirte?

—Supongo que sabrás que Rhys Alacuervo fue asesinado anoche en la misma posada en la que nos conocimos —replicó Arilyn.

—Una tragedia —repuso Elaith suavemente—. ¿Pero qué tiene que ver eso contigo o conmigo?

—Tú estabas allí —observó Danilo con candidez.

El quessir enarcó las cejas en señal de gentil reproche.

—Y vosotros también. Los soldados han hecho la misma lúgubre suposición, pero ahora están completamente convencidos de mi inocencia.

Arilyn lanzó a Danilo una mirada apabullante y se volvió hacia el elfo.

—¿Podemos hablar a solas?

—Naturalmente —repuso Elaith, mirando a Danilo con aversión. El elfo cogió a Arilyn por el brazo y la condujo al interior de la taberna. Negándose a sentirse insultado o excluido, Danilo los siguió resueltamente.

—No quisiera meterme donde no me llaman, mi querida etrielle, pero yo de ti me desharía de ése —murmuró el elfo en voz demasiado baja para que el humano lo oyera.

—No creas que no lo he intentado —replicó Arilyn.

—¿De veras? Qué interesante —comentó Elaith, pensativo.

Para sorpresa de la semielfa, Elaith pareció tomarse su brusco comentario como una pieza especialmente importante de un rompecabezas. Le hubiera gustado pedirle una explicación, pero ya habían cruzado toda la taberna y se encontraban en una habitación trasera en la que, al parecer, tenía su despacho. El elfo no había perdido tiempo en instalarse en lo que probablemente antes era un almacén; la habitación había sido barrida y encalada de nuevo, y la ventana que daba al callejón relucía al sol de la mañana. Había otra ventana con todo el aspecto de haber sido abierta recientemente, que daba a la taberna. Arilyn recordó que del otro lado esa ventana parecía un espejo.

Elaith le ofreció cortésmente una de las sillas de piel que flanqueaban un pupitre de madera de teca traída de Chult. Danilo prefirió quedarse de pie y se apoyó indolentemente en la pared, justo detrás de Arilyn, arreglándose cuidadosamente los pliegues de la capa.

—¿Qué sabes de la muerte del bardo? —preguntó Arilyn, yendo directamente al grano.

Elaith se sentó tras el pupitre y extendió las manos ante él.

—Muy poco —contestó—. Me marché de la posada poco después de que tú te retiraras. ¿Por qué lo preguntas?

—Como siempre digo, nunca descartes lo evidente —metió baza Danilo jovialmente.

El quessir lo miró despectivamente. El humano estaba de pie detrás de Arilyn Hojaluna, como si quisiera protegerla aun a costa de su despreciable vida. Era una idea divertida, pero Elaith no estaba de humor para apreciarla.

—Joven, no pongas a prueba mi paciencia. Yo no he matado a esos Arpistas como tan torpemente insinúas. —La ceñuda expresión del elfo desapareció para ser sustituida por una malvada sonrisa—. A decir verdad, casi desearía serlo. El asesino, o asesina, es realmente muy bueno.

—No te apures, cuando lo encontremos no nos olvidaremos de darle recuerdos de tu parte —comentó Danilo arrastrando las palabras—. Estoy seguro de que tu admiración significa mucho para él.

Arilyn hizo caso omiso de su compañero y dijo a Elaith:

—Tengo razones para creer que el asesino es un Arpista.

—¿De veras? —intervino Danilo y su tono de voz reflejaba sorpresa.

—Sí. ¿Te importa, por favor? —dijo Arilyn, echando una rápida mirada al aristócrata por encima del hombro—. Esto me dificulta hacer cualquier investigación. Obviamente no puedo hacer indagaciones directamente, pues podría alertar a la persona equivocada.

—Obviamente —murmuró Elaith con una sonrisa—. Me encantaría ayudarte, pero ¿por qué has acudido a mí?

—Necesito información y sé que tú tienes muchos contactos en esta ciudad. Pagaré lo que me pidas.

—Eso no será necesario —repuso el elfo de la luna con firmeza—. Es poco probable que los Arpistas me confíen sus secretos, al menos no directamente, pero tengo otras fuentes así como información a la que los Arpistas no pueden acceder. No te preocupes, haré indagaciones. —Elaith abrió un cajón del que sacó pergamino y pluma—. ¿Por qué no me dices algo más sobre el asesino? Empieza por la lista de muertos.

La lista de muertos. Arilyn se estremeció ante las palabras que el elfo había pronunciado de manera tan insensible. Tal vez no era prudente hacer negocios con Elaith Craulnober. Mientras vacilaba, Danilo fue a sentarse en la silla contigua. El noble sacó de su bolsa mágica una cajita de rapé y cogió un buen pellizco. Después de estornudar violentamente varias veces ofreció la cajita primero a Arilyn y después a Elaith.

—No, gracias —declinó Elaith fríamente. Arilyn se limitó a mirar a Danilo de hito en hito. Era evidente lo que se proponía: al mostrarle la cajita de rapé de Perendra le estaba diciendo que no confiara en el elfo. La aventurera no había creído a Danilo capaz de tal estratagema y por un momento se sintió inclinada a seguir el consejo del petimetre. No obstante, sólo pensaba ofrecer a Elaith Craulnober datos que podría obtener fácilmente de otras fuentes. ¿Qué mal podría haber en ello?

Brevemente Arilyn describió el método que usaba el asesino y su macabra firma. A instancias de Elaith enumeró todas las víctimas, la fecha aproximada del ataque y el lugar. Finalmente no se le ocurrió nada más que quisiera que el elfo supiera.

—Realmente impresionante. —Elaith levantó la vista del pergamino y dirigió una tranquilizadora sonrisa a Arilyn—. Supongo que es suficiente para comenzar. Me pondré enseguida con esto y cuando sepa algo te lo comunicaré de inmediato. —Con estas palabras se levantó y tendió la palma de su mano a Arilyn.

Agradecida, ésta colocó su propia palma sobre la otra.

—Muchas gracias por tu ayuda.

—Querida, puedes estar segura de que haré todo lo que pueda.

—¿Por qué? —preguntó Danilo, sin andarse con rodeos.

Elaith retiró la mano y miró al noble con una sonrisa divertida.

—La etrielle y yo tenemos mucho en común. Y ahora, si me perdonáis… Aún tengo mucho que hacer si quiero abrir a tiempo la taberna para el jolgorio de esta noche.

Arilyn inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y arrastró a Danilo por la puerta trasera, que daba al callejón.

—¿Qué te ha parecido ese último comentario? «Mucho en común», ¡ya lo creo! —preguntó Danilo con sorna tan pronto como la puerta se cerró tras ellos—. No sé qué más pruebas necesitas.

—Pero ¿qué estás farfullando?

—De pruebas. ¿«Mucho en común»? Piensa: tú eres una asesina y él también. A mí me ha sonado a confesión —respondió Danilo. La semielfa alzó las manos al cielo, contrariada—. Ya veo que no estás de acuerdo conmigo.

La semielfa pensó muy bien lo que iba a decir antes de hablar.

—Sea lo que sea Elaith Craulnober, es un elfo de la luna y quessir. Tú no entiendes qué significa eso.

—Ilústrame —replicó Danilo frívolamente.

—El término quessir significa mucho más que elfo. Es un tratamiento cortés que implica una determinada posición social y un código de comportamiento. El equivalente más parecido en común es «caballero», aunque es más que eso.

—Yo nunca lo consideraría un caballero —observó Danilo.

—Lo has dejado muy claro. Por cierto, ¿desde cuándo tomas rapé?

El aristócrata sonrió de oreja a oreja.

—¡Ah! Captaste mi mensaje.

—No era muy sutil que digamos —refunfuñó la semielfa—. ¿Qué te hace pensar que ese rufián de Evereska compró la cajita de rapé a Elaith? Te recuerdo que él no es el único elfo de Aguas Profundas.

—No confío en él —contestó Danilo francamente—, y no me gusta que tú sí lo hagas.

—¿Quién ha dicho que confío en él? —replicó Arilyn—. Aunque quizá debería. Entre los elfos de la luna suele haber un gran sentido de la lealtad.

Danilo abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó mejor.

—Cambiando de tema, ¿por qué dijiste que el asesino podría ser un Arpista?

—Porque es muy probable —contestó la semielfa en tono cortante—. Los Arpistas forman una organización secreta, y la mayoría de ellos no van por ahí anunciando qué son. El asesino conoce demasiado bien a sus víctimas para ser un extraño.

—Ah.

Arilyn echó a caminar por el callejón, y Danilo la siguió.

—¿Adónde vamos ahora?

—Vamos a encontrar al elfo que vendió la cajita de rapé de Perendra.

En el callejón flanqueado por árboles de detrás de la ajetreada taberna, una sombra se movió y se dispuso a seguir a Arilyn y Danilo.

—Espera, espera, viejo amigo. ¿A qué tanta prisa?

La melodiosa voz tocó una fibra sensible, avivando la memoria de viles actos que parecían incompatibles con el dulce tono de quien había hablado. Un escalofrío recorrió el espinazo de Bran Skorlsun y, al volverse, vio por primera vez en muchos años a «la Serpiente».

Elaith Craulnober había cambiado muy poco en las últimas décadas. Seguía siendo un guerrero elfo en la flor de la vida; una bella arma viviente. Esbelto y sinuoso, se apoyaba en una graciosa pose en la valla de madera del callejón. Una leve sonrisa divertida iluminaba su apuesto rostro, y sus ojos ambarinos tenían una mirada aparentemente dulce. Pero a Bran no le engañó ni por un momento.

—Es una mañana demasiado fría para que las serpientes salgan.

—Vaya forma de saludar a un compañero con el que compartiste tantas aventuras en tu lejana juventud —replicó Elaith, enarcando las cejas y con aire displicente.

—Tú y yo no compartimos nada —dijo Bran secamente—. La Compañía de la Garra ya no existe. Tú mataste a muchos de sus miembros.

El elfo movió los hombros, indiferente.

—Muchos lo creen, pero nunca ha sido probado. Pero te perdono tus malos modales. Es evidente que tantos años de vagar por tierras desconocidas han acabado con la poca urbanidad que tenías.

—A diferencia de ti, yo soy lo que aparento.

El elfo estudió con la mirada al humano.

—No creo que eso sea algo de lo que debas sentirte orgulloso —observó irónicamente—. No obstante, debo admitir que siento una irreprimible curiosidad por tu súbita aparición. ¿Qué te trae de vuelta a la Ciudad de los Prodigios?

El tono de Elaith era de suave burla y su petulante sonrisa daba a entender que ya conocía la respuesta. Bran no tenía ni tiempo ni paciencia para los juegos del elfo, por lo que se limitó a dar media vuelta para irse.

—¿Te vas? ¿Tan pronto? No hemos tenido tiempo para hablar.

—No tengo nada que decirte.

—Oh, pero yo sí tengo cosas que decirte que pueden interesarte. Y no tienes por qué apresurarte; podrás seguir fácilmente el rastro de la pareja a la que sigues… a no ser que tus habilidades como rastreador se hayan oxidado tanto como tu gracia en sociedad.

—Los insultos de tipos como tú no significan nada.

La hermosa cara del elfo se contrajo de rabia.

—No somos tan distintos —dijo entre dientes. Elaith recuperó rápidamente la compostura, pero sus ojos ambarinos conservaron un brillo malévolo—. Tú has caído tan bajo como yo pero no eres capaz de admitirlo. ¡Mírate! A efectos prácticos fuiste exiliado y obligado a vagar por tierras lejanas y olvidadas. Ahora, se te rebaja a acechar en las sombras para tratar de desmentir tus feas suposiciones sobre la hija de Amnestria.

La faz de Bran se ensombreció al oír las últimas palabras del elfo, al que espetó:

—No mereces pronunciar su nombre.

—¿Ah, no? —le provocó Elaith—. La princesa Amnestria y yo éramos amigos de infancia en Siempre Unidos mucho antes de que tú fueras concebido. —Al llegar a este punto suspiró nostálgicamente—. Tanta gracia, tanto talento y potencial… Arilyn se parece mucho a ella; ha heredado el espíritu de Amnestria pero es taimada. Es una combinación realmente fascinante. Amnestria habría estado orgullosa de su hija, tal como estoy seguro de que tú lo estás —apostilló con voz cargada de sarcasmo.

—¿Qué interés tienes en Arilyn?

El elfo se quedó pensativo.

—Es algo excepcional que la vida te ofrezca una segunda oportunidad, incluso teniendo una vida tan larga como la de los elfos. En justicia Arilyn debería haber sido hija mía. —Elaith hizo una pausa y clavó en Bran una mirada apreciativa—. Y no la tuya.

El Arpista retrocedió. Elaith, complacido por la reacción, esbozó una malvada sonrisa.

—Sí, tu hija —se mofó el elfo, acosando al humano abiertamente para que admitiera que era verdad—. Qué vueltas que da la vida. El Arpista más honrado de todos es el padre de una de las mejores asesinas de Faerun.

—Arilyn no es la asesina —afirmó Bran.

—¡Pero sí que es tu hija! —cacareó Elaith, triunfante, leyendo la verdad en el rostro y la voz de Bran. En su opinión, lo único bueno de tratar con Arpistas era que, por lo general, eran demasiado nobles o estúpidos para fingir. De pronto el elfo torció el gesto—. ¿Sabe Arilyn quién eres? Sería terrible que averiguara que eres su padre cuando testifiques contra ella en un tribunal de Arpistas.

—No es asunto tuyo.

—Ya lo veremos. ¿Cómo está Amnestria? —inquirió, cambiando de tema—. ¿Dónde se ha metido todos estos años?

Bran se quedó en silencio, y sus ojos se llenaron de una profunda tristeza.

—Pese a todo, eres un pariente lejano de ella y no hay razón por la que no debas saberlo. Amnestria se exilió en secreto antes de que Arilyn naciera y adoptó el nombre de Z’beryl de Evereska. Murió hace casi veinticinco años.

—No.

—Es verdad. Cayó en una emboscada y la mataron un par de vulgares ladrones.

Elaith miró a Bran sin pestañear.

—Parece imposible —murmuró el elfo, acongojado, y bajó la mirada—. Nadie luchaba como Amnestria. ¿No se ha hecho nada para vengar su muerte?

—Sus asesinos respondieron ante la justicia.

—Yo no estaría tan seguro —replicó Elaith en tono sombrío. Cuando volvió a mirar a Bran, en la profundidad de sus ojos ambarinos ardía el odio—. Es posible que a Amnestria la mataran dos ladrones, pero fuiste tú quien la destruyó. Aléjate de Arilyn. La etrielle tiene su propia vida.

Elaith se inclinó hacia el Arpista; la viva imagen de un luchador en actitud de ataque. Con su malvada sonrisa se mofaba abiertamente de su rival.

—Por cierto, ¿sabes que Arilyn se hace llamar Hojaluna? Habiéndosele negado familia y rango se ha hecho un nombre propio y ha forjado su propio código. Y es buena. Ha desarrollado habilidades que harían estremecerse a su progenitor Arpista.

Tras una pausa, el elfo añadió:

—En respuesta a tu pregunta de antes, tengo en ella un interés tanto personal como profesional.

—No me gustan los acertijos.

—Tienes una mente demasiado simple para ellos. Te lo diré de modo que lo entiendas: Arilyn debería haber sido mi hija pero no lo es. Qué maravillosa compañera sería o… —Elaith sonrió maliciosamente—… qué consorte. Ella y yo, juntos, lograríamos muchas cosas.

Inmediatamente una de las manazas de Bran agarró la pechera de la camisa de Elaith y alzó bruscamente al otro en vilo hasta que los ojos de ambos estuvieron a la misma altura.

—Antes te veré muerto —rugió Bran.

—Ahórrate las amenazas, Arpista —replicó Elaith con desprecio—. Arilyn Hojaluna no tiene nada que temer de mí. Yo sólo quiero ayudarla a encauzar su carrera.

—En ese caso corre un grave peligro —concluyó Bran.

Elaith malinterpretó las palabras del otro y entrecerró los ojos amenazadoramente.

—Yo no represento ningún peligro para Arilyn —dijo entre dientes—. Pero no puede decirse lo mismo de ti.

De pronto, con la rapidez de una serpiente, Elaith empuñó una daga que dirigió a la garganta de Bran. Pero el maduro Arpista aún fue más rápido y lanzó al elfo al suelo. Elaith giró y aterrizó agachado sobre los pies, con la muñeca alzada, lista para lanzar la daga contra su antiguo amigo y enemigo.

Pero Bran Skorlsun se había esfumado. Elaith se puso de pie y volvió a guardarse la daga en su escondite.

—No ha estado mal —admitió el elfo refiriéndose a las habilidades del Arpista y se limpió un poco de polvo de las piernas—. Pero deberías guardarte las espaldas, viejo amigo.

Elaith regresó a su nuevo establecimiento. El encuentro había sido muy entretenido, pero aún tenía que resolver un montón de detalles antes de que la taberna pudiera abrir. Su mirada se posó en el gran letrero de madera de roble que habían entregado esa misma mañana y que ahora se apoyaba en el muro posterior del edificio. «Ha quedado muy bonito —se dijo el elfo, cambiando de posición para observarlo mejor—. Voy a ordenar que lo cuelguen de inmediato».

El elfo recorrió con los dedos las letras en relieve del letrero que pronto adornaría la entrada de La Daga Oculta.