Mientras cabalgaba, Danilo reflexionaba acerca de todo lo sucedido esa noche. Le hubiera encantado oír la versión de Arilyn de la historia, aunque mucho se temía que él salía bastante mal parado en ella.
Danilo estaba acostumbrado a que lo tomaran por tonto, incluso su propia familia: su padre lo solía reconvenir con severidad y sus hermanos mayores lo trataban con desdén. Danilo lo aceptaba como parte de su papel, pero cuando los ojos elfos de Arilyn le devolvieron su propia imagen en forma de insulso petimetre, Danilo se preguntó si sería capaz de seguir con aquella charada.
Tal vez había llegado el momento de hacer algunos cambios.
A aquella velocidad Danilo pronto llegó a donde vivía el archimago. La torre Báculo Oscuro parecía impenetrable, pero sólo lo era para los no iniciados. Una serie de poderosas defensas mágicas y dispositivos igualmente mágicos protegían la torre, amén de un muro de seis metros de alto. No había puertas visibles y las únicas ventanas se abrían en los pisos superiores.
Danilo desmontó junto al muro y murmuró una cantinela; las palabras de un simple hechizo que mantendría a su caballo atado. Con otro rápido encantamiento abrió un portón. El noble atravesó el patio a grandes zancadas y, tras golpear el muro de la torre y pronunciar su nombre en voz baja, pasó por una puerta invisible que conducía al vestíbulo del mago.
Khelben Arunsun «Báculo Oscuro» bajó la escalera de caracol para saludar a su sobrino.
—Veo que, finalmente, has aprendido a atravesar la puerta.
Danilo sonrió de oreja a oreja y se frotó un imaginario chichón en la cabeza.
—He tropezado con ella bastantes veces, ¿no crees?
—Desde luego. Vamos, sube. Estaba esperando tu informe —dijo Khelben, haciendo gestos a Danilo para que lo siguiera a la sala de estar.
En una mesita flanqueada por dos cómodas sillas se veían tazas de humeante achicoria tostada. Danilo lanzó a su silla una mirada de pesar, pero insistió:
—No tengo demasiado tiempo. He dejado a Arilyn en casa de Loene, en la avenida de Aguas Profundas. Debo regresar antes de que noten mi ausencia.
—Como quieras. —Khelben tomó asiento y tomó una taza—. ¿Has averiguado algo sobre la identidad del asesino?
—Aún no. En Evereska Arilyn sorprendió a un rufián de Aguas Profundas siguiéndola, y en su poder halló una cajita de rapé con el símbolo de Perendra.
Khelben se atragantó con un sorbo de achicoria, y Danilo asintió con humor sombrío.
—En respuesta a tu próxima pregunta, sí, estoy seguro de que era el símbolo de Perendra. Ella fue una de las primeras víctimas, ¿verdad?
—Sí —contestó Khelben tan pronto como pudo hablar—. Pero, a diferencia de las últimas víctimas, ella no estaba marcada a fuego. Por tanto, es posible que su muerte no fuera obra del asesino que buscamos. ¿Admitió el crimen ese rufián?
—No. Según él, compró la caja a un elfo. Obviamente, le habían lanzado un hechizo para que muriera antes de revelar el nombre de ese villano. Creo que Arilyn tiene la intención de averiguar quién es.
—Bien. No te muevas de su lado. Pasemos al asunto de la espada. Dime todo lo que sabes.
Danilo, sentado en el borde de la silla, respiró hondo antes de lanzarse.
—Posee magia elfa, es muy antigua y fue forjada con un metal deslucido pero muy resistente que no conozco. Tiene runas grabadas a lo largo de la hoja y también de la vaina… espruar, creo, aunque una forma que nunca había visto. Hay una gran gema incrustada en la empuñadura y…
—¡Para! —exclamó Khelben. El rostro del hechicero reflejaba alarma cuando se inclinó hacia su sobrino, mirándolo de hito en hito—. ¿Hay un ópalo en la empuñadura? ¿Estás seguro?
—Es un topacio.
—¿Dijo Arilyn algo sobre ese topacio? —lo apremió Khelben.
—Pues sí. Me dijo que su maestro, Kymil Nimesin, lo había hecho colocar allí para equilibrar el arma.
—Ya veo. —El archimago se relajó—. Bien. No sabía que Arilyn había sido entrenada por Kymil Nimesin, pero no me extraña. Kymil es uno de los mejores maestros de armas de los Reinos y, además, trabaja para los Arpistas de vez en cuando. Continúa.
—La espada es capaz de atravesar metal y hueso como si cortara un melón. También es extraordinariamente rápida, aunque creo que eso se debe en gran parte a Arilyn. Según ella, no puede derramar sangre inocente, aunque no sé cómo determina exactamente la inocencia. También la advierte del peligro…
—¿Cómo?
—Reluce. También reluce a veces cuando Arilyn la desenvaina, pero otras veces no lo hace. No sé por qué.
—¿Y si otra persona tratara se desenvainarla?
—La dejaría más frita que un boquerón —replicó Danilo cansinamente.
—Naturalmente —musitó Khelben—. Después de todo, es una espada hereditaria. Espero que no lo averiguaras por experiencia personal —dijo enarcando una ceja hacia su sobrino.
—Desgraciadamente, así fue. Pero, por suerte, apenas la toqué.
Khelben soltó una risita por el gracioso tono de Danilo, pero enseguida se calmó.
—¿Algo más?
—Puede avisar a Arilyn del peligro enviándole un sueño.
—Interesante. Muy bien, ¿qué más?
Danilo le contó a su tío todo lo ocurrido, empezando con la posada cerca de Evereska y describiendo el misterioso ataque en La Casa del Buen Libar.
—Veneno —murmuró Khelben, visiblemente enojado por su propia falta de percepción—. Pues claro. ¿Por qué crees que el asesino te atacó? ¿Tienes razones para creer que sospecha de tu alianza con los Arpistas?
—No —repuso el joven, un tanto apesadumbrado—, pero sí de mi caballerosidad. Sólo había una cama, y la ocupaba yo. La alcoba estaba muy oscura, y supongo que el asesino creyó que un caballero dormiría en el suelo.
—Entiendo. ¿Ya estás bien?
—No tuvo tiempo de inocularme demasiado veneno. Si no quieres saber más, me gustaría hacerte unas preguntas rápidas. —Danilo sostuvo la mirada a Khelben e inquirió—: ¿A qué viene tanta preocupación por la espada de Arilyn? ¿Qué tiene que ver con el asesino?
—Es posible que no haya ninguna conexión —admitió Khelben—. Pero, dada la historia de la espada, no podemos descartarlo.
—Creo que ha llegado el momento de la lección de historia. Por diferentes razones tengo un interés personal en esto —dijo el joven noble en voz baja, pero mostrándole a Khelben la palma marcada—. Pero sé breve, te lo ruego.
El mago asintió.
—Sí, ya es hora de que lo sepas. —El hombre se pasó una mano por el cabello entrecano e inspiró profundamente.
»Antes de que tú nacieras los padres de Arilyn usaron involuntariamente la magia de la espada para abrir un portal entre estas montañas y el reino elfo de Siempre Unidos. Por desgracia, la puerta permaneció abierta, y lo único que pudimos hacer nosotros fue ocultarla y llevarla a otro lugar. Los elfos ordenaron a Z’beryl que desmontara la espada. El padre de Arilyn se marchó llevándose el ópalo mágico. Tal como está hoy la espada posee una poderosa magia, pero junto con el ópalo podría usarse para descubrir la puerta a Siempre Unidos.
»Así están las cosas. —Khelben concluyó su lacónica lección de historia con un suspiro—. Teníamos que saber si existe alguna posibilidad de que alguien conozca la existencia de la puerta y persiga a Arilyn por la espada.
—Ya veo —dijo Danilo, aunque todo lo que le había contado Khelben se le agolpaba en la cabeza. Teniendo en cuenta las legendarias riquezas que se suponían al reino elfo de Siempre Unidos, un portal abierto sería una invitación al saqueo. Los elfos de Siempre Unidos mantenían el reino cerrado a cal y canto a los extraños, y la isla estaba guardada por la poderosa flota elfa de la reina Amlaruil, por letales arrecifes de coral, por huestes de misteriosas criaturas marinas aliadas con los elfos, y por campos de energía que nunca se mantenían quietos, y que eran capaces de reducir una nave invasora a cenizas y espuma marina. En comparación con tales defensas, cualquier tipo de guardia que defendiera el portal mágico sería un pequeño obstáculo. Lo que mejor podía proteger el portal a Siempre Unidos era el secreto, ya que si se daba a conocer su existencia, el último baluarte elfo estaría en peligro y la misma supervivencia de la cada vez menos numerosa raza elfa amenazada. Danilo se preguntó cómo reaccionaría Arilyn si conociera la parte que desempeñaba en la salvaguarda del reino elfo.
—Por cierto —añadió Danilo—, ¿por qué no me dijiste que Arilyn era elfa?
—Medio elfa. Su padre era humano, bueno, más o menos —repuso Khelben—. Siempre que la veo se hace pasar por humana.
—Muy cierto. Cuando nos conocimos fingía ser una cortesana de Sembia. Un magnífico disfraz —recordó Danilo con una amplia sonrisa—. Sólo la reconocí por el anillo de Rafe Espuela de Plata y, lo creas o no, por tu retrato.
Khelben sonrió agriamente ante el cariñoso insulto de su sobrino.
—Esto me recuerda algo, según tu madre, a mi estimado cuñado no le ha hecho ni pizca de gracia que el «haragán» de su hijo se marchara con una «extravagante mujer de placer». Te recomiendo que hables con él cuando tengas tiempo.
—Otro sermón de mi querido padre. Sólo los dioses saben cómo le he decepcionado —comentó Danilo, arrastrando las palabras con tono displicente.
Khelben lanzó una penetrante mirada a su sobrino al percibir una nueva nota en su actuación.
—¿Estás pensando en dejarlo? —le preguntó.
—¿Dejar qué? ¿De decepcionarlo?
—No, de hacerte el tonto en servicio de los Arpistas.
Danilo se encogió de hombros.
—¿Qué opciones tengo?
—Siempre hay opciones —afirmó Khelben—. Si quieres, después de esta misión podrías darte a conocer. Eres un buen agente. Estoy seguro de que los Arpistas te acogerían con los brazos abiertos.
Danilo se levantó para marcharse, más pensativo de lo que Khelben lo había visto en toda su vida.
—Sabes, tío, es posible que te tome la palabra.
Danilo abandonó rápidamente la Torre de Báculo Oscuro a través de la puerta mágica, montó y se dirigió al galope a la mansión de Loene. En el este el sol empezaba a asomar tras los tejados de la ciudad, proyectando largas sombras en las calles aún silenciosas.
Una de esas sombras de pronto se movió y se puso a seguir a Danilo Thann hacia la avenida de Aguas Profundas.
Loene estaba acurrucada cómodamente entre los cojines de seda del sofá como si fuera un garito, calzada con chinelas. Arilyn nunca la había visto tan satisfecha.
—Una historia muy interesante —dijo.
—¿Era bueno ese jerez? —inquirió Arilyn secamente, echando una mirada a la licorera medio vacía colocada en la mesa que había entre el sofá de Loene y la silla más espartana que ella había elegido. La semielfa aún sostenía entre sus manos el primer vaso de jerez que se había servido y que apenas había tocado. El resto había sido consumido por su anfitriona, que era célebre por su capacidad para resistir el alcohol.
—Más que bueno —contestó la mujer levantando su cuarta copa en un brindis—. Para que tenga un final feliz.
—Bien dicho —convino con ella la semielfa, que se puso seria al pensar en lo que le esperaba.
Graves eligió aquel momento para asomar la cabeza en el estudio.
—¿Desayuno para dos, señora?
—¿Vas a quedarte? —Loene sonrió a Arilyn—. Te advierto que Graves prepara los mejores bollos de la ciudad.
Arilyn no quería demorar su búsqueda ni un momento más, pero también tenía que comer de vez en cuando.
—Sí, gracias, pero tendré que marcharme enseguida.
—Lo entiendo. Que sean tres —dijo al criado—, a no ser que nuestro invitado prefiera desayunar en la cama.
Graves enarcó las cejas y anunció:
—Nuestro invitado ya se ha marchado.
—¿Qué? —Arilyn se puso lentamente en pie—. ¿Danilo se ha marchado? ¿Estás seguro?
—Completamente —contestó Graves, que mostró un trozo de cuerda—. Se ha ido por la ventana, nada más y nada menos —masculló, sacudiendo la cabeza—. He dejado que ese pavo real se escapara delante de mis narices —se recriminó.
—Ese idiota… —estalló Arilyn descargando un puño en la mesita y abandonando indignada el estudio. Loene corrió a salvar la tambaleante licorera de jerez y enseguida siguió a Arilyn al vestíbulo, agarrando con fuerza la preciada botella de licor.
—Deja que se vaya —dijo a la semielfa al tiempo que trataba de contenerla colocándole una mano sobre un brazo.
Pero Arilyn se desasió.
—Está demasiado débil para viajar.
—Ni por asomo —bufó Loene—. Ese joven estaba completamente normal, si es que en su caso puede hablarse de normalidad.
Arilyn se quedó paralizada.
—No entiendo.
—Querida, anoche no tenía nada. No necesitaba esa poción. —Loene la miraba compasivamente.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Necesitas preguntarlo? A diferencia de ti, a mí no se me caen los anillos por recurrir a los venenos de vez en cuando. Sé lo que circula por ahí y conozco los efectos y los síntomas.
—Pero le diste un antídoto —señaló Arilyn—. ¿Por qué?
—Era licor de albaricoque. Sospeché que tu amigo no había sido realmente envenenado, y su rápida recuperación demostró que estaba en lo cierto.
—¿Y qué me dices de esa marca hecha a fuego?
—Bueno, vale —concedió Loene—. Quizá recibió una pizca de veneno cuando lo marcaron, pero los efectos habían desaparecido por completo cuando llegó aquí. Tú estabas demasiado preocupada para darte cuenta.
Arilyn asintió lentamente. Tenía sentido. Danilo se sentía ansioso por ponerse a salvo. Y después, ¿qué mejor manera para asegurarse de que lo seguiría estando que escabullirse de ella y del asesino? Arilyn no lo culpaba, teniendo en cuenta el ataque a su vida la noche pasada. Pero ¿por qué se sentía traicionada?
—Es un cobarde —afirmó bullendo de indignación—. Me alegro de haberme librado de él.
—Seguro —replicó Loene, a quien la furia de Arilyn no engañaba—. Olvídalo y vamos a disfrutar de los incomparables bollos que hace Graves. Podemos regarlos con lo que queda de esto —añadió, agitando la licorera.
—Me temo que no puedo —replicó Arilyn—. Tengo que irme enseguida. Danilo Thann es una cotorra. Al atardecer toda la ciudad estará al tanto de esta historia. Si quiero encontrar al asesino debo darme prisa.
—¿Volverás para contarme en qué acaba la cosa?
—¿Acaso tengo elección?
—Qué bonito es que tus amigos te conozcan tan bien —comentó Loene, risueña. Tendió la licorera de jerez al siempre presente Graves y se acercó a Arilyn para despedirla al modo tradicional de los aventureros: apretándose los antebrazos—. Hasta que las espadas se crucen.
Arilyn repitió las palabras con aire ausente; su mente ya estaba concentrada en la búsqueda. Tan pronto como Loene la soltó, la semielfa sacó de la bolsa un diminuto tarro y un peine. Entonces se extendió por el rostro un ungüento oscuro que le dio el aspecto de estar tostada por el sol y se peinó el pelo sobre las orejas. Luego se llevó una mano a la empuñadura de la hoja de luna, cerró los ojos y se imaginó un mozuelo humano. Por la risita de Loene supo que la transformación era completa.
Era una simple ilusión. De pronto, la camisa y los pantalones le iban un poco más holgados y parecían estar hechos del burdo material que se solía utilizar para la ropa de trabajo de los muchachos en edad de crecer. Una arrugada gorra mantenía el pelo sobre las orejas y ocultaba sus ojos elfos, mientras que unos guantes de trabajo cubrían sus finas manos. El resto era cuestión de pose, movimiento y voz.
—Qué mozo tan apuesto —bromeó Loene—. Me haces desear tener diez años menos.
—¿Sólo diez? —preguntó Graves con un inusual destello de humor.
Arilyn sonrió sin ganas.
—Por favor, Loene, ve con cuidado. Una visita mía puede ser suficiente para atraer al asesino. Cuídate.
—Lo haré —prometió la mujer.
—Y yo también —se apresuró a añadir el criado en voz baja.
Los ojos de Arilyn y Graves se encontraron, y la semielfa inclinó la cabeza en gesto de agradecimiento, sabiendo que sus palabras no eran en vano. Con su rostro delgado y ascético, su cabello ralo y su elegante traje negro, Elliot Graves daba la imagen de un digno mayordomo. Pero, en realidad, se había criado en los bajos fondos y era un temible luchador, de los que no olvidan ni perdonan a sus enemigos en toda una vida. Su lealtad hacia Loene era inquebrantable y ni una veintena de dragones púrpura de Cormyr podrían protegerla mejor.
Mientras salía al patio, Arilyn trató de no envidiar a Loene, pero se preguntó cómo sería tener un amigo tan leal como Elliot Graves. Ella siempre había vivido sola y no estaba segura de poder adaptarse a otra cosa. Ciertamente, el tratamiento que había dado a Danilo no había sido de los que inspiran lealtad.
Resueltamente, Arilyn relegó a un lado tales pensamientos. Durante muchos días había deseado verse libre de Danilo Thann y ahora lo había logrado. Debía concentrar todos sus esfuerzos en encontrar al asesino de Arpistas.
La semielfa dio la vuelta a la casa. Allí trepó ágilmente la verja que separaba la propiedad de Loene de la calle de la Gema, un callejón estrecho y poco transitado. Nunca se le ocurriría tratar de trepar por la verja por la parte de delante, pues estaba protegida mágicamente de los intrusos.
Tras aterrizar suavemente de pie, Arilyn se aseguró de que estaba sola y de que nadie la observaba. Una vez tranquila, se metió las manos en los bolsillos y echó a andar sin ninguna prisa por la calle de la Gema con zancadas largas y cadenciosas, como un muchacho humano que hiciera algún recado para la familia.
Cuando Danilo llegó a casa de Loene, la avenida de Aguas Profundas ya bullía con el ajetreo del comercio matutino. Puesto que no lo ocultaba ni la oscuridad ni la invisibilidad dio sigilosamente la vuelta a la casa, metiéndose en la calle de la Gema, y desmontó sin hacer ruido. Entonces se escupió en las manos y se preparó para escalar la verja.
En el mismo momento que tocó el hierro recibió una descarga de corriente mágica. El humano se apartó de la verja de un salto al tiempo que lanzaba un juramento. Tenía que hallar otro modo de entrar. Desconcertado, se rasco la cabeza mientras observaba la ventana de la habitación de invitados con ojos entrecerrados. La cuerda por la que había escapado ya no pendía de ella.
—La cuerda no está —dijo con un suave gruñido.
Así pues, se habían apercibido de su desaparición. Seguramente había sido ese Graves con su pinta de mayordomo planchado y almidonado. Danilo dudaba que pudiera comprar su silencio, por lo que tendría que hablar rápidamente para explicar a Arilyn por qué había escapado por la ventana. O mejor aún, quizá podría entrar de nuevo en la casa y arreglar las cosas con Arilyn antes de que Graves informara a las mujeres de su huida.
En la parte trasera del patio crecía un gran olmo, pero sus ramas estaban muy altas. Por suerte, Danilo había trepado a un montón de árboles en su juventud. Improvisó un hechizo, un sencillo sortilegio para mover objetos fijos. En respuesta, una de las grandes ramas del olmo se inclinó hasta el otro lado de la verja y extendió sus frondosas manos hacia el joven mago. Danilo saltó y mientras se agarraba a la rama anuló el hechizo. Inmediatamente la rama regresó a su posición original, lanzando al aristócrata hacia arriba, contra el árbol.
Danilo se dio un buen encontronazo y fue atravesando capas y más capas de follaje buscando frenéticamente dónde asirse, hasta que sus manos se cerraron en torno a una rama. Entonces se izó hasta una rama mayor y se sentó a horcajadas sobre ella. En el rostro tenía una docena de arañazos que le dolían, y cuando se apartó un mechón de cabello vio la mano manchada de sangre. El noble sacudió la cabeza, incrédulo.
—Tal vez los que me toman por idiota no andan tan desencaminados —masculló.
Tras recuperar el equilibrio fue fácil seguir subiendo. Danilo trepó por el frondoso olmo y entró por la ventana de la habitación de invitados sin problema.
Del piso de abajo le llegó el ruido de platos. Tenía que darse prisa. Tras verter un poco de agua fría que había en una jarra de la mejor porcelana de Shou en una jofaina del mismo material, Danilo se limpió su arañada cara y trató de alisar su alborotado pelo con las manos. Entonces inspiró profundamente para calmarse, esbozó su sonrisa más encantadora y boba y se la pegó en la boca. Luego siguió el sonido hasta el comedor de abajo.
Para su sorpresa, encontró a Loene sentada sola a una larga mesa de madera pulida, con la mirada fija en un vaso de jerez.
—Buenos días —saludó Danilo alegremente—. Ya veo que me he adelantado a Arilyn. ¿Aún duerme?
Loene dejó el vaso encima de la mesa y midió al noble con la mirada un largo instante.
—¿Una noche movidita? —le preguntó.
Danilo sonrió tímidamente y contestó:
—Me he cortado al afeitarme.
—¿De veras? ¿Y con qué te afeitas? ¿Con las garras de un azor?
—La cuchilla está roma. —Danilo escogió una pera del cuenco colocado sobre la mesa y le hincó el diente—. Ibas a decirme dónde está Arilyn.
—¿Ah sí?
Mantener la fachada y controlar el genio se hacía más difícil por momentos. Danilo dio otro mordisco a la pera y masticó lentamente. Mientras él trataba de serenarse, su anfitriona dijo:
—Siéntate, por favor. Me cogerá tortícolis si sigues ahí de pie.
Obedientemente, el aristócrata tomó asiento. Loene alargó una mano y le quitó una hoja del pelo.
—Por cierto —dijo con voz inocente—, ¿te apetece un poco más de licor de albaricoque?
Danilo la miró sin comprender.
—¿El antídoto? —preguntó al fin.
—Muy bien.
—Ya me pareció que tenía un sabor familiar. —Con un suspiro de resignación Danilo levantó las manos, dándose por vencido—. Tú ganas. Y ahora, por favor, ¿podemos hablar de Arilyn?
La sonrisa de Loene le recordaba a un gatito que se hubiera hartado de nata.
—Por descontado.
—¿Se ha marchado, por casualidad?
—Por casualidad, sí.
—Maldita sea. No debería haberla dejado sola ni un instante. Soy un idiota rematado —se reprochó Danilo.
—Quizá sí o quizá no —replicó la mujer, atravesándolo con la mirada.
—¿Tienes alguna idea de adónde ha ido? Cualquier pista.
—Es posible que sepa adónde ha ido Arilyn Hojaluna. —Loene sonrió y se estiró como un gato—. E incluso es posible que te lo diga.
Como buen hijo de un mercader de Aguas Profundas a Danilo no se le escapó el brillo que apareció en los ojos de la aventurera. Con un suspiro de resignación, cruzó los brazos sobre la mesa y lanzó a la mujer una mirada iracunda.
—¿Cuál es tu precio? —preguntó.
Antes de contestar su anfitriona se sirvió otro vaso de jerez y lo empujó en dirección a Danilo.
—Arilyn me contó su versión de la historia —ronroneó—. ¿Por qué no me cuentas tú la tuya?