9

—Podríamos compartirlo —se aventuró Danilo.

—Ni hablar —replicó Arilyn, mirando significativamente el estrecho catre, que era el único lecho de la habitación—. Es demasiado estrecho incluso para un par de halflings recién casados. Yo dormiré en el suelo.

Danilo la miró mientras se tumbaba en una esterilla al lado de la chimenea y se cubría totalmente con una manta.

—Debería comportarme como un caballero e insistir en que tú te quedases con la cama, pero estoy demasiado cansado para discutir —dijo.

—Mejor —fue la apagada respuesta de la semielfa.

Con un suspiro Danilo se dejó caer sobre el lecho. ¿Y qué si ésa era la alcoba más humilde de una posada de segunda categoría? Habían tenido suerte de encontrar un sitio donde dormir. Después de los rigores del viaje cualquier sitio era bueno. Sin embargo, Danilo no lograba conciliar el sueño. Ya hacía rato que la débil y acompasada respiración de Arilyn indicaba que ésta se había dormido, y él continuaba despierto, tumbado en aquel colchón lleno de bultos.

Le preocupaba el encuentro con el bribón elfo de luna. En Evereska el noble había reconocido el símbolo de Perendra en la cajita de rapé dorada. El rufián de una sola oreja se la había comprado a un elfo en Aguas Profundas, y no era descabellado pensar que ese elfo podría ser clave para descubrir al misterioso asesino de Arpistas. Para Danilo «la Serpiente». Craulnober tenía todos los números para ser ese elfo.

Mucho tiempo atrás Danilo había descubierto que cuando la gente se sale de sus casillas suele revelar más de lo que quiere. Esa noche él había hecho todo lo posible para desconcertar a Elaith Craulnober. Había sido una estrategia arriesgada, teniendo en cuenta la mala reputación del elfo, pero, por lo general, el papel de tonto lo protegía.

Danilo sonrió tristemente en la oscuridad. Había sido una de sus mejores actuaciones; pero, increíblemente, Elaith Craulnober se había mantenido impasible. Lo único que había conseguido era que Arilyn se distanciara aún más de él, lo que le importaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. El joven aristócrata echó un vistazo a la semielfa dormida.

Semielfa. Tendría que reflexionar sobre ello. Danilo entrelazó los dedos detrás de la cabeza y clavó los ojos en las grietas del techo. Desde que Khelben le mostrara el retrato de Arilyn él la había considerado una mujer humana, incluso después de enterarse de que era medio elfa. Danilo había llegado a considerarla una de las mujeres más fascinantes que había conocido en su vida, aunque, desde luego, terca y también misteriosa. Pero aquella noche había visto por primera vez la otra cara de Arilyn Hojaluna. De pronto, Danilo se había dado cuenta de que ella se consideraba más elfa que humana; nadie que contemplara su rostro durante el ritual del elverquisst lo dudaría. El carácter de Arilyn había sido forjado por la cultura elfa dentro de la cual había crecido y que, mucho se temía Danilo, no la aceptaba.

El noble confiaba en lo que le decía su intuición sobre las personas; raramente se equivocaba. De camino a Aguas Profundas había visto muchas veces a su compañera de viaje demostrar una amargura profunda e insondable para él. Danilo recordó la primera noche en la cabaña y la expresión de la cara de Arilyn mientras le contaba cómo un elfo dorado solía burlarse de ella por sus orígenes. Por primera vez Danilo se preguntó qué significaba ser una semielfa, alguien que no pertenecía por completo ni al mundo de los elfos ni al de los humanos.

Podía verlo en ella, en cómo anhelaba todo lo elfo. Arilyn se había visto atraída por Elaith Craulnober; el elfo la había embelesado con su cortesía elfa y tratándola desde un buen principio como una igual. «Etrielle», la había llamado, que Danilo sabía que era un término de respeto que se aplicaba a las elfas nobles por origen, carácter o ambas cosas. Danilo había tenido la impresión de que Arilyn no estaba acostumbrada a recibir tal tratamiento, pues se había vuelto hacia el bribón elfo como esas plantas que llaman dondiegos de día buscando la salida del sol. Por lo que había averiguado de Arilyn durante los últimos veinte días, Danilo tenía la impresión de que no era una reacción normal en ella. La semielfa se enorgullecía de su capacidad para arreglárselas sola sin ayuda de nadie.

Bueno, ya se encargaría él de vigilar de cerca a su nuevo amigo. Puesto que Arilyn no podía juzgar con objetividad al elfo de la luna, Danilo asumiría la responsabilidad de mantener la necesaria perspectiva. Él estaba en mejor situación de hacerlo.

«Pues claro que sí», pensó y se le escapó una risita. Su tío Khelben solía decirle que una persona que no se conociera a sí misma era peligrosa. Pero el bueno del archimago había olvidado mencionar que conocerse demasiado a uno mismo no siempre era una bendición.

Danilo suspiró. Quizás era ese extraño tiempo el que lo hacía estar tan meditabundo. Ahora que la lluvia había cesado, la noche era bastante cálida para el otoño. El viento había cambiado y ahora soplaba del sur, haciendo que el viejo edificio crujiera y protestara. Era una de esas noches en las que uno espera visitas desagradables, y Danilo no conseguía desprenderse de una sensación casi palpable de un inminente… algo. Cualquier cosa podía suceder en una noche como aquélla. Con tantos huéspedes cargados de dinero y de alcohol, la posada era el objetivo ideal para un ladrón o algo peor. Si a eso se le añadía el misterioso perseguidor de Arilyn, era suficiente para impedir que se durmiera.

El humano echó otro vistazo a su compañera dormida. ¿Cómo podía conciliar el sueño en una noche como aquélla? Debía de tener mucha confianza en que la hoja de luna la avisaría del peligro, cosa que, al parecer, podía hacer de modos muy distintos. Danilo la había visto relucir en el pantano de Chelimber. Otra noche, durante el viaje, Arilyn lo había despertado y había insistido en que tendieran una trampa enorme alrededor del campamento. Efectivamente, atraparon un par de osos lechuza. Arilyn había respondido a sus preguntas diciendo únicamente que la hoja de luna le había enviado un sueño para advertirla, y Danilo se felicitó de que la espada mágica poseyera ese poder. Los osos lechuza eran conocidos por su ferocidad, y si ellos no hubieran estado sobre aviso no habrían tenido ninguna posibilidad contra seres de más de dos metros y medio de altura en los que se unían las características más letales de los osos y de lechuza. En comparación con eso, ¿por qué no iba a sentirse Arilyn relativamente segura entre las cuatro paredes de la posada?

Danilo rodó sobre un costado y contempló el cielo sin estrellas por la ventana abierta. La noche, misteriosa e inquietante, estaba en consonancia con su estado de ánimo. Había luna llena, pero era noche cerrada. El fuerte viento arrastraba las nubes por el cielo, y sólo de vez en cuando se podía vislumbrar la luna redonda y plateada. A falta de algo mejor que hacer Danilo se puso a contemplar ociosamente la danza de las nubes y las formas que dibujaba la luz de la luna en las paredes de la más humilde alcoba de la posada.

Así permaneció tumbado, contando las horas por las campanas del cercano templo de Torm, hasta que, por fin, se sumió en un inquieto duermevela acunado por el movimiento de la luz de la luna.

Una oscura figura avanzó silenciosamente por el pasillo de la posada, dirigiéndose inexorablemente hacia la alcoba situada al fondo. Una pesada puerta exhibía con orgullo la inscripción «Cámara del Rey Rhigaerd», en conmemoración de una visita que el ya fallecido rey de Cormyr realizara mucho tiempo atrás. Era la habitación reservada al huésped más distinguido de la posada, y aquella noche no era una excepción.

La puerta se abrió sin su habitual crujido, y el intruso se deslizó dentro. Rhys Alacuervo descansaba hecho un ovillo bajo el grueso cobertor, con una mano colocada amorosamente sobre la tabla armónica de su arpa, al lado del lecho. La sombra avanzó sigilosamente hacia la cama, tomó una de las manos de largos y ágiles dedos de Rhys y apretó contra su palma un nefasto objeto.

Se oyó el débil silbido de la carne al quemarse. Cuando el sonido se apagó el asesino abrió la ventana y desapareció silenciosamente en la noche. Una ráfaga de viento se enredó entre las cuerdas del arpa arrancando un triste acorde con el que el instrumento se despidió de su dueño.

En ese mismo pasillo pero un poco más abajo, en una pequeña alcoba que nunca había alojado a la realeza, Arilyn Hojaluna se daba vueltas y se agitaba en sueños, sumida en una pesadilla.

Siempre que la hoja de luna le enviaba un sueño para avisarla, Arilyn inmediatamente se despertaba, lista para encararse con cualquier peligro. Era práctico. El sueño de aquella noche tenía toda la intensidad y la urgencia de uno de los que la espada le enviaba para avisarla, pero por mucho que la semielfa trataba de despertarse no conseguía sacudirse el sueño de encima. Algo se lo impedía; algo siniestro y antiguo, lleno de una desesperación que en parte era la suya propia.

Jadeando, Arilyn se encontró sentada en el suelo de la alcoba más modesta de La Casa del Buen Libar. Aún adormilada, se frotó con fuerza los ojos para alejar los últimos vestigios de sueño. Se estiró sin hacer ruido y se puso las botas. Puesto que nunca lograba volverse a dormir después de uno de aquellos sueños, decidió salir a dar un paseo.

De pronto se quedó paralizada, sin saber del todo si realmente estaba despierta. Las nubes se habían abierto y la luz de la luna iluminaba la habitación, revelando una vaga y delgada figura inclinada sobre su latoso compañero de viaje dormido.

¡Danilo! Sin pensárselo dos veces Arilyn se sacó la daga de la bota y se puso de pie de un salto, presta para arrancar el corazón del intruso. La semielfa se lanzó hacia él con la daga preparada. Pero, para su completa sorpresa, la cuchillada que debería haber matado al intruso solamente atravesó la almohada de Danilo llena de bultos. Arilyn golpeó con fuerza el catre, levantando una nube de plumas.

Danilo se despertó con una exclamación de sobresalto, y sus brazos se cerraron en torno a su atacante en un movimiento reflejo.

—¡Suéltame! —gritó Arilyn, haciendo fuerza con los codos y tratando de levantarse del catre.

Los ojos del dandi se abrieron mucho por el asombro, fijos en la daga que Arilyn aún empuñaba, pero no la soltó sino que la agarró con más fuerza de la cintura.

—¿Por todos los dioses, mujer, es que no te he dicho que no necesitas amenazarme? Ya sabes que eres bienvenida.

Arilyn respondió a la broma con una seca maldición y otro intento de soltarse. Con una velocidad y fuerza que Arilyn nunca hubiera creído posible en él, Danilo los sacó a ambos del catre y la inmovilizó en el suelo. Mientras luchaban entre las plumas que revoloteaban perezosamente, Danilo le agarró una muñeca y se la retorció hasta que a Arilyn se le quedó la mano insensible y tuvo que soltar la daga. La semielfa lo maldijo en élfico y trató de soltarse.

—Suéltame —gruñó.

—Hasta que me expliques qué pasa aquí, no.

El acerado tono del humano dejó a Arilyn sin habla. Fuera por la razón que fuese, Danilo hablaba muy en serio. Pero ella no tenía tiempo para hablar, pues todos sus instintos le decían que el intruso era el asesino de Arpistas. Nunca había estado tan cerca de él.

Arilyn se relajó, y Danilo, pensando que se daba por vencida, aflojó un poco.

Era todo lo que la semielfa necesitaba. Todos los músculos de su cuerpo, perfectamente afinados, se tensaron, y la mujer se retorció, rechazando violentamente a quien la tenía agarrada. Danilo rodó sobre sí mismo pero, para sorpresa de Arilyn, no le soltó la muñeca. La semielfa se puso de pie de un salto y propinó una patada al noble en el antebrazo. Durante un instante la acción refleja pudo más que la voluntad y Arilyn se desasió. Instantáneamente se dirigió a la puerta desenvainando la espada.

Danilo se recuperó del golpe, se lanzó hacia adelante, y agarró a Arilyn por el tobillo. La semielfa cayó de bruces, y la hoja de luna rebotó en el suelo, fuera de su alcance. Enfurecida, la aventurera golpeó a Danilo con el pie que tenía libre, y la mandíbula del humano dio un chasquido. Entonces le soltó el tobillo y empezó a jurar de una forma insospechada en alguien de su posición.

Arilyn rodó sobre su espalda y se levantó de un salto. Detrás de ella un aturdido Danilo de rodillas se llevó una mano a la cara y movió la mandíbula para comprobar si seguía entera. Satisfecha por que hubiera dejado de resistirse, la semielfa se inclinó para recoger la espada.

Pero el terco aristócrata se irguió de repente y se abalanzó sobre ella. Ambos cayeron al suelo, rodaron, dando puntapiés y tratando de ganar ventaja sobre el otro. Arilyn luchaba por liberarse, frustrada por la inesperada fuerza y persistencia del ataque de Danilo. El humano nunca podría vencerla con la espada, pero en el combate cuerpo a cuerpo era un digno rival. No podría liberarse de él a tiempo.

—Para de una vez. Se está escapando —dijo Arilyn con furia.

—¿Quién? ¿Quién escapa? —preguntó él, agarrándola aún con más fuerza.

—El asesino.

La expresión de Danilo se endureció y reflejó escepticismo. Arilyn se lanzó a un desesperado intento de convencerlo, para que comprendiera antes de que fuese demasiado tarde.

—El asesino. Estaba aquí. Lo vi junto a tu cama, inclinándose sobre ti. Atacó y… —El horror que sentía le impidió continuar.

—¿Y? —instó Danilo.

Pero Arilyn no pudo responder. ¿Qué se había hecho del intruso? Un momento la misteriosa figura estaba en la alcoba, y al momento siguiente ella ya estaba luchando con Danilo. ¿Lo habría soñado? La semielfa se incorporó y se presionó la frente con ambas manos, apenas consciente de que el noble la había soltado.

—Arilyn —dijo Danilo con voz suave, echándola hacia atrás—. Arilyn, querida, dime qué está ocurriendo.

—Ojalá lo supiera. —En su desconcierto permitió que Danilo la atrajera hacia sí, como si fuera una niña asustada.

—Dímelo —la apremió él.

—Tuve un sueño. Al despertar, al menos creo que estaba despierta, había alguien que se inclinaba sobre ti. Era el asesino.

—¿Estás segura?

—Sí. No puedo explicarlo, pero estoy segura. Así pues, saqué un arma y ataqué. —Antes de que Danilo pudiera decir nada, sonó un fuerte golpe en la puerta.

—¿Lord Thann? ¿Va todo bien ahí dentro?

—¡Maldita sea hasta el noveno infierno! Es el posadero —masculló Danilo—. Sí, Simon, todo va perfectamente —gritó—. Perdón por el jaleo. Ha sido sólo una pesadilla, nada más.

—No parecía una pesadilla, señor —objetó Simon.

—Sí, bueno —improvisó Danilo—, cuando mi acompañante despertó de la pesadilla necesitaba que la… mmm consolaran. Una cosa llevó a la otra y… bueno, mis disculpas si hemos molestado a alguien.

—¿Estáis seguro de que no pasa nada?

—Nada en absoluto.

Hubo un silencio seguido de una breve risita.

—Lord Thann, puesto que mis huéspedes menos afortunados quieren dormir, ¿os importaría no armar tanta bulla?

—Te aseguro que no despertaremos a nadie más.

—Gracias, señor. Buenas noches. —Los pasos del posadero se alejaron de la puerta y fueron apagándose.

Danilo bajó la mirada hacia la semielfa, sin saber cómo reaccionaría ésta. Pero Arilyn estaba demasiado preocupada para sentirse ofendida por la escandalosa explicación del noble. Una vez seguro de que no corría peligro, Danilo le apartó de la cara un rizo húmedo de cabello azabache.

—Sólo ha sido un sueño —le dijo suavemente.

—No —insistió Arilyn, apartándose de él. Se levantó y se abrazó a sí misma, cogiéndose los codos con las manos mientras trataba de resolver el misterio con toda su capacidad mental—. Ha sido más que una pesadilla; más que un sueño para advertirme.

—Oye, me parece que estás un poquito alterada —dijo Danilo, extendiendo las manos delante del cuerpo en un gesto que pretendía tranquilizarla—. ¡No es de extrañar! Teniendo en cuenta por lo que has pasado últimamente es normal tener pesadillas. Cada vez que recuerdo a esos osos lechuza me entran ganas de…

Danilo se interrumpió, pues era evidente que Arilyn no lo escuchaba. Tenía la mirada fija, y en su rostro el alivio y el horror luchaban por obtener el dominio.

—Sabía que no era un sueño —susurró.

Danilo siguió su mirada. En la palma de su mano izquierda brillaba con un débil resplandor azulado una pequeña arpa y una luna creciente. El símbolo de los Arpistas.

Las agitadas nubes se abrieron, y la intermitente luz de la luna iluminó dos figuras que avanzaban por un lado del edificio. Una de ellas se movía con seguridad por la estrecha cornisa, mientras que la otra se agarraba al edificio y se arrastraba dificultosamente tras la primera.

—Supongo que estás acostumbrada a las alturas —murmuró Danilo, aferrándose al muro y pugnando por seguir el paso de su mucho más ágil compañera.

—Más o menos —replicó Arilyn distraída, pensando sólo en su meta.

—Espero que el bardo haya dejado la ventana abierta —se quejó Danilo—. Por cierto, ¿sabes forzar puertas? Claro que sí. Olvida la pregunta. Es que se me acaba de ocurrir que si tienes que forzar la ventana, bueno, podrías haber hecho lo mismo con la puerta, y nos habríamos ahorrado la molestia de reptar por el muro como si fuésemos dos malditas arañas.

—Silencio —susurró Arilyn, tragándose el enojo que sentía. Una vez más se reprochó interiormente haberse sentido atraída hacia Danilo Thann. Era un hombre de lo más frustrante; un momento era un astuto luchador, otro un amigo comprensivo y otro un bobo bueno para nada. Normalmente era esto último. Pero ahora era más simple que nunca, sin duda porque el ataque dirigido contra su preciosa persona lo había intimidado. Debería haberlo dejado atrás, encogido de miedo en esa deprimente alcoba.

Arilyn bordeó una ventana con aguilón, segura pese a la diminuta superficie de apoyo, pero Danilo tropezó y agitó frenéticamente los brazos al tiempo que se inclinaba peligrosamente hacia adelante. La semielfa lo agarró por la capa y tiró de él hacia atrás.

—Cuidado —le espetó—. ¿Estás seguro de que Rhys Alacuervo duerme en la habitación del fondo?

—Totalmente —resopló Danilo, agarrándose con ambas manos al muro mientras echaba un vistazo al patio de abajo. Pese a que trataba de hablar con aire despreocupado, la voz le temblaba—. Pedí al posadero la Cámara del Rey, donde suelo alojarme cuando le doy demasiado al zzar, pero Simon me informó de que estaba reservada para el bardo. ¡Imagínate!

Se acercaban al final del edificio. Arilyn le indicó a Danilo por señas que permaneciera callado y avanzó con sigilo hasta la última ventana. Estaba abierta. La semielfa entró silenciosamente en la habitación y se ocultó tras las pesadas cortinas de brocado que flanqueaban la ventana. En la habitación no se oía ningún sonido; no había ni rastro de un intruso.

Conteniendo la respiración, Arilyn se aproximó al lecho y colocó los dedos sobre el cuello del bardo.

—Demasiado tarde —gruñó suavemente.

Danilo entró en la habitación tambaleándose y fue a reunirse con ella.

—¿Muerto? —susurró. Por una vez su rostro aparecía pálido.

—Sí. —La semielfa señaló la marca a fuego en la palma de la mano vuelta hacia arriba. Arilyn sentía que la rabia le corría por las venas como fuego líquido—. Mataré a ese monstruo —juró en voz baja.

—No lo dudo, pero esta noche no —replicó Danilo cogiéndola por un codo—. Tenemos que marcharnos de aquí. Enseguida.

—¡No! —Arilyn se desasió bruscamente—. Estoy demasiado cerca.

—Exactamente —dijo Danilo con voz forzada—. Peligrosamente cerca, diría yo. Mira, es posible que tú no temas a ese asesino de Arpistas, pero a mí no me sentaría nada bien una lividez cadavérica. —El noble alzó la palma izquierda para que su compañera viera la reluciente marca azulada—. ¿Recuerdas esto?

—Tú puedes irte cuando quieras —dijo Arilyn.

Danilo se llevó la mano marcada a la cabeza para alisarse el ensortijado cabello alborotado por el viento. El movimiento le hizo perder el equilibrio y tuvo que agarrarse a un pilar de la cama para no caer.

—¿Irme? Nada me gustaría más que salir corriendo de aquí para ponerme a salvo —replicó—. Pero ¿te has parado a pensar que quizá no puedo hacerlo?

Arilyn retrocedió y le dirigió una penetrante mirada.

—¿De qué estás hablando?

—De mí. Me siento fatal.

—Y yo también. Conocía a Rhys Alacuervo de Suzail.

—No, no me refiero a eso, aunque también es algo a tener en cuenta. Me encuentro mal. Piensa —dijo, señalando al bardo muerto—. ¿Qué mató a Rhys Alacuervo? ¿Acaso ves sangre o signos de lucha?

—No, nada —admitió ella—. Eso es parte del problema. Todas las víctimas fueron asesinadas mientras dormían y no mostraban más marcas que… —Los ojos de la semielfa se abrieron mucho—. Veneno —añadió en un agrio susurro—. La marca está envenenada. No se la hace después de muertos, como creíamos. Los mata con una marca mágica y envenenada.

—Sí, yo también lo creo —convino con ella Danilo—. Ni tú ni yo contamos con los medios para hacer frente a un asesino con poderes mágicos, ni siquiera si logramos dar con él. Y dudo que podamos.

Arilyn comprendió y los ojos se le desorbitaron. Entonces cogió la mano de Danilo y la contempló fijamente, como si pensara que podía borrar la marca sólo con la fuerza de voluntad.

—Oh, dioses, a ti también te ha envenenado. ¿Qué hacemos aquí parados? ¿Estás bien?

El noble se encogió de hombros tratando de tranquilizarla.

—Sobreviviré, creo. Interrumpiste al asesino antes de que me inoculara todo el veneno, pero me empieza a rodar la cabeza.

—El tejado —dijo Arilyn, recordando que Danilo había estado a punto de caer.

—Entonces me lo imaginé —admitió Danilo con una débil sonrisa—. Yo también estoy acostumbrado a entrar y salir por las ventanas y tengo un excelente sentido del equilibrio. Es posible que me haya oxidado un poco, pero no tanto. Ese traspié puso todas las piezas del rompecabezas en su sitio. —Su voz se endureció de pronto—. Tú me metiste en esto y por tu culpa han estado a punto de matarme, una vez más debería añadir. Así pues, vas a llevarme a un lugar seguro. Enseguida.

Arilyn asintió secamente sintiéndose frustrada porque sabía que el asesino andaba cerca y también preocupada por Danilo. Pese a sus protestas, el joven aristócrata se veía lívido. Si la cosa iba a más no sería capaz siquiera de salir de la posada por su propio pie.

—Vamos —dijo la semielfa, y añadió secamente—: En estas circunstancias quizá será mejor salir por la puerta.

—Oh —exclamó Danilo, alejándose de la ventana—. Buena idea.

Arilyn echó una mirada a la bolsa mágica que pendía del cinturón del humano y recordó que en su interior llevaba un libro de hechizos. No le gustaba nada emplear magia pero no le quedaba más remedio.

—¿Por casualidad conoces el hechizo de la invisibilidad?

—No, pero si cantas algunos compases yo trataré de seguirte —respondió Danilo en tono algo aturdido.

Arilyn lo miró realmente preocupada.

—Debes de haber asimilado mucho más veneno del que creíamos. Esa broma ya era vieja en los tiempos de Myth Drannor.

El pisaverde replicó con una débil sonrisa. Entonces levantó los ingredientes del hechizo e indicó a Arilyn por señas que se pusiera junto a él.

—En estos momentos yo también me siento muy viejo. Vamos, salgamos de aquí.

Pocos minutos más tarde unos invisibles Arilyn y Danilo se dirigían silenciosamente al noroeste, hacia el distrito del Castillo, donde tenía la casa la aventurera Loene. Era el lugar más seguro que se le ocurría a Arilyn. La casa de Loene, ubicada en la avenida de Aguas Profundas, era una auténtica fortaleza situada al alcance de la vista de los soldados estacionados en el castillo. Al recordar la estela de muertos que iba dejando a su paso, la semielfa detestaba implicar a la mujer; no quería conducir al asesino de Arpistas a casa de Loene.

Pero no podía hacer otra cosa. El esfuerzo de lanzar el hechizo que los haría invisibles a ellos dos y también a los caballos había mermado las fuerzas de Danilo, que parecía debilitarse por momentos. Arilyn temía que si se desmayaba ya no volvería a recuperar la conciencia. Tal vez si lo animaba a seguir hablando… No debería resultarle demasiado difícil.

—¿Estás seguro de que el posadero no sospechará de nosotros por la muerte del bardo? —preguntó en un susurro.

Danilo asintió y el esfuerzo estuvo a punto de tirarlo del caballo.

—¿Por qué? —inquirió de nuevo Arilyn, alargando un brazo para volver a poner al noble erguido sobre la silla.

—Dejé una ilusión mágica en nuestra alcoba —masculló Danilo—. Antes de salir para ver cómo estaba el bardo. Por lo que pudiera pasar.

—Oh.

Por el rostro del dandi cruzó un atisbo de sonrisa.

—Por la mañana, la criada verá una gran botella de zzar vacía encima de la mesa y dos figuras dormidas, entrelazadas en el camastro —explicó con un hilo de voz—. Saciadas y roncando.

—Con una notable semejanza contigo y conmigo, supongo —comentó la semielfa, que hundió la cabeza, resignada.

—Por supuesto. La ilusión durará hasta media mañana y para entonces ya se habrá descubierto el cuerpo del bardo.

Arilyn no tuvo otro remedio que admirar aquella solución, por retorcida que le pareciera.

—No es de extrañar que estuvieras a punto de caerte de la cornisa. Lanzar ese hechizo debió de costarte mucha energía.

—Sí, pero también fue divertido —masculló el humano y otra vez se inclinó peligrosamente hacia un lado. Rápidamente Arilyn lo ayudó a estabilizarse.

—Aguanta sólo un poco más —le instó—. La casa de Loene está al doblar esa esquina. ¿Ves ese enorme olmo allí delante? Pues eso es el patio trasero de la casa.

—La verdad, no me encuentro nada bien.

La mansión de Loene era como una fortaleza en miniatura, incluso tenía torres y torreones. La rodeaba una verja de hierro forjado tan decorativa como impenetrable. «Aquí estaremos seguros», pensó Arilyn. Al llegar a la puerta de la verja desmontó rápidamente, ayudó a Danilo a bajar del caballo y colocó uno de los brazos del hombre por encima de sus hombros. Danilo apoyaba todo el peso en ella mientras ésta ataba a la verja las riendas de sus invisibles monturas y forzaba la cerradura con un pequeño cuchillo.

—¿Tienes costumbre de entrar así? —farfulló Danilo, que observaba sus movimientos—. ¿Y ahora qué? ¿Nos lanzarán una bola de fuego o avisarán a la guardia?

—Ni una cosa ni la otra. Loene me conoce. No pasará nada —le aseguró Arilyn, demostrando más confianza de la que verdaderamente sentía.

Ella y Danilo seguían siendo invisibles, y eso podría ser un problema. No es fácil convencer a alguien de tu sinceridad si esa persona no te puede mirar a los ojos, pero tampoco podía permitir que Danilo malgastase energías para disipar la magia.

Arilyn tuvo que arrastrar casi a Danilo por el camino. Al llegar a la puerta alzó el llamador y golpeó con brío usando el código que le había enseñado Nain Silbidoagudo, miembro del grupo conocido como Compañía de los Audaces Aventureros. Sin duda los habitantes de la casa reconocerían el código; Nain había liberado a Loene de la esclavitud y después de eso, la mujer había compartido las andanzas del grupo durante muchos años.

La puerta se abrió unos milímetros, y una voz rasposa preguntó:

—¿Quién es?

Era Elliot Graves, el sirviente de Loene. Sólo él conseguía que su voz sonara a un tiempo orgullosa y empapada de whisky.

—Soy yo, Graves, Arilyn Hojaluna.

—¿Dónde?

La puerta se abrió un poco más, y un rostro delgado y cauteloso miró a Arilyn pero, naturalmente, no consiguió verla. La semielfa no dudó ni por un momento que Elliot Graves tenía la maza a mano. El hombre era tan buen luchador como buen cocinero y no parecía nada satisfecho de que alguien hubiera violado el patio protegido por la verja de hierro.

—Estoy aquí, Graves, pero soy invisible. Traigo a un amigo que está gravemente herido. Por favor, déjanos entrar.

La urgencia que se percibía en su voz convenció al sirviente.

—De uno en uno —dijo abriendo la puerta sólo lo suficiente para que una persona pudiera pasar de lado.

Arilyn empujó a Danilo hacia adelante, y éste cayó de bruces sobre la alfombra calimshita.

—El primero —comentó el noble, tendido boca abajo, con voz de borracho.

La semielfa atravesó la puerta rozando a Graves y se arrodilló junto a Danilo. Al notar que Arilyn había entrado, el sirviente cerró la puerta de golpe y echó el cerrojo.

—¿Qué es tanto alboroto? —preguntó una voz imperiosa.

Arilyn alzó la vista. Loene había aparecido en lo alto de la escalera, ataviada con ropa de dormir de seda de un pálido color dorado y sosteniendo una daga decorada con gemas en cada mano. La cabellera leonada le caía en desorden sobre los hombros, y sus grandes ojos avellana recorrían el vestíbulo vacío. En el pasado había sido obligada a ejercer de «mujer de placer» por su exquisita cara y figura, pero después se había convertido en una hábil luchadora y aventurera. Ahora, en su madurez, la mujer seguía siendo hermosa y letal. Poseía la misma gracia que un felino del desierto y en aquellos momentos tenía un aspecto igualmente peligroso.

—Soy Arilyn Hojaluna —explicó la semielfa atropelladamente—. He traído a un amigo. Lo han envenenado.

—Elliot, tráeme el maletín de los venenos —ordenó Loene al criado, sin apartar la mirada de la alfombra que cubría el amplio vestíbulo. Graves se esfumó, sosteniendo aún la maza.

—Bueno, bueno. Arilyn Hojaluna. ¿Desde cuándo recurres a hechizos de invisibilidad? —inquirió Loene, al tiempo que bajaba la escalera con gracia felina. Al llegar abajo depositó las dagas encima de una mesilla de mármol.

—No he tenido otro remedio.

—Ya me lo imagino —replicó Loene secamente. La mujer hizo girar el anillo mágico que llevaba al tiempo que murmuraba las palabras que anularían el hechizo de Danilo. Al hacerlo, aparecieron encima de la valiosa alfombra dos siluetas que fueron tomando cuerpo hasta convertirse en las figuras de un hombre tendido en el suelo y una semielfa. Los hermosos ojos de Loene se clavaron en Arilyn con curiosidad.

—Ah. Ahí estás. Por cierto, tienes un aspecto terrible.

La mujer se aproximó a las figuras, se arrodilló junto a Arilyn y buscó al hombre el pulso con unos dedos de uñas decoradas con alheña.

—Fuerte y regular —dictaminó—. Tiene buen color y respira tranquilo. ¿Qué le ha ocurrido? ¿Veneno, has dicho?

—Es una larga historia —se limitó a responder Arilyn, sin dejar de mirar, angustiada, a su compañero.

—Humm… Ardo en deseos de escucharla. Oh, gracias, Graves —dijo Loene cogiendo el maletín del criado—. ¿Quién es tu amigo?

—Danilo Thann.

—Dan… —empezó a repetir Loene, pero entonces rompió a reír desdeñosamente—. Chica, has escogido un momento muy extraño para empezar a confiar en quienes emplean la magia. Sus trucos de magia de salón fallan más que un cohete de Shou. ¡Uf! Y el aristócrata pesa lo suyo. Échame una mano.

Las dos aventureras lograron dar la vuelta al joven noble. Loene le levantó suavemente un párpado y luego el otro, se quedó pensativa un momento y eligió un pequeño frasco azul del maletín de pociones, que tendió a Arilyn.

—Un antídoto —dijo Loene—. Muy poco común. Funciona con una sorprendente rapidez.

Sin perder ni un segundo, la semielfa destapó el frasco, levantó a Danilo la cabeza y le acercó la poción a los labios. El hombre abrió de pronto los ojos.

—Imagínate que es rivengut —le aconsejó Arilyn con un toque de sombrío humor.

La sola mención de su bebida favorita animó a Danilo, que tomó un sorbo del antídoto. Inmediatamente pareció revivir, se apoyó sobre un codo y contempló el vestíbulo en el que se encontraba.

—Me siento mejor —anunció, sorprendido.

—¿Seguro? —insistió Arilyn.

—Casi tan bien como nuevo —añadió él, mostrándole subrepticiamente la palma de la mano. La marca era ahora mucho menos evidente, y la aliviada semielfa hundió los hombros tranquilizada.

Loene se sentó sobre los talones y contempló la escena que se desarrollaba ante sus ojos con una sonrisa. Hacía años que conocía a Arilyn y nunca la había visto tan agitada. Debería haber sabido que ninguna poción y ningún antídoto funcionaba tan rápidamente, y sus sentidos elfos —por lo general tan agudizados— deberían haber captado el aroma del licor de albaricoque que contenía el frasco azul.

«Ah, aquí pasa algo», pensó Loene. Si tenía una debilidad que estaba dispuesta admitir, ésta era que se volvía loca por las historias interesantes y poco corrientes. Y esa noche una había llamado a su puerta.

—Supongo que las explicaciones tendrán que esperar a mañana —dijo la mujer con voz pesarosa—. Por favor, Graves, lleva a nuestros invitados a sus camas.

—A su cama —corrigió Arilyn.

—Oye, oye; me parece que sobrestimas los poderes de la poción curativa —protestó Danilo.

La semielfa le lanzó una dura mirada que habría dejado helado a un hombre más prudente y acto seguido le dio la espalda.

—Con tu permiso, Loene, dejo a Danilo a tu cuidado. Yo debo atender unos asuntos importantes.

—Ni hablar elfa —replicó Loene con ceño, levantándose y poniéndose en jarras—. Tu amigo puede quedarse aquí hasta que esté en condiciones de viajar, pero si tratas de marcharte sin explicarme qué está pasando te arrancaré ese pellejo azul que tienes.

Arilyn se puso en pie con un suspiro de resignación.

—Muy bien, muy bien. Supongo que un breve retraso ya no importa demasiado. Será mejor que abras la botella de jerez y te prepares para escuchar una larga historia.

—Siempre guardo una botella llena, por si decides dejarte caer por aquí —ronroneó Loene, sonriendo satisfecha—. Tú te ocuparás de nuestro otro invitado, ¿verdad, Graves?

—Como ordene la señora.

La mujer y la semielfa se dirigieron del brazo al estudio de Loene para contarle sus aventuras.

Danilo las miró marchar sentado en la alfombra con las piernas cruzadas. Con una satisfacción puramente personal se fijó en que Arilyn le lanzaba una última mirada de preocupación antes de marcharse. Un significativo carraspeo le llamó la atención, y alzó la vista hacia el criado. La maza que le colgaba del cinto desentonaba con el elegante mobiliario del vestíbulo.

—Si se siente con fuerzas para andar, señor, le mostraré su habitación. —Cuando Danilo asintió, Graves se inclinó y ayudó al noble sin demasiada amabilidad a ponerse de pie.

Danilo se colgó del brazo del sirviente y procuró apoyarse en él mientras subían lentamente la escalera. Dos enormes mastines negros los siguieron, sin quitar ojo de encima a Danilo. El aristócrata rezó para que estuvieran bien alimentados. Asimismo se dio cuenta de que el enjuto sirviente era asombrosamente fuerte y que su voz ronca de bebedor y sus ojos del color del frío acero no hubieran llamado tanto la atención en el campo de batalla como en el distrito del Castillo de Aguas Profundas. Era tranquilizador, y súbitamente Danilo se sintió un poco mejor por lo que debía hacer; si tenía que dejar sola a Arilyn unas horas, al menos estaría bien protegida.

El dandi dejó que Graves lo condujera a una habitación de invitados lujosamente decorada y lo ayudara a sentarse en una silla.

—¿Desea algo más el señor? —preguntó Graves fríamente.

—Sólo dormir —le aseguró Danilo—. Esa poción hace milagros.

—Sí, señor. —El criado cerró la puerta firmemente tras de sí.

Danilo escuchó hasta que los pasos de Graves se alejaron. Cuando todo quedó en silencio se levantó y cogió la bolsa mágica que llevaba anudada a la cintura. De ella sacó el libro de hechizos y un trozo de cuerda. Rápidamente estudió las runas de una de las páginas y se aprendió de memoria el complicado hechizo que debía lanzar. Una vez aprendido, volvió a meter el libro en la bolsa.

No le quedaba ni rastro de aquella sensación de letargo. Los efectos del veneno se habían disipado mucho antes de llegar a casa de Loene, aunque había fingido debilidad para alejar a Arilyn de la posada y de un asesino capaz de esfumarse de una habitación cerrada con llave.

Danilo abrió una ventana, ató la cuerda a un pilar de la cama y descendió por ella hasta el patio. Tras su experiencia en la cornisa de la posada no tenía ninguna intención de probar un hechizo de levitación desde un segundo piso, ni con ni sin antídoto. «Por cierto —se dijo— debo averiguar qué era ese brebaje. Era realmente bueno».

Entonces sacó de la bolsa mágica los ingredientes del hechizo y ejecutó una complicada serie de gestos y cantos. Tras elevarse hacia el cielo nocturno y saltar por encima de la verja, aterrizó sobre la calle ligero como una pluma. Finalmente, caminó en silencio hasta la parte delantera de la casa y anuló el encantamiento de invisibilidad de su caballo.

En el horizonte el cielo nocturno apenas empezaba a aparecer plateado cuando Danilo se puso en marcha hacia el oeste por la avenida de Aguas Profundas. Un poco más allá unos pocos parroquianos estaban saliendo de la Casa de Placer y Salud de la Madre Tathlorn, una mezcla de sala de fiestas y casa de baños muy lujosa y popular. Era una señal inequívoca de que pronto amanecería.

Danilo Thann dio una violenta sacudida a las riendas del caballo y lo puso al galope en dirección a la cercana torre de Báculo Oscuro.