8

El levante soplaba con fuerza desde el mar trayendo con él una fría llovizna. De vez en cuando una ráfaga caprichosa apagaba uno de los faroles que iluminaban el camino del Comercio hacia Aguas Profundas.

Pese al mal tiempo, los viajeros que aguardaban ante la Puerta Sur de Aguas Profundas estaban de muy buen humor. Al día siguiente empezaría la Fiesta de la Luna, lo que significaba tanto jolgorio como buenos negocios. Durante los siguientes diez días las calles se llenarían de vendedores y estarían animadas por artistas ambulantes. La mayor parte del comercio se concentraría alrededor del Mercado y de la adyacente calle del Bazar, pero toda la ciudad se preparaba para la festividad.

La multitud reunida junto a la Puerta Sur era en verdad heterogénea. Estaban las habituales caravanas de comerciantes con mercancías traídas por las rutas terrestres del este y el sur, artesanos con carretillas y carros cargados con mercancías que pensaban exponer en los mercados al aire libre, además de viajeros de todas las profesiones y condiciones sociales que acudían a Aguas Profundas para aprovisionarse para el invierno y disfrutar de una última salida antes de que el mal tiempo los confinara en sus casas.

Los músicos y artistas itinerantes aprovechaban el tiempo que quedaba para que todo estuviera montado, mostrando de manera bien visible los recipientes donde sus cautivos espectadores podían depositar sus monedas. Una hermosa bailarina que se balanceaba sinuosa a los quejumbrosos sones de un cuerno de madera, y que iba ataviada únicamente con un vaporoso vestido propio de un harén calimshita, atrajo a un numeroso grupo, que se hizo aún más numeroso cuando, por efecto de la lluvia, las transparencias se hicieron más visibles. A poca distancia cuatro bailarines de las selvas de Chult giraban en círculo. Llevaban vestidos adornados con flores exóticas, y las campanillas atadas a sus tobillos desnudos tintineaban con fuerza cuando ellos golpeaban el suelo en contrapunto al ágil ritmo de sus atezados brazos y cuerpos. Algunos pasos más allá un hábil halfling hacía malabarismos con diversas armas de pequeño tamaño. Unos pocos vendedores de alimentos estaban haciendo su agosto, y el tintineo de las monedas que cambiaban de manos amenazaba con ahogar el sonido de la lluvia de otoño.

En previsión de la muchedumbre que acudiría a la ciudad se había doblado la guardia de la Puerta Sur, y los soldados comprobaban los papeles y permitían con rápida eficiencia el paso de la gente por la puerta a empujones. La lluvia arreció, y los helados y cansados guardias aceleraron los trámites de admisión. Uno de ellos, tras reconocer al hijo menor de lord Thann, se llevó brevemente una mano a la frente en señal de respeto y lo dejó pasar sin más, sin ni siquiera lanzar una mirada a la menuda figura envuelta en una capa oscura que cabalgaba a su lado.

—La mala fama tiene sus ventajas —comentó Danilo alegremente a su compañera. Si Arilyn lo oyó no lo demostró. Ambos, con el noble a la cabeza, se dirigieron a caballo hacia el norte por la Carretera Alta, una avenida adoquinada que era la principal vía del distrito Sur. Por allí entraba a la ciudad la mayor parte del comercio interior. Estaba flanqueada por establos y almacenes muy bien acondicionados así como un buen número de atractivas posadas y tabernas.

Aguas Profundas estaba preparada para acoger una gran afluencia de viajeros. Los edificios se veían totalmente iluminados. Los mozos de cuadras y los cargadores iban de aquí para allá, ocupándose de mercancías y animales. Los posaderos daban la bienvenida a sus huéspedes con alegría y presteza.

Danilo y Arilyn pasaron por delante de las primeras posadas sin detenerse, pues a muchos viajeros ya no los dejaban entrar por estar completas. Lo mismo ocurría más al norte, y, encima, la tormenta empeoró. Las que en el pasado fueran yeguas consentidas ahora chapoteaban resignadas en los charcos, con la cabeza inclinada bajo una lluvia torrencial. Después de hacer una señal a Arilyn para que lo siguiera, Danilo guió a su yegua lejos de la multitud, hacia la primera de una serie de estrechas calles sinuosas.

Pasaron por delante de una sucesión de almacenes y después por un pequeño barrio comercial, en el que a ambos lados de la calle pulcras tiendas se agolpaban con camaradería. Encima de la mayoría de ellas se habían construido casas que sobresalían tanto que sus ocupantes podían asomarse a la ventana y darse la mano, si así lo deseaban. Los habitantes del barrio eran pobres pero trabajadores; los humildes edificios estaban en un perfecto estado, sin excepción, las calles se veían limpias e incluso a aquellas alturas del otoño las jardineras de las ventanas lucían una gran profusión de hierbas aromáticas. Unas pocas y tercas plantas perfumaban la atmósfera lluviosa.

Danilo guió a la semielfa hacia la calle Empinada, llamada así porque subía una pequeña colina. Arriba se erigía un desgarbado edificio que en un principio fue de madera pero al que recientemente se habían añadido estructuras de adobe y cañas. Las largas ventanas enmarcadas por cortinas blancas y púrpura, bordadas con la marca de algún que otro gremio, brillaban con alegre luz. Sobre la puerta principal pendía un enorme letrero con la misma marca tallada y que proclamaba que el establecimiento era La Casa del Buen Libar.

—Vamos a dejar los caballos —gritó Danilo para hacerse oír pese al viento. Arilyn inclinó la cabeza y lo siguió a través de una serie de edificios conectados entre sí y situados en una calle en forma de herradura. Primero pasaron por una gran estructura de madera que, por el olor a levadura, debía de ser una fábrica de cerveza. Después lo hicieron por un almacén de piedra del que emanaba el aroma de vainilla y mantequilla propio del vino blanco que envejecía en buenas barricas de roble. El gran edificio vecino parecía que se utilizaba para almacenar zzar, el recio vino por el que Aguas Profundas era famosa. Arilyn expresó su desagrado arrugando la nariz; ese peculiar aroma almendrado sólo podía proceder de aquel fuerte licor color naranja. Como la mayoría de los elfos, Arilyn aborrecía aquel vulgar brebaje, pero el zzar se consideraba la bebida por excelencia de Aguas Profundas. Lo cual era muy significativo, se dijo Arilyn.

Finalmente doblaron la calle curva y llegaron al último edificio: los establos. Arilyn vio con satisfacción que parecían cálidos y limpios; las yeguas habían soportado un largo y duro viaje, y se merecían un buen descanso.

El mozo de cuadras que salió a la carrera para coger las riendas reconoció a Danilo y lo saludó con gran deferencia, tras lo cual le prometió solemnemente que trataría a los caballos con especial cuidado. «Por todos los dioses —pensó Arilyn con irritación—. ¿Es que no hay ninguna taberna ni ningún soldado en esta ciudad que no conozca a Danilo Thann?».

Tras dejar a los caballos y entregar un generoso puñado de monedas al sonriente mozo de cuadras, Danilo cogió a Arilyn por la mano y atravesó corriendo el pequeño patio que separaba los establos de la puerta trasera de la posada, arrastrando a la semielfa tras de sí. Ambos irrumpieron en un pequeño vestíbulo, donde Arilyn se desasió bruscamente de la mano del dandi. Sin dar impresión de notar nada extraño en el comportamiento de su compañera, Danilo se quitó una empapada capa y la colgó de un gancho. A continuación ayudó a Arilyn con un galante ademán a quitarse la suya y la colgó junto a la otra.

—Qué cómodo y calentito se está aquí —comentó el noble. Tras colgar asimismo su sombrero de ala ancha de un gancho, se alisó el cabello y se fue frotando las manos y soplando en ellas mientras esperaba pacientemente a que Arilyn acabara de arreglarse.

Ésta no necesitaba ningún espejo para saber que tenía la cara literalmente azul de frío. En un intento por no ofrecer un aspecto tan desaliñado se alisó sus mojados rizos tras las orejas y se ató un pañuelo azul sobre el pelo. Danilo frunció los labios pero, muy juiciosamente, se abstuvo de hacer ningún comentario. Cuando estuvo lista, el noble le puso una mano en la región baja de la espalda y la empujó suavemente hacia la puerta que conducía a la taberna propiamente dicha.

—No es La Jarra de Jade —se disculpó Danilo, refiriéndose a la hospedería más lujosa de la ciudad—, pero es habitable y, sobre todo, es el cuartel general del Gremio de Vinateros, Cerveceros y Destiladores. He estado aquí muchas veces. No tiene ni atmósfera ni estilo pero puede vanagloriarse de ofrecer la mejor selección de bebidas espirituosas de toda Aguas Profundas.

Tal estimación de los méritos de la posada irritó a Arilyn. Quizá La Casa del Buen Libar no estaba a la altura del aristócrata, pero después de tantos días de penoso viaje, para ella era un atractivo refugio. El salón principal, que tenía el techo bajo y pequeños rincones que creaban una sensación muy agradable, estaba caliente e iluminado por una luz tenue. En el aire flotaba el olor a carne asada, cerveza agradablemente amarga así como el aroma de los troncos de pino de tea que crepitaban en una enorme chimenea. Fueran cuales fuesen las supuestas limitaciones de la posada, negocio no le faltaba. Alegres camareras y robustos mozos llevaban de acá para allá grandes bandejas llenas de bebidas y de comida sencilla pero bien preparada.

—Las he visto peores —replicó Arilyn en tono cortante.

—¡Alabada sea la Dama Medianoche! ¡Es un milagro! ¡Habla! —exclamó Danilo fingiendo sorpresa y retrocediendo.

Arilyn lo fulminó con la mirada y entró en la taberna pasando junto a él como si no existiera. Durante casi veinte días había tratado en vano de hacer caso omiso de la presencia de aquel mentecato y sólo le había dirigido la palabra cuando era estrictamente necesario. Sin embargo, Danilo no se había mostrado ofendido por su silencio, y no había cesado de parlotear y lanzarle pullas como si fueran amigos de infancia.

—Tú busca una buena mesa y yo me encargo de las habitaciones —sugirió Danilo, que la seguía.

La semielfa giró sobre sus talones y le dijo bajando la voz:

—Esto es Aguas Profundas. Esta noche nos decimos adiós. Es probable que tu objetivo más apremiante en estos momentos sea emborracharte, pero yo estoy aquí para buscar un asesino, ¿recuerdas?

Impasible, Danilo esbozó su más irresistible sonrisa.

—Sé razonable, querida. Que hayamos llegado a Aguas Profundas no significa que debamos fingir que no nos conocemos. De hecho, sería bastante difícil en una posada tan pequeña como ésta. Mira a tu alrededor.

El noble hizo un gesto que abarcaba todo el salón. La variada clientela que lo llenaba casi por completo estaba compuesta en su mayor porte por esforzados artesanos de Aguas Profundas así como un puñado de ricos comerciantes y nobles, todos ellos bebedores habituales que sabían apreciar los méritos de la posada. Algunos parroquianos llevaban exóticos atuendos y parecían haber recorrido un largo camino, lo que indicaba que habían acudido a la ciudad atraídos por el festival. Los parroquianos charlaban en voz baja, saboreando la bebida y la comida con aire de satisfacción. A juzgar por las mesas atestadas de jarras y las vacuas sonrisas de la mayoría de los clientes, muchos de ellos habían decidido dedicar toda la velada a empaparse de alcohol. Apenas quedaban mesas libres.

—¿Ves? —prosiguió Danilo—. No tienes más remedio que pasar otra noche conmigo. Ya casi ha pasado la hora de la cena, y sería estúpido que uno de nosotros saliera afuera con esta tormenta en busca de otra posada, y total por nada. A decir verdad, dudo que quede ninguna habitación libre en toda Aguas Profundas. Puesto que aquí soy un cliente habitual y, aunque esté mal decirlo, se me aprecia, se ocuparán bien de nosotros.

Al ver que la semielfa dudaba, el noble insistió:

—Vamos, mujer. Ambos tenemos frío y necesitamos reposar bien esta noche. Además, al menos a mí no me importaría comer algo que no hayamos tenido que cazar antes.

Sí, tenía razón, admitió Arilyn mentalmente.

—De acuerdo —accedió de mala gana.

—Está decidido. —Algo a espaldas de Arilyn captó la atención de Danilo—. ¡Ah! Ahí está el posadero. ¡Eh tú! ¡Simon! —gritó, al tiempo que se dirigía hacia un hombre regordete con un gran delantal.

¿Es que nunca podría deshacerse de aquel imbécil? Arilyn fue con paso airado hacia la chimenea en busca de unas sillas libres. En la zona en penumbra se veían unas cuantas mesas relativamente apartadas. Quizás uno de los rincones no estuviera ocupado.

—¡Amnestria! ¿Quefirre soora kan izzt?

La melodiosa voz detuvo a Arilyn en medio de una zancada, y una avalancha de recuerdos alejó de su mente todo pensamiento de cansancio y de hambre. ¿Cuándo había sido la última vez que había oído esa lengua?

La semielfa se volvió y se encontró cara a cara con un elfo de la luna alto y de cabello plateado. Iba todo vestido de elegante negro, y tanto su gracioso porte como sus armas muy bien cuidadas proclamaban que era un luchador avezado. Se había dirigido a ella en la lengua oficial de la corte de los elfos de la luna, una lengua que Arilyn nunca había llegado a dominar. La semielfa sintió una punzada al verse a ella misma como una niña muy inquieta que se negaba a aprender de su madre, Z’beryl, nada que no fuera esgrima.

—Lo siento —dijo compungida—, pero hace muchos años que no oigo ese dialecto.

—Naturalmente —replicó el apuesto quessir, cambiando inmediatamente al Común—. Es una lengua antigua que ya apenas se habla. Perdóname, pero los de nuestra raza son pocos en Aguas Profundas y me dejé llevar por la nostalgia. —La sonrisa del elfo era melancólica y encantadora.

Arilyn aceptó la explicación con un asentimiento.

—¿Cómo me has llamado?

—Debo disculparme de nuevo. —El elfo volvió a inclinar la cabeza—. Por un momento me recordaste a alguien que conocí hace mucho tiempo.

—Siento haberte decepcionado.

—Oh, estoy seguro de que eso es imposible —afirmó con vehemencia—. De hecho, ya empiezo a darme cuenta de que he cometido un afortunado error.

El elfo tuvo el privilegio entonces de contemplar por un momento los hoyuelos que se le hacían a Arilyn al sonreír.

—¿Siempre eres tan galante con las extrañas a las que conoces por casualidad?

—Siempre —contestó él, devolviéndole la sonrisa—. No obstante, la casualidad raramente me conduce a desconocidas tan hermosas como tú. ¿Me harías el honor de acompañarme? Éste es uno de los pocos lugares de Aguas Profundas donde uno puede encontrar elverquisst, y precisamente acabo de pedir una botella. No hay muchos capaces de apreciar los matices ni la tradición.

El rostro de Arilyn se relajó y esbozó una sonrisa. La sorpresa de encontrarse con un elfo de la luna en aquel lugar, unido al hecho de oírle hablar la lengua que ella asociaba con su madre, había vencido su natural reserva. La nostalgia que el elfo reconocía sentir le recordó que también ella llevaba mucho tiempo lejos de Evereska.

—Un cortés ofrecimiento que acepto agradecida —replicó, usando la fórmula tradicional. Acto seguido extendió la mano izquierda con la palma hacia arriba y se presentó—. Soy Arilyn Hojaluna de Evereska.

El quessir colocó su palma sobre la de la semielfa y se inclinó profundamente sobre las manos unidas.

—Conozco tú nombre. Me siento muy honrado —murmuró en tono de respeto.

El ruido de unos pasos interrumpió a los dos elfos.

—Tengo buenas y malas noticias, Arilyn —anunció Danilo alegremente, acercándose con total tranquilidad—. ¡Anda! ¿Quién es tu am…? —El joven aristócrata se interrumpió de golpe y entornó los ojos, fijando la mirada en el elfo de la luna.

El rostro de Danilo se ensombreció y, para horror de Arilyn, una mano se le fue hacia la empuñadura de la espada en un inequívoco gesto de desafío. «¿Qué hace ese loco?», pensó consternada.

Los clientes de La Casa del Buen Libar eran en su mayor parte bebedores habituales, muchos de ellos veteranos de incontables reyertas de taberna, por lo que eran capaces de oler en el ambiente que se aproximaba una pelea del mismo modo que un capitán de navío huele las tormentas. Todas las conversaciones enmudecieron, y se oyó el tintineo de las jarras que los parroquianos apuraban a toda prisa mientras aún podían.

Pero la amenaza pasó tan rápidamente como había surgido. Como si él mismo se sorprendiera de su comportamiento, Danilo soltó la espada y después de rebuscar en el bolsillo superior se sacó un pañuelo bordado. Entonces se limpió los dedos como si se hubieran contaminado por tocar un arma y esbozó una leve sonrisa de disculpa que incluía a Arilyn y al elfo.

—Un conocido, supongo —dijo en medio del silencio del salón, contemplando las manos aún unidas de los elfos.

Presa de una súbita timidez, Arilyn se soltó bruscamente, cerró ambas manos y se metió los puños en los bolsillos de los pantalones. Antes de que se le ocurriera una mordaz réplica se le adelantó el elfo que acababa de conocer.

—Por un momento confundí a la etrielle con una vieja amiga.

—¡Por todos los dioses, qué excusa tan original! —exclamó Danilo admirado, enarcando ambas cejas—. Tendré que probarla la próxima vez que quiera conocer a una dama apetecible.

El quessir entrecerró los ojos por lo que implicaban las palabras del humano, pero el rostro anodino y sonriente de Danilo no mostraba ni pizca de sarcasmo. Por un momento los tres se quedaron de pie e inmóviles. Entonces el elfo de la luna inclinó secamente la cabeza hacia Danilo a modo de despedida y le dio la espalda, como si el dandi no mereciera ni un segundo más de su atención, tomó el brazo de Arilyn y la escoltó hacia una mesa situada cerca de la chimenea. Los parroquianos notaron que la tensión se había esfumado, y el tintineo de las jarras y el murmullo de las conversaciones volvieron a llenar la posada.

Horrorizada aún por el rudo comportamiento de Danilo, Arilyn se sintió muy aliviada de que no hubiera llegado la sangre al río. En el pantano de Chelimber el humano había demostrado ser un luchador realmente bueno, pero no creía que tuviera muchas posibilidades de vencer al elfo. Mientras el quessir la conducía a la mesa, la semielfa lanzó a Danilo una enojada mirada por encima del hombro y le dijo moviendo los labios pero sin articular palabra: «Vete». Arilyn lo fulminó con la mirada y deseó con todas sus fuerzas que se alejara.

Pero si Danilo entendió su mensaje se negó estúpidamente a darse por enterado y con toda tranquilidad siguió a los elfos hacia la mesa. Era una mesa situada en una esquina con espacio sólo para que dos personas compartieran bebida y conversación, pero Danilo arrastró una tercera silla y se puso cómodo. Su sonrisa era de arrogante complacencia, como si su presencia hubiese sido requerida por la realeza.

—¿Danilo, qué rayos te ha picado antes? —preguntó rudamente Arilyn.

—¿Qué rayos te pica a ti? —replicó el noble lánguidamente, señalando con un ademán al quessir—. Francamente, querida, ¿cómo puedes aceptar una invitación de este… mmm gentilhombre, o debería decir «gentilelfo», sin haber sido adecuadamente presentados? —El dandi sacudió la cabeza y emitió ruiditos de reconvención—. A este paso nunca te podré presentar a la buena sociedad de Aguas Profundas.

Furiosa por el atrevimiento de Danilo, Arilyn inspiró hondo lentamente. Pero antes de poder lanzar una andanada de improperios que se tenía muy merecidos, algo que había dicho el humano entre tantas tonterías hizo mella en ella. Ahora que lo pensaba, el quessir no le había dicho cómo se llamaba. La aventurera miró al elfo, que observaba el intercambio con una expresión alerta en sus ojos ambarinos.

—Mi identidad no es ningún secreto —dijo entonces, dirigiéndose exclusivamente a Arilyn—. Lo que pasa es que nos interrumpieron antes de poder presentarme. Soy Elaith Craulnober, a tu servicio.

—¡Bueno, bueno, que me aspen! —terció Danilo en tono jovial—. ¡He oído hablar de ti! ¿No te conocen acaso como «la Serpiente»?

—En ciertos círculos muy poco recomendables, sí —admitió el elfo fríamente.

Elaith «la Serpiente». Craulnober. Arilyn tuvo que hacer un esfuerzo para poner cara inexpresiva. También ella había oído hablar de él era un aventurero cuya crueldad y felonía eran legendarias. Kymil le había prohibido estricta y repetidamente que se acercara a él. Su mentor había recalcado que su ya maltrecha reputación por la etiqueta de asesina que le habían colgado no saldría ganando si se la veía en compañía de Elaith Craulnober.

No obstante, Arilyn se negaba a dejarse influir ni por oscuros rumores ni por los aspavientos de Kymil, más propios de una vieja comadre. Después de todo, a ella misma le llegaban relatos de sus propias aventuras narradas de manera tan distorsionada que no las reconocía. Podría ocurrir otro tanto con aquel elfo. Arilyn se volvió hacia él procurando mantener una expresión y un tono de voz neutrales. Ya juzgaría por sí misma.

—Bien hallado, Elaith Craulnober. Por favor, acepta mis disculpas por el desafortunado comentario de mi compañero.

—¿Tu compañero? —Por primera vez Elaith miró a Danilo con cierto interés.

—Muchas gracias, Arilyn, pero sé hablar por mí mismo —protestó el humano alegremente.

—Eso me temo —masculló la semielfa—. Oye, Danilo, ya sé que casi no quedan sitios libres, ¿pero te importaría dejarnos solos? He aceptado la invitación de Elaith Craulnober para tomar una copa. Ya me reuniré contigo más tarde, si quieres.

—¿Qué? ¿Quieres que me marche? ¿Y perderme la oportunidad de conocer a toda una leyenda? No, gracias. ¿Qué clase de bardo aficionado crees que soy? —Danilo cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia Elaith Craulnober sonriendo con aire confidencial—. ¿Sabes que se cantan tus proezas?

—Pues no. —El tono del quessir pretendía zanjar el tema. Pero Danilo no se dio por enterado.

—¿Me estás diciendo que nunca has oído Sigilosa ataca la Serpiente? Es una tonada muy pegadiza. ¿Quieres que te la cante?

—Otro día.

—Danilo… —le advirtió Arilyn entre dientes.

El lechuguino le dirigió una sonrisa de disculpa.

—Arilyn, querida, me estoy pasando de nuevo, ¿verdad? Supongo que es propio de un aficionado; hablar y hablar sin parar cuando un verdadero bardo se limitaría a escuchar y observar. Muy bien, a partir de ahora lo haré. Por favor, vosotros seguid hablando como si yo no estuviera. Seré tan silencioso como un caracol, lo juro.

«Es más tozudo que una mula», se dijo Arilyn, ahogando un suspiro. Pero sabía que discutir con él era inútil, por lo que sonrió tristemente a Elaith y dijo:

—Con tu permiso, parece que esta noche seremos tres.

—Como desees —accedió el elfo gentilmente, aunque miraba a Danilo como si éste fuera un cachorro mal educado que hubiera crecido demasiado—. Creo que no nos han presentado.

—Es Danilo Thann. —Arilyn se apresuró a hacer las presentaciones antes de que el joven pudiera decir otra cosa que encendiera la cólera del elfo.

—Ah, sí —sonrió Elaith, ligeramente divertido—. El joven amo Thann. Tu reputación también te precede.

El elfo dejó que Danilo se tomara sus palabras como quisiera mientras concentraba su atención en la ceremonia del elverquisst. Con un giro de una de sus manos de largos dedos lanzó una diminuta bola de fuego mágico hacia la vela situada en el centro de la mesa. Arilyn se estremeció cuando la vela se encendió. En ese instante sorprendió a Danilo mirándola con curiosidad y sacudió la cabeza gravemente para avisarlo de que no interrumpiera. El joven noble se calmó y contempló la ceremonia cada vez más fascinado.

Elaith Craulnober ahuecó las manos primero sobre la vela, y después sobre la licorera de licor elfo colocada encima de la mesa, delante de él. La botella era una auténtica maravilla, hecha de cristal transparente con miles de diminutas facetas que relucían. El elfo cogió la licorera con ambas manos y le dio lentamente la vuelta delante de la vela, con lo que la botella absorbió la luz y se hizo aún más brillante. Finalmente el quessir pronunció una frase en lengua elfa, y la luz almacenada formó trece puntos distintos que relucían como estrellas en contraste con la súbita oscuridad de la licorera de cristal.

Arilyn sintió una mano de hierro que le atenazaba la garganta, como siempre que contemplaba la constelación otoñal Correlian. Para los elfos de la luna, la aparición de aquella formación de estrellas marcaba la muerte del verano. Las voces de Elaith y Arilyn se unieron en un canto de adiós, y con las últimas palabras del ritual la luz se apagó.

Delicadamente Elaith vertió un poco de líquido en una copa y la hizo girar dibujando un complejo dibujo que puso en movimiento un despliegue de maravillosas luces y colores. Las elegantes manos del elfo ejecutaban todos los pasos del ritual con una facilidad fruto de la práctica. La resonante magia de la ceremonia había sido forjada a lo largo de siglos de repetición, a medida que incontables generaciones de elfos celebraban el ciclo de las estaciones.

Mientras miraba, Arilyn casi se olvidó del cabeza de chorlito de Danilo y de la reputación de Elaith, y por un momento o dos se dio el lujo de sentirse transportada a su niñez, en Evereska. La última vez que Arilyn había compartido el ritual del elverquisst había sido cuando tenía quince años, poco antes de la muerte de Z’beryl.

El elverquisst era un licor rojo rubí que se destilaba por medios mágicos a partir de los rayos del sol y de frutos estivales muy difíciles de encontrar. Aunque completamente uniforme, el elverquisst presentaba pequeñas manchas doradas y era irisado. Era muy apreciado, aunque en los rituales de otoño se saboreaba como si fuera el regalo de un último y perfecto día estival.

Elaith completó la ceremonia y tendió la copa a Arilyn. Ésta bebió lentamente, con el debido respeto, tras lo cual puso fin a la ceremonia, y dio las gracias al quessir, inclinando la cabeza ante él, como mandaba el ritual.

Con un imperioso gesto Elaith llamó a un camarero.

—Otra copa, por favor —pidió al mozo. Entonces, como si se le ocurriera de pronto, se volvió hacia Danilo y le preguntó—: ¿O quizá dos más? ¿Te apetece un poco de elverquisst?

—No, gracias, prefiero el zzar —repuso Danilo.

—Naturalmente —replicó Elaith suavemente—. Una copa de ese omnipresente brebaje para nuestro joven amigo, y cena para tres —ordenó al nervioso camarero, que asintió y escapó hacia la seguridad de la cocina.

—Dime —dijo entonces Elaith, volviéndose hacia Arilyn—, ¿qué te trae a Aguas Profundas? La Fiesta de la Luna, supongo. ¿Has venido para disfrutar del festival?

—Sí, el festival —repuso la semielfa, pensando que aquélla era la respuesta más inocua.

—Resulta muy interesante; escandaloso, chabacano; pero, sin duda, lo suficientemente vistoso para atraer a una multitud. Al igual que esta posada, la ciudad está atestada de visitantes. Demasiados para mi gusto, aunque la afluencia de viajeros es buena para el negocio. Espero que hayas encontrado un alojamiento conveniente.

Arilyn miró a Danilo en busca de respuesta.

—¿Has conseguido habitaciones?

—Habitación —la corrigió el noble con cierta timidez—. Sólo una. La posada está hasta los topes.

«Una habitación —pensó Arilyn consternada—. ¡Otra noche con Danilo Thann!». La aventurera se recostó en el respaldo de la silla soltando un débil gruñido, que no pasó desapercibido a Elaith.

—Supongo que éstas son esas malas noticias de las que hablabas —observó el elfo secamente.

—Me extraña mucho que digas algo así —se desquitó Danilo gentilmente, fingiendo no entender la pulla—. A mí no me parece tan malo compartir una habitación con una mujer hermosa.

—La etrielle no parece que comparta tu entusiasmo —objetó Elaith, observando la furia silenciosa que había desatado en Arilyn el insinuante comentario del joven aristócrata.

—Oh, claro que sí. Lo que pasa es que Arilyn es la discreción personificada, ¿sabes? —le confió Danilo, hablando de hombre a hombre.

Justo entonces el camarero regresó con las bebidas. Arilyn le arrebató la copa de zzar de la bandeja y la dejó de cualquier manera encima de la mesa, ante Danilo.

—Toma, bébetela —le sugirió dulcemente—, y todas las que quieras. Yo invito.

La semielfa cogió la otra copa y se sumergió en la ceremonia de servir y ofrecer el elverquisst. La tenía un poco olvidada, pero si Elaith no encontró perfecta su ejecución del ritual, se lo calló. La ceremonia dio un giro muy necesario a la conversación, que pasó a tratar de chismes locales, política e, inevitablemente, al encontrarse en Aguas Profundas, comercio.

Pese a su promesa de actuar como un observador bardo, Danilo continuó su duelo dialéctico con el quessir. El joven aristócrata se apuntó un buen número de tantos que, en caso de venir de cualquier otro, podrían haber dado pie a un duelo de verdad. Elaith dejaba pasar las pullas sin ningún comentario. De hecho, no podía hacer otra cosa, pues uno no podía estar seguro de que las chanzas de Danilo fueran tales y, además, las lanzaba con tal delicadeza y amabilidad que responder con enojo sería tan absurdo como tratar de matar moscas con la espada.

Arilyn daba sorbos al elverquisst mientras tomaba la medida de su extraño compañero de mesa. Elaith era encantador y ni siquiera las tonterías de Danilo le hacían perder la cortesía. Por ser alguien con reputación de ser un cruel y despiadado asesino, hacía gala de una extraordinaria compostura y buen humor. La semielfa empezaba a pensar que los rumores realmente podían ser exagerados.

—Ah, la cena. Al fin —anunció Elaith, saludando la aparición de dos camareros, uno portando una fuente muy cargada y el otro una mesita auxiliar, ya que en la mesa ya no cabía nada.

Los camareros dejaron varios platos sobre las mesas: carne asada, diversas aves de pequeño tamaño ensartadas y aún chisporroteantes, nabos, verduras hervidas y pequeños panes acabados de hornear.

El elfo de la luna examinó la sencilla comida con desdén patricio.

—Me temo que esto es lo mejor que puede ofrecer la posada. En otra ocasión me encantará ofrecerte unos manjares más adecuados.

—No te preocupes. La cena es bastante aceptable. Después de los rigores del viaje, una comida sencilla es lo mejor —le aseguró Arilyn.

Ella y Danilo atacaron. La comida pareció poner a Danilo aún de mejor humor. Mostrando tanta alegría que daba asco, se enzarzó de nuevo en una conversación con Elaith Craulnober, gozando del toma y daca verbal tanto como un espadachín de un combate.

Pese a sentirse demasiado agotada para intervenir en la lid, Arilyn no cesaba de vigilar el salón al tiempo que comía, atenta a cualquier cosa que pudiera darle una pista en la búsqueda del asesino. Algunos parroquianos hablaban del asesino de Arpistas e incluso en aquel seguro refugio se mostraban nerviosos por los macabros rumores.

—Te digo que estaba marcada a fuego. Sí, marcada en la cadera como una res…

—Dicen que el asesino burló la guardia del castillo de Aguas Profundas y…

—Escúchame bien, si fuese un Arpista ahora mismo estaría fundiendo mi insignia para hacer con ella un orinal.

Arilyn no se enteró de nada importante a partir de los retazos de conversación, pero se dio cuenta, consternada, de que los chismes sobre el asesino de Arpistas cada vez eran más exagerados.

En un rincón se oyeron algunos aplausos, que se fueron extendiendo hasta rivalizar con el murmullo de las conversaciones. Las sillas arañaron el suelo cuando fueron retiradas para hacer sitio en el centro del salón. Dos camareros entraron una gran arpa que colocaron en medio del improvisado escenario. Un hombre alto y esbelto se encaminó tímidamente al arpa y empezó a afinarla.

—Ah, ahora podremos oír a un verdadero bardo —comentó Elaith con intención.

Danilo estiró el cuello para contemplar el escenario montado en medio de la taberna.

—¿De veras? ¿Quién es?

—Rhys Alacuervo —contestó Arilyn, que reconoció al bardo por haberlo visto en uno de sus viajes a Suzail. Aunque aún era joven y un tanto apocado, era realmente muy bueno.

—Humm… Me pregunto si le gustaría interpretar uno o dos duetos después del… ¡Ay! —Danilo se interrumpió con una mirada de reproche dirigida a Arilyn y se inclinó para frotarse la espinilla que había recibido la patada de la semielfa.

Arilyn respondió llevándose un dedo a los labios. El gesto apenas era necesario. Cuando sonaron las primeras notas todos callaron, atrapados por el poder de la música del bardo. Aquéllos que habían ido a la taberna únicamente a adorar el arte de los cerveceros escuchaban tan atentamente y tan encantados como auténticos melómanos. Era habitual que los músicos que estaban de paso tocaran en las posadas o tabernas, pero La Casa del Buen Libar raramente disfrutaba de la presencia de un bardo de tal calidad. Incluso Elaith y Danilo dejaron de acosarse para escuchar la antigua canción en honor de la Fiesta de la Luna. Los aplausos que recompensaron al bardo fueron largos y ruidosos. Con una tímida sonrisa el joven accedió a tocar otra.

Durante la segunda canción, una nostálgica balada acerca de un amor perdido y aventura, un recién llegado entró en la taberna. Se detuvo un momento en el umbral mientras buscaba un sitio libre, tras lo cual atravesó silenciosamente la sala y se sentó en una mesa del fondo, cerca de Arilyn.

La semielfa se dio cuenta de la llegada del hombre y lo estudió con un interés que se esforzó en disimular. Era probablemente uno de los hombres más altos de la sala pero se movía con la misma gracia silenciosa que un gato. Al igual que la mayoría de los viajeros, el hombre iba bien protegido del frío viento otoñal. Pero, a diferencia de los demás, él no se quitó la capa ni se echó la capucha hacia atrás al entrar en la cálida posada. Su mesa estaba situada en la sombra, justo fuera del alcance del resplandor de la chimenea, y él se arrebujaba en su capa. Teniendo en cuenta la alta temperatura de la sala, a Arilyn le chocó su comportamiento.

Una camarera llevó al desconocido una jarra de aguamiel, y al inclinar la cabeza hacía atrás para beber Arilyn vislumbró su rostro. Era un hombre ya maduro, aunque pese a sus años seguía siendo robusto. Tenía unas facciones corrientes, excepto por una mandíbula cuadrada que denotaba una poco habitual determinación. A Arilyn le pareció ver en el hombre algo familiar, aunque hubiera podido jurar por todo el panteón de dioses que nunca antes lo había visto.

La semielfa vigiló al hombre un rato, pero éste no hizo nada que despertara sus sospechas. Al parecer, se conformaba con sentarse a la sombra y escuchar al bardo mientras cenaba y daba sorbos a una única jarra de aguamiel. No obstante, Arilyn se sintió aliviada cuando, finalmente, el bardo acabó y el hombre se levantó para irse.

«Me imagino peligros en cualquier sitio —se reprendió a sí misma—. Pronto empezaré a mirar debajo de la cama por si hubiera ogros, como si fuera una niña asustada. Está visto que necesito descansar». En aquel momento se le escapó un bostezo que interrumpió el combate verbal en el que Danilo y Elaith Craulnober se habían vuelto a enzarzar.

—Lo siento —se disculpó—. Ha sido un viaje muy largo.

—No digas más. —Elaith alzó una mano—. Ha sido muy poco considerado por mi parte entretenerte tanto tiempo. A modo de excusa, ¿permitirías que me encargara yo de la cuenta?

—Gracias —repuso Arilyn, dando otra patada a Danilo por debajo de la mesa para que no se pusiera a discutir de nuevo.

—Espero que volvamos a vernos —se despidió Elaith.

—Yo también —dijo ella. Entonces inclinó la cabeza y extendió ambas manos, que era el gesto ceremonioso de despedida entre elfos. Luego cogió a Danilo por el brazo y lo arrastró de allí antes de que pudiera empezar otra vez.

—Bueno, ¿dónde esta esa habitación? —preguntó la semielfa en tono resignado.

Danilo la condujo a una pequeña escalera situada en el fondo de la sala.

—No es la mejor habitación de la posada. De hecho… era la última que quedaba libre, de modo que no esperes lujos.

—Mientras tenga una cama… —farfulló Arilyn, tan cansada que apenas se sentía el cuerpo.

—Es gracioso que lo menciones porque… —La voz de Danilo se fue apagando a medida que la pareja subía por la escalera.

Elaith los observaba, cavilando. Entonces se encogió de hombros y se levantó para marcharse. Brevemente consideró la posibilidad de dejar unas monedas en la mesa para pagar la comida pero finalmente decidió no hacerlo. ¿Por qué molestarse? Marcharse sin pagar era lo que la gente esperaba de él.

Por si acaso, cogió la licorera medio llena de elverquisst, la cerró bien y se la guardó en el cinturón a la vista de todos. Probablemente aquella licorera valía más que todo lo que ganaría la posada durante la semana que durara el festival.

Tras saludar con una negligente inclinación de cabeza al posadero, cuya rubicunda faz palideció ante la inminente pérdida de la licorera de elverquisst, Elaith Craulnober se marchó. Muchos lo vieron marcharse, pero nadie se atrevió a detenerlo.

La lluvia había cesado, y mientras se dirigía a los establos la capa negra del elfo se le arremolinaba alrededor de las piernas por efecto del viento. Cuando le entregaron el caballo, montó y se dirigió a paso ligero hacia el oeste, en dirección al camino del Dragón. En la calle principal entre el distrito Sur y el distrito de los Muelles se levantaba una casa de granito negro particularmente bonita, alta, estrecha y elegante: la Casa de la Piedra Negra.

Era una de las muchas propiedades que el elfo poseía en Aguas Profundas, aunque apenas la usaba. Era demasiado austera para su gusto, aunque estaba equipada idealmente para lo que esa noche necesitaba. Elaith Craulnober desmontó ante la puerta de la verja de hierro que rodeaba la propiedad y lanzó las riendas al joven sirviente que salió corriendo a saludarlo.

Al entrar, Elaith dirigió una leve inclinación de cabeza a los sirvientes de la casa —dos elfos de la luna de su entera confianza— y subió a toda prisa una escalera de caracol que conducía a una cámara situada en el último piso. Una vez en ella cerró la puerta y la selló mágicamente para evitar que lo molestaran.

La cámara era oscura y estaba vacía excepto por un pedestal. Elaith retiró el paño de seda que cubría una esfera oscura de cristal que flotaba en el aire a escasos centímetros por encima del pedestal. El elfo pasó una mano sobre la lisa superficie del cristal al tiempo que murmuraba una serie de sílabas arcanas. La esfera empezó a relucir, primero débilmente, y en su interior se formaron neblinas oscuras. Gradualmente la luz fue a más a medida que aparecía una imagen, hasta llenar la cámara.

—Saludos, lord Nimesin —dijo Elaith a la imagen, pronunciando el título con un matiz de ironía.

—Es tarde. ¿Qué quieres, elfo gris? —inquirió la altiva voz, dando a la palabra «gris» una sutil inflexión que la transformaba del término que designaba un color en la palabra elfa que significaba «escoria». Con una única palabra expresaba la opinión de que los elfos de la luna no eran más que la sustancia de desecho que quedó cuando se forjaron, mucho tiempo atrás, los elfos dorados.

Elaith sonrió, haciendo caso omiso de la mortal ofensa. Aquella noche podía permitirse ser tolerante.

—Siempre pagas un buen precio por la información. Debo comunicarte algo que creo que te interesará.

—¿Y bien?

—Esta noche he conocido a Arilyn Hojaluna. Está en Aguas Profundas y se aloja en La Casa del Buen Libar. Es muy hermosa y me resulta extrañamente familiar.

—¿Qué? —La cara del elfo dorado se puso lívida—. Te dije que te mantuvieras alejado de ella.

—Nos conocimos por casualidad —replicó Elaith suavemente—. No he podido evitarla.

—¡No permitiré que se asocie con canallas como tú! —espetó Kymil—. No permitiré que su reputación se mancille.

—Oh, venga ya —protestó Elaith—. ¿Mancillar su reputación? Desde luego tiene talento y es hermosa, pero muchos creen que Arilyn Hojaluna es una asesina.

—Era una asesina.

—Como prefieras. Ah, por cierto, no estaba sola; iba acompañada por un auténtico mentecato, el cachorro de una de las familias nobles de la ciudad, Danilo Thann. No sé por qué viaja con él. Al parecer, es algo así como su mascota.

—Sí, sí —dijo Kymil Nimesin, impaciente—. Ya lo sé.

Pese a la interrupción, Elaith, imperturbable, prosiguió:

—Pero, como ambos sabemos, las apariencias engañan. Estoy convencido de que el compañero de la etrielle no es el idiota que aparenta ser. ¿Sabías que Danilo Thann está emparentado con Khelben Arunsun? Creo que es su sobrino.

—¿Sobrino de Báculo Oscuro? —En el rostro de Kymil asomó el primer destello de interés. Pero rápidamente se desvaneció—. ¿Y qué si lo es?

—Quizá no tiene importancia —admitió Elaith—, pero Arilyn Hojaluna tiene fama de ser muy hábil para ocultar su identidad y sus propósitos. ¿Es inconcebible que su compañero sea igual de hábil?

—Tu desfachatez sí que es inconcebible. —La faz de la esfera se contrajo de enojo—. Olvidas, elfo gris, que puedo observar a Arilyn Hojaluna personalmente. No me pasó por alto la conversación que has mantenido esta noche a la mesa. Ese bobo de Thann te desafió a un combate de palabras, y fíjate que no digo un combate de ingenio, que acabó en empate.

—Pero es sobrino de Báculo Oscuro.

—Eso ya lo has dicho antes. Yo no veo que sea importante.

—Está bien situado y es más inteligente de lo que aparenta —arguyó Elaith—. Teniendo en cuenta el pasado de Arilyn, no me extrañaría que los Arpistas sospecharan de ella por los asesinatos. Tal vez ese Thann es un espía enviado para determinar su culpabilidad o inocencia.

—¡Bah! —lo atajó Kymil desdeñosamente—. Danilo Thann no es más Arpista que tú o que yo.

—Quizá no, pero si lo fuera, ¿no sería divertido que fuese la próxima víctima del asesino de Arpistas?

—Tienes un sentido del humor muy peculiar.

—Sí, siempre me lo dicen —convino Elaith—. ¿Y bien? ¿Qué me dices de Danilo Thann?

—Si quieres ver muerto a ese necio, encárgate tú. A mí tanto me da un humano más o menos.

El rostro en la esfera ya empezaba a convertirse en niebla cuando Elaith añadió en tono casual:

—Ah, también vi a Bran Skorlsun. —Instantáneamente la imagen volvió a definirse—. Sí, ya me pareció que esto te interesaría —murmuró Elaith con un malicioso destello en sus ojos ambarinos—. Imagínate mi sorpresa al volver a ver a nuestro amigo después de tantos años. Desde luego, al principio no lo reconocí. Los humanos envejecen terriblemente en… ¿cuánto tiempo ha pasado? ¿Casi cuarenta años?

Kymil Nimesin no respondió, sino que preguntó a su vez:

—¿Bran Skorlsun estaba allí? ¿En La Casa del Buen Libar?

—Una coincidencia fascinante, ¿no te parece? —replicó Elaith con tono despreocupado.

Kymil no respondió, pues estaba absorto en sus pensamientos. Después de una pausa dijo:

—Has hecho bien en llamarme. Te enviaré tus honorarios habituales.

Elaith sólo se había puesto en contacto con Kymil Nimesin para enojarlo, pero ahora el dorado había picado su curiosidad. Cualquier intriga que incluyera a Bran Skorlsun olía a aventura, y donde había aventura siempre se podía sacar provecho. El elfo de la luna decidió olvidarse, de momento, de la actitud condescendiente del elfo dorado e insistir para descubrir más detalles.

—¿Puedo servirte de ayuda en algo más? —preguntó a Kymil.

—Nada —respondió éste secamente—. Espera. Sí, hay algo.

—Lo que quieras.

—Mantente alejado de Arilyn Hojaluna.

—Naturalmente. ¿Eso es todo?

—Sí.

La voz de Kymil sonaba tajante, pero Elaith no se dejó impresionar. El elfo de la luna estaba acostumbrado a decir él la última palabra en el momento y de la forma que él eligiera.

—Como desees —dijo—. No obstante, queda el pequeño detalle de mis honorarios. Las condiciones han cambiado. Preferiría que me pagaras en… una moneda menos directa.

—¿Sí? ¿Cuál?

—Danilo Thann —repuso Elaith cansinamente.

—Hecho —dijo al punto Kymil Nimesin—. Como ya he dicho, me da igual si vive o muere. Teniendo en cuenta el oro al que has renunciado, tu orgullo tiene un alto precio.

«Ya te darás cuenta de que mi orgullo tiene un precio más alto del que te imaginas», pensó Elaith Craulnober.