Arilyn giró sobre sus talones para encararse con el horrorizado aristócrata y se defendió:
—Yo no he sido.
—Bueno, yo sí que no he sido —replicó él—. Quizá no sepa mucho, pero reconozco a un muerto cuando lo veo. Y él lo está. ¿Cómo lo explicas?
—No puedo hacerlo.
—Yo tampoco. Será mejor que volvamos a la posada y avisemos a las autoridades. Que encuentren ellas una explicación.
—¡No!
La vehemencia de la mujer sorprendió al joven dandi.
—Si no lo mataste tú, ¿de qué te preocupas? —preguntó muy razonablemente.
«De un montón de cosas», pensó Arilyn. Lo último que necesitaba ahora era dejar una muerte más en su camino. Su pasado invitaba a las especulaciones, y más pronto o más tarde alguien sumaría dos más dos y la acusarían a ella de ser la asesina de los Arpistas. Ese día parecía próximo, pues la noticia de la muerte de Rafe se estaba divulgando con demasiada rapidez. Si Kymil ya lo sabía era posible que las autoridades de Evereska también estuvieran al tanto del asesinato del joven Arpista.
—Vamos —dijo la semielfa bruscamente. Se metió la caja de rapé en una manga y se dirigió a los establos caminando a buen paso. El joven noble la siguió.
—¿Adónde vamos?
—A los establos.
—¿Oh? ¿Y para qué, si no es molestia?
Arilyn no estaba de humor para bromas. Mientras se colgaba del brazo de Danilo le clavó la punta de la daga en un costado. La hoja atravesó la túnica de seda, pero el mentecato seguía ofreciendo una expresión ligeramente divertida.
—Por favor, ten cuidado con la seda —la amonestó.
Arilyn contempló la leve sonrisa del joven y se preguntó si no sería un simplón.
—Tú te vienes conmigo.
—Vale —dijo el joven con total tranquilidad, e hizo una pausa mientras Arilyn abría de par en par la puerta del establo.
—Tú sigue andando —le espetó la joven, irritada, empujándolo dentro.
—Oye, oye —dijo él enfurruñado—. No te pases. Créeme, soy una víctima voluntaria —añadió, mirándola y sonriendo.
La calma con la que aceptaba la situación desconcertó momentáneamente a Arilyn. Danilo se sonrió ante la perplejidad que se pintaba en la faz de la mujer.
—No te muestres tan sorprendida, querida mía. Debo admitir que lo de la daga es nuevo, pero no eres la primera mujer dispuesta a todo para gozar de mi compañía.
—Hemos venido por caballos, no en busca de una pila de heno —resopló Arilyn.
Danilo ladeó la cabeza y consideró las posibilidades.
—Vaya, vaya… Qué imaginación…
Exasperada, Arilyn apretó los dientes con fuerza, soltó el brazo del joven y abrió de golpe la puerta de la primera cuadra. Dos yeguas zainas de huesos finos y llenas de energía echaron la cabeza hacia atrás y relincharon. Parecían estar en buenas condiciones y, lo más importante, ser rápidas.
—Éstos servirán —anunció Arilyn.
—Apuesto a que sí —murmuró él.
La semielfa se guardó de nuevo la daga en el cinturón, bajó de un gancho una silla finamente trabajada y se la tendió bruscamente a Danilo, diciendo:
—Supongo que sabes cabalgar.
—¡Por favor! —protestó el noble, cogiendo la silla—. Tus palabras me hieren.
—Vigila que sean sólo mis palabras.
Danilo suspiró y sacudió la cabeza.
—Ya veo que seré yo quien tendré que crear el ambiente adecuado para este paseo a caballo a la luz de la luna.
Ya era hora de convencer a aquel idiota con la sonrisa siempre en los labios de que la cosa iba en serio. Con un grácil movimiento, Arilyn desenvainó la daga y se la arrojó. El arma atravesó el sombrero de Danilo y fue a clavarse en el poste de madera que tenía detrás. La semielfa pasó tranquilamente por su lado, desclavó la daga y el sombrero del poste y le devolvió el sombrero con gesto brusco. El joven aristócrata metió incrédulamente un dedo en el agujero del sombrero.
—¡Caray! Era nuevo —protestó.
—Considera la alternativa —apuntó la semielfa con macabro humor—. Vamos, ensilla el caballo.
Con un profundo suspiro, el dandi se encasquetó el sombrero mutilado e hizo lo que la mujer le decía. Lo cierto es que fue bastante rápido. Arilyn vigilaba la puerta del establo, pero no detectó ningún sonido ni movimiento. Quizás había logrado deshacerse de su sombra.
Después de años de detenerse en A Medio Camino Arilyn conocía todos sus secretos. El establo daba por delante a una calle concurrida y bien iluminada, pero en la parte de atrás había una puerta que los conduciría directamente a un sendero arbolado que los llevaría hacia el norte, por el bosque. La semielfa había usado aquella salida en más de una ocasión. Cuando las dos yeguas estuvieron ensilladas, hizo una seña a Danilo Thann para que la siguiera. Éste condujo su caballo tras ella sin protestar.
Mientras se dirigía hacia afuera, Arilyn se detuvo en la cuadra que ocupaba su caballo. La semielfa recogió sus alforjas y contempló por un momento su yegua gris con mirada nostálgica. Le dolía dejarla atrás, pero la yegua estaba agotada. Arilyn sacó un trozo de pergamino de las alforjas y garabateó una nota dirigida a Myrin Lanza de Plata en la que le pedía que cuidara del caballo y que pagara al dueño el precio de las dos yeguas zainas. El posadero había realizado una transacción idéntica en otra ocasión, por lo que podía confiar en que Arilyn le pagaría a su vuelta. La suya era una extraña amistad, pero la aventurera sabía que podía fiarse de él. Después de meter la nota entre dos tablas de la pared —donde el mozo de cuadras la encontraría— Arilyn palmeó a su caballo para despedirse.
Al dar media vuelta para marcharse, la aventurera miró a Danilo. Éste tenía una expresión compasiva que la irritó. Muchos asesinos trataban con ternura a sus caballos, así que ¿por qué ese idiota la miraba como si fuera una madre a la que se le cayera la baba con su bebé?
—Vamos —ordenó. Después de conducir a su yegua prestada fuera del establo y ponerla en el sendero, se remangó sus largas y vaporosas faldas y montó. Al llegar a la linde del bosque se sacó un cuchillo de la bota y lo levantó para que Danilo lo viera.
—Si tratas de escapar, te atravesaré el corazón con este cuchillo antes de que tu caballo se aleje diez pasos.
Danilo sonrió y levantó las manos en gesto de rendición.
—Nunca se me ocurriría escaparme. Y ahora que ya has captado toda mi atención, me muero de ganas por averiguar de qué va todo esto. ¡Qué historia podré contar cuando vuelva a casa! Nos dirigimos a Aguas Profundas, ¿verdad? Quiero decir, al final del viaje. Imagínate, tendré tema de conversación durante todo un mes…
Por suerte, el viento se llevó sus palabras. Arilyn dio un manotazo a la grupa del caballo, y éste se lanzó al galope.
Cabalgaban deprisa y a Arilyn le parecía que nadie los seguía. Oscuras nubes desfilaban veloces por el cielo, y los árboles se inclinaban y retorcían por efecto del viento, que cada vez soplaba con más fuerza. Finalmente estalló la tormenta, y los jinetes tuvieron que seguir adelante bajo el aguacero. Arilyn casi se alegraba, pues el mal tiempo y, sobre todo, el viento impedían que su charlatán rehén pudiera hablar. La situación empeoró cuando salieron del amparo del bosque. Arilyn incitó al caballo a seguir el río Sinuoso, cuyas aguas bajaban a gran velocidad. En el tramo inferior había una cabaña donde podrían refugiarse.
Finalmente divisó la casa, semejante a un pequeño granero, y espoleó al caballo para que fuera en aquella dirección. Al llegar desmontó y levantó la barra que sujetaba la puerta doble. Una ráfaga de viento abrió ambas hojas hacia dentro, y los viajeros entraron con sus monturas. Para cerrar las puertas Arilyn tuvo que empujar haciendo fuerza, luchando contra el viento. Finalmente lo consiguió y corrió el pestillo interior.
Danilo la miraba con las manos en los bolsillos, ajeno a las dificultades de Arilyn con la puerta. La aventurera se sintió irritada hasta que recordó que, probablemente, el humano no era capaz de ver en la oscuridad de la cabaña.
—¿Dónde estamos? —quiso saber Danilo.
—En una cabaña perteneciente a un monasterio donde se entrenan los sacerdotes de Torm.
—Oh. ¿No les importará que la usemos?
—No. Los estudiantes mantienen esta cabaña en condiciones para que sirva de refugio a los viajeros. Podemos depositar una ofrenda a Torm en esa gran caja de piedra que hay ahí.
—¿Dónde? No veo ni torta. Esto está tan negro como los calzoncillos de Cyric.
—Cierto. —Arilyn sacó un pedernal de las alforjas y encendió una pequeña lámpara sujeta a la pared para disipar un poco la oscuridad. La parpadeante luz reveló una habitación amplia y cuadrada, dividida para acomodar a viajeros y sus monturas. Los únicos lujos eran un suelo de madera, unas balas de polvoriento heno para los caballos y tres bancos situados delante de una tosca chimenea.
—Hogar, dulce hogar —comentó Danilo en tono jocoso—, siempre y cuando uno viva en una cueva.
—Ocúpate de los caballos y después cenaremos —replicó Arilyn distraídamente, más preocupada por los detalles prácticos de su viaje que por las opiniones del petimetre acerca del alojamiento. En las alforjas le quedaban algunas galletas secas y bizcochos que para esa noche bastarían, pero mañana tendría que cazar algo.
Mientras Danilo tropezaba en la penumbra atendiendo a los caballos, Arilyn se despojó con alivio del disfraz de cortesana de Sembia apelando a la hoja de luna. Primero retiró los rizos oscuros y morenos detrás de las orejas, cogió un trozo de lino y se restregó la cara para limpiarse los cosméticos. Finalmente se quitó las lentillas verdes de los ojos y las guardó de nuevo en la bolsa de disfraces. Luego, sintiéndose otra vez ella misma, improvisó dos jergones con un poco de heno de una bala. Entonces cogió una de sus alforjas y se dejó caer en el lecho, y allí rebuscó en el interior en busca de comida.
—Bueno, ya tenemos a dos caballos contentos —anunció Danilo al reunirse con ella—. Por cómo se han lanzado hacia el heno, la verdad, daban ganas de comerlo.
Sin decir ni media palabra Arilyn ofreció a Danilo una ración de carne seca y galletas duras. El joven cogió la comida, la olió y se la acercó a los ojos para examinarla.
—Y esto también da ganas de comer heno. —Pese a sus palabras dio un buen mordisco a la carne y masticó con ganas—. Caray, qué dura está —comentó en tono jovial. Después de dar otro mordisco, sacó una petaca de la bolsa que llevaba colgada del cinturón y echó un largo trago. Después se la ofreció a Arilyn, pero ésta sacudió la cabeza. Danilo se encogió de hombros y bebió de nuevo.
»¿Hay alguna forma de tener más luz aquí? —preguntó—. Apenas puedo verme la mano cuando la pongo delante de la cara.
—Mientras sepas dónde está, ¿por qué preocuparse?
—Bueno, supongo que no hay más que hablar sobre ese tema —replicó Danilo con un toque de humor—. ¿Qué tal si hablamos de otra cosa?
—¿Es necesario?
El tono que empleó la aventurera lo hizo enmudecer durante unos dos minutos. Ambos comieron en silencio, únicamente roto por el martilleo de la lluvia que caía sobre la estructura de madera. Justo cuando Arilyn empezaba a relajarse el joven noble volvió a la carga.
—Bueno —dijo con energía—, ¿se puede saber de qué huimos? Yo diría que es de ese gigante barrigudo y de sus hombres. Nunca descartes lo evidente, es mi lema.
—No —repuso Arilyn, cortante.
—¿No qué?
—No, no huimos de él.
—¿Pues de quién entonces?
Arilyn se limitó a dar otro mordisco a una galleta. Danilo se encogió de hombros y lo intentó de nuevo.
—Tengo un amigo que fabrica armas muy buenas y comercia con ellas, Nord Gundfwynd. ¿Lo conoces por casualidad? ¿No? Bueno, colecciona armas antiguas y le encantaría hacerse con esa daga que empleaste antes.
—No está en venta —dijo ella en tono cortante.
Sin inmutarse, Danilo continuó con sus esfuerzos por entablar conversación con Arilyn. La semielfa comió en silencio mientras él hacía lo propio entre chismorreos y preguntas impertinentes. Finalmente se tumbó.
—Bueno, bueno, qué bien que he cenado. Me siento como nuevo. ¿Quieres que yo me encargue de la primera guardia? Aunque te advierto que no veré nada.
—¿La primera guardia? —Arilyn lo miraba incrédula—. Pero si eres mi rehén.
—Ah, sí —admitió, como si fuera algo sin importancia—, pero tenemos un largo camino por delante y tendrás que dormir en algún momento.
Arilyn se quedó silenciosa mientras consideraba las últimas palabras del joven noble.
—¿Es una amenaza? —dijo en voz baja.
Danilo echó la cabeza hacia atrás y rió.
—Por todos los dioses, no. Solamente quería exponer una realidad.
Tenía razón, pero a Arilyn le recordó que no estaría de más tomar ciertas precauciones. La semielfa lanzó una fugaz mirada a la espada de Danilo, anudada con un trozo de cuerda a su trabajada vaina. Era una precaución que impedía muchos ataques furtivos y luchas impulsivas, pero tratándose del pisaverde que tenía al lado, parecía del todo inútil. Arilyn no se imaginaba que se lanzara a atacarla en un momento de ofuscación. No obstante, insistió:
—Tu espada, por favor, y cualquier otra arma que lleves.
Danilo se encogió de hombros graciosamente. Soltó el nudo y entregó a la aventurera la espada envainada. A continuación se sacó de una bota una daga adornada con joyas.
—Cuidado con la daga —aconsejó—. Aparte de las gemas, que son verdaderamente bonitas ¿no te parece?, tiene un gran valor sentimental. La adquirí por casualidad el último invierno. De hecho, es una historia muy interesante.
—No lo dudo —lo interrumpió Arilyn secamente—. ¿Qué llevas ahí? —preguntó, señalando la bolsa verde de cuero que le colgaba de la cintura.
Danilo sonrió de oreja a oreja.
—Ropa, joyas, dados, brandy, rivengut, elixir de las islas Moonshaes y todo lo que quieras. Sólo lo esencial, ya sabes.
—¿Tantas cosas? —Arilyn miraba la bolsa y no se lo podía creer. Parecía tener capacidad para una túnica y dos pares de calcetines de lana, nada más.
—Es que es una bolsa mágica —le explicó Danilo en tono de suficiencia—. Contiene muchas más cosas de las que parece.
—Vacíala.
—Si insistes.
Danilo metió la mano dentro de la bolsa y sacó una camisa blanca de seda primorosamente doblada, y que colocó amorosamente sobre el heno; luego sacó más camisas, éstas de colores. A las camisas les siguieron una túnica de terciopelo y algunos guantes suaves forrados de piel, tres pares de pantalones, varias piezas de ropa interior y calcetines. También contenía joyas suficientes para adornar a todas las meretrices de un burdel, además de varios juegos de dados y tres petacas de plata ornamentadas. Asimismo sacó, ni más ni menos, que tres sombreros, uno de ellos con plumas de pavo que se mecían. La pila de cosas fue creciendo hasta que pareció un mercado al aire libre.
—¡Ya basta! —exclamó finalmente Arilyn.
—Casi he terminado —dijo Danilo, al tiempo que hurgaba en el fondo de la bolsa—. He dejado lo mejor para el final. ¡Ah, aquí está! —El joven sacó un objeto grande y plano, que agitó triunfante.
Arilyn gruñó. Aquel mentecato había sacado de las entrañas de esa condenada bolsa un libro de hechizos. ¡Era lo peor que la diosa del Infortunio podría haberle enviado para atormentarla! Había raptado a un mago de pacotilla.
—Por favor, dime que no lanzas hechizos —suplicó la semielfa.
—Bueno, me defiendo —admitió él modestamente.
Antes de que Arilyn se diera cuenta de sus intenciones, el humano había sacado un trozo de pedernal y apuntaba con él hacia la leña cuidadosamente apilada junto a la chimenea, al tiempo que murmuraba:
—Aliento de dragón.
Saltó una chispa, el pedernal desapareció de su mano y un agradable fuego llenó la habitación de luz y calor. El joven noble se volvió hacia Arilyn con una sonrisa triunfante, que se le congeló.
—¡Por los Nueve Infiernos! —barbotó—. Eres una elfa.
Arilyn luchó por controlar la creciente llama de su furia y respondió.
—Sí, eso tengo entendido. Apaga ese fuego.
—¿Por qué? —replicó él en tono razonable—. Está oscuro y hace frío. Además, aunque esté mal decirlo, me ha salido un fuego precioso.
¿Cómo explicar a aquel lechuguino la aversión que sentía por el fuego mágico? Él no había presenciado el desastre de la bola de fuego; no había oído los gritos de sus camaradas; no había percibido el olor a carne quemada mientras las llamas consumían a todos menos a ella. Arilyn pugnó por apartar de su mente el recuerdo de cómo murieron Los Siete del Martillo, y haciendo un gran esfuerzo formuló una media verdad con voz calmada y argumentos objetivos.
—Como tú mismo has adivinado antes, nos siguen. Creo que los hemos despistado, pero no quiero arriesgarme a encender un fuego cuando estamos aún tan cerca de Evereska.
Danilo se quedó mirándola y luego, como si no acabara de oír nada de lo que acababa de decir, repitió:
—Una elfa. Eres una elfa. Y tus ojos no son verdes de verdad.
Esta última observación la hizo en tono de tan profunda congoja que Arilyn parpadeó sorprendida.
—¿Es eso un problema?
—No —respondió Danilo lentamente—. Es sólo que, bueno, tengo una debilidad por los ojos verdes. Por Mystra, realmente no eres lo que parecías a primera vista.
—¿Y quién lo es? —preguntó ella con aspereza. Entonces se fijó en la elegante ropa de Danilo, totalmente empapada, y añadió maliciosamente—: Excepto tú, quizá.
—Gracias —contestó él distraídamente.
Arilyn levantó los ojos al techo, incrédula. Danilo la continuaba observando con tanta fijeza que no había parado mientes en el insulto.
—¡Espera! ¡Ya lo tengo! —cacareó triunfante, apuntando con un dedo a Arilyn—. Sabía que me recordabas a alguien: tú eres la persona a quien ese zoquete del bar buscaba. Ariel Hoja… algo, ¿tengo razón?
—Más o menos —admitió ella de mala gana.
Después de todo, no era tan tonto como parecía. Incapaz de permanecer sentada por más tiempo, la semielfa se puso en pie y empezó a pasear por la habitación.
—¡Qué interesante! Bueno, cuéntame tu historia —pidió Danilo, mientras se acomodaba, preparándose para pasar una entretenida velada. Se tumbó de lado, cruzó ambos tobillos y se apoyó sobre un codo. Arilyn le lanzó una torva mirada y se acercó al hogar.
»No, no. Déjalo encendido —insistió él, viendo que Arilyn empezaba a hurgar en los troncos encendidos con un palo—. Los dos estamos mojados y tenemos frío, y el fuego nos sentará bien. Olvídate de él y ven a sentarte. —El joven aristócrata dio unas palmaditas en el heno para invitarla a que se sentara junto a él—. Oh, vamos. Relájate. En la posada los engatusaste a todos con tu disfraz. Ese matón no nos sigue.
—Ya te lo he dicho; no es él quien me preocupa.
—¿Pues quién si no? Has dicho que nos siguen.
—Nos seguían, en pasado —replicó Arilyn, recalcando las palabras y lanzándole por encima del hombro una mirada asesina.
Pero Danilo Thann no era de los que se dan por vencidos fácilmente, y miró al techo en una cómica expresión de repugnancia.
—«Seguían». Bueno, eso lo explica todo.
Arilyn le dio la espalda sin hacer caso de su cordial sarcasmo.
—Oye —dijo Danilo, hablando a la nuca de la semielfa—, ya que te acompaño en este viaje, por decirlo de alguna manera, ¿no crees que debería tener alguna idea de a quién o a qué me enfrento? Y tampoco estaría mal saber adónde vamos.
«¿Por qué no? —se dijo Arilyn—. Quizá la verdad lo asustará y cerrará el pico». La aventurera se sentó en el heno junto a Danilo y dobló las rodillas contra el pecho.
—De acuerdo, ahí va. Puesto que pareces estar al corriente de todo lo que se comenta en esta zona, supongo que habrás oído que hay alguien que está eliminando sistemáticamente a Arpistas.
—Es algo espantoso —comentó Danilo estremeciéndose—. ¡Oh, dioses! —exclamó, abriendo mucho los ojos—. No estoy seguro de adónde quieres ir a parar. ¿Estás diciendo que el asesino de Arpistas te persigue a ti?
—Eres más listo de lo que pareces —fue el seco comentario de Arilyn.
—Gracias, ¿pero cómo lo sabes? Que el asesino te sigue, quiero decir.
La aventurera se encogió de hombros, tratando de no parecer alterada.
—Ya hace alguien tiempo que alguien me sigue dondequiera que voy. Varios amigos míos han sido asesinados, y yo estaba cerca cuando ocurrió.
—Oh, madre mía. Qué terrible.
La voz del joven noble sonaba sinceramente cálida e inquieta, por lo que momentáneamente Arilyn se quedó desconcertada. Su mirada buscó las llamas y se quedó prendida de aquel fuego mágicamente conjurado que tan malos recuerdos le traía. Pero en aquellos momentos prefería mirar cualquier cosa antes que los amables ojos grises de Danilo Thann. Ella había puesto en peligro la vida de ese joven y, por estúpido que fuera, no había hecho nada para merecer el tratamiento que le había dado.
—Lamento haberte metido en todo esto —murmuró la semielfa—. Créeme, no pensaba llevarte tan lejos.
—Por mí no hay problema —replicó Danilo, aceptando jovialmente las disculpas de Arilyn—. Además, es todo un honor para un humilde figurín como yo estar al servicio de los Arpistas. Tú eres una de ellos, ¿no?
—No —contestó ella lentamente—. Yo no soy una Arpista.
—¿Oh? ¿Entonces por qué te persigue el asesino de Arpistas?
—De vez en cuando trabajo para ellos.
—Ah. ¿Y qué es lo que sabes hacer? —preguntó Danilo con afectación, mirándola y moviendo las cejas en una burda parodia de mirada lasciva.
Arilyn le lanzó una mirada iracunda y, en respuesta, él le sonrió. ¡Aquel idiota se divertía provocándola! Arilyn se dio cuenta de pronto de que para él era sólo un juego. No la miraba con lascivia sino como un niño travieso. Toda la irritación que le inspiraba Danilo Thann regresó de golpe, arrinconando el sentimiento de culpa que la había invadido un momento antes. La aventurera sintió un impulso indigno pero irresistible de meterle un poco de miedo en el cuerpo.
—Soy una asesina —declaró con voz amenazante.
Danilo se lo tomó a broma.
—No me digas. Y supongo que también tienes una propiedad en el Gran Desierto con vistas al lago que quieres venderme, ¿no?
—Recuerda; las apariencias engañan —replicó Arilyn, sin poder evitar sonreír—. Al menos, en algunos casos —añadió con un toque de sarcasmo.
Pero la pulla rebotó en la dura piel de Danilo, que desestimó su comentario con un ademán.
—No, no, no es eso. Me creo que eres una asesina, aunque me imagino que habrá pocas tan guapas como tú. Pero ¿desde cuándo los Arpistas ordenan asesinatos?
—No lo hacen —admitió Arilyn—. Hace años que no hago ese tipo de trabajo, y nunca para los Arpistas. Ahora me dedico a recuperar objetos perdidos, dirigir incursiones y proteger a viajeros. Soy una exploradora, una espía o una mercenaria, lo que haga falta.
Danilo se tumbó sobre el estómago y apoyó el mentón en ambas manos.
—Tu versatilidad me asombra, pero, para mi propia paz de espíritu, volvamos a tu ocupación anterior. ¿De verdad que te acercas…, huy, perdona, te acercabas sigilosamente a la gente y la matabas?
—No, nunca. —Arilyn alzó la barbilla—. Retaba a luchadores armados y competentes, y los vencía en duelo.
—Ya veo. —Danilo asintió como si ahora lo entendiera todo—. No me extraña que el asesino de Arpistas vaya tras de ti. —Arilyn enarcó inquisitivamente las cejas, y el humano sonrió y explicó—: Por tratar de elevar el nivel del oficio. Seguro que transgredías un montón de normas del gremio.
Arilyn estuvo a punto de soltar una carcajada, pero logró controlarse.
—De hecho, nunca pertenecí a la Cofradía de Asesinos.
—¿Ves? Otro motivo. Quieren cobrarse todas las cuotas que debes a la cofradía.
Finalmente Arilyn no pudo contener una risita.
—No creo que la Cofradía de Asesinos me aceptara.
—¿De veras? ¿Hay una historia interesante detrás de eso?
—Pues no. —Arilyn se encogió de hombros—. Al principio de mi carrera me pusieron el mote de «asesina». Si alguien cruzaba su espada conmigo, moría —dijo simplemente, respondiendo a la inquisitiva mirada de Danilo.
—Humm… Lo recordaré. ¿Y después?
—El mote se me quedó. Con el tiempo se me consideró una auténtica asesina, y yo misma empecé a creer que lo era, aunque una asesina honorable, eso sí. Durante años fui una aventurera independiente a la que contrataban para luchar y, por ende, a matar.
—Pues sí que eras una asesina —murmuró Danilo.
—Sí, pero nunca luché contra nadie que estuviera desarmado, nunca derramé sangre inocente.
—Estás totalmente convencida de ello, ¿verdad? Debe de ser bonito confiar tan plenamente en el juicio de uno —dijo él con aire pensativo.
—Para bien o para mal no tengo que fiarme de mi buen juicio —replicó la semielfa. Incluso a ella su voz le sonó un tanto amarga. Se llevó una mano a la empuñadura de la espada y explicó—: La espada que llevo no puede derramar sangre inocente. Es imposible. Lo averigüé cuando apenas era una niña que estudiaba en la Academia de Armas. Uno de los estudiantes mayores, Tintagel Ni’Tessine, solía burlarse de mí por mi raza. Un día perdí los estribos y lo ataqué.
—¿Y qué ocurrió? —preguntó Danilo, animándola a continuar.
Arilyn apretó los labios en una leve sonrisa.
—El brazo que sostenía la espada se me quedó entumecido y la hoja de luna se me cayó de la mano. Tintagel aprovechó la oportunidad para darme una paliza.
—¡Terrible!
—Bueno —Arilyn se encogió de hombros—, son cosas que pasan.
—No me parece el comportamiento de un hombre inocente —barbotó Danilo, indignado—. No tenía ni idea de que existieran tales prejuicios contra los elfos.
—Tintagel Ni’Tessine es elfo —declaró Arilyn, lanzándole una curiosa mirada.
—Espera un momento. —Danilo levantó una mano, totalmente desconcertado—. ¿Me he perdido algo?
—Él es un elfo dorado. Yo soy una elfa de la luna, bueno, mejor dicho sólo medio elfa —admitió Arilyn con desgana—. ¿No sabías que existen varias razas de elfos?
—Bueno, sí. Pero no sabía que hubiera diferencias significativas.
—Un comentario típicamente humano —saltó ella—. ¿Por qué será que no me sorprende? —Arilyn pronunció estas últimas palabras con un tono tan duro que Danilo parpadeó, sorprendido.
Su rehén no podía saber que ella trataba de ocultar el dolor que sentía. ¿Cuándo había sido la última vez que había charlado como una cotorra? ¿Le había contado a alguien ese incidente con Tintagel? ¿Había confesado, ni siquiera a sí misma, que a veces se sentía empequeñecida ante el poder de su propia espada? ¡Maldita sea! Ese Danilo tenía algo que derribaba las defensas de su natural reserva, y a ella le molestaba.
Pero el joven aristócrata no pareció haberse ofendido por el brusco cambio de humor de su raptora, pues comentó:
—Ya veo que compartes mi pasión por las piedras preciosas.
—¿Por qué lo dices?
Danilo señaló la hoja de luna con una sonrisita de suficiencia.
—Por esa gema incrustada en la empuñadura. Es un topacio, ¿verdad?
—Supongo que sí. ¿Por qué?
—Oh, es sólo curiosidad. La espada parece antigua pero el topacio está tallado a la manera moderna.
Arilyn se quedó mirándolo un momento con la boca abierta.
—Eres muy observador.
—No es nada —replicó él modestamente—. Como ya he dicho, soy un apasionado de las piedras preciosas y sé bastante sobre ellas. ¿Ves cómo las diminutas facetas se enrollan alrededor de la base de la piedra, conduciendo como un panal a una superficie grande y plana? Este estilo empezó a ponerse de moda hace, digamos, cincuenta años.
—Si tú lo dices… Pero tienes razón, la piedra es bastante nueva.
—La original se perdió, ¿no es eso? ¿Qué tipo de piedra era?
—Un ópalo.
—Una piedra semipreciosa que suele presentar motas azuladas. Conductora natural de la magia —recitó Danilo con voz erudita—. ¿Por qué la sustituiste por un topacio?
Arilyn se encogió de hombros.
—Cuando empecé a entrenarme mi maestro la hizo poner ahí para equilibrar la empuñadura.
—No hay muchos maestros que den tanta importancia a los detalles… ni a sus alumnos, de hecho. —El joven sonrió—. Los míos, en especial, me evitaban como la peste. Tú tuviste suerte con tu maestro.
—Sí —replicó Arilyn calurosamente—. Estudiar con Kymil Nimesin fue una gran oportunidad y… —La semielfa se interrumpió de pronto.
Arilyn se limitó a encogerse de hombros. «Maldita sea —se dijo enfadada—. Lo estoy haciendo otra vez. Ese tipo me sacará la historia de mi vida antes de poder desembarazarme de él».
Lo que más le angustiaba era el inexplicable sentimiento de camaradería, la diminuta semilla de amistad que iba creciendo entre ella y aquel extraño, ese humano frívolo, estúpido y emperifollado. Deliberadamente conjuró en su mente la imagen de Rafe Espuela de Plata como si fuera un talismán. El recordar qué podía sucederles a quienes le eran más cercanos reforzó su determinación de mantenerse lejos de todo el mundo.
Nuevamente la alegre voz de Danilo Thann se introdujo en sus pensamientos.
—¿Sabes?, acabo de darme cuenta de que aún no me has dicho cómo te llamas. ¿Qué nombre pronunció ese ridículo bárbaro de la posada? Arilyn, ¿no? Arilyn Cantoluna. No, no era así. Hojaluna. ¡Sí, Arilyn Hojaluna!
La semielfa se puso en pie y apagó las brillantes brasas del fuego pisoteándolas.
—Ahora a dormir —dijo en tono cortante, dando la espalda al hombre—. Partiremos antes del amanecer.