El festival de la Gran Cosecha era el acontecimiento social más destacado del mes de Eleint, conocido como el Desvaído. No obstante, Eleint distaba mucho de ser un mes aburrido. A medida que el verano se acercaba a su fin y los días se hacían más cortos y frescos, el otoño regalaba noches más largas para la diversión. Los festivales de la cosecha atestaban el calendario. Pese a que la economía de Aguas Profundas se basaba más en el comercio que en la agricultura, los adinerados habitantes de la ciudad aprovechaban cualquier oportunidad para celebrar una fiesta.
Los nobles mercaderes de Aguas Profundas se lanzaron a la calle en masa. Para los miembros de la vieja generación, el festival era de gran importancia. Era el momento de reafirmar su posición en la ciudad, de eclipsar a sus competidores, de reunir información útil así como de lanzar rumores potencialmente beneficiosos y también de disfrutar de su inmerecida riqueza con una exultante alegría.
En el baile de la Gran Cosecha —organizado por varias familias nobles— se echaba la casa por la ventana. Se celebraba invariablemente en la Casa de las Sedas Púrpura, uno de los edificios para celebraciones más grandes y espléndidos de la ciudad. Setecientos invitados se habían congregado en el salón principal, que brillaba con la luz de un millar de diminutos faroles que cambiaban mágicamente de color en función del ritmo y el tono de la música de baile. En el centro del suelo de mármol un gran corro de bailarines ejecutaba los complicados movimientos de un rondó, riendo y girando. Las relucientes joyas y sedas de los bailarines reflejaban los cambios de color de la luz como un enorme caleidoscopio.
Otros invitados disfrutaban lo suyo junto al bufé o se servían de las bandejas llenas de exquisitos manjares que un pequeño ejército de camareros hacía circular. No se habían escatimado gastos; aquella noche todo era de la mejor calidad que podía encontrarse en la Ciudad de los Prodigios. Jarrones llenos de exóticas flores cultivadas en invernaderos perfumaban el aire; los músicos eran de lo mejorcito de Faerun y esa noche ofrecerían breves conciertos para amenizar la velada. En aquellos instantes un conjunto de violas e instrumentos de viento de madera interpretaban danzas, pero en rincones alejados otros músicos tañían laúdes y arpas para crear una atmósfera adecuada a las citas galantes.
En un rincón del salón —situado muy cerca de un bar muy bien provisto— no cesaban de resonar las carcajadas. Un alegre grupito se había formado alrededor de Danilo Thann, el favorito de los cachorros de la buena sociedad de Aguas Profundas.
El objeto de tanta atención era un hombre joven vestido de punta en blanco con un atuendo que realzaba su recién adquirida imagen de hombre muy viajado. Danilo lucía un sombrero de ala ancha y terciopelo verde, que deliberadamente llevaba el sello característico de un famoso pirata de Ruathyn, incluidas las majestuosas plumas. El dandi calzaba unas botas suaves y flexibles, como las de los aventureros sembianos, con la diferencia de que las suyas estaban hechas con piel de un animal poco común y, además, teñidas de verde. Dragones y grifones delicadamente bordados retozaban en su camisa de seda de Shou verde pálido. Pero aquí acababa su disfraz de trotamundos, pues su abrigo y sus pantalones color verde jade seguían la última moda local, al igual que la capa de terciopelo a conjunto que se arrastraba con elegancia por el suelo. Sus manos de dedos gesticulantes se adornaban con diversos anillos, y un colgante con una esmeralda cuadrada de gran tamaño le brillaba en el pecho. La mata de cabello rubio que le caía sobre los hombros —con brillantes ondas primorosamente cuidadas— enmarcaba un animado rostro.
Danilo Thann era un diletante por convicción así como todo un figurín, reputado por sus talentos musicales y mágicos tan divertidos como imperfectos. En esos momentos entretenía a sus amigos con un nuevo truco de magia.
—¡Eh, Dan! Por fin ha regresado el aventurero —gritó una voz a espaldas de Danilo, interrumpiendo al aspirante a mago en medio de un hechizo.
El recién llegado fue saludado ruidosamente. Un espléndidamente ataviado Regnet Amcathra con los colores rojo, plateado y azul de la familia se introdujo en el círculo de jóvenes nobles. Él y Danilo se estrecharon la mano con la misma gravedad que si fueran guerreros, para después romper a reír y abrazarse golpeándose la espalda.
—Por los ojos de Helm, qué bien te ves —juró Regnet. Su amigo de infancia y rival en cuestiones de moda examinó el conjunto verde de Danilo de la cabeza a los pies—. Dime, Dan —dijo al fin, hablando con afectación—, ¿cambiarás de color cuando madures?
El grupo prorrumpió en carcajadas antes de que Danilo pudiera responder con otra pulla.
—Sí, bueno, hablando de verde —intervino Myrna Callahanter—, ¿os habéis enterado de que se ha visto a nuestro buen amigo Rhys Brossfeather entrar en La Sirena Sonriente?
Los jóvenes nobles esbozaron una sonrisa de complicidad. Myrna era una cotilla frívola y un tanto maliciosa que aprovechaba la más mínima oportunidad para chismorrear.
—¿De veras? He oído historias maravillosas sobre ese lugar —replicó Danilo, sonriendo de oreja a oreja al imaginarse al apocado y joven clérigo en una taberna de mala nota—. ¿Es tan pícaro el espectáculo que se ofrece como dicen?
—Bueno… eso he oído —contestó Myrna, bajando los ojos con recato.
El grupo acogió con carcajadas el intento de Myrna de salirse por la tangente.
—Probablemente Myrna estaba sobre el escenario esa noche —sugirió Regnet, lo que provocó otro estallido de risas.
Sin sentirse en modo alguno insultada, lady Callahanter respondió con una malévola mueca digna de un dragón rojo. A la joven le encantaba ser el centro de atención y con un estudiado gesto alzó una mano hacia su brillante cabello pelirrojo. Al hacerlo, su manto se abrió convenientemente revelando un vestido transparente y mucho más. Varios de los jóvenes nobles se quedaron boquiabiertos ante la súbita exhibición, y un invitado dejó caer ruidosamente la copa.
Con expresión divertida Danilo se inclinó hacia Regnet y le preguntó:
—Tiene un sentido de la oportunidad digno de un bardo, ¿pero sabe cantar?
—¿Acaso importa? —repuso secamente su compinche.
Como la mayoría de los invitados, Myrna Callahanter se había vestido para deslumbrar. El vestido verde azulado que llevaba era casi transparente, con montones de lentejuelas cosidas en lugares estratégicos que creaban la ilusión de que iba decentemente vestida. El generoso escote revelaba un exuberante pecho. En la piel de brazos y cuellos exhibía dibujos ingeniosamente trazados con purpurina multicolor, así como unas curvas impresionantes. Incluso el cabello —del estridente tono escarlata que se conseguía con alheña— había sido primorosamente peinado y adornado con gemas y brillantes cintas. En Myrna no había nada sutil y tenía fama de causar tantos estragos entre los hombres como una banda de trolls que irrumpieran en una carnicería.
Para sacar el máximo partido de ser el centro de todas las miradas, Myrna lanzó un dramático suspiro. Con una prolongada caída de ojos, continuó con su letanía de chismes.
—Y también está ese terrible escándalo de Jhessoba, la pobre…
—Myrna, cariño, sé que tu familia está especializada en el comercio del rumor, ¿pero es realmente necesario que hables de negocios en una fiesta?
Nuevamente todos los jóvenes nobles sonrieron al unísono. Quien había hablado era Galinda Raventree; ella y Myrna eran enemigas juradas, y sus viperinas lenguas siempre animaban las fiestas.
Pero aquella noche Galinda tenía otro motivo para hacer callar a Myrna: el último infortunio de Jhessoba tenía implicaciones políticas que, por desgracia, podrían conducir a un serio debate sobre cuestiones de peso. Fanática de las fiestas, Galinda no estaba dispuesta a permitir que el ambiente de apropiada frivolidad se disipara.
Danilo pasó un brazo alrededor de los hombros de Myrna y salió valientemente en su defensa:
—Oye, Galinda, deberías dejar que Myrna hablara. Después de pasar dos meses viajando en esa aburrida caravana de mercaderes me muero por conocer los chismorreos. Vamos, continúa —añadió, propinando a Myrna un suave pellizco para animarla.
—Mi héroe —ronroneó la chismosa joven. Acto seguido se arrimó un poco más a él, su mano de uñas escarlata subió sinuosa por el pecho del joven y jugueteó con la esmeralda.
Al notar la familiar mirada de devorahombres en los ojos de Myrna, Danilo, prudentemente, se retiró. No obstante, ya tenía un brazo ligeramente espolvoreado con purpurina.
—Eh, Myrna —protestó al ver su ropa manchada—, me has cubierto con esa cosa asquerosa.
Varias mujeres del grupo lanzaron miradas furtivas a sus acompañantes para comprobar si también ellos mostraban reveladores destellos. Galinda Raventree tomó nota del subrepticio examen y, muy satisfecha, sonrió clavando la mirada en su copa de vino.
Pero Myrna, que nunca se sentía insultada, abrazó de nuevo a Danilo al tiempo que le suplicaba:
—Haz otro truco.
—Me encantaría, pero se me han acabado todos los hechizos que tenía para hoy.
—Oh, no —susurró la mujer, dirigiéndole un mohín—. Alguno te quedará, ¿no?
—Bueno… —Danilo vacilaba—. De hecho, he estado trabajando en unas modificaciones de hechizos muy interesantes.
—¿Otra bola de nieve Snilloc? —dijo Regnet, riéndose a carcajadas.
—¿Así es como me lo agradeces? —Danilo fingió despecho y se enfurruñó. Entonces se volvió hacia los demás y con una mano llena de anillos señaló lánguidamente a su amigo—. Hace unos tres meses a nuestro elegante amigo no se le ocurrió nada mejor que insultar a unos caballeros muy grandes y muy borrachos en una taberna del distrito de los Muelles. Hubo una pequeña reyerta y, por supuesto, yo corrí en auxilio de mi amigo. Usando el hechizo de la bola de nieve Snilloc, conjuré un proyectil mágico…
—¿Una bola de nieve? —inquirió con sorna Wardon Agundar. Su familia se dedicaba a la forja de espadas, y él despreciaba otras armas.
—Bueno, no exactamente —confesó Danilo—. Probé una variación del hechizo y conjuré un arma, humm, algo más peculiar.
—Creando así el hechizo de la tarta de crema Snilloc —apostilló Regnet con una amplia sonrisa. Los nobles lanzaron ruidosas carcajadas al imaginárselo, y Danilo inclinó la cabeza, admitiéndolo.
—Ese hechizo me hará inmortal —declaró, llevándose una mano al corazón y adoptando una pose heroica.
—¿Y qué pasó? —preguntó Myrna entrecortadamente—. ¿Tuvisteis que luchar o intervino la guardia?
—La sangre no llegó al río —admitió Danilo—. Resolvimos nuestras diferencias como caballeros. Regnet pagó una ronda a nuestros antiguos adversarios. Huelga decir que ellos pusieron el postre.
Un gruñido universal acogió el juego de palabras de Danilo.
—Ahora deberías hacer otro truco para redimirte —le aconsejó Regnet.
Todos trataron de convencerlo para que lanzara otro de sus encantamientos. Danilo se negó, argumentando que aún tenía que acabar de dar los últimos toques a su hechizo, pero al fin accedió.
—Necesito algo realmente vulgar para hacer este encantamiento —dijo Danilo. Sus ojos se posaron en el colgante que llevaba Regnet, una versión de la divisa de los Amcathra hecho con refulgentes piedras rojas y azules.
—¡Caramba, Regnet, eso es justo lo que necesito!
Regnet fingió acusar el amistoso insulto, pero le tendió la fruslería. Su amigo empezó a entonar el hechizo, cantando las palabras arcanas y gesticulando. Finalmente, lanzó el colgante al aire, y la exhibición culminó en un estallido y una ráfaga de humo multicolor.
Cuando el humo se disipó los jóvenes aristócratas se quedaron mirando fijamente a Regnet sin dar crédito a sus ojos. Inmediatamente sus risotadas resonaron por todo el salón. El hechizo había convertido las coloridas galas de Regnet en las apagadas ropas marrones de un druida.
Danilo abrió mucho los ojos, falsamente consternado. Dio un paso atrás y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Humm… Veamos, ¿cómo ha podido pasar algo así? —murmuró, llevándose una mano a su atractivo mentón y dándose golpecitos allí.
El rostro de Regnet era un poema mientras contemplaba su vulgar indumentaria. Su congoja provocó nuevas carcajadas por parte de sus amigos. De pronto, todas las risas cesaron y un nervioso silencio se adueñó del animado grupo.
Un hombre alto y fornido se acercaba a la esquina que ocupaban. A diferencia de la mayoría de los invitados, el hombre iba vestido de negro solemne y sus únicos adornos eran una torques de plata y una capa forrada con una magnífica piel gris. Tenía cabello blanco entrecano y fruncía la frente en gesto reprobador.
—Ay, ay, ay… —murmuró Myrna con ojos brillantes de júbilo ante el inminente desastre. Otro miembro del grupo, un noble que había empinado demasiado el codo, palideció al ver la severa figura que se aproximaba y se quitó de en medio. Pero Danilo levantó una mano y saludó encantado:
—¡Tío Khelben! Justo la persona que necesitábamos. Me temo que mi último hechizo no me ha salido demasiado bien. ¿Puedes decirme en qué me he equivocado?
—No oso imaginarlo —replicó Khelben secamente—. Danilo, me parece que ya es hora de que tengamos otra charla tú y yo. —El hombre agarró con firmeza uno de los brazos del pisaverde, y miró fríamente al círculo de nobles.
El bullicioso grupo captó la indirecta y se disolvió como una bandada de pájaros asustados, murmurando excusas entre dientes. No sería ésa la primera vez que Khelben «Báculo Oscuro», archimago y reputado miembro del círculo secreto que gobernaba la ciudad, reprendía a su frívolo sobrino por su irresponsable uso de la magia, y a los amigos de Danilo no les apetecía oír el sermón del archimago.
—Son todos unos cobardes —pensó en voz alta Danilo, observando la precipitada retirada de sus amigos.
—Olvídalos. Tenemos cosas más importantes de las que hablar.
Danilo hizo una mueca y cogió al vuelo dos copas de aguamiel espumosa de la bandeja de un sirviente que acertó a pasar por su lado.
—Toma, coge esto —dijo a su tío, al tiempo que le ponía una de las copas en la mano—. Supongo que, como de costumbre, todavía no te habrás remojado el gaznate.
La adusta respuesta de Khelben quedó ahogada por una estridente expresión de alegría.
—¡Danilo, has vuelto! —Una mujer noble, algo achispada, ataviada con una incongruente mezcla de encaje transparente y pieles blancas, se abalanzó sobre el dandi vestido de verde.
Fiel a su lema de no mancharse las galas con vino, Danilo apartó la copa a un brazo de distancia mientras acogía cautelosamente al atractivo proyectil y lo abrazaba con el otro brazo.
—He contado los minutos, Sheabba —le dijo, sonriendo hacia el rostro de la mujer vuelto hacia él.
La mujer rubia rodeó la cintura de Danilo con sus brazos y soltó una risita tonta.
—Sí, claro —replicó escéptica—. Supongo que habrás conquistado a todas las mujeres de aquí hasta Suzail.
—Más bien, habrá estado abonando los campos —la atajó Khelben en tono ácido.
—Vete a rebuznar a otra parte, viejo asno —le espetó Sheabba. La mujer fulminó al mago con la mirada e inmediatamente retrocedió horrorizada al darse cuenta de a quién había insultado.
Danilo, apercibiéndose de la consternación de la mujer, se apresuró a rescatarla.
—Shea, mañana irás a los juegos del festival, ¿no? Oh, maravilloso. Tendré que cabalgar en una o dos pruebas, pero después un grupo nos reuniremos en La Lanza Partida para tomar algo. Estás invitada. ¿Querrás ir?
La joven logró componer un débil gesto de asentimiento antes de huir precipitadamente, abriéndose paso insegura entre la multitud. Danilo suspiró y sacudió la cabeza.
—Querido tío, realmente produces un efecto increíble en las mujeres. Pero no desesperes; he estado trabajando en un nuevo encantamiento que mejorará radicalmente tu vida social. ¡Eh! ¡Ojo con la seda!
Nuevamente Khelben había agarrado a Danilo por el brazo y, haciendo caso omiso de las farfullantes protestas de su joven sobrino, lo arrastró fuera del salón y lo obligó a entrar en un aislado apartado.
Una vez libre, Danilo se apoyó en el busto de mármol de Mielikki, diosa del Bosque, y se compuso la capa en elegantes pliegues antes de dirigir la palabra a su ceñudo tío.
—Bueno, ¿a qué debo el honor de este rapto?
—Supongo que estás enterado de lo de Rafe Espuela de Plata. —Khelben no solía perder tiempo en preámbulos.
—Pues no —repuso Danilo tras tomar un sorbo de vino—, la verdad es que no. ¿A qué se dedica últimamente nuestro buen explorador?
—A estar muerto.
Danilo palideció, y en la faz de Khelben apareció una expresión de remordimiento. El mago prosiguió en tono más amable:
—Lo siento, Dan. Había olvidado que tú y Rafe erais buenos amigos.
El joven asintió. Su rostro no mostraba ninguna emoción, pero estudió atentamente las burbujas de su copa un largo momento antes de alzar la mirada.
—Supongo que tenía la misma marca, ¿no? —Ahora la voz de Danilo sonaba monótona y no quedaba nada de su tono afectado.
—Sí.
—Rafe Espuela de Plata —repitió Danilo con voz distante—. Tu muerte será vengada, amigo mío.
El juramento fue pronunciado en voz baja, pero nadie que lo hubiera oído dudaría que tenía intención de cumplirlo. La voz de Danilo reflejaba una fuerza sosegada y una terca determinación. Cualquiera que lo hubiese visto en esos momentos no lo habría reconocido como el petulante pisaverde tan conocido en la sociedad de Aguas Profundas. La furia oscurecía su hermoso rostro cuando se volvió hacia el mago, aunque logró refrenar su rabia con un control sorprendente por lo inesperado.
—¿Cómo murió?
—Igual que todos los demás: mientras dormía, que sepamos —contestó Khelben—. Si un explorador tan bueno como el joven Espuela de Plata fue cogido por sorpresa, no es de extrañar que los Arpistas no logren dar con el asesino.
—De tus palabras colijo que la búsqueda está siendo infructuosa.
—Muy cierto —admitió el mago—. Y aquí es donde entras tú.
Adoptando de nuevo su papel de petimetre, Danilo cruzó los brazos y enarcó una sola ceja.
—No sé por qué, me temía que ibas a decir eso.
—Qué perspicaz —dijo Khelben secamente, consciente de que su sobrino estaba tratando de ocultar la fuerte emoción que sentía.
—Por supuesto, tienes un plan —apuntó Danilo.
—Sí. He estado siguiendo la ruta del asesino y empiezo a ver una pauta. Conduce aquí. —Khelben metió una mano en el bolsillo y sacó una miniatura con marco de peltre.
Danilo aceptó el retrato y lo estudió, tras lo cual silbó apreciativamente.
—¿Tú has hecho esto? Por todos los dioses, tío, aún tienes posibilidades de convertirte en artista.
La broma del joven arrancó a Khelben una ligera sonrisa.
—No sabía que fueras un entendido de arte, sobrino.
—No de arte, pero sí de mujeres —replicó Danilo con vehemencia, con los ojos clavados aún en el retrato. Éste mostraba a una mujer de exótica y excepcional belleza. Unos cabellos negros como el azabache y ensortijados enmarcaban una cara de óvalo perfecto y tez blanquísima. Tenía pómulos altos y angulosos, y unas facciones que parecían esculpidas delicadamente con cincel. Pero lo más extraordinario eran sus ojos, de forma almendrada y de un verde intenso. Los ojos verdes eran la debilidad de Danilo.
—¿Tiene realmente este aspecto o te has tomado algunas licencias artísticas? —preguntó.
—Realmente es así —confirmó Khelben. Entonces inclinó la cabeza y se corrigió enigmáticamente—: Bueno, a veces es así.
Danilo alzó la mirada hacia su tío y frunció el entrecejo. Sacudió la cabeza para apartar de sí la tentación de ahondar en el tema y volvió al asunto que los ocupaba.
—Además de la futura madre de mis hijos, ¿quién es esta beldad?
—El objetivo del asesino.
—Ah. ¿Y quieres que yo la ponga sobre aviso?
—No. Quiero que la protejas. Y, por decirlo de algún modo, que la espíes. Si estoy en lo cierto, deberás hacer ambas cosas para atrapar al asesino de Arpistas.
Danilo se dejó caer en el banco de piedra que había junto a la estatua. La sonrisa vaga y encantadora había desaparecido de su rostro, y al hablar su tono era de nuevo inquietante.
—O sea, que tengo que ser yo quien atrape al asesino, ¿no? Quizá deberías empezar por el principio.
—Muy bien. —Khelben tomó asiento al lado de su sobrino y señaló con el dedo el precioso retrato que Danilo seguía sosteniendo en la mano.
—Esa mujer ha estado cerca en la mayoría de los asesinatos, tal vez en todos.
—A mí me parece que tienes una sospechosa, no un objetivo —dijo Danilo con pesar, sin apartar la vista del retrato.
—No.
—¿No? —preguntó Danilo a la vez sorprendido y esperanzado.
—No —reiteró Khelben con firmeza—. Y tengo diversas razones para afirmarlo. Para empezar, es una agente de los Arpistas. Una de las mejores. En mi opinión el asesino la persigue desde hace un tiempo. Como no consigue acercarse lo suficiente para actuar sin ser descubierto, elige objetivos más sencillos.
—Perdona, pero teniendo en cuenta algunos de los Arpistas que ha matado el asesino, me resulta difícil aceptar tu teoría —protestó Danilo. Para sostener su razonamiento fue recitando una lista con los dedos de una mano—: Sybil Cantoseda, Kernigan de Soubar, la maga Perendra, Rathan Thorilander, Rafe Espuela de Plata… —La voz de Danilo se fue apagando, y el joven tuvo que carraspear para poder seguir—. Esa mujer no puede ser más capaz que todos ellos.
—Sí lo es.
—¿En serio? Mmm. ¿Qué interés tiene el asesino en tu hermosa agente Arpista? Aparte de las razones obvias, naturalmente.
—Posee una hoja de luna —respondió Khelben lacónicamente—. Es una espada elfa mágica muy poderosa. Es posible que el asesino, quienquiera que sea, vaya tras la espada de Arilyn.
—Arilyn —Danilo repitió el nombre distraídamente, y volvió a fijar la mirada en el retrato—. Sí, le pega. Arilyn ¿qué más?
—Hojaluna. Ha adoptado como apellido el nombre de la espada. Pero nos estamos yendo por las ramas.
—Tienes razón. ¿Qué hace esa espada mágica?
Khelben se tomó su tiempo antes de responder.
—No conozco todos sus poderes —dijo cautelosamente—. Y aquí es donde entras tú.
—Eso ya lo has dicho —observó Danilo.
—Aparte de nosotros dos, ¿ves a alguien más en esta habitación? —le espetó el mago, con el rostro ensombrecido por la exasperación—. No tienes por qué seguir haciendo el papel de tonto.
—Lo siento. —Danilo sonrió a modo de disculpa—. Es la costumbre.
—Sí, bueno, por favor, presta atención a lo que estamos hablando. Existe la posibilidad de que Arilyn Hojaluna haya sido elegida por el asesino por su espada además de por sus talentos. Si descubrimos quién se interesa por la hoja de luna y por qué, tendremos la oportunidad de encontrar al asesino.
Danilo se quedó pensativo un largo instante.
—Una pregunta —dijo al fin.
—Adelante.
—¿Por qué yo?
—Debemos guardar el secreto a toda costa. Tenemos que enviar a alguien que no levante sospechas.
—Oh. —Danilo cruzó una rodilla sobre la otra y se echó un rizo sobre el hombro en un gesto exageradamente afeminado—. ¿Es mi imaginación o acabas de insultarme?
—No te menosprecies, muchacho —replicó Khelben ceñudo—. Has demostrado que eres un agente más que capaz y eres ideal para esta misión.
—¡Ya lo creo! Ideal para proteger a una mujer que no parece necesitar mi protección —replicó Danilo irónicamente.
—Es más que eso. Necesitamos información acerca de la hoja de luna. En el pasado has demostrado tu capacidad para averiguar los secretos de muchas mujeres.
—Sí, es un don que tengo —convino Danilo modestamente. Dando golpecitos al retrato añadió—: Ojo, no es que intente zafarme de esta misión pero alguien tiene que formular la pregunta más obvia: ¿por qué no le preguntáis directamente a ella sobre la espada?
Khelben «Báculo Oscuro» miró al joven aristócrata con cara sombría y seria.
—Hay más de lo que se ve a simple vista, aunque la existencia de un asesino tan hábil que se dedique a eliminar sistemáticamente a Arpistas sea un buen problema. Nadie debe sospechar que trabajas conmigo, ni el asesino ni otros Arpistas y mucho menos Arilyn.
—¿Intrigas internas? —se mofó Danilo.
—Es posible —respondió Khelben enigmáticamente.
—Fantástico —murmuró Danilo, que parecía verdaderamente consternado ante la inesperada respuesta de Khelben a su pulla—. No obstante, no veo por qué tenemos que ocultárselo a Arilyn. Si el asesino va tras ella, ¿no deberíamos advertirla? Si sabe que me envían para ayudarla seguramente se mostrará más dispuesta a colaborar.
—Todo lo contrario —bufó el mago—. Pese a su talento, Arilyn Hojaluna es una de las personas más tercas, impetuosas e irrazonables que conozco. Nunca aceptaría protección y no le haría ni pizca de gracia que le sugiriéramos que no es capaz de encargarse sola del asesino. —Khelben hizo una pausa y las comisuras de la boca se curvaron en una mueca—. Ahora que lo pienso, me recuerda mucho a su padre.
Danilo lanzó al mago una mirada de escepticismo.
—Todo esto es muy interesante, pero tengo la sensación que estás eludiendo la cuestión principal. Se trata de la espada, ¿verdad? Sabes algo de ella que no quieres decirme.
—Sí —admitió Khelben.
—¿Y bien? —apremió Danilo.
Pero el mago negó con la cabeza.
—Lo siento. Tendrás que confiar en mí. Cuantas menos personas estén en el secreto, mucho mejor. Dudo que la misma Arilyn sepa hasta dónde llegan los poderes de su espada. Tenemos que averiguar qué sabe, y aquí…
—Es donde entro yo. —Danilo acabó la frase sin ningún entusiasmo.
—Exactamente. Tienes el don de hacer hablar a la gente. Pero cuidado. Hasta que identifiquemos al asesino y lo capturemos, debes mantener tu fachada en todo momento.
—Pero una vez que Arilyn se acostumbre a mi presencia, seguro que…
—No —atajó Khelben y alzó un dedo admonitorio para recalcar sus palabras—. Hay algo que debes saber: Arilyn Hojaluna es muy buena y no es nada fácil seguirla. No obstante, el asesino siempre aparece cerca de ella. Obviamente la vigila de cerca, probablemente por medios mágicos. Si te presentas como un dandi encantador pero inútil, no representarás ninguna amenaza para quienquiera que la esté vigilando. Pero si alguna vez te sales del papel…
—No te preocupes —dijo Danilo, encogiéndose de hombros—. Actúo mejor cuando hay público.
—Así lo espero. Podría ser una actuación muy larga. Arilyn no tiene ni un pelo de tonta, y tendrás que permanecer a su lado hasta que te conduzca al asesino de Arpistas.
Una expresión de profundo desagrado asomó al rostro del joven.
—No me gusta nada la idea de usarla como cebo.
—A mí tampoco —rezongó Khelben—. Pero ¿se te ocurre algo mejor?
—No —admitió Danilo.
—Pues a mí tampoco. —El mago se levantó bruscamente, dando la entrevista por terminada—. Te sugiero que te disculpes ante lady Sheabba. Partirás hacia Evereska por la mañana.