La caravana de mercaderes acampó para pasar la noche, pero bajo el habitual despliegue de actividad subyacía una profunda desazón. En ruta de Aguas Profundas a Cormyr la caravana debía acampar a la sombra del fuerte Tenebroso.
No era insólito que caravanas de honrados comerciantes hicieran una parada junto al bastión de los zhentarim; después de todo, el negocio era el negocio. Era preferible comerciar abiertamente con la Red Negra que defender una caravana de ella. Puesto que las incursiones no garantizaban un suministro constante de provisiones, la fortaleza —puesto avanzado de los zhentarim— compraba todo aquello que no podía obtener mediante el robo.
A los mercaderes se les había garantizado su seguridad y que harían negocios limpios, pero ningún miembro de la caravana podría pegar ojo esa noche. Era imposible sentirse a gusto encajonados entre paredes verticales de roca y una muralla fuertemente fortificada. Se encontraban atrapados dentro del valle del fuerte Tenebroso junto con más de mil componentes del contingente de los zhentarim. La guardia de la caravana se triplicó, pero, según todos los indicios, otro tanto se había hecho con la guardia situada en la muralla exterior desde la que les vigilaban.
Incluso quienes no hacían guardia esa noche permanecieron despiertos. Para descargar la tensión, los miembros de la caravana jugaban a juegos de azar, se dedicaban a empinar el codo, soltaban bravatas a gritos y se producían frenéticas citas furtivas.
En una pequeña tienda situada en el borde del campamento, una solitaria figura esperaba con impaciencia que los demás se durmieran. El jaleo se prolongó durante horas y, finalmente, ya no pudo esperar más. Arilyn Hojaluna recogió su equipo y se escabulló de la tienda para internarse en la noche.
Los años de práctica y su innata gracia elfa le permitían moverse en completo silencio, y la noche sin luna la envolvía en sombras. La semielfa se dirigió lentamente a la fortaleza por la ruta que tan meticulosamente había planificado. A excepción de unos pocos acres de árboles, el valle apenas ofrecía cobertura natural. Arilyn aprovechaba la poca que encontraba; corría como una flecha entre los montones de rocas y se arrastraba a través de la maleza. Finalmente alcanzó el bosquecillo situado justo al oeste de la torre de la Poterna. Ante ella se abría un foso y, más allá, la sólida muralla exterior de la fortaleza.
El viejo informante zhentarim había insistido en que no tratara de cruzar a nado el foso, pues estaba infestado de peligrosas criaturas, entre ellas, unos pececillos con dientes tan afilados como hojas de afeitar. Un banco de tales peces podía descarnar a un caballo en cuestión de minutos. Al otro lado de las aguas, engañosamente mansas, la fortaleza se erigía imponente en la noche sin estrellas, con sus torres negras lanzadas como flechas hacia lo alto. Agachada a la sombra de los árboles, Arilyn sacó varios objetos de la bolsa y se dispuso a penetrar en el fuerte Tenebroso.
Después de semanas de febril planificación Arilyn conocía tan bien la fortaleza que sentía que ese conocimiento la había contaminado. Construido siglos atrás por malvados gigantes, el castillo había albergado dragones y a un mago no muerto antes de ser conquistado por los zhentarim que ahora lo habitaban. El mal parecía haber impregnado los mismos muros, como si hubiese sido uno de los ingredientes de la argamasa.
Arilyn montó una pequeña ballesta y colocó en ella una flecha verdaderamente insólita. Era un proyectil muy parecido a un juguete infantil, diseñado especialmente para aquella misión, con un extremo acabado en forma de copa en vez de en punta. La copa estaba llena de savia de araña, un potente adhesivo obtenido por medios alquímicos a partir del revestimiento de las telas de arañas gigantes. La joven apuntó cuidadosamente a la torre de los Visitantes. El proyectil salió disparado, arrastrando tras de sí una cuerda hecha de telaraña e hizo diana justo debajo del tejado de la torre. Arilyn tiró con fuerza de la cuerda, muy ligera pero irrompible porque se había fabricado con seda. Tras asegurarse de que aguantaría, la semielfa cruzó el foso balanceándose, tras lo cual soltó la cuerda y aterrizó con ligereza en la base de la muralla.
La torre de los Visitantes formaba parte de la muralla exterior y, como esa noche, solía alojar a invitados que se consideraban demasiado peligrosos para permitirles entrar en el castillo. Había guardias, desde luego, pero estaban dentro de la fortaleza y su misión era controlar el paso de los visitantes entre la torre y el patio. Arilyn volvió a agarrarse a la cuerda y empezó a trepar lentamente por la torre a fuerza de músculos.
Su objetivo se encontraba cerca del tercero y último piso de la torre: una ventana defendida con barras de hierro oxidadas. Al alcanzarla Arilyn se subió al alféizar de piedra y sacó un pequeño frasco. Con infinito cuidado, untó con un poco de ponzoña destilada de dragón negro los extremos superior e inferior de dos barras. El aire se llenó de un débil siseo corrosivo provocado por el ácido al comerse el metal oxidado. Arilyn sacudió las barras para desprenderlas, limpió cuidadosamente los restos de ácido de los bordes y seguidamente se introdujo por el hueco. Una vez dentro, pegó un poco de goma de acacia en cada extremo de las barras y las volvió a colocar donde estaban.
Tal como había previsto, se encontraba en un estrecho pasillo que contorneaba toda la torre. En ese nivel era donde se comía, y a esa hora sólo se oían unos pocos sonidos metálicos provenientes de la cocina. Estremeciéndose de disgusto, Arilyn se puso rápidamente su disfraz: una vestidura clerical color púrpura oscuro como las que llevaban los devotos del dios del Mal Cyric. Tras echarse la capucha sobre el rostro se dirigió hacia la escalera de caracol de la torre, por la que se bajaba al patio.
Según los mapas, el piso inmediatamente inferior albergaba los cuartos de los invitados. Arilyn descendió tan rápido como pudo, con la esperanza de no toparse con ninguno de sus «colegas clérigos». La suerte la acompañó hasta llegar a la planta baja. En la base de la escalera un hombre bajo y regordete la observaba ceñudo. Llevaba la capucha púrpura echada hacia atrás y en la frente tenía pintado un sol negro con una reluciente calavera en el centro.
—¡Simeon! Ya era hora. Date prisa o nos perderemos la procesión —le espetó.
Arilyn se limitó a asentir y mantuvo la cabeza gacha mientras le indicaba al hombre con una seña que él fuera por delante. El clérigo entornó los ojos.
—¿Simeon? —Ahora la voz dejaba relucir sospecha, y una mano se fue acercando al símbolo clerical que llevaba sobre el corazón. Arilyn se dio cuenta de que se disponía a lanzar un hechizo. La joven bajó de un brinco los últimos escalones y propinó al hombre un puntapié.
Su bota golpeó al hombre en el abdomen, y ambos cayeron al suelo en un revoltijo de túnicas color púrpura. Arilyn se levantó, pero el clérigo se quedó tumbado en el suelo, doblado sobre sí mismo y sin aliento. La semielfa le propinó otro puntapié en un lado del cuello que lo dejó fuera de combate.
Soltando un suspiro de frustración, Arilyn consideró la situación. No podía dejar al hombre allí en medio para que otros se tropezaran con él, pero, como él mismo había dicho, si se entretenía demasiado llegaría tarde a la procesión. Al pie de la escalera se abrían tres puertas de madera. Rápidamente abrió una con un crujido y vio que al otro lado había un almacén donde se guardaban baúles de gran tamaño. Arilyn se introdujo dentro y con la punta de un cuchillo forzó la cerradura del baúl más cercano. Estaba lleno de vestiduras, y Arilyn sacó algunas para que cupiera el clérigo. Acto seguido regresó a la escalera y, cogiendo al hombre por los brazos, lo arrastró hasta el almacén. Una vez allí lo embutió en el baúl y bajó la pesada tapa. Tras echarse de nuevo la capucha sobre el rostro, volvió a la escalera y abrió la puerta que conducía al patio.
Fue recibida por el ritmo de un cántico tétrico e impío. Al trasponer la puerta se encontró con una larga columna de sacerdotes que desfilaban delante de la torre, camino de la entrada principal del castillo. Arilyn metió las manos dentro de las mangas e inclinó la cabeza, adoptando la pose de un novicio. De esta guisa se incorporó al final de la columna de clérigos que cantaban y se balanceaban.
Los sacerdotes se habían reunido para celebrar el Sacrificio de la Oscuridad Lunar, una ceremonia en honor a Cyric, el dios de la Muerte, la Destrucción y el Asesinato. Cyric había sido un malvado y ambicioso mortal que se había convertido en una poderosa deidad. Accedió a la divinidad reemplazando a Bane, Bhaal y Myrkul, tres dioses del Mal que fueron destruidos durante la Época de Tumultos. Aunque no era universalmente reverenciado por los seguidores de los tres dioses difuntos, el culto a Cyric estaba ganando adeptos entre los zhentarim y sus sacerdotes aliados. Puesto que Cyric contaba con pocos fieles fuera de las filas de los zhentarim, sus sacerdotes habían decidido aceptar la protección del fuerte Tenebroso. En cualquier otro escenario una concentración tal de clérigos de Cyric habría sido tan bienvenida como una invasión de bárbaros.
Arilyn se había enterado de los particulares de la ceremonia de la Oscuridad Lunar meses antes, y se dio cuenta de que sería el momento oportuno y el modo ideal para infiltrarse en el fuerte Tenebroso. Casi todo el mundo —incluidos los zhentarim— temía a los sacerdotes de Cyric y procuraba no meterse con ellos.
La semielfa había llevado muchos disfraces distintos y se había acostumbrado a parecer lo que no era, pero sentía que su piel rechazaba las vestiduras color púrpura de ese credo impío. No obstante, imitaba con soltura los movimientos de los demás, fingiendo que entonaba el cántico que marcaba el inicio del profano servicio.
Los clérigos atravesaron la puerta principal, entraron en el amplio vestíbulo y se dirigieron a un antiguo santuario. Absortos en el cántico e intimidados ante la perspectiva de poder echar una primera ojeada al famoso templo, los sacerdotes no se dieron cuenta de que uno de ellos rompía la formación y se escabullía hacia la escalera del sótano.
El capitán Cherbill Nimmt se tenía por un hombre razonable, pero su paciencia tenía límites.
—¿Así que, apareces aquí y esperas llevarte este tesoro por las buenas? —gruñó, al tiempo que blandía la gran bolsa de piel que agarraba fuerte con una mano.
Casi imperceptiblemente el «sacerdote» enarcó una ceja bajo la honda capucha de la túnica color púrpura oscuro que llevaba.
—Claro que no. Tú has puesto tu precio y yo he aceptado —dijo Arilyn en un ronco susurro, tratando de imitar la voz de un hombre joven. Se metió una mano en un bolsillo y sacó una pequeña bolsa, que arrojó al suelo de piedra.
La bolsa aterrizó frente a Cherbill Nimmt con un satisfactorio tintineo que hizo que el hombre se lamiera los labios, pensando en su tan esperada recompensa. Meses antes, mientras encabezaba una patrulla hacia los Picos del Ocaso situados al norte del fuerte Tenebroso, había requisado los objetos que ahora esperaba vender: vasijas sagradas con gemas incrustadas, una rosa perfecta inmortal y una estatuilla de cristal que saludaba cada amanecer con cantos de alabanza a Sune, la diosa de la Belleza. Aquel último objeto era un maldito incordio, por no decir más.
—Espero que esté llena de monedas de oro —dijo Cherbill. El hombre empujó suavemente la bolsa con un pie y bostezó aburrido en un gesto perfectamente estudiado.
—Mejor que eso —repuso Arilyn—. Está llena de monedas de oro y también de ámbar del lago de los Dragones.
En la rubicunda faz del soldado se pintó una expresión de sorpresa y codicia. El hombre cogió rápidamente la bolsa y la vació encima de una caja de madera. Unas brillantes monedas resbalaron sobre ella y algunas cayeron al suelo del sótano, sin que ni el zhentarim ni la semielfa pararan mientes en ello. Cherbill soltó el saco que contenía los objetos sagrados y cogió entre sus rollizos dedos las cinco piezas de ámbar con infinito cuidado. Eran piezas grandes del color de la miel e ingeniosamente cortadas. Cada una de aquellas piezas valía el rescate de un lord de Cormyr.
Tras meterse las piezas de ámbar en el bolsillo, Cherbill se inclinó para recoger el saco de piel que descansaba en el suelo, junto a él. Los labios del soldado esbozaron una astuta sonrisa, y con la cabeza señaló hacia la pesada puerta de madera de roble.
—Muchas gracias. Ahora, lárgate —ordenó.
—No hasta que me des lo que he venido a buscar.
—Eres estúpido, como todos los sacerdotes —se mofó Cherbill—. Deberías haberte marchado cuando te di la oportunidad. ¿Qué me impedirá que te mate y me quede con todo?
Arilyn metió una mano en una raja de la túnica púrpura y sacó la hoja de luna.
—¿Esto?
El hombre prorrumpió en carcajadas, burlándose del sacerdote, al tiempo que desenvainaba la espada. Con expresión de desdén, atacó.
Arilyn esquivó la arremetida de Cherbill con altanera facilidad y paró los ataques siguientes del soldado, en vista de lo cual éste cambió de estrategia. Como era al menos doce centímetros más alto que su oponente y pesaba aproximadamente cincuenta kilos más, trató de vencer a su delgado adversario usando la fuerza bruta. Pero Arilyn desviaba incluso sus golpes más fuertes, y muy pronto el soldado empezó a dar muestras de cansancio así como de sorpresa.
—¿Quién eres? —preguntó casi sin resuello.
—Arilyn Hojaluna —respondió con firmeza la semielfa, reemplazando el ronco susurro del clérigo por su propia voz clara y sonora de contralto. Entonces se echó la capucha púrpura hacia atrás para que Cherbill Nimmt viera el brillo de la batalla en sus ojos elfos.
»Me han enviado para recuperar los objetos robados. Me dijeron que los comprara —dijo en tono desdeñoso—. Pero ya que tú prefieres pelear… —Con ambas manos, una costumbre que cinco años de estudio en la Academia de Armas no habían conseguido cambiar, Arilyn alzó la hoja de luna en actitud de desafío.
Cherbill pareció reconocer el nombre; tragó saliva, y la espada cayó al suelo con un repiqueteo.
—No tengo ganas de morir. —El soldado levantó los brazos, en señal de rendición, y señaló con un movimiento de cabeza el saco con los objetos robados—. Coge lo que has venido a buscar y vete.
Arilyn lo estudió un momento con recelo. El honor le impedía atacar a un hombre desarmado, pero tampoco se fiaba de él.
—Vamos —apremió el hombre.
Arilyn envainó la espada y se volvió para recoger el saco. Al parecer Cherbill Nimmt nada sabía de la visión periférica de los elfos, pues sonrió triunfante y se sacó una larga y fina daga del cinto. Su expresión revelaba más claramente que las palabras que sí, que quizás esa estúpida semielfa sabía cómo luchar, pero que no era rival para él. El hombre la atacó por la espalda.
Arilyn giró sobre sus talones y, rápida como el rayo, hizo caer la daga de la mano que la empuñaba. El hombre se quedó boquiabierto por un instante, tras lo cual recuperó la compostura y cerró los ojos, preparado para recibir el golpe de gracia.
—En guardia —ordenó Arilyn.
El estupefacto Cherbill obedeció. Se inclinó para recoger la espada y se encaró con ella sin tenerlas todas consigo.
—¿Por qué? —preguntó—. Si vas a matarme, ¿por qué no acabas de una vez?
—Tienes razón, ¿por qué no? —repuso Arilyn secamente. Por un momento deseó que los Arpistas no fueran tan quisquillosos en ciertas cosas. Tal como su informador zhentarim había dicho, si había alguien que se buscara que lo mataran, ése era Cherbill. Pese a que los Arpistas no tenían en cuenta sus aventuras pasadas le habían dejado muy claro que no aprobaban a los asesinos, por honorables que fuesen sus causas y sus métodos. Por lo general, Arilyn respetaba los deseos de los Arpistas, pero en ese momento no lamentaba que las circunstancias le hubieran asignado el papel de honorable asesina.
»No he sido yo quien ha elegido luchar —le dijo al zhentarim—. Pero voy a decirte algo Cherbill Nimmt del fuerte Tenebroso: pienso matarte en un combate honorable, que es más de lo que te mereces. —Dicho esto se llevó la espada a la frente en un gesto de desafío.
Sus palabras tenían algo de ritual, y Cherbill se estremeció. Tratando de adoptar una expresión de burla y desdén, el soldado le devolvió el saludo y adoptó una posición defensiva.
Arilyn le lanzó una estocada baja. Cherbill la paró fácilmente y volvió a sonreír confiadamente. El hombre golpeó la hoja de luna, tratando de empujar a su oponente hacia la pared, pero Arilyn no cedía terreno y desviaba todos sus golpes.
Tan enfrascado estaba el soldado en el lance que no reparó en la tenue luz azulada que emitía la espada de la semielfa. Pero Arilyn reconoció la señal de peligro que le enviaba el arma mágica y supo que debía acabar la lucha. Con el siguiente mandoble le abrió la garganta a Cherbill Nimmt, que se desplomó.
Arilyn limpió la reluciente hoja de luna con la bolsa del dinero vacía y acto seguido la envainó. Entonces, miró al soldado muerto y murmuró al tiempo que sacudía la cabeza:
—Debería haber empezado por aquí.
Su aguzado sentido del oído captó el inquietante entrechocar de armaduras en el corredor. Rápidamente Arilyn recogió las monedas, así como las piezas de ámbar del bolsillo del muerto. Su intención no era robar el dinero y las joyas; pero, puesto que no eran necesarias para cerrar el trato, simplemente las devolvería a la Iglesia de Sune. Acto seguido se ató a la cintura el pesado saco que contenía los objetos mágicos y empezó a buscar la puerta secreta.
Ella y Cherbill Nimmt habían convenido reunirse en ese pequeño almacén, situado en un apartado rincón del sótano del fuerte Tenebroso. Arilyn lo había sugerido porque tenía un acceso al túnel de escape que casi nadie conocía y cuya existencia le había revelado el soldado zhentarim retirado. Cherbill aceptó, porque era un lugar muy alejado del puesto de guardia.
—¡Por allí! He oído algo en esa dirección —gritó una voz gutural. Las fuertes pisadas de los guardias, unos diez según la aventurera, se acercaban.
Aunque Arilyn era sólo elfa en parte, había heredado de su madre la habilidad de localizar puertas ocultas. Una tenue línea rodeaba varias de las mohosas piedras que formaban la pared de la pieza. Arilyn pasó los dedos alrededor de la puerta de forma irregular, halló un minúsculo pestillo en una ranura y presionó. La puerta se abrió hacia un lado.
Arilyn se internó en la oscuridad del túnel y empujó la puerta de piedra de nuevo para dejarla en su sitio. A su espalda resonaron los juramentos de desconcierto de los guardias que acababan de irrumpir en la habitación y se habían encontrado con el cuerpo de Cherbill Nimmt. La semielfa dio la espalda al fuerte Tenebroso y echó a andar por el túnel.
Durante un centenar de metros, más o menos, el túnel descendía de forma muy pronunciada. La oscuridad era tal que ni siquiera Arilyn, con su excepcional visión nocturna, era capaz de traspasarla. Consciente de que su infravisión únicamente le permitía distinguir patrones de calor y no las extrañas trampas de las que su informante le había hablado, no le quedó otro remedio que sacarse una pequeña tea del cinturón y encenderla con yesca. Como ya esperaba, la luz provocó el frenético aleteo de pequeñas criaturas aladas que lanzaron agudos chillidos.
—Murciélagos —murmuró, agitando la tea a su alrededor para ahuyentar a las espectrales criaturas. Arilyn odiaba a los murciélagos, pero se consideraba afortunada de no tener que vérselas con otro tipo de animales. El informante zhentarim le había advertido en tono jovial que estuviera alerta por si encontraba gusanos carroñeros. Eran unos monstruos semejantes a gusanos verdes el doble de largos que una persona. Normalmente se alimentaban con carroña, pero si la comida era escasa, y en ese túnel probablemente lo era, no dudaban en atacar presas vivas. Con la coraza que cubría su cuerpo, sus pies garrudos y sus tentáculos venenosos, eran temibles adversarios. Pensándolo bien, decidió Arilyn, los murciélagos resultaban bastante simpáticos.
La aventurera siguió adelante apartando a un lado gruesas telarañas. Respiraba los malolientes efluvios del moho y los murciélagos, y sus pies avanzaban aplastando una moqueta de pequeñas criaturas de concha dura. Sosteniendo la tea en alto, Arilyn apretó el paso. No tenía ganas de investigar qué había en el suelo.
Finalmente, el suelo empezó a ascender. De pronto el túnel torció a la derecha, y Arilyn se detuvo de golpe. Tenía ante ella una salida muy peculiar que se le antojaba vagamente conocida. Era como un cono, con la parte ancha apuntando hacia ella, formado por gran número de tiras metálicas acabadas en afilada punta. A modo de prueba Arilyn pasó un dedo por el borde de una tira y cuando retiró la mano vio que el dedo le sangraba. El borde era tan afilado que no había sentido ningún dolor.
Tímidamente pisó con el pie la tira más próxima al suelo. Ésta se dobló bajo su peso, pero regresó inmediatamente a su posición original cuando la aventurera levantó el pie. De pronto comprendió cómo funcionaba: era una puerta de sentido único semejante a las trampas para langostas que había visto en la costa de Neverwinter. Esto explicaría por qué el túnel únicamente estaba poblado por murciélagos e insectos. Ninguna otra criatura podía cruzar esa puerta letal.
Mientras probaba de nuevo el cono con un pie, Arilyn se sintió admirada por la sencillez y efectividad de su diseño. Esa puerta impedía que penetraran intrusos en el fuerte Tenebroso al tiempo que proporcionaba una vía de escape a aquéllos que eran lo suficientemente cautelosos para evitar ser seccionados en rodajas.
Sosteniendo cuidadosamente la tea en un lado, se metió dentro de la descomunal trampa para langostas, con los pies muy separados y avanzando de lado para bajar las suficientes de esas tiras afiladas y así poder pasar. La trampa se inclinó mientras ella caminaba cuidadosamente. Por último agachó la cabeza para evitar el vértice del cono y saltó fuera de la trampa. Ésta saltó a sus espaldas produciendo un fuerte chasquido.
Arilyn se topó con dos trampas más antes de llegar al final, taponado con una puerta de piedra de enormes proporciones. Gracias a los mapas del viejo zhentarim, Arilyn sabía que el túnel formaba parte de una antigua cantera de piedra situada al sudeste del fuerte Tenebroso, de la que los gigantes habían extraído la piedra original para construir el castillo. Unos pocos gigantes aún vivían en la cantera. La puerta con la que se topó Arilyn había sido construida por gigantes, y para gigantes; y ella no tenía suficiente fuerza para abrirla.
Pero Arilyn no se inquietó. Después de poner la parpadeante tea en un candelero de la pared, pasó los dedos por la puerta de piedra hasta encontrar lo que buscaba. Según sus fuentes, había una serie de runas grabadas en la piedra que revelaban el emplazamiento de una cerradura oculta. Las runas le dieron una combinación de números: cuatro abajo, dos a la derecha, tres abajo y siete a la izquierda. Los diestros dedos de Arilyn encontraron un dibujo de diminutos agujeros en una jamba de la puerta. Tras contar cuidadosamente cuál era el correcto, insertó una larga y fina púa. La puerta se abrió con el chirrido de piedra contra piedra.
Arilyn salió, aliviada de estar de nuevo en el exterior. Parpadeó varias veces para que sus ojos se acostumbraran a la luz. Aunque no había luna y el cielo estaba nublado, la noche parecía brillante en comparación con la negrura del túnel. La aventurera deslizó la púa en una segunda cerradura oculta y la enorme puerta volvió a cerrarse. Había sido tan bien construida que se confundía a la perfección con el granito de los escarpados precipicios que rodeaban el valle. Arilyn dudaba que pudiera encontrarla de nuevo, ni siquiera con su habilidad elfa para localizar puertas secretas. Con suerte, nunca tendría que intentarlo.
La semielfa inició el regreso al campamento satisfecha por el triunfo. No temía que los mercenarios zhentarim la siguieran, pues seguramente supondrían que Cherbill Nimmt había sido víctima de una lucha interna por el poder. Probablemente no se les ocurriría buscar fuera de la fortaleza la causa de su muerte.
Arilyn se deslizó dentro de su tienda poco antes del amanecer, sin que los inquietos guardias la vieran. Apenas se había tumbado en su esterilla cuando cayó en un sueño intranquilo.
En otro lugar del campamento de mercaderes, Rafe Espuela de Plata se movió en sueños. Era un semielfo explorador e intrépido aventurero que había sido contratado para inspeccionar el terreno y proteger la caravana. A su lado dormía una exuberante mujer, con una sonrisa que iluminaba su faz dormida y una jarra vacía de aguamiel al lado, cerca de su estera. Pese a los placeres de la noche, Rafe tenía un sueño ligero y era vagamente consciente de los impíos cánticos procedentes del fuerte Tenebroso.
Rafe masculló algo en sueños y se dio la vuelta. Justo entonces, una delgada figura entró en la tienda moviéndose tan silenciosamente como una sombra. Después de sacarse algo de las profundidades de una capa oscura, el intruso cogió la mano izquierda del semielfo dormido, le dio la vuelta y apretó un pequeño objeto contra la palma.
Un débil siseo sonó en la tienda. Rafe se puso rígido y abrió los ojos de golpe, fijando la mirada en su asaltante. Pese al dolor que sentía, su mirada reveló que lo reconocía. Sus labios se movieron como para formular una desesperada pregunta, pero no emitió ningún sonido.
El misterioso asaltante se apresuró a sostener a Rafe Espuela de Plata, cuyo cuerpo sufría convulsiones. Al cabo de unos instantes, el explorador tenía la mirada perdida en el vacío, y estaba quieto. Sorprendentemente, la mujer que dormía a su lado no se había enterado de nada. El asesino se limitó a echarle una fugaz mirada mientras acercaba una mano a la garganta de su víctima y le buscaba el pulso. Dándose por satisfecho, la negra figura comprobó un último detalle de su obra.
En la palma del explorador muerto había una marca que brillaba débilmente con luz azulada. En su intrincado diseño se distinguía una pequeña arpa y una luna creciente. Era el símbolo de los Arpistas.
Era noche cerrada, y sólo las estrellas y el aguzado sentido de la orientación de la aventurera la guiaban en su solitario viaje a caballo hacia Evereska. La luna estaba alta cuando, finalmente, la amazona decidió hacer una pausa y desmontó a la orilla del río Tortuoso.
Arilyn Hojaluna hubiera preferido seguir adelante, pero sería una locura intentar vadear los rápidos de noche. Desde la mañana del día anterior la semielfa había puesto muchos kilómetros entre ella y el fuerte Tenebroso. A aquel paso llegaría a Evereska en pocos días. Tal era su impaciencia por regresar a casa que tanto ella como su caballo, una yegua gris muy veloz y resistente, estaban exhaustas.
Sintiendo el aguijón de la culpabilidad, guió a la yegua hacia el río para que bebiera y la estuvo cepillando un buen rato. Después la ató en el mejor lugar de pasto que pudo encontrar.
Después de dejar a la yegua paciendo, Arilyn encendió un fuego y se sentó frente a él con las piernas cruzadas. Se había pasado todo el día cabalgando como alma que lleva el diablo, tanto para escapar de sus propios pensamientos como para esquivar a sus posibles perseguidores. Pero ahora, en la calma de la noche estrellada, no podía evitar pensar en la muerte de Rafe Espuela de Plata.
Después de que el cuerpo del explorador fuera descubierto, el jefe de la caravana y Arilyn decidieron por mutuo acuerdo separarse. La semielfa era una conocida agente de los Arpistas y, como tal, objetivo del misterioso asesino y un riesgo para los demás mercaderes. Nadie puso en duda su inocencia. Ella y Rafe habían pasado muchos ratos juntos en el curso del viaje y todos creían que los dos semielfos eran amantes.
Arilyn lanzó un suspiro y atizó el fuego. Ella no había hecho nada para desmentir tales rumores, pues de ese modo los otros miembros de la caravana la dejaban en paz. En realidad, Rafe y ella eran solamente amigos. Y para la solitaria semielfa la amistad era un regalo muy preciado.
La aventurera bajó la vista hacia el único anillo que llevaba en la mano izquierda y que relucía débilmente a la luz del fuego. Arilyn separó los dedos para estudiarlo mejor. Era un anillo muy sencillo: un simple aro de plata con el símbolo grabado de la diosa Mielikki, patrona de los exploradores. Se lo había ganado a Rafe en una partida de dados y ahora lo llevaba en su honor. Simbolizaba la amistad que compartían, una camaradería fruto de sus viajes y de una sana rivalidad con un oponente digno.
Profundamente abatida por la desacostumbrada sensación de soledad que la asediaba, Arilyn se afanó en montar su sencillo campamento. Desenrolló una manta, la extendió frente al fuego, sacó unas frutas secas y unas galletas de la bolsa, y se sentó para comer. Aunque no le gustaba nada cocinar, la semielfa solía rematar los días de viaje con una comida caliente. Pero aquella noche no quería molestarse en cocinar sólo para ella.
Arilyn llevaba casi un cuarto de siglo recorriendo el mundo en solitario, consciente de que una aventurera no debe tener demasiados vínculos. Siempre le había parecido injusto alentar los sentimientos de otra persona, pues eso expondría a esa persona a los peligros y al dolor inherente a la vida que ella había elegido. También tenía pocos amigos, cuidadosamente elegidos.
Mientras se tumbaba en su estera de dormir, la joven se planteó la posibilidad de hacer un juramento de soledad y castidad a los pies de la estatua de Hanali Celanil en Evereska. ¿O quizá tal juramento sería una afrenta a la diosa elfa de la Belleza y el Amor? En su caso, se dijo Arilyn con una mueca, tal juramento era superfluo. Tal vez, ni siquiera debería reverenciar a esa diosa.
Arilyn se volvió de espaldas y entrelazó los dedos tras la cabeza mientras consideraba la cuestión.
No le resultaba nada fácil establecer estrechos vínculos con nadie. Sus ciclos vitales no estaban sincronizados ni con los humanos ni con los elfos. Arilyn tenía casi cuarenta años; si fuese humana sería una mujer madura, pero una elfa de la luna de su edad apenas habría dejado atrás la infancia. Arilyn tenía la impresión de que durante toda su vida no había sido ni agua ni pescado, y su alianza con los Arpistas así lo confirmaba. La organización secreta valoraba sus servicios pero debido a su pasado de «honorable asesina» no había sido aceptada como miembro de pleno derecho.
Pero, al parecer, al asesino de Arpistas no le preocupaba su falta de credenciales. Hacía tiempo que Arilyn sospechaba que era un objetivo. Cada vez que se daba la vuelta sentía que alguien la vigilaba. La semielfa era una avezada rastreadora, pero no había sido capaz de descubrir ninguna huella de su enemigo. El asesino de Arpistas llevaba meses esquivándola, y durante todo este tiempo Arilyn se había estado preparando para un inevitable enfrentamiento.
A medida que transcurría el tiempo había cambiado de idea acerca de las motivaciones del asesino. Se habían producido muchas muertes, y con cada una de ellas el criminal se le acercaba más. Arilyn tenía la impresión de que el asesino se estaba burlando cruel y deliberadamente de ella. Tras la muerte de su amigo Rafe ya no tenía ninguna duda.
El aire silbó entre sus dientes cuando Arilyn soltó aire lentamente. Ella estaba acostumbrada a resolverlo todo con la espada y no soportaba tener que esperar mientras aquel asesino invisible hacía tiempo. Después de meses de inactividad forzosa tenía los nervios a flor de piel. Fuera quien fuese su enemigo, desde luego la conocía bien.
Pero ¿quién podría ser? Arilyn se había batido con un buen número de personas en el pasado y se había creado bastantes enemigos, aunque los que la habían desafiado abiertamente estaban muertos. Por mucho que se devanara los sesos a Arilyn no se le ocurría el nombre de ningún adversario vivo con la inteligencia ni la habilidad necesarias para llevar a cabo una venganza tan larga y maquiavélica.
La noche pasó y la luna desapareció en el horizonte sin que la fatigada semielfa hallara respuestas. Para tratar de conciliar el sueño, Arilyn centró sus pensamientos en cosas más agradables. Pronto estaría en Evereska, en su casa, y podría descansar. Verdaderamente necesitaba un buen descanso y no sólo por las penalidades del viaje. La aventurera se sentía exhausta por el dolor de saber que dejaba tras de ella una misteriosa estela de muerte, y por los ojos invisibles que vigilaban todos sus movimientos.
En aquel mismo momento los sentía sobre ella. No había ningún sonido, ninguna sombra, nada que indicara que alguien estuviera vigilando el campamento, pero Arilyn sentía una presencia que acechaba fuera del alcance de la luz que proyectaban los rescoldos del fuego. Rápidamente buscó la hoja de luna colocada a su lado y que era una compañera siempre alerta. Pero la espada no la avisó de nada.
En el principio de su carrera Arilyn había aprendido que la espada mágica era capaz de alertarla del peligro. Junto con su maestro, Kymil Nimesin, la semielfa descubrió que la hoja de luna podía avisarla de tres modos distintos: relucía con luz azulada cuando había peligro cerca, zumbaba con una silenciosa energía que solamente ella podía percibir cuando el peligro se le echaba encima y, mientras ella dormía, la espada montaba guardia. Muchas veces se había despertado porque había soñado que se acercaban trolls y el sueño se hacía realidad. Para alguien que viajaba solo el aviso a través de los sueños era muy práctico.
Pero esta noche la espada permanecía opaca y silenciosa. No había ningún peligro en las orillas del río. Pero entonces, ¿por qué tenía la persistente sensación de que alguien la vigilaba?