2

—¡Oh, qué gracioso! Esto es algo que tendré que incluir en mis memorias. ¡La asesina favorita de los Arpistas viene a verme para pedirme consejo! —El viejo rió, encantado, al tiempo que se balanceaba en su silla, aferrándose al borde del escritorio y sumido en un ruidoso regocijo.

El hecho que se divirtiera tanto con la situación no le granjeaba las simpatías de su visitante. Con los puños apretados a los lados, Arilyn Hojaluna hizo rechinar los dientes mientras esperaba que el soldado zhentarim retirado dejara de reírse. En su opinión, cualquier encuentro con los zhentarim debería resolverse con una espada y no con diplomacia y regateos. La Red Negra veneraba a los dioses del mal y ensalzaba la avaricia tanto individual como colectiva de sus miembros, y ese hombre era un espécimen especialmente desagradable. La hoja de luna que Arilyn llevaba al cinto zumbaba con silenciosa indignación, haciéndose eco de las opiniones de su dueña. Además, la pulla del hombre había dado en el blanco.

Pero a la aventurera semielfa no le quedaba más remedio que soportar a aquel viejo loco, pues poseía una información que no era probable que obtuviera en otro lugar. Así pues, esperó con calma, contemplando al hombre con una repugnancia bien disimulada. Su arrugada piel mostraba un enfermizo tono grisáceo y sus esqueléticos brazos y piernas, así como su abultada barriga, le daban el aspecto de una enorme araña. También su carácter tenía algo de arañil, y cada vez que lo miraba Arilyn se sorprendía de comprobar que no poseía las ocho patas de rigor de las de su especie. Su madriguera ofrecía un entorno adecuado. Era un cuartucho oscuro situado encima de una taberna, con vigas bajas y engalanado con polvorientas telarañas. Lo único que lo animaba era la tenue luz de un quinqué y los aromas de la cena que subían de la cocina —hígado encebollado, dedujo Arilyn—. Saltaba a la vista en qué invertía el hombre su mal adquirida fortuna; tenía pretensiones literarias y había empezado a escribir un grueso libro. Pilas de caro pergamino atestaban un escritorio que temblaba bajo el ataque de hilaridad del hombre.

Finalmente las carcajadas dieron paso a unas risas sofocadas, y el anciano se secó sus húmedos ojos. Sin dejar de sonreír abiertamente, indicó con un gesto a la joven que tomara asiento en una silla al lado del escritorio.

—Pero siéntate, por favor. Ponte cómoda y hablemos de negocios.

A Arilyn le molestó que el viejo zhentarim la tratara como a una colega. En su juventud él también había sido un asesino, pero ella no tenía nada que ver con aquel despreciable humano. Arilyn se sentó en el borde de la silla y dijo en tono oficial:

—Recibiste nuestros mensajes y confío en que comprendas la situación.

—Más o menos. —El hombre enarcó una peluda ceja—. No comprendo que alguien se meta en tantos líos por un puñado de baratijas religiosas…

—Son objetos de incalculable valor que están consagrados a la diosa Sune.

—¿Es que los Arpistas han sufrido un súbito arrebato de devoción por la diosa de la Belleza? ¿Cuándo ha sido eso?

—Los objetos fueron robados a un enviado de la iglesia de Sune, y las sacerdotisas que lo acompañaban fueron asesinadas.

—¿Y? Son cosas que pasan —replicó el hombre, encogiéndose de hombros.

Aquella actitud aumentó peligrosamente el malhumor de Arilyn, que estaba a punto de estallar. Ella había formado parte de la partida de busca que descubrió los cuerpos torturados, y ese recuerdo borró de un plumazo su desganado intento de ser diplomática.

—Desde luego, la pérdida de vidas inocentes es un asunto trivial —dijo con una ironía cargada de veneno—, pero la Iglesia de Sune desea recuperar los objetos robados.

—Fueran o no vidas inocentes, los Arpistas no suelen meter las narices en estos asuntos —señaló con sarcasmo el zhentarim—. ¿Recuperar objetos robados? ¡Venga ya! Ellos necesitan causas más elevadas.

«Muy cierto», se dijo Arilyn en silencio. Los Arpistas apoyaban causas nobles al parecer aleatorias, que elegían mediante misteriosos procesos que Arilyn desconocía. No obstante, esta vez sabía exactamente cuál era el propósito de los Arpistas. El año anterior, los reinos de las tierras interiores se unieron en una cruzada para detener una invasión bárbara. Aunque la cruzada había tenido éxito, la situación política en la zona era ahora muy inestable y, paradójicamente, había reforzado la posición de los zhentarim estacionados en el fuerte Tenebroso, una fortaleza situada en las montañas. Ahora los Arpistas se ocupaban de tales asuntos.

—Como sin duda sabes, los zhentarim firmaron un tratado de un año con el gobierno local. Ese año está a punto de concluir, pero las partidas de asalto del fuerte Tenebroso pueden seguir atacando durante un tiempo sin temor a sufrir ningún acoso ni represalias. Por suerte —añadió la joven irónicamente—, los Arpistas no obedecen al gobierno local. La Iglesia de Sune no puede recurrir a los canales normales, por lo que, como tantas otras víctimas de las incursiones, han acudido a los Arpistas en busca de ayuda.

El viejo zhentarim se recostó en la silla con una amplia sonrisa en la cara. Sus nudosos dedos manchados de tinta tamborilearon un desenfadado ritmo en la mesa.

—Por supuesto. De modo que los Arpistas han decidido enviar a una avezada asesina para que se infiltre en el fuerte Tenebroso, pida cortésmente que le devuelvan los objetos de Sune, y después se quede a tomar el té allí y vuelva a salir sigilosamente. Más o menos es así, ¿no?

—Yo no suelo tomar té —replicó Arilyn con un toque de humor— pero, básicamente, sí.

—Ajá. Ahora que hemos dejado de lado las formalidades, ¿por qué no me dices lo que de verdad estás planeando?

—Recuperar los objetos robados.

El anciano volvió a reír entre dientes.

—¡Qué moza tan tozuda! Muy bien, jugaremos a tu juego. ¿Quién es el desafortunado bastardo que tiene ahora esos objetos?

Arilyn vaciló un largo momento antes de responder. Se decía que entre el anciano y la persona que buscaba había cierta inquina, y a ella le habían dicho que a su informante le entusiasmaría la oportunidad de ajustar cuentas. Para ella era inconcebible vender a un antiguo camarada, pero también sabía que entre los zhentarim era habitual. De hecho, el hombre que tenía enfrente tenía todo el aspecto de estar dispuesto a vender a su propia madre a un harén de Ulgarth.

—¿Y bien? —El hombre se impacientaba.

—Cherbill Nimmt —contestó ella de mala gana.

El zhentarim soltó un lento silbido.

—Ahora empiezo a comprender lo que ocurre. Nimmt y yo hicimos de las nuestras cuando él empezaba. Si hay alguien que se esté buscando que lo maten, ése es él. Es de mala pasta y, viniendo de mí, eso es mucho —comentó con perverso orgullo. El viejo asesino se quedó un momento imaginándose la agradable perspectiva de la muerte de su antiguo amigo antes de añadir con un cierto pesar—: No obstante, no creo que merezca la pena morir para matar a Nimmt.

—No deseo ni una cosa ni la otra. Tengo instrucciones de comprarle los objetos robados. Nada más.

La sarcástica mirada que le lanzó el hombre decía claramente la poca credibilidad que le inspiraban las palabras de Arilyn.

—Las sacerdotisas de Sune se eligen por su belleza, ¿verdad? Supongo que Nimmt y sus hombres se divirtieron un poco antes de eliminar al enviado. —En el rostro del hombre apareció una expresión nostálgica—. Nimmt era un buen compañero en las incursiones. Recuerdo una vez que…

Arilyn levantó una mano para interrumpirlo antes de que se perdiera en el marasmo de sus recuerdos.

—Ibas a venderme información sobre la fortaleza.

—Por un precio justo estoy dispuesto a venderte cualquier cosa.

Arilyn captó la indirecta. De los pliegues de la capa sacó una bolsa de oro que arrojó al hombre. Éste la atrapó con asombrosa habilidad y la sopesó en la mano con gesto experto.

—Aquí hay más o menos la mitad del precio que acordamos.

—Hay exactamente la mitad —admitió Arilyn—. Recibirás el resto cuando regrese sana y salva.

—«Sana y salva» —repitió el hombre en tono mordaz—. Colarse en el fuerte Tenebroso y enfrentarse con un hombre como Nimmt no es el mejor modo de llegar a una edad avanzada. No. Quiero el resto del oro cuando acabes la misión, tanto si estás viva como muerta.

—Si accedo, ¿qué te impedirá ponerte en contacto con tus viejos amigos del fuerte Tenebroso? —Arilyn sacudió la cabeza—. No, el trato original sigue en pie. Yo arriesgo la vida confiando en tu información, y tú arriesgas la mitad de tus honorarios confiando en mi éxito.

El viejo asesino zhentarim se quedó pensativo, tras lo cual se encogió de hombros.

—De acuerdo. No hay mucha demanda para esta información, de modo que aceptaré lo que me ofreces. Empecemos a trabajar. —Dicho esto rebuscó entre una pila de papeles amontonada encima del escritorio y escogió varios mapas dibujados a mano.

¡Mapas! Arilyn se inclinó un poco más para ver mejor, procurando mantener una expresión impasible. Sin duda, si daba muestras de interés el hombre aumentaría el precio. No había esperado encontrar mapas de la fortaleza. A medida que el hombre hablaba, el secreto júbilo de la joven fue creciendo. Ahora comprendía por qué cobraba unos honorarios tan astronómicos. El hombre le expuso cuidadosa y meticulosamente el trazado de la fortaleza, sus defensas, los hábitos y los horarios de las diferentes facciones y líderes. Mientras escuchaba Arilyn fue madurando un plan. Unas hora más tarde, lo único que necesitaba era encontrar el modo de penetrar en el perímetro del alcázar. Como si le leyera la mente, el informante dejó de hablar y levantó la mirada hacia ella.

—Ése será tu primer gran problema —dijo, dibujando con un nudoso dedo un amplio óvalo alrededor del borde del mapa—. Esta línea representa los precipicios que rodean el valle del fuerte Tenebroso. Granito sólido por todas partes, de veinte a treinta metros de altura, o más, y tan escarpados como las murallas de una ciudad. No es nada fácil escalarlos. Y para hacerlo aún peor, hay esclavos que los mantienen libres de arbustos, hierba y de cualquier otra cosa. No hay dónde ocultarse ni cubrirse.

»Y esto —prosiguió, señalando una línea recta situada en el extremo occidental de los precipicios— es la muralla exterior, y esta marca de aquí es la puerta. Es el único modo seguro de penetrar en el valle, pero ni siquiera pienses en usarla. Está demasiado bien guardada. Nadie puede atravesar la muralla ni saltarla sin permiso de Sememmon, Señor del fuerte Tenebroso. ¿Entendido? —El hombre la miró expectante.

Arilyn asintió.

—Sigue —dijo.

—La fortaleza está situada en medio del valle. En el valle no hay casi nada, excepto unos pocos acres de árboles aquí. También hay un río, pero está lleno de rocas y es muy poco hondo. Es imposible remontar la corriente sin que te hagan pedazos o te vean. No será nada fácil colarse en el castillo. —El hombre hizo una pausa para que la semielfa asimilara sus palabras, y después añadió con astucia—: Por suerte, puedo ofrecerte la solución. Por un precio adecuado, claro está.

Sin esperar respuesta, el hombre se levantó de la silla y se encorvó sobre un arcón reforzado con bandas de latón. Abrió la tapa y después de hurgar dentro unos momentos, sacó una reluciente capa negra. Arilyn contuvo la respiración. Era un piwafwi, una capa mágica de invisibilidad creada por los malvados elfos drow. ¿Cómo había conseguido el anciano un tesoro tan insólito y tan ferozmente guardado?

—Bonita, ¿verdad? —comentó el hombre, moviendo la capa para que la débil luz del quinqué cayera sobre ella y se reflejara—. Si la llevas podrás llegar sin problemas a la fortaleza.

—¿Acaso el fuerte Tenebroso no está protegido con hechizos que alertan a los guardias de este tipo de magia? —Arilyn se escapó por la tangente, contemplando la capa con una mezcla de fascinación y asco.

El viejo asesino volvió a sentarse y se colocó la capa en el regazo.

—Tienen algunas protecciones, pero ninguna capaz de detectar esto. Lord Sememmon no espera tener problemas con los drows. Esta belleza te permitirá entrar. —El hombre esbozó una sonrisa maligna—. Al menos su dueña lo consiguió. Era una drow hembra. Al parecer, la magia de la capa no funciona dentro del fuerte Tenebroso, y la sorprendí curioseando alrededor del arsenal. No sé si era una espía o una ladrona, no me molesté en preguntar, pero me entretuve un rato con ella. Son duros de pelar los drows. De vez en cuando me gusta una elfa, y ésa fue especialmente sabrosa.

Hizo una pausa, reflexionó y alargó el brazo por encima de la mesa para coger el quinqué, subir la llama y ver mejor a su visitante. Nadie hubiera dicho que tenía a sus espaldas veinticinco años de aventuras, y la ausencia de cicatrices de batalla daba fe de su asombrosa pericia con la espada. Arilyn Hojaluna tenía la lozana belleza de una mujer de menos de veinte abriles, pero el informante sabía que al menos tenía el doble. Sus angulosas facciones elfas se veían suavizadas por su sangre humana, y su esbelto cuerpo daba una engañosa impresión de fragilidad. Era delicada y letal, una combinación que la podría convertir en la favorita de cualquier burdel de Faerun. Por la familiaridad del hombre con tales establecimientos lo sabía muy bien. Pese a su edad, su mirada recorrió a Arilyn, fijándose en todos los detalles con lasciva minuciosidad.

—Humm… Eres una gris, ¿verdad? —preguntó al notar un leve toque azulado en la pálida piel de la joven, casi blanca, en los altos y marcados pómulos, y en sus puntiagudas orejas.

—Sí, soy una elfa de la luna —lo corrigió ella.

«Gris» se consideraba un calificativo despectivo cuando procedía de un humano o un enano, y una ofensa mortal de los labios de otro elfo. Ajeno al insulto que acababa de proferir, el hombre continuó estudiando a Arilyn.

—Una media gris, además. Bueno. Medio elfa es mejor que nada, como siempre digo —apostilló con una sonrisa impúdica—. Al acabar quizá te apetecería…

—No —se apresuró a replicar Arilyn. La libidinosa expresión que se pintaba en la detestable faz de ese hombre la enfureció. Después de lo que había dicho sobre su linaje, no hubiera querido saber nada de él ni aunque fuera tan apuesto y virtuoso como el Señor elfo Erlan Duirsar.

—Tú te lo pierdes. —El viejo se encogió de hombros y entonces volvió a levantar el piwafwi—. ¿Quieres la capa o no?

Arilyn dudaba. En el curso de su carrera había adoptado muchas identidades. En una ocasión tuvo que disfrazarse incluso de elfa oscura para unirse a una banda de mercenarios drow renegados; no era un recuerdo agradable. Los drow eran aún peores que los zhentarim, si tal cosa era posible. Al concluir la misión le había costado horas limpiarse la pintura oscura de la piel, y días expulsar de su alma la sensación de maldad que la invadía.

—¿Escrúpulos? —la provocó el hombre.

—No. Sólo me estaba preguntando cómo es posible que estés dispuesto a deshacerte de un recuerdo sentimental —repuso ella fríamente.

El zhentarim respondió con una abierta sonrisa.

—¿Por qué no? Tengo algunas cicatrices de batalla realmente interesantes para acordarme de ella.

—Diez monedas de oro por la capa —le ofreció Arilyn, interrumpiéndolo antes de que el hombre la siguiera obsequiando con sus inmundos comentarios. La mención del dinero lo volvió instantáneamente al presente.

—¿Diez? ¡Bah! Ni pensarlo. Que sean veinte, y de platino.

—Cinco de platino —ofreció Arilyn.

—Diez.

—Hecho. —El dinero y la capa cambiaron de manos, y Arilyn se apresuró a guardar la prenda en su bolsa antes de que la luz del quinqué la siguiera desgastando. La semielfa notó que el brillo del piwafwi había disminuido en el poco tiempo que estuvo fuera del oscuro arcón. Probablemente la capa se desintegraría por completo con la luz del alba, y su magia ya había menguado mucho antes de que su dueña drow muriera. Arilyn había aprendido que los objetos de magia drow perdían sus poderes fuera de la Antípoda Oscura, su mundo subterráneo. A juzgar por la sonrisita irónica que el informante esbozó mientras se guardaba en el bolsillo las diez monedas de platino, él también lo sabía. El hombre parecía muy satisfecho de sí mismo; probablemente se estaba imaginando la cara que pondría ella cuando la costosa capa se disolviera en humo gris.

Arilyn le concedió ese pequeño triunfo. El hombre se enorgullecía de la calidad de la información que vendía, pero también sentía la necesidad de engañar a sus clientes.

—Por cierto, ¿cómo piensas entrar en la fortaleza? —preguntó el anciano en tono jovial. Arilyn enarcó una ceja, escéptica, ante lo cual el hombre volvió a reírse socarronamente y agitó una ajada mano—. Tienes toda la razón. Si yo fuera tú tampoco lo diría. Bueno, supongo que aquí concluye nuestro negocio, a no ser, claro está que… —El hombre alargó la última palabra en tono sugerente.

Arilyn, sin hacerle caso, señaló uno de los mapas.

—Necesito más información sobre la zona. ¿Puedes hacerme una lista de todas las formas que hay de salir del nivel subterráneo?

—Claro, pero ¿por qué molestarse? Dudo que llegues tan lejos.

Arilyn tenía que hacer verdaderos esfuerzos para controlarse.

—¿Hay alguna puerta secreta? ¿Pasadizos? ¿O tendré que nadar para salir de ese antro?

—Ahora que lo mencionas —dijo el zhentarim, rascándose el mentón con aire pensativo—, creo que hay algo que podría ayudarte. Naturalmente, te costará un poco más. —El hombre cogió un montón de pergaminos y los hojeó hasta que algo le llamó la atención. Después de echar un vistazo a unas páginas de su manuscrito, asintió, satisfecho—. Ah, perfecto. Muy pocas personas conocen la existencia de esta puerta. Yo mismo casi lo había olvidado.

—¿Y bien?

El hombre le tendió una página manuscrita y después de que Arilyn la examinara, ambos discutieron la ruta de escape con detalle. Cuando se dio por satisfecha, la semielfa le entregó algunas monedas más.

—Recuerda —dijo a modo de despedida—; no recibirás la otra mitad de tus honorarios hasta que regrese del fuerte Tenebroso. ¿Sigues estando seguro de la información?

—Respondo de ella —proclamó el hombre categóricamente, y ahogó una sonrisa, mientras echaba una mirada a la bolsa que contenía el piwafwi condenado a desaparecer.

«Cree que me ha engañado», pensó Arilyn, aunque no le disgustaba. De ese modo el hombre podría encajar su próximo movimiento sin perder su prestigio. La joven se sacó del cinturón un pergamino enrollado y lo arrojó sobre la mesa.

—Ésta es una carta que describe nuestro trato. Mis asociados tienen copias. Si me traicionas, morirás.

El zhentarim rió, pero brevemente.

—Los Arpistas no trabajan así.

—No olvides que yo no soy una verdadera Arpista —replicó Arilyn, apoyando ambas manos en el escritorio e inclinándose hacia adelante.

Su amenaza no era más que un farol, pero el anciano parecía haberse tragado el anzuelo. El hombre cogió de nuevo la bolsa llena de oro y la sostuvo en equilibrio en la mano, como si sopesara el riesgo y la promesa de un futuro pago.

De hecho, Arilyn era una aventurera independiente. Durante años los Arpistas habían usado a menudo sus servicios, pero nunca la habían invitado a unirse a sus filas. Le asignaban muchas misiones indirectamente a través de su mentor, Kymil Nimesin, pues dentro de la organización secreta había algunos que miraban con recelo a la semielfa y su mortífera reputación. Como amiga de los Arpistas y asesina, era un extraño híbrido, pero en asuntos como el que tenía entre manos esa combinación le daba ventaja. El informante la miró con recelo, convencido de que sería capaz de cumplir su amenaza. Finalmente echó otra mirada a la bolsa que contenía la capa drow y sonrió.

—Medio elfa y medio Arpista, ¿eh? Buen título para un capítulo de mis memorias.

El comentario la hirió, aunque procediera de alguien como el zhentarim.

—Si respetas nuestro trato es posible que vivas lo suficiente para acabarlo. —Reacia a empañar la reputación de los Arpistas, la joven aclaró su amenaza—. Si muero a causa de un error mío, tú simplemente perderás tu dinero. Pero si me traicionas, tanto Cherbill Nimmt como el mago elfo, que es el número dos en el fuerte Tenebroso, recibirán una copia de la carta. Tengo entendido que lady Ashemmi no te tiene mucha simpatía, y supongo que ni a ella ni a Nimmt les haría mucha gracia enterarse de esta transacción.

El informante sacudió la cabeza y soltó otra risita burlona.

—No está nada mal, no señora —admitió—. Con una mente como la tuya es posible que logres introducirte en el fuerte Tenebroso. Reconforta ver que los Arpistas se están volviendo taimados.

—La causa es de los Arpistas, pero los métodos son sólo míos —objetó Arilyn.

—Da igual. —El hombre desestimó la cuestión con un gesto de la mano—. No te apures por la información que te he dado; es fiable. Adelante, y que te diviertas infiltrándote en la fortaleza.

Como no se le ocurría ninguna respuesta adecuada, Arilyn recogió los mapas y se alegró de alejarse del viejo zhentarim y su madriguera.

El informante la miró en silencio mientras se marchaba.

—Medio elfa, medio Arpista —murmuró en la habitación vacía, disfrutando de cómo sonaba la frase. Se mordisqueó meditabundo un padrastro y, entonces, con un florido movimiento cogió la pluma del tintero y empezó a escribir. Ése sería uno de los mejores capítulos de sus memorias, aunque tendría que improvisar un poco para encontrar un final adecuado.

El anciano escribió casi toda la noche, ensimismado en sus obscenas fantasías. Cuando el quinqué se quedó sin aceite, él encendió la primera de muchas bujías y continuó escribiendo. Estaba punto de amanecer cuando la puerta de la habitación se abrió de repente y sin hacer ruido. El anciano alzó la vista, sobresaltado, pero enseguida se relajó y sonrió burlón. Dejó la pluma y dobló sus entumecidos dedos, previendo cómo sería el encuentro.

—Bienvenida, bienvenida —dijo a la fémina que se aproximaba—. Has cambiado de opinión, ¿eh? Bueno, me alegro. Ven, acércate al viejo Sratish y…

La invitación del anciano terminó en un ahogado estertor cuando dos finas manos de mujer se cerraron alrededor de su cuello. El hombre trató frenéticamente de soltarlas, pero su atacante poseía una fuerza sobrehumana. El viejo zhentarim se debatía, pero la intrusa seguía apretando con fuerza. Pocos momentos después los pitañosos ojos del informante se le salieron de las órbitas, y la boca se abría y cerraba como si fuera un pez fuera del agua dando bocanadas. Por fin, el arañil cuerpo se derrumbó sin vida encima de las pilas de pergaminos.

La intrusa empujó con indiferencia el cuerpo al suelo y se sentó en la silla frente al escritorio. Entonces cogió la página emborronada y a la luz de una única bujía, que se estaba apagando, leyó rápidamente las palabras aún húmedas. Silenciosa como una sombra, la mujer se puso en pie y fue hasta la chimenea con la bujía y varias páginas manuscritas. El manuscrito revoloteó y cayó en el hogar. Ella se inclinó y le acercó el cabo encendido de la vela. Los bordes de las páginas se pusieron primero marrones y después se fueron enrollando sobre sí mismas mientras el fuego prendía y se extendía. La misteriosa figura se irguió y esperó hasta que el capítulo final de las memorias del viejo se convirtió en cenizas.