Conduce él, lo que probablemente es más seguro porque no puedo quitarle los ojos de encima. Sonríe levemente, y sé que puede notar mi mirada en su cara. Hace todo lo posible por ignorarme, pero no pasa nada. Solo quiero mirarle. De alguna manera, parece más viejo. Quizá sean las bolsas debajo de los ojos. Quizá sean las arrugas alrededor de la boca. No lo sé. No me importa. A mí me parece tan hermoso como siempre. Quiero estirar el brazo y tocarle, pasar las manos por su pelo rubio y espeso, pero no lo hago. Aún no sé si esto es real.
—¿Qué miras? —pregunta en voz baja.
«A ti, siempre a ti», quiero contestar. Pero, por lo que todos sabemos hasta ahora, mi boca no funciona de ese modo.
—¿Le rompí la nariz a Jonah?
Se echa a reír y sacude la cabeza.
—¿Qué clase de respuesta quieres que te dé?
Pienso un momento.
—La correcta.
Llegamos a un semáforo en rojo, y él detiene el coche antes de volverse hacia mí.
—No le rompiste la nariz. Aunque creí que lo habías hecho por el impulso que le diste a tu puño. —Sonríe ligeramente—. ¿Te hizo sentir mejor?
Desvío la mirada y me encojo de hombros.
—No debería haber sido tan engreído —gruño.
—¿Estás seguro de que no proyectabas?
Giro el cuello y le fulmino con la mirada.
—Eso no tiene gracia —digo mientras le da la risa tonta.
—Oh, Bear, algún día será muy gracioso. —Me coge la mano amoratada y la besa—. Algún día nos reiremos de cómo le diste un puñetazo a un tipo porque tenías celos por mí.
Frunzo el ceño.
—Eso me han dicho. Y no estaba celoso. Además, ¿qué coño hacía allí? —Entrecierro los ojos—. ¿Le llamaste tú?
El semáforo se pone en verde y avanzamos. Otter aparta la vista. Maldita sea, quería ver su cara cuando me contestara.
—No, Bear, no lo hice —responde con voz queda.
—Entonces ¿qué coño hacía allí?
—¿Por qué crees que estaba allí?
Mis manos golpetean nerviosamente sobre mis rodillas.
—Quería que volvieras con él. ¿Por qué dijo que era tu novio? ¿Tratabas de volver con él?
Esta última pregunta me sale antes de que pueda impedirlo, y me encojo en mi asiento, detestando el tono quejumbroso que ha adquirido mi voz. No es una pregunta que quisiera formular, pero ha estado ahí, obsesionándome desde que vi a Jonah en aquella habitación. No debería haber estado allí. Frunzo el ceño de nuevo.
Otter me lanza una mirada.
—Por supuesto que no —se burla de mí—. ¿Por qué diablos deberías creer eso?
No lo sé.
—Estábamos… lo que sea —digo, haciendo un gesto con la mano—. Tú no sabías si yo volvería.
—Bueno, sí —admite—. Pero eso no significa que regresara corriendo con él. Ya te lo dije, Bear: fuera lo que fuese lo que hubo entre él y yo se acabó tan pronto como me marché para volver a casa.
—Sí, parece que él lo entendió muy bien —murmuro, toqueteando el agujero en la manga de mi sudadera.
No sé cómo me lo he hecho. Todavía está bastante húmeda, lo mismo que mis vaqueros, y me noto arena en la raja del culo. Empieza a picarme tan pronto como pienso en la señora Paquinn y sus ladillas de arena. Estar tendido durante toda la noche en las olas de la playa fue una mala idea de una larga serie de malas ideas. Más vale que esto salga bien, porque es evidente que necesito que Otter piense por mí. Tengo demasiadas ideas estúpidas solo. Como no cambiarme de ropa antes de salir del piso.
—Jonah es así —sentencia Otter, rescatándome de mis pensamientos—. Cuando quiere algo, procura conseguirlo.
—Guau, qué tipo tan elegante —comento, sintiéndome malo—. Parece de los que pegan a sus novios. ¿Te pegó? ¿Te dejó salir de casa por tu cuenta?
—Eh —dice con severidad—. Que yo recuerde, el único que pegó a alguien fuiste tú.
—Sí, bueno, ahora no seas engreído conmigo. No juegues con lo que es mío —gruño.
—Tuyo, ¿eh?
Vuelve a mirarme, con una expresión vaga.
De repente me siento avergonzado. Me sonrojo y miro a través de la ventanilla. No quiero parecer tan posesivo, tan necesitado. Se han dicho muchas gilipolleces entre nosotros, sobre todo por mi parte, y aquí estoy, largando sin ningún maldito filtro. Y, sin embargo, siento cosas aún peores subiéndome por la garganta, como la bilis, y me obligo a tragármelas. A la mierda el filtro: necesito un bozal.
—¿Adónde vamos? —pregunto, cambiando de tema elegantemente.
—Ya lo verás.
—Ah.
Silencio, solo durante unos momentos. Y luego:
—¿Bear?
—¿Sí?
—Regresó a San Diego. Vino aquí para intentar convencerme de que volviera con él.
—Ah.
—¿Bear?
—¿Sí?
—Dije que no.
Minutos después accedemos a un barrio que no reconozco. Las casas son bastante viejas, quizá de clase media baja. En algunas hay juguetes esparcidos por el césped. Una tiene flamencos rosa de jardín. Otra aún tiene puestas las luces navideñas. O ya las tiene puestas, no lo sé. Esta es la temporada y blablablá…
Otter para el coche delante de una casa situada hacia el final de la calle. Es pequeña y está pintada de una extraña tonalidad de verde. Hay una valla de tela metálica hasta la altura de la cintura rodeando lo que supongo que debería considerarse el jardín de delante, si fuera lo suficiente grande para llamarlo jardín. El camino de entrada está agrietado. La puerta del garaje da la impresión de que, si se abriera, se caería. Los agentes inmobiliarios seguramente la anunciarían como una casa acogedora y una primera vivienda excelente. Los agentes inmobiliarios son unos embusteros.
Otter detiene el motor del coche y golpetea nerviosamente el volante con las manos. Mira la casa y aspira hondo.
—¿Querías volver con él? —farfullo sin querer.
Ahora que lo pienso, seguramente no me serviría ni siquiera un bozal.
Exhala explosivamente y se echa a reír.
—No.
—Entonces ¿por qué quiso venir aquí?
Se encoge de hombros.
—Ya te lo he dicho. Jonah es así. No le gusta recibir un no por respuesta. ¿Recuerdas cuando te dije que si no cogía el teléfono cuando él llamara amenazó con venir?
Asiento con la cabeza.
—No cogí el teléfono. Y vino. Es así de sencillo. Aunque me esperaba que sucediera mucho más pronto.
Bueno, no hay mal que por bien no venga.
—No estés tan decepcionado —le digo con sarcasmo.
Me mira arqueando una ceja.
—No vas a ponerlo fácil, ¿eh?
—No —respondo. Hago una pausa—. ¿Poner fácil qué?
—Baja del coche —ordena en ese tono de voz que tan bien le sale.
Me apeo del coche rápidamente. Me crujen las rodillas, y me inclino hacia atrás para enderezar la espalda. Noto arena bajándome por la parte posterior de las piernas, cosquilleándome la piel y adhiriéndose a los pelos. Otter rodea el coche, se planta junto a mí y echa un vistazo a la casa. Necesita un tejado nuevo. Necesita canalones nuevos. Deberían derribarla y convertirla en un aparcamiento para un Walmart que llevaría todos los comercios del barrio a la quiebra. ¿Por qué diablos estamos aquí? Quiero volver a casa, darme una ducha, cambiarme de ropa y luego follar como conejos. Es muy curioso. Si bien hace menos de una hora estaba dispuesto a hablar con él hasta tener la cara amoratada, ahora estoy harto de hablar de mis sentimientos, de sus sentimientos y de los sentimientos de todos los demás. Esas cosas pueden esperar a mañana. Abro la boca para decirlo, pero Otter se me adelanta. Por una vez no le interrumpo.
—Vino aquí para tratar de convencerme de que me fuera con él —dice, sin dejar de mirar a la casa—. No sé si creía que podía persuadirme o qué, pero eso no le impidió intentarlo. Me quedé de una pieza cuando entró en mi habitación, pero no me sorprendí. Ya te dije que creía que aparecería tarde o temprano. Pero no sabía que elegiría el peor momento posible.
Permanezco en silencio. No aparto los ojos de su perfil.
—No voy a mentirte, Bear. Soy humano. Me lo planteé, aunque solo fuera por un segundo. Y ese fue el peor segundo de mi vida. Pese a todo lo que había ocurrido durante los últimos días, ese fue el peor momento de todos. Que llegara a plantearme ir con él. Me sentí como si te traicionara, pero peor, que me traicionaba a mí mismo.
Recupero la voz.
—Creed me llamó. Por eso fui. Dijo que regresabas a California.
Se vuelve hacia mí.
—Era cierto, y no me mires de ese modo. Creed tenía razón: vosotros dos sois iguales. Nunca me dejáis terminar. —Su reprensión es suave, pero ahí queda—. Dije que regresaba a San Diego, y Creed perdió la chaveta y empezó a gritar que no podía hacer eso. Entonces me llamó maldito hijo de puta y salió corriendo de la habitación. —Se detiene—. Creo que para entonces ya llevaba unas cuantas copas encima.
—Entonces ¿qué estabas haciendo?
—Iba a recoger el resto de mis cosas —dice mientras da otro paso hacia mí—. Iba a recoger el resto de mis cosas y a anunciar en mi trabajo que finalmente no volvería. ¿Entiendes?, aunque ese tipo me rompió el corazón, no iba a huir otra vez.
Otro paso más cerca. Ahora puedo percibir su olor a Otter.
—¿Ah, no? —digo mirándole, incapaz de moverme.
Niega con la cabeza.
—Tenía planes para él y para mí. Y no iba a permitir que una insignificancia, como que él dijera que yo era un error y que no quería volver a verme nunca, me disuadiera de lo que quería.
Otro paso. Ahora podía levantar la mano y tocarle, si estaba dispuesto a hacerlo.
—¿Ah, no? —digo brillantemente.
—Claro que no. —Sus ojos emiten un fulgor verde y dorado—. ¿Cómo iba a saber que ese tipo trataba de protegerme como trataba de proteger a todos los demás? ¿Cómo iba a saber qué había realmente detrás de las palabras que me dijo? No lo sabía, pero sabía que ese chico, mi chico, no las habría dicho sin ningún motivo, sin algo que tuviera sentido, por lo menos para él.
Otro paso y su pecho choca contra el mío. Nuestras manos permanecen a los costados. Su aliento me calienta el rostro.
—Debería habértelo dicho —murmuro, contemplando la peca de su mejilla y un retazo de barba que ha pasado por alto junto al perfil de la mandíbula cuando se afeitaba.
—Sí, sí, deberías haberlo hecho. Deberías haberme contado muchas cosas. ¿Sabes cuánto me dolió tener que oírselo a Creed? ¿Oírselo a mi hermano pequeño y no al hombre al que quería?
Trago saliva.
—¿Al que querías?
¿En pasado?
—Al que quería —repite—. Al que quiero. —Ahora el corazón me late más deprisa—. ¿Sabes cómo me sentí? Me sentí como si no fuera digno de confianza para ayudar a resolver toda esa estúpida situación, que no era capaz de entender lo asustado que debía de haber estado mi chico. Pero entonces me percaté de lo egoísta que estaba siendo, que solo pensaba en mí, y todo era yo, yo y yo. Nunca se trató solo de ti y de mí. Ni siquiera se trataba solo del Chico, aunque tú creías que era así. Se trataba de todos nosotros, papá Bear. Todos nosotros.
—¿Era así?
Me sorbo la nariz.
Levanta sus fuertes manos y me las pone en la cintura. La tenue conexión se ha establecido. La electricidad fluye a través de mi cuerpo. Me pongo a temblar.
—Lo era. Lo es. Y así debería ser siempre. Así es como siempre será. Deberías haberme contado lo que había ocurrido, Bear. Deberías habérmelo dicho para tener a alguien en quien apoyarte, alguien que hiciera parecer que el mundo no era un lugar tan espeluznante. Entiendo por qué hiciste lo que hiciste, pero deberías haber confiado suficientemente en mí para que me ocupara de ello, para ocuparme de nosotros.
Por alguna razón, esto me indigna. Me zafo de él y sus brazos caen a sus costados.
—¿Qué debería haber confiado en ti para que te ocuparas de ello? —gruño—. ¿Qué diablos habrías hecho? ¡Amenazaba con quitarme al Chico! Me obligó a elegir entre vosotros dos y, que Dios me ayude, la odié por eso. Pero hice lo que tenía que hacer. No digas que te habrías ocupado de ello, ¡por qué no habrías podido hacer nada!
—Tienes razón —conviene, y esto hace que me deshinche un poco—. Te ocupaste de ello tú solo, ¿verdad? Pero no es eso lo que digo, Bear. Estoy diciendo que, si bien puedes hacerlo, no deberías haberlo hecho.
Agito las manos en el aire y empiezo a pasearme de un lado a otro delante de él.
—Estamos muy bien solos, Otter. Hemos salido adelante durante los últimos tres años. Así que los últimos tres meses han sido estupendos, ha sido como estar en el séptimo cielo. ¡No necesitamos que cuides de nosotros! —¿Quién es esta persona que habla? ¿Quién es esta persona que hace solo unos momentos quería que él me dijera qué hacer? ¿Por qué no puedo callarme por una vez en la vida? Estos viejos argumentos siguen levantando la cabeza, y siempre soy yo quien los saca a colación—. ¡Él es lo único que tengo! —exclamo con voz quebrada.
—Te equivocas.
Me vuelvo.
—¿Qué?
Vuelve a acercarse y me rodea con sus brazos. Él es muy grande, yo no soy más que un niño y no puedo moverme. Trato de resistirme, de apartarme, pero entonces me pasa las manos por la espalda, me acerca los labios al oído y su aliento cálido se desliza sobre mi mejilla.
—Te equivocas —repite con voz ronca—. Me tienes a mí.
—¿Por qué? —grito—. Te echo, te echo una y otra vez, y tú siempre vuelves. ¿Por qué?
—Porque te quiero, idiota —me gruñe al oído—. ¿Por qué diablos crees que te compraría una jodida casa si no te quisiera?
Vuelvo a escapar de sus brazos de un brinco.
—¿Qué has hecho qué?
—Oh, mierda —dice avergonzado, mesándose los cabellos. Entonces señala la monstruosidad verde que se yergue a nuestras espaldas—. Sorpresa.
—¡Me has comprado una jodida casa! —le grito.
Se apresura a mirar alrededor.
—Sí, pero baja un poco la voz. No quiero que nuestros nuevos vecinos crean que están matando a una mujer aquí fuera.
—¡Nuestros vecinos! —bramo.
Se estremece.
—Sí, nuestros vecinos. Esta casa es para ti, para mí y para el Chico. Podrá ir a la misma escuela y todo eso. Ya sé que ahora no parece gran cosa, pero…
—¿Has comprado una casa en dos semanas? —chillo.
—Bueno, no, Bear, comprar una casa puede llevar un par de meses. Ofrecí un pago en efectivo y pude cerrarlo en cuarenta y cinco días, que fue —consulta su reloj— hace diecisiete horas.
—¡Has estado comprando una casa durante los dos últimos me…!
Mi grito queda interrumpido cuando me tapa la boca con la mano.
—¡Santo Dios, en voz baja! —espeta.
Le fulmino con la mirada por encima de sus dedos. Quiero escupirle en la palma de la mano, pero me la restregaría por la cara, así que pongo los ojos en blanco y él baja el brazo.
—¿Empezaste a comprarnos una casa hace dos meses? —susurro con fuerza, mostrándole mi voz baja.
—¿Siempre has sido tan listo? ¿O es algo que has adquirido estos últimos días?
—No tiene gracia, y no cambies de tema.
Otter me sonríe.
—Soy gracioso. Y sí, empecé a comprar la casa hace cosa de dos meses. Vaya, ¿quieres quedarte en tu piso? No te ofendas, pero resultaba bastante difícil follarte contra la pared cuando compartías habitación con tu hermano pequeño.
Empieza a hervirme la sangre.
—Pero yo rompí contigo —escupo, sacando todavía el cieno que tengo dentro—. ¿Cerraste la compra de la casa aun cuando habíamos roto? Habrías podido echarte atrás.
—Habría podido —dice despacio—. Pero no lo hice.
—¿Y nada de esto te gritaba que iba demasiado deprisa?
Niega con la cabeza y exhibe la típica sonrisa de Otter.
—Nada va demasiado deprisa si significa para siempre, Bear.
—Pero ¿cómo lo sabes?
—Tengo fe —se limita a responder.
Y, dicho esto, todo argumento, toda duda, todo aquello que me ha retenido se disuelve en la nada. Me lanzo sobre él de un salto y él me coge (por supuesto), aprieto ávidamente la boca contra la suya y un leve gemido se escapa de él y entra en mí. Lo saboreo, le saboreo, sus labios y su lengua calientes mientras exploran mi boca. ¿Quién iba a decir que comprarme una casa me excitaría tanto? Me pregunto qué ocurriría si me comprara un yate. O acciones de Microsoft.
Nos lo montamos un ratito más («montárselo» puede resultar un eufemismo; en realidad le estoy comiendo la cara) hasta que él se aparta, jadeando.
—Más vale que entremos para no dar un espectáculo delante de todo el mundo.
Tengo la polla dura como una piedra y no me opondré a eso. Me restriego contra él para demostrárselo.
—Más vale que tengas la jodida llave de nuestra jodida casa, o tendremos que echar abajo la jodida puerta ahora mismo —le digo con voz entrecortada.
—Está en mi bolsillo —responde, y gime cuando le meto la mano en el bolsillo y le meneo la verga bruscamente mientras busco la llave—. En el bolsillo de atrás —precisa.
Se inclina a morderme el labio y se lleva la aspereza a lengüetazos.
Estiro los brazos e introduzco ambas manos en sus bolsillos de atrás, palpándole el culo con brusquedad hasta que noto la forma de una llave. La llave de una casa. La llave de nuestra casa. La cojo y la saco, y no he visto nunca nada tan prodigiosamente aterrador o catastróficamente inevitable en toda mi vida. Toma mis manos en las suyas, las besa con delicadeza y coge la llave de mis dedos temblorosos. Otter me arrastra hacia la puerta principal, que es de la misma extraña tonalidad verde que el resto de la casa, pero ya no parece importarme mucho. La cerradura cede con un chasquido. Abre la puerta. Veo un botón al lado y lo pulso. Suena el timbre, muy parecido al mío. Es el mío.
—Requiere mucho trabajo —me advierte al cerrar la puerta tras de mí—. Tendremos que sacar la moqueta, pero me han dicho que debajo hay unos suelos de madera muy bonitos. Creo que tendremos que…
Ya he oído bastante. Ahora mismo no me importa la casa (pero, en serio, ¿nos ha comprado una casa? ¿Qué estúpida y épica locura es esa?). Corto su palabrería acerca de suelos de madera, moquetas y todo lo demás que se apresta a decir cuando aprieto mi boca febrilmente contra la suya. El modo en que me pone las manos encima al instante me demuestra que no le importa la interrupción. Me maravillo de sus talentosos dedos, que van directamente a mi culo mientras me atrae bruscamente hacia sí. Gimo contra su cara.
—No hay cama, papá Bear —gruñe en mi boca mientras lame y mordisquea.
—¿Has dicho algo de follarme contra la pared? —digo sin resuello.
Dispongo de un momento para arrepentirme de mis palabras cuando sus ojos chispean peligrosamente. Otter manosea con desesperación el botón de mis vaqueros. Mi polla se libera, y el aire es frío hasta que siento su boca sobre mí, tratando de chuparme hasta dejarme seco. Pongo los ojos en blanco, los límites de mi visión se desdibujan y todo pensamiento racional desaparece. Pero no pasa nada. De todos modos pienso demasiado.
Me lame la punta de la verga y me mira, levantando unos ojos parpadeantes y hermosos.
—No tengo lubricante —dice mientras me acaricia los testículos con la nariz.
Es lo más romántico que me ha dicho nunca hasta que acabo de entender sus palabras.
—¡No, maldita sea! —aúllo.
Le levanto de un tirón con una fuerza que desconocía en mí. Tiro de la parte delantera de sus vaqueros y el botón se rompe. Nos trae sin cuidado. Cerciorándome de que me observa, escupo en mi mano y la deslizo sobre su polla encendida. Abre los ojos como platos mientras echa la cabeza hacia atrás y gime.
—Esto va a doler, nene —advierte, sin conseguir que me oponga.
Su palabra de cariño me hace estremecer: nunca antes me ha llamado así. Me desconcierta. Me conmueve. Hace que sea todavía más urgente que entre en mí ahora mismo. Le sujeto por el cogote y atraigo sus ojos a los míos. Llevo su mano hasta mi boca y le chupo dos dedos con avidez, humedeciéndolos todo lo que puedo. Escupo sobre ellos sin contemplaciones. La baba cuelga de mis labios.
—Prepárame —le ordeno.
Lo hace.
Cuando entra en mí, quema, y la punzada sube y baja por todo mi cuerpo. Creo que quizá bastará con decir que esto no ha sido buena idea, pero entonces él se sitúa en un ángulo distinto y se abre el cielo, descienden los ángeles y un coro canta el evangelio según el sexo gay: ¡PRÓSTATA! Una ola tras otra rompen sobre mí, placer y dolor, pero estoy atado a él y en ese momento comienza, comienza…
«… comienza como un viento que empieza a soplar por mi lado, sobre mí, a través de mí, llevándose la tormenta que se aproxima hacia el mar. El sol irrumpe por entre las nubes y se inicia un profundo estruendo que viene del interior de las olas. La tierra se mueve, tiembla y finalmente se abre. El océano, ese océano detestable, empieza a precipitarse hacia el abismo que ha abierto, formando un remolino que aúlla y grita mientras gira. Descargan rayos, retumban truenos, pero ahora está muy lejos. Ante mis ojos, el océano emite un último estertor cuando el lecho marino se transforma en un desierto. La tormenta se extingue. Luce el sol. La superficie de tierra está agrietada, reseca. Pero resiste. Una leve brisa me acaricia el pelo, recordándome lo que he hecho para llegar hasta aquí. Cierro los ojos y aspiro profundamente, y desde allí, desde allí…».
… y desde allí, lo único que puedo hacer es aguantar como si me fuera la vida en ello, aguantar mientras este hombre, mi Otter, me demuestra hasta qué punto me quiere. Solo espero que él lo note a su vez. Espero que entienda que le daré todo lo que pueda. Espero que entienda que estoy en esto a largo plazo.
¿Y sabéis una cosa, todos los que habéis estado conmigo hasta el final?
Creo que lo entiende a la perfección.