Así que salí del armario (en calidad de qué, aún no lo sé). Sigo creyendo en lo que le dije a Otter, que no se puede ser gay para una sola persona, pero estos días me lo estoy cuestionando cada vez más viendo que solo cuando pienso en él me sobreviene un sudor frío. Ya no sé qué coño soy. Puedo dar una imagen favorable de mí mismo, pero por lo visto mi obsesión con él puede imponerse más deprisa que nada que haya conocido nunca. Por más que me gustaría creer que domino la situación, sé que solo me apunto al viaje por gusto.
¿Y adónde me ha llevado ese viaje? Voy como un loco por las calles en mi coche la noche de la fiesta de despedida de Creed después de recibir una llamada suya anunciando que Otter se marchaba y tenía que ir allí en el acto. Infrinjo todo el código de circulación de Oregón, a sabiendas de que si un poli trata de darme alcance, lo más probable es que termine saliendo en el noticiario de las once después de protagonizar una persecución policial a 140 kilómetros por hora por las calles del centro de Seafare. Pero, de alguna manera, lo consigo.
Hay demasiados coches alrededor de la casa así que, como es natural, me subo a la acera y me detengo en el césped de delante, sin acordarme de aparcar el coche y sin molestarme en apagar el motor mientras corro hacia el interior de la casa. La música atruena y hay gente por todas partes. Corre el alcohol, y algunos gritan mi nombre sorprendidos porque en teoría no debería estar aquí. Había decidido no presentarme. Subo las escaleras a la carrera, derribando a gente por el camino y olvidándome de disculparme porque en realidad no importa, lo único que importa ahora mismo es él, y pienso en detenerme cuando llego delante de su puerta —el cartel que anuncia la «Habitación de Otter» no es más que un fantasma que solo puedo ver yo—, pero no me paro. Empujo la puerta y esta se abre, lo cual sobresalta a los dos hombres que hay dentro. Otter levanta los ojos desde su posición, apoyado contra su viejo escritorio, y la expresión de su cara está llena de algo, algo que no acierto a distinguir. Abre los ojos como platos cuando los fija en mí, y el fulgor verde y dorado chispea con intensidad. Quiero decirle que se quede, que he comenzado a arreglarlo todo, que lo siento muchísimo y que por favor vuelva a quererme, pues no puedo imaginarme mi vida sin él a mi lado. Y es entonces cuando reparo en el otro hombre. El moreno y apuesto desconocido que se encamina hacia mí, con una sonrisa cautelosa en el rostro mientras me tiende la mano diciendo:
—Tú debes de ser Bear. Soy Jonah, el novio de Otter.
¿Qué co…?
Bien, ¿cómo sucede esto? ¿Cómo termino estrechando la mano a un hombre al que odio aunque no le he visto nunca?
Veamos.
Creed me prometió que no le diría nada a Otter hasta que toda la situación del Chico se hubiera resuelto. Le dije que era porque quería asegurarme de que todo estuviera arreglado. Pero él sabía tan bien como yo que era porque no quería arriesgarme a hacernos daño otra vez. También era difícil para él, porque ahora que se había desvelado el secreto, Creed parecía demasiado entusiasta de que Otter y yo estuviéramos juntos.
«—No me puedo creer que no me diera cuenta antes —dijo—. Estáis hechos el uno para el otro. Tendréis que ser capaces de aguantaros las chorradas y dejarme al margen.
»—¡Caramba, tú sí que sabes hacer que un tío se sienta bien! —repliqué, y gemí tan pronto como estas palabras salieron de mi boca.
»Me sonrió maliciosamente.
»—No, por lo visto esa es ahora tu misión. —Su sonrisa se desvaneció y sus ojos adoptaron una expresión pensativa—. Pero, en serio, ¿duele? El sexo anal, quiero decir. Siempre me he preguntado…
»Salí huyendo de la habitación».
Traté de no preguntarle demasiado por Otter, porque lo que decía estaba acabando con mi determinación. Dijo que Otter apenas salía de su dormitorio, y cuando lo hacía, daba la impresión de no haber pegado ojo y solo hablaba con gruñidos. Creed ignoraba qué hacía su hermano todo el día dentro de su cuarto, pero podía imaginármelo, y es por eso que intenté encerrar mis pensamientos en él en el fondo de mi cabeza. Estaba allí, flotando en las olas, mezclado con el resto del ruido blanco. Necesitaba enmendar las cosas. Por todos nosotros. Pero no podía hacerlo si Otter era lo único que ocupaba mi mente. Así que le llevé hasta el fondo, constante pero callado.
El Chico entendió mis motivos, pero no estuvo de acuerdo con el modo en que lo hacía. «¿Por qué no se lo dices? —me sugirió en más de una ocasión—. Por lo menos sabría que hay algo que esperar con ansia, algo por lo que merece la pena luchar». Tratar de negar la lógica del niño de nueve años más listo del mundo hacía la separación mucho más difícil. No sabía cómo expresar mis acciones con palabras, explicarles que prefería morir a ver a Otter mirándome como lo hizo la última vez que me enfrenté a él. ¿Cobarde? Tal vez. ¿Injusto? Es posible. ¿Egoísta? Sin duda. Pero, dentro de mi cabeza, sabía que me estaba preparando para entregarme a él para todo el tiempo que quisiera tenerme (si este plan daría resultado o no, y si él me aceptaría o no, se mezclaban a menudo; he averiguado que seguramente me declararían demente con la cantidad de voces que tengo dentro de la cabeza).
Tampoco ayudaba mucho que soñara con él todas las noches.
No ayudaba que esos sueños fueran tan terroríficos, tan desgarradores. No ayudaba que normalmente me despertara con la polla más dura que nunca, obligado a tomar cartas en el asunto. Me encorvaba en el baño, con el cuerpo quejándose a gritos de la familiaridad de mi mano, suplicando que fuera su mano fuerte y callosa, ese tirón que tenía más experiencia de la que yo tendría jamás. Esas noches, correrse causaba dolor, como si procediera de un sitio mucho más profundo de lo que era humanamente posible. Quedaba agotado, observando mi reflejo, preguntándome de dónde salían aquellas arrugas alrededor de mi boca, por qué mis ojos enrojecidos no recuperaban su aspecto normal. Aquello tenía que funcionar. Había de hacerlo.
La señora Paquinn fue fiel a su palabra y me concertó una cita con Erica Sharp, una abogada de la renombrada empresa Weiss, Goldstein y Eddington. Dije a la señora Paquinn que no había visto nunca ningún anuncio suyo. Me respondió que se alegraba infinitamente de que estuviera de camino hacia el mundo real. Creo que pretendía ser un insulto, pero no logré determinar en qué sentido. Pidió la devolución de unos cuantos favores, y unos días después tenía una cita con una abogada de Portland.
El día de autos, me puse delante del espejo para tratar de anudarme la corbata, que por alguna razón parecía empeñada en estar del revés. Estaba atento a una llamada a la puerta que anunciara la llegada de la señora Paquinn para hacer de canguro cuando oí un suspiro.
—No sé por qué no puedo ir contigo. A fin de cuentas, pretendes adoptarme a mí. ¿No crees que quizá quieran oír mi opinión?
—Ya te lo he dicho —murmuré, mientras me preguntaba cómo diablos el extremo estrecho de la corbata era más largo que el grueso—. Solo voy allí para una toma de contacto. Debo cerciorarme de que puede ayudarnos antes de que decidamos hacer nada.
Era evidente que la maldita corbata estaba rota.
Ty suspiró de nuevo, se colocó delante de mí y me empujó hacia atrás para que me sentara sobre la cama. Me apartó las manos con las suyas y yo levanté la barbilla, me miré en el espejo y me pregunté si debería haber ido a cortarme el pelo. O afeitarme el incipiente vello facial que me crecía ralamente en la cara.
—Irá bien. A fin de cuentas, llevas corbata y todo, ¿no? —dijo, con una sonrisa evidente en la voz—. ¿Te sentirás cómodo cuando tengas que coquetear con ella?
Le miré con una ceja arqueada.
—¿Coquetear con ella? ¿Por qué diablos debería hacer eso?
«Quizá debería cambiarme de camisa», pensé.
—Bueno, trataba de preparar toda esta situación —contestó, mientras pasaba un extremo de corbata alrededor del otro—, así que pensé que tal vez debería mirar la tele para hacerlo, porque la última vez que encendí el ordenador había de salvapantallas un tipo que llevaba puesto un suspensorio y sujetaba un balón de fútbol. —«Maldita sea, Creed»—. De lo cual, por cierto, seguramente deberías deshacerte, ya que intentas conseguir la custodia de un chico de nueve años. No creo que eso sentara demasiado bien en los juzgados.
Ahogué todo pensamiento que se dispusiera a brotar de mis labios. Reparé en que el Chico seguía hablando, ajeno al fuego que se propagaba lentamente por mi cuello.
—A fin de cuentas, ¿por qué debería llevar alguien algo así? Los suspensorios son de mal gusto, ¿y crees de verdad que jugaría a fútbol sin pantalones?
—Esto… Chico, creo que sería una buena idea que este tema no volviera a salir nunca más, sobre todo si recibimos la visita de una trabajadora social para llevar adelante todo este asunto. No creo que apreciaran los sutiles matices de tu línea de investigación.
Subió de un tirón el nudo de la corbata hasta mi cuello, con lo que cortó el resto de mi reprimenda.
—No te rías de mí, Derrick —repuso.
Me sentí regañado como era debido.
—¿Y la abogada? —le recordé.
Dio un paso atrás para revisar su obra. Me miré en el espejo y vi que la corbata estaba impecable. No podía llegar a entender cómo diablos sabía cosas como esa.
—Cierto —dijo—. La abogada. Bueno, como tu porno estaba en nuestro ordenador, y creí que seguramente ya estaba asustado de por vida, me imaginé que ver algún programa de abogados me ayudaría a captar la abogacía.
—¿Y qué? —pregunté, encaminándome hacia el baño para cepillarme los dientes.
Ty me siguió.
—Bueno, encontré un programa, y la abogada era una mujer guapa. Bueno, de hecho todas las mujeres eran guapas, lo que me pareció una descripción poco realista del lugar de trabajo. Todas las mujeres que trabajan contigo no son muñecas, así que creo que algo se tergiversa con lo que son productores de televisión visiblemente desencaminados.
Gruño mi respuesta con la boca llena de Crest.
—En fin, todas las mujeres del bufete de abogados tenían ciertas dificultades en su vida amorosa, y había un tipo que intentaba convencer a la abogada guapa de verdad de que se hiciera cargo de su caso pro bono. Lo cual, por si no lo sabes, significa…
—Fé qué finifica —dije, atragantándome con el cepillo de dientes.
—Bueno, se puso a coquetear con ella, diciendo que podía hacer que el caso valiera la pena, y entonces ella se quitó la blusa, él se quitó los pantalones, y después la mujer decidió representarle. Porque el hombre tenía un caso interesante y buenos atributos.
Me quedo mirando su reflejo.
—¿Qué programa era ese?
Se encogió de hombros.
—Sustituyó «Dateline». La cuestión es que tal vez tengas que coquetear con la abogada. La sociedad necesita que fomentes el amor propio de una abogada.
Casi había terminado esta última frase cuando su apariencia se resquebrajó y una sonrisa le iluminó el semblante.
—¡Mierdecilla! —le grité, y salió corriendo del baño, conmigo pisándole los talones.
—¡Los vecinos no darán un testimonio favorable si te oyen maltratar a un niño! —gritó por encima del hombro.
Se detuvo después de rodear la mesa de la cocina, interponiéndola entre ambos.
—Creo que los vecinos pasarán por alto esta ocasión —dije sonriendo.
Finté a la izquierda pero fui hacia la derecha. Él picó, le agarré del brazo y lo volví cabeza abajo, con los pies apuntándome a la cara, los brazos colgando y la cara encarnada.
—¡Déjame, simio desmesurado! —me gritó—. ¡No es así como debe comportarse alguien que lleva corbata!
—¡Sí, si la persona que la lleva tiene un hermanito molesto que se cree muy gracioso! —repliqué.
Le sujeté ambas piernas con el pliegue del codo y extendí el otro brazo para hacerle cosquillas en la barriga expuesta.
—¡Oh, qué refinado! —farfulló entre risas—. Seguro que les dejarás patidifusos. ¿Puedo hacer la maleta ya para cuando vengan a buscarme?
Esto me detuvo en seco. Todos los temores condensados en una frase corta, expresados en la risa de un niño.
Le dejé con cuidado, plantándole los pies en el suelo, y me arrodillé ante él. Todavía se reía tontamente, con lágrimas resbalándole por la cara colorada. Levantó una mano y se apartó el pelo de la frente.
—Sabes que nunca permitiré que ocurra eso, ¿verdad? —murmuré.
Sonrió, y fue precioso. Saltó a mis brazos y se limitó a contestar:
—Lo sé.
Llamaron a la puerta.
—Quizá deberías abrir —dijo, soltándome.
Me encaminé hacia la puerta esperando encontrar a la señora Paquinn, pero no a Anna y Creed. Por supuesto, los tres estaban allí.
—¿Estamos todos listos? —preguntó Creed con una sonrisa en el rostro.
—¿Estamos?
Me empujó hacia un lado y entró, dejando sitio a Anna y la señora Paquinn. Todos hicieron caso omiso de mis narinas ensanchadas y la vena que me latía en la frente.
—Pues sí —dijo Creed—. Ya te diste cuenta de que no ibas a ir solo, ¿verdad? No seas estúpido, Bear.
—Sí, no seas estúpido —repitieron a coro Anna y la señora Paquinn.
—Sí, no seas…
—Chico, no te atrevas a decir ni una palabra más —espeté. Me volví hacia los demás—. Dejé muy claro que iría solo. Lo dije explícitamente. ¿Había algo en esas palabras que no llegó a asimilarse?
La señora Paquinn puso los ojos en blanco.
—No seas bobo, querido. ¿No fuiste tú quien dijo todas esas cosas acerca de que éramos una familia y todo eso? Me acuerdo de que me conmovió hasta hacerme llorar. ¿A ti no, Anna?
Anna asintió y me miró a los ojos.
—Desde luego, señora Paquinn. Y nos dijo cuánto nos quería y que necesitaba nuestra ayuda. ¿No es verdad, Chico?
«Oh, vaya, de modo que ahora quiere ayudarme», pensé.
—Cierto —repuso el Chico, y me pregunté si no habrían escrito el guion de aquella escena, pues resultaba un poco demasiado perfecta—. Y puesto que en realidad se trata de mí, creo que debería poder decidir quién irá.
—¿Y bien? —preguntó Creed.
—Iremos todos —contestó Ty, sonriendo.
—¡Y Creed ha dicho que conduciré yo! —terció la señora Paquinn.
—¿Sabías que hizo carreras de coches? —preguntó Creed.
Ella sonrió complacida.
—Has traído a tu equipo de animadores, ¿eh? —me dijo la señorita Erica Sharp, de Weiss, Goldstein y Eddington, mirando por encima de mi hombro al Chico, Anna, Creed y la señora Paquinn, todos sentados detrás de mí en su amplio despacho.
Hice una mueca.
—Se podría decir eso.
Omití explicarle que cuando la secretaria mencionó mi nombre y me hizo seña de que entrara en el despacho de Erica, todos se habían levantado como si también les hubieran nombrado.
Sabía que todos sonreían como tontos detrás de mi nuca.
Erica revolvió algunos papeles sobre su mesa.
—Bien, después de hablar contigo por teléfono y efectuar algunas comprobaciones para verificar tu empleo, domicilio y otros datos, tengo que decirte, Derrick…
—Bear —rectificó el Chico a mi espalda.
La mujer arqueó una ceja.
—¿Perdón?
Tiré de la corbata. Me estaba asfixiando.
—Su verdadero nombre es Derrick, pero todo el mundo le llama Bear —explicó el Chico, tomándose todo el tiempo del mundo.
Erica asintió con la cabeza.
—Bueno, en ese caso, Bear, tengo que decirte que me parece que podré ayudarte. ¿Cuánto tiempo dijiste que has cuidado de él?
—Esto… los últimos tres años.
—¿Y tu madre se… fue?
Levantó un poco la voz al pronunciar esta última palabra.
—Se marchó a paradero desconocido —contesté, como si eso lo explicara todo.
—Ya, entiendo. ¿Sabes adónde?
Negué con la cabeza. Percibí que todos hacían lo mismo a mi espalda.
La abogada pulsó una tecla de su teléfono.
—¿Josh?
—¿Sí, señorita Sharp?
—Necesito que hagas una localización de difícil contacto. —Consultó sus notas—. Una tal Julie McKenna. Bear, ¿cuál es su fecha de nacimiento?
Se lo dije, y ella transmitió la información a Josh.
—¿Y el padre de Tyson? —me preguntó.
—Su padre no ha tenido nunca ningún papel en esto. ¿Por qué me pregunta la fecha de nacimiento de mi madre? ¿Qué es una localización de difícil contacto?
Se inclinó hacia delante.
—Bueno, habrá que encontrar a tu madre y notificarle este proceso.
—¿Qué? —estallé. ¿Cómo coño se atrevía? Hice ademán de levantarme, con la intención de coger al Chico de la mano y salir como un huracán, cuando noté cuatro pares de manos sobre mis hombros, conteniéndome. Eso solo me enfureció más—. ¡No puede hacerle volver! —espeté—. ¡Hará todo lo posible por joder esto!
Erica me observó con serenidad. No cabía duda de que estaba acostumbrada a que la gente le gritara. A fin de cuentas, era abogada.
—Técnicamente, aún es tu madre y tu tutor legal. Por lo que me has contado, el poder legal que tienes no se hizo correctamente, sobre todo porque concierne a un menor. Estamos obligados a notificárselo, a darle una oportunidad de responder. Y lo mismo con tu padre si aún formara parte de la vida de Tyson. Pero si lo que dices es cierto, y si se ha ausentado durante los últimos tres años sin ninguna visita de cortesía, ninguna llamada ni ningún céntimo, entonces creo que no tendremos nada en que basarnos.
Gemí.
—Maldita sea.
—¿Hay algo que debería saber, Derrick?
—Se llama Bear —dijeron a coro cuatro voces detrás de mí.
—Oh, mierda. —Me pasé las manos por la cara—. Volvió de pronto, hace unos días. Y esto…
—¿Y qué?
—¡Apareció de la nada! —soltó Anna.
—Como si no se hubiera marchado nunca —gruñó Creed.
—Fue realmente como una pesadilla —dijo la señora Paquinn, sorbiéndose la nariz.
—¡Y le amenazó! —exclamó el Chico.
Me pregunté si la señorita Erica Sharp, de Weiss, Goldstein y Eddington, no tendría en su mesa una pistola que quisiera prestarme para poder salir de mi desgracia.
—¿Te amenazó? —preguntó Erica, ya sin sonrisa en su voz.
—Esto… sí. Podría decirse eso.
Volvió a inclinarse hacia delante y frunció el ceño.
—Bear, o lo hizo o no lo hizo. ¿Con qué te amenazó?
Guardé silencio. No sabía qué decirle a aquella persona que, hasta hacía unos veinte minutos, había sido una perfecta desconocida. Me había llevado meses confesarme con la gente más próxima de mi vida, ¿y ahora tenía que soltárselo a aquella mujer que me miraba como si fuera una nueva especie de bicho? Guardé silencio. Silencio hasta que el Chico se levantó de su asiento y rodeó mi silla, me apartó los brazos de mi regazo, se instaló allí y se inclinó para susurrarme:
—Papá Bear, necesito que hagas esto. Otter necesita que hagas esto.
Atreveos a desafiar esas palabras tan dulces.
Miré a Erica por encima del hombro del Chico mientras le rodeaba con mis brazos. Los ojos de la mujer se ablandaron y nos observó con detenimiento.
—Amenazó con llevarse al Chico si no rompía con mi novio.
—¿Y qué hiciste? —preguntó Erica con voz apagada.
Cerré los ojos con fuerza.
—Rompí con mi novio.
—Comprendo. ¿Y cómo reaccionó tu novio a todo esto?
—Pues… esto… no le dije que era por culpa de ella.
Soltó un bufido.
—¿Debo suponer que no fue bien?
—Eso es quedarse corto —murmuró Creed.
—Tendrás que perdonar a Creed —intervino la señora Paquinn—. El novio de Bear es su hermano.
Erica se nos quedó mirando.
—Entiendo.
—Y Anna es la ex novia de Bear —dijo Creed.
—Y Creed es el mejor amigo de Bear —explicó Anna.
—Y yo soy la señora Paquinn —exclamó la señora Paquinn triunfalmente.
—Esto es tanto por Otter como por mí —dijo el Chico.
—¿Otter? —preguntó Erica.
—El novio de Bear, el hermano de Creed —aclaró la señora Paquinn con paciencia.
—¿Bear y Otter? —preguntó Erica.
Debo decir en su favor que no se mostró para nada desconcertada.
—Bear y Otter —convinieron todos.
—¿Y por qué es tanto por él como por Tyson?
—Porque a Bear se le ha metido en la cabeza que no puede recuperar a Otter hasta que el Chico esté fuera de peligro —contestó Creed.
—Y, para empezar, el idiota de Bear no debería haber roto nunca con él —dijo Anna. Y luego añadió—: Debí de haberlo sabido. Rompimos porque no fue capaz de decirme que estaba enamorado de Otter.
—Eso no es cierto —repliqué—. Rompimos porque yo te mentí.
—Sobre estar enamorado de Otter —dijeron a coro Anna, Creed, la señora Paquinn y el Chico.
—Esta situación no es tan complicada como parece —anuncié a Erica, quien seguía mirándonos.
El Chico se echó a reír.
—No, es mucho peor. Bear y Otter quieren estar juntos, pero Bear no hará nada al respecto hasta que esté seguro de que nuestra mamá no se me llevará.
—Y por eso estamos aquí —concluyó la señora Paquinn.
Todos miramos con expectación a la señorita Sharp.
—A ver si me aclaro —dijo, lo cual, por supuesto, hizo que Creed y el Chico se rieran con disimulo. Les fulminé con la mirada y vi que también la señora Paquinn se reía entre dientes—. ¿No solo tratas de conseguir la custodia de tu hermano pequeño, sino que además todo esto determinará si vuelves con alguien a quien es evidente que quieres, pero a quien mentiste cuando rompiste con él, y cuentas con el pleno apoyo de su hermano, tu ex novia y tu hermano pequeño, sobre el que tratas de obtener la custodia legal?
—Y de la señora Paquinn —agregó la señora Paquinn, a lo que asentimos todos.
—Eso parece correcto —dije a Erica.
—¿Y salías con Otter antes de que tu madre se fuera?
Niego con la cabeza.
—Esto es bastante reciente.
Mi club de fans soltó una risita, pero nadie habló.
Erica frunció el ceño y se frotó las manos.
—¿De modo que dices que hace poco empezaste a salir con Otter, y de repente tu madre aparece de la nada y te pide que rompas con él? ¿Cómo sabía lo de tu relación?
«Dile que regrese a San Diego», me había dicho. Recordé que había sentido un escalofrío por todo el cuerpo al oír sus palabras. Pero con todo lo ocurrido después, lo había olvidado. ¿Cómo había sabido todo eso?
—No lo sé —contesté a Erica, oyendo un zumbido agudo en mis oídos.
—¿Y dijo que lo único que quería era que rompieras con Otter, y luego se marchó?
Asentí con la cabeza, percatándome solo entonces de lo ridículo que parecía.
Erica suspiró, aparentemente pensando lo mismo.
—Bueno, parece que está tramando algo, pero no quiero especular. Por lo que sabemos, habría podido volver y hacer precisamente lo que hizo, separarte de tu novio, quizá tratando de afirmar que aún tenía cierto control sobre tu vida. Tal vez contrató a un detective privado para espiaros a ti y a Otter. ¿Has visto últimamente a alguien que no hayas visto antes?
Sacudí la cabeza, y ella miró al público congregado detrás de mí. Me volví, y todos negaban con la cabeza a su vez. Procuré no delatar nada en mi rostro, pero las palabras de Erica me preocuparon mucho. ¿Por qué había vuelto mamá? ¿Qué quería? ¿Había alguien siguiéndonos? Eso me asustaba más que las desconocidas intenciones de mi madre. Tal vez no sabía necesariamente cuando vino que Otter y yo estábamos juntos, pero su presencia en nuestra casa y su protección sobre el Chico y yo pudieron habérselo explicado, aunque el Chico no hubiera dicho nada.
Erica se encogió de hombros.
—Estoy segura de que todo esto se descubrirá en breve. Ya parecen existir algunas preguntas que me gustaría hacer a tu madre si tuviera ocasión.
Nos gustaría tanto a ella como a mí.
Me miró a los ojos.
—Si esto da resultado, y si consigues la custodia de Tyson, ¿te quedarás con ellos? ¿Con Tyson y con Otter?
—Debo hacerlo —respondí en voz baja—. Son todo lo que tengo.
Nos sorprendió a todos riéndose. Se levantó y me tendió la mano, con lo que empujé al Chico entre mis brazos.
—Bueno, Derrick y Tyson, será un placer representaros. Pero os lo advierto: este será un camino duro de recorrer, y habrá que tomar decisiones difíciles. Se investigarán vuestras vidas como no se ha hecho nunca y llevará mucho tiempo. Vuestra madre puede tener motivos que aún no conocemos. Y Bear, lo más probable es que salga a colación tu sexualidad, pero creo que tenemos una buena posibilidad de vencer. Y lo mejor es que tú lo creas. Bueno, necesito que rellenes un montón de papeles, explicaré qué significa ser considerado tutor ad litem y cuándo podemos esperar ir a juicio. —Se detuvo un momento y nos miró—. ¿Estáis dispuestos a hacerlo?
El Chico me sonrió. Noté el firme apoyo a mi espalda.
¿Cómo diablos podía decir que no?
—¿Qué quieres decir con que no vas a venir? —gritó Creed por teléfono—. ¡Esta fiesta será colosal!
Habían transcurrido tres días desde nuestra entrevista con la abogada, y había estado temiendo esta llamada desde que había decidido no acudir a la fiesta de Creed. No quería que la primera vez que volviera a ver a Otter fuera entre un centenar de compañeros borrachos de la universidad. Así se lo expliqué a Creed.
Suspiró.
—Podrías venir pronto y hablar con él. Todavía no sé por qué estás aplazando esto más tiempo. —Hizo una pausa antes de agregar—: No estarás pensando en echarte atrás, ¿eh?
—¡No! —espeté—. ¿Cómo coño puedes preguntarme eso? ¿No has estado haciéndome caso en los cuatro últimos días?
—Te lo he hecho —replicó—. Lo único que me parece recordar es Otter esto, Otter lo otro. «Quiero tanto a Otter que digo cosas y hago llorar a todos mis amigos».
—No es culpa mía que seas emocionalmente sensible —le gruño.
—Imbécil —dijo con afecto—. Bueno, ¿entonces cuándo? No vas a esperar todo el tiempo que tarde en resolverse lo de la custodia, ¿verdad?
—Me lo he planteado —admití—. Pero Erica dijo que puede llevar meses, y no puedo esperar tanto. No es justo para él.
—¡Entonces ven ahora y díselo antes de la maldita fiesta!
«Podría —pensé—. Me resultaría muy fácil subir al coche, ir a su casa y dejar zanjada toda esta estupidez, y luego podríamos follar, reír y llorar, y él podría decirme que me quiere, y entonces bajaríamos, nos emborracharíamos y volveríamos a subir, y le demostraría cuánto lo siento de veras».
Era una idea muy seductora. Pero nunca habría llegado donde estaba (para lo bueno y para lo malo) si no hubiera sido tan testarudo como he demostrado ser. Quería sincerarme con Creed y explicarle que el verdadero motivo era que me horrorizaba ver a Otter. La perspectiva de afrontarle después de las cosas que había dicho me revolvía el estómago, así que habría sido más fácil decir que ya me preocuparía de ello al día siguiente. Sin embargo, no me lo quitaba de la cabeza en ningún momento, lo cual hacía que ese destierro autoimpuesto fuese mucho más duro. Pero no lograba hacer salir las palabras.
—¿Cuándo, Bear? —insistió Creed.
Al carajo.
—Mañana, entonces —cedí.
Aparté el teléfono de mi oído cuando Creed se puso a gritar loco de contento.
—Y luego todo podrá volver a la normalidad —dijo alegremente.
Solté un bufido.
—¿Volver a la normalidad? No tenías ni idea de lo que ocurría; así pues, ¿cómo podría volver a la normalidad?
—No crees problemas solo porque puedes hacerlo —gruñó Creed—. Es muy poco atractivo. Quizá vaya a decírselo a Otter ahora mismo para que sepa qué puede esperar mañana.
Me sentí invadido por el pánico.
—No te atreverías.
Se rio maliciosamente.
—Ya lo creo que sí.
—¡Te he dicho que lo haré mañana!
Se echó a reír.
—¿Debería hacer planes, entonces? ¿Para qué os podáis… reconciliar?
Pronunció esta última palabra en voz baja, ronca y entrecortada. Puse los ojos en blanco.
—Bueno, diría que sí, que no deberías estar allí, pero la experiencia del pasado me indica que Anna, la señora Paquinn, el Chico y tú estaréis presentes para prestarme vuestro apoyo, así que no importa mucho lo que diga.
—Dios, tienes una familia genial —declaró con suficiencia.
—Sí, sí. Ya lo sé.
—¿Seguro que no puedo convencerte?
Suspiré.
—Esta noche, no. Me la tomaré con calma con el Chico e iré mañana por la mañana. Te llamaré antes de salir.
—Vale. Y esto…
—¿Qué?
Vaciló. Y luego:
—Cuando hayas terminado de hablar o de hacer lo que sea con Otter, necesito hablar contigo de una cosa.
Dejé escapar un gemido.
—No irás a decirme que tú también tienes novio, ¿verdad?
Se rio, pero advertí que parecía incómodo.
—No, santo Dios. Que los dos tíos principales de mi vida se hayan pasado al lado oscuro no significa que tenga que hacerlo yo. Déjame en paz con tu programa de conversión gay.
—¿Nosotros somos tus tíos principales? ¿Cuántos años tienes, quince?
—Cállate, papá Bear.
Sentí curiosidad.
—¿Todo marcha bien? ¿No ha ocurrido nada?
—No, todo va bien —se apresuró a responder.
—Entonces ¿por qué no me lo dices ahora?
—¿Vas a venir a hablar con Otter ahora?
—Ah, no. No estoy tan desesperado por saberlo, si no hay ninguna vida en peligro.
—No la hay.
—Entonces mañana, ¿vale?
—Mañana —accedió—. Y, Bear…
—¿Sí?
—Sabes que todo saldrá bien, ¿verdad?
Lo pensé un momento.
—Creo que sí —contesté despacio—. Puede llevar algún tiempo, pero parece que así será, ¿no?
—El que haga falta, tío. ¿Lo sabes?
—Sí. Creed, creo que no te he dado las gracias por convencer a tus padres de que paguen el…
—No tienes que hacerlo —me interrumpió con hosquedad. Deseé poder ver su cara—. Tú pide, y sabes que haré todo lo que pueda por ti.
—Lo sé —dije en voz baja.
—Hasta luego, papá Bear.
La siguiente vez que hablé con él, Creed era presa del pánico.
Al Chico no le gustó que me quedara en casa, pero aceptó a regañadientes mis razones para hacerlo. Olvidó su frustración cuando le dije que iría a ver a Otter a la mañana siguiente para intentar recuperarlo. Saltó a mi regazo y me balbuceó alegremente al oído.
Decidí hacerle lo que quisiera para cenar, y se puso al ordenador y encontró una cosa vegetariana de aspecto asqueroso que parecía que la hubieran rascado de la parte inferior de un tronco húmedo. Le dije que no tenía ninguno de los ingredientes necesarios para hacer eso. Me respondió que era por eso que Dios había inventado los supermercados. Le dije que Dios no había inventado los supermercados. Él repuso que no disponía de ninguna prueba de eso, y si no me sentiría estúpido si cuando muriera fuera al cielo y viera el Food Mart de Dios. Le comenté que ese era un nombre tonto para un supermercado. Me desafió a que encontrara otro mejor. Le dije que el supermercado de Dios se llamaba Almacén de Ultramarinos Celestiales de Dios y que tenían en oferta especial obleas de masa fermentada del Cuerpo de Cristo. Entonces me acusó de sacrílego. Le repliqué que no éramos nada religiosos.
Acabábamos de salir del piso para dirigirnos a la tienda cuando la señora Paquinn asomó la cabeza al rellano.
—Yo vigilaré al Chico mañana cuando vayas a casa de Otter. ¿Pongamos a eso de las nueve?
Me quedé mirándola.
—¿Cómo…? Maldita sea, ¿ya le ha llamado Creed?
—No crees problemas, Bear. Es poco atractivo.
Entrecerré los ojos.
—Ha hablado con Creed.
Sonrió.
—¿Mañana? ¿Hacia las nueve?
Puse los ojos en blanco.
—Sí, a esa hora estaría bien. ¿Quiere venir a cenar?
—No, gracias. Tengo que acostarme pronto para asegurarme de levantarme y estar lista para cuidar de Tyson. A las nueve.
—Lo he captado, señora Paquinn. Lo he captado.
Llegamos a mi trabajo, y dejé que el Chico se ocupara de la lista mientras yo iba al despacho a consultar el horario para la próxima semana. El día siguiente libraba y no tendría que ir hasta el otro por la tarde. Era buena cosa. Me concedería el tiempo suficiente para arrastrarme de rodillas pidiendo perdón a Otter, lo cual con un poco de suerte me obligaría a hincarme de rodillas por otros motivos, o me concedería el tiempo suficiente para localizar el puente más próximo desde el que tirarme cuando me rechazara.
«Tiene que funcionar», pensé.
—Mañana por la mañana habré terminado hacia las nueve menos cuarto —dijo Anna, sobresaltándome.
No la había oído acercarse. Vi cómo pasaba su tarjeta de registro horario por el reloj para salir.
—¿Mañana? —pregunté, confuso.
—Bueno, la señora Paquinn me ha dicho que vigilará al Chico, y Creed dice que irás por la mañana, así que he pensado que podría acercarte y recoger a Creed.
Santo Dios.
—Acabo de mantener esas conversaciones. ¿Cómo diablos lo has averiguado ya? —gemí.
Sonrió y se encogió de hombros.
—Creed me ha llamado, y después ha llamado a la señora Paquinn. No es tan difícil de entender, Bear.
—Bueno, me alegro mucho de que todos os intereséis tan activamente por esto —me quejé.
Anna se sacudió el pelo.
—Bueno, nos afecta a todos, ¿sabes? —señaló.
No lo sabía.
—¿Tú cómo crees? —pregunté, con evidente sarcasmo en mi voz.
Le chispearon los ojos.
—No crees problemas, Bear. Es muy…
—Poco atractivo. Lo sé, lo sé.
Esbozó una sonrisa.
—Procura estar listo para cuando llegue, sin excusas ni retrasos. ¿Entendido? —Torció el gesto—. Quizá deberías cortarte el pelo antes de ir, para que Otter no piense que accede a querer a un sin techo.
Contuve todo lo que me apetecía decir. Era una batalla casi perdida, así que me limité a asentir con la cabeza.
—Bien, ahora tengo que salir corriendo para ayudar a Creed a prepararlo todo. ¿A qué hora mañana, Bear?
—Las nueve menos cuarto.
Sonrió y se marchó.
Qué gente tan entrometida.
El Chico disfrutó de la cena, afirmando que había salido genial. Dije que sabía a serrín, de modo que puse kétchup y trozos de beicon en mi plato. Ty me dijo que creía que los gais tenían que ser elegantes, pero entonces me miró de arriba abajo y añadió que hasta los estereotipos buenos pueden ser un perjuicio para la sociedad porque resultaba evidente que yo no era elegante. Amenacé con poner trozos de beicon en todo aquello que cocinara a partir de entonces. El Chico repuso que quería volver con su mamá. Le dije que no tenía gracia. Él sonrió y sentenció:
—Algún día la tendrá.
Debería haberme dado cuenta de que pasaría algo. Siempre parece haber una última cosa que ocurre antes de que el protagonista de una historia llegue a su final feliz. Yo creía que esa última cosa ya había acaecido, con mi mal informada decisión de poner fin a todo y el hecho de que había aprendido Una Lección Muy Valiosa. Así es como funcionan las historias, ¿no? Nuestro protagonista comete un gran error y, al hacerlo, aprende algo importante que cambia su percepción del mundo. Y con esa Lección Muy Valiosa aprendida puede volver atrás y deshacer todos sus entuertos, y entonces él y el hombre de sus sueños podrán follar como monos al ponerse el sol. Así es como estas cosas funcionan siempre. Por más asustado que estuviera, fuera como fuese cómo creía que iría la conversación, no tenía ninguna duda de que Otter intentaría por lo menos escucharme. Él es mucho mejor que yo en este aspecto. Sabía que aunque el desenlace no fuera el que esperaba, aunque no obtuviera mi final feliz, no sería porque él no me escuchara.
La noche transcurrió con normalidad. Cenamos. Vimos la tele. Charlamos, reímos, discutimos afectuosamente. Como siempre, al Chico empezaron a cerrársele los ojos, dio cabezadas y, aunque dijo que no estaba cansado, le levanté en brazos. Nos cepillamos los dientes. Le puse el pijama. Se metió en la cama, con las sábanas hasta la barbilla. Hablamos un poco más, de cosas que creo quedarán solo entre nosotros, entre hermanos. Jugueteó con mis dedos mientras hablaba, mirándome fijamente. Por fin se le cerraron los ojos y un suave ronquido se escapó de su boca entreabierta. Me incliné, le besé la frente y cerré la puerta.
Hice la colada. Limpié la cocina. Limpié el baño. Vi un rato más la tele. Traté de no pensar demasiado en lo que sucedería al día siguiente, percatándome de que podía prever hasta la última palabra que diría, pero mi boca se abriría y hablaría por su cuenta, así que no serviría de nada. Mientras pudiera decirle que le quería, que siempre le iba a querer, creo que habría estado conforme con todo lo demás.
No me di cuenta de que me había quedado dormido hasta que el timbre del teléfono me despertó bruscamente. Miré el reloj: las once y cuarenta y dos. Solo había estado inconsciente treinta minutos. El teléfono volvió a sonar.
Creed.
Puse los ojos en blanco y conecté la llamada.
—¿Ya estamos llamando borrachos? ¿No es un poco pronto para eso? Esperaba que lo hicieras a partir de la una.
—¿Bear? —La voz de Creed sonó forzada. Pude oír a alguien murmurando de fondo. Detrás, un estruendoso martilleo de música—. Bear, ¿me oyes?
—¿Cuánto has bebido? —pregunté, riendo.
—¡Calla y escucha! —gritó.
Me enderecé al percibir el pánico en su voz.
—¿Qué pasa, Creed? ¿Todo va bien?
—No, no va bien. Se marcha.
—¿Qué? ¿Quién?
—¡Otter! ¡Está haciendo las maletas y se larga!
—¿Qué? —susurré—. ¿Adónde?
—¿Adónde coño crees? De vuelta a California. ¡Bear, tienes que arreglarlo ahora! ¡No puedes dejar que se marche!
—Pero…
—¡Nada de peros! —gritó Creed—. ¡Hazlo!
—¿Creed?
—¿Sí, Bear?
—Es fuerte. Lo arreglaré.
Respiró hondo.
—Lo sé. ¿Vienes ahora?
—Dejo al Chico con la señora Paquinn y salgo enseguida. No dejes que se vaya.
—Date prisa —dijo Creed, y colgó.
Ya os he dicho que conduje como un loco por las calles de Seafare. Ya os he dicho que salté la acera y dejé el coche en marcha. Ya os he dicho que subí corriendo la escalera e irrumpí en la habitación de Otter. Sabéis qué me esperaba dentro. Lo que no sabéis es que cuando me salté una señal de stop (indudablemente haciendo que la señora Paquinn se sintiera orgullosa), noté que los temblores comenzaban de nuevo desde mis entrañas, el inicio de un terremoto que me hizo castañetear los dientes. Sin embargo, sabía que de alguna manera ese era distinto. Cualesquiera que fueran los últimos vestigios a los que parecía agarrarme empezaron a moverse y agrietarse con el balanceo de la línea de falla. El ruido blanco, el chapoteo de las olas, la oscuridad del océano, todo estaba siendo tragado por el abismo que se abría en mi interior. Sabía que ese era el último momento, en el que podía avanzar o retroceder. Pisé el acelerador más a fondo, sabiendo qué me esperaba y que nunca jamás retrocedería. Sabía que sin él, yo no existiría. Ingenuo, lo sé. Equivocado, sin duda. Pero no importaba. Había aprendido mi Lección Muy Valiosa. Yo era el Protagonista de aquella jodida historia. Empezaba a llegar a mi maldito final feliz.
Oh, Dios, habría tenido que darme cuenta.
«NO HAY APARCAMIENTO. Mierda. ¿Cuánta gente conoce Creed? ¿Dónde? Súbete a la acera. El teléfono hace ruido. Un mensaje de voz. Ya lo miraré más tarde. El Chico está bien, acabo de dejarle. Tengo que llegar hasta Otter. Mete el coche en el parking. ¡He olvidado las llaves! La puerta principal. La música está alta. ¡Quitaos de en medio! Perdona, perdona, perdona, lo siento, lo siento. ¡MUÉVETE! ¿Dónde diablos están Creed y Anna? Escalera. Pasillo. Puerta. HABITACIÓN DE OTTER. ¿Llamo primero? No, entro y ya está. Quizá sea… demasiado tarde. La puerta se abre. Otter, junto a su escritorio. ¿En qué está pensando? Tiene los ojos como platos. Verde y dorado. Dios, es tan hermoso. Dios, cómo le he echado de menos. Dios, cómo quiero… ¿quién coño es este tío? ¿Por qué me sonríe? ¿Por qué se me acerca? ¿Por qué le estrecho la mano?».
—Tú debes de ser Bear. Yo soy Jonah, el novio de Oliver.
BIENVENIDO al presente. Seguramente desearás no haber venido.
Doy la mano a Jonah, y oigo que Otter susurra algo, pero no puedo distinguir qué por la crepitación de la sangre en mis oídos. Quiero levantar los ojos para mirar a Otter, para recibir alguna maldita explicación a esto, pero no puedo dejar de estrechar la jodida mano de Jonah. Aprieta con fuerza, pero yo más. Quiero romperle los dedos. Quiero arrancarle el brazo. Quiero golpear a Otter en la cabeza con él. Es evidente que no me necesita. Se vuelve a California con él. Suelto la mano de Jonah, me vuelvo y salgo de la habitación, oyendo a Otter gritar detrás de mí. Pretendo girar a la derecha, pero en lugar de eso giro a la izquierda, deseoso de encontrar a Creed y romperle la cara también, por haber dejado entrar a Jonah en la casa. Por haberme jodido. Le odio. Les odio a todos. Oigo a alguien corriendo detrás de mí. Justo cuando llego delante de la puerta de Creed y me dispongo a abrirla, oigo gritar a Otter: «¡No, espera!». No espero y la puerta se abre de golpe. La habitación está iluminada, la música está alta, pero mi vista es nítida, fría, concisa. La puerta se abre, pero Creed y Anna no son lo bastante rápidos, la voz de Otter no es lo bastante fuerte, y veo sus labios pegados. Los brazos de Creed rodeando la cintura de Anna, sus tetas apretadas contra el pecho de él, y de repente los últimos meses cobran todo su sentido. Dónde había estado desapareciendo Creed, adónde había estado yendo detrás de mí. Se separan de un brinco, pero es demasiado tarde. Ya he visto suficiente. Mi corazón grita, mi cabeza grita, mi cuerpo grita, aunque callo. Quiero moverme, pero no sé en qué dirección. Se me nublan los ojos, se me desencaja la mandíbula. Pero no puedo moverme. Tengo los pies como clavados en el suelo. Quiero irme, quiero irme desesperadamente y alejarme de todo esto, llegar al océano y ahogarme, porque ¿no era mentira ese último terremoto? ¿No era un espejismo? ¿No podía más que oír las palabras de Creed dentro de mi cabeza? Dijo que necesitaba…
«necesito hablar contigo de una cosa».
… decirme algo. Dijo que…
«todo va bien».
… no era importante. Dijo que podía esperar. Y en ese momento, ¿no da la impresión de que Creed habla como Otter? ¿No oigo las voces mezclarse y fundirse hasta que Creed y Otter dicen…
«no volveré a hablar con Jonah».
… cosas que suenan como la miel en mis oídos, como ponzoña en mis venas? ¿No oigo a Otter/Creed decir que…
«la lucha por ti es todo lo que he conocido».
… me quiere? ¿Ha desembocado todo en esto? ¿Es esto lo que he estado esperando?
«¡CALLA DE UNA VEZ Y ESCUCHA! —grita la voz—. ¡NO LO HAGAS, BEAR! ¡PIÉNSALO DURANTE UN JODIDO SEGUNDO!». La aparto.
—¿Bear? —dice Anna, con la cara pálida—. Bear, por favor, escúchame un…
—¡Iba a decírtelo! —suplica Creed—. Sucedió por casualidad, y no sabía cómo decir algo…
Pero todo eso desaparece en cuanto noto sus manos sobre mis hombros, sus manazas, esas manos que juré que serían siempre mías.
—¿Estabas enterado de esto? —pregunto, mi voz como un terremoto—. ¿Lo sabías?
No cabe la menor duda de a quién va dirigida esa pregunta, y noto que sus manos se tensan contra mis hombros, aprietan dolorosamente. Se inclina hacia delante, siento su aliento caliente en mi cuello y me estremezco sin querer.
—Lo he descubierto esta misma noche —susurra Otter, apoyando su frente contra mi pelo.
Recostarme sobre él sería fácil. Muy fácil.
Me aparto.
Creed se adelanta, pero sacudo la cabeza a modo de aviso y se detiene. Su rostro transmite el pánico que debemos de experimentar todos. Pero el suyo está teñido de culpabilidad, y esa es mi perdición.
—¿Lo sabías? —pregunto ahora a Creed.
—¿Saberlo? —dice, confuso—. ¿Saber qué?
—Lo de Jonah —aclaro.
Lanza una mirada por encima de mi hombro, y sé que está mirando a Otter. No me vuelvo. No puedo.
—¿El ex de Otter? ¿Qué pasa con él? —pregunta Creed, pero entonces Anna da un paso hacia delante y le susurra con urgencia al oído. Creed empalidece aún más si cabe—. ¿Ese era Jonah? ¡Bear, juro por Dios que no lo sabía! ¿De veras crees que le habría dejado entrar si lo hubiera sabido? Otter nunca…
—¿Qué está pasando aquí? —pregunta Jonah desde el umbral.
—Una reunión familiar —contesto, volviéndome—. Ya me iba.
Me abro paso junto a Otter, que estira un brazo para sujetarme, pero le aparto las manos de un golpetazo. Jonah está apoyado en el marco de la puerta, aparentemente tranquilo. Y aún conserva una sonrisa en la cara. Antes de darme cuenta de lo que hago, echo el puño hacia atrás, suelto el brazo y le estampo los nudillos en la nariz. Chilla mientras la sangre sale despedida de las puntas de mis dedos, y paso por su lado dándole un empujón. Ahora ya no sonríe. Hijo de puta.
La música atruena cuando recorro el pasillo como un huracán, haciendo caso omiso de las miradas que atraigo y del punzante dolor en mi cabeza. Oigo gritar mi nombre. Oigo gente corriendo tras de mí. Casi me tropiezo al bajar las escaleras, golpeando a parranderos borrachos a diestra y siniestra. La bebida de alguien sale volando. La gente debe de ver la expresión de mi cara, el séquito que corre detrás de mí, porque se aparta, y soy como Moisés guiando a los judíos, y todo el mundo se quita de en medio. Vuelvo a salir al jardín. Mi coche todavía está en marcha, con las luces encendidas. Me subo, pero, por supuesto, el vehículo está encarado hacia la puerta principal y empieza a salir gente en tropel. Otter, Anna y Creed están delante. Veo sangre de Jonah en la camiseta de Otter. Me pregunto si Otter lo habrá abrazado para mancharse el hombro así. ¿Le ha dicho que todo se arreglaría? ¿Es eso lo que ha dicho?
Todos gritan, pero me trae sin cuidado. Doy marcha atrás y bajo de la acera. De alguna manera, no alcanzo a nadie ni nada. Levanto la vista y veo a Otter avanzando hacia mí, así que piso el acelerador y me las piro.
Pero no puedo resistirme: miro por el retrovisor y veo a Otter echando a correr detrás de mí, bajando por la calle oscura.
Acelero.
Minutos después, mi móvil vibra. Una llamada perdida de Creed. Tengo un mensaje nuevo y un mensaje guardado. El de Creed es de antes de que llegara a la fiesta. «Eh, tío, no te mates viniendo hacia aquí. Anna cree que quizá te he asustado demasiado. Además, creo que acaba de llegar uno de sus amigos. No sé quién. Le he dicho dónde estaba la habitación de Otter, pero que se diera prisa porque tú venías de camino y era muy importante que hablaras con él lo antes posible. Si no te veo cuando llegues, ya sabes que andaré cerca. Siempre».
El segundo mensaje es uno que he guardado durante semanas. Es de Otter, y solo dice: «Te quiero».
Aparco en algún sitio. No sé dónde. Saco el teléfono y llamo a la señora Paquinn. Aún no han contactado con ella.
—¿Cómo ha ido, querido? —pregunta con entusiasmo.
—Bien —respondo alegremente. Demasiado alegre, pero no se percata—. ¿Está bien el Chico?
—Sí. Todavía duerme. No se ha despertado desde que te has ido.
—No sé si volveré a casa esta noche —anuncio sin alterarme—. ¿Pasa algo si Tyson se queda con usted? Llegaré a casa temprano, con un poco de suerte antes de que se despierte.
Se echa a reír.
—No pasa nada. Si se levanta antes de que hayas llegado, le haré saber dónde estás y le diré que te llame.
—Gracias —digo, con vacilación en la voz.
Ella lo nota.
—Bear, ¿todo está en orden?
—Todo bien.
Oigo un clic en su teléfono.
—Bear, he recibido otra llamada, pero no sé quién puede ser a estas horas. Diviértete esta noche, ¿vale? Ten cuidado y dale recuerdos a Otter.
Asiento con la cabeza, sin atreverme a hablar. Cuelgo el teléfono y dejo que las olas me sumerjan.
Momentos después, levanto la vista. Oigo el océano, y sé que no es solo dentro de mi cabeza. Me apeo del coche y gimo en voz baja cuando, en mi infinita sabiduría bajo la presión de una crisis psicológica, veo que he conducido hasta la playa. Nuestra playa. Aquella en la que le dije a Otter por primera vez que le quería. Es pasada la medianoche, de modo que no hay nadie. Estoy solo. No tengo ningún otro sitio al que ir, así que supongo que da lo mismo.
Me quito los zapatos y camino sobre la arena, notando cómo se separa y se mueve bajo mis pies. La marea está alta, y veo que el lugar donde instalé mi mesita, mi pequeña sorpresa para Otter, está completamente sumergido. La fría agua me lame los pies y me siento en la orilla, sintiendo la sal alrededor de mis tobillos.
Suena el teléfono. «Otter». Ignorar.
Suena el teléfono. «Creed». Ignorar.
Suena el teléfono. «Anna». Ignorar.
«Señora Paquinn. Otter. Otter. Creed. Anna. Otter». Llama una y otra vez.
Quiero apagarlo, pero no puedo. ¿Y si Tyson me necesita?
Así que me apago a mí mismo.
Me tiendo sobre la arena, y la cresta de las olas susurra a mi espalda. Me siento como si estuviera flotando. La luna es brillante y las estrellas son astillas de hielo que esperan que el mundo deje de girar. Pero ir a la deriva de este modo sienta bien. La voz quiere hablar, decirme que he reaccionado de forma exagerada, que no tenía ningún derecho a comportarme como lo he hecho. La aparto, y se adentra flotando en el mar. Es mejor no tener que pensar ahora mismo.
Mi teléfono emite un pitido. Mensaje. Mensajes.
Lo levanto con calma y me lo llevo al oído.
Otter: «Creed me lo ha contado todo, maldito gilipollas —dice con voz pastosa e indignada—. Oh, Dios, me lo ha contado todo. Me ha dicho por qué. Me ha dicho qué venías a hacer aquí. ¡Yo no sabía que Jonah vendría! Ha aparecido de la nada. Si no coges el maldito teléfono, juro por Dios que te mataré».
Su voz. Sus palabras. Se adentran también en el mar.
Creed: «¡COGE EL JODIDO TELÉFONO! ¿Cómo te atreves a huir de ese modo? Después de todo lo que nos hemos dicho durante la última semana, ¿cómo mierda te atreves? ¡COGE EL TELÉFONO!».
Anna: «Bear, estamos todos asustados. Creed y Otter están perdiendo el juicio, y creo que yo también. Siento mucho que hayas tenido que enterarte así. Por favor. Llama a alguno de nosotros y dinos dónde estás».
Señora Paquinn: «Ay, hijito. Deberías habérmelo dicho. Tienes que llamarme. No quiero que estés solo en estos momentos. No dejes que Tyson se entere así».
Otter: «Vamos a tu casa. Tienes que estar allí. Seguro».
Otter: «Por favor, Bear. Por favor, contesta».
Todo se va al mar, donde se aleja a la deriva.
Tengo la espalda recubierta de granos. Tengo frío. Hay más llamadas. Las ignoro. Hay más mensajes, pero los borro.
El sol asoma sobre la curva del agua cuando el Chico baja a la playa. Al principio creo que forma parte de un sueño, que también él será tragado por el océano, pero entonces se inclina hacia delante, me pasa las manos por el pelo y parece muy real.
—¿Cómo? —pregunto.
Suelta un bufido.
—No ha sido demasiado difícil adivinar dónde estarías. Me extraña que nadie más lo supiera.
Me incorporo y noto arena endurecida contra mi espalda. Me observa con esos ojos sagaces e inteligentes. No miro alrededor porque sé que no ha podido venir solo. Pero no advierto la presencia de nadie más en la playa, así que sé que solo estamos nosotros. Por ahora.
—¿Por qué no has venido a casa? —pregunta.
Me encojo de hombros.
—No he podido.
Niega con la cabeza y se sube a mi regazo. Todavía lleva puesto el pijama y no quiero que se moje, pero hace caso omiso de mis protestas y se reclina sobre mí.
Permanecemos unos momentos en silencio. Hasta que:
—¿Confías en mí?
Le miro con sorpresa.
—Siempre.
—¿Te acuerdas cuando dije que no era más que un niño, que no podía cuidarte solo?
Asiento con la cabeza.
Se inclina hacia atrás y me pone las manos en la cara.
—¿Confías en mí para que te cuide?
No puedo evitarlo: le estrujo contra mí, sintiendo su calor.
—Sé que la he cagado, Chico.
Se ríe en voz baja.
—Lo has hecho. Pero eres afortunado al tener a alguien como yo que puede decírtelo.
—Me han mentido.
—¿Anna y Creed?
Asiento con la cabeza.
—No te han mentido acerca de nada. No se lo has preguntado nunca. Solo optaron por no decírtelo. No hasta que estuvieran preparados para decírselo a todo el mundo. ¿Te suena?
—Pero…
Vuelve a sacudir la cabeza.
—No hay vuelta de hoja, papá Bear. Han hecho exactamente lo mismo que tú hiciste. Y te acuerdas de cómo terminó, ¿verdad? Todos te apoyaron, a pesar de todo.
Agacho la cabeza.
—Puede que yo no sea el Chico más grande del mundo, ni el más listo, y puede que no haya visto demasiado mundo para aprender todo lo que hay que saber, pero sí sé esto: la gente enamorada comete las mayores estupideces. Tú deberías saberlo mejor que nadie. A fin de cuentas, has tenido la suerte de querer a dos personas que te han querido a ti. Pero te has alejado de Otter. Por dos veces. Sin darle ninguna oportunidad en ninguna de las dos. ¿Es justo eso?
No sirve de nada estar en desacuerdo con él. Así que no lo hago.
—Tienes mucha gente estupenda en tu vida, personas que están dispuestas a hacer cualquier cosa por ti. —Su voz empieza a acalorarse—. Se han desvivido por ti, y lo único que has hecho tú ha sido ahuyentarles. ¿Cuánto tardarás en ahuyentarme a mí?
Cierro los ojos con fuerza.
—Yo jamás…
—¡Eso lo dices ahora! —me grita, escupiendo veneno y sorprendiéndome con su cólera—. ¡Pero yo tampoco habría creído nunca que ahuyentarías a alguien próximo a nosotros! ¿Cómo puedo esperar cuidar de ti si ni siquiera quieres cuidar de ti mismo?
No respondo.
El Chico sentado en mi regazo sigue diciendo:
—Solo recibimos tantas personas en nuestras vidas, tantas personas que nos querrán incondicionalmente. ¿Por qué crees que es así? Yo creo que es debido a ocasiones como esta, ocasiones en que crees que se han ido y solo ves el agujero que te han dejado en el corazón. Y es grande, ¿verdad, Bear? Todos somos un rompecabezas, y cuando uno de nosotros se va, falta esa pieza y estamos incompletos. Tú más que nadie deberías haberte dado cuenta de eso.
»Tienes una oportunidad, una oportunidad de hacer algo para ti, algo que sea solo para ti, pero que puedes compartir con el resto del mundo. ¿Cómo te atreves a tirárnoslo a la cara?
De repente el Chico se levanta frente a mí, y da la impresión de medir tres metros de estatura.
Le brillan los ojos, aprieta los dientes, y pienso en lo mucho que se parece a mí.
—El Bear que conozco no dejaría que esto ocurriera. El Bear que conozco patalearía, gritaría y se abriría camino a toda costa para proteger lo que es suyo. El Bear que conozco lucharía. Y lucharía. Y lucharía hasta que no le quedara nada dentro, porque el Bear que conozco nunca se rendiría.
—He pegado a Jonah un puñetazo en la cara —digo como un bobo.
El Chico suelta una risita.
—Ya lo sé. Me lo ha dicho Otter. Hablaba en sentido figurado, burro. Seguramente no deberías golpear a nadie. ¿Sabes por qué?
Sacudo la cabeza, él se inclina y aprieta los labios contra mi mejilla.
—Porque no eres más que un chiquillo —dice—, y nos necesitas a todos nosotros para que te ayudemos a luchar. Déjanos hacerlo, por lo menos esta vez.
Levanto la mirada hacia él.
—¿Puedo hacerlo? —pregunto, esperanzado.
Él, que es grande, sabio y bondadoso, me dice que puedo.
Miro a su espalda, hacia el océano, el sol y las olas. Ninguna de sus palabras admite discusión. Y sé, como he sabido siempre, que cuando mi ecoterrorista vegetariano en ciernes me pide que haga algo, más vale que lo haga.
Le tiendo las manos y me ayuda a levantarme. Le atraigo a mi lado y me asombra que su cabeza apenas me llegue a la altura del estómago.
—Sin ti estaría perdido —digo sinceramente.
Se echa a reír.
—¿De veras?
Miro hacia el aparcamiento, en lo alto de la duna, y no veo más que mi coche.
—¿Has venido andando? —pregunto.
Niega con la cabeza.
—Me han traído todos. Todos querían bajar y echar a correr hacia ti, pero les he dicho que se fueran a casa. Que me dejaran solo. Que, a veces, lo que hay que decir solo puede decirse entre hermanos.
—¿Adónde vamos desde aquí? —pregunto, refiriéndome a ahora y para siempre.
El Chico me mira y me deslumbra una vez más.
—Vamos a casa, papá Bear. Nos están esperando.
—¿Todos?
—Todos.
El trayecto es silencioso. El Chico me da la mano, jugueteando con mis dedos. Pienso que todo lo que teníamos que decirnos ya se ha dicho, pero entonces le oigo murmurar algo para sí mientras mira por la ventanilla. Cuando oigo las palabras, sonrío:
¡Otter! ¡Otter! ¡Otter!
¡No lleves vacas al matadero!
Tengo que decirte que te quiero
Debería habértelo dicho antes
¡Y tú no deberías probar las carnes!
Ahora todo está dicho.
Subimos las escaleras hacia mi piso, con el Chico llevándome de la mano. Saca la llave de su escondrijo en su ropa interior («Los pijamas no tienen bolsillos, Bear, ¡no te rías!») y la mete en el cerrojo. Los seguros chasquean y la llave gira. La puerta se abre y el Chico me estira hacia dentro.
Al instante, se produce una estampida desde la salita cuando nuestra familia se congrega en el pasillo, encabezados por Otter. Nos ve de pie en el umbral y vacila. Anna, Creed y la señora Paquinn miran por encima de su hombro. Todos nos quedamos plantados un momento, mirándonos unos a otros. Debería ser incómodo, pero no lo es. Me sacio de ellos, de él. Su pecho sube y baja rápidamente mientras respira. Los planos duros de sus pectorales estiran la tela de su camiseta de un modo alarmante. Sus brazos se apretujan tremendamente cuando los cruza sobre el pecho. Tiene la boca rígida, las fosas nasales ensanchadas, la frente arrugada, pero sus ojos son los mismos. Creo que siempre lo serán.
—Lo siento —digo.
No le quito los ojos de encima, sabiendo de alguna manera que si lo hago, desaparecerá, y me percataré de que esto no era más que un sueño. Trato de hablar con voz firme, pero ha sido una noche excesivamente larga como para que eso ocurra. Me tiembla un poco, y algo dentro de Otter se rompe, y echa a correr, sin que la determinación abandone sus ojos en ningún momento, y sé de algún modo que me rodeará con sus brazos y lo que debe decirse no será dicho. Levanto la mano para intentar detenerle y doy un paso atrás. Rezo a Dios para no tener que volver a ver nunca más esa mirada, la que me dirige ahora al detenerse.
—Todavía… no, Otter. Primero tengo que hablaros a todos. Después… ya veremos.
Asiente rígidamente con la cabeza, da media vuelta y empuja a todos hacia la salita. El Chico me estira del brazo y, ¡qué casualidad!, resulta que el único asiento libre se encuentra al lado de Otter. El Chico me mira con expectación y señala con la barbilla el asiento desocupado. Me suelta y va a sentarse en el regazo de Creed.
Avanzo con cuidado, calculando el número de pasos que me separan de Otter. Siete. Tardo tres segundos en volverme y sentarme. Hago chasquear los dedos cuatro veces. Cuento mentalmente hasta diez. Me lleva doce segundos pensar en lo que voy a decir, cinco más percatarme de nuevo de que no tendré ningún control sobre ello, diecisiete segundos discutir conmigo mismo, diez acallar las voces dentro de mi cabeza, y para entonces ya ha transcurrido un minuto entero en absoluto silencio. Si alguien presenciara esta escena sin saber qué ocurría, seguramente creería que éramos mimos que no hacíamos mímica. Tan solo tristes mimos…
Finalmente la señora Paquinn hace de señora Paquinn e interrumpe mi inteligente monólogo interior diciendo:
—Bear, creo que tener arena en la raja del culo debe de ser muy incómodo. Quizá deberías ir a cambiarte de ropa. No querrás contraer ladillas de arena. ¿De qué sirve contraer ladillas de arena cuando no te divertirías nada haciéndolo?
—¿Ladillas de arena? —farfullo.
—Ladillas de arena —repite—. Puedo imaginarme que el resto del día no te iría bien si tuvieras que acudir al médico y explicarle cómo has contraído una enfermedad de transmisión sexual sin haber mantenido relaciones sexuales.
—¿Se considera una ETS si son ladillas de arena? —reflexiona Creed en voz alta.
—Oh, sí —contesta la señora Paquinn—. Yo creería que eso es real, pero no puedo decirlo con seguridad porque mentiría. Pero se me antoja que desde luego parece algo real, ¿no?
—Se pueden contraer ladillas en un asiento de retrete —añade el Chico—. La tele emitió hizo un reportaje grabado con infrarrojos en habitaciones de hotel, y mostraba ladillas en el baño y eyaculaciones en el techo.
¿Está sucediendo esto de verdad?
—Dios mío —suspira la señora Paquinn—. ¿Cómo llegaron hasta allí?
—¿Las ladillas? —interviene Anna—. Bueno, estoy segura de que pueden saltar…
—No, querida —la interrumpe la señora Paquinn—. Las eyaculaciones en el techo. No parece humanamente posible. No he conocido ningún hombre que pueda hacer eso. No es que haya tenido mucha experiencia en el tema. Mi Joseph, que Dios lo tenga en su santa gloria, no era capaz de semejante proeza sobrehumana.
—No lo sé —dice el Chico, encogiéndose de hombros y con la frente arrugada por la concentración—. No dijeron cómo llegaron hasta allí. Además, ¿qué es eyaculación? No lo explicaron, pero quiero saber por qué brillaba a la luz infrarroja.
La señora Paquinn cambia un poco de posición para dirigirse al Chico.
—Bueno, Tyson, cuando un hombre y una mujer —o un hombre y un hombre, o una mujer y una mujer, aunque no creo que funcione de la misma manera— se quieren mucho y deciden tener relaciones, la eyaculación es lo que sale y hace bebés. Bueno, hace bebés si se trata de un hombre y una mujer. Si son dos hombres, yo diría que lo único que hace es una porquería.
Nos mira a Otter y a mí esperando una aclaración. No damos ninguna.
—Ah… —dice el Chico—. ¿Así los azotes y el fisting hacen también bebés? ¿Si se trata de un hombre y una mujer, quiero decir?
Siento que me atraganto.
La señora Paquinn se pone seria.
—No sé nada acerca de eso. A mi Joseph, que Dios lo tenga en su santa gloria, jamás le gustaron esa clase de cosas. Era muy «vainilla», como creo que lo llaman hoy en día.
—¿Vainilla? —pregunta el Chico—. Una vez probé el helado de soja de vainilla, y era asqueroso. Aun tratándose de helado de soja.
Creed se echa a reír.
—Creo que no es solo la vainilla, Chico. Todos los helados de soja son asquerosos.
El Chico le lanza una mirada malévola.
—Tú dices eso, pero apuesto que es tu culpabilidad inducida por la ternera la que habla.
—La ternera es vaca, Chico —aduce Creed—. ¿De qué sirven las vacas si no puedes comértelas?
—¡Las terneras son crías de vaca! ¿Por qué deberías comer crías de vaca?
—¿Las terneras son crías de vaca? —pregunta Creed, con un aire inocente y horrorizado—. ¿Cómo es posible que no lo supiera?
Anna le da unos golpecitos en el brazo. Les observo con atención mientras dice:
—Creo que hay muchas cosas que no sabes.
—No pasa nada, Anna —tercia el Chico, soltando un sufrido suspiro—. Tengo cierta literatura que Creed puede llevarse para leer. Te cambia la vida.
La señora Paquinn se sorbe la nariz.
—Yo tampoco como ternera porque cada vez que me imagino sus caritas… me siento culpable. Pero me como un bistec de tarde en tarde, ya que nadie considera que las vacas adultas sean monas.
—¿De verdad que las terneras son crías de vaca? —susurra Creed.
—Joder, ¿os habéis vuelto todos locos? —grito.
La señora Paquinn aplaude.
—Oh, bien, finalmente Bear se ha decidido a hablar.
—Ya era la jodida hora —murmura el Chico.
—Cuidadito con lo que dices —le advierte Anna, golpeándole con suavidad el dorso de la mano. Luego le da una colleja a Creed—. Y él saca esas palabrotas de ti, así que cuida tu lenguaje también.
—¡Bear acaba de decir joder! —se queja Creed, frotándose lo que sé que es una herida abierta en su cabeza.
—Bueno, Bear se sentía excluido de la conversación, y ha pasado una mala noche —justifica la señora Paquinn—. Creo que «joder» era el camino más directo hacia lo que quería decir. —De repente se lleva la mano a la boca y suelta una risita al mismo tiempo que se sonroja—. ¿Joder era el camino más directo? Oh, ¿qué os parece?, me están saliendo frases graciosas.
Creed y Ty se echan a reír. Anna vuelve a darles un cachete. Todos se callan y me miran. Abro la boca para hablar.
Otter me besa.
Oigo exclamaciones de asombro entre nuestro público cuando me sujeta la cara con las manos. Se me salen los ojos de las órbitas y le miro fijamente. Me pasa los pulgares por las cejas y la frente, alisando todas las arrugas e hinchazones. Sus labios están calientes cuando se mueven sobre los míos, sus dedos dejan fuego a su paso. Y aun así me mira. El verde y dorado están tan cerca que puedo distinguirme en su reflejo. Parezco a punto de estallar. Entonces mi cuerpo se derrite, suspiro suavemente en su boca, y él me besa el costado de la mandíbula hasta la mejilla, la frente, el pelo, los ojos. Me dejo caer sobre él, me estrecha con fuerza entre sus grandes brazos y lo suelto todo. Me mece adelante y atrás, y le oigo susurrar: «Nunca más, ¿me oyes? Nunca más. Si pasa algo, dímelo. Necesito que me lo digas. Te necesito». Asiento a ciegas contra su pecho, y él me acaricia el pelo. Me deja estar allí un momento antes de echarme la cara hacia atrás y secarme las lágrimas con sus besos.
—Quiero que se vayan —murmuro.
Asiente con la cabeza y exhibe la sonrisa torcida en toda su intensidad.
—Pronto. Antes Creed y Anna tienen que hablar contigo. Después, iremos adonde quieras. Solos tú y yo.
Vuelve a besarme con delicadeza y me acomoda en el sofá, cobijándome en actitud protectora en el pliegue de su codo. Le aprieto la mano con fuerza, sin querer soltarla. Pienso que me lo consiente, pero una parte de mí cree que él tampoco quiere soltarse, a juzgar por el modo en que me aferra. Huele tan jodidamente bien. Me restriego la cara en su pecho, tratando de secar la humedad. Su corazón late deprisa, y pongo mi mano libre sobre él. Otter gruñe en voz baja, me toma la mano y la estrecha con más fuerza. Creo saber qué intenta decir. Me siento algo mejor sabiendo que por lo menos tendremos ocasión de hablar antes de… lo que ocurra.
Miro a los demás, sentados frente a nosotros, y me sorprende ver las sonrisas en sus rostros, la de Anna incluida. La sonrisa de Creed es un tanto forzada, pues estoy seguro de que ver cómo se lo montan su hermano y su mejor amigo no está necesariamente a la cabeza de su lista de tareas, pero cuando menos lo intenta. Observo sus manos, entrelazadas. El pulgar de Creed acaricia el de Anna.
—Y vosotros dos, ¿qué? —inquiero, preguntándome si aún estoy enfadado—. ¿Esto es nuevo?
Se miran uno a otro y se sonrojan ligeramente.
Anna habla por los dos.
Hubo un tiempo en que Anna rompió con su estúpido novio gay. Ella no sabía con certeza que él era gay, pero siempre asomaba algo a su cara cada vez que pronunciaba la palabra mágica: Otter. Anna trató de hacer caso omiso de los indicios, de la sensación en la boca de su estómago que la roía por dentro. Aquello no podía ser cierto, ¿verdad? Claro que su estúpido novio gay estaba siempre a su lado, sabía siempre… actuar cuando se le pedía, así pues, ¿por qué aquellos pensamientos no desaparecían nunca?
Un día, la palabra mágica tomó una decisión tonta y se marchó al mítico y lejano territorio de California. Anna nunca acabó de entender el motivo, por lo menos entonces, pero los susurros dentro de su cabeza vieron cómo su novio se replegó en su interior, cómo se volvió frío y distante. Ella trató de encontrarle sentido, pero nunca dio con la respuesta correcta. Sabía que algo había ocurrido, algo malo de lo que no estaba enterada, y nunca dejó de preguntarse qué podía ser. Siguió adelante con su vida, intentando superar el pasado.
Resultaba cansado, pero sabía que no había más remedio. Nadie podía pasar por lo que su novio pasó sin descomponerse. Pero, aunque trató de recomponerle, las piezas no encajaban, e hiciera lo que hiciese no podía curarle. Anna empezó a dudar de sí misma, pero también empezó a mirar con más detenimiento.
Lo hizo durante tres largos años.
Hasta que un día, no hace mucho, la palabra mágica regresó. Anna no sabía por qué. Vio cómo su novio se enfadaba al principio, más de como le había visto en mucho tiempo. Después le vio despertar lentamente, como de un sueño profundo. Algo en él se reavivó, y Anna supo que no era nada que hubiera hecho ella. Las voces que le hablaban, que le susurraban cosas siniestras, decían que no podría ser nunca lo que era Otter. Anna tomó algunas decisiones erróneas (pero ¿acaso no eran las únicas que podía tomar?) y hubo palabras ásperas. Al mismo tiempo que se le rompía el corazón, rompió el de su novio. No creía que aquello fuera posible. Le hizo dudar de sus actos, le hizo creer que había tomado la decisión equivocada. Hasta que, aquella fatídica noche, llamó a Otter. No le acusó, no reveló sus temores. A cambio, Otter le contó una historia sobre sus aventuras en California. Le dijo que había vuelto para encontrarse a sí mismo, que no era feliz donde estaba. Y si bien ella se creyó sus palabras, intuía que en aquella historia faltaba algo, que estaba rota en algún punto. Tan rota que sonaba falsa en sus oídos. Empujó a Otter hacia su ex novio y rezó para lo que intuía que era cierto fuera mentira.
Pero, en el fondo, sabía que no lo era.
Les concedió espacio, les concedió tiempo. No quiso presionar más porque, si se equivocaba, todo sería peor debido a ello. No obstante, la siguiente vez que le vio, parecía distinto. Se mostró cauteloso con ella, le costaba trabajo dar con las palabras justas. Pero estaba allí, había algo detrás de sus ojos, que bailoteaban como no se lo había visto hacer nunca. Quiso chillar, gritar, pegar y patalear, pero no pudo. Esperó. Y esperó. Y esperó.
Y, mientras esperaba, sucedió algo curioso. Se apoyó en alguien en quien nunca se había apoyado antes. La palabra mágica tenía un hermano, ¿sabéis?, y aunque había andado cerca de ella durante casi toda su vida, nunca le había considerado como algo más que un amigo. Aun cuando tenía el corazón roto, sintió que algo despertaba en su interior. Se planteó si aquello que sentía era producto de la ira. De los celos (aunque todavía lo ignoraba). No trataba de volver con su estúpido ex novio cuando sucedió por primera vez. Ni siquiera sabe cómo ocurrió. Estaban hablando de nada en particular, y alguien se inclinó, el otro se inclinó más cerca hasta que sus labios se encontraron, y fue violento, y le resultó extraño, y aquellos labios le parecieron ajenos, pero no se detuvo.
Naturalmente, tanto Anna como Creed se sintieron culpables. ¿Cómo podía ser de otro modo? Ambos tenían la sensación de estar traicionando lo único que les vinculaba. Pero, aunque juraron que no volvería a pasar nunca, sucedió. Ocurrió una y otra vez. Y entonces ella ya no quiso parar. Era feliz, o por lo menos tan feliz como podía sentirse. Creía merecerlo. Entendía que se lo debían. Decidió que no había hecho nada malo, aunque se considerara una mentirosa.
Aquello continuó, como parecen hacer esa clase de cosas. Hubo días buenos y días malos. Anna se sentía fuerte, débil, compasiva y rencorosa a la vez. Y, al cabo de un tiempo, sintió que se estaba enamorando del hermano, del mejor amigo, de la constante que había sido un ruido de fondo durante la mayor parte de su vida.
Pero, aun así, no dejó de preguntarse.
Entonces llegó el día en que el hermano entró corriendo en su habitación, con los ojos neuróticos y el cuerpo tembloroso. Esa noche ella le abrazó largo rato. Él no quería decir qué ocurría, ni siquiera le dio una pista, de manera que se limitó a abrazarle. Se quedaron dormidos… y les despertó una furiosa llamada a la puerta. Anna dejó al hermano donde estaba, abrió la puerta y vio al Chico plantado frente a ella. Estaba aterrado y enfadado, y de alguna manera la verdad, aquella verdad que había sospechado durante tiempo, se dio a entender. El Chico no tuvo necesidad de aportar detalles concretos, sino tan solo decir que su hermano se había extraviado demasiado dentro de sí mismo. Por culpa de su madre. Su madre había vuelto y se lo había llevado todo. Anna pensó en la noche anterior, en el otro hermano acostado en su cama. Y fue entonces cuando lo supo. Y mientras estrechaba al tembloroso Chico, su ira volvió a brotar, espontánea pero presente. Llamó a su ex, ocultándose detrás de un velo.
Y cuando él llegó, cuando estrechó al Chico entre sus brazos, cuando les miró con determinación en los ojos, Anna lo supo. Y entonces Bear dijo…
Anna se mira las manos.
—Dijiste que estabas enamorado de él, que tenías que arreglarlo. Había tanta desesperación en tu voz, y sabía que no habías sentido nunca eso por mí. —Sacude la cabeza, interrumpiendo mis protestas—. Sé que me querías. Pero esto…, esto era distinto y no te atrevas a decir lo contrario. —Se frota los ojos, tratando de aclararse la vista—. Te lo eché en cara. Porque, por una vez, detesté tener razón. Pero eso no me detuvo, porque hacía que todo lo que tuvimos pareciera falso. Como si yo hubiera sido una sustituta durante todos esos años mientras tú te encontrabas a ti mismo.
Creed le frota la rodilla y vuelve a mirarnos.
—Yo no pretendía que sucediera todo esto, papá Bear. Tienes que entenderlo. Nunca quise actuar a tus espaldas, ni hacerte daño. Hay cosas que ocurren sin más. Tú ya deberías saberlo mejor que nadie. Estabas haciendo lo mismo.
—Supongo que es una forma de verlo —digo despacio, sin querer reconocerlo todavía.
Creed vuelve la cabeza hacia mí, repentinamente furioso.
—¿Una forma de verlo? —gruñe—. Estabas follándote a mi hermano sin tomarte la molestia de decirle a nadie que habías cambiado de bando, ¿y eso es lo único que se te ocurre decir? Hijo de puta insensible, ¿cómo diablos te atreves a juzgarnos?
—¡Acabábamos de romper! —me defiendo—. Dices que nunca quisiste actuar a mis espaldas, ¡pero eso es precisamente lo que hiciste! ¿Has estado esperando todos estos años a que rompiéramos para poder dar el paso?
—¿Y tú? —me replica con voz gélida—. ¿Tiene razón ella? ¿Fue solo alguien a quien utilizaste hasta que tuviste un par y aceptaste por fin quién eras realmente? Olvidas que, sea cual sea el parentesco que compartas con los que están aquí, sea quien sea que te hayas follado o te estés follando, yo soy el más parecido a ti. Conozco la culpabilidad que debes de haber sentido cada vez que mirabas a Otter a la cara, porque conozco la culpabilidad que yo sentía cada vez que miraba a Anna. Puedes quedarte ahí soltando chorradas, pero no creas ni por un segundo que no sé exactamente lo que hiciste. No tuvo que decírmelo Otter. No tuvo que decírmelo Anna. Y desde luego que el Chico no soltó prenda. Pero no necesité oírlo de ellos porque en el instante en que lo averigüé, en ese mismo instante, supe exactamente cómo era para ti.
—Pero eso no te detuvo, ¿verdad? —espeto.
—Tampoco te detuvo a ti. Para empezar, ¿sabe Anna por qué se marchó Otter? ¿Lo sabe el Chico? ¿La señora Paquinn? ¿No? ¿Nadie?
Me sonríe.
Palidezco cuando Otter gruñe:
—Basta, Creed. Ya has dicho lo que tenías que decir.
Pero no ha terminado. Se vuelve hacia Anna y añade:
—¿La noche que Otter se fue? Bear se emborrachó, besó a Otter y luego se acojonó. Otter creyó que de alguna manera estaba influenciando a Bear, se asustó a su vez y abandonó la ciudad. Ese es el verdadero motivo de que se fuera. Todo lo demás era mentira.
Al mismo tiempo que dice eso, la cólera de su voz se desvanece y la sangre se retira de su rostro cuando parece percatarse exactamente de lo que acaba de hacer. Pronuncia el final en un susurro.
Anna me mira, con el dolor transparente como el cristal. Espero que llegue lo inevitable, sabiendo que, diga lo que yo diga a cambio, las palabras de Creed suenan a cierto, y le odio por eso. Le odio por ser mucho más fuerte de como yo podría serlo nunca. Espero, hasta que de pronto Anna levanta la mano y abofetea a Creed, con un sonido tan nítido que resulta escalofriante. Él echa la cabeza hacia atrás y todos nos quedamos mirando, atónitos.
—Eso ya lo sabía, gilipollas —dice Anna sin alterar la voz—. Lo descubrí por mí misma. Puede que tengas razón sobre Bear, pero por lo menos él nunca hizo daño a nadie intencionadamente como tú. Discúlpate. Ahora mismo.
Creed la mira con incredulidad.
—Acabas de pegarme —se queja.
Ella le fulmina con la mirada.
—Tienes suerte de que haya sido yo en lugar de Otter. Puede que no te hayas dado cuenta de que estabas abriendo viejas heridas, pero él está a punto de hacerlo mucho peor de como puedo hacerlo yo.
Todos miramos a Otter, y me estremezco al ver que vuelve a tener los ojos negros. No sé por qué no me he fijado en que su brazo se tensaba alrededor de mi hombro, su respiración se agitaba y su mejilla se crispaba. Casi quiero permitírselo, pero no puedo. Le cojo la barbilla y atraigo su cara hacia la mía, y si bien la situación aún no está resuelta entre nosotros (¿cómo podría estarlo, con tantas cosas todavía por decir?), su mirada se ablanda en cuanto contacta con la mía, y veo que lo que sea que le pasa por la cabeza empieza a menguar. Puedo hacer esto por él y tal vez sea esto lo que significa estar enamorado: poder rescatar a alguien del borde.
—¿Estamos bien? —murmuro, de modo que solo lo oiga él.
Asiente con la cabeza.
Vuelvo a mirar a Creed, y aunque veo la vergüenza escrita en su rostro, sigo viendo también en él el peso de sus palabras. Pienso que quizá su aceptación inmediata de Otter y yo no fuera más que una acción para ocultar su propia culpabilidad. Fue demasiado fácil de conquistar, demasiado rápido al acudir a defenderme por lo que tenía que ser un cambio imposible en la manera de funcionar su ordenado mundo. Me permito estar triste un momento, preguntándome si las cosas volverán a ser como antes entre nosotros. Espero que sí, porque tenía razón cuando dijo que éramos iguales. Pase lo que pase, por lo menos sé eso.
—Lo siento —murmura Creed.
—¿Qué ocurrirá ahora? —pregunto, detestando el hilo de voz que sale de mi garganta.
Creed me mira un momento antes de apartar los ojos.
—Seguimos adelante.
—¿Es así como lo quieres?
Asiente.
—De momento. Quizá… No lo sé. Quizás un día, Bear.
Me levanto y noto las manos de Otter bajándome por la espalda. Me acerco a Creed y me agacho ante él. Sigue sin mirarme, pero no importa. Me oye.
—Lo que haga falta, tío. Estaré aquí esperándote. Lo que haga falta.
Suelta un profundo suspiro, y veo que su cuerpo se estremece. Me incorporo y, cuando me he dado la vuelta para volver con Otter, estira los brazos y me coge por la cintura. Aguardo.
—¿Crees…, crees que podrás dejar de estar furioso? —pregunta en voz baja—. ¿Qué todo esto puede terminar? No pretendía hacerte daño.
—Lo sé.
Se levanta de un salto, me rodea con los brazos y yo le correspondo. Ha ido deprisa. Esperaba que transcurrieran por lo menos seis horas más hasta que volviéramos a lloriquear abrazados uno al otro. Su voz suena ronca en mi oído:
—¿Sabes?, antes no éramos tan jodidamente emotivos. La culpa es tuya.
Me río en voz baja.
—¿Quién tuvo la idea de hacernos hermanos de sangre?
Se aparta, con una expresión de asombro en el rostro.
—Tú también pensabas en eso, ¿no? En el día en que nos dijiste lo de ti y Otter.
Asiento con la cabeza.
—Es fuerte, Creed. Tú y yo nos remontamos muy lejos. Eso es fuerte. Lo que tengo con Otter también lo es. ¿Te conformarás con eso?
—No tengo alternativa, ¿verdad?
Me encojo de hombros.
—Siempre hay una alternativa.
Se ríe entre dientes.
—En nuestro caso, no. Nos remontamos lejos, ¿recuerdas?
Lo recuerdo.
—Eso ha sido muy especial —comenta la señora Paquinn, sorbiéndose la nariz.
—Es una forma de decirlo —gruñe Otter.
—Oh, ¿alguien se siente excluido?
Creed se ríe temblorosamente y se aparta. Reparo en cómo parpadea al decirlo. Espero que algún día se sienta a gusto.
—Por cierto —interviene Anna, mirándonos directamente a mí y a Otter—, creo que nosotros ya hemos dicho lo que teníamos que decir. De momento. Ahora vosotros. ¿No os gustaría estar en algún otro sitio?
Asiento con timidez y miro a mi hermano.
—Chico, ¿te importa que te deje un ratito? —pregunto, requiriendo su autorización, necesitando que vuelva a decirme que todo irá bien.
Nos despide con un gesto con la mano.
—Id y acabad con esto. Espero que cuando regreséis todo haya vuelto a la normalidad.
Otra vez esa palabra. Normalidad.
Otter se levanta y me tiende la mano.
—¿Estás listo, Bear?
Acepto lo que me ofrecen.