Nos sentamos en la salita de Anna, Tyson en mi regazo y los demás delante de nosotros en el sofá. El Chico parece plenamente satisfecho agarrado con fuerza a mis manos, y debo admitir que me siento muy a gusto así. Miro a los demás, que me observan en silencio, y dentro de mi cabeza organizo un juego para ver cuánto tiempo podemos pasar hasta que alguien rompa el silencio como si fuera algo frágil. El sudor que me resbala por la espalda no me deja ninguna duda de que voy a ser yo. Noto un tirón en la barbilla.
El Chico me mira con sus ojazos. Me hace seña de que me incline, me acerca los labios al oído y su aliento me hace cosquillas cuando habla.
—Yo no les he contado nada.
La mirada que me dirige es tan triste que vuelvo a abrazarle con fuerza.
—Sé que no lo has hecho, Chico.
Y lo sé.
—¿Se lo vas a contar de verdad? —susurra—. ¿Significa eso que podremos ir a ver a Otter cuando hayamos terminado?
Le sonrío con tristeza.
—No lo sé. —Inspiro profundamente—. Tengo miedo.
Él frunce el ceño y mira a Anna, Creed y la señora Paquinn. Parece examinarles durante un momento antes de volverse hacia mí.
—¿Por qué?
Eso mismo: ¿por qué?
Conociendo perfectamente la respuesta, pero necesitando oírla de todos modos, pregunto:
—Después de lo que te dije, aún me querías, ¿verdad?
La sonrisa que aparece en su rostro es deslumbrante, y puedo ver más lágrimas brotando en sus ojos. Me echa los brazos al cuello y aprieta como si los dos fuéramos a morir si no me abrazara con todas sus fuerzas. Su aliento es áspero en mi oído.
—Más de lo que te imaginas, papá Bear. Más de lo que te imaginas.
Cierro los ojos y me concentro en su corazón, latiendo junto al mío. Él es mi fuerza. Él es mi valor. Si él me dice que no pasará nada, por lo menos tengo que arriesgarme y creerle.
—Puedo teneros a los dos, ¿verdad? —le susurro—. ¿No tengo que elegir?
Me pasa las manos por el cogote.
—Tú no tienes que elegir —contesta en voz baja—. Nosotros ya te hemos elegido.
Mi voz me sobresalta, pues no sé que me dispongo a dirigirme al grupo hasta que oigo mis palabras saliendo altas y fuertes, apresuradas y firmes:
—Antes de decir nada, hay algo que quisiera pediros. Una cosa que necesito que hagáis todos. —No aparto los ojos del Chico, pero sé que me prestan atención—. No digáis nada hasta que haya terminado. Dejadme decir lo que tengo que decir sin interrupciones. Es…, es lo único que pido.
Finalmente les dirijo la mirada.
La señora Paquinn y Anna asienten con la cabeza, pero Creed parece pensar que es la idea más absurda del mundo. Abre la boca, pero Anna le da un codazo en las costillas que provoca que haga una mueca y la mire irritado. Un momento después vuelve a dedicarme su atención y asiente, resignado. «Espero que aún quieras mirarme cuando haya terminado —pienso—. Espero que lo hagáis todos».
Queriendo demorar lo inevitable todo lo posible, abro la boca para hablarles de la visita de mi mamá o para ponerme poético sobre lo mucho que significan todos para mí y que confío que lo que estoy a punto de decir no cambie nada. Pero, como os he dicho antes, mi boca tiende a hacer trampas y a empezar la carrera antes de tiempo, dejando que mi cerebro —al que por lo visto le han amputado las piernas— tenga que intentar darle alcance. Así que brotan las palabras, y debería haberme fijado en qué iba a decir. Quizá signifique algo. Quizá no signifique nada. ¿Quién diablos lo sabe ya?
¿Mis palabras inmortales?
—Creed, estoy enamorado de tu hermano, y creo que lo he jodido todo.
Bum.
Bueno, no explota nada. De hecho, ¿conocéis la expresión «haber tanto silencio que se oye el vuelo de una mosca»? Pues bien, el silencio es tal que se habría podido oír una molécula tirándose un pedo a tres estados de distancia. Por lo visto no es necesario ningún ruido para que tres pares de ojos se salgan de sus órbitas. Tachad eso, cuatro pares. Miro al Chico y tiene los ojos abiertos como platos. Ríe disimuladamente y dice:
—Vaya, directo a la yugular, ¿eh? —Se detiene y vuelve a reírse con disimulo—. No pretendía hacer un juego de palabras. Bueno, quizás un poquito.
Le doy un cachete suave en la cabeza. Es la historia de mi vida: una ejecución pésima con comentarios pintorescos del vegetariano más pequeño del mundo. Esto no puede ir bien.
Fieles a su palabra, los demás no hablan. La señora Paquinn tiene una sonrisa en el rostro. El de Anna es impenetrable. Creed…, bueno, Creed tiene la cara lo bastante roja para que parezca que va a defecar un Cadillac de principios de los ochenta. Vuelvo a mirar al Chico, que sonríe en silencio, todavía cogiéndome el dedo. Si alguien más viera su expresión, creería que se limita a escuchar, a esperar que continúe. Pero noto la rigidez de su cuerpecito, el modo en que la sonrisa no se refleja en sus ojos mientras observa a nuestra familia. Le conozco: está esperando que alguien diga algo contra mí para poder despedazarle miembro a miembro. Da lo mismo que sea capaz de hacerlo o no. Ahora sé que esto no es solo por mí. Él lo necesita tanto como yo.
—Estoy enamorado de tu hermano —repito, más fuerte y más deprisa—. Él también me quiere, aunque no he hecho nada para merecerlo. He hecho casi todo lo posible para procurar que no sucediera. En realidad, me extraña que aún no haya huido gritando a California. —Esto echa raíces dentro de mi cabeza. «Oh, Dios», pienso. Miro a Creed—. ¿Lo ha hecho? —susurro, sin esperar verdaderamente una respuesta, pero deseando de todos modos que sea que no.
Niega con la cabeza, pero no habla.
—Ah —digo débilmente.
El Chico me concede un momento de alivio antes de indicarme que siga. Decido no pensar más y dejar que las palabras vengan solas. Es más fácil así, sin tener que pasar a través de un filtro de agua salada y cieno. Es más fácil que ahogarse.
Y va más o menos así:
—Un día, hace mucho tiempo, llegué a casa y encontré una carta de nuestra mamá que decía que se marchaba. Me sentí enfadado, triste y asustado a la vez. No sabía que era posible experimentar tantas emociones juntas. Creí que iba a morirme. Creí que me volvía loco. Pensé en hacer lo mismo que ella, recoger los bártulos, dejar una nota y desaparecer porque cualquiera de estas cosas habría resultado más fácil que lo que se esperaba que hiciera. Creo que la mayoría de la gente no me habría reprochado que me marchara como un cobarde. Pero habría ciertas personas que se enfrentarían a un problema bien jodido. Me refiero a las personas que estuvieron a mi lado, que me dejaron tener mis momentos de desmoronamiento cuando los terremotos eran demasiado intensos. Esas fueron las personas que estuvieron allí para recomponerme cuando creía que estaba demasiado descompuesto para rehacerme. No quisieron dejarme llorar demasiado, no me permitieron encerrarme en mí mismo para no volver a salir, aunque era lo que quería. Calaron todas mis sandeces obstinadas y baratas y sabían qué era lo mejor para mí. Qué era lo mejor para el Chico.
»No sé si os he dado las gracias alguna vez. Quiero decir que seguramente lo hice antes, pero no sabéis cuánto ha significado para nosotros. Saber que, en medio del infierno que eran nuestras vidas, siempre estaba uno de vosotros allí. Me cuesta trabajo reconocer cuándo necesito ayuda, pero me conocéis lo suficiente para saber cuándo necesito aquello que no sé pedir. Así que gracias por ser nuestra familia. Gracias por ser las personas que quiero tener en mi vida. Y os pido que me perdonéis por las mentiras que he dicho cuando sé que soy mejor persona que eso.
»¿Sabéis?, me faltaba una parte. No habría podido deciros exactamente qué era, pero ahí estaba. No supe identificar qué era y dejé que formara una costra, pero no sanó nunca del todo. Nunca desapareció. Nunca cicatrizó. Ahora que sé lo que es, hace que esto sea mucho más difícil porque arranqué la costra y la herida volvió a abrirse, y le eché sal por si acaso. Me temo que nunca podré tener lo que quiero porque me lo arrebatarán. Estoy dispuesto a dedicar toda mi vida a proteger lo que es mío, pero no sé cómo pedir que me lo devuelvan sin perder mi corazón.
»Él era lo que faltaba. Regresó y me sentí completo. Me llevó algún tiempo descubrirlo, y hubo veces en las que creí que no lo conseguiría nunca; pero lo hice, y él estaba allí, esperándome. Así que opté por eso, y fui a un lugar que no creía posible. Todos me habéis mantenido cuerdo, pero él me ha mantenido sano y salvo. No lo digo para hacer daño a ninguno de vosotros, porque no es esa mi intención. Solo quiero ser franco con vosotros a partir de ahora. Tengo que hacerlo, para mantenernos cuerdos, para mantenernos sanos y salvos. Porque descubrí que quizá, solo quizá, también yo podía tener algo.
»Me he mentido a mí mismo y a todos vosotros. Lo único que puedo pedir, que puedo suplicar, es que entendáis que nunca tuve intención de hacerle daño a ninguno de vosotros, de echarle. He dicho y hecho cosas de las que no me enorgullezco, pero creo haber aprendido que ya no puedo mantenernos apartados del mundo. Tengo derecho a un lugar que considerar mi casa, y creo que ahora sé que, si él no está allí, nunca volverá a ser mi casa.
»Quizás habría podido manejar esto de otro modo. Seguramente debería haberlo hecho. Pero cuando te aprietan las tuercas y la mirada retrospectiva es una zorra brutal, supongo que no sé muy bien de qué tenía tanto miedo. Entenderé que me odiéis, y esperaré que un día podáis superarlo. No confío que todo sea como antes, porque sé que nada volverá a ser lo mismo, y no perderé el tiempo fingiendo que lo será. Necesito esto. Le necesito a él. La lucha por él es todo lo que he conocido, y no es una lucha que esté dispuesto a perder. Ya no.
»Señora Paquinn, usted ha estado ahí para asegurarse de que el Chico y yo no cayéramos. Puede que no acabe de entender por qué, pero se ha entregado altruistamente, y jamás lo olvidaré. Creo que hablo en nombre de los dos si le digo que la queremos.
»Creed, tú eres mi hermano. Sé que me habría extraviado sin ti. Tus prioridades han sido siempre procurar que Ty y yo no necesitáramos nunca nada, aunque yo fuera demasiado estúpido para pedirlo. Te queremos.
»Anna, no sé hasta qué punto es difícil para ti estar aquí, pero, por favor, créeme si te digo que nunca tuve la intención de que esto ocurriera. Lo sentí por ti, y creo que una parte de mí lo sentirá siempre. Tú eres y siempre serás mi cordura. Te queremos.
»Tyson, puede que sea tu hermano, pero puedo asegurarte que no existe ningún padre que esté más orgulloso de lo que es suyo que yo. Me haces ser sincero. Me haces sentir vivo. Y créeme si te digo que sabes cuidar de mí porque lo has hecho toda tu vida. Te quiero.
»¿Y en cuanto a él? Oh, Dios. Siempre viene todo a ser cuestión de él, y creo que siempre será así. Pero cometí un error, un error que no sé enmendar.
»Necesito ayuda. Lo he jodido todo, y necesito ayuda.
Me detengo, con la voz ronca. Se me empaña la vista y me arde el pecho. La sala parece mucho más clara que cuando he empezado, y no puedo respirar. En algún momento durante lo que tenía que ser el discurso más empalagoso y manido que he hecho nunca, el Chico ha vuelto a rodearme con sus brazos y ahora me sujeta con fuerza. Le devuelvo el abrazo, queriendo cerrar los ojos contra él pero obligándome a mirar a los tres que están sentados delante de mí.
Parece que he vuelto a hacerles llorar a todos. Maldita sea. A partir de hoy, prohibiré toda esta mierda sensiblera y empalagosa. La señora Paquinn se sorbe la nariz y nos sonríe afectuosamente. Anna frunce el ceño a través de las lágrimas, y cuando sorprende mi mirada, aparta los ojos. Creed se levanta de pronto y se nos acerca, prácticamente corriendo. Se inclina, y veo el fulgor verde y dorado, apagado, pero está ahí. En todo esto falta una persona, lo sé. Debería estar presente.
—¿Puedo hablar ahora? —pregunta Creed en voz baja.
Asiento con la cabeza.
Se inclina sobre el Chico y le acaricia el pelo.
—Lo siento, Ty, por las palabras hirientes que he dicho. No volveré a decir nunca esa clase de cosas. Ahora entiendo por qué te enfureciste tanto conmigo, pero eso no es excusa. Te mereces un mejor tío que yo, pero si me dejas, procuraré ser mejor de ahora en adelante.
El Chico se vuelve, salta de mi regazo y se lanza a los brazos abiertos de Creed. Este le hace girar y girar. Le susurra algo al oído, algo que no puedo oír, pero sé que solo es para ellos. Retrocede y deja al Chico de pie.
—¿Puedes ir a sentarte un momento junto a Anna? Tengo que decirle una cosa a papá Bear.
El Chico entrecierra los ojos, solo un momento, y entonces me mira. Asiento con la cabeza, y él se vuelve hacia los brazos abiertos de Anna.
—Levántate, Bear —ordena Creed con voz dura.
Obedezco.
—Estoy cabreado contigo —gruñe.
Oh, mierda.
—¿Cómo diablos has podido no decirme esto? —Empiezo a balbucear, pero él sacude la cabeza de lado a lado—. Esta pregunta era retórica, y no se te ocurra contestarla con retórica. Ya has tenido ocasión de hablar. Ahora me toca a mí. Podrás hablar cuando termine. ¿Está claro?
Asiento de nuevo.
Me da una colleja.
—¡Soy tu jodido hermano, estúpido idiota! ¿Cómo te atreves a no decirme lo que sentías por él, a no hablarme de todo lo que estaba pasando? ¡Creía que por lo menos me respetabas lo suficiente para decirme la maldita verdad!
—Pero…
—¡Bear! —brama—. ¡He dicho que no hables!
Me dispongo a sentarme, pero me sujeta del brazo y, comoquiera que pesa unos quince kilos más que yo, no tengo posibilidad de moverme. Me agarra con la fuerza suficiente para amoratarme la piel.
—Pero quizá, solo quizá, pueda entender de dónde vienes, aunque creo que es una chorrada. Quizá, solo quizá, pueda perdonarte por romper el corazón de mi hermano porque Dios sabe que me estás rompiendo el mío. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Creías que te odiaría? ¿Qué me darías asco? Si alguna vez te di esa idea, entonces lo siento, joder.
Se le quiebra la voz al decir esto último, y no puedo evitar ser un gilipollas y pensar: «¡Oh, Santo Dios, prohibido llorar! ¡Prohibido a todos!».
Entonces me sorprende estrechándome contra él, lo cual me corta la respiración y echa abajo el eje de mi mundo. Hace solo un momento, planeaba nuestra huida de la cólera de Creed, pero ahora no sé qué hacer. No sé qué es hasta que me susurra al oído:
—Eres mi hermano, mariconazo. Te querré sin importarme lo que hagas, a quién se lo hagas ni dónde lo hagas. ¿Ha quedado bien claro?
Se sorbe la nariz ruidosamente.
Asiento como puedo, por cuanto tengo la cara aplastada contra su pecho. Lo único que me apetece es quedarme allí un rato y… espera un momento. ¿Qué diablos ha dicho? «¿Te querré sin importarme dónde lo hagas?».
Se aparta y sonríe.
—Bueno, no sé en qué estarás metido ahora que te gustan las pollas. Apuesto que estás metido en un rollo extraño. —Entrecierra los ojos—. No te acerques a mi habitación —advierte.
Trago saliva a través del nudo que tengo en la garganta.
—Bueno… Más o menos.
—¡Bear! ¡Más vale que me estés tomando el pelo!
Me propina un puñetazo en el brazo. Con fuerza.
—Hijo de puta —gruño, y le devuelvo el golpe.
Lo esquiva, me hace un guiño y se dispone a darse la vuelta cuando veo una sombra que le atraviesa los ojos. Se vuelve hacia mí.
—¿Qué diablos tiene él que no tenga yo?
Me ahogo. Deseo que la tierra se abra y engulla a este idiota.
—Bromeas, ¿verdad?
Niega con la cabeza.
—Tal vez decidiré que es eso lo que me cabrea ahora. ¿Crees que ese viejo está más bueno que yo?
—Eso es… muy basto, Creed. Es de lo más ordinario.
—¡Ay…! Gracias por levantarme el ego… ¿Ahora te gusta ABBA?
—¿Cómo sabes quién son? ¿Aparte del hecho de que te gustan tanto?
—¿Y tendré que ir de compras contigo y hablar de mis sentimientos?
—He visto cómo vistes. No te vendría mal.
Sonríe con malicia, se acerca y se inclina para susurrarme al oído.
—Tú pones el culo, ¿verdad? Apuesto que te encanta.
—La primera vez que hicimos algo fui yo quien se folló a tu hermano —replico.
Su rostro palidece, y sé que he ganado. Me da una palmadita en el hombro y me dice que se alegra por nosotros dos. Vuelve a ponerse serio cuando pregunta:
—¿Es fuerte?
Asiento con la cabeza, solo una vez.
Gruñe pensativamente como solo él sabe hacerlo, y entonces sé que todos los temores que he alimentado sobre él eran infundados. No puedo evitar sentirme como un imbécil por no haber tenido suficiente fe para confiar en Creed. Me extravío un momento, pensando en una época en la que teníamos once o doce años.
«Estamos los dos solos, caminando por la playa, azotados por un viento que levanta arena y nos la arroja a la cara. Él me mira y dice que siempre ha querido tener un hermano pequeño. Le pellizco el brazo y le recuerdo que soy mayor que él. Sonríe, asiente con la cabeza y dice:
»—Ya sabes a qué me refiero.
»Y lo sé. He experimentado lo mismo desde que tengo uso de razón. Resulta duro ser hijo único, pero no es un pensamiento que comparta, porque ya no es verdad. Cojo un guijarro, lo lanzo sobre las olas y contemplo cómo rebota.
»—Ahora seguramente tendremos que ser amigos para siempre —dice—. Lo sabes, ¿no?
»Me echo a reír, solo porque sé que es cierto. Más tarde, cuando se pincha un dedo, mana la sangre mientras espera que yo haga lo mismo. Es infantil, es ridículo, y ambos lo sabemos. Pero eso no nos impide unir las yemas de nuestros dedos, mezclando ADN y secretos para convertirlos en algo que solo nosotros podemos comprender.
»—Ahora sí que es para siempre —susurra. Le brillan los ojos—. Es fuerte.
»Y es como si te abofetearan con el sol».
—¿Creed? —pregunto cuando regresa al sofá, con una expresión satisfecha en el rostro—. ¿Puede…, puede arreglarse esto?
No me atrevo a explicarme, porque hablar de ello en voz alta demostraría lo frágil que es en realidad. Cierro los ojos y aguardo su respuesta.
—¿Es fuerte? —vuelve a preguntar con brusquedad.
No sé cómo, pero sé que está recordando lo mismo que yo.
—Lo es —murmuro.
—Entonces nunca es demasiado tarde para arreglarlo. Voy a decir una cosa al respecto, y juro que jamás volverás a oírme hablar de ello: le has destrozado, Bear.
Agacho la cabeza.
—¿Sabes?, cuando me lo contó todo, la única otra cosa que recuerdo además de quedarme estupefacto es la expresión de su cara. Al principio no quiso decirme qué ocurría, pero no me llevó demasiado tiempo averiguarlo. —Suspira—. Está deshecho, Bear, y no sé qué costará arreglarlo. Pero si es fuerte, si lo que has dicho hoy es cierto, entonces sabes tan bien como yo que tiene que arreglarse. Si no se puede… bueno, no lo sé. Las últimas veinticuatro horas han demostrado lo poco que sé en realidad. —Dice esto último sin rencor—. ¿Te importa contarnos qué diablos ocurrió? Fue tu madre, ¿verdad?
Entonces lo suelto todo: su vitriolo, sus amenazas de llevarse lo que me pertenece, la expresión de triunfo en sus ojos cuando supo que me tenía acorralado y que no podría escapar. Hablo con voz apagada, hueca. No hay ira, ni tristeza. Estoy recitando unos hechos que podrían haber acaecido a cualquier otra persona. Es el único modo de que pueda superarlo. Llego a la parte en la que nos disputamos al Chico como si fuera un títere, y creo que se me entrecortará la voz. Creo que tartamudearé y me callaré, pero continúo. Lo revivo, objetivamente. Cuando reviso mis palabras y mis actos de la pasada noche, me odio por haber sido tan débil, me odio por haber caído en su trampa. Ojalá pudiera creer que sus amenazas son falsas, pero no puedo. La pequeña parte de mí que sueña con el océano me recuerda lo fácil que sería para ella regresar, lo fácil que le resultaría llevarse al Chico. Brota en mi interior y vuelve a amenazar con dominarme. Aún no sé si soy lo bastante fuerte para apartarlo, para exterminarlo. Le he dicho a Creed que lo que siento por su hermano es fuerte, y no era mentira. No es más que un aspecto de la guerra que intento ganar.
«Acabas de dejarle —susurra la voz—. Te quedaste allí mintiéndole a la cara y luego te fuiste. ¿Qué te hace pensar que volverá a dirigirte la palabra? Ya has oído a Creed: está deshecho, y tú le has destrozado. Por lo menos fuiste lo bastante fuerte para hacer eso, ¿no?».
Ah, unas palabras dulces y reconfortantes.
Termino el relato, el último que creo que querré contar durante algún tiempo. Lo único que me apetece hacer ahora es irme a casa, dormir una semana entera y preocuparme de todo cuando despierte. Pero sé que no podré, porque cuando cierre los ojos él estará allí, riendo, sonriendo, bailando.
Me duele.
—¿Qué ha cambiado, pues? —pregunta Creed—. ¿Qué te hace querer ahora que vuelva a diferencia de la cabronada que hiciste anoche?
Trato de sonreír, pero creo que me sale más bien una especie de mueca. He estado esperando estas preguntas desde que he abierto la boca pidiendo ayuda para arreglar el lío que he armado. Casi me hace gracia que no ha parecido existir nunca ninguna duda de que quiero que vuelva, que muy probablemente debería haber evitado todo este embrollo. La cuestión que se plantea ahora es si Otter perderá o no el juicio y si será capaz de ocupar la misma habitación que yo. Pero esto no viene al caso. He vacilado demasiado rato y los demás me están mirando, aguardando una respuesta. Intento encontrar las palabras para expresar lo que significa sentirse abofeteado por el amor, infundido de lujuria, tener el corazón hecho trizas. Necesito que entiendan que no me siento completo sin él. Pero creo que ya he dicho todo lo que he podido sobre este asunto. Quizá debería dejar que Otter dijera algo.
Cojo la cartera del bolsillo de atrás y saco la carta que he guardado en secreto durante veinte meses. No necesito volver a leerla. Me la sé de memoria.
Sé que estabas dolido y que tienes buenos motivos para estar enfadado, pero quiero que sepas que no ha transcurrido un solo día sin que haya pensado en ti y en Ty. Quizá sea mi castigo, saber que te va bien y saber que yo no he tenido nada que ver con eso. Por si sirve de algo, estoy orgulloso de ti por haberlo hecho tan bien a pesar de que algunas personas hayan roto las promesas que te hicieron.
Fue agradable verte, aunque solo fuera un momento. Me alegro de que por lo menos recibiera eso. Te he echado de menos, papá Bear.
Anna es la primera en cogerla. Casi había olvidado que estaba aquí. Solo tarda un momento en leerla, y se le contrae un poco el rostro. Se la pasa a la señora Paquinn, quien coge la gastada hoja con mayor cautela. Anna me devuelve la mirada, con una expresión seria.
—¿Cuándo? —pregunta—. ¿Cuándo te mandó esto?
Por un momento casi pienso en mentir. Pero no lo hago.
—Lo dejó en mi coche hace dos navidades, cuando vino a casa.
Ella asiente y aparta la vista.
La señora Paquinn se sorbe la nariz.
—Parecía estar despidiéndose.
Creed termina y se la pasa al Chico.
—Parecía tratar de disculparse por irse —dice Creed.
Entonces habla el Chico:
—No —dice, levantando los ojos del papel. Lo dobla con delicadeza y me lo devuelve. Espera a que lo haya guardado en el sitio que le corresponde y entonces dice en voz baja—: Es una carta de amor. Dice a Bear que le quiere sin decir esas palabras.
El Chico ha vuelto a ver lo que la mayoría no hemos podido. Ya no debería sorprenderme cuando demuestra una perspicacia de la que todos los demás adolecemos.
—¿Ya entonces…? —pregunta Creed—. ¿A tan lejos se remonta?
Y entonces Anna se pone en pie. Tiene el cuerpo rígido, los puños cerrados, los ojos humedecidos y rabiosos. No creo haberla visto nunca así, ni siquiera cuando rompimos. Está furiosa, y sé que es culpa mía. He cometido demasiados errores. He sido egoísta. He mentido, y Anna ha sido la que más golpes se ha llevado con todo eso. Había estado esperando lo peor, y parece que estoy a punto de recibirlo. Es lo que me merezco.
—¡Estúpido hijo de puta! —grita.
Solo me estremezco un poco cuando se abalanza sobre mí y empieza a pegarme manotazos en el pecho. Levanto las manos para defenderme, pero Creed ya la ha apartado, y veo con morbosa diversión que el Chico se ha interpuesto entre ella y yo y trata de protegerme con su cuerpecito.
—¿Cómo te atreves? —chilla Anna, e intenta zafarse de las manos de Creed—. ¡Maldito cabrón!
Se vuelve hacia el hombro de Creed y solloza. El Chico está tenso delante de mí. Bajo el brazo y le pongo la mano sobre el hombro, deseando que no tuviera que ser así.
Momentos después, Anna se tranquiliza un poco cuando Creed le susurra al oído y se vuelve hacia mí otra vez, pero él la tiene sujeta y no permite que se me acerque. Creo que quizá sea mejor dejarle decir lo que tenga que decir y acabar con esto, pero, naturalmente, no es así como funciona.
—Anna —dice el Chico apretando los dientes—. Bear ha cometido errores. Ya lo ha admitido. Tienes todo el derecho a estar enfadada, pero si vuelves a pegarle juro por Dios que te pegaré yo. Me da lo mismo que seas una chica y seas más grande que yo. Si le tocas, será lo último que hagas.
¿Queréis saber cómo es estar castrado? Intentar que tu hermano de nueve años te proteja de tu ex novia después de decirle que estás enamorado de un hombre.
Todos nos quedamos mirando al Chico, que tiene la cara pálida de ira. Anna se vuelve, y creo que se dispone a marcharse, y no le reprocharé que lo haga. Pero me sorprende cuando se detiene. Por un momento tengo la sensación de que el silencio nos aplastará a todos. Y entonces:
—¿Os habéis preocupado por mí en alguna ocasión?
Creed sacude la cabeza y encorva los hombros. Parece que quiere disculparse por ella, pero le corto con un gesto con la mano. Es poco realista haber esperado que ella reaccionara igual que Creed. Tenía más que perder, y no puedo culpar de eso a nadie más que a mí.
—Desde luego que yo sí —digo sinceramente—. Tienes que creerme. Todavía lo hago.
Anna se vuelve con un brillo intenso en los ojos.
—Ya no sé qué creer de ti. Te he dado muchas oportunidades, muchas ocasiones para decirme la verdad.
La miro con la cabeza inclinada.
—Lo sabías, ¿verdad?
Me ha salido antes de que pudiera evitarlo.
Su cabello se agita con indignación cuando asiente.
—Sabía… algo. No me lo podía creer. Pero no se puede estar tan unido como lo estábamos tú y yo sin verlo. Cómo le rondabas. Cómo incluso cuando más enfadado estabas seguía habiendo algo en tu voz al hablar de él. Me dije que era cosa de mi imaginación, que solo estaba…
—¿Proyectando? —digo, incapaz de mantener cerrada mi estúpida boca.
Se ríe, pero sin humor.
—Hijo de puta —repite—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Tenía miedo.
—¿De mí?
Niego con la cabeza.
—No. De todo lo demás. No sabía quién era, y aún menos qué coño estaba haciendo. Creía que para entonces era muy evidente.
Me mira con el ceño fruncido y las mejillas mojadas. ¡Dios, es tan bonita!
—¿Y ahora? —inquiere.
«Sí, Bear, ¿ahora qué? —pregunta la voz—. Tiene razón, ¿sabes? Te ha dado muchas oportunidades. Y ahí la tienes, haciéndolo de nuevo. Creo que esta vez será la última, así que más te vale salir dando un portazo, ¿no crees?».
—Le quiero, Anna. Con eso no pretendo hacerte daño, ni significa que lo que siento por ti sea menos importante. Me he equivocado en muchas cosas, pero por lo menos sé que le quiero. Es lo único que me queda.
Bajo la vista al suelo.
—Yo te quería —dice ella sorbiéndose la nariz—. No sé si podré superarlo nunca.
—¿Lo intentarás? —Es injusto preguntarlo, pero como esta conversación ha indicado, soy un gilipollas egoísta—. No sé si puedo hacer esto sin ti.
—Me lo dijiste una vez. ¿Te acuerdas? Y parece que te las has arreglado bastante bien sin mí. —La ira vuelve a aparecer en su voz—. Por cierto, ¿cuándo fue?
—¿Qué?
Sé qué está preguntando, y trato de andarme con rodeos.
—Cuando le follaste. ¿Cuánto tiempo pasó después de que rompiéramos? —Entrecierra los ojos—. ¿O todavía estábamos juntos? —espeta entre dientes.
—¿Importa eso?
—Sí.
—Justo después.
—Espero que valiera la pena —gruñe.
La miro a los ojos.
—Valió la pena.
Asiente, con los brazos cruzados.
—Por fin un poco de jodida sinceridad por tu parte. Te dije que me rompiste el corazón. ¿Te acuerdas? ¿Recuerdas lo que dije después de eso?
Lo recuerdo.
—Te dije que me habías roto el corazón, pero que era mío para darlo.
—Lo sé.
Mientras viva, no entenderé nunca a las mujeres. Vuelve a saltarme encima, el Chico levanta los puños y creo de verdad que va a golpearla en una teta, pero chilla cuando queda atrapado entre los dos mientras ella me echa los brazos al cuello. Había olvidado cómo era abrazarla, sentirla contra mí. Mientras no haga lo que hizo antes, todavía hay algo ahí, algo que se suelta y se abre. Lloramos uno en el cabello del otro, y pienso que estaría bien que aplicáramos la prohibición mañana.
Al cabo de un rato, Anna se sosiega. Hipa, se inclina hacia mí y sus labios me rozan el oído.
—¿Lo es? —pregunta—. ¿Lo que le has dicho a Creed? ¿Es fuerte?
Asiento con la cabeza, sin atreverme a hablar.
Se ríe con tristeza.
—Nunca eliges el camino fácil, ¿eh?
—No es mi estilo —le susurro.
Se echa hacia atrás, y nuestras caras están cerca mientras nuestros ojos se escudriñan.
—No sé si lo superaré nunca —repite—. Pero espero que me concedas tiempo para intentarlo.
—Lo he dicho de veras, Anna. Te quiero.
—Lo sé, Bear. Y quizás algún día baste con eso.
Baja los brazos y regresa al sofá. La señora Paquinn levanta las manos y la recibe con un abrazo.
—Dale tiempo, tío —murmura Creed con ojos suplicantes—. Se calmará. No pierdas la fe en ella.
—No lo haré —respondo.
¿Cómo podría? Ella es de la familia.
—¿Y ahora qué? ¿Vas a arreglar esto ahora? ¿Con él? —pregunta.
—No puedo.
Entonces la habitación estalla.
—¿Qué coño estás diciendo? —grita Creed.
—¿Me tomas el pelo? —grita el Chico.
—¿Eres retrasado? —grita Anna.
—¡Aaah! —grita la señora Paquinn.
Santo Dios.
—¡Lo haré! —grito por encima de ellos—. ¡Dejadme hablar, joder!
Todos guardan silencio, y también muestran el detalle de sonrojarse.
Respiro hondo.
—No puedo, por lo menos no hasta que el Chico esté fuera de peligro. No hasta que tenga un plan, algo que impida que mi madre pueda quitármelo. Toda esta jodida mierda consiste en eso.
—No, Bear —interviene el Chico—. Esta era la fiesta de tu salida del armario. No me metas a mí en esto.
—Mierdecilla —gruño mientras le levanto y vuelvo a estrecharle contra mí.
Me siento mejor sabiendo que él está cerca.
—En serio, ¿cómo demonios vamos a hacer eso? —pregunta Creed.
No hago mención de que haya usado el plural, porque si he aprendido algo hoy, es que esa clase de decisiones ya no puedo tomarlas solo. Sea lo que sea lo que se decida, nos afecta a todos. No cometeré ese error nunca más.
—Bear, si me lo permites… —dice la señora Paquinn—. ¿No has pensado en conseguir la custodia de Tyson?
—¿Cómo? —pregunto como un bobo.
—Legalmente —contesta, poniendo los ojos en blanco sin apenas disimularlo—. ¿No has hablado con ningún abogado de esto?
—No conozco ningún abogado —confieso, como si esto lo explicara todo.
—Pues yo sí. Estuve trabajando de ayudante de abogado en un bufete, ¿sabes?
—Eso sí que es práctico —murmura Creed.
No le hago caso.
—No será como cuando participaba en carreras de coches, ¿verdad?
Me dirige una sonrisa encantadora.
—Nunca he hecho carreras de coches, Bear.
—Precisamente.
—Precisamente —conviene la mujer—. ¿No te parece que un abogado que ejerza en derecho de familia podría darte cuando menos algunas opciones?
—Tengo el poder legal —digo.
Ella niega con la cabeza.
—No es lo mismo. Un poder legal es algo fácil de impugnar. La plena custodia, no.
—No puedo permitírmelo —me apresuro a decir, adivinando qué vendrá a continuación.
—No te preocupes por eso —tercia Creed.
—Creed…
—Bear, ¿qué soy?
Suspiro.
—Mi hermano.
Enarca una ceja.
—Mi hermano mayor.
—Exacto. ¿Y qué tienen mis padres en abundancia?
—¿Paciencia con alguien como tú?
Me fulmina con la mirada.
Vuelvo a suspirar.
—Renta disponible.
—¿Y quién acaba de hacer un gran discurso acerca de la familia, el amor y otras cosas de gais?
Maldita sea.
—Yo.
—Entonces voy a mandar un correo electrónico a mis padres ahora mismo, mientras la señora Paquinn hace unas cuantas llamadas, y solucionaremos esto. Y luego te arrastrarás a cuatro patas rezando para que Otter haya perdido el juicio por completo y vuelva a aceptarte.
—Yo…
—¿Tú qué?
Me quedo mirando al suelo.
—¿Y si no me acepta?
—¿Se lo reprocharías? —pregunta Creed con irrefrenable curiosidad.
Niego con la cabeza.
—Tengo miedo —repito.
Levanto la vista hacia él.
Se le enternecen los ojos y vuelve a rodearme con sus brazos.
—Yo también. Pero si no nos arriesgamos, ¿de qué sirve todo esto?
Estoy bien hasta que me besa en la mejilla.
Rodeado por mi familia, para bien o para mal, me desmorono.
Espero que por última vez.