8
En que Bear se queda mirando al sol

Ya sé que os preguntaréis si le respondí algo. No lo hice, pero antes de que os enfadéis y me digáis algo así como «Por el amor de Dios, Bear, pero si era un chico tan dulce, tan majo y vulnerable», debéis saber que tengo mis razones. Puede que las nubes se hubieran disipado y el océano hubiera vuelto allí de donde había venido, pero sabía que aún estaban allí, en alguna parte. Tratar de conciliar ese cambio absoluto que he estado experimentando ha resultado más agotador de lo que había creído. Durante días, no he querido otra cosa que dormir en mi cama solo o con él. Aun cuando lo hago con él, generalmente me quedo dormido tan pronto como me recuesto sobre la almohada. Tengo el cuerpo aletargado y los pensamientos confusos, pero no es tan malo. Oírle decir lo que dijo me ha proporcionado un nuevo conocimiento de quién soy y quién quiero ser. Si alguien puede preocuparse por mí hasta ese punto, pese a todos mis defectos, pese a todos mis rechazos, pese a todos mis peros, eso hace que todas las tormentas y todos los océanos merezcan la pena. Solo espero que pueda recordarlo. Es un pensamiento con el que me quedo dormido, y con él me despierto. Es mi mantra, y lo repito tantas veces que sé que él es real.

Pero ¿le quiero? No lo sé. No me interpretéis mal. Siempre he querido a Otter, pero no en el sentido del que estamos hablando ahora. Si le quiero de verdad (Dios, qué pobre suena eso), es de un modo en que no lo he hecho nunca. Pienso a menudo en lo que sentía por Anna. Intento comparar los sentimientos, pero no es posible. Existen demasiadas diferencias entre ambos (aparte del hecho de que uno tiene pene) que parece que no puedo sentir nunca por Anna lo que siento por Otter. Pero sé que nunca podría sentir por Otter lo que Anna y yo habíamos sentido. Me acuerdo de lo que dijo Ty aquel día que fuimos a Portland a buscar a Creed. Solo han transcurrido unas semanas, pero me parecen años. Dijo que creía que era como si te ardiera el estómago pero de una forma agradable. Dijo que era como si no pudieras pasar otro día sin esa persona. Yo le había dicho que creía que era cuando esas estúpidas canciones de amor de la radio empezaban a tener sentido. La única razón por la que creo que ambos tenemos razón es que lo suyo tiene sentido, pero me sorprendo cantando un tema de Celine Dion que suena en la radio.

Y ya lo entiendo.

Así pues, ¿qué significa todo esto? Ojalá lo supiera. Parece que aún no puedo sacudirme los sombríos celos sin sentido que experimenté cuando Otter hablaba de Jonah. Sé que está aquí conmigo ahora, y dice que no irá a ninguna parte, pero no puedo evitar pensar que su pasado no está enterrado como yo querría. Lo expresó a la perfección cuando dijo que no puedes borrar tu historia como si nada, y me guste o no Jonah forma parte de Otter. Quizá no sea una parte actual, pero ahí está. Otter no me ha dado ningún motivo para dudar de él desde que iniciamos lo que quiera que estemos haciendo. Trato de concentrarme en eso. Pero, a veces, noto las olas lamiéndome los pies y oigo el retumbar de una tormenta a lo lejos. Nunca se acerca, pero siempre está ahí. Me siento extrañamente entusiasmado por todo ello. Parece peligroso, secreto y equivocado, pero sienta muy bien. Es como hacer algo malo pero a sabiendas de que no te pillarán. Es como ganar sin más motivo que el de ganar.

Es como bañarse en el océano mientras relampaguea sobre tu cabeza.

Ty sobrevivió a su noche fuera de casa con éxito, para mi asombro. Otter y yo fuimos a buscarle al día siguiente, y la señora Herrera me dijo que se había portado como todo un caballero y que podía ir a su casa cuando quisiera. Me dijo que ella y su marido llevarían a Alex de acampada tan pronto como se acabara la escuela y que querían invitar a Ty a ir con ellos. Le contesté que lo pensaría. Lo que en realidad estaba pensando era que de ninguna manera iba a permitir que nadie se lo llevara de la ciudad. Tanto el Chico como Otter me reprendieron durante todo el trayecto a casa, por cuanto mis pensamientos se reflejaban visiblemente en mi cara, en forma de un ceño fruncido que creía haber ocultado.

—¿De verdad soy tan poco razonable? —me quejé aquella noche a Otter por teléfono después de que Ty se hubiera acostado—. Creo que lo estoy haciendo bastante bien.

Se echó a reír a través del teléfono.

—Creo que los dos tenéis que dar pasitos de hormiga —me respondió—. Estoy seguro de que esto es tan difícil para él como lo es para ti.

Ojalá le hubiera creído, pero el Chico parecía avanzar a saltos y pasos de gigante. En los pocos días que siguieron a su incursión en la normalidad, dio la impresión de que Ty caía en la cuenta de todo lo que se había estado perdiendo. Ya no se aferraba como antes y estuvo acosándome para que le dejara ir a esa maldita acampada. Yo le decía que ya hablaríamos cuando se acercara la fecha, él sonreía alegremente y volvía a sacar el tema al cabo de una hora. Es egoísta por mi parte no decir que sí, lo sé, pero no puedo evitar la sensación de que nos están estirando en direcciones opuestas, él con su incipiente libertad y yo con mi recién adquirida apreciación de todo lo que Otter representa. Me pregunto a menudo si la mayoría de los padres pasan por esto, viendo que sus hijos descubren lo que la vida tiene que ofrecer y no pudiendo impedirlo. Yo no soy su papá, pero soy lo más parecido que tiene a un padre y creo que mis sentimientos están justificados; por lo menos, eso es lo que me digo cuando permanezco despierto después de que todos se hayan dormido. Tanto él como yo sabemos muy bien que este mundo tiene dientes y atacará cuando más dócil parezca.

Y así seguimos: Ty encontrándose a sí mismo por primera vez en tres años y yo encontrándome a mí mismo por primera vez en mi vida. Los pocos días que nos quedaban antes de que Creed volviera a casa fueron los mejores y los peores de mi existencia. Disfrutaba teniendo a Otter para mí solo sin necesidad de contestar preguntas. Me acobardaba al ver a Ty llegar a la escuela entre una multitud de amigos que le esperaban. Gemía cuando Otter encontraba ese punto en la parte interior de mi muslo que me hacía olvidar incluso cómo me llamaba. Suspiraba cuando iba a trabajar y veía que Anna no entraba hasta después de irme yo. Me preocupaba a medida que el regreso de Creed iba acercándose cada vez más y nada sería lo mismo a menos que estuviera dispuesto a confesarme culpable de algo por lo que había estado luchando desde aquella noche. En estos últimos días he tenido orgasmos estremecedores, periodos de profundo hundimiento en la desesperación y momentos de paz como no he conocido nunca. Experimentar tantas cosas tan deprisa basta para llevar a alguien al límite.

—Así ¿a qué hora volverás? —pregunto a Creed mientras observo a Otter y Ty jugando al ajedrez en nuestra casa.

Otter me ha comentado que es bastante bueno, pero por lo que he visto el ecoterrorista vegetariano en ciernes bien podría ser Bobby Fischer disfrazado. No sé cómo ha aprendido; yo no he levantado una sola pieza de ajedrez en mi vida. Le veo romper un silencio de cinco minutos moviendo una figura parecida a un castillo un cuadrado, y Otter gime.

—Seguramente pronto —me contesta Creed al oído—. Quiero volver y no probar el vodka nunca más. Es la bebida del diablo.

—¿Qué estás haciendo?

—Tomar vodka. ¿Sabías que lo hay con sabor a frambuesa?

Suelto un bufido.

—En fin —dice—, prometo no ir a ninguna parte hasta que tenga que volver a la facultad. Podemos vernos todas las veces que quieras.

—Genial —respondo, tratando de disimular el temblor de mi voz—. Eso suena… genial.

Creed se echa a reír.

—¿Por qué tengo la sensación de que no lo dices en serio? ¿Qué ha ocurrido desde que me marché?

—Nada —contesto—. Lo de siempre. Ya sabes cómo es Seafare.

—Ajá —dice—. En serio, papá Bear. ¿Estás bien?

—Estoy bien —afirmo, con la frente perlada de sudor—. Mejor que nunca.

—Si tú lo dices… —Se detiene un momento antes de preguntar—: ¿Está Otter ahí?

—Ah, sí. ¿Querías hablar con él? Ahora mismo está perdiendo una partida de ajedrez con un niño de nueve años.

Otter me lanza una mirada malévola.

—No —contesta Creed—. Le veré mañana.

—Bien. Diviértete con tu vodka.

—Eh —dice.

—Eh, tú —respondo.

Creed vacila, y no quiero saber qué le pasa por la cabeza.

—No importa. Ya hablaremos cuando vuelva. Hasta luego, tío.

Habla de un modo extraño. Mi sudor se intensifica.

Consulto mi reloj mientras cuelgo el teléfono.

—Ty, es hora de acostarse.

Suspira y se retira de la mesa.

—Está bien. Otter estaba siendo vapuleado. Iba a ganarle en las cuatro jugadas siguientes.

—No estaba siendo vapuleado —replica Otter con indignación en su voz.

Ty estira un brazo hacia el tablero y le muestra las cuatro jugadas siguientes. Otter pone los ojos en blanco.

—¿Hay algo que no se te dé bien? —pregunta al Chico.

Ty se encoge de hombros.

—No que yo sepa. Pero estoy seguro de que algo habrá.

Me río por lo bajo mientras Otter mira el tablero con el ceño fruncido. Estoy a punto de decirle al Chico que mueva el culo cuando su rostro se contrae como lo hacía antes de ejecutar una jugada, como lo hace cuando piensa en cosas serias. Gimo por dentro, poco dispuesto a contestar las preguntas de Ty acerca de por qué la gente cree que los alienígenas dibujan círculos en los cultivos cuando es evidente que lo hacen agricultores aburridos o cómo resolver el hambre en el mundo de una forma vegana. Sacudo la cabeza y espero. Otter le mira, me mira a mí y luego se reclina en su silla. Lo sabe.

—¿Derrick? —dice el Chico por fin.

—¿Sí, Ty? —respondo.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

No puedo evitar sonreír.

—Siempre lo haces —digo, mofándome de él.

—Tienes que prometer que no te enfadarás —me advierte, lo cual es nuevo.

El Chico nunca ha introducido una pregunta de ese modo. Me vienen pensamientos a la cabeza, tratando de discernir cualquier situación posible en la que cree que me enfadaría con él. No se me ocurre nada, y no tengo más remedio que prometerlo. Durante un rato no dice nada, como si midiera la sinceridad de mis palabras. Mira despreocupadamente a Otter y después a mí, y justo cuando abre la boca y antes de que hable sé qué saldrá, qué dirá, y dispongo solo de unos segundos para optar entre mentir o ser sincero con una de las pocas personas que dan importancia a lo que digo.

—¿Es Otter tu novio? —pregunta.

—¿Qué? —exclamo, tratando de ganar tiempo.

De repente Otter se yergue muy tieso en su silla. Tiene los ojos desorbitados y mira al Chico con la cabeza ladeada, como si intentara determinar si ha oído bien lo que Ty acaba de expresar.

—¿Qué?

—¿Es Otter tu novio? —repite el Chico.

Enrojezco virulentamente cuando digo:

—¿Por qué lo preguntas?

La culpabilidad que siento por no poder contestar su pregunta enseguida es superada fácilmente por la creciente sensación de horror que experimento. Pero todo eso es eclipsado por la palabra «novio». Nunca lo he considerado así. ¿Es eso lo que Otter es para mí? ¿Mi… novio? Sí, Otter es alguien que me importa («¿Importa? —pregunta la voz—. Vamos, Bear»), pero nunca había establecido esa relación con lo que tenemos. Ni siquiera sé qué tenemos. Desde luego que me hace cosas que provocan que la cabeza me dé vueltas, y canto con Celine Dion, pero de eso a decir que es mi…, que soy su…, en fin, ya sabéis. Miro a Otter en busca de ayuda, pero él aún sigue pendiente del Chico, con la boca abierta de par en par.

—Es algo en lo que he estado pensando estos días —explica Ty—. No sabía si debía preguntarlo, pero entonces pensé que siempre es mejor preguntar que darle vueltas. —Su semblante se relaja y me sonríe con cautela—. ¿No es cierto?

No sé qué decir.

Debería asegurarle que por supuesto que está bien hacer preguntas. Debería decirle que siempre puede acudir a mí cuando tenga algo en la cabeza. Todas estas palabras y más se forman en mi mente, pero descarrilan y mueren de camino hacia mi boca. Pienso absurdamente por un momento en que no me preguntó si yo era gay cuando me preguntó si Otter lo era. No había pretendido etiquetarme en este sentido sino preguntar, a su manera, si Otter era mío y yo era suyo. Esto no para de darme vueltas al cerebro, y vuelvo a pensar en cómo quisiera que se me hubiera ocurrido qué es Otter para mí.

«Entonces ¿por qué no puedes responderle? —inquiere la voz—. ¿Por qué te quedas ahí sentado como si todo fuera a desaparecer si no haces caso? Si tan extrañamente te entusiasma la idea de que él es tuyo, ¿por qué no puedes contestar la jodida pregunta? ¡Tiene nueve años! Tiene nueve años y suficientes agallas para preguntar cosas en las que tú ni siquiera te atreves a pensar».

—Es cierto —digo al Chico en voz baja, y se muestra aliviado en el acto.

Lanza una mirada a Otter, que ahora ha concentrado su atención en mí, con una expresión de admiración y manifiesta adoración en su rostro. Ojalá pudiera ver hasta qué punto se ha acercado la tormenta.

—Ty —dice Otter, apartando la mirada de mí para centrarla en el Chico—. En realidad Bear y yo no hemos… hablado de lo que somos. Esto es algo muy nuevo para los dos.

—¿Es por eso que Anna y él rompieron? —le pregunta el Chico.

Otter niega con la cabeza.

—No fue solo eso. Había muchas cosas de adultos entre ellos, cosas que no tienen nada que ver contigo ni conmigo. A veces le pasa eso a la gente.

—Ya lo sé —responde el Chico rápidamente—. Algunas personas no están destinadas a estar juntas. Pero eso no significa que no puedas seguir queriéndolas.

Otter se ríe temblorosamente.

—Eso es cierto. Y Bear y Anna se quieren mucho, y nosotros te queremos mucho. —Sonríe—. Pero, demonios, Chico. Me has pillado desprevenido con esa pregunta.

Ty se mira las manos.

—¿Significa eso que también quieres a Bear?

—Sí —contesta Otter sin vacilación—. Significa que quiero a Bear.

—Entonces es tu novio.

—Ty, él te ha dicho que aún no hemos hablado de eso —intervengo, con más aspereza de la que pretendía—. Es algo que Otter y yo debemos resolver.

Ty no comprende y no deja el tema.

—Pero, Bear —me dice—, si Otter te quiere y tú le quieres, ¿por qué no le llamas tu novio? —Entrecierra los ojos—. Tú quieres a Otter, ¿verdad?

—Yo…, yo…, yo…

Me asombro de lo bien que se me da tartamudear.

Otter acude en mi auxilio una vez más:

—Como he dicho, Chico, aún estamos intentando entender las cosas. Todo esto es muy nuevo para papá Bear, y debemos dejar que lo examine detenidamente por sí mismo.

Ty sacude la cabeza y mira a Otter con tristeza.

—Espero que sepas —le dice— que solo porque él no pueda expresarlo no significa que no lo sienta. Siempre ha sido así y, sea lo que sea lo que tenga que entender, espero que puedas permitírselo.

Quiero abalanzarme sobre el Chico y levantarlo en brazos. Quiero cubrirle de todo aquello que pueda darle porque siempre encuentra formas de demostrarme que me conoce mejor que yo mismo.

—Lo sé —dice Otter, acariciando las manos de Ty—. Y no he olvidado lo que te prometí. Pero creo que ya lo sabes.

Ty asiente, se levanta de la mesa, se dirige hacia Otter y recuesta la cabeza sobre su hombro. Otter le rodea con sus grandes brazos, le estrecha con fuerza y le besa la coronilla. Desde mi posición, oigo que el Chico susurra algo a Otter. Dice: «Gracias por cuidar de Bear. Lo ha necesitado durante mucho tiempo». Se suelta de Otter, se vuelve y se encamina despacio hacia mí.

—No me importa quién seas —me dice, con voz clara y fuerte—. No me importa que quieras de una forma distinta a todos los demás. No me importa porque sigues siendo mi hermano.

Me da la mano y yo bajo la mirada hacia ese chiquillo, esa persona que es más sabia de como yo podría llegar a serlo nunca. Le aprieto la mano con fuerza, él hace lo propio, y sé que sabe todo lo que no puedo decir. Me hace agachar con una señal con el dedo, me inclino hacia delante y me susurra al oído: «Me alegro de que Otter volviera. Me alegro de que pudieras volver a encontrarle. Pero, si no te importa, a mí seguirán gustándome las chicas».

Dicho esto, sale de la cocina, tarareando para sí.

Creo haberos dicho que es una de las pocas personas en el mundo que puede dejarme sin habla. Pero ¿os ha ocurrido alguna vez que todas las sinapsis se disparan al mismo tiempo y se os queda la mente en blanco? No es que no puedas hablar, porque por lo general, en situaciones de saturación sináptica, te pasan un millón de cosas por la cabeza y eres incapaz de elegir cuál decir. Me refiero a no tener ningún pensamiento concreto, ninguna réplica, negativa, rechazo…, nada que te venga a la mente. Es casi maravilloso no tener nada que decir.

Una dicha blanca y pura.

—¿Estás bien? —me pregunta Otter.

Acaba de regresar de dar las buenas noches al Chico y me ha encontrado en el mismo sitio que he ocupado desde que Ty empezó a hacer preguntas. He sido incapaz de moverme y aún estoy tratando de volver a poner mi cerebro en funcionamiento. Todo cuanto puedo hacer es asentir con la cabeza.

Otter me sonríe y se planta frente a mí. Me frota los brazos a mis costados.

—Un día de estos voy a averiguar cómo diablos el Chico ha llegado a ser tan inteligente —me dice con voz risueña—. No se pierde una.

—Cuando lo averigües, házmelo saber —digo débilmente, reencontrando por fin la voz.

Mi cerebro es lento, pero ha girado y finalmente empieza a arrancar. Puedo respirar hondo, pero el reinicio me ha dejado incapaz de procesar nada.

—No creo que lo sepamos nunca —responde Otter, besándome en la frente—. Pero supongo que tampoco pasa nada. Será una de esas personas que dicen algo y al instante tienen un millón de seguidores. —Se ríe de nuevo—. Sé que yo ya soy una de ellas.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Qué? ¿Cómo el Evangelio según el Chico? ¿Podrá decirte cualquier cosa que no sabías que estabas pensando?

Otter arquea una ceja.

—¿No has pensado nunca en eso? —me reprende—. ¿En nada de eso?

Le miro con el ceño fruncido.

—Basta. Ya sabes a qué me refiero. ¿Cómo diablos ha captado algo de esto? ¡Hemos tenido cuidado, joder! —Entrecierro los ojos mientras le miro con recelo—. ¿Le has dicho tú algo?

—Oh, vamos —se burla—. ¿De verdad crees que haría una cosa así?

—No —respondo de mala gana—. Pero no puede ser tan evidente, ¿verdad? Es jodidamente perceptivo o algo así.

Otter suelta un bufido.

—¿Realmente importa si es evidente o no? —me pregunta—. El Chico se sentía muy a gusto con eso. De hecho, está contentísimo. ¿A quién le importa cómo lo haya descubierto?

Me aparto un paso de Otter y hundo las manos en los bolsillos.

—A mí me importa —le digo enojado—. Si un niño de nueve años puede darse cuenta, ¿qué haremos con todos los demás?

La dicha blanca, la sensación de borrón y cuenta nueva, ha desaparecido. En su lugar el océano ha llenado los recovecos del lecho marino, el viento sopla con furia a mi alrededor y me siento como si estuviera al borde de algo y no pudiera retroceder ni un paso. No logro entender cómo he pasado de sentirme vacío a esto en tan poco tiempo, pero lo he hecho, y no puedo ahuyentarlo.

—Tu hermano —espeto a Otter—, mi mejor amigo, llega mañana a casa. ¿Qué coño vamos a hacer al respecto?

Recuerdo vagamente haber hablado con Creed por teléfono hace solo un ratito (¿o ha pasado más tiempo que eso? ¿Días? ¿Meses? ¿Años?) y haber estado a punto de contárselo todo.

—Lo que decidamos hacer —responde Otter, mostrándose molesto—. Si no quieres decirle nada, está bien. Pero es mi hermano, y es tu mejor amigo, y considero que esto le otorga cierto derecho a saberlo. ¿Qué crees que ocurriría si se enterara? ¿Que no volvería a hablarte nunca?

Sacudo la cabeza con indignación.

—No sé qué ocurriría, ni quiero averiguarlo. Tú me has dicho —le señalo con un dedo— que me darás algún tiempo para resolverlo. Sabes que no sé qué diablos estoy haciendo. Sabes que esto es lo más espeluznante que he hecho nunca.

Se le ablanda el rostro, cierra la distancia que nos separa y me coge la mano. Quiero soltarla, pero su zarpa me tiene bien sujeto y sería inútil. Miro al suelo con irritación, queriendo regresar al estado de vacuidad. Relampaguea y truena, y me pregunto qué pasaría si se produjera un terremoto a la orilla de este océano. Me pregunto si bastaría con la conmoción para tragarme entero. Pienso de forma incoherente en olas gigantescas.

—Lo sé —dice Otter amablemente—. Siento mucho que te parezca que quiero obligarte a hacer algo, porque es lo último que querría. Haremos esto a tu manera. Te lo prometo.

—Lo siento —susurro.

Entonces me abraza, y me recuesto cómodamente en mi sitio sobre su hombro. Es grande, mucho más corpulento que yo, y espero que eso baste para resguardarme de lo que pueda venir. Me acaricia la espalda, y las aguas se retiran hasta perderse de vista. Aún puedo oír la sutil cacofonía de las olas, pero suena atenuada por el refugio que se ha levantado alrededor de mí.

—Lo sé, papá Bear —dice Otter desde algún lugar sobre mí, sus palabras amortiguadas por mi pelo—. Pero a veces tienes que confiar en mí, ¿vale? Ya sé que cuesta creerlo, pero de vez en cuando sé de qué estoy hablando.

—Confío en ti —suspiro—. Es conmigo mismo que tengo dificultades.

Se separa, toma mi cara entre sus manos y me besa con dulzura. Exhibe su sonrisa torcida, y sus ojos vuelven a mostrar todo aquello que siente por mí, todas las emociones manifiestas en su rostro. Las aguas se acercan un poco, pero no tanto como antes. Me acaricia la mejilla y se ríe entre dientes.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunto.

—Bueno, aparte de que Ty sepa lo nuestro, hemos descubierto otra cosa interesante.

—¿Cuál? —pregunto, perplejo.

Arquea una ceja.

—Que me quieres.

Me quedo boquiabierto.

—¡Desde luego que no!

Le doy un puñetazo en el hombro con todas mis fuerzas. Él estalla en risotadas y trata de alejarse, pero salto sobre su espalda y le echo los brazos al cuello. Se dirige dando traspiés hacia la salita. Le aprieto los costados con las rodillas y le golpeo el pecho con ambas manos. Otter se ríe a carcajada limpia, y sé que no le estoy haciendo más daño que una mosca cojonera cuando consigue mover un brazo hacia atrás, me despega de su espalda y me lanza por encima del hombro al sofá. Caigo de lado, él se me abalanza, con su sonrisa y el centelleo verde dorado, se inclina hacia delante y me susurra al oído: «Desde luego que yo tampoco te quiero, papá Bear». Entonces su boca se pega a la mía y, por un momento, aquella sensación de dicha ha vuelto, pero esta vez va acompañada de algo más, algo que se parece curiosamente al sol.

—Antes de ir allí, tenemos que hablar de un par de cosas —anuncio al Chico, tratando de ocultar el nerviosismo que siento—. Para que estemos de acuerdo.

Ty baja el cristal de la ventanilla del coche y saca una mano, para dejar que la brisa juegue entre sus dedos. Su pelo, recién cortado, se agita sobre su cabeza, y me mira con cierta expectación.

—¿Se refiere a ti y Otter? —pregunta sin rodeos.

Asiento con la cabeza.

—Solo quiero asegurarme de que sabes de qué hablamos anoche. De que… —aferro el volante con fuerza—. De que Otter es…, es…

—¿Tu novio?

Suspiro. Esto ya no marcha bien, pero es culpa mía.

—¿Cómo lo supiste? —le pregunto con curiosidad, mirando fijamente hacia delante.

Noto que se encoge de hombros.

—Yo… no lo sé. Supongo que lo capté después de que tú y Anna rompierais, y que él estuviera con nosotros con mucha más frecuencia. No erais muy amigos antes de que pasara eso.

—¿Y ya está? —pregunto, incrédulo.

Niega con la cabeza.

—No, no fue solo eso. Sabía que Otter era gay, y sabía que te quería por la forma en que te miraba. Es la misma forma en que te miraba Anna. —Me encojo, maldiciendo a Dios por haber dado al Chico la facultad de observar más que todos los demás juntos—. Y hace unos días vi que tú mirabas a Otter de la misma manera —añade, volviendo a meter el brazo dentro del coche. Cruza los brazos sobre el pecho y me mira acusadoramente—. ¿Por qué no dices a Otter que le quieres? —pregunta el Chico—. ¿Tanto cuesta decir lo que sientes?

—No es tan fácil como tú insinúas —respondo apretando los dientes.

Pone los ojos en blanco.

—Bueno, seguro que no es tan difícil como tú insinúas —replica—. Yo creo que si encuentras a alguien que te quiere tanto como él, harías cualquier cosa para asegurarte de que sabe que tú sientes lo mismo. Por lo menos, así es como yo querría que fuera.

—¡No todo es blanco o negro, Ty! —exclamo, dejándome dominar por la exasperación. Quiero creer que todo esto es tan sencillo como él dice. Pero, por más listo y sabio que sea, tengo que recordarme que no es más que un niño. Un niño muy maduro, pero no deja de ser el Chico—. ¡Las cosas no pueden ser siempre de una forma determinada solo porque tú lo quieras!

—¿Por qué no? ¿Por qué a la gente le importa tanto a quién quieres? No haces daño a nadie, ¿verdad?

—Que yo sepa, no —contesto, tratando de alejar de mi mente los pensamientos en Anna.

—¿Y no haces nada malo?

—No, Ty.

Agita las manos en el aire.

—Entonces ¿a quién le importa? No entenderé nunca por qué la gente no deja que los demás sean como son. De todos modos no les afecta para nada. —Se vuelve y me mira con el ceño fruncido—. Y hasta que te des cuenta de eso —añade en voz baja—, ¿cómo puedes ser justo con Otter?

—No solo se trata de ser justo con Otter —respondo, sin lograr contener mi ira—. Si solo fuera eso, las cosas serían mucho más sencillas de como son. Tengo muchas otras cosas de que preocuparme, Chico. —Delante, el tráfico se detiene, y lanzo una mirada a Ty—. Nunca he pensado en nada parecido, y mucho menos imaginarme a mí mismo haciéndolo. Esto lo cambia todo para mí, y me llevará mucho tiempo asimilarlo. Encima, tengo que pensar en todo lo demás que sucedía antes. Que Otter esté aquí y esté pasando esto no significa que mi vida tenga que detenerse del todo para poder concentrarme en él. Aún tengo responsabilidades. Mi empleo, nuestra casa. Tú. No puedo dejar que sea lo único a lo que dirijo todos mis esfuerzos.

Ty me hace una mueca.

—Ni se te ocurra meterme a mí en esto. Estoy bien, muchas gracias. —Vuelve a mirar a través de la ventanilla—. Mejor de como he estado en mucho tiempo —murmura—. Papá Bear, tú también tienes que hacer tu vida. Si no puedes hacerlo ahora, ¿entonces cuándo?

Es el mismo viejo argumento que he oído mil veces antes de como mil personas distintas. «¿Cuándo harás algo por ti, Bear? —dicen—. ¿Cuándo vas a ponerte delante de todos los demás?». Pero no se lo he oído decir nunca antes al Chico, y no encaja. Siempre he contado con Ty para que me dijera la verdad me gustara o no. Y eso aún termina de complicar las cosas. Quiero decirle que se calle la jodida boca y se ocupe de sus malditos asuntos. Quiero decirle que todo lo que hago y todo lo que he hecho ha sido por él. Que he pasado los últimos tres años cerciorándome de que sepa que al final del día, aunque todos los demás le hayan rechazado, aún me tiene a mí. Oírle… volverse así contra mí equivale a una traición como no he conocido nunca.

«Quizás estás tan disgustado porque él es el único que te dice la verdad —susurra la voz—. Siempre has podido confiar en que dijera las cosas que nadie más se atrevería a mencionarte. Y es por eso que duele tanto, ¿no? Te quema y te levanta ampollas porque si él lo dice, si él canta la vieja canción de siempre, entonces todos los demás tendrán razón. Y es por eso que estás tan furioso, Bear. Es por eso que quieres… ¿qué expresión tan elocuente has empleado? Ah, sí: que se calle la jodida boca. Quieres que se calle la jodida boca porque si él lo dice, sabes en ese lugar secreto que es cierto. Pero la pregunta que debes plantearte, la verdadera pregunta que nadie parece plantear, es por qué uno y todos demuestran tanto interés por empujarte hacia Otter. ¿Por qué están todos tan deseosos de verte feliz? ¿Qué has hecho tú para merecer esto?».

«¡Lo he hecho todo! —contesto—. ¡He hecho todo lo que he podido!».

Sus risas resuenan dentro de mi cabeza. «Entonces… ¿cuál es el problema?».

—¿Bear? —pregunta Ty—. ¿Estás bien?

Tuerzo el gesto cuando la voz vuelve a reírse dentro de mi cabeza.

—Estoy bien —gruño—. ¿Podemos olvidarnos de esto un segundo y volver a lo que estaba tratando de decirte?

Exhala ruidosamente.

—De acuerdo. Pero solo si prometes que por lo menos pensarás en lo que acabo de decir.

—Ya veremos, Ty. Pero, de momento, necesito que me prometas que te guardarás lo que sabes para ti. No hay ninguna necesidad de ir por ahí hablando de eso, ¿vale?

—Te refieres a Creed, ¿verdad? —dice con una voz casi inaudible.

Asiento con la cabeza.

—Sí. Es exactamente a quien me refiero. Llegaremos allí en un par de minutos y necesito que me prometas que me dejarás resolver esto a mi manera. Tendrás que mantener la boca cerrada sobre esto por ahora.

—¿Por qué no se lo dices? —pregunta el Chico—. Si de verdad es tu amigo no…

—¡Ty! —casi grito.

Es lo más que me he acercado a gritarle en muchísimo tiempo, y no me pasa por alto cómo se encoge. Me siento mal, pero no puedo evitarlo. La tormenta se acerca, las olas rompen, estamos entrando en su jodida calle y necesito obtener esa convalidación.

Necesito saber que esto puede mantenerse en secreto hasta que resuelva qué hacer. Pienso en la víspera y me veo a mí mismo queriendo contárselo todo a Creed cuando hablé con él. No reconozco a esa persona. Esa persona está loca, esa persona está enferma, esa persona se equivoca. No puede suceder ahora, y si no consigo obtener esa promesa de Ty pasaré de largo por su casa, regresaré a la mía, cerraré la puerta, me acurrucaré debajo de las sábanas y esperaré hasta que todo en este maldito mundo empiece a adquirir un mínimo de sentido.

—Siempre me has pedido que dijera la verdad, en todas las circunstancias —dice el Chico, y me arrepiento en el acto de mi inoportuno consejo—. Así pues, si quieres que haga esto por ti, tienes que prometerme una cosa.

—¡Lo que quieras! —respondo, presa del pánico cuando la casa aparece a la vista.

Ty respira hondo antes de decir:

—Tienes que prometer que no dejarás que Otter se vaya. Tienes que prometer que no le ahuyentarás. Tengo miedo de lo que te ocurra si lo haces.

—Prometo que puedo intentarlo —declaro dócilmente.

—Entonces yo también prometo intentarlo —dice él, haciéndome caer en la trampa.

Estoy a punto de pasar de largo.

—¡Ya era hora de que llegarais! —grita Creed cuando el Chico y yo franqueamos la puerta—. Estaba a punto de salir a buscaros.

Me abraza con fuerza, y veo a Ty por encima de su hombro, pero evita mi mirada. Sé que está enfadado conmigo, pero eso es lo único que se me ha ocurrido hacer.

—Lo siento —digo, forzando una sonrisa cuando me suelta—. No sabía que tenía que aparecer cuando tú querías.

Suelta un bufido.

—Tú haces lo que yo digo y cuando lo digo, Bear. Eso ya lo sabes. —Se dirige al Chico—. ¿Y cómo está mi hombrecito favorito en todo el mundo? —Lo levanta y se lo acomoda sobre la cadera—. ¿Por qué estás tan callado? —le pregunta con recelo—. ¿Acaso papá Bear te pega? ¿Tengo que darle unos azotes?

Esto hace que el Chico se ría tontamente, y siento que me relajo. Ty le echa un brazo al cuello y le besa en la mejilla.

—Eh, tío Creed —dice.

—Eh, tú —responde Creed—. Eso está mejor. Creía que íbamos a tener algún problema.

Lleva al Chico hacia la cocina, y le oigo preguntarle a Ty por la noche que pasó fuera de casa, y Ty inmediatamente se lo cuenta con todo detalle, y no tengo más remedio que seguirles. Paso junto a las fotografías, y sé que todos me están señalando y riéndose de mí. «Ja, ja. ¡Qué risa nos das!», dicen. Acelero el paso.

Otter está en la cocina, coge al Chico de los brazos de Creed y le hace girar en círculos. Ty emite sus falsas protestas de costumbre. Otter lo levanta, la cabeza de Ty llega a la altura de la suya y veo su boca moviéndose mientras susurra algo, en voz tan baja que ni Creed ni yo podemos oír lo que dice. El Chico se aparta, con una expresión seria en su cara que refleja la que ha aparecido en el rostro de Otter. Este asiente con la cabeza, Ty se escabulle de sus brazos y da la mano a Creed.

—¿Puedo enseñarte algo que he encontrado en internet en la escuela, tío Creed? —dice, estirando a Creed hacia la escalera.

Creed me sonríe y, cuando doblan la esquina, le oigo decir:

—Si me enseñas un sitio porno, el lunes me quejaré al consejo escolar.

Les sigo con la mirada hasta perderles de vista. Sé qué está haciendo el Chico, y le maldigo en silencio dentro de mi cabeza. Una parte de mí quiere saber qué le ha dicho a Otter, pero la otra parte quiere seguirles y no darle más vueltas. Antes de que pueda moverme, Otter se planta a mi lado. Extiende el brazo con vacilación y me toca los dedos. Suspiro, entrelazo mi meñique con el suyo y sonríe.

—Eh —dice.

—Eh, tú —respondo.

—¿Estás bien? —pregunta con voz preocupada.

—¿Qué te ha dicho el Chico?

—No has contestado mi pregunta.

Pongo los ojos en blanco.

—Tú no has contestado la mía.

Me coge la mano y la aprieta suavemente.

—Yo he preguntado primero —insiste, sonriendo.

Pero la sonrisa no le llega a los ojos.

—Estoy bien —digo, soltándole la mano y frotándome los brazos.

Otter arquea una ceja.

—Pareces asustado, Bear.

Le fulmino con la mirada.

—Ahora mismo están pasando muchas cosas, Otter. No sé si es muy buena idea que estemos aquí.

Suelta un bufido.

—Entonces… ¿qué? ¿Piensas no hacer caso a Creed durante el resto de tu vida? —Se me acerca un paso más y, comoquiera que tengo la espalda contra la pared, no puedo moverme—. ¿Piensas no hacerme caso durante el resto de tu vida?

Levanto las manos para apartarle y aterrizan sobre su pecho, grande, fuerte y musculoso. Él levanta sus manos para cubrir las mías, y lo único que quiero hacer es dejar que me proteja. Quiero acurrucarme contra él, permitirle que entre en mi cabeza y haga desaparecer todo lo malo. Es muy curioso. Puedo sentir toda la duda, la rabia y la inquietud que quiera, pero tan pronto como estoy en su presencia, tan pronto como puedo tocarle, verle, oírle, olerle y probarle, todo eso se aleja. No por completo, pero sí lo bastante lejos. No sé qué dice eso de él. No sé qué dice de mí. Me mira, aguardando una respuesta.

Me encojo de hombros.

—No lo sé, Otter —susurro—. Esto será más difícil de lo que creía.

Su frente se arruga levemente.

—¿Qué? ¿Lo de Creed?

Asiento con la cabeza.

Me levanta las manos y las besa suavemente.

—No tienes más que decirlo y me preocuparé por Creed —me dice—. Hasta entonces, seré bueno. —Sonríe—. Pero me lo deberás —añade, besándome las manos de nuevo—. El hecho de que Creed esté aquí no significa que tengamos que pasar hambre durante los dos próximos meses. Si es necesario, le dejaré sin sentido y lo meteré dentro del maletero hasta que lo haya hecho contigo ocho o nueve veces.

Por fin me agarra, y me echo a reír. Me sonríe y se inclina para besarme en los labios. Cierro los ojos con impaciencia y tengo la oportunidad de pensar: Quizá saldrá bien, y entonces oigo a Creed y al Chico bajando ruidosamente la escalera. Siseo y me apresuro a situarme al otro lado de la cocina, escondiendo mi creciente erección detrás de la encimera isla. Otter me sonríe satisfecho y sacude la cabeza, y puedo ver aquella sombra pasando otra vez sobre su cara, breve pero presente. Sé que de algún modo la provoco yo, pero no sé qué hacer. Abro la boca para decir algo, cualquier cosa, para hacer que la situación sea un poquito mejor, pero entonces entra Creed con el Chico sobre su espalda. Lo deja sobre la encimera y me mira.

—¿Y bien? —pregunta, repentinamente serio.

—¿Y bien qué? —respondo, tratando de encogerme de hombros con indiferencia.

Pero el gesto más bien parece un ataque y me golpeo la oreja.

—¿Por qué no me lo dijiste? —gruñe Creed, con ojos chispeantes.

El océano sube, la tormenta estalla y el ruido blanco en el fondo de mi cabeza se precipita. Miro a Ty, que tiene los ojos abiertos como platos. Niega con la cabeza a la espalda de Creed, tratando de hacerme saber que no le ha dicho ni una palabra mientras estaban arriba. Otter mira embobado a Creed, con la boca abierta.

—¿Decirte qué? —articulo con voz temblorosa.

Creed viene a situarse frente a mí, con su cara a escasos centímetros de la mía. Coloca los brazos en jarras, ladea la cabeza a la izquierda y entrecierra los ojos. Sé que lo ha descubierto, y sé que está tratando de entender cómo demonios he acabado follando con su hermano. Lo sabe, y está a punto de flipar y de patearme el culo, y Otter dejará que lo haga porque me lo tendré merecido. Intento encontrar todas las negativas posibles, pero no se me ocurre nada. El pánico desatado no es nunca un buen sitio en el que encontrarse cuando se trata de improvisar mentiras.

—¡Lo de ti y Anna! —me dice—. ¡He tenido que enterarme por ella!

—¿Yo y… quién? ¿Yo y Anna? —digo, aún tratando de dar con una mentira.

Una mitad de mi cerebro todavía no ha contactado con la otra, y no entiendo lo que está diciendo.

—¡Habéis roto! —exclama Creed, dándome un puñetazo en el hombro—. ¿Cómo diablos no has podido decírmelo? ¡Sabía que te pasaba algo cuando hablé contigo anoche!

—Ah, sí —digo, creyendo en Dios al cien por cien—. Sí, hemos roto.

—Le he llamado esta mañana cuando he llegado —explica, pasando por mi lado para abrir el frigorífico. Saca unas cervezas («¡Creía que ya no querías beber!», pienso), me pasa una a mí y otra a Otter y abre la suya—. Me ha dicho que rompisteis el pasado fin de semana —continúa, apoyándose en la encimera—. Pero no ha dicho exactamente por qué. Se ha mostrado muy rara al respecto.

Asiento y vacío tres cuartas partes de la cerveza de un solo trago.

—¿Y bien? —me espeta.

—¿Y bien qué? —digo, con líquido goteándome por la barbilla.

—¡Bear! ¿Qué coño pasó?

—Oh. Ah, bueno, se acabó.

Pone los ojos en blanco y me da una colleja.

—¿Estás rendido esta noche o qué? —Me mira con el ceño fruncido—. Ya sé que se acabó, Bear, gracias por recordar ese hecho. Quiero saber por qué.

Miro de soslayo a Otter y Ty en busca de ayuda, pero rehúyen mis ojos. Suspiro y devuelvo la mirada a Creed. Tomo otro trago.

—Esto… no funcionaba —aventuro.

Me observa detenidamente.

—Bear, tendrás que hacerlo mejor que eso. ¡Me marcho durante dos semanas y cuando vuelvo todo está patas arriba! —Levanta una mano y empieza a contar con los dedos—. Tú y Anna habéis roto. El Chico pasa la noche en las casas de sus amigos. Otter ha hecho un giro completo de ciento ochenta grados por algo. Juro por Dios que parece que todo el jodido mundo se haya vuelto del revés, ¡y no sé qué diablos está pasando!

Vuelvo a encogerme de hombros.

—Es que ya no era como antes —le digo pausadamente—. Ella y yo no… nos llevábamos muy bien. En cuanto al Chico, supongo que está probando algo distinto. Y Otter…, Otter debe de… ¿estar de buenas?

Estas últimas palabras me salen como un chillido, y veo que Otter se tapa la boca y trata de contener la risa. Me recuerdo que le mate más tarde.

Creed toma otro trago, se inclina y murmura (aunque lo bastante alto para que todos lo oigamos):

—Creo que Otter ha vuelto con Josh o Jason. Pero no quiere decírmelo, el muy maricón.

—Se llama Jonah —digo con voz serena, sin quererlo.

Creed parece sorprendido.

—Bueno, pues Jonah. —Lanza un trapo de cocina a la cabeza de Otter y añade—: Pero no quiere decirme ni una jodida palabra sobre eso. Parece que tú sabes más al respecto. Recuérdame que te lo pregunte más tarde.

—Te he dicho que no he vuelto con Jonah —replica Otter.

Lanza a su vez el trapo a Creed, que lo esquiva y deja que caiga sobre la encimera.

—Bueno, es evidente que está sacando algo de algún sitio —dice Creed—. Has estado prácticamente brincando por la casa desde que he llegado. Me estremezco al pensar qué clase de orgías de maricas han tenido lugar aquí desde que me marché. —Se vuelve hacia mí y me mira con curiosidad—. ¿Has visto algún hombre en chaparreras con el culo al aire en mi ausencia? —me pregunta.

—No —contesto—. Nada de chaparreras.

—Está bien. No me gustaría interrumpir…

—No deberías hablar así —interviene el Chico con frialdad—. No está nada bien decir esa clase de cosas, tío Creed.

Creed abre los ojos como platos, al igual que Otter y yo. Solo puedo hablar por mí, pero creo que todos estaríamos de acuerdo en que no hemos oído nunca al Chico expresarse de esa forma. Tiene los ojos entrecerrados y los brazos cruzados, al mismo tiempo que fulmina a Creed con la mirada.

—Esto… ¿decir qué, Chico? —le pregunta Creed.

—No digas marica —le gruñe Ty—. Es una palabra muy fea para decírsela a nadie. A ti no te gustaría que yo te llamara eso, así que no me gusta cuando se lo dices a Otter.

Creed mira al Chico con extrañeza, después a mí, a Otter y nuevamente al Chico. Asiente despacio.

—Tienes toda la razón, Tyson —admite en voz baja—. Solo bromeaba, pero prometo que no volveré a decirlo delante de ti.

—No lo digas delante de nadie —le advierte Ty.

Creed levanta las manos en un gesto de rendición.

—Vale, vale: no volveré a decirlo delante de nadie. Caray, Chico. Tienes una mirada que asustaría al más pintado.

El Chico sigue mirando mal a Creed, y le hago una seña a Otter para que se lo lleve antes de que se abalance contra Creed y lo saque de aquí. Otter asiente, levanta al Chico de la encimera y lo coge en brazos. Ty recuesta la cabeza sobre su hombro, y Otter le besa en la cabeza y le susurra algo al oído. Desde mi posición puedo distinguir su sonrisa. Salen de la cocina, y no es hasta que escuchamos el sonido de la tele (la CNN otra vez) que Creed se vuelve hacia mí, con la cara pálida y los ojos desorbitados.

—Muy bien —dice con voz temblorosa—. ¿A qué ha venido eso? ¿Cómo diablos sabe lo de Otter?

—No estabas siendo muy sutil que digamos —observo.

Creed agita las manos en el aire.

—¿Así que mi falta de divulgación hace que un niño de tercer curso pueda averiguar las tendencias sexuales de mi hermano? ¿Y cómo diablos se ha vuelto eso contra mí? Debería echarte una bronca a ti en lugar de dejarme avasallar.

—No es un chico normal —digo, recordándomelo por enésima vez.

Creed toma otro trago de su cerveza y la deja.

—Eso ya lo sé —me dice—. Y no podemos culpar a nadie de ello salvo a nosotros mismos. —Sacude la cabeza—. Pero esto no contesta la pregunta, Bear. Vamos, desembucha.

Me encojo de hombros.

—Nos preguntó a Anna y a mí la semana pasada si Otter era gay. No vi ninguna necesidad de mentirle al respecto. —Lo sé, lo sé. No es exactamente eso lo que ocurrió. Si Anna no hubiera estado allí, probablemente aún estaría sentado en el sofá con la boca abierta mientras él repetía la pregunta. Da igual—. Ha demostrado una y otra vez que es más capaz de manejar cosas que a la mayoría nos harían salir corriendo —explico a Creed—. ¿De qué sirve no hacerle caso si de todos modos terminará por averiguarlo un día?

«Cuidado, Bear —susurra la voz—. Casi has llegado a esa etapa hipócrita crítica. Pero por lo menos has superado la ira y el rechazo, ¿no? ¡Oh, los pasos son divertidísimos! ¡Creo que la aceptación está a la vuelta de la esquina! ¡Orgullo gay, ahí vamos! ¡Llueven hombres en el YMCA! ¡ALELUYA!».

Aparto los ojos de Creed.

—¿De modo que el Chico lo sabe? —dice Creed con asombro—. Bueno, eso cambia mucho las cosas. Ahora sí deberé llevar cuidado con lo que diga. ¿Tú no crees…?

Se interrumpe y se queda mirando la botella, que se pasa de una mano a otra.

—¿Qué creo? —pregunto con curiosidad.

Vacila antes de decir:

—Tú no crees que Otter… se ofenda por lo que digo, ¿verdad? —Empieza a hablar más deprisa—. Es decir, me trae sin cuidado con quién se acueste. No me importa que sea ma…, gay. Me importa un rábano que sea gay. ¿Por qué debería importarme? —Esboza una sonrisa—. Es mi hermano. Uno no rechaza a alguien como él solo porque le gusten las pollas en vez de lo que es bueno.

Suelto una risita.

—No hay duda de que no has perdido el rumbo con las palabras.

—¡Bear, hablo en serio! —exclama—. ¿Cree realmente Otter que soy un homófobo que va por ahí zurrando gais? ¡Creía que él sabía que siempre bromeo!

Pongo los ojos en blanco.

—No lo cree para nada, imbécil. Otter te habría molido a palos hace años si hubiera creído eso. —Sonrío y tomo otro trago de mi cerveza—. Hasta considera que deberíamos hablarte de…

Me quedo helado, y las palabras expiran en mi garganta. La lengua se me pega al paladar y se me remueve el estómago. De nuevo, mis labios han olvidado decirle al cerebro que no debía moverse sin previa autorización. «¡Oh, Dios mío! —grito mentalmente—. ¡Alerta roja! ¡Alerta roja! ¡Atranca las escotillas y CIERRA LA JODIDA BOCA!». Sujeto la botella de cerveza con tanta fuerza que temo que se haga añicos en mis manos. Creo que debería buscar una distracción, porque Creed me mira intrigado, esperando que acabe.

—¿Hablarme de qué? —pregunta.

«¡DE NOSOTROS! —grita la voz—. ¡CONSIDERA QUE DEBERÍAMOS HABLARTE DE NOSOTROS! ¡CREED! ¿ME OYES? ¡BEAR SE ESTÁ FOLLANDO A TU HERMANO! ¡MALDITO ESTÚPIDO, SE ESTÁ FOLLANDO A TU HERMANO!».

—¿Bear?

Trato de sonreírle, pero sé que es una mueca extendida por mi cara. Una vez más, un momento de pánico cegador se ha introducido en mi interior y no se me ocurre ni una sola palabra que decir. La vocecita dentro de mi cabeza no deja de gritar, de pedir, de amenazar, de suplicarme que diga la verdad. Me domina durante una fracción de segundo, y mi boca se abre para hacerlo cuando la cierro de golpe, recuperando un breve dominio sobre mí mismo. «¡Podría terminar todo! —aúlla indignada—. ¡Podría acabar todo si tuvieras un par de huevos! ¿Qué temes que ocurriría si está aquí, prácticamente arrodillado de preocupación por lo que piense Otter? ¡Este no es un hombre que pueda odiarte! Bueno, se quedará estupefacto —admite—, ¡pero lo superará! Solo tienes que decir lo que hay dentro de ese lugar secreto que mantienes cerrado bajo llave. Por favor, Bear. ¡No sigas ocultándolo!». Abro la boca de nuevo, sin saber qué saldrá, y me siento salvado (¿maldito?, ¿frustrado?) cuando Otter entra en la cocina.

Creed no deja escapar la ocasión.

—¿Así que habéis estado ocultándome secretos? —regaña a su hermano.

Otter parece asustado.

—¿Cómo? ¿Qué clase de secretos?

Me mira, y quiero agitar los brazos con frenesí, pero no puedo moverme. No puedo respirar.

Creed me dirige una mirada triunfal antes de volverse hacia Otter.

—Bear ha dicho que habéis decidido contarme algo. Me sentía fatal por haberte llamado mari…, esto, gay, lo siento, y Bear ha dicho que queríais hablarme de algo.

—¿De veras? —dice Otter, incapaz de ocultar la sorpresa en su voz.

Me mira de nuevo, y trato de mostrarle mi interior, para que vea la tormenta que se está fraguando a la orilla del océano. Intento hablar, gritar, hacer cualquier ruido para expresar mi disconformidad, pero estoy paralizado y no puedo moverme por nada del mundo. «Acaba con esto —susurra la voz mientras trato de acallarla—. Acaba con esto antes de que sea demasiado tarde». Y entonces desaparece, silenciada y encerrada en mis entrañas.

—Bear —me dice Otter—. ¿Estás seguro?

Dos palabras: «Estás… seguro». Dos palabras que ya he oído juntas en el pasado (y que yo mismo he empleado) pero nunca antes me habían parecido tan amenazadoras, tan cargadas de cambio. Mientras mis ojos viajan entre Otter y Creed, lo único en que puedo pensar es en cuánto quisiera que fuera otoño, que Creed hubiera vuelto a Arizona y no hubiéramos mantenido nunca esta conversación. Deseo que Creed hubiera decidido quedarse un día más en Portland. Deseo… ¡Dios mío!, deseo muchas cosas. Pero ¿queréis saber qué deseo de verdad? Deseo poder mirar a mi mejor amigo y a mi… novio… y decirles a ambos lo que quieren oír. El escondrijo secreto de mi interior cruje, las cadenas que lo sujetan tiemblan, la herrumbre se desconcha y por un momento —un momento brillante y vertiginoso— creo que estallará y sus astillas saldrán despedidas y rebotarán a través de mí. Pero las cadenas son firmes y el escondrijo secreto está fortificado. Cruje, sí, y también tiembla, pero he sido un constructor diligente y resiste.

Resiste.

—He dicho que hemos decidido hablarle de cómo descubrió Ty que eres gay —declaro con mucha labia, detestando la destreza de mi lengua y haciendo caso omiso del fulgor de enojo que vislumbro en los ojos de Otter. Me vuelvo hacia Creed—. En cierta ocasión Ty os oyó a ti y a Otter hablando de que él se estaba peleando con su… novio. —«Oh, Bear», susurra la voz—. Dijo que no pretendía escuchar a escondidas ni nada, pero ¿qué vas a hacerle? —Me encojo de hombros—. Los niños no dejan de ser niños.

La mirada de Creed viaja entre Otter y yo con recelo. Me dispongo a seguir escupiendo medias verdades cuando se echa a reír.

—De modo que fui yo —dice Creed, apurando su cerveza—. Bueno, mierda, Bear: lo siento. No pretendía tener que darle la idea al Chico de ese modo. —Vuelve a mirar a Otter—. Quizá tenga razón —añade—. Quizá deba tener cuidado con lo que digo.

—No pasa nada —respondo.

Echo una rápida mirada a Otter y veo la decepción jugando sobre su rostro, escondiéndose, mofándose de mí. Le ruego en silencio que me mire, que entienda de dónde vengo, que se acuerde de que me ha prometido hace un momento dejarme llevar esto a mi ritmo. Suspira, encorva los hombros y por fin me mira, y aunque existe esa promesa entre los dos, no hace nada por mitigar el dolor que veo en sus ojos. Quiero cruzar corriendo la estancia, estrecharle entre mis brazos y susurrar disculpas, pronunciar ese viejo tópico de «no es culpa tuya, sino mía», pero no serviría de nada. Por lo visto no soy así. Se dirige al frigorífico, coge una botella de agua y pasa por mi lado, y por un momento el tiempo discurre más despacio. Es uno de esos momentos en los que tienes la sensación de que sois las dos únicas personas que quedan en el mundo. Todo parece marcharse de puntillas, el lugar que te rodea se disuelve en la nada, y es una boqueada a tiempo que debería hacerte sentir más conectado con alguien de lo que has estado nunca con nadie. Ahora imaginaos vivir uno de esos momentos en los que el tiempo se detiene, esa persona pasa por vuestro lado y vuestros ojos se encuentran, pero no es el lento palpitar de vuestro corazón lo que hace que se os corte la respiración sino la sombra que habéis visto pasar por la cara de esa persona unas cuantas veces, una sombra que sabéis que habéis provocado vosotros y que podríais subsanar si tuvierais agallas. Si…

—Espera —exhalo, tendiendo una mano y sujetándole por el brazo.

«Creed, hay algo que he estado queriendo decirte. Verás, han pasado muchas cosas desde que te fuiste. De hecho, han pasado muchas cosas durante años. Yo soy el causante de que Otter se marchara. Tanto si está de acuerdo conmigo como si no, yo provoqué su marcha y su ausencia. Algo sucedió entre tu hermano y yo, Creed, y ocurrió justo después de que se fuera mi madre. Estaba triste y asustado, y él vino a mi casa la noche antes de irse, e hice algo que no debería haber hecho. Le besé. Besé a tu hermano. Pero no fue eso lo que hice mal. Lo que estuvo mal fue que dejé que me afectara tanto que se marchó. Habría podido detenerle. Habría podido detener los últimos tres años si de verdad hubiera querido. Y no me interpretes mal; una parte de mí quería detenerle. Pero todo lo demás se desmoronaba a mi alrededor y no sabía qué otra cosa hacer. Sé que no puedo seguir utilizando esto como excusa, por más que lo intente.

»Pero pasó algo extraño, Creed. Otter regresó. Otter regresó y algo en mí se movió, algo en mi interior se liberó. Por primera vez en mucho tiempo me vi a mí mismo a través de los ojos de otro. Estaba cegado porque era como mirar al sol. No había tenido nunca a nadie que me mirara de esa forma. Algo en mí cambió, y desde entonces he estado luchando con ello. Es una batalla penosa todos los días, no veo el final y eso me aterra. Pero si quieres saber la verdad, quiero que la sepas. Le quiero. Quiero a Otter. Creo que lo he hecho siempre, y creo que siempre lo haré. Ya sé que parece extraño en mi caso. Soy la última persona de la que esperarías oír algo así. Pero ya no quiero guardármelo. Estoy cansado de combatirlo, y Otter me dijo que la lucha por mí es todo cuanto ha conocido nunca, y yo ya no podía hacerle eso. No cuando por fin regresó conmigo. No cuando podría hacer que esto fuera más fácil para los dos. Estoy enamorado de tu hermano, Creed, y todo irá bien. No cambiará nada entre tú y yo debido a esto. Sigues siendo mi mejor amigo, sigues siendo mi hermano. ¿Lo entiendes? Por favor, dime que sí».

—¿Qué, Bear? —me pregunta Otter en voz baja, esperando.

Creed nos observa con curiosidad. Las palabras pueden salir, sé que pueden. Sé que pueden.

—Nada —murmuro, soltándole el brazo.

Otter me mira durante un momento más, con los ojos impregnados de tristeza. Luego se encoge levemente de hombros y sale de la cocina. Le sigo con la mirada y me parece una eternidad.

—¿Así que el Chico lo sabe? —dice Creed, completamente ajeno a la caída del mundo—. Como he dicho antes, lo siento, tío. No sé en qué estaba pensando.

—Yo también lo siento —susurro.