3
En que Bear revisa el pasado

Muy bien, ¡tiempo muerto! En serio. Esto se está yendo de las manos. ¡Y nada de quejas! Tal como lo oiréis de su boca, seguramente me hará parecer un marica. Pues no lo soy, así que ya podéis quitároslo de la cabeza ahora mismo. Además, soy yo el que cuenta la historia, y lo haré a mi manera. Tendréis que lidiar con eso. Y además, todo esto tendría mucho más sentido si pudiera retroceder un poco para explicaros lo que ha desembocado en ese momento.

Quizá también tendrá más sentido para mí por qué me encuentro delante del comercio Seashack: Regalos y curiosidades abrazando al hermano de mi mejor amigo bajo la lluvia. Una cosa así no debería ocurrirme a mí.

Ya tengo demasiadas de que ocuparme.

Allí me tenéis, con la cabeza dándome vueltas, oyendo aquellas palabras reproduciéndose una y otra vez en mi cerebro:

… se que esto te costará de leer

tengo que irme

Tom dize que Ty no puede ir

le dejaré aquí con tigo

por fabor, no intentes buscarme…

MAMÁ

Creía que se trataba de una broma. Es decir, tenía que serlo, ¿no? Nadie hace una cosa así a sus hijos. Releí la carta, sin dejar de pensar que en cualquier momento saldría alguien y diría: «¡Ja, ja, Bear! ¡Ja, ja, te lo has creído!». Leí la carta por segunda, por tercera, por cuarta vez, pero las palabras no cambiaban. Me resultó imposible leerla por quinta vez, y no entendí por qué hasta que vi que la mano que sujetaba el papel me temblaba tanto que la letra era ilegible.

—¿Mamá? —grazné, entrando con vacilación en la salita.

El sofá de segunda mano hecho jirones donde normalmente se sentaba ella a esa hora de la noche estaba vacío. Me volví y recorrí el corto pasillo hasta su habitación. Abrí la puerta de golpe y encendí la luz. No había nadie. Tampoco había ninguno de los trastos que tenía en su dormitorio. Abrí los cajones de su cómoda, uno tras otro, y los encontré todos vacíos hasta llegar al último. Contenía una foto enmarcada del Chico y yo que Otter había regalado a mi mamá por su cumpleaños. Nos mostraba andando por la playa cuando Ty tenía tres años, yo cogiéndole de la mano y él señalando algo en el suelo. Era la única foto que ella tenía de nosotros, y la había dejado.

Me apoyé en la pared, notando cómo la bilis me subía a la garganta. «Esto no puede estar pasando —pienso—. Esto no está pasando». Quise sumirme en la oscuridad que se cernía sobre las esquinas de mi vista. Habría sido mucho más fácil acurrucarme hecho un ovillo en el rincón que hacer frente a lo que sucedía realmente. Habría sido mucho más fácil…

Noté la presión de algo contra mi estómago, y al abrir los ojos vi que me había hincado de rodillas, con la cabeza recostada en la pared. Aún tenía la fotografía en la mano, y su esquina se me clavaba en el estómago. Preso de ira, estampé la foto contra la pared y noté cómo se hacía añicos alrededor de mis manos. El vidrio me atravesó la piel y me cortó la palma. Esto me cabreó todavía más. Los restos del marco cayeron al suelo, seguidos de gotitas de sangre. Miré la foto como un bobo, observando cómo se volvía roja primero mi cara y luego la del Chico, rosas de sangre floreciendo sobre el recuerdo capturado.

Ty. Mierda.

Me levanté apresuradamente y corrí a la habitación que compartimos. Su cama estaba arrimada al lado derecho del dormitorio, intacta. Ty no estaba allí. Me detuve un momento a pensar dónde diablos tenía que dejarle hoy mamá mientras trabajaba. No creía que estuviera con nuestra vecina, la señora Paquinn, porque normalmente venía a nuestro piso a cuidar de él mientras jugaba en nuestra habitación. Me figuré que era el mejor sitio por donde empezar y me dirigía hacia la puerta principal cuando mi teléfono móvil vibró dentro del bolsillo.

Metí la mano herida sin darme cuenta hasta que noté un trozo de vidrio que se me hundía todavía más en la piel. Saqué el móvil rápidamente y vi que era Anna.

—Anna, ahora mismo no puedo hablar —dije al contestar—. Tengo que encontrar a Ty. Ella se ha ido. Se ha ido.

—¿De qué estás hablando? —repuso Anna—. El Chico está aquí conmigo. Tu mamá lo ha dejado después de llegar a casa del trabajo y me ha pedido que le cuidara. Ha dicho que vendrías a buscarle cuando salieras. Espera… Bear, ¿qué quieres decir con que se ha ido? ¿Le ha pasado algo a tu madre?

—¿Ty está contigo? —pregunté con voz ronca.

—Sí, está durmiendo en el sofá. ¿Qué ocurre, Bear? ¿Por qué hablas así? ¿Va todo bien?

—No —contesté, y rompí a llorar.

Intenté trasladarme a casa de Anna lo antes posible y habría llegado más pronto si no hubiera tenido que detenerme cada par de segundos para alternar entre vomitar y dar un puñetazo a algo. Para cuando llegué al domicilio de mi amiga volvía a estar tan exaltado que no veía con claridad. Cogí la carta con la mano sana y me encaminé hacia la puerta, con cuidado de no destrozar las flores de la señora Grant que flanqueaban el camino de acceso. Alguien debió de oírme llegar porque encendieron la luz del porche y la puerta principal se abrió. Anna salió a recibirme y me echó los brazos al cuello. Yo la abracé a la vez descomponiéndome de nuevo, a sabiendas de que la estaba manchando de sangre, pero me traía sin cuidado. Me parecía oírle decir: «¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?», pero no podía contestarle en aquel momento. Así que se limitó a abrazarme, a mecerme, susurrándome palabras tranquilizadoras al oído, hasta que lo saqué todo y ya no pude dar nada más.

Al cabo de un rato me condujo al interior de su casa y me dijo que tenía que limpiarme la mano.

—¿Dónde está Ty? —pregunté, sin hacerle caso.

—Durmiendo en el sofá.

—¿Están tus padres? —dije mientras pasaba por su lado.

—No, todavía están en Portland hasta mañana. Bear, ¿qué ocurre? ¿Qué le ha pasado a tu madre?

La oí seguirme a la salita.

Le tiré la carta sin mirar. Noté que la cogía. Doblé la esquina de la cocina hacia la salita y vi al Chico dormido en el sofá, tapado con una manta de Bob Esponja que Anna le había comprado para cuando iba a su casa. Bajé el brazo y le acaricié la parte superior de la cabeza con suavidad, sin querer despertarle. Creo que lo hice más por mí que por él. Aún no se me había ocurrido qué iba a decirle a mi hermano de casi seis años cuando despertara. ¿Cómo explicarle a alguien que su mamá se ha ido? Ni siquiera lo había asimilado yo mismo.

—¿Bear? —dijo Anna, en un tono tan preocupado que sé que no era la primera vez que me llamaba.

—¿Qué? —respondí hoscamente, sin apartar los ojos de Ty.

—Tu mano… está sangrando.

Bajé la mirada. Me había olvidado de eso por completo.

—Oh, mierda. —Hice una mueca. Todavía corrían por mis dedos gotas de sangre que se precipitaban sobre la alfombra—. Lo siento. Tu madre me matará.

Me tocó en el hombro, instándome a seguirla. Eché una última mirada a Ty y la seguí hasta el baño. Me hizo sentarme sobre el retrete mientras me sacaba trocitos de vidrio con unas pinzas. Me preguntó qué había pasado. Le dije que había roto una foto. Asintió y cogió el agua oxigenada, que escocía como el infierno, pero daba igual. Me cubrió la palma con una venda gruesa y me envolvió toda la mano con una gasa. Anna no creía que tuvieran que darme puntos de sutura. Estaba ordenándolo todo cuando llamaron a la puerta.

—¡Mierda! —exclamó, frunciendo el ceño—. Les he dicho que no lo hicieran. Si han despertado al Chico…

Salió precipitadamente del baño.

—¿Quién es? —pregunté, siguiéndola.

Por algún motivo, temí que hubiera llamado a la policía.

—Ve a abrir. Yo iré a ver a Ty.

—Pero…

—No pasa nada, Bear.

La vi alejarse y luego me dirigí hacia la puerta. Creed estaba plantado en el pórtico, escoltado por Otter.

Creed habló primero, visiblemente aliviado al verme.

—¿Qué diablos ocurre? Anna ha dicho que pasaba algo malo y que viniera. ¿Dónde está el Chico? ¿Qué te ha pasado en la mano? Tío, ¿has estado llorando? ¿Por qué hueles a vómito?

—¡Creed, baja la voz! —espetó Anna, regresando a la cocina—. Tienes suerte de no haber despertado a Ty cuando has llamado al timbre, burro.

Creed fingió sentirse dolido por un momento antes de volverse hacia mí.

—¿Y bien?

Le pasé la carta. Otter la leyó por encima de su hombro, hoja tras hoja, ambos exhibiendo miradas idénticas de incredulidad a medida que iban leyendo. Otter terminó antes que Creed y acto seguido se me acercó y me abrazó. Yo creía que ya había agotado todo el llanto, pero aún se escaparon algunas lágrimas mientras recostaba la frente sobre su hombro. Otter no tuvo que decir nada, pues Creed habló por todos nosotros.

—Esto es una jodida mierda.

Más tarde estábamos todos sentados en el suelo de la salita; los otros hablaban en voz baja para no despertar al Chico. Yo sabía que seguramente no deberíamos correr el riesgo de que nos oyera, pues aún no tenía ni idea de qué iba a decirle, pero no quería perderle de vista. Alguna parte irracional de mi ser no dejaba de pensar que si me volvía, ni que fuera por un segundo, él también desaparecería. Me sentía atontado mientras le contemplaba tendido debajo de Bob Esponja, con el pelo demasiado largo. Bueno, necesitaba más a su mamá que un corte de pelo, pero no parecía que eso fuera posible a corto plazo.

Anna se encontraba a mi lado, cogiéndome la mano sana. Creed y Otter desvendaban la otra para cerciorarse de que no requería más cuidados. Noté cómo caía la gasa y oí que Otter silbaba por lo bajo. No quise mirar porque sabía que aún me deprimiría más. Por lo visto, dados los años de experiencia médica acumulados entre los dos, mis médicos decidieron que podía esperar al día siguiente, y noté que Otter volvía a vendármela con delicadeza.

Creed se reclinó sobre los codos.

—Detesto exponer lo que es obvio, pero ¿qué hacemos ahora?

No pude evitar reparar en que decía «hacemos».

Otter se frotó los ojos como si tuviera jaqueca.

—Lo primero que debemos hacer es averiguar adónde ha huido. La carta dice que Tom ha conseguido un empleo en alguna parte. Bear, ¿sabes adónde ha ido? ¿Te ha dicho algo en los últimos dos días? ¿O Tom?

Negué con la cabeza.

—Anna, ¿te ha dicho algo cuando te ha dejado al Chico?

Anna lo pensó un momento.

—No, que yo recuerde. Solo me ha preguntado si podía cuidar de Ty hasta que Bear saliera del trabajo. No tenía previsto hacer nada hasta entonces, de modo que he dicho que sí. Ni siquiera recuerdo si estaba con Tom cuando ha venido. En tal caso, Tom ha debido de quedarse en el coche. Pero ¿qué hay de ese empleo? ¿Sabe alguno dónde trabajaba Tom?

—Creo que estaba en la construcción —dijo Creed—. Bueno, por lo menos parecía que estaba en la construcción. —Otter le dio una colleja—. ¿Por qué has hecho eso? —preguntó Creed haciendo una mueca.

—No ayudas en nada —le gruñó Otter antes de mirarme—. Así que no sabemos qué hacía él ni adónde han ido. Tiene que haber algún modo de seguirles la pista. ¿Tenía tu madre tarjetas de crédito, una cuenta corriente o algo así?

Anna se rio con amargura mientras respondía por mí.

—Oh, vamos, Otter. Ya conoces la respuesta a eso. No ha tenido nunca ninguna cuenta bancaria. Bear es el único que la tenía, porque ella siempre le sacaba dinero de allí.

—En ese caso mañana a primera hora tienes que llamar a tu banco, quitar su nombre de tu cuenta, cambiar tu número de PIN o lo que sea —sugirió Otter.

—¿Por qué? —protestó Creed—. Si ha intentado sacar dinero, ¿no nos dirá eso dónde está?

Anna le fulminó con la mirada.

—Desde luego, después de haber sacado todo el dinero. Lo cual es posible que ya haya hecho.

—Ah, sí.

Solté una risita.

¿Sabéis que a veces uno puede reírse en el momento más inoportuno? ¿Cuándo todo parece gris y desalentador, y sabes que deberías estar triste/deprimido/enfadado pero por alguna razón algo que no es divertido te hace gracia? Como un entierro. O cuando tu mamá se marcha. Pues eso.

Creed me miró como si hubiera perdido la chaveta, de lo cual iba en camino.

—¿Qué te hace tanta gracia, Bear?

—Ciento treinta y siete dólares y cincuenta centavos —dije entre risas.

—¿Qué? —dijo Otter, mirándome con el ceño fruncido.

—¡Me ha de… dejado ciento treinta y siete do… dólares y cincuenta centavos! —Para cuando terminé estaba temblando, al mismo tiempo que sentía la risa arrastrándose por mi interior como una tenia. Otra vez se me estrechaba la vista y sentía náuseas, pero no podía parar de reír—. ¡Había dos cu… cuartos de dólar incluidos en el resto! ¡Me ha dejado cu… cuartos!

Todos me miraron boquiabiertos.

Me levanté como pude y eché a correr hacia el baño. Tuve arcadas, pero sin llegar a vomitar, en cuanto alcancé el retrete. Oí que alguien me seguía, pero agité la mano frenéticamente hacia la puerta para indicar que se fuera. Tenía retortijones de estómago y los intestinos sueltos, y el mundo se volvió ligeramente gris mientras me aferraba al asiento. Me atravesó una oleada tras otra de náuseas, y creo que me desmayé un momento, ya que noté que mi cabeza golpeaba el lateral de la bañera junto al retrete. Me sentía la cara hinchada y el aliento agrio. Emití un gemido.

«¡Oh, DIOS, esto no puede estar pasando! —pensé—. No es más que una pesadilla. De un momento a otro despertaré y sentiré alivio al comprobar que todo era una pesadilla. Miraré el reloj y veré que aún no es la hora de levantarme, así que volveré a echarme la manta sobre la cabeza, me sumiré de nuevo en la oscuridad y me sentiré mucho mejor. Porque esto no puede ser real. Nadie le hace una cosa así a nadie. Y todavía menos una madre. Por eso no puede ser verdad, porque ni siquiera mi mamá podría hacer esto».

«Pero es real, Bear —me susurró una voz—. Sabes que es real por el gusto que tienes en la boca, la jaqueca que empiezas a sentir. La herida en tu mano. Las náuseas. Es por eso que sabes que es verdad. En realidad nunca podrías sentir tales cosas si fuera un sueño. Pero no es eso lo que deberías preguntarte, si es un sueño. La pregunta que deberías hacerte es qué vas a hacer ahora. Porque estás despierto».

Entonces no quería hacer nada. Quería quedarme allí durante los dos meses siguientes y después recoger mis cosas y largarme de Seafare como debería haber hecho. Esa era mi intención y el objetivo por el que me había roto los cuernos. Debería marcharme a Eugene, ir a la facultad y convertirme en escritor, profesor o lo que fuera que quisiera ser. Reportero. Astronauta. El presidente de los jodidos Estados Unidos. ¡Me habían concedido una beca, carajo! Me convertiría en alguien que quisiera ser, no verme obligado a ser algo que no quería. Mientras estaba allí, su carta, aquella maldita carta, me daba vueltas a la cabeza, burlándose de mí. «¿Por qué necesitas la unibersidad? —decía—. Esa beca ya vendrá mas tarde, ¿vale?».

Nezesito que me hagas un favor.

Nezesito que me hagas un favor.

Siempre has tenido más fazilidad para cuidar de él que yo.

Tuve una arcada. Y otra. Y otra más.

Al cabo de un rato —cuando tenía la certeza de que ya no quedaba nada líquido dentro de mi cuerpo— me puse en pie como pude. Me dirigí al lavabo y me enjuagué la pestilente boca. El contacto del agua era agradable sobre mi piel febril. Me la eché en la cara, esforzándome por hacer caso omiso de mi reflejo. No quería ver el aspecto que tenía entonces. Sabía qué vería en mi rostro, y si me hubiera atrevido a mirar, a ver aquella resignación, aquella ira, me habría odiado por ello. La habría odiado por ello, más de cuanto ya la odiaba.

Y habría odiado a Ty. Eso era lo que más dolía.

Regresé a la salita, sintiéndome más cansado de como me había sentido en mi vida. Anna se levantó enseguida y me abrazó, estrechándome hasta que no podía respirar. Dejé los brazos a los costados. No podía darle lo que ella quería. No entonces.

Anna debió de darse cuenta también, porque se apartó y me miró. Me percaté de que había estado llorando y me molestó en parte. A fin de cuentas, ¿por qué tenía que llorar? A ella no la habían jodido. No tenía que preocuparse por su futuro. No tenía que preocuparse de cómo iba a cuidar de un maldito crío. En aquel momento, y me avergüenza decirlo, ya no quería estar con ella. Quería que se marchara y no volviera. Al fin y al cabo, ¿no era lo que hacían ahora todas las personas de cierta importancia? Traté de dominarme antes de que me brotara, pero Anna pudo ver la ira en mi cara y se estremeció. Una pequeña parte de mí esperaba que supiera que no la dirigía hacia ella, no exactamente. Pero solo una pequeña parte.

—Bear, Otter y yo… —empezó a decir Creed, pero le corté.

—No —dije—. No hablaremos de esto aquí dentro. No quiero que se despierte.

Dicho esto, me volví y me encaminé hacia la cocina, sabiendo que se miraban unos a otros a mi espalda mientras me seguían.

Me senté a la mesa y esperé hasta que los demás hubieron hecho lo propio. Anna aún parecía disgustada y miraba hacia la salita, mientras que Creed tenía los ojos fijos en sus manos. Solo Otter me miraba, así que me concentré en él.

—No haremos nada con respecto a ella —anuncié.

Me miró, con un atisbo de sonrisa en los labios.

—¿Por qué sabía que ibas a decir eso?

Anna se mostró desconcertada.

—¡Bear, no puedes hablar en serio! ¡Desde luego que tienes que encontrarla! ¿Qué diablos vas a hacer, si no? ¡No puedes cuidar de Ty solo! ¡No puedes permitir que se salga con la suya!

—¿Y qué otra cosa debo hacer? —le pregunté, con la voz preñada de ira—. ¿Qué crees que ocurriría si la encontrara? ¿Que la traería aquí a rastras? ¿Cuánto crees que tardaría en volver a marcharse? ¿O acaso piensas que dejaría a Ty con ella? Dejar a Ty con ella e ir a mi puta bola. ¿Cuánto crees que tardaría en abandonarle en cualquier otro sitio?

Anna se echó a llorar de nuevo y me sentí mal, pero no lo suficiente para retractarme de lo que había dicho o cambiar de opinión.

—Bear —dijo Creed en voz baja—, ¿y la facultad? No puedes ir a la universidad y trabajar como tenías intención de hacer y ocuparte del Chico. No te quedará tiempo para eso.

—Lo sé —repuse, haciendo todo lo posible por ocultar la amargura de mi voz—. Por eso no iré.

—Oh, Bear —dijo Anna, llevándose las manos al rostro.

—No me vengáis con esas —espeté—. No es problema vuestro.

—¿De qué coño hablas? —exclamó Creed—. Es problema nuestro tanto como tuyo. Yo quiero a ese chico tanto como tú, así que no me salgas con esa clase de chorradas.

—Bear, por lo menos deberíamos llamar a la policía o hacer algo —dijo Anna entre sollozos.

—No. Nada de policía. ¿Qué crees que pasaría si la llamáramos? ¿Piensas de veras que dejarían que Ty se quedara conmigo? ¡Desde luego que no! Piénsalo durante un jodido segundo. Se lo llevarían en un abrir y cerrar de ojos y le dejarían con una asistenta social o en una casa de acogida. No permitiré que le ocurra eso. Pero no puedo impediros que se lo digáis a vuestros padres —les advertí—. De todos modos seguramente lo descubrirán tarde o temprano. Pero juro por Dios que si alguno de ellos llama a la poli o hace lo que sea para encontrarla, me llevaré a Ty, iremos a alguna parte y ya no volveréis a vernos.

Anna y Creed me miraron, incrédulos. Por algún motivo no quería mirar a Otter. Ahora me pregunto si era debido a que temía que pensara mal de mí y no quería vérselo escrito en la cara. No sé por qué.

Creed suspiró y se mesó los cabellos.

—Bien, si hay algo bueno en todo esto, por lo menos mi familia tiene un montón de renta disponible.

Negué con la cabeza.

—No quiero vuestro dinero, Creed.

Dicho esto, la mesa estalló.

Sé lo que estáis pensando: Bear, eres un gilipollas. Pero suponed que tenéis diecisiete años y decidís renunciar a todo vuestro futuro. Suponed que os dais cuenta de que no podéis depender de nadie porque tarde o temprano todos se irán. Sé que no era justo que desconfiara enseguida de todos los que me rodeaban, pero no sabía qué otra cosa hacer. Mi orgullo era lo único que me quedaba que era mío, y no estaba dispuesto a dejar que me lo quitaran también. Además, debéis entender que ya ha transcurrido algún tiempo, ¿recordáis? Ahora las cosas son algo distintas.

Pero, entonces, lo tenía todo aún demasiado fresco en la cabeza.

Creed y Anna siguieron tratando de discutir entre ellos, protestando de todo lo que yo había dicho, hasta que oí decir a Otter: «Fuera todos. Ahora mismo». Solo había visto a Otter cabreado de veras un par de veces, y nunca lo había dirigido hacia mí. Pero cuando Otter se enfadaba, todos los demás se asustaban. Ya entonces era un tipo grande, pero en realidad nunca gritaba. Sin embargo, su ira callada era suficiente para que uno se echara a temblar. Anna y Creed oyeron el tono de su voz y cesaron en el acto.

—Fuera —repitió.

«Lo que tú digas», pensé mientras me levantaba. Tenía que ir a ver a Ty.

—Tú no, Bear. Siéntate.

«Sí, señor», pensé sumisamente, y tuve la extraña sensación de ser como un niño a punto de recibir un castigo.

Anna y Creed nos miraron a Otter y a mí y no debió de gustarles lo que vieron, porque se marcharon precipitadamente. Una vez más, no me atreví a mirar a Otter porque tenía miedo de lo que vería, pero no hasta el punto de cambiar de opinión sobre lo que estaba decidiendo hacer. Si Otter pretendía convencerme de otra cosa, podía irse al infierno. No me importaba cuánto se enfadara. Por mí, como si quería destrozar el mundo. Yo sabía qué tenía que hacer.

—Ahora escúchame bien —dijo con voz seria y serena—. Sé que esta situación apesta. Ni siquiera puedo empezar a saber qué se siente, pero por lo menos puedo suponerlo. Lo que no puedo imaginarme es cómo es posible que intentes sacarte de encima a todos los demás. Solo tratamos de ayudar, y sería mucho más sencillo si nos dejaras.

—Pero… —protesté.

Otter me cortó.

—Cállate, Bear. —Le miré irritado, pero no desvió la mirada. Cuando tuvo la certeza de que no intentaría hablar de nuevo, continuó—: Esto te ha pasado a ti, sí, y le ha pasado a Ty. Pero si crees que no afecta a nadie más, tienes que replanteártelo. ¿Por qué crees que estamos aquí ahora si no es para ayudar? —Abrí la boca para hablar hasta que él gruñó—: Era una pregunta retórica. Bien, tendrás que dejar que te ayudemos, que estemos a tu lado, y si oigo más sandeces de ese discurso tuyo acerca de hacer las cosas «solo», no vacilaré en bajarte los humos personalmente. ¿Entendido?

Asentí tímidamente.

—Bien. Ahora ¿estás seguro de que no quieres llamar a la policía? ¿Y de que no quieres tratar de localizarla?

Lo pensé un momento y me encogí de hombros. Pareció tomárselo como un no, porque sabía que era eso lo que quería decir en realidad.

Suspiró.

—Esto es una movida del copón, Bear. Sabes que va a resultar muy difícil antes de que se vuelva más fácil. No sé si abrazarte o estrangularte.

Estas palabras me provocaron una sonrisa, aunque la sentía extraña en mi cara.

Él prosiguió:

—Así que sabes que tendremos que contárselo a mamá y papá, y sé que Anna hará lo mismo. Prometo que haré todo lo posible por evitar que esto se difunda demasiado, pero la única forma de conseguirlo consiste en que dejes que te ayuden. Y juro por Dios que si piensas en largarte con Ty os perseguiré personalmente y os traeré a rastras. Os encerraré en una habitación hasta que el Chico sea lo bastante mayor para tomar decisiones por sí mismo. Solo entonces me plantearé soltaros. ¿Entendido?

No me moví, no dije nada.

Otter tenía una expresión de angustia en el rostro. Extendió el brazo y me cogió la mano sana.

—Bear, tienes que prometerme que arreglaremos esto. Juntos. No nos iremos de aquí hasta que me lo prometas.

No supe qué decirle. Nadie me había hablado nunca así, y estaba enfadado y dolido. Deprimido. Pero, por un momento, ¿acaso no me sentí como si valiera algo? El peso de su mano, las palabras que había pronunciado, ¿no me reconfortaban? Noté cómo el calor me subía a la cara, me miré las manos y noté que otra lágrima escapaba de mi ojo. «¿Qué está pasando?», me pregunté, frenético.

—¿Bear?

—Te lo prometo —dije con voz quebrada.

Otter se levantó de un salto y volvió a atraerme hacia sí. Me estrechó contra su pecho y quise desaparecer dentro de él. Traté de hacerme más pequeño mientras me mecía diciendo:

—Ya lo sé. Ya lo sé. Ya lo sé.

Y le creí.

Cuando por fin me sentí lo bastante bien para soltar a Otter, me puso un brazo sobre los hombros y me acompañó a la salita. Anna y Creed se encontraban en el mismo lugar de antes, susurrando entre ellos. Nos oyeron entrar y se interrumpieron a media frase. Traté de no pensar en lo que habían estado diciendo, sabiendo que seguramente volvería a enfurecerme y entonces Otter comenzaría el segundo asalto. Me quitó el brazo de los hombros y se quedó de pie junto a mí, esperando a que hablara.

—Lo… siento —dije, mirando al suelo.

No sabía qué más decir.

Entonces fue Otter quien habló.

—Bear ha cambiado de parecer. Sabe que solo cuidamos de él. Pero esto no tiene que llegar más lejos de lo necesario. No sé cómo vamos a encubrirlo para siempre, pero tendremos que hacer todo lo posible.

Creed asintió y Anna se puso inmediatamente en pie. Se me acercó, me tomó la mano y comenzó a llevarme hacia su cuarto. Empecé a buscar una excusa, pero Otter me empujó, diciéndome que él vigilaría a Ty. Le miré a los ojos y vi algo en ellos, algo que no acertaba a distinguir. Me sorprendió mirándole y dibujó la sonrisa de Otter. Entonces doblé la esquina y desapareció de mi vista.

Anna no habló cuando me arrastró al interior de su habitación. Se aseguró de que había entrado y cerró la puerta a nuestras espaldas. Apagó las luces y empezó a desvestirme. Yo sabía qué hacía, y no quise detenerla. En aquel momento necesitaba sentirme unido a alguien, sentir que me abrazaban, sentir su corazón contra el mío. Durante solo unos instantes necesitaba olvidar el dolor, olvidar el futuro, olvidar el pasado. Si aquel iba a ser mi último momento de libertad, sabía que tenía que dejarlo salir todo. Cuando entré en ella, vi estrellas estallando todo alrededor, y eran relucientes y llamativas.

Pero todavía me rondaba algo por la cabeza. Algo acerca de él.

Un par de horas después, Anna dormía a mi lado, acurrucada junto a mi hombro. Yo no podía dormir. El peso del mundo había caído sobre mis espaldas y era incapaz de sacármelo de encima para conciliar el sueño. Estaba inquieto y, con cuidado de no despertar a mi novia, me levanté de la cama y cerré la puerta a mi espalda.

La casa estaba a oscuras y me dirigí a tientas hacia la salita. No vi a nadie allí excepto a Ty, iluminado por la luz de la luna que se filtraba a través de la ventana. Pensé que Otter y Creed se habían marchado a su casa y no pude evitar sentirme un tanto decepcionado. Me dije que se debía a que esperaba que estuvieran tan despiertos como yo. Esperaba que por lo menos Otter todavía…

Oí una risa sofocada a mi izquierda. Miré y le vi sentado en el suelo, con la espalda recostada contra la pared.

—¿Te sientes mejor? —me preguntó.

Me encogí de hombros y fui a sentarme en el suelo al lado de Ty. Le aparté un mechón que le había caído sobre la cara. Sabía que aquel iba a ser su último momento de inocencia. Cuando despertara habría preguntas, preguntas a las que yo aún no conocía la respuesta. No había oído moverse a Otter, pero cuando volvió a hablar, lo hizo justo desde mi lado.

—Es un buen chico —dijo—. Lo harás bien con él. Te conozco desde que tenías más o menos su edad y te has desenvuelto bien, y tú no has tenido a nadie como él sí tiene.

—He tenido a Creed y tus padres. He tenido a Anna. —Hice una pausa para pensar—. Te he tenido a ti.

Le oí reír de nuevo.

—Sí, supongo que sí. Y te has desenvuelto bien incluso a pesar de eso.

—¿Dónde está Creed?

—Ha ido a dormir al cuarto de invitados. Por lo visto es incapaz de dormir en el suelo ni por una maldita noche.

—¿Por qué no duermes?

Noté que se encogía de hombros, pues ahora estaba sentado junto a mí.

—Te he dicho que le vigilaría. Iba en serio.

Le di un golpecito con el hombro.

—Gracias.

Me devolvió el golpe.

—De nada.

Nos quedamos allí un rato, escuchando la respiración de Ty, sin decir nada. Finalmente empecé a sentirme cansado, Otter me vio cabecear y me dijo que volviera a la cama. Él se quedaría allí durante la noche. Sacudí la cabeza.

—No debería —dije—. Tengo que estar aquí cuando Ty despierte. Si va a ser mañana, como creo que será, tiene que verme enseguida.

—Está bien, Bear. ¿Sabes dónde tiene Anna almohadas o mantas de sobra?

—En el armario del recibidor.

Le oí levantarse y alejarse. Volví a mirar a Ty y se me cayó el alma a los pies otra vez. Dentro de unas horas estaría despierto. Dentro de unas horas tendría que explicar a mi hermano pequeño cómo era tener que crecer mucho antes de lo que debería. Traté de ensayar lo que iba a decirle, intentando imaginarme si lo entendería. Pero, al final, no llegué mucho más lejos que allí donde había empezado.

Otter volvió con un montón de ropa de cama en los brazos. Me hizo levantar y extendió la manta junto al sofá. Colocó las almohadas y me dejé caer al suelo, sintiendo que mi cuerpo se apagaba. Me quedé tendido boca arriba mirando al techo, viendo los dedos de Ty, que tenía una mano colgando de un lateral del sofá. Otter se quedó en el mismo sitio que había ocupado antes, aparentemente sin saber qué hacer.

—¿Vas a acostarte o montarás guardia toda la noche? —pregunté, repentinamente divertido.

Pareció vacilar un momento y luego se tendió a mi lado, a poca distancia. Permanecimos en silencio.

Hasta que:

—¿Otter?

—¿Sí?

—Gracias.

—¿De qué?

—Ya sabes, por lo que has dicho. Por estar aquí.

—Cómo no, Bear.

Su mano rozó la mía.

Ya casi dormía cuando:

—¿Bear?

—¿Sí?

—Feliz cumpleaños.

Entonces me dormí, con un atisbo de sonrisa en el rostro.

Aquella noche soñé. Soñé muchísimo. Pero el sueño que más destacó fue uno en el que seguía a alguien a quien no conocía. Intentaba llegar a su altura, pero cada vez que me acercaba lo suficiente para coger una prenda de su atuendo se alejaba arrastrado por una corriente oceánica.

Desperté casi al amanecer. Por un momento no sabía dónde estaba. Abrí los ojos y vi la parte inferior de un sofá. Tenía la cara casi recostada contra él. Noté una presión en la espalda y recordé dónde estaba. Cerré los ojos con fuerza, tratando de apartarlo todo. Entonces la cosa que me apretaba la espalda se movió un poco, y supe que era Otter. Le oí roncar suavemente, con su ancha espalda pegada a la mía. Su cuerpo me empujaba contra el sofá en el que Ty seguía durmiendo. El polvo del espacio contiguo al suelo me hacía cosquillas en la nariz. Me aparté despacio, me volví y me acurruqué junto a Otter. Estaba caliente. Estaba allí. Me dormí otra vez.

Desperté al cabo de un rato al notar unos golpecitos en la frente. Fruncí el ceño, sin querer abrir los ojos. La almohada sobre la que me reclinaba resultaba demasiado agradable para querer moverme. Levanté la vista, molesto, y vi al Chico mirándome desde el sofá, con los ojos brillantes.

—Eh, Bear —dijo.

—Eh, tú —gruñí, volviendo a cerrar los ojos.

—¿Por qué duermes sobre Otter? —susurró, visiblemente divertido.

Me apresuré a abrir los ojos. Volví la cabeza un poco hacia la izquierda y vi que la almohada sobre la que estaba tendido era el hombro de Otter. Tenía el brazo derecho debajo de mi cuello y enroscado en torno a mí por el otro lado, con los dedos extendidos sobre mi pecho. Una de mis piernas estaba estirada sobre la suya. Aún dormía. «¿Qué diablos?», pensé. Poco a poco, me desenredé de él, sin apartar los ojos de su cara. El pulso me palpitaba con fuerza en los oídos y sentía un zumbido en la piel. «¿Qué diablos?».

—¿Hemos pasado la noche fuera de casa? —preguntó el Chico.

—Pues sí —contesté.

Otter murmuró en sueños y se volvió de costado, apartándose de mí.

—Tengo hambre —dijo Ty, desperezándose—. ¿Crees que Anna todavía tiene Lucky Charms?

—No lo sé, Chico. Vamos a mirar.

Lo levanté del sofá y le llevé hacia la cocina.

Me tiró de la oreja.

—¿Qué? —pregunté, repentinamente muy despierto.

—¿No quieres despertar a Otter para que pueda tomar Lucky Charms con nosotros?

—Las nutrias[2] no comen Lucky Charms.

Me miró interrogativamente.

—Pero los osos[3] sí, ¿verdad?

—Claro, Chico. Podríamos decir que es lo único que comen los osos —dije echando una última mirada a Otter, que seguía tendido en el suelo.

Me estremecí.

Llevé a Ty a la cocina y lo senté a la mesa. Me acerqué a uno de los armarios, bajé la caja de cereales y saqué un cuenco del lavavajillas. Los dejé delante de él, me apresuré a abrir la caja y vertí cereales en el cuenco. Saqué la leche del frigorífico y la dejé a su lado. Tan pronto como fue lo bastante mayor, el Chico nunca permitía que nadie le preparara el desayuno. Siempre quería hacerlo solo. Me senté en la silla junto a él mientras los pensamientos me invadían la mente.

—¿Tú no tomarás, Bear? —preguntó, relamiéndose los labios sobre la cuchara.

Me incliné y le revolví el pelo.

—Quería tomar un poco de los tuyos, si no te importa.

Miró al cuenco y después a mí.

—De acuerdo —dijo pausadamente—. Pero coge solo los trozos pequeños, no los grandes.

Sujetó la cuchara con una mano, pescó dos malvaviscos y los puso en la cuchara. Eran los tréboles verdes. Sabía que eran mis favoritos. Tendió la cuchara hacia mi boca y los engullí, emitiendo un ruido que le hizo reír.

—¡Eh, Bear! —exclamó el Chico.

—¿Qué pasa?

—¡Es tu cumpleaños!

—Lo es.

—¡Te he preparado una cosa! Bueno, Anna me ayudó, pero la mayor parte la hice yo. ¿Puedo ir a buscarla?

—Claro, Chico. Pero procura no hacer ruido, ¿vale?

Asintió, tomó otro bocado y luego saltó de la silla. Salió corriendo de la estancia. Sus calcetines se arrastraron sobre las baldosas haciendo frufrú.

Esperé a que se hubiera ido y me dejé caer sobre la silla. Me dolía la cabeza. Tenía el cuello rígido, al parecer después de pasar las últimas horas acurrucado contra el cuello de Otter. Gemí en voz alta, agradeciendo a Dios que solo Ty nos hubiera visto así. ¿Qué habría pensado Creed si me hubiera visto echado sobre su hermano? ¿Y Anna? ¿Qué coño pensaba yo?

«Da igual —decidí—. Estaba cansado y me he vuelto hacia su brazo mientras dormía. No pasa nada. De todos modos, ¿a quién le importa? ¿Y si Creed nos hubiera visto? ¿Habría dicho que éramos un par de maricones? Pero no estábamos haciendo nada. Otter no es así. Yo no soy así. Ha sido sin querer».

Antes de que pudiera seguir pensando en eso (aunque no quería), el Chico entró corriendo en la cocina sujetando un papel de dibujo grande. Me lo entregó, se acomodó en su silla y siguió comiéndose los cereales. Miré el papel que me había dado. Estaba doblado por la mitad y en la parte exterior ponía: PARA BEAR, DE TU HERMANO. Me reí por lo bajo y lo abrí. Dentro había un dibujo, y debajo de este más letras que decían FELIZ CUMPLEAÑOS, BEAR y TE QUIERO. El dibujo mostraba cinco monigotes de pie en lo que parecía una playa. Sabía cuál de ellos era Ty porque se había dibujado más pequeño que los demás. Anna tenía el pelo negro y largo. Había otros tres.

—Este eres tú —dijo, señalando el monigote situado junto al que le representaba a él—. Y este es el tío Creed al lado de Anna, y este es Otter al otro lado tuyo.

Nos había dibujado a todos cogidos de la mano. Yo sujetaba la del Chico y la de Otter. «¡Oh, por el amor de Dios, no es más que un dibujo!», pensé.

—Gracias, Chico. Creo que algún día serás un artista famoso.

—Tal vez. O un detective. Aún no lo he decidido. ¿Puedo tomar más Lucky Charms?

—Sí.

Seguí observando el dibujo, percatándome de que no había incluido a mamá. Lo dejé sobre la mesa.

—Ty… —dije, y de repente no supe qué añadir.

Me salvó la aparición de Creed en la estancia, bostezando.

—¡Tío Creed!

Ty chilló y saltó de la silla. Creed lo cogió y lo hizo girar en círculos.

—¡Hola, Chico! ¿Qué hay?

—¿Sabías que es el cumpleaños de Bear?

Dejó de hacer girar a Ty y me miró.

—Desde luego, Chico. Ahora tu hermano mayor será viejo.

Pude ver la preocupación en sus ojos al darse cuenta de que aún no le había dicho nada a Ty.

Ty no pareció percatarse de nada extraño.

—Sí, ahora es un oso viejo. Tendremos que llevarle a una residencia. ¿Tomaremos pastel por el cumpleaños de Bear?

—¿Pastel? —dijo Creed, dejando al Chico en su silla—. Apuesto que podríamos cambiarlo. ¿Qué clase de pastel crees que quiere Bear?

Ty hizo una mueca y gruñó:

—Seguramente de algo asqueroso como coco. Yo odio el coco.

—Te diré qué vamos a hacer: si Bear quiere pastel de coco, me aseguraré de conseguir otro pastel para ti.

Ty le miró con recelo.

—Pero no es mi cumpleaños.

—No pasa nada. Oye, Chico, ¿te importa que secuestre a tu hermano un momento? Tengo que hablar con él de un asunto de mayores.

—Eso parece aburrido —repuso Ty—. ¿Puedo ir a despertar a Otter?

—Sí, claro. De hecho, procura saltarle encima y golpearle la cara con la almohada, ¿vale? Es la única forma de que Otter se despierte.

Ty tomó otro bocado antes de apartarse de la mesa. Creed se volvió hacia mí, con las cejas levantadas.

—Deduzco que aún no le has dicho nada.

Me encogí de hombros.

—Me ha despertado hace unos minutos. No he tenido tiempo de hacer gran cosa.

Oí un grito procedente de la salita, y luego la estridente risa de Ty.

—¿Quieres que estemos aquí cuando lo hagas? —preguntó Creed, poniéndome una mano sobre el brazo.

—Supongo. Creo que sería mejor si todos estuviéramos aquí, ¿no? Así verá que aún puede contar con nosotros.

—Está bien —dijo, levantándose—. Iré a buscar a Anna. Seguramente es mejor que lo hagamos ahora. —Se encaminó hacia la habitación de Anna. Me miré las manos, preguntándome otra vez qué diablos iba a hacer—. Oye, Bear.

Levanté los ojos y vi a Creed de pie en el umbral.

—Feliz cumpleaños, tío. Siento que tenga que ser así, pero bueno, feliz cumpleaños.

Asentí, y él se fue hacia el cuarto de Anna.

Apenas me quedé solo un par de segundos cuando oí la risa de Ty en el pasillo mientras Otter entraba, llevando al Chico cabeza abajo.

—¡Bájame, Otter! —chilló Ty.

—¿Vas a pegarme otra vez con la almohada?

—¡No!

—¿Me lo prometes?

—¡Sí!

Otter le dejó en la silla. Luego rodeó la mesa y se plantó a mi lado. Me puso una mano sobre el hombro. Se lo permití durante un segundo hasta que recordé dónde me había encontrado al despertar. Entonces le quité la mano de encima.

—¿Estás bien, Bear? —preguntó, sin moverse de mi lado.

—Estoy bien —contesté con hosquedad, esforzándome por evitar su mirada—. Ojalá dejarais de preguntármelo.

«Y ojalá te fueras», pensé.

—Bear —dijo él en tono de advertencia.

—Oh, déjalo, Otter. No haré ninguna estupidez.

—No he dicho que fueras a hacerla —replicó—. Dios, estás un poco raro por la mañana, ¿no?

Y aunque no lo dijo en ese sentido, me lo tomé como algo íntimo, como algo secreto, compartido solo entre nosotros, dos falsos amantes que se ven uno al otro nada más salir el sol. «Apuesto a que él me ha hecho dormir así. Estoy seguro de que no he tenido nada que ver con eso. Yo no soy así, y creía que Otter tampoco. No me importa que él lo sea, pero sé quién soy yo. Además, ahora mismo no necesito una complicación como esa. Pero no importaría, porque yo no lo soy». Forcé una sonrisa.

—¿Por qué os estáis peleando? —preguntó el Chico.

Había olvidado que estaba allí. Le miré y vi que tenía un malvavisco pegado a la mejilla. Extendí el brazo sobre la mesa y se lo quité.

—No nos estamos peleando, Ty —dije en voz baja—. Es solo la forma en que hablan los adultos a veces.

Alternó la mirada entre Otter y yo.

—Bear, que ahora tengas dieciocho años no significa que seas un adulto —dijo, pragmático.

—Pues sí, lo soy —espeté, tratando de dirigir mi ira hacia cualquier parte excepto a Ty, pero sin conseguirlo.

Él ni siquiera se inmutó. Tomó otro bocado y miró despreocupadamente a Otter.

—Tienes razón. Bear está un poco raro esta mañana. Creo que es debido a que no sirves muy bien de almohada —dijo el Chico.

«¡Oh, maldita sea!», pensé. Me ardía el rostro, y me lo cubrí con las manos.

—Creo que en eso llevas razón, Chico —repuso Otter en voz baja. Yo sabía que me estaba mirando—. Las nutrias no sirven muy bien de almohada.

Bajé las manos y me disponía a decir algo, lo que fuera, cuando Anna y Creed entraron en la cocina. Me levanté deprisa y me acerqué a Anna, lo que la cogió por sorpresa. La rodeé con los brazos y la estreché con fuerza. Pude notar su cuerpo blando contra el mío y me agradó empezar a sentirme un poco excitado. Hasta que vi mi mirada atrapada en la de Otter por encima del hombro de Anna, con una expresión impenetrable. Él fue el primero en apartar los ojos.

«Bien —pensé despiadadamente—. Bien. Bien».

—Humm… ¿Bear? —dijo Anna—. Me estás ahogando.

Me di cuenta de que había estado apretándola cada vez con más fuerza hasta que finalmente Otter había apartado la vista. La solté, y ella me miró con preocupación en los ojos.

—Estoy bien —dije antes de que la pregunta saliera de su boca.

Ya entonces supe que me la harían muchas veces.

—De acuerdo —dijo ella, poco convencida. Me dirigió una última mirada antes de volverse hacia el Chico—. ¿Lucky Charms? —exclamó alegremente—. ¿Estás seguro de que no quieres torrijas?

El Chico sonrió con la boca llena de azúcar.

—¿Podemos untarlas con manteca de cacahuete y sirope? ¿Puedo ayudar?

—Puedo hacerlo yo, pero creo que Bear tiene algo de lo que quiere hablarte —dijo Anna.

Lo levantó de la silla y le prodigó la misma clase de abrazo que yo le había dado a ella. Ty se quejó un poco, pero la abrazó a su vez. Ella volvió a sentarlo y pude ver el indicio de lágrimas en sus ojos cuando me devolvió la mirada. Me invadió una ira negra y grasienta. «No te atrevas a echarte a llorar —pensé—. Si lo haces, Ty llorará también, y lo hará de todos modos, así que no te atrevas».

—¿Bear? —dijo el Chico—. ¿De qué quieres hablarme? ¿Iremos a algún sitio por tu cumpleaños? Porque estaba pensando que podríamos ir al acuario a ver la nutria Otter y la foca Todd —declaró, mencionando sus animales favoritos de la atracción turística situada a las afueras de Seafare.

Miré a Anna, que estaba sacando pan y huevos, pero sabía que escuchaba con atención. Me alegré de ver que las lágrimas se le habían secado un poco. Miré a Creed, arrellanado en su silla, con una expresión pensativa en el rostro. Y miré a Otter, pero su cara permanecía pasiva igual que antes, sin revelar nada. Suspiré profundamente y me senté delante de Ty.

—Chico —empecé a decir, y me alarmé cuando la voz me salió pastosa y emocionada.

De repente me noté la cara húmeda, el corazón encogido, la garganta obstruida. «Santo Dios —pensé—. ¡Ahora no empieces tú! ¿De dónde diablos ha salido eso?».

—¿Bear? —oí decir a Ty, repentinamente preocupado.

Oí el rechinar de su silla cuando la retiró, y oí que Creed se levantaba a su vez, pero Otter le obligó a sentarse de nuevo. Ty vino corriendo alrededor de la mesa y se subió a mi regazo.

—¿Qué pasa, Bear? ¡No puedes estar triste! ¡Es tu cumpleaños! No tenemos que ir al maldito acuario. Podemos hacer lo que tú quieras.

Me acariciaba el pelo.

Negué con la cabeza y carraspeé, tratando de dominar aquella inoportuna manifestación de emoción. Cuando hablé, mi voz sonó áspera y apagada en mis oídos.

—Hoy podemos hacer lo que quieras. Y no solo hoy. Si quieres hacer algo, dímelo y buscaremos el modo de hacerlo. ¿Vale? —Recosté la frente contra la suya, notando sus manos en mi pelo, oliendo su aliento de Lucky Charms en mi cara—. Pero ahora tengo que decirte una cosa, y necesitaré que seas un chico mayor, ¿de acuerdo?

Noté que se apartaba.

—¿Está muerta? —preguntó.

Su voz era lo único que revelaba su edad. Lo dijo tan quedamente, con tanta madurez, que la maldije entre dientes por aquello en que el Chico estaba a punto de convertirse. Sabía qué estaba a punto de hacerle, y me odié por ello.

—¿Está muerta? —repitió con insistencia.

—No, Ty, no está muerta. Ha…

«¿Desaparecido? —pensé—. ¿Huido con Tom? ¿Nos ha abandonado? ¿Ha renunciado a la propia sangre que le quedaba en este mundo? Elige una, Bear, ¡date prisa y elige una!».

—Se… ha ido, Chico. Se ha ido.

—¿Adónde ha ido? —preguntó él, con una voz tan apagada como la mía.

—No lo sé. Dijo que quería marcharse con Tom y conseguir un empleo en alguna parte, pero no sé adónde ha ido.

—Volverá, ¿verdad? —preguntó Ty.

Noté que empezaba a temblar entre mis brazos. Le estreché con más fuerza.

—No, Chico —susurré—. No creo que vuelva. Creo que ya no vendrá.

—¿Por qué tenía que marcharse? ¿Por qué se ha ido?

—No lo sé, Ty. Ojalá lo supiera, pero no lo sé.

Oí el primer jadeo saliendo de su cuerpecito.

—¡Bear! —me gritó al oído—. ¿Qué será de mí? ¡Oh, Bear, no soy más que un niño! ¡No soy grande como tú! ¿Qué me pasará?

Para cuando terminó estaba sollozando, retorciéndome la camiseta, el pelo, la piel y las entrañas.

Yo no podía hablar. Quería tranquilizarle enseguida, consolarle, hacerle entender que yo estaría a su lado en todo momento, pero no me salían las palabras. Miré con frenesí por encima de su hombro, buscando a Anna o Creed, pero encontré a Otter a través de la pátina de mis lágrimas. Se estaba secando los ojos. «¡No! —pensé irritado—. ¡Tú no puedes llorar! Dijiste que me ayudarías, así que ¡ayúdame, joder! ¡Otter!». Casi como si me hubiera oído bajó las manos, y vi que tenía los ojos enrojecidos pero aún podía dominarse. Le supliqué en silencio. Él comprendió y se levantó enseguida. Rodeó la mesa. Se agachó junto a mí y el inconsolable Chico y puso una mano sobre la espalda de Ty.

—Tyson, quiero que me escuches —dijo en voz baja, acariciando la espalda de Ty—. ¿Puedes hacerlo un momento? ¿Me haces ese favor?

Los sollozos seguían sacudiendo el cuerpo del Chico, pero noté que asentía con la cabeza.

—Mírame, Chico —dijo Otter. Ty se volvió en mi regazo, con las dos manos sujetándome la camisa, aferrándose todavía. Otter puso sus manos a ambos lados de la cabeza de Ty y usó los pulgares para secarle las lágrimas—. Ya sé que asusta —continuó cuando Ty se hubo calmado un poco—. Sé que ahora mismo asusta mucho. Pero ¿sabes quién cuidará de ti porque no eres más que un niño? —Ty negó con la cabeza—. Bear. Y yo. Y Anna y el tío Creed. Y mi mamá y mi papá, y la mamá y el papá de Anna. Todos cuidaremos de ti. Si necesitas algo, no tienes más que decírselo a uno de nosotros y lo haremos. ¿Vale?

Los dos asentimos porque cuando Otter dijo esto último me miró a mí.

—¿Y cuando Bear vaya a la facultad? —preguntó el Chico—. ¡Tiene que ir pronto a la universidad! —Pude oír el pánico que le invadía la voz—. ¿Tendré que mudarme también? ¡Yo no quiero mudarme! ¡Me gusta mi habitación! ¡No quiero irme!

—No tendrás que hacerlo —conseguí articular por fin—. No iré a la facultad por ahora. Podemos quedarnos aquí, y puedes mantener tu habitación.

Se echó a llorar de nuevo, esta vez en silencio, recostado contra mi pecho. Apoyé la barbilla sobre su frente y le mecí con suavidad. Noté una mano caliente sobre mi rodilla, supe que era de Otter y supe que debía sacudir la pierna para hacer que se moviera, pero era reconfortante y afectuosa y no pude reunir el valor para rechazarla.

Anna y Creed se hicieron visibles cuando se acuclillaron junto a Otter. Este no retiró la mano, y me alegré. Los dos extendieron un brazo y tocaron a Ty en la cara, la pierna, el pelo.

—Las cosas no serán muy distintas —dijo Anna por fin—. Seguirás yendo a la escuela y jugando con tus amigos. Podrás quedarte en tu casa y cuando Bear tenga que ir a trabajar podrás estar conmigo, con el tío Creed o con Otter. Sé que tu mamá no estará aquí, pero todos nosotros sí. Te lo prometo, ¿vale?

Ty asintió, moviendo la cabeza solo una vez.

—¿Y el tío Creed? ¿Te quedarás también? No te marcharás a la facultad, ¿verdad?

Creed sacudió los hombros y me miró con una expresión que no había visto nunca en su cara. Con esa mirada me dijo que creía que también él me traicionaría y me abandonaría. Durante un segundo, egoístamente, por supuesto, tuve esa sensación. Sabía que se iría en otoño, y que solo le vería de tarde en tarde, y que no sería lo mismo. Aparté aquellos pensamientos, porque en ese momento no se trataba de mí, sino del Chico. Ya me preocuparía de mí mismo más adelante.

—Ty —dije, eligiendo con esmero las palabras que seguirían—. El tío Creed estará aquí los dos próximos meses, pero en agosto irá a la facultad. Eso no significa que ya no te quiera, solo que tiene que irse. Será un informático famoso, se hará muy rico y nos llevará de viaje en su barco, pero para hacer eso tiene que ir a la facultad, ¿vale?

Ty asintió, y Creed me miró como si caminara sobre las aguas.

—Pero vendré a menudo, ¿vale? —dijo Creed, pareciéndose a sí mismo—. Me verás continuamente, y si alguna vez quieres hablar conmigo cuando no esté aquí, solo tienes que pedirle a Bear que me llame y podremos hablar todo lo que quieras. Preferiré charlar contigo a asistir a una estúpida clase de informática.

—Vale —dijo Ty con tristeza. Entonces se volvió hacia Otter—. Has dicho que te quedarías y también me cuidarías, Otter. ¿Te marcharás también? No como mi mamá, ¿sino como el tío Creed? ¿Solo vendrás a verme a veces?

Otter contestó sin vacilar.

—No iré a ninguna parte, Chico. Puedes contar con ello. Me quedaré aquí contigo y con Bear, ¿vale?

—Pero, Otter —interrumpió Creed—, ¿y lo de…?

Otter le lanzó una mirada de advertencia y Creed se calló. Me pregunté de qué se trataba. No sabía que Otter tuviera que marcharse ni hacer nada. En aquel momento no quería pensar necesariamente en Otter, pero me estremecí ante la idea de que también él se fuera. Otter ya había salido de la facultad y trabajaba en un pequeño estudio fotográfico en el municipio vecino. No era un trabajo fascinante, pero parecía que le gustaba. Había asistido a un par de exposiciones de su obra. Me había paseado por ellas con Creed y sus padres, tomando champán y sintiéndome mayor de lo que era mientras pasábamos de una fotografía a otra. Me recordé que debería preguntar a Creed más tarde qué ocurría con Otter.

Tan pronto como Ty supo cuál era su situación, quién se marcharía y quién no, pareció apaciguarse un poco. Se volvió hacia mí y se me encaramó al pecho otra vez. Mantuvo los brazos a los costados. Le rodeé el cuello y él se arrimó al mío. Me pasó por la cabeza un pensamiento fugaz…

así es como tú y Otter estabais acostados.

… pero lo aparté antes de que pudiera arraigar. Oí al Chico murmurar algo contra mi cuello e incliné la cabeza para escuchar.

—Dilo otra vez, Chico. No te he oído —le dije.

—Tengo que ir a sentarme en la bañera. Noto como un terremoto —me susurró.

Me levanté en el acto y me llevé a Ty. Oí a Anna y a Creed explicarle a Otter lo que Ty había querido decir y nadie nos siguió, para mi alivio. Llevé a Ty al baño más cercano, entré en la bañera y me senté con la espalda recostada en el lado opuesto al grifo. Estiré las piernas y Ty se tendió sobre mi pecho, con los ojos vidriosos y apagados.

Cuando tenía cuatro años, Ty había visto en la tele algún programa sobre terremotos, placas tectónicas o algo que se le había quedado grabado en el cerebro. Ya a esa edad no miraba dibujos como los niños normales. Más tarde me explicó que en el programa habían dicho que, en caso de terremoto, había que buscar un sitio seguro. Uno de esos sitios es el baño, dentro de la bañera. Desde entonces, siempre que Ty se ha sentido asustado, trastornado, apurado, furioso o cualquier otro tipo de emoción distinta a la felicidad, iba a sentarse en la bañera hasta que se sentía mejor, diciendo que quería protegerse de sus terremotos. Antes mi mamá intentaba hacerle desistir, hasta que un día le dije que le dejara en paz. Accedió y me dijo que de acuerdo, que lo dejaría en paz, pero que tendría que ocuparme de él cuando se pusiera así.

De modo que nos quedamos sentados en la bañera, sintiendo que el mundo se movía entre nuestros pies. Finalmente enmudeció y se quedó dormido sobre mi pecho, con las manos todavía sujetándome la camiseta. Allí dentro estábamos a salvo. Fuera, el mundo se sacudía y todo se desmoronaba.

Así es como fue. Así es como ella se marchó. Así es como reaccioné. Así se lo dijimos a Ty. Así tomé la única decisión que podía tomar. Cumplí dieciocho años y obtuve un hijo. Unos días después Creed, Anna y yo nos graduamos en el instituto. Tanto los padres de Anna como los Thompson fueron informados de lo sucedido. Les reunimos para decírselo de modo que no tuviéramos que repetirlo, y me sentí orgulloso de mis amigos cuando se mantuvieron unidos conmigo ante las protestas de sus padres. Finalmente logramos que estuvieran de acuerdo en dejarme cuidar de Ty sin que intentaran localizar a nuestra madre, llamaran a la policía ni nada parecido. Por supuesto, esto solo se consiguió a condición de que aceptara su ayuda y les pidiera cualquier cosa que necesitara para Ty o para mí. Otter, Creed y Anna me propinaron puntapiés por debajo de la mesa al verme vacilar, y dije que sí. Sabía que sus padres actuaban muy a su pesar, pero creo que estaban enterados de mi amenaza de coger a Ty y marcharme si hacían algo, de modo que no hicieron nada.

Tal como mi madre me había prometido, el poder legal llegó dos días después de mi cumpleaños; me lo trajo la amiga de mi madre, Denise. Y, también como había prometido, ya estaba firmado por el notario. Lo único que tuve que hacer fue estampar mi firma en la línea de abajo. Me quedé mirando aquel papel durante lo que parecieron horas, trazando la firma de mi madre con el dedo una y otra vez. Me sentía como si entregara mi vida, accediendo a algo que no era justo para ninguno de los afectados. Pero, en el fondo, ¿qué otra cosa podía hacer? Firmé el poder legal y Creed y Anna trataron de darle mucha importancia, diciendo que aquello merecía una celebración. Negué con la cabeza y salí al balcón de nuestro piso; me quedé mirando al aparcamiento. Al cabo de un momento Otter llegó y se puso a mi lado, sin hablar pero dándome un golpecito en el hombro de vez en cuando para hacerme saber que aún estaba allí. Era lo único que necesitaba.

Resultó que los 137,50 dólares que había en el sobre con la maldita carta era todo lo que nuestra madre nos había dejado. Yo tenía en aquella cuenta más de tres mil ahorrados trabajando, unos ahorros para cuando tuviera que ir a la facultad. Fue la última bofetada en la cara que me propinó mi madre. Pero, con gran disgusto por mi parte, Creed, Anna u Otter habían obtenido mis datos bancarios, y de alguna manera aquella cantidad había sido restituida como por arte de magia en mi cuenta. Supe que era uno de sus padres quien la había ingresado, y protesté enseguida. Me dijeron que me callara y que recordara que había prometido dejarles ayudar. No les dije nada más salvo unas humildes palabras de agradecimiento, y acto seguido me puse a trabajar y pedí hacer turnos extra. Juré que no volvería a ponerles en una situación semejante.

Y eso es lo que ocurrió.

Lo sé, lo sé. Ya os oigo preguntar: «Pero, Bear, eso no explica qué sucedió entre tú y Otter. ¡Es lo más importante de este flashback!». Estoy llegando a eso. Solo pienso en qué voy a decir. Me hizo algo, sí, pero no me refiero a nada físico. Me hizo algo en la cabeza, y constato que eso es siempre lo más difícil de que hablar. Así pues ¿por qué Otter y yo estamos de pie bajo la lluvia, con el helado de soja del Chico medio derretido? ¿Por qué me aferro a él como lo hizo Ty cuando le contamos lo de nuestra madre? Lo hago porque tengo miedo de que desaparezca como dijo que no haría, que me abandone y vuelva a dejarme solo. Pero yo no soy así, ¿vale? No soy así.

No lo soy.

Un par de semanas después de graduarme llegué a casa del trabajo. Eran casi las diez de la noche. Estaba cansado. En aquellos días me sentía cansado la mayor parte del tiempo. No hay nada más agotador para un ser humano que un estado perpetuo de aflicción y de ira. Alternaba entre ambas, tratando de reprimirlas para que nadie viera lo mal que me encontraba. Entré en nuestro piso y vi a la señora Paquinn sentada en el sofá, con Ty dormido con la cabeza en su regazo.

La señora Paquinn es la vecina de al lado. Tiene más de setenta años, pero posee más agilidad mental que la mayoría de la gente que conozco. Siempre que necesito un canguro está más que dispuesta a vigilar a Ty, sin hacer preguntas. Vive sola y lo ha hecho durante los últimos treinta años, después de que su marido muriera de un ataque al corazón a una edad increíblemente temprana. Siempre le gusta decirme que aquel hombre aguantó el tipo durante dos semanas, demasiado terco en esta vida para pasar a la otra. Yo sabía que había tenido una hija que también había fallecido, pero eso fue cuando ella era muy joven. Había dicho que Dios vio oportuno bendecirla con una, pero que era demasiado valiosa y por eso había vuelto a llevársela. Cuando lo oí por primera vez, me hizo pensar que Dios era un hijo de puta posesivo.

Finalmente había reunido el valor para contarle lo ocurrido, creyendo que se apiadaría y me compadecería como habían hecho todos los demás. Incluso pensé que lloraría un poco. Pero no hizo nada de eso; me dijo que era valiente por hacer lo que hacía y que le recordaba a su Joseph, el que había sido su marido. Me dijo que no me preocupara nunca por pedirle ayuda con el Chico, que le vigilaría siempre que lo necesitara. Siempre le habíamos pagado, por cuanto vivía de una renta fija, y me aseguré de que eso no cambiara. La primera vez que lo hice vi que estaba a punto de protestar, pero debía de haber algo en mis ojos porque me miró largo rato y después aceptó el dinero sin discutir. Por lo menos en eso percibí cierta normalidad.

Entré en el piso y le di las gracias en voz baja por vigilar a Ty en mi lugar. Anna también había estado trabajando, y Creed y Otter habían tenido que asistir a una cena de familia. La señora Paquinn había accedido enseguida a cuidar de Ty cuando se lo había pedido la víspera. Se levantó despacio del sofá, con movimientos suaves para no despertar a Ty. Le pagué, me abrazó como hacía siempre y la conduje hasta la puerta. Esperé a que hubiera entrado en el piso contiguo antes de cerrarla.

Volví con Ty y lo levanté. Se despertó brevemente, vio que era yo quien le llevaba y siguió durmiendo en mis brazos. La señora Paquinn ya le había puesto el pijama, así que lo deposité en su cama, le arropé, le besé la coronilla y apagué la luz del dormitorio. Dejé la puerta entornada para que la luz de la salita hiciera las veces de lamparilla de noche. Unos días antes había intentado instalarme en la antigua habitación de mi mamá, ahora que estaba libre. Eso había hecho que Ty se desquiciara. No tardé en descubrir que él sabía que tenía que dejarle a veces para ir a trabajar y cosas así, pero cuando estaba en casa esperaba que hiciera lo mismo que antes de que mamá se fuera. Eso implicaba dormir en la misma habitación. No le importaba que durmiéramos en nuestro cuarto o en el otro dormitorio, siempre y cuando estuviéramos juntos. Optamos por quedarnos en nuestra habitación, aun cuando era más pequeña. El cuarto de mamá todavía conservaba su olor. Era excesivo, demasiado pronto.

Aquella noche, no obstante, no pensaba en eso. Aquella era una de las noches en las que me sentía, con frecuencia en aquellos días, deprimido, enfadado, autocompasivo. Sabía que no podría dormir. En el trabajo había tomado la decisión de que quería emborracharme. Sabía que no hay nada peor para la depresión que beber solo, pero me traía sin cuidado. Mi mamá había dejado una botella de Jim Beam en un armario. Era repugnante, espeso y empalagoso, pero me aturdió enseguida, sobre todo porque bebía directamente de la botella. Al poco me encontré borracho y en un estado peor de cuando había empezado. Una sombra pasó por mi ánimo y me encaminé hacia el baño, con el cuerpo sacudido por temblores. Llevé la botella conmigo. Estaba trastornado. Y bebido. Y quería hablar con alguien. Desesperadamente.

Cogí mi teléfono para llamar a Anna o a Creed y en lugar de eso marqué el número de Otter.

Respondió al cuarto timbrazo.

—Gracias a Dios que has llamado. Esta cena no se acaba nunca, y tengo que confesarte que mi extensa familia es insoportable. Gracias por darme una excusa para huir.

—Mi extensa familia también es una mierda —dije, tratando de hacer un chiste, pero tenía la voz pastosa.

Otter pareció divertido.

—Supongo que el Chico duerme y has decidido permitirte algún exceso.

—Sí —respondí a duras penas—. Me lo he ganado a pulso.

—Eso no puede negarse. ¿Dónde estás?

—En la bañera. Hay terremotos, y tengo que ponerme a salvo —declaré irracionalmente.

—¿Estás bien?

—No. Ven.

—De acuerdo.

Sin vacilación.

—Estás en una familia con tu cena. No quiero estropearlo.

Soltó un bufido.

—Que les den. Creed puede entretenerles. Estaré ahí en quince minutos.

Sonó un timbre de alarma dentro de mi cabeza.

—No, no pasa nada.

Pero él ya había colgado.

Intenté levantarme, no sé para qué. Solo conseguí golpearme la cabeza en el soporte del jabón que sobresalía de la pared de la ducha. Decidí que en aquel momento no estaba en situación de pensar, y aún menos de dejar venir a Otter, con todo lo que había estado ocurriendo. Miré como un bobo mi teléfono, preguntándome cómo había pasado de querer llamar a Creed o a Anna a hacer venir a Otter mientras estaba como una cuba. Tiré el móvil al pasillo, donde rebotó en la moqueta y fue a dar contra la pared. Abrí la ducha y me quedé allí mientras me caía el agua fría, deseando quitarme la borrachera. La ropa no tardó en empaparse y en adherirse a mi piel. Me recogí las rodillas contra el pecho, me abracé las piernas y me estremecí.

Al cabo de un rato la entrada de Otter en el cuarto de baño me sacó del aturdimiento. Llevaba traje y corbata, y me pregunté por qué iba tan bien vestido para venir a mi casa. Me pregunté qué hacía aún en la ducha, con la piel entumecida y los dientes castañeteando. Me pregunté por qué me fijaba en que la corbata de Otter combinaba casi a la perfección con sus ojos. Estaba apoyado en el marco de la puerta del baño, con sus grandes brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza inclinada a un lado como si tratara de averiguar qué diablos estaba haciendo. Creí que le debía una explicación.

—Me he asustado —dije estúpidamente indicando a mi alrededor—. Este es el único sitio seguro cuando todo tiembla.

Él no dijo nada; en lugar de eso, dejó la puerta y se metió en la bañera conmigo, con traje y todo. Se sentó a mi lado, con nuestras rodillas tocándose. Extendió un brazo hacia el grifo y lo giró hasta que el agua se volvió tibia. Le miré con los ojos como platos.

Me vio observándole y se encogió de hombros.

—No es más que un traje, Bear. Y tienes los labios amoratados. ¿Qué haces aquí debajo del agua fría?

Me miré las manos y reparé en lo chiflado que debía de haberle parecido cuando entró en el baño.

—Intentaba quitarme la borrachera —dije, con una voz semejante a la del Chico.

Otter bufó y me quitó la botella de las manos.

—Apuesto que sí. ¿Por qué diablos bebías esta mierda?

—Es lo único que tenía. Es lo único que dejó mi madre —contesté, como si eso lo explicara todo.

—Bueno, en ese caso no estará tan mal —dijo, mientras se inclinaba hacia delante y vaciaba el resto de la botella en el retrete.

Empecé a protestar, pero cambié de opinión cuando sacudió la cabeza.

—Está bien —dije—. De todos modos ya no quería más.

Recosté la cabeza sobre las rodillas, empezando por fin a entrar en calor. Permanecimos un rato sin hablar, y estuvo bien. La ducha hacía demasiado ruido para poder hablar como era debido, pero era agradable estar con alguien. Era consciente de su presencia, de su rodilla chocando con la mía a menudo, y me aportó consuelo. Sentí que el mundo se estabilizaba poco a poco, y cuando tuve la certeza de que el terremoto había pasado me levanté, me incliné sobre Otter y cerré el agua. Salí de la bañera y le pasé una toalla.

—¿Mejor? —preguntó mientras se quitaba la chaqueta y la corbata.

Se frotó la cara y el pelo con la toalla.

—Sí. No tenías que haber venido, Otter.

—Lo sé.

—Y ahora estás empapado.

—Eres muy observador cuando estás borracho.

—¿Por qué has venido?

—Me has pedido que lo hiciera. ¿Por qué me has llamado, si no?

—No lo sé —respondí sinceramente.

—Yo tampoco lo sé, Bear. Pero ahora estoy aquí. Y sí, estoy empapado, igual que tú. ¿Me prestas un pantalón corto y una camiseta o algo? No puedo seguir llevando esta ropa.

Mi cabeza lo interpretó mal, y me sentí sacudido por una réplica.

Me siguió a mi habitación, donde Ty aún dormía. Esperó en el umbral mientras cogía ropa para él. Le lancé una camiseta vieja y un pantalón corto. Se alejó y oí la puerta del baño al cerrarse. Confiaba en que no se hubiera fijado en cómo me temblaban las manos. Me dije que era porque tenía frío. Me sentí como un embustero.

Me despojé rápidamente de la ropa húmeda y usé la toalla para frotarme la piel helada. Me puse unos vaqueros y una camiseta. Comprobé enseguida que aún estaba borracho porque no acertaba a subirme la cremallera del pantalón y me había puesto la camiseta del revés. Maldije en voz baja.

Salí del dormitorio, asegurándome de volver a dejar la puerta entornada, y fui a la salita, donde Otter ya estaba sentado en el feo sofá. Mi ropa parecía sentarle mejor a él que a mí. La camiseta se extendía estrecha sobre su pecho y sus hombros. Las mangas le ceñían los brazos. En mi estado de embriaguez, me pregunté qué pasaría si le hacía enfadar; seguro que no me caería bien cuando estuviera enfadado. Me noté la boca seca y opté por sentarme en una silla frente a él y no en el sofá a su lado, mientras intentaba quitarme de la cabeza la imagen de Otter como si fuera la Masa.

Como no sabía qué decir, no dije nada. Él tampoco, y dentro de mi cabeza se inició un concurso para ver quién aguantaba más tiempo sin hablar. A mi mente borracha le parecía algo fascinante, por lo menos hasta que mi boca borracha se abrió y dijo:

—No puedo hacerlo, Otter.

—¿Qué no puedes hacer, Bear?

—No lo sé. No me hagas caso. Estoy borracho y no sé lo que me digo.

—¿Qué no puedes hacer, Bear? —repitió, y le maldije mentalmente.

—No puedo… No puedo cuidar de Ty —repuse, creyendo que había querido decir otra cosa pero ignorando qué podía ser.

Él suspiró.

—No te lo tomes a mal, pero en realidad no puedes elegir. Tienes que hacerlo.

—No es justo.

—No, no lo es.

—No puedo hacerlo, Otter.

—Sí puedes.

—¿Vas a marcharte? —pregunté bruscamente.

Esto le cogió por sorpresa, y retrocedió como si le hubiera abofeteado.

—¿Qué?

—Cuando le dijimos a Ty que mamá se había ido, el Chico te preguntó si te quedarías, y contestaste que sí, y Creed dijo algo. No recuerdo qué dijo, pero me hizo pensar que tenías intención de irte.

Negó con la cabeza, pero no dijo nada.

—¿Era cierto? —insistí, necesitando repentinamente una respuesta suya.

—Eso no importa, Bear —dijo Otter en voz baja, apartando los ojos de mí.

—Sí importa. No tienes que quedarte por nosotros.

—¿Nosotros? —preguntó, enarcando una ceja.

—Ty y yo.

Se encogió de hombros.

—Os dije a los dos que lo haría.

—No sacrifiques nada por nosotros, Otter —dije, sintiendo cómo se encendía la ira dentro de mi estómago—. Ya tengo que hacerlo yo, así que no hagas tú lo mismo.

No respondió.

—¿Adónde irás? ¿Es por trabajo?

Sacudió la cabeza.

—¿No? ¿No, qué? ¿No era por trabajo? —insistí, con un tono de crispación en la voz—. ¿Entonces para qué era? ¿Qué ibas a hacer? ¿Cuándo pensabas decírmelo?

—Yo no… —empezó a decir, y entonces suspiró.

—No seas estúpido, Otter. Contesta la jodida pregunta. ¿Cuándo te irás?

—Bear —dijo en voz baja, con su tono habitual de advertencia.

Normalmente eso me hacía callar. Normalmente dejaba de hablar. Pero, impulsado por el alcohol o la rabia, era incapaz de ello. No podía dejarlo en paz.

—¿Por qué no quieres decírmelo?

—¡Bear, déjalo de una vez!

Otter se levantó y empezó a caminar por la estancia.

—Que te jodan. ¡No pienso hacerlo! ¡Dímelo!

—¡No voy a ninguna parte!

—¿Por qué no? —grité, sin importarme si el Chico se despertaba.

Dejó de caminar y me fulminó con la mirada.

—Si todavía no lo sabes, entonces no sirve de nada decírtelo —me espetó.

Me levanté de la silla y me planté ante él, mirándole a la cara. Él me devolvió la mirada con el ceño fruncido, sin pestañear. Nunca había estado tan cerca de su rostro y vi unas motas doradas en el verde de sus ojos cuya existencia desconocía hasta entonces. Me pregunté hasta qué punto estaba borracho porque noté que mis manos subían, y supe que me disponía a darle un puñetazo o empujarlo al suelo. Lo que no me esperaba era que mis manos se posaran sobre su nuca y se deslizaran suavemente por su pelo, todavía húmedo por el agua de la ducha. Lo que no me esperaba era que mis manos le atrajeran hacia mí. Lo que no me esperaba era que sus labios tocaran los míos, con un gruñido de sorpresa saliendo de su boca. Lo que no me esperaba era la calidez de su sabor, lo agradable que resultaba y cómo supe cuándo había superado su conmoción inicial porque empezó a besarme a su vez, y me hirvió la sangre, me sentí electrizado y el universo entero se sacudió hasta el fondo. Entonces me percaté de lo que ocurría, de qué estaba haciendo y con quién lo hacía, y me quedé helado cuando las manos de Otter buscaron mi cintura. Tan pronto como sus manos tocaron mis caderas, retrocedí de un salto y me encontré casi en la otra punta de la habitación.

—Oh, Dios mío —gemí en voz alta mientras se me encogía el estómago, y me doblé de dolor—. Oh, Dios mío.

Y así fue como sucedió. Así fue como acabé besando al hermano mayor de mi mejor amigo, Otter, al que conocía casi desde que tenía uso de razón. Una locura, ¿verdad? Sobre todo teniendo en cuenta que yo no soy así. No sé cómo ocurrió, por qué ocurrió ni nada, ¿vale? Simplemente ocurrió. Recuerdo que me alejé de él dando traspiés y murmurando disculpas, diciéndole que estaba borracho, que no sabía lo que hacía, que ese no era yo y que solo necesitaba dormir y si él podía marcharse, que ya le llamaría más tarde. Mientras balbuceaba, no le miré a los ojos en ningún momento. La cabeza me daba vueltas y sentía náuseas. Ya casi había llegado al sofá y le pedía de forma incoherente que no se lo dijera a Creed ni a Anna cuando la habitación empezó a girar. Me acosté en el sofá y le vi acercarse a mí, con una expresión preocupada en la cara, y antes de desmayarme recordé el tacto de su pelo bajo mis dedos, húmedo y suave.

Al cabo de un rato, creí tener un sueño. Soñaba que Otter me había levantado del sofá y me llevaba en brazos. Me llevó a mi dormitorio, me puso en mi cama y me tapó con el edredón hasta la barbilla. Se sentó en la cama junto a mí, me frotó el pelo y me acarició la mejilla. Intenté charlar con él, pero me sentía la boca como llena de algodón y no podía hablar. Noté que se movía la cama cuando él se levantó, se inclinó sobre mí y me besó en la frente. Antes de retirarse, acercó los labios a mi oído y dijo: «Lo siento. Espero que puedas perdonarme algún día». Quise decirle que no pasaba nada aun cuando no sabía de qué estaba hablando. Pero ya se había ido.

—¡Bear, levántate! —me dijo el Chico al oído.

Gruñí y abrí los ojos. Di un respingo cuando la luz se abrió paso hasta mi cerebro. Volví la cabeza y vi a Ty mirándome desde arriba junto a mi cama. Tan pronto como moví la cabeza, la atravesó una punzada de dolor que me removió el estómago.

—¿Estás enfermo? —me preguntó Ty.

—Sí —dije con voz ronca—. ¿Por qué me has despertado? ¿Qué hora es?

El Chico echó un vistazo al despertador situado en la mesilla de noche que separaba nuestras camas.

—Aún es por la mañana. Estaba viendo la tele, ha sonado tu teléfono y ponía Creed, así que he contestado. Parece furioso y ha dicho que quería hablar contigo.

Entonces observé que sostenía mi móvil en una mano y recordé lo que había ocurrido aquella noche. Me quedé sin aliento, y estuve a punto de decirle a Ty que colgara, tirara el teléfono y lo pisoteara. Luego prepararía una bolsa para él y para mí, subiríamos a mi coche y nos iríamos a Canadá, donde nadie sabría que había besado a un tío la noche anterior. «¿Se lo ha dicho Otter? —pensé, presa del pánico—. ¿Le ha dicho Otter a Creed que le besé?». Ty tendió el teléfono y lo puso en mi mano abierta.

—Me voy a ver la tele —anunció Ty mientras salía de la habitación.

Me llevé el teléfono al oído.

—¿Sí?

—¡Voy a matarle! —me gritó Creed.

—¿A quién vas a matar? —pregunté, sin desear una respuesta.

—¡A Otter! ¡No me puedo creer que haya hecho esto!

—¿Qué?

—¡Se ha ido!

Me dio un vuelco el corazón.

—Espera un momento. ¿Qué quieres decir con que se ha ido?

Creed se puso a gritar a través del teléfono:

—Esta mañana, cuando me he despertado, estaba cargando todas sus cosas en el coche. Le he preguntado qué estaba haciendo, y ha dicho que finalmente había aceptado aquel empleo en San Diego. ¡Ha dicho que era mejor así! ¿Puedes creerlo? Es decir, ¿cómo ha podido hacerle algo así a Ty, tío? Dijo a Ty que se quedaría aquí, ¡y ahora descolocará al Chico todavía más! ¡Había dicho que renunciaría a aquel jodido empleo para quedarse aquí!

—¿Se ha ido? —repetí, con la mente demasiado entumecida para pensar en nada más.

—Hace cosa de una hora. Le he preguntado qué pensaría Ty. Qué pensarías tú de que no os haya dicho nada, pero no ha querido responderme.

—Ya.

—Ya lo sé, ¿vale? Quiero decir, ¿qué diablos? ¿«Es mejor así»? ¿Qué significa eso? Quiero saber por qué lo ha hecho. Se marchó de la cena anoche, y algo ocurrió porque, cuando llegó a casa, actuó de un modo muy extraño. No quiso decirme adónde había ido, pero llevaba una ropa distinta cuando volvió.

—¿Ah, sí?

—Sí, y bueno, tengo que decirte algo, y tienes que prometerme que esto quedará entre nosotros. Es un asunto serio, Bear.

—Te lo prometo.

Oí que Creed respiraba hondo.

—Otter es gay. Nos lo confesó a mamá, papá y a mí hace unos meses. No te he dicho nada porque leí en la Wikipedia que el proceso de salir del armario es distinto en cada caso, y tienen que hacerlo a su manera. A mí me importa un carajo, pero a mis padres les ha costado aceptarlo, y últimamente ha habido malas vibraciones en casa.

—Ya —dije.

Creed pareció exasperado.

—Bear, ¿has oído lo que acabo de decir? Otter es gay.

—Te he oído —repuse, mostrándome molesto.

—¿Y todo lo que se te ocurre decir es «ya»? ¿Qué diablos?

—¿Qué quieres que diga?

—No lo sé. Lo que sea. Creo que Otter ha ido a ver a alguien y ha ocurrido algo esta noche, quizás hayan roto. Es por eso que ha llegado a casa muy triste y alterado, y después se ha ido. ¿Te ha dicho algo sobre un tío o algo? ¿Cuándo ha sido la última vez que has hablado con él?

—Hace un par de días, cuando llamó para hablar con Ty —mentí, y dentro de mi cabeza volví a sentir los labios de Otter sobre los míos—. No le he oído nunca mencionar a nadie.

—Mierda. ¡Pero Ty! ¿Cómo diablos le afectará esto?

—No lo sé —dije, repentinamente más enfadado de lo que la situación habría requerido.

Y si tenía que ser franco conmigo mismo, la ira que sentía por la marcha de mi madre no podía compararse con la huida de Otter. Había prometido a Ty que se quedaría y le ayudaría. Otter me lo había prometido a mí. ¿Le había cabreado tanto mi beso para forzarle a irse? ¿Realmente necesitaba dar al Chico otro motivo para no volver a confiar en nadie? «Eres un hijo de puta —pensé—. Un maldito hijo de puta».

—Vengo a verte, tío. Ahora mismo no soporto esta mierda. Mi madre está llorando y mi padre está jodido, y debería estar ahí cuando se lo digas para que pueda oírlo también de mí.

—Está bien —contesté entre dientes, y colgué.

Mi jaqueca era aún peor. Me temblaban las manos de cólera.

Me levanté, cerré la puerta del dormitorio y volví a la cama.

«Lo siento —había dicho en lo que yo creía que era un sueño—. Espero que puedas perdonarme algún día».

Hundiendo el rostro en la almohada para que Ty no me viera, empecé a ahogarme.

Se lo dijimos a Ty, y por supuesto le rompió el corazón. No entendía por qué Otter se había marchado. Le dijimos que no era nada que hubiera hecho él, pero para entonces Ty era inconsolable. Después de eso, Ty cambió. Empezó a preguntarme las horas exactas a las que regresaría del trabajo o de donde fuera. Si iba a llegar tarde, tenía que llamarle y hacérselo saber. Comenzó la rutina del aseo que os he descrito anteriormente, en la que tenía que esperarle en el sitio exacto en el que estaba cuando él entraba. En resumen, dejó de confiar en nadie.

Tuvimos días buenos y días malos, y hubo también días en los que daba la sensación de que vivíamos sobre una falla porque todo parecía rasgarse por las costuras. Aquella bañera fue muy utilizada por Ty y por mí, sentados allí dentro para tratar de calmarnos. Una noche, después de un día especialmente aciago, me quedé atrapado en un atasco provocado por un accidente cuando volvía a casa del trabajo. Fue también cuando se me agotó la batería del móvil. Ya sabéis, la tormenta perfecta. Ni que decir tiene que llegué a casa veinte minutos tarde. Para entonces el Chico ya se había vuelto loco, y me llevó cinco horas conseguir que por fin se calmara lo suficiente para respirar. Al día siguiente puse el cargador del teléfono en el coche y ya no lo he sacado nunca de allí.

Durante el siguiente año y medio, Creed me ponía al corriente cuando hablaba con Otter de vez en cuando. Nunca le pedí noticias de su hermano, pero me las daba de todos modos. Por lo visto le iba muy bien en el nuevo estudio donde trabajaba y estaba cobrando bastante fama por sus fotografías. Me sentí amargado durante algún tiempo, y después dejé de sentir nada. Otter intentó llamarme en varias ocasiones, pero yo no le cogía el teléfono y él no dejaba ningún mensaje. Ty hablaba con él de tarde en tarde cuando estaba con Creed o con Anna. Jamás le pregunté de qué hablaban, ni él me lo dijo.

Nunca hablé con nadie de la soledad que parecía desgarrarme los costados. Se me antojaba extraño, cuando menos al principio, que tuviera tiempo para sentirme solo. Pero había noches, mucho después de que Ty se quedara dormido, cuando no había nada que hacer hasta que volvía a hacerse de día fuera, en las que luchaba con aquel gran agujero que se había abierto en mi interior. Sabía que no podía atribuir toda la culpa de eso a Otter; a fin de cuentas, era mi mamá quien lo había comenzado todo. Pero no podía evitar agruparlos en la misma categoría: personas de las que dependía que me habían jodido. Me figuré que cuanto antes las dejara atrás, más fácil resultaría.

Casi funcionó.

No volví a ver a Otter durante dieciocho meses. Pensé que ya estaba bien. Pero cuando apareció de improviso, la herida volvió a abrirse y sangró de nuevo, y fue como si todo se desmoronara otra vez.

El Chico y yo fuimos a casa de los Thompson por Navidad como habíamos hecho el año anterior. Estábamos todos sentados en la salita, observando cómo Ty abría el montón de regalos que los padres de Creed le habían hecho. Todos nos reíamos mientras la sonrisa del Chico se iba ensanchando con cada regalo. Yo tenía sed y me ofrecí para llevar bebidas a todos. La señora Thompson quiso ayudarme, pero negué con la cabeza y dije que ya me ocuparía yo.

Estaba en la cocina cuando se abrió la puerta y entró él, con el pelo algo más largo, su cuerpo un poco más delgado, pero todavía exhibiendo su sonrisa torcida. Miró al interior de la cocina y, cuando sus ojos se posaron en mí, dejó caer la bolsa que llevaba y sin mediar palabra cubrió rápidamente la distancia que nos separaba y me atrajo entre sus brazos. Todo sucedió tan deprisa que creí que me lo había imaginado hasta que caí en la cuenta de que seguía oliendo a Otter. Levanté los brazos para abrazarle, pero recordé la última vez que lo había hecho: su boca se había pegado a la mía y mi cuerpo había parecido electrificarse.

Me aparté y me dirigí hacia la salita, pero no antes de ver el dolor en su mirada.

Se quedó una semana. Dejé que Ty le viera, pero siempre hacía que Anna o Creed recogieran al Chico en nuestra casa y se lo llevaran. No volví a verle durante el resto del tiempo que estuvo allí. No las tenía todas conmigo. Que yo sepa, él no intentó ponerse en contacto conmigo durante su estancia salvo una vez. Ty había venido a casa el día de Año Nuevo después de que yo saliera del trabajo, necesitando desesperadamente la paga y media por trabajar un festivo. El Chico había pasado el día con Creed y Otter en su casa. Ty dijo que Otter lo había traído y después se había marchado a San Diego. Me sentí apesadumbrado, pero no habría podido hacer nada al respecto. Quise hablar con Anna, oír otra voz, y me percaté de que me había olvidado el teléfono en el coche. Dije a Ty que volvería enseguida, después de asegurarle que solo tardaría un minuto.

Me encaminé hacia el coche, pensando en el alivio que suponía que Otter se hubiera marchado otra vez, como si me hubieran quitado un peso de encima. Tenía que convencerme, pero casi pude creerlo. Me acerqué al coche y vi un papel colocado debajo del parabrisas. Creyendo que era la publicidad de un restaurante, lo cogí y me disponía a arrugarlo en mis manos cuando vi una letra que me resultaba familiar:

Sé que estabas dolido y que tienes buenos motivos para estar enfadado, pero quiero que sepas que no ha transcurrido un solo día sin que haya pensado en ti y en Ty. Quizás ese sea mi castigo, saber que te va bien y saber que yo no he tenido nada que ver con eso. Por si sirve de algo, estoy orgulloso de ti por haberlo hecho tan bien a pesar de que algunas personas hayan roto las promesas que te hicieron.

Fue agradable verte, aunque solo fuera un momento. Me alegro de que por lo menos recibiera eso. Te he echado de menos, papá Bear.

No había firma, pero no era necesaria. Doblé el papel con cuidado y me lo guardé en la cartera.

—¿Qué haces aquí? —gimo—. ¿Por qué has vuelto?

Me coge por la barbilla, obligándome a mirarle a los ojos.

—No tiene nada que ver con lo que pasó entre nosotros. En lo que a mí se refiere, fue un error. No deberíamos habernos besado nunca.

Trato de escabullirme, pero tímidamente. Procuro no mirarle, pero sigue sujetándome por la barbilla. Todavía hay motas doradas en sus ojos verdes.

—¿Es por eso que te fuiste? —pregunto, intentando suavizar la voz—. ¿Debido a… aquello?

Niega con la cabeza.

—No fue solo eso, Bear. —Me suelta y da un paso atrás—. Estaban pasando muchas cosas, y no sabía qué otra cosa hacer. —Me mira con ojos suplicantes—. Tienes que creerme cuando digo que si pudiera volver atrás y hacer las cosas de un modo distinto, lo haría.

—Tres años —replico.

Aprieta los dientes.

—Ya lo sé. No tienes que recordármelo. Solo que… —empieza, pero entonces se detiene y parece pensar qué dirá a continuación—. Sé que esto te parecerá estúpido, pero creí que de alguna manera influía en ti, y no consideraba que fuera justo. No creía que necesitaras eso encima de todo lo demás. No intento excusarme, solo trato de hacer que lo entiendas.

—¿Qué quieres decir con que influía en mí?

Hace una mueca.

—Bear, yo estaba saliendo del armario. Mis padres no se lo estaban tomando bien y entonces todo ese asunto de tu madre… Necesitabas personas que pudieran ser fuertes para ti. Creí que yo podía hacer eso. Pero entonces acaeció aquella noche, y me di cuenta de lo débil que era en realidad. Estabas borracho, dolido y necesitabas un amigo, y entonces nos besamos, y comprendí que no podía ser el más fuerte. Pensé que de alguna manera te estaba presionando demasiado, y que era… No lo sé, Bear. Pensé que poner distancia entre nosotros era lo mejor que podíamos hacer en aquel momento. —Se muestra abatido—. ¿Tiene sentido algo de esto? —me pregunta.

—Yo no soy gay, Otter. No me importa que tú lo seas, pero yo no lo soy.

Agacha la cabeza.

—Ya lo sé, Bear. Me parece bien.

—¿Cuánto tiempo te quedarás?

No quiere mirarme.

—No lo sé —dice—. De momento.

—¿Por qué has vuelto?

Sacude la cabeza.

—Ahora no quiero hablar de eso. Es posible que más adelante, ¿vale?

—¿Habrá un «más adelante», Otter? ¿O volverás a escabullirte con el rabo entre las piernas?

Es un golpe bajo y soy consciente de ello, pero aún estoy enfadado y no puedo evitarlo. Quiero que mis palabras quemen.

Hace una mueca.

—Me aseguraré de decírtelo.

—Hazlo. —Me paro a pensar—. Y, para que lo sepas, esto no disculpa nada. Tienes mucho que compensar. Con Ty, quiero decir.

—Lo sé —dice, y finalmente me mira a los ojos.

Paso por su lado de camino hacia el Jeep. El helado aún no está tan derretido como creía, consulto el reloj y veo que solo disponemos de unos segundos antes de que Ty empiece a preocuparse. Me vuelvo para decirle a Otter que mueva el culo, pero ya está subiendo al coche. Miro hacia él y veo la carta que he sacado de la cartera sobre su asiento. Estiro un brazo y la recojo antes de que se siente sobre ella. Sabiendo que me observa con curiosidad, doblo el papel y lo devuelvo a su sitio en mi cartera.

—¿Bear? —dice, y la lluvia golpetea acompasadamente sobre el techo.

Me quedo mirando a través de la ventanilla. De repente me siento muy cansado.

—¿Qué?

—¿Por qué has conservado eso?

—¿Qué?

—Ya lo sabes.

—¿La carta que me escribiste?

—Sí.

«Porque era lo único tuyo que me quedaba», pienso.

—No lo sé —digo en voz alta.

«Embustero», susurra la voz interior.