12 de febrero de 1983

Estimada Sra. Harvey:

Hace ya un año y siete meses que me pidió usted que me interesara por Hugo, y durante este tiempo, como sabe, lo he recibido en mi consulta cada quince días, en jueves alternos, con el propósito declarado de renovar las recetas de su loción contra el acné.

Durante todo este tiempo, Hugo se ha mostrado más que dispuesto a hablarme. Naturalmente, no abordé de inmediato la asunto de su sexualidad, pues juzgué que una excesiva precipitación resultaría contraproducente. Preferí esperar hasta haberme ganado su confianza y dejar que fuera él quien sacara a relucir el tema, como en efecto sucedió hace algunas semanas.

Ahora que Hugo va a pasar unos meses fuera, trabajando en un barco para cruceros, creo conveniente presentarle una especie de informe sobre nuestras conversaciones.

Algunas cosas están muy claras para los dos. Hugo es muy inteligente y tiene una gran seguridad en sí mismo, o al menos eso supone. En realidad, como en cualquier chico de su edad, en él se mezcla lo medio crudo con lo demasiado cocido. Pero una cosa está clara: Hugo no es ningún ingenuo en lo que atañe a su propia sexualidad, y, sin duda le aliviará saberlo, está resuelto a mantener abiertas todas las opciones.

En estos momentos, no parece saber con certeza hasta qué punto va a ser duradero su actual interés por los hombres. Habla muy calurosamente de una amiga íntima llamada Cynthia, a la que creo que usted ya conoce, con la que piensa pasar una temporada en Nueva York cuando termine su contrato en el barco. Considerándolo todo, tengo la impresión de que este intervalo de nueve meses entre la escuela y la universidad va a resultarle muy útil, sobre todo porque el hecho de alejarse del hogar durante cierto tiempo le obligará a afrontar algunas realidades de la vida (Hugo, como muchos chicos de su edad, se caracteriza más por su dogmatismo que por la información que posee, y en su mente reina una confusa mezcolanza de pretensiones).

También le será útil para distinguir sus propias ideas de las reacciones inmediatas a las de usted. Desde luego, no es nada infrecuente que los adolescentes de su edad adopten una actitud francamente hostil hacia su propio medio y su entorno doméstico; en algunos aspectos, Hugo sigue siendo muy leal a su familia, pero pocas veces he visto un joven más impaciente por desplegar sus propias alas y huir del nido familiar. Constantemente habla de escapar, escapar de Hadley y del hogar de los Harvey, y en cierta medida, escapar de la escuela, de Inglaterra y, según creo, de algunas relaciones anteriores bastante desdichadas. Sigue siendo un muchacho muy amigable, pero no cabe duda de que ciertos acontecimientos de su pasado han dejado huellas en él. Es evidente que algunas de sus actividades, de las que, a decir verdad, apenas conozco algunos detalles insignificantes, le han hecho muy infeliz, y estoy seguro de que las cicatrices han sido aún más dolorosas por el hecho de no poder compartir sus experiencias con amigos ni familiares.

Hugo parece ser una persona muy solitaria. Es decidido y está seguro de sí mismo, pero es también bastante retraído. Él, por descontado, lo negaría, y sé tan bien como usted que cuenta con muchos amigos. Pero se muestra escéptico, si no cínico, respecto al amor.

Por otra parte, abriga un arraigado idealismo a propósito de Cambridge, y sé que ve la universidad como un antídoto para todos sus desengaños anteriores. Ojalá esté en lo cierto. Ciertamente, es muy afortunado por tener la oportunidad de ir a Cambridge (aun ahora, a mis años, se la envidio), pero temo que haya puesto demasiada confianza en que la universidad será la respuesta a todos sus sueños y el amante que, es evidente, anda buscando.

Sé que hace dieciocho meses le preocupaba a usted mucho que Hugo frecuentara pésimas compañías. Ahora me parece que tales temores eran exagerados, y perdone que se lo diga así, aunque comprendo muy bien sus motivos y también yo me alarmé al descubrir en el historial médico de Hugo un episodio de gonorrea a los catorce años. Evidentemente, si existe un camino recto y estrecho, por entonces ya se había desviado mucho de él.

Pero, pese a todo lo dicho, Hugo es un joven muy honrado y bastante moral. Estoy seguro de que el tiempo que pasó con los cuáqueros le hizo mucho más bien del que jamás llegamos a imaginar que le haría, y probablemente le ayudó más que a su hermana mayor.

Tanto Marjorie como yo mismo sentimos un gran afecto por Hugo y hemos disfrutado de su compañía sin reservas en las contadas ocasiones en que ha venido a cenar con nosotros. Es un huésped muy grato, y se cuenta entre los poquísimos que también son apreciados por los niños.

Creo que no puedo decirle nada más. Me gustaría muchísimo que Hugo se mantuviera en contacto conmigo. Creo que, sea cual fuere la orientación sexual que elija, se negará a responder ante nadie. Es una extraña combinación de sofisticación sexual e inocencia absoluta. Por lo que puedo deducir, nunca ha hecho más que besar experimentalmente a una chica, y buena parte de su inactividad en este terreno se debe, en mi opinión, a una timidez fundamental. Tuvo la desgracia de caer en un estado de confusión sexual a muy temprana edad y, de hecho, nunca ha conseguido superarlo. Las experiencias de un tipo, al parecer, han apagado sus deseos de experimentar cualquier otra cosa.

Aunque todavía albergo la esperanza de que Hugo encuentre una novia —y, a juzgar por lo que él cuenta, Cynthia parece una posibilidad muy atractiva—, debo hacer notar que el propio Hugo no se halla muy convencido de que su sexualidad vaya a cambiar jamás. No cree que estas cosas puedan decidirse de improviso, por así decir, sino que forman parte de la propia química sexual de la persona, y que en toda persona se reúnen dos impulsos —hetero y homo— en distintas proporciones. Algunas personas se sitúan en cualquiera de los dos extremos; otras, es de suponer que los plenamente bisexuales, en el punto central; todos los demás, en diversas zonas intermedias. En estos momentos, creo que lo máximo que podemos esperar de Hugo es que reconozca que no necesariamente se halla en un extremo. No obstante, como le he dicho antes, me ha asegurado con plena sinceridad que mantiene abiertas todas las opciones.

Ya conoce mis impresiones sobre este asunto, y estoy seguro de que las comparte conmigo. Ni usted ni Hugo tienen nada que ganar, y sí mucho que perder, con un intento deliberado de cambiar su orientación sexual, que resultaría inútil. Incluso quienes consideran la homosexualidad una enfermedad, también la consideran una enfermedad incurable. Sé que sus temores no se debían tanto a que la sexualidad de Hugo fuese atípica como a la posibilidad de que fuera explotado y pervertido por individuos sin escrúpulos. No creo que Hugo haga nada en particular para evitar la compañía de personajes que usted y yo juzgaríamos sin escrúpulos, pero sí creo que podemos confiar en su buen juicio y en que es improbable que se apegue profundamente a una persona muy inadecuada.

Añadiría también que, a mi modo de ver, quizá se preocupa usted demasiado por el alejamiento de Hugo. Como ya he dicho antes, aún sigue mostrando una gran lealtad hacia su familia. No tolera que ningún extraño los critique, aunque es capaz de hacerlo él mismo con gran ferocidad. Sus críticas, empero, se centran principalmente en las batallas familiares. Tiene una lista de heridas y cicatrices que le gusta mantener abiertas. Al terminar la jornada, creo que se siente más orgulloso por haber superado lo que él ve como una especie de combate que resentido por las marcas que este combate pueda haberle dejado.

Para terminar, y contra lo que usted temía, no he advertido absolutamente ningún indicio de que consuma drogas ni de que siga prestando favores sexuales a cambio de pequeñas sumas de dinero.

Esperando poder verlos a los dos en breve plazo, le presento mis más sinceros y cordiales saludos.

Dr. P. S. Wilkinson