4 de julio de 1979

Estimados Sres. Harvey:

Les escribo esta carta para completar el informe escolar de su hijo Hugo al término de su cuarto curso. La he enviado en sobre aparte porque no creo conveniente que Hugo la vea. De hecho, me atrevería incluso a sugerirles que no la comentaran con él, aunque eso, desde luego, son ustedes quienes deben decidirlo. Como tutor de Hugo en la escuela, es importante que exista una confianza mutua entre nosotros, y tal vez le parezca que esta carta, enviada a sus espaldas, por así decir, traiciona esta confianza.

El único motivo de que la haya escrito es que considero necesario informarles de ciertos aspectos preocupantes de la conducta de Hugo. No propongo ninguna medida inmediata, aunque espero que en un futuro próximo podamos encontrar un momento para hablar de Hugo y de estas cuestiones y decidir la mejor manera de enfrentarlas.

El problema, como verán por el informe, no es estrictamente escolar. Hugo parece obtener buenas notas con gran facilidad. Es un alumno inteligente y concienzudo que siempre entrega los deberes a tiempo y siempre bien hechos. Se toma las clases muy en serio, y sé que el jefe de estudios tiene la certeza de que, a su debido tiempo, se presentará al examen de ingreso en Oxford y Cambridge.

No obstante, las notas de aplicación que figuran en el informe revelan una tendencia preocupante. Muchos de sus profesores han calificado su aplicación con una S (menos que satisfactoria), y dos de ellos fueron persuadidos en el último momento para no ponerle una U (insatisfactoria) a pesar de sus buenas notas en los exámenes de fin de curso.

Se trata de una circunstancia alarmante, pero en modo alguno desesperada. Según mi parecer, si ahora prestamos atención a este problema, podremos evitar que esta incipiente tendencia antisocial de Hugo afecte a su trabajo. Es evidente que estas notas no reflejan el esfuerzo que Hugo ha dedicado a sus exámenes, cuyos resultados han vuelto a situarlo con facilidad entre los diez primeros de su curso. Sí reflejan, en cambio, su comportamiento en clase, que ha pasado de travieso (como tuvimos ocasión de comentar en su primer año) a casi excéntrico. Quizá ignoren ustedes que Hugo tuvo que ser depuesto de su cargo de subprefecto de la escuela a comienzos de este curso, cuando fue sorprendido jugando a «luchas de agua» con unos amigos en los vestuarios de la escuela. Sobre el papel, las luchas de agua pueden parecerles una travesura inofensiva, pero todo depende del volumen de agua que se utilice. Varios muchachos que habían dejado sus chaquetas en los vestuarios, como es perfectamente normal, han presentado reclamaciones para que Hugo y sus colegas paguen el coste de la ropa estropeada (y en estas reclamaciones, tanto ellos como sus padres cuentan con todo mi apoyo). Rompieron un lavabo de los vestuarios e inundaron deliberadamente dos retretes, y un profesor que había acudido a investigar la causa del considerable alboroto que acompañaba a la lucha resbaló en el suelo peligrosamente mojado y sufrió un golpe en el cóccix que le obligó permanecer una semana de baja. Al margen del quebrantamiento de la disciplina exigible a un prefecto de la escuela y de la lesión sufrida por un profesor, la escuela tuvo que incurrir en el gasto adicional de contratar a un sustituto durante la ausencia del maestro lesionado. Por fortuna, no existe ninguna intención de reclamar estos gastos a Hugo, pues de otro modo podría darse el caso de que estuviéramos empujándolo al robo para responder de sus diversas obligaciones.

Aun así, ha habido otros incidentes. El número de ocasiones en que Hugo y sus amigos han sido descubiertos vagando fuera del recinto me induce a sospechar que sus paseos a la hora del almuerzo no se deben únicamente a su afición a las campánulas. Los alumnos de los cursos superiores suelen utilizar los bosques en cuestión para fumar a escondidas, y no me extrañaría que el nombre de Hugo acabara apareciendo en una futura lista de tales pillos. Fumar en horas lectivas llevando el uniforme de la escuela es una falta que suele sancionarse con una expulsión temporal. No puedo creer que Hugo fume con la aprobación y el beneplácito de ustedes, así que me permito sugerirles que examinen la cartera y las prendas de su hijo en busca de indicios delatores. Tal vez puedan intimidarlo para que deje de hacerlo. De hecho, me temo que en este caso se enfrentan el poder y la influencia de los padres con la presión del grupo de amigos. La escuela solamente puede procurar que se cumplan las reglas y aconsejar (como, de hecho, hacemos repetidamente).

Esta escuela posee una elevada reputación académica que nos resulta fácil mantener. También tiene la reputación de ser un criadero de subversivos de una u otra especie, y de ésta no nos libramos tan fácilmente. Aunque no voy a decirles que Hugo sea una de nuestras principales preocupaciones, lo cierto es que entre sus amigos figuran tres o cuatro jóvenes cuyas carreras en esta escuela difícilmente concluirán de forma natural.

Desde hace algunos años, tenemos en la escuela una gran incidencia de delitos relacionados con las drogas, y aunque en modo alguno acusaría a Hugo de estar implicado en tales actividades —debemos creer siempre en la inocencia del muchacho a menos que existan pruebas en contra—, no ignoro que el volumen de tráfico en el curso de Hugo, y en particular entre sus amigos, está llegando a niveles excepcionales. Quizá el propio Hugo les haya dicho que dos de sus amigos se enfrentan ya a sendas expulsiones por un trimestre y bien podrían ser expulsados definitivamente por hallarse en posesión de papel y tabaco de liar en el recinto de la escuela. Tenemos motivos para sospechar que sencillamente escondieron la marihuana con que pensaban preparar sus «porros». En la actualidad estamos vigilando atentamente a otros tres muchachos, uno de ellos muy relacionado con Hugo, y aún cabe la posibilidad de que la escuela acabe llamando a la policía, si finalmente se decide que la publicidad adversa puede quedar contrarrestada por la demostración de que sabemos responder al problema con la energía necesaria.

Llegados a este punto, debería añadir que no todos los amigos de Hugo —y parece tener muchos— son como los descritos. Su mejor amigo, Sam Judd, lleva camino de convertirse en un futuro capitán de la escuela, y es también uno de los alumnos más inteligentes de una clase que destaca por su inteligencia. Pero Hugo ha entrado a formar parte de una camarilla de duros, y hay varios incidentes en los que podría haber intervenido este grupito, Hugo incluido. Insisto de nuevo en que debemos suponerle inocente y les aconsejo vivamente que no hablen con él de estas cuestiones; pero, si les digo que entre los incidentes citados se cuenta la destrucción deliberada de un valioso violoncelo, la aparición de numerosas rayas en la capota de un automóvil propiedad del Sr. Bob Tallpit, profesor de gimnasia, y el robo de doce valiosos volúmenes de la biblioteca (que creemos vendidos en librerías de ocasión), espero que comprendan ustedes mi alarma.

Tengo la impresión de que el problema de Hugo no se debe a que sea un muchacho rebelde o antisocial. Más bien me parece que busca una excitación que probablemente no encuentra en la hora del almuerzo en la escuela. Por eso me desalentó saber por el propio Hugo que el motivo de que no se hubiera presentado a las pruebas para participar en la representación teatral de la escuela fue que ustedes le dijeron que eso perjudicaría sus estudios y que no debía hacerlo. Nada perjudicará tanto sus estudios como una expulsión, temporal o definitiva, y si en aquel momento hubiera sabido que ustedes opinaban así, habría intentado persuadirles de que Hugo necesitaba esta actividad adicional para canalizar parte de la energía que de otro modo dirige hacia empresas destructivas.

Hugo ha terminado su cuarto curso con destacadas calificaciones académicas, pero sus profesores tenemos la creciente e inquietante sensación de que no vamos a ver el fruto de sus esfuerzos (y los nuestros) si alguien no lo somete pronto a disciplina. Por eso les sugiero que nos reunamos, ya sea antes de las vacaciones de verano, lo que por descontado nos deja muy poco tiempo, o durante las primeras semanas del próximo curso, para discutir la mejor manera de dirigir sus energías hacia fines constructivos y creativos. Por ejemplo, me consta que Hugo está muy interesado en reanudar sus lecciones de Arte, y que fue para él una gran decepción saber que ustedes las juzgaban una pérdida de tiempo.

Espero que el contenido de esta carta y de cualquier conversación futura quede sólo entre nosotros. Hugo parece disfrutar, entre otras cosas, con la admiración espúrea que le dedican sus amigos y compañeros por meterse repetidamente en problemas. Parece casi un asunto de prestigio ver quién consigue ser convocado más veces al despacho del jefe de estudios para una entrevista especial, a pesar de que tales entrevistas suelen deberse a alguna infracción del reglamento de la escuela.

En espera de verles o hablar con ustedes pronto, sólo me resta añadir que confío en que podremos encontrar una solución a este problema antes de que llegue a ser verdaderamente grave.

Atentamente,

Neville Grenville