UN HOMBRE AL QUE LLAMABAN JEZA

A finales del año 1934, un día lluvioso, festivo en el calendario, llegó a la isla un hombre llamado Alejandro Zarco (amigos, conocidos e incluso enemigos le llamaban Jeza), con misión de observar las actividades del Partido, poco floreciente en aquella zona. Jeza era un hombre alto y delgado, con el cabello prematuramente blanco y ojos azules. Se dio a conocer a muy pocos: a José Taronjí y a los hermanos Simeón y Zacarías. No vino a ser activista: simplemente a analizar y reportar al Comité Central, de Madrid, con objeto de planificar un aumento de actividades. Cuando estalló la guerra, año y pico más tarde, cayeron en las primeras redadas José Taronjí, y los dos hermanos. Algún tiempo después, por medio de un hombre llamado Herbert Franz, que regresaba a su país, envió mensajes a la Central del Partido. Pedía instrucciones y enlaces. Más tarde, fogoneros, marineros, camareros de barco, procedentes de puertos italianos, recalaban en la isla y entraban en contacto con Alejandro Zarco.

Tal vez uno de aquellos enlaces fue sorprendido por la policía. Tal vez, había montado un servicio de vigilancia en el Port, donde se celebraban últimamente las reuniones. Una tarde, la policía les sorprendió, y Alejandro Zarco fue encarcelado. Concretamente: el cinco de febrero de 1937. Lucía el sol, aún, y partían algunas lanchas de pesca. Las mujeres tendían las redes en la arena, y el agua aparecía quieta, mansa, como un animal dormido.