Agradecimientos

Ha sido mucha la gente que me ha ayudado a traer este libro al mundo.

En primer lugar, gracias a mis siempre amables y sinceros primeros lectores: Cara, Fran, Jill, Karen, Lisa y Olive. Y mi agradecimiento especial a Margie, por alegar que estaba aburrida mientras yo me peleaba con la última edición y ofrecerse a leer el manuscrito con sus perspicaces ojos de escritora.

A Carole DeSanti, mi editora, que hizo de partera durante el proceso de escritura y sabe (literalmente) dónde están enterrados todos los cadáveres. Gracias, Carole, por estar siempre dispuesta a echarme una mano con un lápiz afilado y un oído comprensivo.

Al extraordinario equipo de Viking, que transforman por medio de la alquimia montones de texto escrito a máquina en hermosos libros; continúan asombrándome su entusiasmo y profesionalidad. Gracias especialmente a mi correctora de estilo, Maureen Sugden, cuyos ojos de águila rivalizan con los de Augusta. Y a mis editores de todo el mundo, gracias por lo que habéis hecho (y continuáis haciendo) para presentar a Diana y a Matthew a nuevos lectores.

A mi agente literario, Sam Stoloff, de Frances Goldin Agency, que continúa siendo mi seguidor más incondicional. Gracias, Sam, por darme perspectiva y hacer el trabajo entre bastidores que hace posible que escriba. Quiero también expresar mi agradecimiento a mi agente cinematográfico, Rich Green, de Creative Artists Agency, que se ha convertido en una fuente indispensable de consejos y buen humor incluso en las situaciones más difíciles.

A mi asistente, Jill Hough, por defender mi tiempo y mi salud durante el pasado año con la fiereza de un dragón. Literalmente, no podría haber acabado este libro sin ella.

A Lisa Halttunen, que leyó una y otra vez el manuscrito antes de entregarlo. Aunque me temo que nunca dominaré más de unas cuantas de las reglas gramaticales que están a su alcance, le estoy eternamente agradecida porque continúe estando dispuesta a enderezar mi prosa y mi puntuación.

A Patrick Wyman, por aportar sus conocimientos de los entresijos de la historia medieval y militar que han hecho que los personajes —y la trama— tomen caminos sorprendentes. Carole sabe dónde están enterrados los cadáveres, pero Patrick entiende cómo llegaron allí. Gracias, Patrick por ayudarme a ver a Gallowglass, Matthew y, sobre todo, a Philippe bajo una nueva perspectiva. Asimismo, le agradezco a Cleopatra Comnenos que haya respondido a mis preguntas sobre la lengua griega.

También me gustaría expresar mi reconocimiento a los miembros de Pasadena Roving Archers, que me ayudaron a entender lo difícil que es dar con una flecha en el blanco. A Scott Timmons, de Aerial Solutions, que me presentó a Fokker y al resto de sus preciosas aves rapaces en Terranea Resort, California. Y a Andrew, de la Apple Store de Thousand Oaks, que salvó a la autora, a su ordenador y al libro propiamente dicho de un colapso potencialmente terminal en un punto crucial del proceso de escritura.

Este libro está dedicado al historiador Lacey Baldwin Smith, profesor de mi curso de posgrado e inspirador de miles de estudiantes gracias a su pasión por la Inglaterra de los Tudor. Cada vez que hablaba de Enrique VIII o de su hija, Isabel I, siempre parecía que acababan de estar comiendo juntos. Una vez me dio un breve listado de hechos históricos y me pidió que me imaginara cómo los usaría si estuviera escribiendo una crónica, la vida de un santo o una novela medieval. Al final de una de mis excesivamente cortas historias, escribió: «¿Qué sucede a continuación? Deberías plantearte escribir una novela». Puede que fuera entonces cuando se plantaron por primera vez las semillas de la trilogía Todas las almas.

Y por último, aunque no menos importante, quiero expresar mi más sincero agradecimiento a mi sufridora familia y a mis amigos (¡ya sabéis quiénes sois!), que apenas me vieron el pelo durante mi estancia en 1590 y que me recibieron con los brazos abiertos cuando volví al presente.