En todos los periódicos ingleses aparecía alguna variante del mismo titular, pero a Ysabeau el del Times le pareció el más acertado.
Un inglés gana la carrera de la exploración del espacio
30 de junio de 2010
El mayor experto del mundo en proyectos de instrumentos científicos del museo de Historia de la Ciencia de la universidad de Oxford, Anthony Carter, ha confirmado hoy que un telescopio refractario con los nombres del matemático y astrónomo de la época isabelina Thomas Harriot y del relojero hugonote Nicholas Vallin, que abandonó Francia por razones religiosas, es, efectivamente, auténtico. Además de los nombres, el telescopio tiene grabada la fecha de 1591.
El descubrimiento ha enfervorizado a las comunidades científica e histórica. Durante siglos, se creía que Galileo Galilei había tomado la rudimentaria tecnología del telescopio de los holandeses, para ver la Luna en 1609.
«Habrá que volver a escribir los libros de historia», dijo Carter. «Thomas Harriot había leído la obra Magia natural, de Giambattista della Porta, y le había intrigado cómo podían usarse lentes convexas y cóncavas “para ver tanto las cosas remotas como las que están al alcance de la mano más grandes y con mayor claridad”».
Las contribuciones de Thomas Harriot al campo de la astronomía fueron pasadas por alto en parte porque no las había publicado, dado que prefería compartir sus descubrimientos con un cercano grupo de amigos a los que algunos denominan la «Escuela de la Noche». Bajo el auspicio de Walter Raleigh y Henry Percy, el conde brujo de Northumberland, Harriot dispuso de fondos para explorar sus intereses.
El señor I. P. Riddell descubrió el telescopio junto con una caja llena de diversos papeles de carácter matemático, escritos por el propio Thomas Harriot, y una elaborada ratonera también firmada por Vallin. Aquel estaba reparando las campanas de la iglesia de San Miguel, cerca de la residencia familiar de Alnwick, cuando una ráfaga de viento particularmente fuerte hizo caer un descolorido tapiz de santa Margarita dando muerte al dragón y dejó al descubierto la caja que habían escondido allí.
«Es raro que los instrumentos de ese período tengan tantas marcas identificativas», explicó el doctor Carter a los periodistas cuando reveló la fecha grabada en el telescopio, que confirma que el objeto fue fabricado entre 1591 y 1592. «Estamos en gran deuda con Nicholas Vallin, que sabía que aquel era un importante avance en la historia de los instrumentos científicos y tomó medidas inusitadas para guardar su genealogía y procedencia».
—Se niegan a venderlo —dijo Marcus, recostándose contra el marco de la puerta. Con aquellos brazos y las piernas cruzadas, se parecía mucho a Matthew—. He hablado con todo el mundo, desde los prelados de la iglesia de Alnwick hasta el duque de Northumberland, pasando por el obispo de Newcastle. No piensan desprenderse del telescopio, ni siquiera por la pequeña fortuna que has ofrecido. Sin embargo, creo que los he convencido para que me vendan la ratonera.
—Todo el mundo lo sabe —dijo Ysabeau—. Hasta Le Monde se ha hecho eco del suceso.
—Deberíamos haber intentado acallar la historia con más ahínco. Esto podría proporcionar a las brujas y a sus aliados información vital —dijo Marcus. El creciente número de gente que vivía dentro de los muros de Sept-Tours llevaba semanas preocupado por lo que podría hacer exactamente la Congregación si se descubría el paradero exacto de Diana y Matthew.
—¿Qué opina Phoebe? —preguntó Ysabeau. La perspicaz y joven humana de firme barbilla y amables maneras le había caído en gracia al instante.
El rostro de Marcus se relajó, lo que le hizo recuperar el aspecto que tenía antes de que Matthew se marchara, cuando actuaba con despreocupación y alegría.
—Cree que es demasiado pronto para decir qué daños ha ocasionado el descubrimiento del telescopio.
—Chica lista —dijo Ysabeau, sonriendo.
—No sé qué hacer… —empezó a decir Marcus. Su expresión se volvió feroz—. La amo, grand-mère.
—Pues claro que sí. Y ella también te ama a ti.
Tras lo sucedido en mayo, Marcus había querido que se reuniera con el resto de la familia y se la había llevado a vivir a Sept-Tours. Ambos eran inseparables. Y Phoebe había demostrado una excepcional desenvoltura al conocer al batiburrillo de daimones, brujas y vampiros que vivían allí en la actualidad. Si le había sorprendido saber que había otras criaturas compartiendo el mundo con los humanos, no lo había demostrado.
El número de socios del Conventículo de Marcus había aumentado considerablemente en los últimos meses. La asistente de Matthew, Miriam, residía ahora permanentemente en el palacete, al igual que Verin, la hija de Philippe, y su marido, Ernst. Gallowglass, el inquieto nieto de Ysabeau, había dejado a todos estupefactos al no moverse de allí durante seis semanas enteras. Incluso entonces no daba señal alguna de querer partir. Sophie Norman y Nathaniel Wilson habían dado la bienvenida al mundo a su nuevo bebé, Margaret, bajo el techo de Ysabeau y ahora la niña ocupaba el segundo puesto en la lista de autoridades del palacete, solo superada por la matriarca de los De Clermont. Como su nieta vivía en Sept-Tours, Agatha, la madre de Nathaniel, aparecía y desaparecía sin previo aviso, al igual que el mejor amigo de Matthew, Hamish. Incluso Baldwin iba y venía de vez en cuando.
Nunca en su larga vida había esperado Ysabeau ser la matriarca de un hogar así.
—¿Dónde está Sarah? —preguntó Marcus, mientras ponía el oído en el murmullo de actividad que había por todas partes—. No la oigo.
—En la Torre Redonda. —Ysabeau pasó la afilada uña por el borde del artículo del periódico y extrajo limpiamente las columnas recortadas del resto de reseñas—. Sophie y Margaret han estado sentadas con ella un rato. Sophie dice que Sarah está vigilando.
—¿El qué? ¿Qué ha pasado ahora? —preguntó Marcus, arrebatándole el periódico. Se había pasado toda la mañana leyéndolos en busca de los sutiles cambios en el dinero y la influencia, que Nathaniel había encontrado la manera de analizar y aislar para poder estar mejor preparados ante el siguiente movimiento de la Congregación. El mundo sin Phoebe era inconcebible, pero Nathaniel se había vuelto casi igual de indispensable—. Ese maldito telescopio va a ser un problema. Lo sé. Lo único que la Congregación necesita es una bruja que viaja en el tiempo y esta historia, y tendrá todo lo necesario para regresar al pasado y encontrar a mi padre.
—Tu padre no se quedará mucho más, si es que sigue allí.
—En serio, grand-mère —dijo Marcus en tono ligeramente exasperado, mientras continuaba con la atención pegada al texto que rodeaba el agujero que Ysabeau había dejado en el Times—. ¿Cómo es posible que puedas saberlo?
—Primero fueron las miniaturas, luego los archivos de laboratorio y ahora este telescopio. Conozco a mi nuera. Este telescopio es justamente el tipo de gesto que Diana haría si no le quedara nada que perder —aseguró Ysabeau, mientras rozaba a su nieto al pasar por delante de él—. Diana y Matthew están volviendo a casa.
La expresión de Marcus era inescrutable.
—Esperaba que te alegraras más del regreso de tu padre —dijo Ysabeau en voz queda, deteniéndose al lado de la puerta.
—Han sido unos meses difíciles —dijo Marcus, sombríamente—. La Congregación ha dejado claro que quiere el libro y a la hija de Nathaniel. Una vez que Diana esté aquí…
—Nada los detendrá —dijo Ysabeau completando la frase, antes de respirar hondo lentamente—. Al menos no tendremos que seguir preocupándonos por que les pueda pasar algo a Diana y a Matthew en el pasado. Estaremos juntos, en Sept-Tours, luchando codo con codo. —«Muriendo codo con codo».
—Han cambiado muchas cosas desde el pasado noviembre.
Marcus se quedó mirando la brillante superficie de la mesa como si fuera un brujo y esta pudiera revelarle el futuro.
—También en sus vidas, sospecho. Pero el amor de tu padre por ti es una constante. Sarah necesita a Diana ya. Y tú también necesitas a Matthew.
Ysabeau cogió el recorte y fue hacia la Torre Redonda, dejando a Marcus absorto en sus pensamientos. En su momento, había sido la prisión favorita de Philippe. Ahora se usaba para almacenar los viejos papeles de la familia. Aunque la puerta de la habitación del tercer piso estaba entreabierta, Ysabeau la golpeó con fuerza.
—No hace falta que llames. Esta es tu casa. —El tono áspero de la voz de Sarah revelaba la cantidad de cigarros que había estado fumando y cuánto whisky había bebido.
—Si así es como los tratas, me alegro de no ser tu invitada —dijo Ysabeau con severidad.
—¿Mi invitada? —Sarah se rio en voz baja—. Nunca te habría dejado entrar en mi casa.
—Los vampiros no suelen necesitar invitación. —Ysabeau y Sarah habían elevado a la categoría de arte las burlas mordaces. Marcus y Em había intentado sin éxito persuadirlas para que siguieran las normas de la comunicación cordial, pero ambas matriarcas de sendos clanes sabían que sus agudos intercambios ayudaban a mantener su frágil equilibrio de poder—. No deberías estar aquí arriba, Sarah.
—¿Por qué no? ¿Temes que me muera de frío? —preguntó Sarah, y su voz se hizo presa de un súbito dolor que le hizo doblarse como si la hubieran golpeado—. Diosa, ayúdame, la echo de menos. Dime que esto es un sueño, Ysabeau. Dime que Emily sigue viva.
—No es ningún sueño —dijo Ysabeau lo más dulcemente que pudo—. Todos la extrañamos. Sé que te sientes vacía y que llevas por dentro el dolor, Sarah.
—Y que se me pasará —dijo Sarah, sombríamente.
—No. No lo hará.
Sarah levantó la vista, sorprendida por la vehemencia de Ysabeau.
—Cada día de mi vida añoro a Philippe. El sol sale y mi corazón llora por él. Escucho a ver si oigo su voz, pero solo hay silencio. Ansío su tacto. Cuando el sol se pone, me retiro consciente de que mi pareja se ha ido de este mundo y de que nunca volveré a ver su rostro.
—Si estás intentando hacerme sentir mejor, no está funcionando —dijo Sarah, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas.
—Emily murió para que Sophie y la hija de Nathaniel pudieran vivir. Aquellos que tomaron parte en su muerte lo pagarán, te lo prometo. Los De Clermont somos muy buenos vengadores, Sarah.
—¿Y la venganza me hará sentir mejor? —peguntó Sarah, mientras levantaba la vista entre lágrimas.
—No. Pero ver crecer a Margaret hasta hacerse una mujer ayudará. Y esto también —añadió Ysabeau, dejando caer el recorte en el regazo de la bruja—. Diana y Matthew están de camino a casa.