—¿He actuado correctamente al llamaros, Goody Alsop? —preguntó Susanna, mientras se retorcía las manos en el mandil y me miraba ansiosa—. A punto he estado de mandarla a casa —dijo en voz baja—. Si hubiera…
—Sin embargo no lo has hecho, Susanna.
Goody Alsop era tan vieja y delgada que tenía la piel pegada a los huesos de las manos y de las muñecas. La voz de la bruja era inusitadamente sonora para alguien tan frágil, sin embargo, y sus ojos brillaban de inteligencia. Tal vez la mujer fuera octogenaria, pero nadie osaría llamarla endeble.
Ahora que Goody Alsop había llegado, la habitación principal de la vivienda de los Norman estaba llena a rebosar. Con cierta renuencia, Susanna permitió a Matthew y a Pierre entrar y quedarse al lado de la puerta, siempre y cuando no tocaran nada. Jeffrey y John dividían su atención entre los vampiros y el pollito, ya acomodado sin peligro en la gorra de este último, que le hacía las veces de nido, al lado del fuego. Sus plumas estaban empezando a esponjarse gracias al aire caliente y, afortunadamente, había dejado de piar. Me senté en un taburete cerca del fuego al lado de Goody Alsop, que ocupaba la única silla de la habitación.
—Deja que te vea, Diana —le pidió la anciana. Cuando Goody Alsop extendió los dedos hacia mi rostro, como habían hecho la viuda Beaton y Champier, me estremecí. La bruja se detuvo y frunció el ceño—. ¿Qué ocurre, niña?
—Un brujo en Francia intentó leerme la piel. Fue como si me clavaran cuchillos —expliqué en un susurro.
—No será del todo agradable ¿Qué examen lo es?, pero no debería dolerte.
Sus dedos exploraron mis rasgos. Tenía las manos frías y secas, y las venas le sobresalían sobre la piel moteada y reptaban sobre articulaciones combadas. Noté una ligera sensación de sondeo, pero no fue nada comparada con el dolor que había experimentado a manos de Champier.
—Ah —resolló cuando llegó a la suave piel de la frente.
Mi ojo de bruja, que se había sumido en su típica y frustrante inactividad en cuanto Susanna y Annie me encontraron con el pollito, se abrió de par en par. Goody Alsop era una bruja de las que merecía la pena conocer.
Al mirar al tercer ojo de Goody Alsop, me precipité a un mundo de color. Por mucho que lo intenté, los hilos brillantemente entretejidos se opusieron a transformarse en algo reconocible, aunque volví a sentir la tentadora perspectiva de que podían servir de algo. El tacto de Goody Alsop me hacía cosquillas mientras exploraba mi mente y mi cuerpo con su segunda visión, y una energía anaranjada con toques púrpura latía a su alrededor. Según mi limitada experiencia, nunca nadie había presentado aquella particular combinación de colores. La anciana chascó la lengua aquí y allá, y emitió uno o dos sonidos de aprobación.
—Esa es una rara, ¿no? —susurró Jeffrey, atisbando por encima del hombro de Goody Alsop.
—¡Jeffrey! —gritó Susanna sofocadamente, avergonzada por el comportamiento de su hijo—. Señora Roydon, si no te importa.
—Muy bien. La señora Roydon es una rara —dijo Jeffrey, impenitente. Luego se llevó las manos a las rodillas y se inclinó para acercarse más.
—¿Qué ves, joven Jeffrey? —preguntó Goody Alsop.
—Ella, la señora Roydon, tiene todos los colores del arcoíris. Su ojo de bruja es azul, aunque el resto de su ser es verde y plateado, como la diosa. ¿Y por qué hay un montón de rojo y negro ahí? —preguntó Jeffrey, señalando mi frente.
—Es la marca de un wearh —dijo Goody Alsop, acariciándola con los dedos—. Nos dice que pertenece a la familia del señor Roydon. Cuando veas eso, Jeffrey, algo bastante poco común, debes tomártelo como una advertencia. Al wearh que la ha hecho no le complacerá en absoluto que toques al sangre caliente que ha reclamado.
—¿Duele? —preguntó el niño.
—¡Jeffrey! —volvió a gritar Susanna—. Sabes perfectamente que no debes importunar a Goody Alsop con preguntas.
—Nos enfrentamos a un futuro oscuro si los niños dejan de hacer preguntas, Susanna —observó Goody Alsop.
—La sangre de wearh puede curar, pero no hace daño —le dije al niño antes de que Goody Alsop pudiera responder. No había necesidad de que otro brujo creciera temiendo lo que no entendía. Volví la vista hacia Matthew, cuyo reclamo de mi ser iba mucho más allá del juramento de sangre de su padre. Matthew estaba dispuesto a permitir que el examen de Goody Alsop continuara —por el momento—, pero sus ojos no dejaban de observar a la mujer. Esbocé una sonrisa y su boca se tensó una fracción de segundo, a modo de respuesta.
—Oh. —Jeffrey parecía ligeramente interesado en ese dato—. ¿Podéis hacer el glaem otra vez, señora Roydon?
Para su disgusto, los niños se habían perdido dicha manifestación de energía mágica.
Goody Alsop posó un nudoso dedo en la hendidura que tenía Jeffrey sobre el labio, silenciando eficazmente al niño.
—Ahora tengo que hablar con Annie. Cuando acabemos, el sirviente del señor Roydon os llevará a los tres hasta el río. Cuando regreséis, podréis preguntarme todo lo que queráis.
Matthew inclinó la cabeza hacia la puerta y Pierre reunió a sus dos jóvenes cargas y, tras dirigir una cautelosa mirada a la anciana, se los llevó abajo para esperar. Al igual que Jeffrey, Pierre necesitaba superar el miedo que le daban las otras criaturas.
—¿Dónde está la chica? —preguntó Goody Alsop, girando la cabeza.
Annie se adelantó sigilosamente.
—Aquí, Goody.
—Di la verdad, Annie —dijo Goody Alsop en tono firme—. ¿Qué le has prometido a Andrew Hubbard?
—Na… nada —tartamudeó Annie, volviendo la vista hacia mis ojos.
—No mientas, Annie. Es pecado —la reprendió Goody Alsop—. Confiesa.
—Tengo que avisarlo si el señor Roydon planea dejar Londres otra vez. Y el padre Hubbard manda a uno de sus hombres cuando la señora y el señor están todavía en la cama para preguntarme qué pasa en la casa.
Las palabras de Annie salieron atropelladamente. Cuando acabó, se tapó la boca con las manos como si no pudiera creer que hubiera revelado tanta información.
—Debemos acatar al pie de la letra el acuerdo de Annie con Hubbard, si no su espíritu —declaró Goody Alsop, antes de quedarse pensando unos instantes—. Si la señora Roydon deja la ciudad por cualquier razón, Annie me avisará a mí primero. Espera una hora antes de hacérselo saber a Hubbard, Annie. Y, si le cuentas una palabra a alguien de lo que pasa aquí, te lanzaré un conjuro de amarre en la lengua que ni treinta brujas serán capaces de romper. —Annie se sintió aterrorizada con solo pensarlo, y con razón—. Vete y reúnete con los chicos, pero abre todas las puertas y ventanas antes de marchar. Os mandaré llamar cuando sea el momento de regresar.
La expresión de Annie mientras abría las contraventanas y las puertas rebosaba arrepentimiento y temor, y asentí para darle fuerzas. La pobre niña no estaba en posición de enfrentarse a Hubbard y había hecho lo que tenía que hacer para sobrevivir. Miró aterrorizada una vez más a Matthew, que actuaba con clara frialdad hacia ella, y se fue.
Por fin, con la casa en silencio y las corrientes de aire arremolinándose alrededor de mis tobillos y mis hombros, Matthew habló. Aún seguía apoyado contra la puerta y su vestimenta negra absorbía la poca luz que había en la sala.
—¿Podéis ayudarnos, Goody Alsop?
Su tono cortés no recordaba en absoluto al despótico tratamiento que le había dado a la viuda Beaton.
—Eso creo, señor Roydon —respondió Goody Alsop.
—Por favor, acomodaos —le rogó Susanna a Matthew mientras le señalaba un taburete próximo. Lamentablemente, no era muy probable que un hombre del tamaño de Matthew se sintiera a gusto en un taburete de tres patas, pero mi marido se sentó a horcajadas sobre él sin reproche alguno—. Mi esposo está durmiendo en el cuarto contiguo. No debe escuchar al wearh sin querer, ni tampoco nuestra conversación.
Goody Alsop se llevó los dedos al trapo de lana gris y lino color perla que le cubría el cuello y los alejó, llevándose algo insustancial con ellos. La bruja extendió la mano y giró la muñeca para liberar una borrosa figura en la habitación. La réplica exacta de ella se alejó andando y entró en la habitación de Susanna.
—¿Qué era eso? —pregunté, sin atreverme apenas a respirar.
—Mi espectro. Vigilará al señor Norman y se asegurará de que no nos importunen —explicó. Los labios de Goody Alsop se movieron y las corrientes de aire cesaron—. Ahora que las puertas y las ventanas están selladas, tampoco ninguna otra persona podrá escucharnos a hurtadillas. Puedes descansar tranquila con respecto a eso, Susanna.
Aquellos eran dos hechizos que podían resultar de utilidad en el hogar de un espía. Abrí la boca para preguntarle a Goody Alsop cómo los había ejecutado, pero, antes de que pudiera mediar palabra, ella levantó la mano y se echó a reír.
—Eres muy curiosa, para ser una mujer adulta. Me temo que pondrás a prueba la paciencia de Susanna aún más de lo que lo hace Jeffrey —replicó la anciana. Luego se recostó y me miró con expresión complacida—. Llevo mucho tiempo esperándote, Diana.
—¿A mí? —pregunté, incrédula.
—Sin duda alguna. Muchos años han pasado desde que los primeros augurios vaticinaron tu llegada y con el paso del tiempo algunos de nosotros perdimos la esperanza. Pero cuando nuestras hermanas nos hablaron de los presagios del norte, supe que debía esperarte.
Goody Alsop se refería a Berwick y a los extraños sucesos de Escocia. Me incliné hacia delante en mi asiento, dispuesta a hacerle más preguntas, pero Matthew sacudió la cabeza imperceptiblemente. Todavía no estaba seguro de que se pudiera confiar en la bruja. Goody Alsop vio la silenciosa demanda de mi esposo y se echó a reír de nuevo.
—Así que yo tenía razón, entonces —dijo Susanna, aliviada.
—Sí, niña. Efectivamente, Diana es una tejedora.
Las palabras de Goody Alsop reverberaron en la habitación, potentes como cualquier hechizo.
—¿Qué es eso? —susurré.
—Hay muchas cosas que no entendemos sobre nuestra presente situación, Goody Alsop —comentó Matthew, tomándome de la mano—. Tal vez deberíais tratarnos a ambos como a Jeffrey y explicárnoslas como lo haríais con un niño.
—Diana es una hacedora de hechizos —dijo Goody Alsop—. Nosotras, las tejedoras, somos criaturas poco comunes. Esa es la razón por la que la diosa te ha enviado a mí.
—No, Goody Alsop. Estáis equivocada —protesté, sacudiendo la cabeza—. Soy atroz con los hechizos. Mi tía Sarah tiene una gran habilidad, pero ni siquiera ha logrado enseñarme el arte de la brujería.
—Naturalmente que no puedes realizar los hechizos de otras brujas. Debes concebir los tuyos propios.
La revelación de Goody Alsop iba en contra de todo lo que me habían enseñado. La observé, asombrada.
—Las brujas aprendemos hechizos. No los inventamos.
Los hechizos pasaban de generación en generación, dentro de las familias y entre los miembros del aquelarre. Guardábamos celosamente dichos conocimientos, grabábamos las palabras y los procedimientos en grimorios junto con los nombres de los brujos que dominaban los conjuros adjuntos. Los más experimentados entrenaban a los miembros más jóvenes del aquelarre para que siguieran sus pasos, prestando atención a los matices de cada hechizo y la experiencia que cada brujo había tenido con él.
—Los tejedores los hacen —replicó Goody Alsop.
—Nunca he oído hablar de los tejedores —dijo Matthew, con cautela.
—Pocos lo han hecho. Somos un secreto, señor Roydon, un secreto que pocos brujos descubren, mucho menos a los wearhs. Vos estáis familiarizado con los secretos y con cómo guardarlos, tengo entendido.
Los ojos de la anciana brillaron, traviesos.
—He vivido muchos años, Goody Alsop. Me resulta difícil creer que las brujas hayan podido ocultar a otras criaturas la existencia de tejedores todo este tiempo —alegó Matthew, frunciendo el ceño—. ¿Es este otro de los juegos de Hubbard?
—Soy demasiado vieja para los juegos, monsieur De Clermont. Desde luego que sé quién sois realmente y la posición que ocupáis en nuestro mundo —dijo Goody Alsop cuando el vampiro la miró sorprendido—. Tal vez no podéis ocultarles la verdad a los brujos tan bien como creéis.
—Tal vez no —ronroneó Matthew en señal de alarma. Su voz ronca divirtió aún más a la anciana.
—Puede que ese truco intimide a niños como Jeffrey y John, y a daimones tocados por la luna como vuestro amigo Christopher, pero a mí no me amilana —dijo con voz súbitamente seria—. Los tejedores se ocultan porque una vez fuimos perseguidos y asesinados, como los caballeros de vuestro padre. No todos aprueban nuestro poder. Como bien sabéis, puede ser más sencillo sobrevivir cuando los enemigos piensan que ya estáis muerto.
—Pero ¿quién haría tal cosa y por qué?
Esperaba que aquella pregunta no nos hiciera remontarnos a la vieja enemistad entre vampiros y brujos.
—No eran los wearhs ni los daimones los que nos daban caza, sino otros brujos —declaró Goody Alsop tranquilamente—. Nos temen porque somos diferentes. El miedo engendra desprecio y luego odio. Es una historia familiar. Hubo una época en que los brujos destruían a familias enteras, no fuera que los bebés se convirtieran también en tejedores al crecer. Los pocos tejedores que sobrevivieron enviaron a sus propios vástagos a escondrijos. El amor de los padres por sus hijos es muy fuerte, como pronto descubriréis ambos.
—Sabéis lo del bebé —dije, mientras ponía las manos de forma protectora sobre el vientre.
—Sí. —Goody Alsop asintió con gravedad—. Ya estás llevando a cabo un poderoso tejido, Diana. No serás capaz de ocultárselo a otros brujos durante mucho más tiempo.
—¿Un hijo? —exclamó Susanna, abriendo los ojos como platos—. ¿Concebido entre una bruja y un wearh?
—No es una bruja cualquiera. Solo los tejedores pueden realizar ese tipo de magia. Hay una razón por la que la diosa te ha elegido para esta tarea, Susanna, al igual que hay una razón por la que me ha convocado a mí. Tú eres partera y tus habilidades serán necesarias en los días venideros.
—No poseo experiencia alguna que pueda ayudar a la señora Roydon —replicó Susanna.
—Llevas años asistiendo a mujeres en el parto —observó Goody Alsop.
—¡A mujeres de sangre caliente, Goody, con bebés de sangre caliente! —exclamó Susanna, indignada—. No a criaturas como…
—Los wearhs tienen brazos y piernas, como el resto de nosotros —la interrumpió Goody Alsop—. No creo que este niño sea en absoluto diferente.
—El hecho de que tenga diez dedos en las manos y diez dedos en los pies no significa que tenga alma —dijo Susanna, observando a Matthew con recelo.
—Me sorprendes, Susanna. El alma del señor Roydon se me presenta tan clara como la tuya propia. ¿Has estado escuchando de nuevo a tu marido y su palabrería sobre la presencia del demonio en los wearhs y en los daimones?
La boca de Susanna se tensó.
—¿Y qué si lo he hecho, Goody?
—Entonces eres una necia. Las brujas ven la verdad con claridad, aunque sus maridos no digan más que tonterías.
—No es una cuestión tan sencilla como vos hacéis que parezca —murmuró Susanna.
—Ni tiene por qué ser tan difícil. La tan ansiada tejedora se encuentra entre nosotros y debemos hacer planes.
—Gracias, Goody Alsop —dijo Matthew. Se sentía aliviado porque, al fin, alguien estaba de acuerdo con él—. Tenéis razón. Diana debe aprender lo que necesita saber rápidamente. No puede tener al niño aquí.
—Eso no es únicamente decisión vuestra, señor Roydon. Si el niño ha de nacer en Londres, entonces ahí será donde nazca.
—Diana no es de aquí. De Londres —añadió al momento.
—Dios nos bendiga, eso está más que claro. Pero como es una hilandera de tiempo, simplemente trasladarla a otro lugar no servirá de ayuda. Diana no descollará menos en Canterbury o York.
—Así pues, conocéis otro de nuestros secretos. —Matthew le dedicó una fría mirada a la mujer—. Dado que sabéis tantas cosas, debéis de haber adivinado también que Diana no regresará a su propia época sola. El niño y yo iremos con ella. Le enseñaréis lo que necesita con el fin de hacerlo.
Matthew estaba asumiendo el mando, lo que significaba que las cosas estaban a punto de tomar el rumbo habitual para peor.
—La educación de vuestra esposa es ahora asunto mío, señor Roydon…, a menos que consideréis que sabéis más sobre lo que significa ser una tejedora que yo —dijo Goody Alsop, gentilmente.
—Es consciente de que es un asunto de brujas —le aseguré a Goody Alsop, mientra posaba una mano restrictiva sobre el brazo de mi marido—. Matthew no interferirá.
—Todo lo que concierne a mi esposa es cosa mía, Goody Alsop —dijo Matthew. Acto seguido, se volvió hacia mí—. Y esto no es solamente un asunto de brujas. No si las brujas que están aquí podrían volverse contra mi pareja y mi hijo.
—Conque fue una bruja y no un wearh quien te hizo daño —dijo en voz baja Goody Alsop—. Sentí el dolor y sabía que había una bruja involucrada, pero esperaba que fuera porque la bruja estaba sanando los daños que te causaron, no infligiéndolos. ¿En qué se ha convertido el mundo, cuando una bruja le hace algo así a otra?
Matthew centró su atención en Goody Alsop.
—Tal vez la bruja también se percató de que Diana era una tejedora.
No se me había ocurrido que Satu podría saberlo. A juzgar por lo que Goody Alsop me había contado sobre la actitud de mis colegas brujos hacia los tejedores, la idea de que Peter Knox y sus compinches de la Congregación pudieran sospechar que yo albergaba semejante secreto hizo que mi flujo sanguíneo se acelerara. Matthew buscó mi mano y la estrechó entre las dos suyas.
—Es posible, pero no lo podemos saber a ciencia cierta —nos dijo Goody Alsop con pesar—. No obstante, debemos hacer lo que podamos durante el tiempo que la diosa convenga para preparar a Diana para el futuro.
—Un momento —dije, dando una palmada sobre la mesa. El anillo de Ysabeau resonó sobre la dura madera—. Habláis todos como si el asunto de los tejedores tuviera sentido. Pero yo ni siquiera soy capaz de encender una vela. Tengo talentos mágicos. Llevo viento, agua e incluso fuego en la sangre.
—Si puedo ver el alma de tu marido, Diana, no te sorprenderá que también haya visto tu poder. Pero no eres una bruja de fuego ni de las aguas, da igual lo que tú creas. No puedes dominar dichos elementos. Si fueras lo suficientemente necia como para intentarlo, serías destruida.
—Pero casi me ahogo en mis propias lágrimas —dije porfiadamente—. Y para salvar a Matthew maté a un wearh con una flecha de fuego mágico. Mi tía reconoció el olor.
—Una bruja de fuego no precisa flechas. El fuego sale de ella y alcanza su objetivo en un instante. —Goody Alsop sacudió la cabeza—. Eso no eran más que simples tejidos, mi niña, creados a partir de la pena y el amor. La diosa te ha dado su bendición para que tomes prestados los poderes que necesites, pero no para dominar ninguno de ellos absolutamente.
—Tomarlos prestados —dije, y recordé los frustrantes sucesos de los pasados meses y los destellos de la magia que nunca se comportaba como se suponía que debía hacerlo—. Entonces esa es la razón por la cual mis habilidades vienen y van. En realidad nunca han sido mías.
—Ninguna bruja podría albergar tanto poder en su ser sin alterar el equilibrio de los mundos. Una tejedora elige cuidadosamente entre la magia que la rodea y la usa para dar forma a algo nuevo.
—Pero deben de existir ya miles de hechizos… Por no mencionar los encantamientos y las pociones. Nada de lo que haga puede ser original.
Me pasé las manos por la frente y noté la frialdad del punto en el que Philippe había hecho el juramento de sangre.
—Todos los hechizos proceden de algo, Diana: de un momento de necesidad, de un anhelo, de un desafío que no podría ser encarado de ninguna otra manera. Y también de alguien.
—El primer brujo —susurré. Algunas criaturas creían que el Ashmole 782 era el primer grimorio, un libro que contenía los encantamientos y conjuros originales concebidos por nuestra gente. Allí estaba: otra conexión entre el misterioso manuscrito y yo. Miré a Matthew.
—El primer tejedor —corrigió Goody Alsop con benevolencia—, y los que vinieron después. Los tejedores no son simplemente brujos, Diana. Susanna es una gran bruja, con más conocimientos sobre la magia de la tierra y sus tradiciones populares que cualquiera de sus hermanas de Londres. Muchos son los dones que posee y, sin embargo, no puede tejer un nuevo hechizo. Tú sí.
—Si ni siquiera se me ocurre por dónde empezar —dije.
—Pues has incubado a ese pollo —dijo Goody Alsop, señalando la adormilada bola de plumón amarillo.
—¡Pero estaba intentando cascar un huevo! —protesté. Ahora que entendía lo de la puntería, me daba cuenta de que era un problema. Mi magia, al igual que mis flechas, no habían dado en el blanco.
—Es obvio que no. Si simplemente estuvieras tratando de romper un huevo, estaríamos disfrutando de las excelentes natillas de Susanna. Tenías algo más en mente.
El pollito estaba de acuerdo con ella y lo demostró piando alto y claro.
Tenía razón. Lo cierto era que tenía otras cosas en mente: a nuestro hijo, si podríamos criarlo de forma adecuada, cómo lo mantendríamos a salvo…
Goody Alsop asintió.
—Eso creía.
—No pronuncié palabra alguna, no llevé a cabo ningún ritual, no me inventé nada —le aseguré. Me estaba aferrando a lo que Sarah me había enseñado sobre el arte—. Únicamente me hice algunas preguntas. Y ni siquiera eran particularmente buenas.
—La magia empieza con el deseo. Las palabras vienen mucho, mucho más tarde —le explicó Goody Alsop—. Incluso entonces, un tejedor no siempre puede reducir un hechizo a unas cuantas líneas para que lo use otro brujo. Algunos tejidos se resisten, por mucho que lo intentemos. Son solo para nuestro uso propio. Por eso nos temen.
—«Empieza con la ausencia y el deseo» —murmuré. El pasado y el presente volvieron a colisionar mientras yo repetía la primera línea del verso que acompañaba la única página del Ashmole 782 que alguien les había enviado una vez a mis padres. En esta ocasión, cuando las esquinas se encendieron e iluminaron las motas de polvo en tonos azules y dorados, no aparté la mirada. Y Goody Alsop tampoco. Los ojos de Matthew y de Susanna siguieron a los nuestros, pero ninguno de ellos vio nada fuera de lo normal.
—Exactamente. Mira allí, cómo el tiempo siente tu ausencia y quiere que vuelvas a tejerte en tu antigua vida —señaló la anciana dando una palmada como si le hubiera hecho un dibujo a crayón especialmente bueno de una casa y tuviera pensado exponerlo en la puerta de la nevera—. Por supuesto, el tiempo todavía no está preparado para ti. Si lo estuviera, el azul tendría que ser mucho más intenso.
—Hacéis que suene como si fuera posible combinar la magia y los hechizos, pero son dos cosas diferentes —dije, todavía confusa—. La hechicería usa conjuros y la magia es un poder heredado sobre un elemento, como el aire o el fuego.
—¿Quién te ha enseñado tal disparate? —preguntó Goody Alsop resoplando, mientras Susanna ponía cara de horror—. La magia y la hechicería no son más que dos senderos que se cruzan en el bosque. Una tejedora es capaz de permanecer en la encrucijada con un pie situado en cada camino. Puede ocupar el lugar que hay entre ambos, donde se encuentran los mayores poderes.
El tiempo reprochó tal revelación con un agudo grito.
—«Un niño en medio, una bruja rechazada» —murmuré, fascinada. El fantasma de Bridget Bishop me había advertido de los peligros relacionados con tan vulnerable posición—. Antes de que viniéramos aquí, el fantasma de uno de mis ancestros, Bridget Bishop, me dijo que ese era mi destino. Debía de saber que era una tejedora.
—Al igual que tus padres —dijo Goody Alsop—. Puedo ver las últimas hebras de su amarre. Tu padre también era tejedor. Él sabía que seguirías su camino.
—¿Su padre? —preguntó Matthew.
—Raras veces hay tejedores varones, Goody Alsop —le advirtió Susanna.
—El padre de Diana era un tejedor de gran talento, pero sin entrenamiento. Su hechizo estaba más engastado que tejido como es debido. Con todo, lo hizo con amor y cumplió su propósito durante un tiempo, de manera semejante a la cadena que te ata a tu wearh, Diana.
La cadena era mi arma secreta y me proporcionaba la reconfortante sensación de que estaba anclada a Matthew en mis momentos más oscuros.
—Bridget me dijo algo más esa misma noche: «No hay camino futuro donde no esté él». Debía de conocer la existencia de Matthew, también —confesé.
—Nunca me has hablado de esa conversación, mon coeur —dijo Matthew más en tono de curiosidad que de enfado.
—Las encrucijadas, los caminos y las profecías vagas no me parecieron importantes en aquel momento. Y, con todo lo que sucedió después, lo olvidé. —Miré a Goody Alsop—. Además, ¿cómo iba a estar haciendo hechizos sin saberlo?
—Los tejedores están rodeados de misterio —me dijo Goody Alsop—. No disponemos de tiempo para buscar respuesta a todas tus preguntas ahora, sino que debemos centrarnos en enseñarte a manejar la magia mientras esta fluye por tu interior.
—Mis poderes se han comportado mal —admití, pensando en el membrillo reseco y en los zapatos arruinados de Mary—. Nunca sé qué es lo siguiente que sucederá.
—Eso no es inusual para un tejedor que entra por primera vez en contacto con su poder. Pero tu brillo puede verse y sentirse, incluso los humanos pueden hacerlo. —Goody Alsop se recostó en la silla y me examinó—. Si los brujos ven tu glaem como lo hizo la joven Annie, podrían usar el conocimiento para sus propios fines. No permitiremos que tú o el niño caigáis en manos de Hubbard. Confío en que vos podáis ocuparos de la Congregación —dijo, mirando a Matthew. Goody Alsop interpretó el silencio de Matthew como un sí.
—Muy bien, entonces. Ven a verme los lunes y los jueves, Diana. La señora Norman se reunirá contigo los martes. Mandaré llamar a Marjorie Cooper los miércoles y a Elizabeth Jackson y Catherine Streeter los viernes. Diana necesitará su ayuda para reconciliar el fuego y el agua que lleva en la sangre o nunca producirá más que vapor.
—Tal vez no sea sensato hacer partícipes a todas esas brujas de este secreto en particular, Goody —dijo Matthew.
—El señor Roydon tiene razón. Ya hay demasiados cuchicheos sobre la bruja. John Chandler ha estado pregonando noticias de ella para congraciarse con el padre Hubbard. Sin duda, nosotras podremos enseñarle —dijo Susanna.
—¿Y cuándo te convertirás en una bruja de fuego? —replicó Goody Alsop—. La sangre del niño está llena de llamas. Mis talentos están dominados por el viento mágico y el tuyo está anclado al poder de la tierra. No somos adecuadas para dicha tarea.
—Nuestra congregación suscitará demasiado interés si seguimos adelante con vuestro plan. No somos más de trece brujas y, aun así, proponéis que cinco de nosotras nos involucremos en este asunto. Dejad que alguna otra congregación se haga cargo del problema de la señora Roydon: la de Moorgate, tal vez, o la de Aldgate.
—La congregación de Aldgate ha crecido demasiado, Susanna. No es capaz de gobernar sus propios asuntos, mucho menos hacerse cargo de la educación de una tejedora. Además, está demasiado lejos para trasladarme y el aire nocivo de la cloaca de la ciudad empeora mi reumatismo. La instruiremos en esta parroquia, como pretendía la diosa.
—No puedo… —empezó a decir Susanna.
—Soy mayor que tú, Susanna. Si deseas protestar más, tendrás que procurar una resolución del Rede.
El aire se hizo más denso y se volvió incómodo.
—Muy bien, Goody. Enviaré mi solicitud a Queenhithe.
Susanna parecía asombrada por su propia declaración.
—¿Quién es Queen Hithe? —le pregunté a Matthew, en voz baja.
—Queenhithe es un lugar, no una persona —murmuró—. Pero ¿qué es eso de la red?
—No tengo ni idea —confesé.
—Dejad de cuchichear —dijo Goody Alsop, mientras sacudía la cabeza con enfado—. Con el conjuro en las ventanas y en las puertas, vuestro murmullo levanta el aire y me hace daño en los oídos.
Cuando el aire se calmó, Goody Alsop continuó.
—Susanna ha desafiado mi autoridad en este asunto. Dado que soy la líder de la congregación de Garlickhythe, y también la más anciana del distrito de Vintry, la señora Norman debe presentar su caso a los ancianos del resto de los distritos de Londres. Ellos decidirán cuál será el procedimiento que debemos seguir, como hacen siempre que hay desacuerdos entre brujos. Somos veintiséis ancianos y se nos conoce como el Rede.
—¿Así que solo se trata de política? —dije.
—De política y de prudencia. Sin una manera de solucionar nuestras disputas, el padre Hubbard metería sus dedos de wearh en muchos más de nuestros asuntos —dijo Goody Alsop—. Sin ánimo de ofender, señor Roydon.
—No me habéis ofendido, Goody Alsop. Pero, si lleváis esta cuestión ante vuestros ancianos, la identidad de Diana se conocerá en todo Londres —explicó Matthew, levantándose—. No puedo permitirlo.
—Todas y cada una de las brujas de la ciudad han oído hablar de vuestra esposa. Aquí las noticias viajan con rapidez, no en poca medida gracias a vuestro amigo Christopher Marlowe —manifestó Goody Alsop, estirando el cuello para mirarlo a los ojos—. Sentaos, señor Roydon. Mis viejos huesos ya no se doblan así.
Para mi sorpresa, Matthew se sentó.
—Las brujas de Londres todavía no saben que eres una tejedora, Diana, eso es lo importante —continuó Goody Alsop—. Habrá que informar al Rede, desde luego. Cuando otras brujas se enteren de que los ancianos han solicitado tu presencia, darán por hecho que están censurando tu relación con el señor Roydon o que te están amarrando de algún modo para evitar que él tenga acceso a tu sangre y tu poder.
—Decidan lo que decidan, ¿seguiréis siendo mi maestra?
Estaba acostumbrada a ser el blanco del desprecio de otras brujas y no se me ocurriría esperar que las de Londres aprobaran mi relación con Matthew. Poco me importaba que Marjorie Cooper, Elizabeth Jackson y Catherine Streeter (fueran quienes fueran) participaran en el régimen educativo de Goody Alsop. Pero Goody Alsop era diferente. Era una bruja cuya amistad y ayuda deseaba obtener.
—Yo soy la última de nuestra especie en Londres y una de las tres tejedoras conocidas de esta parte del mundo. La tejedora escocesa Agnes Sampson está en prisión en Edimburgo. Hace años que nadie ha visto u oído hablar de la tejedora irlandesa. El Rede no tiene más elección que permitir que te guíe —me aseguró Goody Alsop.
—¿Cuándo se reunirán los brujos? —pregunté.
—Lo antes posible —prometió Goody Alsop.
—Estaremos preparados —le aseguró Matthew.
—Hay algunas cosas que vuestra esposa debe hacer por sí misma, señor Roydon. Gestar el bebé y ver al Rede son dos de ellas —replicó Goody Alsop—. La confianza no es el punto fuerte de los wearhs, lo sé, pero deberíais hacer un esfuerzo, por su bien.
—Confío en mi esposa. Habéis sentido lo que las brujas le han hecho, así pues, no os sorprenderá que no confíe en dejarla con nadie de vuestra especie —dijo Matthew.
—Debéis intentarlo —repitió Goody Alsop—. No podéis ofender al Rede. Si lo hacéis, Hubbard tendrá que intervenir. El Rede no sufrirá ese insulto adicional e insistirá en que se involucre la Congregación. El resto de nuestros desacuerdos no tienen importancia, nadie en esta habitación quiere que la Congregación centre su atención en Londres, señor Roydon.
Matthew estudió a Goody Alsop. Finalmente, asintió.
—Muy bien, Goody.
Era una tejedora.
Y pronto sería madre.
«Un niño en medio, una bruja rechazada», susurró la fantasmagórica voz de Bridget Bishop.
La inspiración profunda de Matthew me dijo que había detectado algún cambio en mi olor.
—Diana está cansada y necesita irse a casa.
—No está cansada, sino asustada. Ese tiempo ha pasado, Diana. Debes enfrentarte a quien realmente eres —dijo Goody Alsop con cierto pesar.
Pero mi ansiedad continuó aumentando incluso después de encontrarnos de vuelta sanos y salvos en El Venado y la Corona. Una vez allí, Matthew se quitó la chaqueta guateada. La envolvió alrededor de mis hombros, intentando resguardarme del gélido aire. El tejido conservaba su olor a clavo y canela, junto con un toque de humo de la chimenea de Susanna y del aire húmedo de Londres.
—Soy una tejedora. —Tal vez si continuaba diciéndolo, aquel hecho comenzaría a tener sentido—. Pero no sé qué significa eso ni sé ya quién soy.
—Eres Diana Bishop, historiadora y bruja —me recordó, sujetándome por los hombros—. Da igual lo que hayas sido antes o puedas llegar a ser algún día, esa eres tú. Y tú eres mi vida.
—Tu esposa —lo corregí.
—Mi vida —repitió—. No eres solo mi corazón, sino su latido. Antes no era más que una sombra, como el espectro de Goody Alsop.
Su acento se hizo más fuerte y su voz más ronca debido a la emoción.
—Debería sentirme aliviada por conocer por fin la verdad —dije con los dientes castañeteando, mientras trepaba a la cama. Era como si el frío hubiera echado raíces en el tuétano de mis huesos—. Toda la vida preguntándome por qué era diferente. Ahora lo sé, pero no sirve de nada.
—Un día lo hará —prometió Matthew, uniéndose a mí bajo la colcha. Dobló los brazos alrededor de mí. Entrelazamos las piernas como las raíces de un árbol, aferrándonos el uno al otro en busca de apoyo mientras acercábamos más nuestros cuerpos. Muy dentro de mí, la cadena que de alguna manera había forjado a partir del amor y del anhelo de alguien que todavía tenía que conocer se dobló entre nosotros y se volvió fluida. Era gruesa e irrompible, y estaba llena de una savia dadora de vida que fluía de forma continua de la bruja al vampiro, para volver de nuevo a la bruja. Pronto dejé de considerarme mediocre, para sentirme dichosa y completamente centrada. Respiré hondo una vez y luego otra. Cuando intenté apartarme, Matthew me lo impidió.
—Todavía no estoy preparado para dejarte ir —dijo, tirando de mí hacia él.
—Seguro que tienes trabajo que hacer: para la Congregación, para Philip, para Isabel… Estoy bien, Matthew —insistí, aunque deseaba quedarme justo donde estaba el mayor tiempo posible.
—La medida del tiempo para los vampiros es diferente que para los sangre caliente —dijo él, todavía incapaz de soltarme.
—¿Cuánto dura un minuto para un vampiro, entonces? —pregunté, hundiendo la nariz bajo su barbilla.
—Es difícil de decir —murmuró Matthew—. Un período de tiempo entre un minuto ordinario y una eternidad.