Cuando se preguntan los nombres de los cinco directores jóvenes más importantes del Hollywood actual invariablemente se oye la respuesta como una lista: George Lucas, Steven Spielberg (hace dos años Spielberg habría venido primero), Martin Scorsese, Francis Ford Coppola y Brian de Palma. (Personalmente, yo eliminaría a Coppola, porque no sólo es mayorcito ahora sino que ya estaba haciendo películas, como You’re a Big Boy Now, en 1967). Steven Spielberg es sin duda el que más imaginación visual tiene del grupo, romo prueban Tiburón y Encuentros en la tercera fase, la última la más imaginativa cinta de ciencia ficción desde Odisea del espacio y una que no debe nada a la excelente serie de televisión Star Trek. Martin Scorsese muestra siempre una capacidad para enmascarar su pretendido realismo con toques imaginarios, como el prólogo que contagia a Alicia ya no vive aquí o exaltando la realidad al estado de pesadilla, como en Taxi Driver, en que las calles de Nueva York son versiones visuales del infierno. Pero es Brian de Palma el que ha hecho de la imaginación su terra firma: no ha saltado, como Lucas, del neorrealismo nostálgico de American Graffiti a la falsa fábula de La guerra de las galaxias, sino que desde su primera película importante, El fantasma del Paraíso (1974), ha mantenido una constante de tema y tratamiento de absoluta coherencia. De Palma, que fue el descubridor de dos estrellas aclamadas hoy, Robert De Niro y Jill Clayburgh, comenzó haciendo comedias y thrillers, como Sisters, que gira alrededor del doble cuerpo de unas hermanas siamesas y si ha descontinuado la veta cómica desde El fantasma, sus thrillers se hacen cada vez más misteriosos, más imaginativos, decididamente fantásticos.
El fantasma del Paraíso es del género grotesco, donde la parodia no del original maestro con Lon Chaney, mudo, con colores ocasionales y una de las películas más hermosas del cine silente, sino de las sucesivas copias, con Claude Rains (1943), con Herbert Lom, inglesa (1962), con Jason Robards y Herbert Lom otra vez (1971), empresa difícil pues parece imposible parodiar lo que es ya parodia. El fantasma se anuncia dondequiera como una película de horror rock y a pesar de su poco éxito inicial se ha convertido con justicia en un film de culto. Pocas películas han reunido tan bien el rock, el horror y un tema que era pop antes del pop, la novela en que Gaston Leroux acertó con un mito universal. Venido sin duda de un mito menor, El jorobado de Nuestra Señora, Leroux, mejor inventor que Víctor Hugo, encarnó ese espectro de una casa encantada, en una versión del mal —que a su vez tiene origen en la bondad, el bien destruido por otras formas de la maldad enmascaradas—. De Palma concibió a su malvado fantasma como un pobre compositor, Winslow Leach, robado de sus creaciones por el empresario Swan y enamorado sin esperanza de Phoenix, que como su nombre indica es una reencarnación eterna. La película sustituye la ópera por el rock y el Teatro de la Ópera por el Paraíso pop y la parodia, que alcanza extremos de comicidad, es a la vez un homenaje a ese personaje conmovedor, el pobre desfigurado fantasma —y que el compositor robado, escarnecido y convertido en monstruo sea a su vez interpretado por el autor de la música del film remite a un juego infinito de espejos entre la fantasía y la verdad del cine.
La próxima película de De Palma fue asombrosa porque no sólo declaró su admiración por un director de cine de veras admirable, Alfred Hitchcock, sino que el homenaje estaba hecho de la materia misma con que están hechos los films de Hitchcock, con que están hechos los sueños. Obsesión es no sólo la historia de una obsesión sino la crónica de un amor doble. Cliff Robertson (admirable aún para los que no aceptan a este actor) se casa con una mujer bella y frágil y destinada a un fin trágico: la bella, frágil Genevieve Bujold. Hay un secuestro inesperado en la mansión del millonario Robertson y por incapacidad de la policía su mujer y su hija secuestradas sufren una muerte violenta. Tiempo después, visitando en Florencia un lugar que era común a ambos, Robertson se encuentra con la exacta réplica italiana de su mujer muerta —de quien se enamora tan perdidamente como del amor nuevamente encontrado—. Hasta aquí existe un parecido buscado con Vértigo pero, más atrás, hay una semejanza extraña con Más allá del olvido (1958), la excelente película de Hugo del Carril. ¿Es que el original francés de Hitchcock, De entre los muertos, de Boileau-Narcejac, como la novela argentina deben todo a El gran juego, la cinta de Feyder hecha en 1934?Poco importa para De Palma quien, pese al homenaje a Hitchcock (hasta se apropió del músico maestro del mejor Hitchcock, Bernard Herrmann), prosigue la trama con dobles y triples torceduras, hasta revelar que, al revés de Vértigo, el verdadero tema de su film es esa forma de amor imposible: el amor carnal entre carnales. Pero como el que hace incesto hace un ciento, la película termina con el padre y la mujer perdida y la hija encontrada amándose eternamente —o mientras dure la música y la imagen, románticas, arrebatadas.
Carrie es el encuentro de De Palma con otra forma de energía mental, más poderosa que el amor y más letal que el odio: la telekinesis. Para los no iniciados en la física metafísica de las ciencias ocultas hay que informar que la telekinesis es la capacidad física que tiene la mente de mover objetos sin intervención del cuerpo, desafiando la lógica y burlando la gravedad y las leyes de la dinámica. Carrie, una inocente colegiala, es ignorante: no sólo ignora todo lo de su cuerpo (fenómenos naturales como la menstruación) sino todo lo de su mente (fenómenos sobrenaturales como la telekinesis) y padece por esa doble ignorancia, debida mayormente a su madre (la todavía bella y ahora actriz extraordinaria Piper Laurie) y a su fanatismo religioso. Carrie, la muchacha, sufre la crueldad fanática de su madre y la crueldad impensada de sus amigas, hasta que Carrie, su mente, se venga de manera inconsciente de unas y consciente de la otra, en un paroxismo de cuchillos que vuelan solos para crucificar a su madre en una parodia sádica del martirio de una santa diabólica. El film termina, después de un breve respiro, en una de las pesadillas más efectivas del cine —con la bella amiga de Carrie casi arrastrada a la tumba. Esa amiga, esa actriz se llama Amy Irving.
Amy Irving es la protagonista de la mejor película de De Palma, The Fury. Entre nombres tan conocidos como Kirk Douglas y John Cassavettes, se destaca no sólo su sana belleza sino el vuelco dramático que da a sus suaves facciones americanas para convertirle en una verdadera furia, encarnación contemporánea de las antiguas erinias. El tema es de nuevo el poder de la mente, como en Carrie, pero esta vez no sólo es la telekinesis sino la capacidad de destrucción del poder mental, ahora tan letal como un explosivo lento —o violento, según avanza el film—. La película comienza plácida en el Mediterráneo, mare nostrum que se convierte enseguida en terra incognita por la violencia súbita. La siguiente parada es Chicago pero no es la Mafia, cara a Coppola, la que amenaza en las calles oscuras, sino una misteriosa agencia gubernamental, ante la que la CIA es una tía. Visualmente el Chicago de De Palma no es la Nueva York de Scorsese y aún las persecuciones que terminan en la muerte están vistas con una belleza bucólica, si se puede aplicar este adjetivo a la ciudad: es increíble que tanta urbanidad esconda tal maldad: calles neblinosas, elevados borrosos, autos fugaces son el camuflaje del mal. Otras escenas, en que se muestra el poder mortal de la mente, pasan en ricas mansiones soleadas —y el final, ante cuya violencia el fin de Carrie es juego de adolescentes, ocurre no de noche como el climax sino de día y es, literalmente, una explosión visceral. La factura de este film hermoso visualmente (el mejor que ha hecho De Palma hasta ahora) no sólo es impecable sino obra de un virtuoso artístico, de un técnico maestro, de una brillantez rara aún en un cine técnicamente tan perfecto como el cine americano actual. Sin duda, para repetir el título y unir el fin con el principio, felizmente, es brillante Brian de Palma.