En un lugar del infierno

Las películas se hacen para ser contadas. Su visión, en el recuerdo, es el cuento que cuenta un cuento. Cuando un espectador encuentra a otro en una esquina, otro que no ha visto la película, siempre hace una pregunta que es apenas una pregunta: « ¿De qué va?». La respuesta es contar la película o hacer una sinopsis oral. «Pues mira», dice el que ha mirado al que no ha visto. Un crítico es siempre una avanzada del progreso de la trama —o del tema. Ya en la primera página, en la primera frase de Tristán e Isolda el autor hace una pregunta que contiene todas las respuestas: «¿Quieren que les cuente un cuento de amor, de locura y de muerte?».

Esa puede ser la premisa mayor de En un lugar solitarioIn a Lonely Place—. Dixon Steele (Humphrey Bogart como nunca, mejor que nunca) es un escritor en el purgatorio de Hollywood. Lleva el acero en su nombre y en la punta de la lengua: es agudo y penetrante en sus respuestas y pertinente, impertinente en no pocas preguntas. Vive en precario porque es el último de los justos: aquel que da al estudio su merecido. (Estudio significa aquí productores en la silla de montaje o la mediocridad al galope). Steele sólo tiene dos amigos: su agente, el pequeño grande Art Smith y un antiguo tespiano, como él mismo dice: un viejo actor disuelto en alcohol, que es Robert Warwick, reducido en la película a actor secundario cuando fue par de John Barrymore. Luego se verá que Bogart fue amigo de un teniente de la policía (el siempre excelente y malogrado Frank Lovejoy) que ahora es su ángel guardián —o sólo su guardia.

Por su carácter —mordaz, agresivo, independiente— Bogart aparece en la lista de indeseables de cada estudio. Pero gracias a su agente consigue un posible trabajo con tal de que, al revés de todos los escritores, se lea un libro para adaptar. Como todos los escritores Bogart da el libro a leer a otro: en este caso, justa elección, a la encargada del guardarropa de un restaurante, que ya ha leído esta muestra maestra. (Leer esto con ironía). Bogart se ha bebido ya cena y media y medio borracho se lleva a la sombrerera a casa a que le cuente el cuento. Bogart, como siempre, está más interesado en el seso que en el sexo de las mujeres y cuando la guardarropa le aburre por tonta sin cuento, la manda a paseo —o a casa en un taxi. Lo que quede más lejos—. A la mañana siguiente la mujer aparece muerta en la carretera. Aquí y para que el primer acto termine mal interviene la policía para acusar a Bogart de sospechoso de asesinato en primer grado. (Grave, muy grave). Pero por la estrecha puerta del recinto policial Bogart entra en su paraíso —que es otro nombre para el infierno.

Interviene ahora la rubia Isolda, Gloria Grahame, más fea pero más seductora que nunca: esa cara ha lanzado mil roles y todos fueron buenos. Lo único que no le perdono al difunto John Kobal, que sin ser astrónomo coleccionaba estrellas, es que no me presentara a la Grahame cuando los dos eran una pareja en Londres. Los coleccionistas suelen ser celosos. Pero hay una razón de esta sinrazón. Gloria a menudo tenía que ver con escritores, como Dick Powell, que era su marido y querido cornudo en The Bad and the Beautiful. Allí era esposa de un escritor de best-sellers. En In a Lonely es la amante de un guionista, escritor frustrado. En la primera muere ella en un avión volando hacia el adulterio, en la segunda casi la mata de amor Bogart. Originadora de celos del circo en The Greatest Show on Earth el domador Lyle Talbot casi le aplasta la cabeza rubia con la pata de un elefante. En The Big Heat, haciendo honor al título, Lee Marvin (que no lee) le arroja una cafetera de café hirviente a la cara. Tullida pero no vencida Gloria hace de su tránsito una carrera estoica. En un lugar solitario, que es donde van a morir los elefantes literarios, ella salva de la cárcel y tal vez de la muerte a Bogart. ¿Cómo le paga él, celoso odioso? Torciéndole el cuello hasta casi asfixiarla. Parecería que, como Olga Guillot, ella cantara: «Siempre fui llevada por la mala». Pero Gloria parece decir que en el acoso está el gozo.

En In a Lonely Place, como un anillo de compromiso, Bogart le recita un versito que es un programa romántico: «Nací cuando me besaste». Bogart no es culpable de acoso sexual sino de abuso físico. Casi como en The Two Mrs. Carroll es un amante demente, capaz de estallidos de violencia mortal pero indiferente al sexo. La Grahame nunca ha estado más apetecible: aparece llena de morados de enamorado. Esa mujer no es hija sino consorte del maltrato. Bogart, por su parte, despliega una capacidad de violencia casi patológica: él todo mens insana, ella de corpore sano: nunca insepulto. Son los dos una pareja romántica a la que el amor conduce casi a la muerte, a una muerte de amor. Pero a una segura muerte del amor.

In a Lonely Place es sin embargo la película de amor perfecta —aunque no la crónica de un amor perfecto—. Parece una versión blanca de Otelo en que Desdémona es inocente y a la vez culpable de amar a Otelo, mientras que el celoso in extremis es ahora un guionista de cine y casi su propio Yago: se gana la vida urdiendo tramas que vende —o que no llega a vender en este film. En ambos casos, Otelo de celo y Yago villano de sí mismo, la dimensión del drama se hace melodrama, forma favorita del cine, y la tragedia trunca no impide ver la trama detrás de la trama, casi casera. Nicholas Ray se enamoró aparentemente de Gloria Grahame y fue contratado para hacer un proyecto concebido por y para Humphrey Bogart que se convirtió en una declaración especial y dolorosamente personal. (Más, más adelante).

Además de film romántico In a Lonely Place es un film noir «que cumple con la especificaciones del género de una manera cabal», según Kobal. Estrenada sin pena ni gloria ha encontrado su nicho negro en blanco y negro en la televisión. Sobre todo en Inglaterra, donde se pone y repone con mayor frecuencia que todas las demás cintas de Ray —incluyendo Rebelde sin causa en color. Esta glorificación de Gloria Grahame fue, desde la primera visión en los años sesenta, una de mis películas favoritas, que veo una y otra vez como cine romántico, como cine negro, como cine tout court. Gracias, estoy seguro, a Gloria Grahame: como antes, mejor que antes.

Pauline Kael, que sabe más, llama a Gloria Grahame, junto con Jean Harlow, Lana Turner y Kim Novak, «una presencia iconográfica». Nunca estuve tan de acuerdo con la Kael. Es más, nunca estuve de acuerdo como ahora: llamar icono a esa GG es un acto de justicia fílmica.

En Melvin y Howard, su penúltima película, Gloria peleaba contra el cáncer invisible y con la presencia bien visible de Mary Steenburgen, que es otra de esas bellas feas de Degas que son actrices fuera de molde. Kael, de nuevo, habla de «la maravillosa calidad barriotera» de Gloria al compararla con la rubia a la moda Cybill Shepherd y añade ante su escasa técnica que «no tiene su control como actriz». Aunque, continúa, «ella despierta la misma ansia de venganza masculina». «Los hombres», concluye, «querrían coger (a Gloria) y borrarle de la cara esa sonrisita burlona».

Nicholas Ray, su marido y futuro suegro, habla de cómo Gloria Grahame vino a Un lugar solitario y a su vida: «De manera», dijo Harry Cohn, el boss of bosses (traducción a la lengua de Hollywood del italiano capo di tutti capi), «que tienes problemas con tu dama joven». «No tengo ningún problema», dijo Ray que dijo Ray. «Lo que no quiero es a Ginger Rogers». «¿A quién quieres?». «A Gloria Grahame». «Estás casado con ella, ¿no?». «¿Y qué carajo tiene eso que ver? Es perfecta para el papel». «Bueno dile a tu jefe (Howard) Hughes que hable conmigo». Hughes habló con Cohn, pero en su territorio y a su hora: «Dile», le dijo, «que me encuentre en la esquina de Santa Mónica y Formosa a medianoche, en la gasolinera que hay por allí». Harry encontró a Howard en esa esquina peligrosa y lo hizo entrar en «su Chevrolet asqueroso y me tuvo dando vueltas por todo Santa Mónica ¡toda la santa noche!». ¿Resultado? Cohn, después de otra cita demente, accedió a que Gloria Grahame fuera Laurel Gray. De manera que no sólo debemos esa aparición gloriosa (de Gloria) a Nicholas Ray sino también a Howard Hughes. Sic transit.

Contrario a lo que se cree Ray no conoció a Gloria Grahame durante el rodaje de En un lugar. Ya se habían casado y separado antes de comenzar la película que ahora nos parece autobiográfica. Pero fue Ray quien la impuso a Howard Hughes, entonces no sólo productor de raros espectáculos sino dueño de RKO. Aunque En un lugar era una producción para la Columbia, su zar, Harry Cohn, temía, como todos, la autoridad del dinero que gastaba Hughes en el cine. Cohn quiso imponer a Ginger Rogers como la protagonista que amaba y odiaba Humphrey Bogart. Ginger Rogers, una de las grandes bellezas del cine, con pelo y pecas tan sexy como la piel de Louise Brooks, no era, no podía ser, hay que decirlo, tan conmovedora como Gloria Grahame —y yo no estaría escribiendo ahora sobre esta actriz tal vez única. Aunque avasallado por el sex appeal de Ginger Rogers (muy menguado) nada sería lo mismo porque Gloria es la Laurel y esta Laurel que vive más allá de la muerte de la actriz es Gloria in excelsis.

Nicholas Ray, un hombre cruel con todos y consigo mismo, nunca estuvo enamorado de Gloria Grahame y se casó con ella de rebote y por su insistencia. Gloria nunca estuvo mejor que en ese papel de mujer enamorada, presa de la violencia y finalmente abandonada. Pero al revés de Ray entonces Bogart fue un perdedor total que claro perdía también a Gloria. En un nivel actual Bogart es abusador con todos: su agente, un autista que pasa, con su mujer que no será nunca su mujer. Gloria le ama, le amará tal vez para siempre: ella nació cuando él la besó. Ese amor, cruel sentimiento dramático de la vida, fue el que sintió Gloria Grahame por Nicholas Ray. Ella, que era la mujer infiel por antonomasia en casi todas sus películas (excepto, ironías del arte, en En un lugar solitario) fue fiel a Ray más allá de la muerte (él murió en 1979, ella en 1981) y se casó con su hijo. ¿Quieren un mejor cuento de amor y de muerte?