¿Bomba o bimbo?
Todos ustedes saben lo que es una bomba, me parece. Pero ¿un bimbo? Bimbo que rima con limbo que queda entre el infierno y la gloria. Es una palabra que viene del argot del espectáculo: farra y farándula. Dice el Dictionary of Contemporary Slang: «una mujer tonta, vacía y frívola». Por lo general se las describe rubias y de ojos azules y despampanantes. ¿Es Sharon Stone un bimbo o una bomba como era, por ejemplo, Marilyn Monroe? Habrá que hacer una historia de la rubia que estalla en la pantalla (perdón por la rima) y esparce su imagen como una granada de fragmentación del sexo.
La primera, la que inventó si no el personaje por lo menos su aspecto, fue Jean Harlow. En 1929 Harlow suplantó a la muchacha del It, Clara Bow, el ideal sexual de todos los hombres y de algunas mujeres (como la novelista Elinor Glyn que inventó el It: para Clara claro), que era pequeña, morena y nada espectacular. Harlow llegó, tenía que ser, de la mano de ese conocedor que se llamó Howard Hughes, en Ángeles infernales. Jean Harlow era ampulosa de formas, rubia platino y con tetas que desplazaban, sin sostén, a la competencia más cercana. Que fue Fay Wray, falsa rubia, que engañó a King Kong y a millones de espectadores, pero que hizo decir al fingido director Carl Denham, al ver a los nativos enardecidos al elegir a la rubia Wray como un rayo de sol en la playa. «Parece que las rubias escasean por estos pagos».
No sólo por los predios del mono mayor sino que también escaseaban en Hollywood, tierra de promoción de ilusiones. Cuando Jean Harlow murió en 1937 a los 26 años se reveló que aún en la vaga realidad del cine era un espejismo. Su cabellera rubia fue casi siempre una peluca, sus senos se veían turgentes, urgentes gracias a la técnica (o treta) de frotar con hielo sus pezones y sus conquistas amorosas incluían a un viejo cameraman, a un actor maduro y a un ejecutivo del estudio que, impotente ante tanta sexualidad potente, se suicidó.
Pero su presencia en la pantalla siempre fue como una perspectiva (plana) de otra ilusión. Así abundaron las rubias, algunas sexy sólo en movimiento, como Ginger Rogers. Otras sexuales cuando más lánguidas, como Kim Novak. O que deben agitarse antes de tomarlas, como Marilyn Monroe: espléndida comedianta, ridícula actriz dramática. No hay más que comparar Con faldas y a lo loco con The Misfits, su última película: cuando la tragedia se hace farsa falsa.
Después de que la vida de Monroe se hizo tan trágica al final como la de Jean Harlow, abundan las rubias por los pagos del cine ahora. Algunas prefieren quemarse bajo los arcos voltaicos y frente a la cámara, pero pocas serán las elegidas. Jessica Lange, Michelle Pfeiffer, Cibyll Sheppard, la estupenda pero estúpida Kim Basinger, Melanie Griffith que fue una niña desnuda en su debut y ahora es una señora mal vestida. ¡No más banderas! Pero, un momento, que ahí llega Sharon Stone.
Nacida en un pueblo pequeño su debut tenía que ser en un papel pequeño. Casi mínimo de hecho. Era la boca, menos que una cara, que estampaba un beso pintado en la ventanilla de un tren para Woody Allen. Al final de Stardust Memories los créditos decían solamente: «muchacha linda en el tren». Ni siquiera tenía nombre. Pero ahora y 16 películas más tarde en que salía casi antes de entrar, Sharon Stone, llamada a veces bomba y otras bimbo, es no sólo la intérprete de varias películas peligrosas (como Instinto Básico en que cruzaba y descruzaba las piernas para mostrar no sólo su sexo rubio sin bragas a la policía, sino que era una bisexual asesina con un cuchillo de hielo entre las manos y entre las piernas todas las posibilidades del sexo) se ha convertido en la gran estrella del cine actual. Impedida al principio por su helada belleza perfecta (ninguna actriz tan linda puede ser del todo buena) Stone está ahora en todas partes. Candidata casi segura a ganar el Oscar a la mejor actriz, caballero (la ambigüedad no es mía, es francesa) de la Legión de Honor en Francia, visitante de las portadas de todas las revistas (alguna del corazón, otras de otras vísceras menos mencionables), la única razón para ver Casino, una película que glorifica al criminal nato y al tahur profesional, increíblemente bella con las facciones más perfectas del cine, capaz de hablar de todo lo divino y mucho de lo humano en innúmeras entrevistas en las que habla, habla, habla con un eco repetido: blablablá. Hace mucho que una actriz americana no hablaba tanto. Sharon Stone debía atender lo que dijo Baudelaire de Marilyn Monroe: «Sé bella y cállate».