Una mujer mundana

Conocí a Anita Loos en Hollywood en 1970 —en un party: claro está—. En Los Ángeles hay más parties que recepciones en Washington. Ésta es, como en la diplomacia, la única tierra de nadie en la paz. Ya había conocido a ese mito del sexo rubio, Mae West, pero con Anita Loos me encontraba con la leyenda literaria: la escritora de Los caballeros las prefieren rubias, novela ejemplar, casi la obra de una giganta literaria. Pero me encontré con una enana, tan baja era.

Me pregunté al inclinarme y darle la mano cómo prefieren los pigmeos las rubias, ¿asadas o en guiso? Anita Loos, además, no era rubia, sino una mujer de pelo teñido de oscuro y pelado corto en llovizna. «Encantado», le dije desencantado. «Miss Loos. Se dice luus, ¿no?», había pronunciado su nombre a la loose, que en inglés aplicado a una mujer la hace fácil. Loose morals es de una dudosa moralidad. «Yo digo Loos», dijo ella, francamente. «Mi familia toda dice Lo-os. Loose luce picante en una mujer, ¿no cree? Mi disgusto con mi nombre ocurrió en Londres al saber que loos son los retretes. Feo, ¿no? Pero me consuela México cuando llego allá y me llaman luz».

¿Qué hay en un nombre?, pregunta Shakespeare. A veces, todo. Esta mujer delgada, vieja y pequeña había escandalizado a una época que se creía libre con un título que ha pasado al vocabulario del siglo. Varias frases suyas están en los diccionarios de citas. «Los caballeros parecen recordar mejor a las rubias». «Abandónalos mientras luzcas bien». «Un beso en la mano te hará sentirte muy muy bien, pero un brazalete de diamantes te dura mejor, como en Los diamantes duran siempre».

Es difícil admitir que antes del libro de Anita Loos nunca se habían oído. Su novelita, publicada en 1925, dio a Loos fama y fortuna y esa felicidad literaria que dura hasta el próximo libro de éxito, propio o ajeno.

Anita Loos, californiana, comenzó a escribir a los quince años para el cine, arte californiano, en Hollywood, ciudad californiana, y pasó prácticamente toda una vida (más de cincuenta años) en California, aunque murió en esa meca del hombre del desierto californiano, Nueva York.

Su primer escrito, una sinopsis, lo compró D. W. Griffith, el genio que él solo había inventado el cine americano y a Hollywood de paso. Una fuga, la primera a Nueva York le consiguió a Anita, huerfanita, la estima, el amor y el odio. Las dos últimas pasiones, venidas de la misma persona, John Emerson, actor fracasado y mediocre director, que, como otro a lo Loos sugiere, se casó con la morena, para explotarla como si él fuera rubio. Curioso destino de una mujer con talento mundano que terminó comparándose a menudo con la ingenua Colette, la escritora que más admiraba y de la que adaptó obras al teatro. Como se sabe, Colette, en su juventud, hizo de negro (o negrita) para su primer marido, Willy, notorio chulo literario.

Como Colette, la Loos no tuvo suerte con los maridos mediocres, pero sí con los hombres de genio. Apadrinada por el gran Griffith, escribió en 1912 su primer triunfo para el cine, Un sombrero de Nueva York, en que actuaron nada menos que Mary Pickford, Lionel Barrymore y las hermanas Gish. Fue Anita Loos también quien escribió la película que lanzó a Jean Harlow, la famosa rubia de platino, perversamente titulada La Pelirroja, en 1932. Veinte años después, Los caballeros las prefieren rubias consagraría al mito de la mujer rubia, Marilyn Monroe. Su carrera fue de escribir los títulos de Intolerancia al guión de San Francisco: un desastre legendario aquélla, un éxito económico ésta. Curiosamente, ella estaba más orgullosa del bodrio que de la obra maestra. En el medio conoció a todos los hombres interesantes del siglo, Douglas Fairbanks, Griffith y Chaplin, a Clark Gable, a H. L. Mencken (que le dijo: «, Se da cuenta, jovencita, que es usted la primera escritora americana que se burla de esa institución non sancta, el sexo?») a William Randolph Hearst, a H. G. Wells, a Aldous Huxley (quien después de declararse «arrebatado con su libro», la nombró su tête favorita), y todos esos caballeros la encontraron deliciosa y querían casarse con ella. De veras.

Mirando esa noche de Hollywood, oyendo más que mirando (porque ella hablaba y hablaba todo el tiempo) a esa esfinge anecdótica, me preguntaba cuál sería su fascinación para todos, enigma para mí. Entonces recordé que esta mujer, Anita Loos, ya había escrito su epitafio: Los caballeros las prefieren rubias.