El martes siguiente, Darwin entró en la tienda de punto con una voluminosa caja en brazos y una mochita grande sobre los hombros.
—¿Tienes cinta adhesiva? —le preguntó a Peri, que empezaba su turno de tarde.
—¿Qué llevas ahí?
—Los carteles para la película de Lucie —contestó Darwin, que dejó la caja sobre la mesa en el preciso momento en que la realizadora aludida entraba por la puerta—. Ya está terminada y vamos a empapelar toda superficie que encontremos en la ciudad con carteles anunciando el estreno en el club del viernes por la noche.
Georgia, que estaba sentada a la mesa revisando unas cuentas, sacó un cartel de la caja.
—Un buen trabajo de diseño, Lucie —dijo—. Dakota ya ha Colgado un cartel hecho a mano en la pared de ahí, pero esto está mucho mejor.
Darwin retiró la silla que había al lado de Georgia y apoyó la cabeza sobre la mesa, con lo que su larga melena oscura se desparramó en derredor.
—Eh, ¿a qué viene esto, profesora?
Darwin no se movió.
—Estoy cansada —respondió con voz mortecina—. Llevo noches sin dormir.
—¿Al final te has puesto a trabajar en esa tesis? —preguntó Georgia con entusiasmo.
—No. Al final seguí el consejo de Lucie.
La embarazada se dio media vuelta al oír su nombre.
—¿Has terminado el jersey?
—¿Has terminado el jersey? —repitió Georgia.
—¿Darwin ha terminado su jersey? —quiso saber también Anita, que salía del despacho de la trastienda con Cat.
—¿Qué ha pasado? —preguntó a su vez Cat.
—Parece ser que la señorita Chiu ha terminado su jersey —notificó Peri con fingido dramatismo, como si leyera un boletín informativo.
Darwin levantó la cabeza para hacer una mueca y en ese instante K. C. abrió la puerta de golpe.
—¡Me han dado los resultados y lo he hecho de cagarse, de puta madre! —chilló.
Al oírla, una refinada clienta de edad que estaba mirando el cachemir dejó caer la madeja al suelo y salió disparada por la puerta. Georgia no podía enojarse con su vieja amiga. No en aquel momento.
K. C. aplastó a Peri en un fuerte abrazo.
—¡Mi heroína, mi genio del LSAT! —gritó—. Voy a ir a por todas. ¡O la universidad de Columbia o nada! —Señaló con el dedo a Georgia, que seguía sentada a la mesa al lado de Darwin—. Sabía que era una buena idea llevar a comer a esa joven e inteligente editora auxiliar de Churchill Publishing —añadió—. Es buena gente.
De repente, Lucie se dobló en dos y soltó un gemido. Cat, que estaba junto a ella, retrocedió de un salto, alarmada.
—¡Oh, Dios mío! —chilló—. Creo que se ha puesto de parto.
—Tenía que suceder —comentó Georgia, con un nudo en el pecho de la emoción al ver el éxito de sus amigas.
—Creo que te toca salir a escena, Darwin —añadió Anita.
Pero mientras lo decía, Darwin ya había cruzado la habitación como un bólido y traía una silla para que Lucie se sentara.
—¡Aaah, cómo duele! —gritó Lucie con cara de susto—. Oye, en serio, en serio.
—Respira hasta que se te pase el dolor, vamos —aconsejó Darwin en tono tranquilizador para desconcertada admiración de Anita y Georgia.
—Todo irá estupendamente, Lucie —dijo Georgia al cruzar la mirada con la parturienta, quien le contestó con una seña, con el pulgar hacia arriba.
Darwin empezó a ir de un lado a otro como una exhalación.
—K. C., baja a la calle y para un taxi —ordenó—, Peri, llama al hospital. ¿Alguien puede hacerme el favor de colgar estos carteles hoy mismo? Nosotras tenemos que ir al hospital.
—¿No necesitas las cosas de Lucie, querida? —le recordó Anita.
—Está todo en mi mochila, gracias —respondió con seguridad mientras guiaba a Lucie hacia la salida.
Se quedaron inmóviles un momento, Cat y Anita junto a la puerta y Georgia sentada a la mesa. Entonces Peri se dirigió tranquilamente al despacho a buscar la cinta adhesiva y bajó al establecimiento de Marty con unos cuantos carteles.
—Parece que muy pronto tendremos un nuevo socio en el club —comentó al salir.
—¡Diablos! —exclamó Cat—. Nunca había estado tan cerca de una mujer de parto.
—Es doloroso, hermoso y sensacional —dijo Georgia, que empezaba a sentirse agotada y mareada, con muchas náuseas. Le dolía el estómago. Quizá fueran retortijones de empatia con Lucie.
—Ya lo creo —corroboró Anita.
—Bueno, ¿vamos a terminar el plan para el negocio? —preguntó Cat, mientras se encaminaba de nuevo al despacho—. Estoy lista para que lo leas, Georgia.
Georgia se apoyó en la mesa con ambas manos e intentó ponerse de pie con la respiración agitada. Sin embargo, la tienda se movió delante de sus ojos y las piernas le empezaron a temblar. Un dolor punzante en el abdomen la hizo doblarse en dos. En cuestión de segundos, Anita y Cat estaban a su lado y la ayudaron a tumbarse en el suelo.
—Escucha —jadeó Georgia mientras Anita le sostenía la cabeza. Respiró superficialmente varias veces más antes de volver a hablar—: Creo que también necesitamos un taxi que nos lleve al hospital.