Epílogo

Alguien tocó con suavidad a la puerta entreabierta, llamando la atención de Simon, que levantó la vista de los mapas que tenía extendidos sobre la mesa.

—¿Sí? —le preguntó al mayordomo, enarcando ambas cejas.

—Hay un joven en la entrada que pregunta por lady Winter, señor. Le he dicho que ni ella ni usted están en casa, pero se niega a irse.

Simon se enderezó.

—¿Ah, sí? ¿Quién es?

El sirviente se aclaró la garganta.

—Diría que es un gitano.

La sorpresa dejó mudo a Simon durante un segundo y después dijo:

—Hágale pasar.

Él aprovechó esos instantes para esconder algunos de los documentos que tenía en la mesa y se sentó a esperar al joven que entró en su despacho segundos después.

—¿Dónde está lady Winter? —le preguntó el chico de pelo negro, con una decisión en los hombros y en la mandíbula que dejaba claro que no iba a irse de allí hasta conseguir lo que quería.

Simon se apoyó en el respaldo de la silla.

—La última vez que recibí noticias suyas estaba de viaje por el Continente.

El chico frunció el cejo.

—¿La señorita Benbridge está con ella? ¿Cómo puedo encontrarlas? ¿Tiene su dirección?

—Dime tu nombre.

—Colin Mitchell.

—Bueno, señor Mitchell, ¿le apetece tomar una copa? —Simon se puso en pie y se acercó al expositor frente a la ventana, donde había una hilera de botellas de cristal.

—No.

Simon ocultó una sonrisa y sirvió dos dedos de brandy en una copa. Después se dio la vuelta y apoyó la cadera en la consola al mismo tiempo que cruzaba las piernas por los tobillos. Mitchell seguía de pie en el mismo sitio, escudriñando la habitación con la mirada, deteniéndola de vez en cuando sobre algún objeto durante un segundo. Buscaba alguna pista que pudiera ayudarlo a obtener respuesta a sus preguntas. Era un joven muy guapo, de facciones exóticas y atractivas, y Simon supuso que a las mujeres les resultaría irresistible.

—¿Qué harás si encuentras a la bella Amelia? —le preguntó—. ¿Trabajar en los establos? ¿Ocuparte de sus caballos?

Mitchell abrió los ojos de golpe.

—Sí, sé quién eres, aunque Amelia me dijo que habías muerto. —Levantó la copa y vació su contenido. El líquido le calentó el estómago y lo hizo sonreír—. ¿Tienes intención de trabajar para ella y amarla en secreto desde la distancia? ¿O tal vez pretendes tirártela en la cuadra tantas veces como puedas hasta que ella se case o se quede embarazada de tu hijo?

Se apartó del mueble y dejó la copa, preparándose para la previsible —e impresionante— embestida que lo lanzó al suelo. El chico y él rodaron por el suelo, enzarzándose en una pelea. Tiraron la mesilla y rompieron las figuras de porcelana que había encima.

A Simon le llevó sólo unos minutos ganar. Habría tardado menos si no le hubiese preocupado tanto no hacerle daño al muchacho.

—Para —le ordenó— y escúchame. —Ya no estaba de broma. Ahora hablaba completamente en serio.

Mitchell se quedó quieto, pero su rostro siguió reflejando furia.

—¡No se atreva a hablar así de Amelia!

Simon se puso en pie y le tendió una mano al joven para ayudarlo.

—Sólo te he señalado lo obvio. No tienes nada. No tienes nada que ofrecerle, nada con lo que puedas mantenerla, no puedes darle un título ni prestigio.

El modo en que Mitchell apretó la mandíbula y los puños puso en evidencia lo mucho que él odiaba esa verdad.

—Ya lo sé.

—Bien. Veamos… —Simon se colocó bien la ropa y volvió a sentarse detrás del escritorio—. ¿Y si me ofreciera a ayudarte a conseguir todo lo que necesitas para tener a Amelia: dinero, una casa, quizá incluso un título en alguna tierra lejana que encajase con el físico que te ha otorgado tu linaje?

Mitchell se quedó quieto y entrecerró los ojos para observarlo con avidez.

—¿Cómo?

—Verás, estoy involucrado en ciertas… actividades de las que un joven con tu potencial podría beneficiarse. He oído la impresionante historia de cómo estuviste a punto de rescatar tú solo a la señorita Benbridge. Con el entrenamiento adecuado, podrías serme muy útil.

—¿Por qué yo? —le preguntó Mitchell con suspicacia y sin ocultar el sarcasmo. El chico era cínico y a Simon eso le parecía una cualidad excelente. Un muchacho demasiado verde no le serviría de nada—. No me conoce, no sabe de lo que soy capaz.

Él le sostuvo la mirada.

—Sé perfectamente lo lejos que es capaz de llegar un hombre por la mujer que quiere.

—Yo la amo.

—Sí. La amas tanto que estás dispuesto a ir tras ella sin importarte el precio que tengas que pagar por ello. Yo necesito esa clase de dedicación y a cambio me aseguraré de convertirte en un hombre de posibles.

—Eso me llevará años. —Mitchell se pasó una mano por el pelo—. No sé si podré soportarlo.

—Tenéis que daros tiempo para madurar. Deja que Amelia descubra todo lo que se ha perdido durante estos años. Y entonces, si te sigue amando, sabrás que ha tomado esa decisión con el corazón de una mujer y no con el de una niña.

El joven se quedó inmóvil durante largo rato, la indecisión que sentía era casi palpable.

—Inténtalo —le sugirió Simon—. ¿Qué es lo peor que puede pasarte si lo haces?

Al final, Mitchell soltó el aliento y se sentó en la silla que había frente al escritorio.

—Le escucho.

—¡Excelente! —Simon se apoyó en el respaldo de la suya—. Esto es lo que he pensado…