—De nuevo tengo que confesarte que me fascinas —murmuró Christopher, con sus labios rozando la frente de Maria, mientras los dos estaban reclinados en la cama.
Ella se acurrucó en sus brazos, con la nariz apoyada en su torso desnudo, para poder oler su delicioso aroma.
—Soy fascinante.
Christopher se rio.
—Sobreviviste a la muerte de tus padres… Has pasado todos estos años bajo el yugo de Welton… —Apretó los brazos y la estrechó con fuerza—. Después de la boda nos iremos de viaje. A donde tú quieras. A todos los lugares que quieras. Dejaremos los malos recuerdos atrás y crearemos otros nuevos. Buenos recuerdos. Nosotros tres, mi amor.
—¿Después de la boda? —Echó la cabeza hacia atrás para mirarlo—. Eres un poco presuntuoso, ¿no crees?
—¿Presuntuoso? —Levantó ambas cejas hasta el nacimiento del cuero cabelludo—. Tú me amas. Yo te amo. Nos casamos. Esto no es ser presuntuoso, es ser lógico.
—Ah, ¿y cuándo has empezado a actuar con lógica?
—Cuando me enamoré ilógicamente de ti.
—Hum.
—¿Qué significa eso? Ese ruido que has hecho. —Christopher arrugó la frente—. Eso no ha sido un sí.
—¿Y a qué se supone que tengo que contestar que sí?
Maria giró la cara para ocultar una sonrisa. Y acto seguido se encontró tumbada en la cama, con su ardiente pirata y fabuloso amante encima de ella.
—A mi proposición de matrimonio.
—No me he dado cuenta de que me lo hubieses propuesto. Más bien me ha parecido que lo decretabas.
—Maria —suspiró exasperado—, ¿no quieres casarte conmigo?
Ella levantó las manos para sujetarle la cara. Y, en favor de Christopher, tenía que reconocer que sólo se distrajo un segundo mirándole los pechos desnudos.
—Te adoro, y lo sabes muy bien. Pero ya me he casado dos veces y creo que dos bodas son más que suficientes para una mujer.
—¿Cómo puedes comparar la unión que existe entre tú y yo con lo que tuviste con esos dos hombres? El primero te trató como si fueras una amiga y el segundo sólo te utilizó para su uso y disfrute.
—¿Y tú, Christopher, serás feliz estando casado? —le preguntó seria, dejando ya de fingir.
Él se quedó quieto y la miró fijamente a los ojos.
—¿Acaso lo dudas?
—¿No dijiste en una ocasión que el único modo que tenías de cambiar de vida era con la muerte? ¿Bien la tuya o bien la de tus seres queridos?
—¿Cuándo te he dicho yo…? —Abrió los ojos como platos—. Dios santo, ¿tienes espías?
Maria sonrió.
—Víbora —masculló él, separándole las piernas para colocarse en medio—. Sí, lo dije, y es verdad. Y tal vez sea egoísta por mi parte pedirte que te cases conmigo en estas circunstancias, pero no tengo elección. No puedo vivir sin ti.
Deslizó una mano entre ellos y la colocó encima del sexo de Maria, para empezar a acariciárselo.
—Ninguno de los dos hemos hecho nada para evitar la concepción —le dijo en voz baja— y me alegro. Pensar que puedas estar embarazada de mi hijo hace que me desborde la emoción. Imagínate lo listo, o lista, que puede llegar a ser.
—Christopher… —Le escocieron los ojos y se le nubló la visión, y su cuerpo se derritió de deseo bajo sus caricias—. ¿Cómo lo haremos para controlarlo?
—Haciendo lo mismo que hicimos anoche. —Se sujetó el miembro y, con la punta, rozó la entrada del cuerpo de ella y poco a poco la fue penetrando—. Estando juntos.
Maria cerró los ojos cuando él la llenó y la cabeza le cayó hacia un lado, dejándole el cuello expuesto.
—Y si nos sucede algo a mí o a los niños —dijo ella—, ¿me prometes que no te echarás la culpa? ¿O te condenarás para el resto de la eternidad?
Christopher se quedó quieto, su miembro excitado y erecto tembló en su interior. Algo sombrío atravesó su rostro, recordando quizá otros dolores del pasado.
—Podrías haber dejado esta vida criminal hace mucho tiempo —murmuró Maria, rodeándole la espalda con los brazos—. Te convertiste en pirata para salvar a tu hermano y al final eso fue precisamente lo que lo mató, ¿no es verdad?
El temblor que sacudió el cuerpo de Christopher pasó al de ella.
—Y sin embargo te quedaste —continuó—, seguiste adelante para cuidar a la gente que te es leal; cuando alguien muere, te ocupas de su familia y te aseguras de que todo el mundo tenga un hogar y comida en la mesa.
—No soy un santo, Maria.
—No. Eres un ángel caído.
En ese momento, allí, en aquella cama con dosel de seda azul, la comparación le parecía que ni pintada.
—Yo no tengo nada de angelical —replicó él.
—Amor mío. —Levantó la cabeza para darle un beso en el hombro—. Si no nos casamos siempre sabrás que estoy contigo porque quiero, porque deseo pasar cada día a tu lado y no porque me hayas atado a ti con un contrato.
—¿No puedes desear simplemente estar casada conmigo?
Ella se rio y tiró de él. Christopher se mantuvo inmóvil, no se movía si no quería. Pero entonces suspiró y se tumbó de lado, arrastrando a Maria con él sin separar sus cuerpos. Después descansó la cabeza en las almohadas y la miró.
—Soy el hijo bastardo de un noble —le dijo en aquel tono distante y sin emoción que ella ya había descubierto que indicaba que iba a contarle algo que le dolía—. Mi madre fue el desafortunado objeto de deseo de un noble que la echó de la casa cuando tuvo la desgracia de quedarse embarazada. Entonces la despidieron como doncella y la mandaron humillada al pueblo.
—¿Tu hermano…?
—Nigel era legítimo. Pero yo tuve más suerte. Fui feliz en el pueblo y él desgraciado en la mansión. Nuestro padre estaba medio loco y tenía muy mal carácter. Creo que violó a mi madre porque lo excitaba más el poder que el acto en sí que representaba el sexo. Y a pesar de todo, mi madre me quiso. El único afecto que conoció Nigel en su vida fue el mío y el de su esposa.
—Lo siento. —Maria le apartó un mechón de pelo de la frente y lo besó entre las cejas.
—Así que ya ves, amor mío. —Le cogió una mano y se la colocó encima del corazón—. Quiero que mis hijos nazcan dentro del matrimonio. Quiero compartir mi hogar y mi vida contigo. Quiero compartir una fachada de normalidad contigo.
—¿Una fachada? —Maria le sonrió.
—¿Acaso tú y yo seremos normales algún día?
—Dios nos libre —se burló ella, fingiendo estar muy seria.
—Oh, me estás matando —contraatacó él—. Mira que hacer broma en un momento como éste. Yo estoy aquí, poniendo mi corazón a tus pies, y tú te estás riendo de mí.
Maria levantó la mano que tenía entrelazada con la suya y colocó ambas encima del corazón de ella.
—Tu corazón no está a mis pies, está aquí, latiendo dentro de mi pecho.
Christopher le besó los dedos y sus ojos azul oscuro brillaron de amor.
—Saldremos adelante, te lo prometo. Mi administrador y Philip son capaces de ocuparse de mis asuntos mientras estemos fuera. Philip es el último lugarteniente que se ha incorporado a mis filas, pero tengo más y entre todos pueden manejar mis negocios sin mí.
—Cielo santo —suspiró ella, atónita—. ¿Y qué vas a hacer todo el día acompañado de tu mujer embarazada y de tu cuñada en edad casadera?
—Mujer embarazada… —Su voz sonó más ronca de lo normal. Cogió a Maria de la nuca y tiró de ella hasta tocar sus labios—. Es lo que quiero, maldita sea. Y lo quiero ahora. Contigo. Jamás me imaginé que lo desearía, pero así es y necesito que tú me lo des. Ninguna otra mujer podría domarme. Al fin y al cabo, ¿cuántas sospechosas de asesinato hay por el mundo?
—No estoy segura, pero podría investigarlo.
Christopher volvió a rodar hasta colocar a Maria debajo de él y entonces empezó a mover las caderas. Ella gimió, sorprendida al notar que la penetraba, y él se echó hacia atrás para volver a hacerlo de nuevo.
—¿Te he dicho últimamente —susurró ella con la risa resonando en su voz y en su corazón— que cuando te pones agresivo en la cama me vuelvo más obstinada?
—¡Mira que te gusta llevarme la contraria! —se quejó él, subrayando cada palabra con un movimiento de caderas.
Bajó una mano y le levantó una pierna a Maria, con la que se rodeó la cintura, y entonces empezó a poseerla con pasión y ferviente entrega.
Christopher se movía con la precisión de un hombre que no sólo sabe darle placer a una mujer, sino que quiere dárselo. Un hombre cuya misión en cada encuentro sexual era llevar a su pareja al éxtasis. A ella. Observó a Maria con atención, memorizó todas sus reacciones y ajustó el cuerpo al de ella.
—¿Te gusta? —murmuró cuando Maria gimió de placer. Repitió el mismo movimiento—. Sabes tan bien como yo que te mueres por mí. Que necesitas sentirme dentro de ti, poseyendo tu delicioso sexo. Imagínate los días y las noches que podemos pasar haciendo esto. Te sentirás tan satisfecha que apenas podrás soportarlo.
—¡Ja! Yo puedo dejarte agotado antes —intentó fanfarronear ella, pero su voz acabó sonando embriagada de deseo.
—Demuéstramelo —susurró Christopher con la voz ronca, entrando y saliendo firmemente de su cuerpo, llenando el dormitorio de los sonidos del sexo—. Cásate conmigo.
Perdida en la maravillosa sensación de tenerlo dentro de ella, Maria se estremeció y le susurró palabras eróticas al oído, clavándole las uñas en los glúteos. Christopher era un animal salvaje e indomable, a pesar de que él mismo había afirmado lo contrario, y su desesperación era más que palpable en el modo en que le hacía el amor, como si nunca fuese a tener suficiente. Como si nunca pudiese llegar lo bastante dentro de ella.
—¿Estás seguro de que quieres sentir este nivel de emoción diariamente durante el resto de tu vida? —le susurró Maria antes de morderle el lóbulo de la oreja.
Para vengarse de ella, Christopher la penetró hasta que los testículos tocaron su sexo y entonces hizo un movimiento circular con las caderas mientras con la pelvis le rozaba el clítoris; Maria llegó repentinamente al clímax.
—¡Christopher! —Se estremeció entera y su vagina se apretó alrededor del pene de él hasta que Christopher gritó de placer y eyaculó en su interior.
—Te amo —susurró, sujetándola con tanta fuerza que Maria casi no podía respirar—. Te amo.
Ella lo abrazó con toda el alma y su corazón latió, sintiendo lo mismo que él proclamaba.
—Supongo que tendré que casarme contigo —dijo sin aliento—. Si no, ¿quién te va a volver loco?
—Nadie más se atrevería. Tú eres la única.
—Y nadie más puede amarte tanto como yo.
—Seguro que no. —Pasó su cara cubierta de sudor por la mejilla de ella, impregnándola de su esencia—. A menudo me preguntaba por qué mi padre tenía que ser como era, por qué mi hermano heredó una ruina, por qué la única alternativa que tuve fue dedicarme a esto.
—Amor mío… —Sabía perfectamente cómo se sentía. ¿Acaso ella no se había preguntado lo mismo a diario?
—Cuando te tuve entre mis brazos esa noche en el teatro, supe que tú eras el motivo. Todas y cada una de las cosas que me han sucedido en la vida han sido necesarias para conducirme hasta ti. Si yo no hubiera sido la clase de hombre que soy, la agencia jamás se me habría acercado y yo no te habría encontrado a ti, a mi alma gemela. De hecho, te pareces tanto a mí que da incluso miedo y, sin embargo, no dejas de sorprenderme ni de fascinarme.
—Y tú también me sorprendes y me fascinas a mí. —Le pasó los dedos por la espina dorsal y sonrió cuando él tuvo cosquillas—. Nunca se me habría ocurrido pensar que querrías casarte. No podía ni imaginármelo.
—Pues ya puedes empezar a hacerlo —replicó decidido—. Di que sí, mi preciosa Maria. Di que sí.
—Sí.
Christopher echó la cabeza hacia atrás y arqueó una ceja.
—¿Por qué tengo la sensación de que ha sido demasiado fácil?
—¿Fácil? —Maria parpadeó con exageración varias veces—. Entonces lo retiro, voy a hacerme la interesante y tendrás que seguir pidiéndomelo.
Christopher refunfuñó y se movió dentro de ella.
Maria sonrió.
—¿Te acuerdas de que te he dicho que cuanto más te hago enfadar más te centras en el sexo? La verdad es que me encanta.
—Vas a acabar matándome.
—Te lo he advertido.
—Pagarás por esto.
—Ooh… ¿Y cuándo tienes intención de cobrarte la deuda?
—Tan pronto como encuentre una licencia matrimonial y un párroco.
—Esperaré impaciente —dijo ella.
Y él se movió lentamente en su interior, sonriendo perverso.
—Bueno, entonces no te haré esperar demasiado.
—Simon, querido. —Maria se levantó del sofá en el que estaba sentada en el salón y le tendió ambas manos para recibirlo.
Él se acercó despacio y tranquilo y le sonrió afectuosamente.
Con aquel traje gris que llevaba se lo veía tan discreto y elegante como siempre, y extremadamente atractivo. Le cogió las manos y se inclinó para darle un beso en la mejilla.
—¿Cómo estás?
—No muy bien —reconoció ella, sentándose de nuevo.
Christopher se había ido a su casa para cambiarse y prepararse por si recibían noticias de Amelia. Maria se había quedado esperando en su residencia por si acaso llegaba alguna carta. Quería organizar un equipo de búsqueda, pero Christopher le había suplicado que lo dejase ocuparse a él del asunto; y tras darle varios y excelentes motivos, Maria accedió, aunque a regañadientes.
—No puedo evitar preocuparme.
—Lo sé —dijo Simon, acariciándole el dorso de la mano—. Ojalá pudiera serte de más ayuda.
—Que hayas venido me reconforta mucho.
—¿Ah, sí? Pero digamos que ahora estoy de más, ¿no?
—Nunca. Tú siempre tendrás un lugar privilegiado en mi vida. —Maria respiró hondo—. St. John me ha pedido que me case con él.
—Tipo listo. —Simon sonrió—. Te deseo toda la felicidad del mundo. No conozco a nadie que se lo merezca más que tú.
—Tú también mereces ser feliz.
—Estoy bien, mhuirnín. De verdad. Ahora mismo mi vida es perfecta. —Sonrió y se recostó en la butaca tapizada de brocado—. Entonces, dime, ¿cuándo tengo que irme?
—Tú no te vas a ninguna parte. Quiero que te quedes con esta casa. Aquí has vivido muy buenos momentos, ¿no?
—Los más felices de mi vida.
A Maria le escocieron los ojos y tragó saliva para aflojar el nudo que tenía en la garganta.
—Cuando haya recuperado a Amelia, nos iremos de viaje. Visitaremos todos los lugares que no pude conocer por culpa de Welton. Será una aventura y espero que me ayude a recuperar mi relación con mi hermana.
—Creo que es muy buena idea.
—Te echaré mucho de menos —añadió y empezó a temblarle el labio inferior.
Simon le cogió una mano y se la acercó a los labios para besarla.
—Siempre estaré a tu lado, para cualquier cosa que necesites. Esto no es el final. Para ti y para mí jamás habrá un final.
—Yo también estaré siempre a tu lado —le susurró ella.
—Lo sé.
Maria soltó el aliento.
—Entonces ¿te quedarás con la casa?
—No, pero la cuidaré para ti. Da la casualidad —añadió con una sonrisa— de que es el lugar perfecto para la misión que me ha encargado lord Eddington.
Maria se quedó boquiabierta.
—¿Te ha engañado para que entres a trabajar en la agencia?
—No, qué va. El conde anticipa que tendrá ciertos asuntos muy delicados que será mejor que resuelva alguien con menos escrúpulos de lo habitual.
—Dios santo. —Levantó una mano y le acarició la mejilla—. Ten cuidado, por favor. Tú formas parte de mi familia y no podría soportar que te pasara nada malo.
—Yo te pido lo mismo. No corras ningún riesgo innecesario.
Ella le tendió la mano.
—Trato hecho.
Simon ladeó la cabeza y frunció el cejo levemente antes de estrechar la mano de Maria. Luego se la llevó al corazón.
—Para toda la vida.
—Entonces, dime —dijo ella con una sonrisa—, ¿qué es exactamente lo que Eddington tiene planeado para ti?
—Bueno, él cree que…
Maria paseó arriba y abajo por la pequeña salita, maldiciendo en voz baja. Incapaz de resistirlo más, volvió a mirar al hombre que estaba de pie en la esquina, cubierto de polvo y agotado por el viaje, y sintió que iba a desmayarse.
—Un trabajo excelente. —Christopher felicitó de nuevo al recién llegado por haberle salvado la vida a Amelia al rescatarla de sus secuestradores.
Un instante más tarde, Maria sintió las manos del hombre que amaba en los hombros.
—¿Estás lista?
Ella levantó los ojos para mirarlo.
Christopher le sonrió, mirándola a su vez con ternura y adoración.
—Sam se ha adelantado cuando han llegado a las afueras de Londres. El grupo con el que viaja Amelia llegará dentro de poco.
Maria consiguió asentir.
—Estás tan pálida.
Ella se llevó una mano a la garganta.
—Tengo miedo.
—¿De qué? —Christopher la acercó a él.
—De creerme que Amelia de verdad está llegando, de creerme que todo ha terminado. —Se le llenaron los ojos de lágrimas, que rodaron a continuación por sus mejillas.
—Lo entiendo. —Christopher le acarició la espalda para tranquilizarla.
Simon abandonó su puesto junto a la ventana y se acercó a ella con un pañuelo y una sonrisa.
—¿Y si no le gusto? ¿Y si me odia?
—Maria, Amelia te querrá —le aseguró Christopher—. Es imposible no quererte.
Simon asintió.
—Completamente imposible. Tu hermana te adorará, mhuirnín.
Oyeron que alguien llamaba a la puerta y Maria se tensó. Christopher la soltó y se puso a su lado, con una mano en su espalda para ofrecerle su apoyo. Simon fue a abrir.
Pareció como si aquel instante durase una eternidad y cuando entró otro de los hombres de Christopher cubierto de polvo por el viaje, Maria contuvo la respiración. Un segundo más tarde apareció una figura muy menuda. Amelia llevaba un vestido demasiado grande para ella y se detuvo en el umbral. Tenía los mismos ojos verdes que Welton, pero los de ella estaban llenos de inocencia y observaba lo que la rodeaba con suma atención. Entonces su mirada se detuvo en Maria y la recorrió de arriba abajo, con curiosidad y cautela al mismo tiempo. Maria hizo lo mismo y se percató de cómo había cambiado su hermana durante los años que habían estado separadas.
¡Cuánto había crecido! Su menudo rostro estaba aureolado por una larga melena de pelo negro idéntico al de su madre. Pero los ojos de Amelia seguían conservando la misma vivacidad de cuando era pequeña y Maria se sintió profundamente agradecida por eso.
Un sollozo rompió el silencio y Maria se dio cuenta de que había sido ella y se tapó la boca con el pañuelo. La mano que le quedó libre se levantó como si tuviese voluntad propia y tembló con la misma virulencia que le hacía temblar el resto de su cuerpo.
—Maria —dijo Amelia, dando un inseguro primer paso hacia delante y con una única lágrima resbalándole por la mejilla.
Ella también dio un pequeño paso, pero fue suficiente. Amelia echó a correr y eliminó la distancia que las separaba. Se lanzó a los brazos de su hermana con tanta fuerza que Christopher tuvo que sujetar a Maria para evitar que las dos cayesen al suelo.
—Te quiero —susurró Maria con el rostro escondido en el pelo de Amelia, que no dejaba de mojar con sus lágrimas.
Juntas se arrodillaron hasta quedar sentadas en la alfombra, con las faldas arremolinadas a su alrededor.
—¡Maria! ¡Ha sido horrible!
Amelia sollozó a pleno pulmón, lloraba tanto que era muy difícil entender lo que decía; las palabras fluían sin cesar y prácticamente sin sentido de su boca. Caballos y una pelea, y alguien llamado Colin… Algo sobre que a Colin lo habían matado… y lord Ware y una carta…
—Tranquila —le dijo Maria, acunándola—. Tranquila.
—Tengo tantas cosas que contarte —lloró su hermana.
—Lo sé, cariño, lo sé. —Maria levantó la vista y vio que Christopher estaba llorando y que Simon tenía los ojos rojos y una mano encima del corazón.
Ella apoyó la mejilla en la cabeza de Amelia y la abrazó con todas sus fuerzas.
—Tenemos el resto de la vida para que me las cuentes. El resto de la vida…