Durante el trayecto hasta la casa de St. John, Maria pensó que así debía de ser como se sentían los presos cuando los conducían al patíbulo.
Detrás de ella cabalgaban Eddington y sus agentes.
Sólo con pensarlo, Maria sentía un dolor casi físico. Lo que más quería en el mundo era recuperar a Amelia, pero su corazón insistía en decirle que iba a pagar un precio demasiado alto para conseguirlo.
Ya no podía seguir negando lo profundamente unida que se sentía a Christopher. A pesar de todo lo que había descubierto sobre él a lo largo de su relación, parecía obsesionada en recordar la ternura del pirata, el modo en que había tratado a Templeton, lo mucho que se había preocupado cuando la hirieron, la forma en que le hacía el amor.
Salió del carruaje y levantó la vista hacia la casa de Christopher, una casa sin setos en el jardín y con guardias en la entrada. En ese instante, pequeñas imágenes de ellos dos le llenaron la mente; momentos llenos de pasión y otros de ternura. Momentos de cómodos silencios y otros de combates verbales. Era sorprendente lo mucho que se parecían sus temperamentos y sus pasados.
Se cogió la falda, subió los escalones sin prisa y entró por la puerta, que ya estaba abierta, esperándola. En el vestíbulo, se encontró con muchos de los que vivían en aquella casa, bajo la protección de Christopher, que habían bajado al vestíbulo para verla. No apartaban los ojos del florete que ella llevaba en la mano. Maria se enfrentó a todas esas miradas, desafiándolos a que hicieran algo.
Nadie hizo nada.
Subió la escalera que conducía al dormitorio de Christopher y llamó a la puerta. Entró cuando oyó la voz de él dándole permiso para hacerlo.
Estaba de pie ante el espejo, poniéndose un precioso chaleco bordado que le sujetaba su ayuda de cámara. El tejido tenía un estampado floral que contrastaba con el beis del pantalón y de la chaqueta a juego, que colgaba de un perchero cercano. El traje le recordó al que Christopher llevaba el día en que lo había visto por primera vez, en el teatro.
—Tengo que decirte algo.
Christopher le buscó la mirada en el espejo y entonces vio el arma que ella sostenía en la mano. Murmuró algo y despidió al sirviente antes de darse la vuelta para mirarla.
—Vaya, lady Winter, si hubiera sabido que mi amada iba a mandaros a vos en su lugar, me habría tapado un poco más.
—Así está perfecto. —Esbozó una sonrisa—. Hay menos ropa entre tu piel y la punta de mi espada.
—¿De verdad piensas atravesarme con ella?
—Tal vez.
Él arqueó una ceja y la miró escéptico.
—Te aconsejo que no creas que llevar faldas es una desventaja. Me entrené con ellas tantas horas como con pantalón y me muevo igual de bien.
Christopher levantó ambas manos para demostrarle que se rendía.
—Decidme, bella dama, ¿qué puedo hacer por vos para evitar esta muerte segura?
Maria apoyó la punta del florete en la alfombra Aubusson y descansó la mano encima de la empuñadura.
—¿Me amas?
Él arqueó una ceja.
—Maldición. Es muy poco deportivo por tu parte exigir una declaración de amor con amenazas.
Maria golpeó nerviosa la alfombra con la punta del pie.
Él sonrió y a ella se le paró el corazón.
—Te adoro, amor mío. Te venero. Te besaría los pies y te suplicaría toda la vida. Te ofrezco todo lo que tengo, mi inmensa fortuna, todos mis barcos, mi pene, que ahora mismo llora por que le hagas caso…
—Para. —Maria negó con la cabeza—. Ha sido horrible.
—¿Ah, sí? Me gustaría ver si tú eres capaz de hacerlo mejor.
—Muy bien. Te amo.
—¿Y ya está? —Se cruzó de brazos, pero tenía los ojos llenos de emoción—. ¿Esto es todo lo que tienes que decirme?
—Quédate en casa esta noche.
Christopher se tensó.
—Maria.
Ella cogió aire y después lo soltó, nerviosa.
—Me has preguntado muchas veces qué clase de relación tengo con Eddington. Es un agente de la Corona, Christopher. Ahora mismo está ahí fuera esperando para seguirnos y pillarte in fraganti con el contrabando.
—Entiendo —le dijo él, mirándola pensativo.
—Sé lo de Sedgewick.
Cuando Christopher abrió la boca para decir algo, ella levantó una mano y lo detuvo.
—Nada de explicaciones. Sólo te lo digo porque Simon ha encontrado al testigo. Sedgewick lo amenazó con la seguridad de su familia y le exigió que testificase contra ti a cambio de devolverle a su esposa, a sus dos hijos y a su hija. Tim y varios de mis hombres los liberaron. El vizconde ya no tiene nada en tu contra.
Christopher arrugó las cejas, muy concentrado.
—Me has dejado sin habla.
—Mejor. No me gusta que me interrumpan. Me han dicho que sabes dónde está Amelia. —La voz le tembló más de lo que le habría gustado—. Que la has encontrado y que tienes hombres vigilándola. ¿Es eso cierto?
—Ésa es mi esperanza, sí. —Le dedicó una mirada indescifrable—. Esperaba encontrar una prueba irrefutable de su identidad antes de ir a verte y contártelo. No quería darte falsas esperanzas.
—¿Dónde está?
—Si esa chica es de verdad tu hermana, está en Lincolnshire.
—Gracias. —Maria levantó el florete y se detuvo un segundo antes de darse la vuelta—. Ten cuidado —le dijo en voz baja y con una mano sobre el corazón—. Te deseo lo mejor, Christopher. Hasta siempre.
Y se dirigió a la puerta.
—Maria.
Su voz ronca la hizo estremecer. Las lágrimas le resbalaron por las mejillas y se las enjugó mientras aceleraba el paso. Sujetó el pomo con una mano, pero antes de que pudiese girarlo, se quedó atrapada. Los brazos de Christopher la aprisionaron y su cuerpo se pegó suavemente al de ella.
—Has renunciado al sueño de reunirte con tu hermana para salvarme la vida. —Temblando, le apoyó una mejilla en la sien—. Me has dicho que me amas. ¿Y aun así todavía no puedes pedirme que te ayude?
—Nuestras vidas tienen que separarse aquí —susurró ella, porque el nudo que tenía en la garganta le impedía hablar más alto—, es como tiene que ser. Tú por fin eres libre y ya no corres peligro… y yo seguiré mi camino. Encontraré a Amelia, de eso no te quepa ninguna duda. Pero no puedo hacerlo así, a tu costa. Hallaré algo con lo que negociar con Eddington.
—Es una crueldad que me salves la vida y me condenes a vivirla sin ti a mi lado —le dijo él con brusquedad.
Ella empezó a temblar y Christopher la abrazó.
—Lo sé, Maria. Sé que Eddington te ha ofrecido entregarte a Amelia a cambio de mí. Sé lo mucho que tu hermana significa para ti. Arriesgaste la vida para salvarla. —Se inclinó hacia ella y hundió el rostro en su cuello—. Lo que no sabía era que ibas a confesármelo todo, ni que ibas a salvarme la vida a pesar de que sabías lo de Sedgewick y todo lo demás. Dios mío… —Se le quebró la voz—. Tienes que amarme mucho para hacer esto. Y no me lo merezco.
—¿Lo sabes? —Se aferró a las manos de él con las suyas.
—Tim ha venido a verme antes. Me ha contado lo de la visita de Eddington y el trato que te había ofrecido. También lo oyó hablar con uno de los hombres que lo estaban esperando en el carruaje. Según dice, hace unos días Eddington les ordenó a sus hombres que fuesen a buscar a Amelia y están esperando noticias. Confío en que los míos hayan logrado impedir el secuestro, pero todavía no lo sé con certeza.
Maria forcejeó con él hasta que la soltó y entonces ella se volvió para mirarlo a los ojos.
—Entonces, es mejor que asumamos que la tiene Eddington.
Christopher la miró con ternura.
—Así que a pesar de que has intentado salvarme la vida, me temo que voy a irme con Eddington de todos modos. No hay ningún almacén en la ciudad, te lo dije para ver si me traicionabas, pero puedo confesar delante de él a cambio de que te entregue a Amelia.
Maria se secó furiosa las lágrimas.
—Sabías lo de mi acuerdo con Eddington… ¿y a pesar de ello estabas dispuesto a salir esta noche conmigo?
—Sí —se limitó a decir él.
—¿Por qué?
—Por el mismo motivo por el que tú sabías lo de Sedgewick y estabas dispuesta a sacrificarte. Te amo, Maria. Más que a mi vida. —Esbozó una sonrisa agridulce—. Esta mañana creía que te amaba tanto como era capaz. Pero ahora sé que te amo mucho más que eso.
Ella echó las manos hacia atrás para apoyarse en la puerta y no caerse al suelo de lo mucho que le temblaban las rodillas. Pero no fue suficiente. Se deslizó por la madera hasta quedar sentada en medio de capas de seda de color lavanda de su vestido y de las de algodón blanco de sus enaguas, con el florete en el regazo.
—¿Y ya está? —susurró—. ¿Esto es todo lo que tienes que decirme?
—Mira que te gusta provocarme.
Christopher se agachó delante de ella y le sujetó la cara entre las manos. Acercó los labios, que seguían sonrientes, a los suyos y le dio un beso tan tierno y reverente que a Maria se le rompió el corazón. Entonces ella lo cogió por las muñecas y tiró de él para besarlo con algo parecido a la desesperación.
—Te amo.
El descarnado sentimiento que desprendía la voz de él, hizo que Maria se pusiera de rodillas y se lanzase a sus brazos.
Christopher la abrazó tan fuerte que la dejó sin aliento.
—Desde el principio han querido que nos enfrentáramos el uno al otro —dijo ella—. ¿Vamos a permitir que nos separen?
—No. —Se apartó para mirarla—. ¿Tienes alguna sugerencia? Hasta que recuperemos a Amelia, estamos en desventaja.
—Debemos reducir el número de jugadores de este juego. Tenemos demasiados flancos abiertos y nos distraen de nuestros objetivos.
Christopher asintió, sumamente concentrado.
—Juntos seguro que encontraremos la manera de… Welton, Sedgewick y Eddington. Éste puede tener a Amelia, así que tenemos que tolerarlo… pero Welton y Sedgewick…
Una idea cruzó por la mente de Maria e inmediatamente empezó a buscarle los puntos débiles. Y cuando siguió pareciéndole buena, sonrió.
—Me encanta cuando pones esta cara de mala —le dijo Christopher.
—¿Qué te parece si cambiamos las reglas del juego, amor mío? ¿Y si somos nosotros los que hacemos que sean ellos quienes se enfrenten?
—Taimado y audaz —contestó él con una sonrisa—. Sea lo que sea, me encanta.
—Necesitamos papel y tinta y tus tres jinetes más rápidos y temerarios. Tendrán que entregar las cartas dondequiera que estén los destinatarios.
—Hecho. —Christopher se puso en pie y tiró de Maria para levantarla—. Quién habría podido adivinar que enfrentar a los dos criminales más buscados de Inglaterra terminaría uniendo tanto a éstos… Uniéndolos en más de un sentido.
Maria le guiñó un ojo.
—Nosotros lo habríamos adivinado si lo hubiésemos planeado desde el principio.
Christopher se rio y la abrazó.
—Me compadezco del mundo, ahora que tú y yo somos uno.
—Compadécete de ti —le dijo ella—. Vas a tenerme para ti solo durante el resto de tu vida.
—No me aburriré ni un segundo, amor. —Entonces le dio un beso en la punta de la nariz—. Y eso es exactamente lo que quiero.